por Lluvia Abril Dom Mayo 16, 2021 2:23 am
José Manuel Caballero Bonald
LOS CICLOS POÉTICOS
DE JOSÉ MANUEL
CABALLERO BONALD
Por; Juan Carlos Abril
Ciclo existencial
El “ciclo existencial” que abarca los dos libros siguientes, Las horas muertas (1959) y Pliegos del cordel ( 1963) da cuenta de una voz ya consolidada que ha alcanzado la madurez. Nuestro escritor de entonces es ya ese vigía _ en su acepción más social, pero también como herencia simbolista – que se encuentra a la vanguardia de una social muerta o dormida, y en su generación se encuadra en ese sector más visionario, rasgo ineludible que le diferenciará del resto en el uso de la palabra. Él mismo lo reconocerá.
Las horas muertas se publicó a principios del 59 y es uno de los textos poéticos míos que más me satisfacen. Probablemente, y a pesar del nada disimulado acarreo de ciertas modas filosóficas, el libro tiene como una tonalidad que procede en muy buena medida de mi propia cosecha. Su elocución, muchos de sus ingredientes verbales y registros imaginativos, marcan sin duda una nueva etapa – una etapa distinta- en el despliegue cíclico de mi poesía (…)
Las materias de este libro, pasadas muchas de ellas por el entonces frecuente matiz del existencialismo, tal vez desarrollen en profundidad las mismas sensaciones de mi poesía precedente. Pero ahora, frente a esos contenidos globales (las confabulaciones amorosas, la fragilidad horaciana del tiempo, las nocturnidades más o menos malévolas, los injertos del absurdo, la libertad), se acentúa el sondeo en el paisaje moral y físico de la infancia y, acaso por idénticas razones, en esa cantera educativa de la que iba surgiendo cierta apremiante tendencia a la crítica de la sociedad. (Caballero Bonald 1983: 23- 24)
En efecto, según habíamos comentado, el impulso rehumanizador provenía ya de la matriz existencialista, derivando a su vez en la literatura engagé, Aurora de Albornoz, en un célebre artículo sobre nuestro poeta, lograría resumirlo de la siguiente forma: “Acaso lo primero que cabría decir de los dos últimos libros es, precisamente que, en este sentido, son complementarios: Las horas muertas es, díganos, el libro del yo; Pliegos de cordel, el de los otros.” (1970: 331) El conflicto, como ya anticipamos es común a ambas entregas, plegado hacia el mundo interior, digamos, en el primero, y hacia el mundo exterior, en el segundo. La infancia, que tanta importancia poseerá en ambos libros, y que puede ser uno de los ejes vertebradores más importantes de este ciclo, posee, por poner un ejemplo, en “El patio”
(1959: 18- 21; 2011: 151, 153), un trato más íntimo e individual que en, pongamos por caso, “Aprendiendo a ver claro” (1963: 15- 28 ; 2011: 201, 203), más explícito y social.
(cont.)
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