JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)
NI EL TÍO NI EL SOBRINO
ACTO PRIMERO
ESCENA VII
EUGENIO, DON CARLOS, DON MARTÍN.
DON CARLOS.
Adiós, señor don Eugenio:
¿Cómo va?
(Le alarga la mano a EUGENIO, que se retira hacia atrás, deja caer una mesa, cae y quiebra un recado de china.)
EUGENIO.
Bueno. ¡Caramba!
Ya perdí el tino, caí.
DON MARTÍN.
Maldito de Dios, levanta:
¡Ojalá te hubieras muerto,
que has de destrozar la casa!
EUGENIO.
Si yo...
(Levantándose.)
DON MARTÍN.
Si tú, si el demonio.
DON CARLOS.
Sosiéguese usted. ¿Qué gana
con enfadarse? Lo malo
es el recado de tazas,
que ya valdrá alguna cosa.
DON MARTÍN.
Cuesta un ojo de la cara,
y no estoy para hacer gastos
a cada instante. ¿Se gana
así el dinero, mostrenco
botarate, majagranzas
atolondrado, no ves?
EUGENIO.
Si estaba detrás...
DON MARTÍN.
Estaba...
en los infiernos había
de estar penando tu alma;
un recado de café,
el mejor que había en España.
EUGENIO.
Si no lo vi, si yo iba
a saludar, si pensaba...
DON MARTÍN.
Si tú siempre estás pensando
allá en las mil musarañas.
DON CARLOS.
Déjele usted: ¿a qué viene
enfadarse?, ¿qué ganaran
si no se rompiese el barro
las gentes que lo trabajan?
DON MARTÍN.
Buen consuelo me da usted.
EUGENIO.
Yo... no... más...
DON MARTÍN.
Si no te callas
te he de romper la cabeza.
EUGENIO.
Es que yo...
DON MARTÍN.
Vamos, pues, habla.
EUGENIO.
Yo... no sé... ¿qué he de decir?
DON CARLOS.
Y cómo, ¿cuánto costaba
esa china?
DON MARTÍN.
¡Qué pregunta!
Costaba lo que costaba,
y estoy yo para decirlo.
DON CARLOS.
Ha comprado mi madrastra
hace días...
DON MARTÍN.
(Con enfado.)
Está bien.
DON CARLOS.
Usted, amigo, se enfada
por la más mínima cosa.
DON MARTÍN.
Pues no, que tendremos calma:
¿soy yo de piedra para estar
siempre aguanta que te aguanta
cuanto quiera hacer el niño?
Gaznápiro, siempre en jauja
aturdido, atolondrado,
sin saber lo que le pasa.
Siempre rompiendo los trastos,
todo lo atropella y mancha;
por cualquier cosa se asusta;
si le miran, si le hablan
no sabe que responder.
Con esas manos de lana
todo se le cae: no hay día
que no haga una nueva gracia;
siempre tropieza con todo:
sin ir más lejos, en casa
ayer de doña Clarita
se sentó en una guitarra,
se levantó sin concierto,
medio rompió una ventana,
echó al suelo cuatro sillas,
todos riendo en su cara;
y no eres ya ningún niño,
zamacuco, con más barbas
que un capuchino y más tonto
que pichote.
DON CARLOS.
Repasata
de marca mayor es ésta.
Eugenito.
EUGENIO.
Toma, cansa
tanto sermón; pues iremos
siempre mirando a las pajas:
pues tengo yo pocas cosas
sobre mí: pues ahí es nada:
yo no debo...
DON MARTÍN.
¿Qué no debes?
EUGENIO.
Yo no dIigo...
DON MARTÍN.
Vaya, habla...
EUGENIO.
Como yo... como... porque...
y ya no tengo más gana...
DON CARLOS.
Hable usted, si es que usted puede.
DON MARTÍN.
No se te entiende palabra;
eres un ganso.
EUGENIO.
Yo sí;
eso es por la muchacha.
DON MARTÍN.
¿Qué muchacha?
EUGENIO.
¿Qué? Por ella.
DON MARTÍN.
¡Qué ella ni qué morondanga!
DON CARLOS.
(Apuesto a que es por la Luisa;
aquí va a armarse otra danza.)
EUGENIO.
Pues por ella.
DON MARTÍN.
Calla, necio.
Si te atreves a mirarla...
EUGENIO.
Si no es eso.
DON MARTÍN.
¿Pues qué es?
EUGENIO.
¡Toma! Que todos se casan.
DON CARLOS.
Quiere decir que ya sabe
la boda de usted.
DON MARTÍN.
(Ya escampa.)
¿Y qué dicen de mi boda?
DON CARLOS.
Profetizan...
DON MARTÍN.
Vamos... vaya.
DON CARLOS.
