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Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
- Cantidad de envíos : 46988
Fecha de inscripción : 24/06/2009
Edad : 76
Localización : Barcelona
- Mensaje n°271
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
Tienes razón, Cecilia, y es que además, Pessoa habla de todo, lo divino y lo humano, es un mundo (en el doble sentido) de sugerencias.
Un fuerte abrazo.
Un fuerte abrazo.
cecilia gargantini- Administrador-Moderador
- Cantidad de envíos : 41496
Fecha de inscripción : 25/04/2009
Edad : 71
Localización : buenos aires
- Mensaje n°272
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
Y otro para vos, amigo. Graciasssss
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
- Cantidad de envíos : 46988
Fecha de inscripción : 24/06/2009
Edad : 76
Localización : Barcelona
- Mensaje n°273
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
.
230
Aquella malicia incierta y casi imponderable que alegra a cualquier corazón humano ante el dolor de los demás, y el desconsuelo ajeno, los empleo en el examen de mis propios dolores, los llevo tan lejos que en ocasiones en que me siento ridículo o mezquino gozo como si fuese otro quien lo estuviese siendo. Mediante una extraña y fantástica transformación de sentimientos, sucede que no siento esa alegría malévola y humanísima ante el dolor y el ridículo ajenos. Siento ante el envilecimiento de los demás, no un dolor, sino una incomodidad estética y una irritación sinuosa. No es por bondad por lo que sucede esto, sino porque quien se vuelve ridículo no es sólo para mí para quien se vuelve ridículo, sino también para los demás, y me irrita que alguien esté siendo ridículo para los demás, me duele que cualquier animal de la especie humana se ría a costa de otro, cuando no tiene derecho a hacerlo. De que los demás se rían a mi costa no me irrito, porque de mí hacia fuera hay un desprecio proficuo y blindado.
Más terribles que cualquier muralla, he puesto verjas altísimas para demarcar el jardín de mi ser, de modo que, viendo perfectamente a los demás, perfectísimamente los excluyo y mantengo otros.
Escoger maneras de no obrar ha sido siempre la atención y el escrúpulo de mi vida.
No me someto al Estado ni a los hombres: resisto inertemente. El Estado sólo puede quererme para una acción cualquiera. No obrando yo, nada consigue de mí. Hoy ya no se mata, y apenas puede molestarme; si eso sucede, tendré que blindar más mi espíritu y vivir más lejos dentro de mis sueños. Pero eso no ha sucedido nunca. Nunca me ha importunado el Estado. Creo que la suerte ha sabido disponer.
(Continuará)
230
Aquella malicia incierta y casi imponderable que alegra a cualquier corazón humano ante el dolor de los demás, y el desconsuelo ajeno, los empleo en el examen de mis propios dolores, los llevo tan lejos que en ocasiones en que me siento ridículo o mezquino gozo como si fuese otro quien lo estuviese siendo. Mediante una extraña y fantástica transformación de sentimientos, sucede que no siento esa alegría malévola y humanísima ante el dolor y el ridículo ajenos. Siento ante el envilecimiento de los demás, no un dolor, sino una incomodidad estética y una irritación sinuosa. No es por bondad por lo que sucede esto, sino porque quien se vuelve ridículo no es sólo para mí para quien se vuelve ridículo, sino también para los demás, y me irrita que alguien esté siendo ridículo para los demás, me duele que cualquier animal de la especie humana se ría a costa de otro, cuando no tiene derecho a hacerlo. De que los demás se rían a mi costa no me irrito, porque de mí hacia fuera hay un desprecio proficuo y blindado.
Más terribles que cualquier muralla, he puesto verjas altísimas para demarcar el jardín de mi ser, de modo que, viendo perfectamente a los demás, perfectísimamente los excluyo y mantengo otros.
Escoger maneras de no obrar ha sido siempre la atención y el escrúpulo de mi vida.
No me someto al Estado ni a los hombres: resisto inertemente. El Estado sólo puede quererme para una acción cualquiera. No obrando yo, nada consigue de mí. Hoy ya no se mata, y apenas puede molestarme; si eso sucede, tendré que blindar más mi espíritu y vivir más lejos dentro de mis sueños. Pero eso no ha sucedido nunca. Nunca me ha importunado el Estado. Creo que la suerte ha sabido disponer.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
- Cantidad de envíos : 46988
Fecha de inscripción : 24/06/2009
Edad : 76
Localización : Barcelona
- Mensaje n°274
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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231
He tenido cierto talento para la amistad, pero nunca he tenido amigos, ya porque me faltasen, ya porque la amistad que yo había concebido fuese un error de mis sueños. He vivido siempre aislado, y cada vez más aislado cuanto más consciente he sido de mí mismo.
