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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 21 Sep 2020, 06:12

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO SEGUNDO.

    ESCENA DÉCIMA

    DON MARTÍN, EL CORONEL, AMBROSIO.



    Con una carta en la mano, que entregará a DON MARTÍN.

    AMBROSIO.
    Esta carta que han traído,
    y aguardan que usted responda
    al momento.

    (Vase.)
    DON MARTÍN.

    (Mirando el sobre.)
    Es de don Carlos.

    ¡Qué demonio de tramoya!

    (La abre y se pasa la mano por los ojos.)
    No sé, no puedo leer:
    hasta los ojos me brotan
    ira. (Da la vuelta a la carta.) Renzuelo, ven, hombre:
    este don Carlos me acosa,
    y yo... ni aun puedo leer...
    CORONEL.
    Hasta lo negro le estorba;
    tienes la carta al revés;
    ven acá, así se coloca;
    por aquí empieza.
    DON MARTÍN.
    Sí, lee.

    CORONEL.
    Tú estás que todo te azora,
    y a fe que la letra es clara,

    (Lee para sí.)
    y la cartita, aunque es corta,
    es compendiosa: te cita
    al campo de aquí a una hora.
    DON MARTÍN.
    A ver, lee, Renzuelo, lee;
    acaso tú te equivocas.
    CORONEL.
    Está visto que don Carlos
    te quiere mal.
    DON MARTÍN.
    Dale, bola;

    lee, por Dios.
    CORONEL.
    Allá voy;

    tú estás ahí que te ahogas.
    Pues, señor, y dice así:

    «Señor don Martín Barandilla, Muy Señor mío: Los insultos entre caballeros sólo se satisfacen con la espada, y como yo creo que usted lo es, espero que esta tarde, a las cuatro y media, se hallará usted en el Canal con las armas que elija y el padrino que haya de acompañarle. Allí estaré yo con el mío, y entretanto queda de usted su seguro servidor, el que su mano besa, Carlos de Lara.»
    DON MARTÍN.
    ¡Ay, Renzuelo, qué congoja!
    Voy a hacer mi testamento.
    CORONEL.
    Corazoncillo de monja,
    ten ánimo.
    DON MARTÍN.
    Yo soy viejo,

    y la sociedad perdona
    a los viejos el batirse;
    a mi edad ya no hay camorras.
    CORONEL.
    A menos que no se busquen,
    porque mucho te equivocas
    si piensas que con la edad
    ya del derecho se goza
    de insultar sin riesgo; y luego,
    ¿tú no eras joven ahora
    poco?
    DON MARTÍN.
    Perdí la cabeza;

    déjame que me reponga
    de este susto inesperado,
    de esta continua zozobra;
    vamos arriba, que voy
    a hacer testamento en forma.
    CORONEL.
    ¿Qué diablo de testamento
    vas a hacer? Lo que te importa
    es ir a ver a don Carlos;
    vamos, ven.

    (Le coge de un brazo, temblando le saca fuera.)
    DON MARTÍN.
    ¿Y las pistolas?

    CORONEL.
    Ven, hombre, ven, no seas plomo.
    DON MARTÍN.
    ¡Ay! ¡Tu primo!
    CORONEL.
    Martín, porras,

    Martín, cuernos, arrastrando
    te he de llevar.
    DON MARTÍN.
    Que me ahogas.



    FIN DEL ACTO SEGUNDO.



    _________________
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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:19

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA I

    DON JUAN, DON CARLOS, DON MARTÍN.

    CORONEL.
    En las islas Filipinas
    dejé yo los cumplimientos;
    se estará una hora a la puerta
    el herido con el muerto;

    (Volviéndose hacia la puerta.)
    el cadáver de Martín
    ordeno que entre primero.
    DON MARTÍN.

    (Desde fuera.)
    No, señor, que aquí yo mando.
    Si no entra don Carlos, no entro.
    DON CARLOS.

    (Entrando.)
    Ea, pues.
    DON MARTÍN.
    Así me gusta,

    señores, tomad asiento.
    Hoy estoy muy quebrantado.
    DON CARLOS.
    Será la culpa del tiempo.
    CORONEL.
    Sí, que a los viejos no prueba
    en estos días de invierno
    andar fuera de techado
    a todas horas y en cuerpo;
    mas tú por lucir el talle...
    Vaya, lo mismo se encuentra
    que le dejé a mi partida.
    DON MARTÍN.
    En cuanto a robusto es cierto;
    pero ya tengo más juicio.
    CORONEL.
    Debieras: la edad al menos...
    DON MARTÍN.
    (Este va a desaprobar
    la boda.) Hombre, no es eso:
    Mira, Juan, cuando salimos
    a buscar al caballero
    el asunto corría prisa,
    el coche no estaba puesto,
    la capa me impide andar,
    y por eso salí en cuerpo:
    no te pienses que estoy malo;
    algo de dolor de huesos...
    CORONEL.
    Entonces será el reuma,
    que se ha hecho absoluto dueño
    hace más de cuarenta años
    de tu físico.
    DON MARTÍN.
    No es cierto.

    Tengo mi cuerpo muy sano.
    CORONEL.
    Vaya, pues muy buen provecho;
    pero hablemos de otra cosa,
    que nos importa más que eso;
    DON CARLOS.
    por lo pasado
    creo está usted satisfecho;
    Martín me parece que
    ha confesado su yerro
    manifestándole a usted
    que eran faltas de su genio.
    DON MARTÍN.
    (Este condenado de hombre,
    ¿a que resucita muertos?)
    Lo que dije a usted, de veras,
    como lo dije lo siento,
    que era usted mi íntimo amigo,
    que yo tenía dos duelos,
    el uno de hombre a hombre,
    y otro con mis sentimientos;
    que no sé si en mis palabras
    anduve un poco indiscreto,
    y si fue, pido perdón
    a quien mil favores debo;
    que yo no guardo rencor;
    en fin, que no dije aquello...
    DON CARLOS.
    Señores, yo ya he olvidado
    el lance poco halagüeño
    que a los dos nos indispuso.
    CORONEL.
    No me esperaba yo menos.
    DON MARTÍN.
    Aquí dio fin la tristeza;
    no se vuelva a hablar más de eso;
    Carlos, alarga la mano;
    contigo sin cumplimientos;
    tú por tú, de hoy adelante.
    DON CARLOS.
    Bien, hombre.
    DON MARTÍN.
    Di algo al menos;

    habla ahora más que sea
    de la bo...

    (Calla al acordarse del CORONEL.)
    DON CARLOS.
    ¿Del casamiento

    que usted quiere contraer?
    ¿Y al cabo está usted resuelto?
    DON MARTÍN.
    Hombre, si yo necesito...
    CORONEL.
    ¿Quieres tener heredero,
    no es verdad?
    DON CARLOS.
    ¿Pero el señor

    no es su...?
    DON MARTÍN.

    (Interrumpiendo.)
    Cuanto me alegro

    que hayas venido de América.
    Es su padre (A DON CARLOS) , sí, silencio.
    DON CARLOS.

    (A DON MARTÍN.)
    Usted quiere darle chasco.
    (No me parece pequeño
    el que vas a llevar tú.)
    CORONEL.
    ¿Con qué diablos de secretos
    andas ahí, Barandilla?
    ¿Estás echando requiebros
    a don Carlos?
    DON MARTÍN.
    Sí; le pido

    que disimule mi genio;
    soy tan vivo...