Que se verá usted cordero
antes que llegue la Pascua
transformado por la bruja
de la vieja y la muchacha,
que también pondrá sus medios.
DON MARTÍN.
Eso es mentira, y no basta
(Al decir esto toca con la mano a EUGENIO.)
mi paciencia para oír
semejantes patochadas
EUGENIO.
Yo sin culpa; ¿a mí por qué?
Usted perdone; ¡pues vaya!
DON MARTÍN.
Yo no me acuerdo de ti.
DON CARLOS.
Vamos, paz, no haya otra danza.
DON MARTÍN.
Es envidia, es porque ven
que la prefiero y me ama.
Les he de dar en los ojos:
mañana mismo, mañana
me he de casar.
DON CARLOS.
Yo convengo;
pero tenga usted cachaza
si es que quiere usted saber...
DON MARTÍN.
Yo no quiero saber nada.
DON CARLOS.
No me pise usted, Eugenio.
EUGENIO.
Si yo no... voy a otra sala.
Perdone usted, mil perdones
(A DON CARLOS.)
le pido a usted; él se enfada
y yo no tengo... ¿a mí qué?...
(Vase.)
DON MARTÍN.
Pues no me venga con chanzas
ni con burletas, que haré
ver que yo no aguanto ancas;
ya me conocen, ya saben
que si empiezo tengo el alma
muy bien puesta... yo soy tardo,
pero si armo una pelaza...
DON CARLOS.
Habrá una marimorena
más linda que unas mialmas
mas no sea usted temerario
ni haga usted una asonada;
yo cuento lo que me dicen.
DON MARTÍN.
Le dicen a usted una sarta
de picardías y embustes.
DON CARLOS.
Es un horror; pero vaya,
hablando claro, ¿usted tiene
un documento, una carta
siquiera, que pruebe o diga
quiénes son esas dos damas,
una cosa que convenza
cómo o cuándo doña Paca
caso con don Juan Renzuelo?
¿Sabe usted cuál es la causa
que redujo a esas señoras
de la opulencia a la nada?
¿Por qué nadie las conoce?
¿Por qué con nadie se tratan?
¿Y usted con qué relaciones
se introdujo en esa casa?
(Con intención.)
Se dice que fue...
DON MARTÍN.
Don Carlos,
tiene usted por lengua un hacha;
yo visité a esa familia
con intenciones muy sanas,
las conozco muy a fondo;
son pobres, sí, pero honradas.
Ya sabe usted no soy santo,
ni el defensor de las faldas,
que no me falta experiencia,
que estoy harto de tratarlas,
Usted habrá oído, sin duda,
por ahí cómo las muchachas
me tratan de seductor,
que de mi persona y trazas
me valgo y después lo digo;
sin que parezca jactancia,
madres hay que compran lentes
por si su vista no alcanza
dónde el tiro de mis ojos
hiere las hijas; sé varias
que al verme venir de lejos
se largan con la pollada
como gallinas cluecas:
yo me río a carcajadas;
voy, las sigo, las alcanzo,
las saludo, llego a hablarlas...
Eso a las viejas las vuela,
pero a las hijas, ¿qué causa
hay para que yo les quite
la miajilla de esperanza?
vamos, usted ve en Madrid,
es lo mismo en toda España,
en gran parte de Inglaterra
y en casi toda la Italia.
Ya se ve, con mi presencia,
mis maneras, mi elegancia,
rico tren, bailes y el raut
asombro de estas honradas
españolas que no saben
más que vals y limonada,
si me aman mil mujeres
es preciso perdonarlas.
Sepa usted que es este cura
de muchas lágrimas causa.
En cuantas cortes he estado
me teme la diplomacia,
los militares me tiemblan
y todos los nobles rabian;
ya se ve, ¡si al llegar yo
se les despiden sus damas!
y como saben a más
que me sé poner en guardia
(Haciendo el movimiento de esgrima que indica el diálogo)
Y yo no las solicito,
(Con vanidad)
ellas se vienen rodadas.
Hombre, me dijo en Berlín
un joven de la Embajada,
por Dios...
DON CARLOS.
Por Dios, deje usted
lo demás para mañana,
que se me va usted huyendo
de la cuestión empezada.
DON MARTÍN.
Amigo, se me olvidó;
dígame usted de qué hablaba.
DON CARLOS.
De las pobres...
DON MARTÍN.
Sí, ya caigo;
repito, pobres y honradas;
voy a contarle a usted todo,
porque sé que en Madrid charlan.
DON CARLOS.
Ya lo he dicho, es un horror,
los chismes hierven que espanta.
DON MARTÍN.