(Continuará)
231
He tenido cierto talento para la amistad, pero nunca he tenido amigos, ya porque me faltasen, ya porque la amistad que yo había concebido fuese un error de mis sueños. He vivido siempre aislado, y cada vez más aislado cuanto más consciente he sido de mí mismo.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
- Cantidad de envíos : 46988
Fecha de inscripción : 24/06/2009
Edad : 76
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- Mensaje n°275
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
.
232
DIARIO LÚCIDO
Mi vida, tragedia fracasada bajo el pateo de los dioses y de la que sólo se ha representado el primer acto.
Amigos, ninguno. Sólo unos conocidos que creen que simpatizan conmigo y que tal vez sentirían pena si un tren me pasase por cima y el entierro fuese un día de lluvia.
El premio natural de mi distanciamiento de la vida ha sido la incapacidad, que he creado en los demás, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los demás. Todavía no he conseguido no sufrir con mi soledad. Tan difícil es conseguir esa distinción de espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia.
Nunca he concedido crédito a la amistad que me han mostrado, como no lo habría concedido al amor, si me lo hubiesen mostrado, lo que, además, sería imposible". Aunque nunca haya tenido ilusiones respecto a quienes se decían mis amigos, he conseguido siempre sufrir desilusiones con ellos: tan complejo y sutil es mi destino de sufrir.
Nunca he dudado que todos me traicionasen; y me he asombrado siempre que me han traicionado. Cuando llegaba lo que yo esperaba, era siempre inesperado para mí.
Como nunca he descubierto en mí cualidades que atrajesen a nadie, nunca he podido creer que alguien se sintiese atraído por mí. La opinión sería de una modestia estulta, si hechos sobre hechos —esos inesperados hechos que yo esperaba— no viniesen a confirmarla siempre.
No puedo concebir que me estimen por compasión, porque, aunque sea físicamente desmañado e inaceptable, no tengo ese grado de encogimiento orgánico con que entrar en la órbita de la compasión ajena, ni tampoco esa simpatía que la atrae cuando no es patentemente merecida; y para lo que en mí merece piedad, no puede haberla, porque nunca hay piedad para los lisiados del espíritu. De modo que he caído en ese centro de gravedad del desdén ajeno en el que no me inclino hacia la simpatía de nadie.
Toda mi vida ha sido querer adaptarme a esto sin sentir en exceso su crudeza y su abyección.
Es necesario cierto coraje intelectual para que un individuo reconozca valerosamente que no pasa de ser un harapo humano, aborto superviviente, loco todavía fuera de las fronteras de la internabilidad; pero es preciso todavía más valor de espíritu para, reconocido esto, crear una adaptación perfecta a su destino, aceptar sin rebeldía, sin resignación, sin gesto alguno, o esbozo de gesto, la maldición orgánica que me ha impuesto la Naturaleza. Querer que no sufra con esto es querer demasiado, porque no cabe en el ser humano el aceptar el mal, viéndolo bien, y llamarle bien; y, aceptándolo como mal, no es posible no sufrir con él.
Concebir desde fuera ha sido mi desgracia: la desgracia para mi felicidad. Me he visto como me ven los demás, y he pasado a despreciarme, no tanto porque reconociese en mí un orden tal de cualidades que mereciese desprecio por ellas, sino porque he pasado a verme como me ven los demás y he sentido un desprecio cualquiera que ellos sienten por mí. He sufrido la humillación de conocerme. Como este calvario no tiene nobleza, ni resurrección unos días después, no he podido sino sufrir con la innobleza de esto.
He comprendido que le era imposible a nadie amarme, a no ser que le faltase del todo el sentido estético; y, entonces, yo le despreciaría por ello; y que incluso simpatizar conmigo no podía pasar de ser un capricho de la indiferencia ajena.
¡Ver claro en nosotros y en cómo nos ven los demás! ¡Ver esta verdad frente a frente! Y, al final, el grito de Cristo en el Calvario, cuando vio, frente a frente, su verdad: Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?