    (Meneando la cabeza muy deprisa.)
    Pues me caso
    mi querido Juan Renzuelo.
    CORONEL.
    Pues amigo Barandilla,
    no conocerás tus nietos.
    Hablando formal, Martín,
    si me dicen qué más quiero,
    ser célibe o ser marido,
    conforme me estoy me quedo;
    pero no por eso creas
    que si casas bien lo siento.
    DON MARTÍN.
    (Cómo se hace el solterón
    el maldito, y es mi suegro.)
    Caso con mujer hermosa,
    recogida, y un modelo
    de virtud; muy poco amiga
    de lujo, bailes, paseos;
    hija de padres muy nobles,
    y en cuanto a rica, veremos.
    CORONEL.
    Sólo es rica con que tenga
    virtud y recogimiento.
    La hermosura, Barandilla,
    en mujer propia es lo menos,
    y aun pienso que está de más
    para la mujer de un viejo.
    DON MARTÍN.
    Siempre acabas la oración
    con ese mismo argumento.
    Tú vendrás hecho un indiano,
    con más doblones que pelos.
    CORONEL.
    Hombre, no soy poderoso,
    pero traigo algún dinero.
    DON MARTÍN.
    (Mi arca, llamada mazmorra,
    va a tragarse tus talegos.)
    Sí, ¿eh!, conque ¿vienes rico?
    Pues, señor, vaya, me alegro;
    ya no estoy pobre tampoco.
    No te pienses que soy Creso;
    pero el día de la boda
    verás no me porto menos.
    Ni Camacho, ni Cleopatra
    dieron un festín tan bueno
    como el mío: de Inglaterra
    he de traer cocineros,
    y de los más afamados,
    los mismos que me sirvieron
    cuando di un combite en Londres
    al rey Jorge, que ya ha muerto.
    DON CARLOS.
    Es noticia.
    DON MARTÍN.
    Si en España

    no saben ni freír huevos.
    Veréis qué mesa. Os convido.
    CORONEL.
    Y no temas que faltemos.
    ¿Pero cuándo es esta boda?
    ¿Con quién es el casamiento?
    Dílo claro.
    DON MARTÍN.
    Don Juanito,

    no se puede decir eso.
    Carlos, no le digas nada,
    porque quiero sorprenderlo.
    DON CARLOS.
    Hombre, extraño la advertencia
    cuando me ves hecho un muerto.
    (Tratar de tú a don Martín
    es tutear a mi abuelo.)
    DON MARTÍN.
    Tú verás, mi coronel,
    lo que te tengo dispuesto.
    CORONEL.
    Pues, señor, bien.
    DON CARLOS.
    (Yo lo silbo

    si es cual pienso el desenredo;
    callo, y él se las avenga,
    cásese o quede soltero.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:20

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA II

    DON JUAN, DON CARLOS, AMBROSIO (A la puerta.), DON MARTÍN (Echándole de ver.)

    DON MARTÍN.
    ¿Qué quieres, segundo Judas?
    AMBROSIO.
    ¿Puede usted oír un secreto?
    DON MARTÍN.
    Allá voy.

    (Se acerca a la puerta.)
    CORONEL.
    Señor don Carlos,

    Martín ha perdido el seso.
    DON CARLOS.
    En tocando al amor propio
    solamente es loco o necio,
    pero juicioso y sagaz
    en asuntos de comercio.
    Yo no sé...
    AMBROSIO.

    (A DON MARTÍN.)
    Mi señorita

    me ha dicho que quiere verlo
    a usted pronto, que está en ascuas,
    y que va a entrar al momento
    si no se van las visitas;
    que haga usted se vayan presto;
    y afirmó su impaciencia
    con más de veinte corriendos.
    DON MARTÍN.
    Ya se ve, tiene razón.
    (Más yo he de echar a Renzuelo,
    si no el plan...) Ve y díle, Ambrosio,
    que voy a salir y vuelvo
    al instante.
    AMBROSIO.
    Está muy bien.

    DON MARTÍN.

    (A los dos.)
    ¿Qué se piensa caballeros?
    ¡Hombres!, se me había olvidado
    ir a tomar el refresco.
    Vamos pronto, levantarse.
    Será espléndido.
    CORONEL.
    No entiendo

    a qué santo vas a darnos
    ese dichoso refresco.
    DON MARTÍN.
    Refresco como yo doy
    cuando salgo bien de un duelo.
    CORONEL.
    Verdad es; yo no caía...
    DON CARLOS.
    Vamos allá...
    DON MARTÍN.
    Id saliendo.


    (Vanse.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:21

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA III

    AMBROSIO.
    Pues, señor, no cabe duda;
    si yo no ato mal los cabos,
    Juan Renzuelo, coronel,
    coronel americano,
    que antes de ir a las Indias
    ya era amigo de mi amo.
    Ítem más, que don Martín
    le llamó el resucitado.
    ¡Ay!, que sí salgo con bien
    le compro una vela a un santo.
    ¡y yo que le dije, ¡burro!,
    que serví siendo muchacho
    en casa de doña Paca
    cuando el marido enfadado
    pilló las de Villadiego...
    ya se ve, para afirmarlo!
    ¡Quién lo había de pensar!
    Yo en verdad no siento tanto
    que don Martín me despida
    sin abonarme el salario,
    que es lo más que hace; yo temo
    que sepa anduve en el ajo
    el bueno del coronel,
    y que fui testigo falso,
    que entonces da fin la historia
    de Ambrosio, el más fiel criado:
    ¡Ay! aquí llega la víctima:
    voy a decírselo claro,
    que las bebidas amargas
    mejor se pasan de un trago,


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:22

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA IV

    LUISA, AMBROSIO

    LUISA.

    (Con sentimiento.)
    Ambrosio, dime, ¿no ha vuelto
    ese corazón helado?
    AMBROSIO.

    (Imitándola.)
    No, señora, que no ha vuelto
    que hace poco se marcharon
    Don Carlos, él y su suegro,
    aquel coronel indiano
    padre de mi señorita,
    cuando éramos dos muchachos:
    aquel que aplastó una bomba
    en el sitio del Callao;
    con don Juan Renzuelo, digo,
    que está vivo y ha llegado.
    LUISA.
    ¿Ambrosio, no me conoces?,
    ¿o tú estás loco o borracho?
    AMBROSIO.
    ¡Ojalá, doña Luisita,
    me viese usted hecho un Baco!
    Más tan cierto es lo que digo
    como aquí los dos estamos.
    LUISA.
    Oye, dí, ¿qué señas tiene?
    Responde sin estudiarlo;
    él es bajo de estatura.
    AMBROSIO.
    No, señora, no, que es alto,
    y en salvo la parte tiene
    un chirlo de más de un palmo.
    LUISA.
    (En la guerra del francés
    dicen que le hirió un polaco
    en la cara.) Sigue, Ambrosio.
    AMBROSIO.
    Color moreno atezado,
    un sí es no es algo cojo,
    y unos pelos como un diablo,
    tiesos, un bigote...
    LUISA.
    Calla,

    que me estás asesinando.
    ¿Conque es algo cojo?
    AMBROSIO.
    Un poco

    me ha parecido carranco
    de tal pierna como ésta.
    LUISA.
    (Ahí mismo tiene un balazo.)
    Voy con madre, que le sabe
    toda la vida y milagros
    lo mismo que el Padrenuestro.
    Sigue, Ambrosio.

