JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)
NI EL TÍO NI EL SOBRINO
ACTO TERCERO.
ESCENA VII
EUGENIO, LUISA.
EUGENIO.
Le mataron, estoy cierto;
murió, como si lo viera.
Luisita (y él no está aquí;
quedó el tío en la refriega),
señora, ¿está usted llorando?
No me da a mí menos pena;
mas no ha sido culpa mía;
yo bien quise... bien quisiera...
haberlo estorbado; él
se buscó el riesgo; me pesa
que le hayan muerto.
LUISA.
¡Eugenito!
¡Ay, cielos!
EUGENIO.
¿Y cuántos eran
los asesinos? Yo he visto
subir uno la escalera
con una cara de hereje...
Yo iba bajando de prisa,
di con él un tropezón
por mirarle, y con tal fuerza
me empujó, que a poco más
voy rodando hasta la puerta
de la calle.
LUISA.
¡Ay! Ese es
mi tirano.
EUGENIO.
Sí, pues buena
facha tiene el angelito.
¿Y ha visto usted la pelea?
¿Se ha defendido mi tío?
¿Le mataron sin defensa?
¿Dónde está su cuerpo, eh?
LUISA.
Mayor desgracia me espera,
¡ay!, Eugenio, si usted tiene
alma, honor, delicadeza,
socórrame usted, socorra
usted, ¡ay!, a una doncella
sin amparo, una mujer
infeliz, que a usted se entrega,
que no tiene más consuelo
que usted, y que le confiesa
a usted la triste pasión
que para aumentar su pena
ha tenido que guardar
en silencio...
EUGENIO.
¿Con que es cierta
la muerte de Barandilla?
Usted teme que le ofendan,
como ha muerto sin testar,
mis parientes; ¡suerte adversa!
No veo remedio ninguno.
Voy a pensar...
(Se lleva la mano a la frente.)
Piensa, piensa. ¿Y sobre qué he de pensar?
(Dándose un golpe en la frente.)
Métase usted en la bodega;
yo no encuentro otro recurso;
al sótano antes que vengan;
voy por las llaves, ¡Ambrosio!
(Gritando.)
Sí, Luisita, a la bodega.
LUISA.
Calle usted, por Dios, Eugenio;
lo que más nos interesa
es el silencio.
EUGENIO.
¿Y por qué?
LUISA.
Por Dios, Eugenito, atienda
usted a lo que yo digo;
no se aturda usted, si intenta
favorecerme.
EUGENIO.
Es preciso
gritar para que me entiendan;
perdone usted, siga usted;
¡que siempre a mi me suceda
lo que a ninguno en el mundo
le sucedió! ¡Qué tragedia!
LUISA.
Oigame usted.
EUGENIO.
Sí, ya oigo,
ya todo yo soy orejas.
LUISA.
Ya sabe usted que su tío
me ama, que con finezas
se ha esforzado a merecer
de mí igual correspondencia,
y que mi madre también...
EUGENIO.
(¿También ha muerto la vieja?
Me lo pensé.)
LUISA.
Sabe usted,
me quiere casar por fuerza
EUGENIO.
Yo creí que con mi tío,
y es con otro... otro que tenga
más... más...
LUISA.
Calle usted
le contaré mis tristezas.
EUGENIO.
Bien dicen que nunca sale
aquello que uno se piensa.
Conque... ¿otro?
LUISA.
No, Eugenio;
es con él con quien intentan
casarme, y preferiría
arrojarme de cabeza
a un pozo primero que
darle mi mano por fuerza.
Nunca, jamás, no; la llama
que en mi pecho se alienta
no es por él, Eugenio mío;
perdóname si yo ciega,
(Se pone de rodillas.)
puesta a tus pies, te declaro
mi pasión, pasión eterna
digna de ti y de mí misma
que todo mi pecho quema.
Sácame, Eugenio, de aquí;
condúceme adonde quieras;
mírame, Eugenio; tu Luisa
por su dicha te lo ruega.
¿Me amas, dí?
EUGENIO.
Ya me pensaba
yo que era así; la doncella
me lo dijo. Luisa mía,
levanta, y haz lo que quieras
de mí. (Será menester
ahora casarme con ella
para cumplir por mí tío
como ha muerto.) Sí, que venga
el cura, pronto, corriendo;
vamos, vamos a la iglesia.
Te quiero más...
LUISA.
Qué dichosa
soy al oír sus ternezas!