(Continuará)
232
DIARIO LÚCIDO
Mi vida, tragedia fracasada bajo el pateo de los dioses y de la que sólo se ha representado el primer acto.
Amigos, ninguno. Sólo unos conocidos que creen que simpatizan conmigo y que tal vez sentirían pena si un tren me pasase por cima y el entierro fuese un día de lluvia.
El premio natural de mi distanciamiento de la vida ha sido la incapacidad, que he creado en los demás, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los demás. Todavía no he conseguido no sufrir con mi soledad. Tan difícil es conseguir esa distinción de espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia.
Nunca he concedido crédito a la amistad que me han mostrado, como no lo habría concedido al amor, si me lo hubiesen mostrado, lo que, además, sería imposible". Aunque nunca haya tenido ilusiones respecto a quienes se decían mis amigos, he conseguido siempre sufrir desilusiones con ellos: tan complejo y sutil es mi destino de sufrir.
Nunca he dudado que todos me traicionasen; y me he asombrado siempre que me han traicionado. Cuando llegaba lo que yo esperaba, era siempre inesperado para mí.
Como nunca he descubierto en mí cualidades que atrajesen a nadie, nunca he podido creer que alguien se sintiese atraído por mí. La opinión sería de una modestia estulta, si hechos sobre hechos —esos inesperados hechos que yo esperaba— no viniesen a confirmarla siempre.
No puedo concebir que me estimen por compasión, porque, aunque sea físicamente desmañado e inaceptable, no tengo ese grado de encogimiento orgánico con que entrar en la órbita de la compasión ajena, ni tampoco esa simpatía que la atrae cuando no es patentemente merecida; y para lo que en mí merece piedad, no puede haberla, porque nunca hay piedad para los lisiados del espíritu. De modo que he caído en ese centro de gravedad del desdén ajeno en el que no me inclino hacia la simpatía de nadie.
Toda mi vida ha sido querer adaptarme a esto sin sentir en exceso su crudeza y su abyección.
Es necesario cierto coraje intelectual para que un individuo reconozca valerosamente que no pasa de ser un harapo humano, aborto superviviente, loco todavía fuera de las fronteras de la internabilidad; pero es preciso todavía más valor de espíritu para, reconocido esto, crear una adaptación perfecta a su destino, aceptar sin rebeldía, sin resignación, sin gesto alguno, o esbozo de gesto, la maldición orgánica que me ha impuesto la Naturaleza. Querer que no sufra con esto es querer demasiado, porque no cabe en el ser humano el aceptar el mal, viéndolo bien, y llamarle bien; y, aceptándolo como mal, no es posible no sufrir con él.
Concebir desde fuera ha sido mi desgracia: la desgracia para mi felicidad. Me he visto como me ven los demás, y he pasado a despreciarme, no tanto porque reconociese en mí un orden tal de cualidades que mereciese desprecio por ellas, sino porque he pasado a verme como me ven los demás y he sentido un desprecio cualquiera que ellos sienten por mí. He sufrido la humillación de conocerme. Como este calvario no tiene nobleza, ni resurrección unos días después, no he podido sino sufrir con la innobleza de esto.
He comprendido que le era imposible a nadie amarme, a no ser que le faltase del todo el sentido estético; y, entonces, yo le despreciaría por ello; y que incluso simpatizar conmigo no podía pasar de ser un capricho de la indiferencia ajena.
¡Ver claro en nosotros y en cómo nos ven los demás! ¡Ver esta verdad frente a frente! Y, al final, el grito de Cristo en el Calvario, cuando vio, frente a frente, su verdad: Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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- Mensaje n°276
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
.
233
En todos los lugares de la vida, en todas las situaciones y convivencias, he sido siempre, para todos, un intruso. Por lo menos, he sido siempre un extraño. En medio de parientes, como de conocidos, he sido siempre como alguien de fuera. No digo que lo he sido, siquiera una sola vez, aposta. Pero lo he sido siempre por una actitud espontánea de la media de los temperamentos ajenos.
He sido siempre, en todas partes y por todos, tratado con simpatía. A poquísimos, creo, habrá alzado la voz tan poca gente, o arrugado la frente, o hablado alto o /de soslayo/. Pero la simpatía con que siempre me han tratado, ha estado siempre /exenta/ de afecto. Para los más naturalmente íntimos he sido siempre un huésped que, por ser huésped, es bien tratado, pero siempre con la atención debida al extraño y la falta de afecto merecida por el intruso.