    (Cada vez con más sobresalto.)
    AMBROSIO.
    Voy andando;

    pero por mí estoy seguro
    que el coronel ha llegado.
    LUISA.
    Que me matas, mira, Ambrosio,
    cuando te oigo asegurarlo.
    Sí... es cierto...
    AMBROSIO.
    ¿Qué le da a usted?

    LUISA.
    Tenme, tenme, que me caigo.

    (La sienta en una silla.)
    AMBROSIO.
    Pues, señor, no me faltaba
    sino que le dure el pasmo,
    que entre ahora don Martín,
    que piense que la he hecho algo,
    que sin cuerpo de delito
    castigue en mí el por si acaso,
    que me encierre, que descubra
    aquel pastel entretanto,
    que averigüe el coronel
    que yo también lo he amasado,
    que le pida a Barandilla
    me suelte y él me eche el gancho,
    cata que salí de Herodes
    para caer en Pilatos
    el coronel me desuella...
    ¡San Bartolomé! Yo escapo.

    (Va a irse y llama DOÑA PACA a la puerta.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:31

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA V (*)

    LUISA, AMBROSIO y DOÑA PACA.

    DOÑA PACA.

    (Desde fuera.)
    Don Martín, ¿se puede entrar?
    AMBROSIO.
    Vaya, lo mismo es, la suegra.
    Hazte cuenta, pobre Ambrosio,
    que te echaron a las fieras.
    También soy víctima yo
    de las uñas de una vieja.
    DOÑA PACA.

    (Entrando.)
    Como oigo ruido en el cuarto,
    valida de la franqueza...

    (Arrojándose a él y cogiéndole del brazo.)
    ¿Qué es lo que miro, canalla?
    ¿Qué le has hecho?, ya está muerta.
    AMBROSIO.
    Suelte usted, no la he hecho nada.
    DOÑA PACA.
    Quién fuera perro de presa.
    AMBROSIO.
    Suélteme usted, por la Virgen,
    si no pierdo la paciencia.
    DOÑA PACA.
    Dí, ¿qué has hecho, picarón?
    AMBROSIO.
    Nada; que lo diga ella.
    DOÑA PACA.
    No es posible, algo muy malo
    será, que no es de las hembras
    que por todo se desmayan,
    y ahora lo está de veras.
    Hija de mis ojos, díme
    si este hijo de una perra
    te hizo o quiso hacer
    alguna cosa perversa.
    AMBROSIO.
    Lo dije.
    LUISA.
    No, madre mía,

    no fue él, ¡ojalá fuera!
    DOÑA PACA.
    Pues hablad pronto; decidme
    qué cosa, quién fue y quién sea
    el autor de este trastorno.
    LUISA.
    A mí me faltan las fuerzas;
    ¡ay, madre de mis entrañas!
    Cuando usted misma lo sepa...
    DOÑA PACA.
    Ambrosio...
    AMBROSIO.
    Que su marido

    de usted ha vuelto de América.
    DOÑA PACA.
    ¿Qué marido?
    AMBROSIO.
    El coronel

    don Juan Renzuelo.
    DOÑA PACA.
    La lengua

    te había de hacer añicos
    por infame y embustero;
    no te espantes (A LUISA.) , que una bomba
    lo aplastó como una breva;
    tan (A AMBROSIO.) muerto estuvieras tú
    podrido y comiendo tierra.
    AMBROSIO.
    Pues lo he visto con mis ojos.
    LUISA.
    Sí, mamá; ya estamos frescas;
    sin haberlo oído nunca,
    me ha dado todas las señas;
    la cicatriz, la estatura,
    el color y la cojera;
    vamos, todas.
    DOÑA PACA.
    No te asustes,

    que ése es el moro, tontuela.
    AMBROSIO.
    ¿Se llama el moro don Juan?
    ¿Se llama Renzuelo, y llega
    de América hace muy poco?
    ¿Tiene con mi amo franqueza
    para tratarlo de tú?
    ¿Es moro de paz o guerra?
    Pues éste al entrar en casa
    le dio con toda su fuerza
    a mi amo veinte abrazos,
    se hicieron dos mil finezas.

    (Esto lo hará imitando con DOÑA PACA lo que vio hacer a DON JUAN y a DON MARTÍN.)
    Yo lo vi.
    «Adiós, viejo», dijo al amo,
    y el amo: «Adiós, calavera.
    ¡Hombre!, ¿tú has resucitado?
    yo te creía en la huesa...»
    DOÑA PACA.
    Quita allá, que estoy difunta.
    AMBROSIO.
    Vaya, ¿está usted satisfecha?
    DOÑA PACA.
    ¿Tú lo viste?
    AMBROSIO.
    Yo lo vi.

    DOÑA PACA.
    ¿Lo oíste?
    AMBROSIO.
    Con mis orejas.

    DOÑA PACA.
    ¿Y es lo mismo que lo dices?
    AMBROSIO.
    Como lo dice mi lengua.
    DOÑA PACA.
    Pues adiós yerno, adiós casa,
    adiós coche y adiós mesa,
    adiós criados con frac,
    adiós modista y doncella...
    AMBROSIO.
    Que a mí me espera la cárcel
    y a ustedes dos la galera.
    DOÑA PACA.
    ¡Cómo! ¿Ya ultrajas, villano,
    dos damas en la pobreza?
    No, señor; aún no, hija mía,
    tu madre aún no desalienta
    ni desmaya al primer golpe;
    muchos recursos me quedan.
    Vamos a tratar las dos
    cómo gobernamos esto...
    LUISA.
    (Estoy muerta.)

    Sí, escucho; siga usted, madre.
    DOÑA PACA.
    Él al fin es el que hereda
    por derecho a don Martín,
    no seas tonta, ¿estás? Lo pescas,
    y así por un lado u otro
    hemos de coger la hacienda.
    Al fin él es su sobrino,
    y tarde o temprano es fuerza
    que lo perdone... y los hijos
    que enternecen a una piedra.
    Yo entre tanto aquí me quedo
    para lamentar tu pérdida.
    Sostendré que el coronel
    es mi marido, que intenta
    por fin de su mala vida
    deshonrarme, que me niega
    porque le sé sus milagros;
    ya sé el papel que me queda
    que hacer, y mucho será
    que a don Martín no convenza.
    LUISA.
    Pero mire usted que Eugenio
    es un hombre sin cabeza,
    y no sabe lo que se hace,
    y...
    DOÑA PACA.
    ¡Qué remedio! Ello es fuerza
    salir, hija, del pantano
    de cualquier modo que sea.
    Vamos, sosiégate, Luisa;
    tú no tienes la experiencia
    de tu madre, y es preciso
    que hagas lo que te aconseja
    por tu bien; enjuga ya
    esas lágrimas, serena
    un poco esa cara; Ambrosio
    era preciso estuviera
    ahora aquí para llamar
    a Eugenio, que el tiempo vuela
    y él puede tardarse mucho
    en venir; ¡cómo la enreda
    el diablo cuando uno menos
    lo piensa! Cuando se cierra
    una puerta otra se abre;
    si no fuera mi experiencia...
    Ten ánimo, hija. El demonio
    de ese coronel, que llega
    para trastornar mis planes
    allá de un millón de leguas.
    Cuántos se han ido y no han vuelto,
    y él vuelve, maldito él sea.
    LUISA.
    Bien, mamá; por una parte,
    si salimos bien de esta
    trapisonda, al cabo, aunque
    me case con un tronera,
    no doy la mano a un emplasto
    de viejo...
    DOÑA PACA.
    Calla, que llega

    alguno.