Calle usted y óigame hablar,
don Carlos; yo deseaba,
porque era amigo y tenía
con él cuentas atrasadas,
saber de don Juan Renzuelo;
siempre me salieron vanas
las más vivas diligencias;
decían unos fue a La Habana,
pasó a Méjico, al Perú;
otros, no sabemos nada;
murió me dijeron varios,
pero no lo aseguraban;
un día me oyó este chico,
Ambrosio, el valet de chambra,
y me dijo había servido
a una tal doña Paca.
Quintañones de Renzuelo;
que esta tal se lamentaba
por un tal don Juan Renzuelo,
que se le fue a la otra banda;
al momento pasé a verla
y salió lo que pensaba:
Juan, que era un derrochador,
se casó y dejó plantada
su mujer joven y linda
con una niña y sin blanca.
Admire usted la virtud;
la infeliz de doña Paca
en medio de la pobreza
ha guardado siempre intacta
su fama y la de su hija,
que no es poco en la desgracia.
Mientras se mantuvo moza
halló proporciones altas
para volverse a casar;
pero la pobre ignoraba
su estado hasta que Dios quiso
que un chico alférez llegara
de Lima, que la contó
que una bomba le hizo plasta
su marido junto a Lima...
no caigo cómo se llama,
en el sitio... ¡qué memoria!...
DON CARLOS.
(Con ironía.)
De Caracas.
DON MARTÍN.
Me parece, sí, señor.
DON CARLOS.
Pues será...
DON MARTÍN.
Por ahí le anda.
Ya se ve, informado de esto,
al punto las traje a casa,
a más que a Juan le debía,
y cumple quien debe y paga.
Luego he visto documentos,
y ahí está el padrón que canta.
DON CARLOS.
¿Cobrará la viudedad?
DON MARTÍN.
Hasta eso, no cobra nada,
porque se casó en secreto.
Esa es historia muy larga.
DON CARLOS.
Pues no me la cuente usted.
DON MARTÍN.
He de hacerlas pensionadas.
DON CARLOS.
¡Qué pensión! Usted no sabe
lo que una niñita gasta
en cachivaches y dijes
cuando en la corte se halla
y en el rango que a Luisita
la pondrán las circunstancias
si se casa con usted.
DON MARTÍN.
Y que ahora no tiene nada
eso también lo sé yo,
y es de bastante importancia
esa razón
(Pensativo.)
DON CARLOS.
Y otras mil.
Usted es un joven, sus gracias,
su talento, su...
DON MARTÍN.
(Con vanidad.)
Adelante.
DON CARLOS.
Su esclarecida prosapia
de usted le deben hacer
pensar en cosa más alta;
una mujer que le iguale
en patrimonio, y que traiga
con un dote regular
una condición más clara.
Yo no digo que Luisita
sea de clase oscura o baja...
DON MARTÍN.
(¿Por qué será este interés?
¿Si querrá éste a la muchacha?)
(Como distraído y disgustado.)
Pues, bueno...; está bien, veremos;
yo tengo que hacer, me aguardan;
hablaremos más despacio...
DON CARLOS.
¡Y usted que desprecia tantas!
más corrido que una liebre,
ha de caer en la trampa
como si fuera usté un niño
cayéndosele la baba;
esas mujeres...
DON MARTÍN.
(Con enfado.)
Muy bien.
DON CARLOS.
Cuanto más buenas y santas
parecen ser, son acaso
más dobles y más taimadas;
pero, ¿qué, usted no me escucha?
DON MARTÍN.
Escuchando a usted estaba.
(Estoy tragando veneno.)
DON CARLOS.
Yo no sé, pero la cara
de la madre...
DON MARTÍN.
Sí, es verdad.
DON CARLOS.
Y después, ahí que no es nada
un casamiento, ¡friolera!
Al considerar las malas
consecuencias que eso suele
traer consigo, se espanta
el hombre más atrevido;
requiere tener más alma
el que se casa en el día
que el que asalta una muralla;
pero, ¿está usted distraído?
DON MARTÍN.
He de escribir unas cartas.
(¡Qué importuno!)
DON CARLOS.
Seguiré
refiriendo lo que hablan
por ahí, en Madrid, de usted.
DON MARTÍN.
Suplico a usted... creo que basta.
(No hay duda, el bribón la quiere,
y hace tiempo por si pasa
o sale Luisa.)
DON CARLOS.
Un momento.
DON MARTÍN.
Yo tengo que hacer.
DON CARLOS.
Mil gracias.
Si usted tiene que escribir...
DON MARTÍN.
No es echarle a usted de casa.
DON CARLOS.
Si no fueran ya las dos,
(Mira el reloj.)
y que un amigo me aguarda,
aún siguiéramos hablando.
DON MARTÍN.
(Maldita sea tu charla
sempiterna.) ¿Y hacia dónde?
DON CARLOS.
Voy un rato a la Fontana.
DON MARTÍN.
Vaya usted con Dios, don Carlos.
DON CARLOS.
Servidor de usted.
(Vase.)
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