No dudo de que todo esto, de la actitud de los demás, derive principalmente de alguna oscura causa /intrínseca/ a mi propio temperamento. Soy por ventura de una frialdad comunicativa tal que involuntariamente obligo a los otros a reflejar mi modo de poco sentir.
Trabo, por índole, rápidamente conocimientos. Me tardan poco las simpatías de los demás. Pero los afectos no llegan nunca. Dedicaciones, nunca las he conocido. Amar, ha sido cosa que siempre me ha parecido imposible, como el que me tutease un extraño.
No sé si sufro con esto, si lo acepto como un destino indiferente en que no hay ni que sufrir ni que /aceptar/.
Siempre he deseado agradar. Me ha dolido siempre la indiferencia ajena. Huérfano de la Fortuna, tengo, como todos los huérfanos, la necesidad de ser objeto del afecto de alguien. He pasado siempre hambre de la realización de esa necesidad. Tanto me he adaptado a esa hambre inútil que, a veces, no sé si siento la necesidad de comer.
Con esto o sin esto, la vida me duele.
Los demás tienen quien se dedique a ellos. Yo nunca he tenido quien siquiera pensase en dedicarse a mí. Sirven a los otros: a mí me tratan bien.
Reconozco en mí la capacidad de provocar respeto, pero no afecto. Desgraciadamente, no he hecho nada con que justificar ese respeto empezado [por] quien lo siente de modo que nunca llega a respetarme de veras.
Pienso a veces que me gusta sufrir. Pero, en verdad, yo preferiría otra cosa.
No tengo cualidades de jefe, ni de secuaz. Ni siquiera las tengo de satisfecho, que son las que valen cuando aquellas otras faltan.
Otros, menos inteligentes que yo, son más fuertes.
Organizan mejor su vida entre la gente; administran más hábilmente su inteligencia. Tengo todas las cualidades necesarias para influir, menos el arte de hacerlo, o el deseo, incluso, de desearlo.
Si un día amase, no sería amado.
Basta que yo quiera una cosa para que se muera. Mi destino, sin embargo, no tiene la fuerza de ser mortal para nada. Tiene la debilidad de ser mortal en las cosas que son para mí.
18-9-1917.
(Continuará)
233
En todos los lugares de la vida, en todas las situaciones y convivencias, he sido siempre, para todos, un intruso. Por lo menos, he sido siempre un extraño. En medio de parientes, como de conocidos, he sido siempre como alguien de fuera. No digo que lo he sido, siquiera una sola vez, aposta. Pero lo he sido siempre por una actitud espontánea de la media de los temperamentos ajenos.
He sido siempre, en todas partes y por todos, tratado con simpatía. A poquísimos, creo, habrá alzado la voz tan poca gente, o arrugado la frente, o hablado alto o /de soslayo/. Pero la simpatía con que siempre me han tratado, ha estado siempre /exenta/ de afecto. Para los más naturalmente íntimos he sido siempre un huésped que, por ser huésped, es bien tratado, pero siempre con la atención debida al extraño y la falta de afecto merecida por el intruso.
No dudo de que todo esto, de la actitud de los demás, derive principalmente de alguna oscura causa /intrínseca/ a mi propio temperamento. Soy por ventura de una frialdad comunicativa tal que involuntariamente obligo a los otros a reflejar mi modo de poco sentir.
Trabo, por índole, rápidamente conocimientos. Me tardan poco las simpatías de los demás. Pero los afectos no llegan nunca. Dedicaciones, nunca las he conocido. Amar, ha sido cosa que siempre me ha parecido imposible, como el que me tutease un extraño.
No sé si sufro con esto, si lo acepto como un destino indiferente en que no hay ni que sufrir ni que /aceptar/.
Siempre he deseado agradar. Me ha dolido siempre la indiferencia ajena. Huérfano de la Fortuna, tengo, como todos los huérfanos, la necesidad de ser objeto del afecto de alguien. He pasado siempre hambre de la realización de esa necesidad. Tanto me he adaptado a esa hambre inútil que, a veces, no sé si siento la necesidad de comer.
Con esto o sin esto, la vida me duele.
Los demás tienen quien se dedique a ellos. Yo nunca he tenido quien siquiera pensase en dedicarse a mí. Sirven a los otros: a mí me tratan bien.