    (Se acerca a la puerta y vuelve.)
    Es Eugenio; a tiempo

    viene; Luisa, ten firmeza;
    yo me voy; te dejo sola;
    cuidado cómo la enredas.

    (Vase.)


    (*) LA ESCENA VI NO APARECE EN EL TEXTO, QUE SIN EMBARGO PARECE TENER SOLUCIÓN DE CONTINUIDAD CON LA ESCENA VII


    _________________
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:33




    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA VII

    EUGENIO, LUISA.

    EUGENIO.
    Le mataron, estoy cierto;
    murió, como si lo viera.
    Luisita (y él no está aquí;
    quedó el tío en la refriega),
    señora, ¿está usted llorando?
    No me da a mí menos pena;
    mas no ha sido culpa mía;
    yo bien quise... bien quisiera...
    haberlo estorbado; él
    se buscó el riesgo; me pesa
    que le hayan muerto.
    LUISA.
    ¡Eugenito!

    ¡Ay, cielos!
    EUGENIO.
    ¿Y cuántos eran

    los asesinos? Yo he visto
    subir uno la escalera
    con una cara de hereje...
    Yo iba bajando de prisa,
    di con él un tropezón
    por mirarle, y con tal fuerza
    me empujó, que a poco más
    voy rodando hasta la puerta
    de la calle.
    LUISA.
    ¡Ay! Ese es

    mi tirano.
    EUGENIO.
    Sí, pues buena

    facha tiene el angelito.
    ¿Y ha visto usted la pelea?
    ¿Se ha defendido mi tío?
    ¿Le mataron sin defensa?
    ¿Dónde está su cuerpo, eh?
    LUISA.
    Mayor desgracia me espera,
    ¡ay!, Eugenio, si usted tiene
    alma, honor, delicadeza,
    socórrame usted, socorra
    usted, ¡ay!, a una doncella
    sin amparo, una mujer
    infeliz, que a usted se entrega,
    que no tiene más consuelo
    que usted, y que le confiesa
    a usted la triste pasión
    que para aumentar su pena
    ha tenido que guardar
    en silencio...
    EUGENIO.
    ¿Con que es cierta

    la muerte de Barandilla?
    Usted teme que le ofendan,
    como ha muerto sin testar,
    mis parientes; ¡suerte adversa!
    No veo remedio ninguno.
    Voy a pensar...

    (Se lleva la mano a la frente.)
    Piensa, piensa. ¿Y sobre qué he de pensar?

    (Dándose un golpe en la frente.)  
    Métase usted en la bodega;
    yo no encuentro otro recurso;
    al sótano antes que vengan;
    voy por las llaves, ¡Ambrosio!

    (Gritando.)
    Sí, Luisita, a la bodega.
    LUISA.
    Calle usted, por Dios, Eugenio;
    lo que más nos interesa
    es el silencio.
    EUGENIO.
    ¿Y por qué?

    LUISA.
    Por Dios, Eugenito, atienda
    usted a lo que yo digo;
    no se aturda usted, si intenta
    favorecerme.
    EUGENIO.
    Es preciso

    gritar para que me entiendan;
    perdone usted, siga usted;
    ¡que siempre a mi me suceda
    lo que a ninguno en el mundo
    le sucedió! ¡Qué tragedia!
    LUISA.
    Oigame usted.
    EUGENIO.
    Sí, ya oigo,

    ya todo yo soy orejas.
    LUISA.
    Ya sabe usted que su tío
    me ama, que con finezas
    se ha esforzado a merecer
    de mí igual correspondencia,
    y que mi madre también...
    EUGENIO.
    (¿También ha muerto la vieja?
    Me lo pensé.)
    LUISA.
    Sabe usted,

    me quiere casar por fuerza
    EUGENIO.
    Yo creí que con mi tío,
    y es con otro... otro que tenga
    más... más...
    LUISA.
    Calle usted

    le contaré mis tristezas.
    EUGENIO.
    Bien dicen que nunca sale
    aquello que uno se piensa.
    Conque... ¿otro?
    LUISA.
    No, Eugenio;

    es con él con quien intentan
    casarme, y preferiría
    arrojarme de cabeza
    a un pozo primero que
    darle mi mano por fuerza.
    Nunca, jamás, no; la llama
    que en mi pecho se alienta
    no es por él, Eugenio mío;
    perdóname si yo ciega,

    (Se pone de rodillas.)
    puesta a tus pies, te declaro
    mi pasión, pasión eterna
    digna de ti y de mí misma
    que todo mi pecho quema.
    Sácame, Eugenio, de aquí;
    condúceme adonde quieras;
    mírame, Eugenio; tu Luisa
    por su dicha te lo ruega.
    ¿Me amas, dí?
    EUGENIO.
    Ya me pensaba

    yo que era así; la doncella
    me lo dijo. Luisa mía,
    levanta, y haz lo que quieras
    de mí. (Será menester
    ahora casarme con ella
    para cumplir por mí tío
    como ha muerto.) Sí, que venga
    el cura, pronto, corriendo;
    vamos, vamos a la iglesia.
    Te quiero más...
    LUISA.
    Qué dichosa

    soy al oír sus ternezas!
    Otra vez vuelve a mi alma
    la esperanza; sí, ya empieza
    mi pecho a estar más tranquilo,
    vamos, Eugenio, ¿qué esperas?
    EUGENIO.
    (Pues , señor, viva el ingenio.
    Saqué bien las consecuencias.)
    Yo no espero nada; vamos,
    que pongan la carretela;
    los lacayos, los cocheros,
    las criadas, las doncellas,
    los mozos de cuadra, todos
    es necesario que vengan.
    Vamos, Luisa, ¿llamo?

    (Va a tocar la campanilla.)
    LUISA.
    ¡Eugenio!

    Tú has perdido la cabeza;
    tranquilízate; ¿te olvidas
    de cómo estamos, no piensas
    que será preciso que
    nuestra boda sea secreta?
    EUGENIO.
    ¡Ah! Sí ' es verdad, por el luto
    del tío; las papeletas
    de su entierro es lo primero
    que hay que hacer.
    LUISA.
    ¿Qué papeletas?

    EUGENIO.
    Y también las de tu madre.
    LUISA.
    ¿Te burlas? (¡Ay, qué cheveta!
    Si éste nos ha de valer,
    soy perdida.) ¿Me desprecias?
    EUGENIO.
    ¡Despreciarte, Luisa mía!
    No; sino pienso en las reglas
    que viviendo en sociedad
    manda guardar la etiqueta;
    ahora esta casa es mía,
    y yo soy quien manda en ella
    desde la muerte...
    LUISA.
    ¿Qué muerte?

