por Pedro Casas Serra Dom 06 Feb 2022, 03:46
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Y 476
Me sosiego por fin. Todo cuanto ha sido vestigio y desperdicio se me borra del alma como si no hubiera sido nunca. Me quedo solo y tranquilo. La hora que ha pasado es como aquella en la que me convirtiese a una religión. Nada, sin embargo, me atrae hacia lo alto, aunque nada me ataría ya para abajo. Me siento libre, como si dejase de existir, conservando la conciencia de ello.
Me sosiego, sí, me sosiego. Una gran calma, suave como una inutilidad, desciende en mí hasta el fondo de mi ser. Las páginas leídas, los deberes cumplidos, los pasos y los acasos del vivir —todo esto se me ha vuelto una vaga penumbra, un halo apenas visible, que rodea a algo tranquilo que no sé lo que es. El esfuerzo en que puse, una u otra vez, al olvido del alma; el pensamiento, en que he puesto, una vez u otra, el olvido de la acción —ambos se me convierten en una especie de ternura sin sentimiento, de compasión vulgar y vacía.
No es el día lento y suave, nublado y blando. No es la brisa imperfecta, casi nada, poco más que el aire que ya no se siente. No es el color anónimo del cielo acá y allá azul, débilmente. No. No, porque no siento. Veo sin intención ni remedio. Asisto atento a ningún espectáculo. No siento alma, pero me sosiego. Las cosas exteriores, que están nítidas y paradas, aun las que se mueven, son para mí como para el Cristo sería el mundo, cuando desde la altura de todo, Satán le tentó. Son nada, y comprendo que el Cristo no se tentase. Son nada, y no comprendo cómo Satán, viejo de tanta ciencia, pensara que con eso tentaría.
¡Corre leve, vida que no se siente, riachuelo en silencio móvil bajo árboles olvidados! ¡Corre blanda, alma que no se conoce, murmullo que no se ve más allá de las grandes ramas caídas! ¡Corre inútil, corre sin razón, conciencia que no lo es de nada, vago brillo a lo lejos, entre claros de hojas, que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van! ¡Corre, corre, y déjame olvidar! Vago soplo de lo que no oso vivir, remedio ruin de lo que nada puede sentir, murmullo inútil de lo que no quise pensar, ve lento, ve débil, ve en torbellinos que tienes que tener y en declives que te dan, ve hacia la sombra o hacia la luz, hermano del mundo, ve hacia la flor o hacia el abismo, hijo del caos y de la Noche, recordando todavía, en cualquier rincón tuyo, que los Dioses vinieron después, y que los Dioses también pasan.
5-6-1934.
(Final del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa)
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