Reconozco en mí la capacidad de provocar respeto, pero no afecto. Desgraciadamente, no he hecho nada con que justificar ese respeto empezado [por] quien lo siente de modo que nunca llega a respetarme de veras.
Pienso a veces que me gusta sufrir. Pero, en verdad, yo preferiría otra cosa.
No tengo cualidades de jefe, ni de secuaz. Ni siquiera las tengo de satisfecho, que son las que valen cuando aquellas otras faltan.
Otros, menos inteligentes que yo, son más fuertes.
Organizan mejor su vida entre la gente; administran más hábilmente su inteligencia. Tengo todas las cualidades necesarias para influir, menos el arte de hacerlo, o el deseo, incluso, de desearlo.
Si un día amase, no sería amado.
Basta que yo quiera una cosa para que se muera. Mi destino, sin embargo, no tiene la fuerza de ser mortal para nada. Tiene la debilidad de ser mortal en las cosas que son para mí.
18-9-1917.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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- Mensaje n°277
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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234
Para quien, (aunque) en sueños, como Dite ha raptado a Prosérpina, ¿qué puede ser sino sueño el amor de cualquier mujer del mundo?
He amado como Shelley [...] antes que el tiempo existiese: todo el amor temporal no ha tenido para mí otro sabor que el de recordar el que perdí.
(Continuará)
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Para quien, (aunque) en sueños, como Dite ha raptado a Prosérpina, ¿qué puede ser sino sueño el amor de cualquier mujer del mundo?
He amado como Shelley [...] antes que el tiempo existiese: todo el amor temporal no ha tenido para mí otro sabor que el de recordar el que perdí.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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- Mensaje n°278
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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235
No el amor, sino los alrededores es lo que vale la pena…
La represión del amor ilumina sus fenómenos con mucha más claridad que la misma experiencia. Hay virginidades de gran entendimiento. Hacer compensa pero confunde. Poseer es ser poseído, y por lo tanto perderse. Sólo la idea alcanza, sin corromperse, el conocimiento de la realidad.
(Continuará)
235
No el amor, sino los alrededores es lo que vale la pena…
La represión del amor ilumina sus fenómenos con mucha más claridad que la misma experiencia. Hay virginidades de gran entendimiento. Hacer compensa pero confunde. Poseer es ser poseído, y por lo tanto perderse. Sólo la idea alcanza, sin corromperse, el conocimiento de la realidad.
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- Mensaje n°279
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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236
Ser puro, no para ser noble, o para ser fuerte, sino para ser uno mismo. Quien da amor, pierde amor.
Abdicar de la vida para no abdicar de sí mismo.
La mujer, una buena fuente de sueños. Nunca la toques. Aprende a separar las ideas de voluptuosidad y de placer.
Aprende a disfrutar en todo, no lo que es, sino las ideas y los sueños que provoca. Porque nada es lo que es: los sueños siempre son los sueños. Para eso necesitas no tocar nada. Si tocas tu sueño, morirá; el objeto tocado ocupará tu sensación.
Ver y oír son las únicas cosas nobles que contiene la vida. Los otros sentidos son plebeyos y carnales. La única aristocracia es nunca tocar. No acercarse: he ahí lo que es hidalgo.
(Continuará)
236
Ser puro, no para ser noble, o para ser fuerte, sino para ser uno mismo. Quien da amor, pierde amor.
Abdicar de la vida para no abdicar de sí mismo.
La mujer, una buena fuente de sueños. Nunca la toques. Aprende a separar las ideas de voluptuosidad y de placer.
Aprende a disfrutar en todo, no lo que es, sino las ideas y los sueños que provoca. Porque nada es lo que es: los sueños siempre son los sueños. Para eso necesitas no tocar nada. Si tocas tu sueño, morirá; el objeto tocado ocupará tu sensación.
Ver y oír son las únicas cosas nobles que contiene la vida. Los otros sentidos son plebeyos y carnales. La única aristocracia es nunca tocar. No acercarse: he ahí lo que es hidalgo.
(Continuará)
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- Mensaje n°280
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
.
237
Todo hombre de hoy en quien la estatura moral y el relieve intelectual no sean de pigmeo o de paleto, ama, cuando ama, con amor romántico. El amor romántico es un producto extremo de siglos sobre siglos de influencia cristiana; y, tanto cuanto a su substancia, como cuanto a la secuencia de su desarrollo, puede ser dado a conocer a quien no lo perciba comparándolo con una veste, o traje, que el alma o la imaginación fabricasen para vestir con él a las criaturas, que acaso parezca, y el espíritu crea, que les cae bien.