    EUGENIO.
    La de mi tío, ¡friolera!
    LUISA.
    Pues si no ha muerto tu tío.
    EUGENIO.
    ¿Cómo que no? ¿Pues tú misma
    no me has dicho que murió?
    LUISA.
    ¿Yo?
    EUGENIO.
    Y tu madre,
    LUISA.
    ¡Qué cabeza!

    Si no es eso, Eugenio mío.
    ¿Cómo juzgas que quisieran
    unirme a tu tío entonces?
    ¿Si mi madre no viviera,
    quién había?...
    EUGENIO.
    ¿Conque vive

    y es sólo que te chanceas
    por divertirte conmigo?
    ¿Y luego, cuál es la pena
    que tanto te aflige?
    LUISA.
    Conque

    ¿no entendiste?
    EUGENIO.
    Ni una letra.

    LUISA.
    Tú no me quieres, Eugenio.
    EUGENIO.
    Conque, ¿no ha habido pelea,
    y el tío vive?
    LUISA.
    Ese es

    el mayor mal que me aqueja.
    EUGENIO.
    Su vida o su muerte, ¿cuál?
    Vaya, díme lo que sientes;
    explícate de una vez.
    LUISA.
    Eugenio, lo que desea
    tu Luisa en tanta desdicha
    es que a sacarla te ofrezcas
    de aquí ahora, y más que luego
    suceda lo que suceda.
    ¿Te decides?
    EUGENIO.
    ¿A sacarte?

    Vaya, bien, eso no cuesta
    mucho trabajo; ya caigo,
    el tío salió, y tú intentas
    saber lo que ha sido de él.
    LUISA.

    (Irritada.)
    No. ¡Jesús y qué tontera!
    Quiero casarme contigo
    y no con tu tío.
    EUGENIO.
    Dijeras

    eso mismo hace una hora,
    y al momento te entendiera.
    Vaya, vamos.
    LUISA.
    Es preciso

    que aquí ninguno me vea
    salir contigo de casa,
    y que busques la manera
    de disfrazarme.
    EUGENIO.
    ¿Un disfraz?

    Bien pensado; pronto, ¡ea!,
    ponte mi frac, mi sombrero,

    (Se quita el frac y el sombrero y se lo pone a LUISA.)
    que voy a salir afuera
    a quitarme el pantalón,
    me voy a quedar en piernas;
    no importa, tú eres primero;
    es menester que te vengas
    conmigo; yo con la capa
    me embozaré; es cosa hecha...
    LUISA.
    ¡Ay, Eugenio! Ven, despacha.
    EUGENIO.
    ¿Qué me despache?
    DON MARTÍN.

    (Desde fuera.)
    Esas velas,

    que no se las coma el gato;
    hoy quiero yo ver la cuenta.
    LUISA.
    ¡Ay, que viene don Martín!Eugenio, escóndete, vuela.


    (EUGENIO, sin frac ni sombrero, huye por un lado y por otro sin saber adónde ir, y tropieza contra una mesa. LUISA le pone el sombrero, le echa la casaca encima y le mete dentro de la alcoba.)

    EUGENIO.
    Ya está aquí; ya me cogió;
    tropecé, malditas mesas.
    LUISA.
    Aquí; toma esa casaca;
    escóndete aquí y espera
    ahí, detrás de esas cortinas;
    cuidado cómo resuellas.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:35

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA VIII

    EUGENIO, LUISA, DOÑA PACA (Entra por donde EUGENIO va a esconderse.)

    EUGENIO.
    Me pisó...
    DOÑA PACA.
    Quítate de ahí,

    Luisa, pon cara risueña,
    que viene.


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:36

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA IX

    LUISA, EUGENIO, DOÑA PACA, DON MARTÍN.

    DON MARTÍN.
    Señoras, vuelvo.

    LAS DOS.
    ¡Ay!, que sea enhorabuena.
    DOÑA PACA.
    ¿Salió usted bien? Y don Carlos
    ¿ha quedado en la palestra?
    ¿Ha quedado usted en paz?
    LUISA.
    ¡Ay, mí don Martín, qué pena!
    EUGENIO.

    (Sacando la cabeza.)
    Le ha llamado su Martín!
    ¡Está loca!
    DOÑA PACA.
    ¡Si supiera

    usted cuánto me costó
    contener a Luisa! Apenas
    entró el moro, que venía
    de parte del buena pieza
    de don Carlos...
    DON MARTÍN.
    Doña Paca,

    don Carlos en la contienda
    se ha portado como hombre;
    yo le paré la primera
    estocada; me repuse,
    y respondiéndole en tercia
    le desarmé; es todo un hombre;
    yo le estimo, y él me aprecia;
    me debe la vida.
    DOÑA PACA.
    ¿Y qué

    dijo el moro?
    DON MARTÍN.
    Mi destreza

    y mi calma me valieron.
    LUISA.
    ¿Y el moro?
    DON MARTÍN.
    ¿Moro?
    DOÑA PACA.
    Esa fiera

    que usted, recelaba tanto,
    que me tiene casi vuelta
    la cabeza.
    DON MARTÍN.
    ¿El moro?
    DOÑA PACA.
    Sí.

    Ese moro que amedrenta
    con sólo verlo.
    DON MARTÍN.
    Señora,

    usted pienso que está fuera
    de su juicio; usted delira;
    dale con el moro, y vuelta
    con el moro; usted sin duda
    no sabe lo que se pesca.
    ¿Qué moro ni qué ocho cuartos?
    DOÑA PACA.
    El moro de la pendencia.
    LUISA.
    El padrino de don Carlos.
    DON MARTÍN.
    ¡Ah, el turco! Pues está buena
    la equivocación; el moro;
    ¿quién diablos había, así, a tientas,
    de atinar por ese nombre?
    (Será menester a éstas
    decirles que estaba el turco.)
    Ya le dije buenas frescas;
    le hice callar.
    DOÑA PACA.
    ¿Con que estaba

    allí ese turco? ¿Y qué señas
    tiene, que dicen que asusta
    con su cara y la presencia
    que tiene de un tigre? ¡Ay, Dios!
    Luisa y yo estábamos muertas.
    DON MARTÍN.
    Pues yo con mi sangre fría
    le dije que se pusiera
    en vez de don Carlos, y ese
    de quien tantas cosas cuentan,
    cuando me vio puesto en guardia,
    calló y usó de prudencia.
    DOÑA PACA.
    ¿Con que el turco estaba allí?
    ¿Lo ves, Luisa, cómo era
    el turco? ¿Es alto?
    DON MARTÍN.
    Es un hombre

    más largo que la Cuaresma;
    la cara ancha, ojos grandes,
    unos bigotes de media
    vara, mirada de Herodes,
    cejijunto, y unas fuerzas...
    DOÑA PACA.
    (Ese pícaro de Ambrosio...)