Otra vez vuelve a mi alma
la esperanza; sí, ya empieza
mi pecho a estar más tranquilo,
vamos, Eugenio, ¿qué esperas?
EUGENIO.
(Pues , señor, viva el ingenio.
Saqué bien las consecuencias.)
Yo no espero nada; vamos,
que pongan la carretela;
los lacayos, los cocheros,
las criadas, las doncellas,
los mozos de cuadra, todos
es necesario que vengan.
Vamos, Luisa, ¿llamo?
(Va a tocar la campanilla.)
LUISA.
¡Eugenio!
Tú has perdido la cabeza;
tranquilízate; ¿te olvidas
de cómo estamos, no piensas
que será preciso que
nuestra boda sea secreta?
EUGENIO.
¡Ah! Sí ' es verdad, por el luto
del tío; las papeletas
de su entierro es lo primero
que hay que hacer.
LUISA.
¿Qué papeletas?
EUGENIO.
Y también las de tu madre.
LUISA.
¿Te burlas? (¡Ay, qué cheveta!
Si éste nos ha de valer,
soy perdida.) ¿Me desprecias?
EUGENIO.
¡Despreciarte, Luisa mía!
No; sino pienso en las reglas
que viviendo en sociedad
manda guardar la etiqueta;
ahora esta casa es mía,
y yo soy quien manda en ella
desde la muerte...
LUISA.
¿Qué muerte?
EUGENIO.
La de mi tío, ¡friolera!
LUISA.
Pues si no ha muerto tu tío.
EUGENIO.
¿Cómo que no? ¿Pues tú misma
no me has dicho que murió?
LUISA.
¿Yo?
EUGENIO.
Y tu madre,
LUISA.
¡Qué cabeza!
Si no es eso, Eugenio mío.
¿Cómo juzgas que quisieran
unirme a tu tío entonces?
¿Si mi madre no viviera,
quién había?...
EUGENIO.
¿Conque vive
y es sólo que te chanceas
por divertirte conmigo?
¿Y luego, cuál es la pena
que tanto te aflige?
LUISA.
Conque
¿no entendiste?
EUGENIO.
Ni una letra.
LUISA.
Tú no me quieres, Eugenio.
EUGENIO.
Conque, ¿no ha habido pelea,
y el tío vive?
LUISA.
Ese es
el mayor mal que me aqueja.
EUGENIO.
Su vida o su muerte, ¿cuál?
Vaya, díme lo que sientes;
explícate de una vez.
LUISA.
Eugenio, lo que desea
tu Luisa en tanta desdicha
es que a sacarla te ofrezcas
de aquí ahora, y más que luego
suceda lo que suceda.
¿Te decides?
EUGENIO.
¿A sacarte?
Vaya, bien, eso no cuesta
mucho trabajo; ya caigo,
el tío salió, y tú intentas
saber lo que ha sido de él.
LUISA.
(Irritada.)
No. ¡Jesús y qué tontera!
Quiero casarme contigo
y no con tu tío.
EUGENIO.
Dijeras
eso mismo hace una hora,
y al momento te entendiera.
Vaya, vamos.
LUISA.
Es preciso
que aquí ninguno me vea
salir contigo de casa,
y que busques la manera
de disfrazarme.
EUGENIO.
¿Un disfraz?
Bien pensado; pronto, ¡ea!,
ponte mi frac, mi sombrero,
(Se quita el frac y el sombrero y se lo pone a LUISA.)
que voy a salir afuera
a quitarme el pantalón,
me voy a quedar en piernas;
no importa, tú eres primero;
es menester que te vengas
conmigo; yo con la capa
me embozaré; es cosa hecha...
LUISA.
¡Ay, Eugenio! Ven, despacha.
EUGENIO.
¿Qué me despache?
DON MARTÍN.
(Desde fuera.)
Esas velas,
que no se las coma el gato;
hoy quiero yo ver la cuenta.
LUISA.
¡Ay, que viene don Martín!Eugenio, escóndete, vuela.
(EUGENIO, sin frac ni sombrero, huye por un lado y por otro sin saber adónde ir, y tropieza contra una mesa. LUISA le pone el sombrero, le echa la casaca encima y le mete dentro de la alcoba.)
EUGENIO.
Ya está aquí; ya me cogió;
tropecé, malditas mesas.
LUISA.
Aquí; toma esa casaca;
escóndete aquí y espera
ahí, detrás de esas cortinas;
cuidado cómo resuellas.
Ayer a las 23:53 por Lluvia Abril
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