Pero todo traje, como no es eterno, dura tanto cuanto dura; y en breve, bajo la veste del ideal que formamos, que se deshace, surge el cuerpo real de la persona humana, en quien lo vestimos.
El amor romántico, por lo tanto, es un camino de desilusión. Sólo no lo es cuando la desilusión, aceptada desde el principio, decide variar de ideal, tejer constantemente, en los talleres del alma, nuevos trajes con que constantemente se renueve el aspecto de la criatura por ellos vestida.
(Continuará)
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Todo hombre de hoy en quien la estatura moral y el relieve intelectual no sean de pigmeo o de paleto, ama, cuando ama, con amor romántico. El amor romántico es un producto extremo de siglos sobre siglos de influencia cristiana; y, tanto cuanto a su substancia, como cuanto a la secuencia de su desarrollo, puede ser dado a conocer a quien no lo perciba comparándolo con una veste, o traje, que el alma o la imaginación fabricasen para vestir con él a las criaturas, que acaso parezca, y el espíritu crea, que les cae bien.
Pero todo traje, como no es eterno, dura tanto cuanto dura; y en breve, bajo la veste del ideal que formamos, que se deshace, surge el cuerpo real de la persona humana, en quien lo vestimos.
El amor romántico, por lo tanto, es un camino de desilusión. Sólo no lo es cuando la desilusión, aceptada desde el principio, decide variar de ideal, tejer constantemente, en los talleres del alma, nuevos trajes con que constantemente se renueve el aspecto de la criatura por ellos vestida.
(Continuará)
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- Mensaje n°281
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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238
UN DÍA (ZIGZAG)
¡No haber sido Madame de harén! ¡Qué pena me da de mí por no haberme sucedido esto!
(Continuará)
238
UN DÍA (ZIGZAG)
¡No haber sido Madame de harén! ¡Qué pena me da de mí por no haberme sucedido esto!
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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- Mensaje n°282
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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239
Dos, tres días de semejanza de principio de amor…
Todo esto vale para el esteta por las sensaciones que le produce. Avanzar sería entrar en el dominio donde comienzan los celos, el sufrimiento, la excitación. En esta antecámara de la emoción hay toda la suavidad del amor sin su profundidad —un gozo leve, por lo tanto, aroma vago de deseos; sí con esto se pierde la grandeza que hay en la tragedia del amor, repárese en que, para el esteta, las tragedias son cosas interesantes de observar, pero incómodas de sufrir. El propio cultivo de la imaginación es perjudicado por el de la vida. Reina quien no está entre los vulgares.
Al final, esto me contentaría si consiguiese convencerme de que esta teoría no es lo que es, un complejo ruido que les hago a los oídos de mi inteligencia, casi para que no se dé cuenta de que, en el fondo, no hay otra cosa que mi tristeza, mi incompetencia para la vida.
(Continuará)
239
Dos, tres días de semejanza de principio de amor…
Todo esto vale para el esteta por las sensaciones que le produce. Avanzar sería entrar en el dominio donde comienzan los celos, el sufrimiento, la excitación. En esta antecámara de la emoción hay toda la suavidad del amor sin su profundidad —un gozo leve, por lo tanto, aroma vago de deseos; sí con esto se pierde la grandeza que hay en la tragedia del amor, repárese en que, para el esteta, las tragedias son cosas interesantes de observar, pero incómodas de sufrir. El propio cultivo de la imaginación es perjudicado por el de la vida. Reina quien no está entre los vulgares.
Al final, esto me contentaría si consiguiese convencerme de que esta teoría no es lo que es, un complejo ruido que les hago a los oídos de mi inteligencia, casi para que no se dé cuenta de que, en el fondo, no hay otra cosa que mi tristeza, mi incompetencia para la vida.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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- Mensaje n°283
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
.
240
EL RÍO DE LA POSESIÓN
Que somos todos diferentes es un axioma de nuestra humanidad. Sólo nos parecemos de lejos, en la proporción, por lo tanto, en que no somos nosotros. La vida es, por eso, para los indefinidos; sólo pueden convivir los que nunca se definen, y son, uno y otro, /nadies/.