    DON MARTÍN.
    Como un jayán; con cualquiera
    cuando va él por la calle
    que le mira o le tropieza,
    aunque le pida perdón
    ya se sabe que la enreda;
    pero conmigo, señora,
    esos matones encuentran
    la horma de su zapato;
    ya me conocen; ¡me tiemblan!
    DOÑA PACA.
    Conque ¿tuvo miedo el turco?
    LUISA.
    (Ya respiro.) Martín mío,
    por Dios, que no vuelva usted
    a enredar otro conflicto;
    tenga usted piedad de mí
    si me tiene algún cariño.
    DOÑA PACA.
    De una viuda y de una huérfana;
    sí, por Dios, don Martinito.
    (No me paga Ambrosio el susto
    aunque se volviera mico.)
    ¿Conque don Carlos y usted
    han quedado tan amigos?
    DON MARTÍN.
    Eso es claro; mas que nunca
    después de este desafío;
    me debe la vida; pero,
    señoras mías, es preciso
    que esto quede entre nosotros
    y que ni el más leve indicio
    haya del lance; los hombres
    se baten sin meter ruido;
    el que va al campo es valiente,
    y el vencedor y el vencido
    quedan iguales; así,
    lo que aquí a ustedes he dicho
    sobre el combate es forzoso
    no volver a repetirlo;
    pudiera ofenderse Carlos,
    no que a mí me importe un pito;
    pero no es del vencedor
    noble insultar al vencido.
    ¿Están ustedes? Conque,
    silencio, yo lo suplico.
    DOÑA PACA.
    Por mí nada se sabrá.
    LUISA.
    Pues yo nunca a nadie digo
    esta boca es mía.
    DOÑA PACA.
    Y yo

    sé muy bien guardar sigilo.
    (Voy a hablarle de Renzuelo.)
    Bien lo decía mi marido,
    que, a pesar de todo, nunca
    guardó secreto conmigo.
    DON MARTÍN.
    ¿Qué diría usted, doña Paca,
    si estuviese don Juan vivo?
    DOÑA PACA.
    ¡Ay, Jesús!... ¡Qué más quisiera
    yo que saberlo de fijo!
    Pero no se burle usted;
    no vive, no; ¡pobrecito!
    Está ya comiendo tierra,
    y usted, don Martín, ha visto
    mi fe de viuda; ¡infeliz!,
    le perdió su genio vivo;
    quien busca el peligro, ¡ay!,
    muere al cabo en el peligro;
    dicen verdad.
    LUISA.
    (¡Ay! ¡Él es!

    ¡Ay, mamá! )
    DON MARTÍN.
    (Será preciso

    ir despacito, no sea
    que las mate el regocijo.)
    ¿Y si yo dijera a ustedes
    que hace poco que le ha visto
    uno que ha vuelto de América,
    que es amigo suyo y mío,
    y que le ha dejado allí
    bueno y sano, y con designio
    de volverse por acá;
    por fin que se halla aquí mismo,
    que yo le he visto y le he hablado?
    DOÑA PACA.
    ¡Don Martín! ¡Juan está vivo!
    (No hay duda, Luisa, aquí está.)
    ¿De veras?
    LUISA.
    ¿De positivo?

    DOÑA PACA.
    ¡Bendito Dios! Conque, ¿fue
    mentira lo que se dijo?
    Ya tienes padre, hija mía.
    ¿Pero cómo? ¡Qué delirio!
    ¡Ay, don Martín, de mi alma!
    No puede ser: ¿mi Juan vivo?
    ¿Pues no murió en el Callao?
    ¿No lo dijo así aquel chico
    alférez que al lado suyo
    le vio caer? ¿No han venido
    cartas que nos lo afirmaban?
    ¿Y, en fin, hasta el cura mismo
    que me dio la fe de viuda?
    ¿Y ahora está Renzuelo vivo?
    (Vete, Luisa; busca a Eugenio.)
    DON MARTÍN.
    Pues ahora yo le afirmo
    a usted que vive don Juan.
    (Ya es necesario decirlo
    todo.)
    DOÑA PACA.

    (A LUISA.)
    (Salte y que te lleve

    adonde pueda ahora mismo.)
    LUISA.
    ¡Ay! Mamá, ¿será verdad?
    DON MARTÍN.
    Y está aquí en Madrid, y ha sido
    el que en esta jaranilla
    me ha servido de padrino,
    DOÑA PACA.
    ¿Y fue aquel que usted creyó
    que era el turco?
    DON MARTÍN.
    Pues el mismo.

    DOÑA PACA.

    (A LUISA.)
    (Vete, Luisa.)

    (LUISA se echa a llorar.)
    ¡Cómo llora,

    la pobre de regocijo!
    (Me lleva el demonio, vete.)
    DON MARTÍN.
    Y ahora ya con su permiso
    me casaré con mi Luisa.
    Vamos, ya papá está vivo.
    No llore usted; ese llanto

    (Tomándole las manos a LUISA.)
    yo lo enjugaré, ángel mío;
    y no pasa de mañana,
    mañana, sí, verifico
    mi casamiento. (A DOÑA PACA.) Esta noche
    verá usted a su marido.
    DOÑA PACA.

    (Con sobresalto.)
    ¿Y si él me desprecia y no
    quiere hacer la paz conmigo?
    DON MARTÍN.
    Eso queda de mi cuenta;
    yo ya sé cómo avenirlo
    a todo.
    DOÑA PACA.
    No vuelvo en mí...

    ¿Quién dijera?
    DON MARTÍN.

    (A LUISA.)
    Vaya, un mimo

    de usted pondrá todo en orden;
    pero ¿por qué esos suspiros?
    LUISA.
    ¡Ay! Calle usted, que no puedo
    hablar; ¡siento un sudor frío!...
    DON MARTÍN.
    La sorpresa.
    DOÑA PACA.
    ¿Y dónde está?

    DON MARTÍN.
    Yo voy a verle ahora mismo.
    Está aquí en este café
    del lado.
    DOÑA PACA.
    ¡Oh, Dios! He sentido

    la campanilla; él será.
    DON MARTÍN.

    (Asomándose a la puerta.)
    Él es.
    LUISA.

    (Corre precipitadamente a la alcoba.)
    ¡Él es!
    DOÑA PACA.
    ¡Qué martirio!

    EUGENIO.

    (Abre la puerta y mira.)
    ¡Qué bulla! ¿Qué es? ¡Aquí vienen!
    Cierro, que me mira el tío.

    (Cierra.)
    DON MARTÍN.
    Huyan ustedes; escóndanse
    ahí en la alcoba.
    LUISA Y DOÑA PACA.

    (Empujando la puerta.)
    ¡Eugenito!


    (DOÑA PACA y LUISA gritan y huyen por la puerta del fondo.)
    DON MARTÍN.

    (Volviendo.)
    Que viene.


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:38

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA X

    DON MARTÍN, EL CORONEL.

    DON MARTÍN.
    Le cuento todo,

    y así me caso tranquilo.

    (Entra EL CORONEL.)
    CORONEL.
    Hombre, te marchaste tú;
    don Carlos fue por la capa;
    me dejasteis hecho un zote
    y así, me he vuelto a tu casa.
    Noto que estás pensativo;
    ¿qué haces ahí hecho una estatua?
    DON MARTÍN.
    Tú, Juan, eres hombre honrado;
    debes perdonar las faltas
    a quien las tuyas perdona;
    por ley divina y humana
    estás obligado a eso.
    CORONEL.
    ¿De cuándo acá, Martín, hablas
    corno padre de misión?
    Explícate, pues. ¿Qué faltas
    son esas? A nadie debo;
    ninguno me debe nada;
    ni ofendido ni ofensor,
    espero tomar venganza;
    sin parientes en el mundo,
    ni me ríen, ni me ladran.
    Con que un hombre como yo,
    solo...
    DON MARTÍN.
    Mide tus palabras,

    que tal vez te está escuchando
    quien pudiera contrariarlas.
    CORONEL.
    ¿A que eres tú, Barandilla?
    Pues mira, están perdonadas,
    y ahorrémonos el trabajo
    de decirlas y escucharlas.
    DON MARTÍN.
    Tú nunca me has ofendido
    más que en algunas palabras,
    como...
    CORONEL.
    ¿Y a quién con las obras?

    DON MARTÍN.
    A gentes más allegadas;
    examina bien, Renzuelo,
    toda tu vida pasada,
    y mide con juicio recto
    las relaciones que te atan
    a la sociedad; entonces
    socorre con mano franca
    los seres a quien privaste
    del fruto que les tocaba.
    Piensa, Juan, piensa en los tiempos
    de tus mil calaveradas,
    que la mancha de tu vida
    ahora puedes borrarla,
    y probarás las dulzuras
    que te tengo reservadas.
    Mira, Juan, que no es a mí
    a quien debes y no pagas.
    CORONEL.
    ¿Pues a quién demonios debo?
    ¡Qué seres ni calabazas!
    ¿Ni qué examen de conciencia
    para encontrar una mancha?
    ¿Qué relaciones son esas,
    ni qué mil calaveradas?
    Revienta.
    DON MARTÍN.
    Tú ya me entiendes;

    pero eres terco, y te aguantas.
    CORONEL.
    Perdemos las amistades
    si no te explicas.
    DON MARTÍN.
    Pensaba,

    mi querido Juan Renzuelo,
    merecerte más confianza.
    Antes que te las presente
    prométeme perdonarlas.
    CORONEL.
    Martín, ¿qué misterio es éste?
    Repito están perdonadas.
    DON MARTÍN.
    Yo pensaba sorprenderte
    con mi nueva desposada,
    para que el gozo del día
    te hiciese olvidar la causa
    que te obligó, con razón
    o sin ella, a abandonarlas;
    pero viendo es imposible
    que en silencio se efectuara
    este plan...
    CORONEL.
    O tú hablas griego

    o estoy, Barandilla, en Babia.
    Hombre, ¿por qué me enjaretas
    esa relación tan larga,
    sin pies ni cabeza, pero
    que a mi ver nunca la acabas?
    DON MARTÍN.
    Juan, extraño la frescura
    con que mientes en mis barbas.
    CORONEL.
    Martín, ¡vive Dios!, te mato
    o me dices de quién hablas.
    DON MARTÍN.
    ¿Las perdonas?
    CORONEL.
    Voto a sanes;

    digo que están perdonadas.
    DON MARTÍN.
    ¿Me das una?
    CORONEL.
    Y también dos.

    DON MARTÍN.
    ¿Perdonas a doña Paca?
    CORONEL.
    Pues haz cuenta, Barandilla,
    que hasta ahora no has dicho nada.
    DON MARTÍN.
    ¿Cómo que no? Tu mujer
    y tu hija desdichada,
    las dos, a no ser por mí,
    ya estuvieran enterradas.
    Pero si las niegas, Juan,
    si tienes tales entrañas
    que niegas a una hija tuya...
    CORONEL.
    Cuidado que estás machaca
    ¡Qué hija ni qué demonio!
    DON MARTÍN.
    Hasta a las fieras ablanda
    el llanto de sus cachorros;
    ¿será tan dura tu alma
    que al llanto de la inocencia
    se cierre, y en la desgracia
    mires tu esposa y tu hija
    sin querer, no ya auxiliarlas,
    siquiera reconocerlas?
    CORONEL.
    ¿Tienes mi familia en casa?
    (Está loco, y su manía
    será preciso aguantarla.)
    DON MARTÍN.
    ¡Hola! Conque, ¿ya confiesas?
    Aquí están.
    CORONEL.
    ¡Quiero abrazarlas!

    DON MARTÍN.
    Yo lo más que puedo hacer
    es ayudarte a buscarlas.

    (Va hacia la alcoba y abre.)
    ¡Canario! ¿Dónde se han ido?
    CORONEL.
    Martín, ya basta de chanza,
    que yo no tengo mujer.
    DON MARTÍN.
    ¿Ya vuelves a las andadas?
    ¡Renzuelo!(Voy al retrete
    que allí están, y me olvidaba.)

    (Vuelve a la alcoba y supone que detiene a DOÑA PACA, que iba a escapar.)
    CORONEL.
    Vaya, no hay duda, está loco.
    DON MARTÍN.

    (Dentro.)
    ¿Dónde va usted, doña Paca?
    Ya el hombre está arrepentido:
    vamos a abrazarle.
    CORONEL.
    ¡Calla!

    DON MARTÍN.
    No se me resista usted,
    doña Paca; vamos, vaya.
    ¿Lo ve usted, buena señora?
    Más blando está que una malva.
    Yo y mi madre te pedimos,

    (Se arrodillan delante del CORONEL.)
    rendidos aquí a tus plantas,
    que la perdones, y que
    me des tu bendición santa
    para casarme con Luisa.
    CORONEL.
    ¡Mi bendición! Pues tomadla,
    caballero, yo os la otorgo.
    DON MARTÍN.

    (Tirándole de la mano a la vieja.)
    Hínquese usted, doña Paca.
    CORONEL.
    ¿Y esta señora es mi esposa?
    DON MARTÍN.

    (Levantándose.)
    ¿Tendrás valor de negarla
    como tal en su presencia?
    CORONEL.
    ¿Y es con ésta con quien casas?
    DON MARTÍN.
    No te burles, Juan.
    CORONEL.
    ¿Y usted
    para engañar a este maula
    se ha servido de mi nombre?
    DON MARTÍN.
    Háblele usted, doña Paca;
    confúndale usted; ¿qué hace
    usted, sin hablar palabra?


    (En este momento entra EUGENIO, haciendo abrir de golpe la puerta que va a la escalera y corriendo precipitadamente.)



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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:39

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA XI

    DON MARTÍN, EL CORONEL, DOÑA PACA, EUGENIO

    EUGENIO.
    Aquí está; caí en el lazo;

    (Va a huir por otro lado y tropieza con DON MARTÍN.)
    me persigue la desgracia.
    DON MARTÍN.

    (Deteniéndole por el brazo.)
    ¿Dónde vas, demonio, dí,
    o te echo por la ventana?
    DOÑA PACA.
    (Los cogieron. ¡Ay mi Luisa!)
    CORONEL.
    Este ha salido por magia.
    EUGENIO.
    Suelte usted, suelte usted, tío;
    ¡ay!, ¡ay!, que he perdido el habla.
    DON MARTÍN.
    Maldito, dime, ¿en qué enredos,
    en qué peloteras andas?
    EUGENIO.
    Yo no, por culpa de Luisa...
    DON MARTÍN.
    ¡Qué Luisa ni qué azofaifas!
    EUGENIO.
    Sí, señor, por Luisa ha sido.
    DOÑA PACA.
    (¡Ay, hija mía de mi alma!
    Este loco va a acabar
    de perdernos.)
    CORONEL.
    ¿En qué danzas

    andas metido, Martín?
    DON MARTÍN.
    El demonio que las arma
    con este maldito aquí.
    Dí (A EUGENIO.) , Lucifer, ¿de quién hablas?
    ¿De qué Luisa?
    EUGENIO.
    De la hija

    de... Yo, que me la llevaba
    porque ella me dijo...
    DON MARTÍN.
    ¡Infame!