Cada uno de nosotros es dos, y cuando dos personas se encuentran, se acercan, se unen, es raro que las cuatro puedan estar de acuerdo. El hombre que sueña en cada hombre /que/ actúa, si tantas veces se /malquista/ con el hombre que actúa, ¿cómo no se malquistará /con el hombre que actúa y el hombre que sueña en el Otro?/
Somos fuerzas porque somos vidas. Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros. Si tenemos por nosotros mismos el respeto de encontrarnos interesantes, (...) Toda aproximación es un conflicto. El otro es siempre el obstáculo para quien busca. Sólo quien no busca es feliz; porque sólo quien no busca encuentra, visto que quien no busca ya tiene, y tener ya, sea lo que sea, es ser feliz (como no pensar es la parte mejor de ser rico).
Miro hacia ti, dentro de mí, novia supuesta, y ya nos /desavenimos/ antes de que existas. Mi costumbre de soñar claro me proporciona una noción justa de la realidad. Quien sueña demasiado necesita darle realidad al sueño. Quien da realidad al sueño tiene que dar al sueño el equilibrio de la realidad. Quien da al sueño el equilibrio de la realidad sufre de la realidad de soñar tanto como de la realidad de la vida (y de lo irreal del sueño con la de sentir la vida real).
Estoy esperándote, en un devaneo, en nuestro cuarto de dos puertas, y te sueño viniendo y en mi sueño entras hasta mí por la puerta de la derecha; si, cuando entras, entras por la puerta de la izquierda, hay ya una diferencia entre ti y mi sueño. Toda la tragedia humana reside en este pequeño ejemplo de cómo aquellos con quien pensamos no son aquellos en que pensamos.
El amor pierde identidad en la diferencia, lo que ya es imposible en la lógica, cuanto más en el mundo. El amor quiere poseer, quiere hacer suyo lo que tiene que quedarse fuera para que él sepa que no se vuelve suyo y no es él. Amar es entregarse. Cuanto mayor la entrega, mayor el amor. Pero la entrega total entrega también la conciencia del otro. El amor es, por eso, la muerte, o el olvido, o la renuncia […]
En la terraza antigua del palacio, alzada sobre el mar, meditaremos en silencio la diferencia entre nosotros. Yo era príncipe, y tú, princesa, en la terraza a la orilla del mar. Nuestro amor había nacido de nuestro encuentro, como la belleza nació del encuentro de la luna con las aguas.
El amor quiere la posesión, pero no sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú mía? Sí no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de quien soy diferente?
El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que sólo es soñada como debiendo ser realizada.
Metafísico. Pero toda la vida es una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de la /derrota/ como única vía.
La peor astucia para conmigo de mi /decadencia/ es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una alegría de la vejez por el espíritu como sigo a veces —sin envidia ni deseo— a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia/inconsciente/ de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si las comparo a mí, continúo disfrutándolas, pero como quien disfruta de una verdad que le hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de haber comprendido a los dioses.
Soy lo contrario de los espiritualistas /simbolistas/, para quienes todo ser, y todo acontecimiento, es la sombra de una realidad de la que es sombra apenas. Cada cosa, para mí, es, en vez de un punto de llegada, un punto de partida. Para el ocultista, todo acaba en todo; todo empieza en todo para mí.
Procedo, como ellos, por analogía y sugestión, pero el jardincito que les sugiere el orden y la belleza del alma, a mí no me recuerda más que el jardín mayor donde pueda ser, lejos de los hombres, feliz la vida que no puede serlo. Cada cosa me sugiere, no la realidad de que es sombra, sino la realidad hacia la que es el camino.
El jardín de la Estrella, por la tarde, es para mí la sugestión de un parque antiguo, en los siglos de antes del desencanto del alma.
(Continuará)
240
EL RÍO DE LA POSESIÓN
Que somos todos diferentes es un axioma de nuestra humanidad. Sólo nos parecemos de lejos, en la proporción, por lo tanto, en que no somos nosotros. La vida es, por eso, para los indefinidos; sólo pueden convivir los que nunca se definen, y son, uno y otro, /nadies/.