    Yo te he de romper el alma.
    CORONEL.
    Pero déjale que hable.


    (Entra DON CARLOS con LUISA, toda demudada y contra su voluntad.)


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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:41

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA XII

    DON MARTÍN, EL CORONEL, DOÑA PACA, EUGENIO, DON CARLOS, LUISA.

    DON CARLOS.
    Esta señorita estaba
    en el portal con Eugenio;
    que trataba de llevarla
    a dar un paseo nocturno;
    y Eugenio, como se espanta
    de cualquier cosa...
    DON MARTÍN.
    ¡Tunante!

    EUGENIO.
    Señores... yo...
    CORONEL.
    Martín, basta;

    deja al señor proseguir.
    (¡Madre e hija, par de maulas
    más completo!)
    DON CARLOS.
    Pues prosigo.

    Dejó Eugenito a su dama,
    se aturdió y echó a correr;
    yo, viendo a Luisa asustada,
    la he hecho volver, aunque creo
    que esta vuelta no la agrada.
    DON MARTÍN.

    (Volviéndose a DOÑA PACA.)
    ¿Y qué quiere decir esto,
    doña Paca o doña diabla?
    DOÑA PACA.

    (Con enfado.)
    Yo no sé.
    EUGENIO.

    (Muy desesperado y meneando la cabeza.)
    ¡Por vida de...!

    DON MARTÍN.
    Explíquese usted. ¡Caramba!
    DOÑA PACA.
    Ambrosio tiene la culpa,
    y para hacer cuentas claras,
    quiere decir que yo soy
    una mujer desgraciada.
    DON MARTÍN.
    ¿Pero es éste su marido?...
    CORONEL.
    ¿Qué marido? Martín, calla;
    estas señoras querían
    ver el fondo de tus arcas,
    y se han engañado bien.
    DON CARLOS.
    Sucedió lo que pensaba.
    EUGENIO.
    ¡Por vida de...!
    LUISA.
    ¡Madre mía!

    DOÑA PACA.
    Ya no hay más que pecho al agua.
    DON MARTÍN.
    Si no pierdo la cabeza...
    Ese Ambrosio, ese canalla,
    ¿dónde está, que es el autor
    sin duda de estas patrañas?
    ¡Ambrosio, Ambrosio! ¿No oyes?
    CORONEL.
    Déjate un momento, aguarda,
    que voy a buscarle yo.

    (Vase.)
    DON MARTÍN.
    ¡Jesús, Jesús, qué jarana!
    ¿Pero a dónde iba usted, Luisa?
    LUISA.
    Perdone usted...

    (Yéndose a poner de rodillas.)
    DOÑA PACA.

    (Deteniéndola.)
    Hija, calla;

    vamos de aquí, ven conmigo.

    (Con ironía y descoco.)
    Señor don Martín, mil gracias.





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    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842) - Página 13 Empty Re: JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:43

    JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808 - 1842)

    NI EL TÍO NI EL SOBRINO

    ACTO TERCERO.

    ESCENA XIII

    DON MARTÍN, EL CORONEL (trae cogido de una oreja a AMBROSIO.), DOÑA PACA, EUGENIO, DON CARLOS, LUISA, AMBROSIO.

    CORONEL.
    ¡Galopín!
    DON MARTÍN.
    Pícaro, díme...

    DON CARLOS.
    Veamos esta maraña
    hasta dónde va a parar.
    DON MARTÍN.
    ¿Dí?...
    CORONEL.
    Desembrolla esta trama:

    dí, ¿quién son estas mujeres?
    AMBROSIO.
    (Me perdió mi confianza;
    cuando ya me iba a escapar
    me echaron el guante.)
    DON MARTÍN.
    Habla.
    CORONEL.
    Y si no, te doy tormento.

    AMBROSIO.
    Son madre e hija; dos damas...
    DON MARTÍN.
    Sigue, pillo; dí quién son,
    o te hago echar a las armas.
    AMBROSIO.
    Son hija y mujer de un hombre
    que sirvió a un Grande de España,
    y se llamaba Renzuelo
    como este señor se llama.
    DON MARTÍN.
    ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza, eh?
    Fuera al punto de mi casa.
    ¿Qué dirán de mí en Madrid?
    Mañana me escapo a Francia.
    LUISA.
    ¡Ay! ¡Perdón!
    DOÑA PACA.
    Fuera, sí, vamos;

    repito que muchas gracias.

    (Hace ademán de irse, y DON MARTÍN la agarra fuertemente de un brazo para detenerla.)
    DON MARTÍN.
    Aquí, bruja, vieja infame,
    que te vas con las alhajas.
    CORONEL.
    Déjalas ir.
    DON MARTÍN.
    Me costaron...

    CORONEL.
    Déjalas ya que se vayan.

    (Vanse.)
    AMBROSIO.
    Yo, señor, pido perdón
    a vuecencia de mis faltas.
    EUGENIO.
    ¡Por vida de!... Me atraparon.
    ¡He perdido una muchacha!
    DON CARLOS.
    ¿Lo ves, Martín, cómo tuvo
    el fin que yo te anunciaba?
    CORONEL.
    Barandilla, ten presente
    esta lección, aunque amarga.
    «Viejo que casa con niña
    o lleva víctima, o maula.»


    FIN DEL ACTO TERCERO Y DE LA OBRA NI EL TÍO NI EL SOBRINO.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 22 Sep 2020, 00:55

    Bien, creemos que hemos hecho una exposición bastante completa de José Espronceda. Falta alguna obra de teatro ( en prosa); una novela corta y gran cantidad de artículos periodísticos. Y faltan una inmensa cantidad de trabajos y estudios críticos sobre nuestro autor.
    Quizás volvamos en algún momento.

    Gracias por pasar.


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 24 Sep 2020, 23:45

    Sin duda alguna has dejado buena muestra de este autor, por lo que te doy las gracias.
    Mañana vengo y me pongo al día.
    Tu trabajo, que decir de tu gran dedicación, amigo mío.
    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 25 Sep 2020, 01:50

    Quizás continúe con él. Ya veremos.

    Gracias por pasar.

    Besos.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 23 Mar 2022, 13:57

    Gracias, Pascual, por tu inmenso aporte de la obra de Espronceda. Venía a este tema con la intención de aportar algún poema de Espronceda, sacado de la obra, Espronceda. Poesías líricas. El estudiante de Salamanca, de Espasa-Calpe, S.A., 1949, pero veo que todo está ya aquí aportado por ti. Gracias.

    Un fuerte abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 09 Feb 2023, 19:11

    Aunque tarde, gracias a ti, Pedro.

    U abrazo.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 01 Abr 2023, 04:14

    Creo que hay más... pero autores como Epronceda merecen una atención que yo ahora no puedo prestarle


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