Cada uno de nosotros es dos, y cuando dos personas se encuentran, se acercan, se unen, es raro que las cuatro puedan estar de acuerdo. El hombre que sueña en cada hombre /que/ actúa, si tantas veces se /malquista/ con el hombre que actúa, ¿cómo no se malquistará /con el hombre que actúa y el hombre que sueña en el Otro?/
Somos fuerzas porque somos vidas. Cada uno de nosotros tiende hacia sí mismo con escala en los otros. Si tenemos por nosotros mismos el respeto de encontrarnos interesantes, (...) Toda aproximación es un conflicto. El otro es siempre el obstáculo para quien busca. Sólo quien no busca es feliz; porque sólo quien no busca encuentra, visto que quien no busca ya tiene, y tener ya, sea lo que sea, es ser feliz (como no pensar es la parte mejor de ser rico).
Miro hacia ti, dentro de mí, novia supuesta, y ya nos /desavenimos/ antes de que existas. Mi costumbre de soñar claro me proporciona una noción justa de la realidad. Quien sueña demasiado necesita darle realidad al sueño. Quien da realidad al sueño tiene que dar al sueño el equilibrio de la realidad. Quien da al sueño el equilibrio de la realidad sufre de la realidad de soñar tanto como de la realidad de la vida (y de lo irreal del sueño con la de sentir la vida real).
Estoy esperándote, en un devaneo, en nuestro cuarto de dos puertas, y te sueño viniendo y en mi sueño entras hasta mí por la puerta de la derecha; si, cuando entras, entras por la puerta de la izquierda, hay ya una diferencia entre ti y mi sueño. Toda la tragedia humana reside en este pequeño ejemplo de cómo aquellos con quien pensamos no son aquellos en que pensamos.
El amor pierde identidad en la diferencia, lo que ya es imposible en la lógica, cuanto más en el mundo. El amor quiere poseer, quiere hacer suyo lo que tiene que quedarse fuera para que él sepa que no se vuelve suyo y no es él. Amar es entregarse. Cuanto mayor la entrega, mayor el amor. Pero la entrega total entrega también la conciencia del otro. El amor es, por eso, la muerte, o el olvido, o la renuncia […]
En la terraza antigua del palacio, alzada sobre el mar, meditaremos en silencio la diferencia entre nosotros. Yo era príncipe, y tú, princesa, en la terraza a la orilla del mar. Nuestro amor había nacido de nuestro encuentro, como la belleza nació del encuentro de la luna con las aguas.
El amor quiere la posesión, pero no sabe lo que es la posesión. Si yo no soy mío, ¿cómo seré tuyo, o tú mía? Sí no poseo mi propio ser, ¿cómo poseeré un ser ajeno? Si ya soy diferente de aquel al que soy idéntico, ¿cómo ser idéntico a aquel de quien soy diferente?
El amor es un misticismo que quiere ejercitarse, una imposibilidad que sólo es soñada como debiendo ser realizada.
Metafísico. Pero toda la vida es una metafísica a oscuras, con un rumor de dioses y el desconocimiento de la /derrota/ como única vía.
La peor astucia para conmigo de mi /decadencia/ es mi amor a la nostalgia y a la claridad. Siempre he creído que un cuerpo bello y el ritmo feliz de un andar joven tienen más competencia en el mundo que todos los sueños que hay en mí. Es con una alegría de la vejez por el espíritu como sigo a veces —sin envidia ni deseo— a las parejas ocasionales que la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia/inconsciente/ de la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar si tiene o no que ver conmigo. Si las comparo a mí, continúo disfrutándolas, pero como quien disfruta de una verdad que le hiere, uniendo al dolor de la herida la conciencia de haber comprendido a los dioses.
Soy lo contrario de los espiritualistas /simbolistas/, para quienes todo ser, y todo acontecimiento, es la sombra de una realidad de la que es sombra apenas. Cada cosa, para mí, es, en vez de un punto de llegada, un punto de partida. Para el ocultista, todo acaba en todo; todo empieza en todo para mí.
Procedo, como ellos, por analogía y sugestión, pero el jardincito que les sugiere el orden y la belleza del alma, a mí no me recuerda más que el jardín mayor donde pueda ser, lejos de los hombres, feliz la vida que no puede serlo. Cada cosa me sugiere, no la realidad de que es sombra, sino la realidad hacia la que es el camino.
El jardín de la Estrella, por la tarde, es para mí la sugestión de un parque antiguo, en los siglos de antes del desencanto del alma.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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241
«Te quiero sólo para un sueño», dicen a la mujer amada, en versos que no envían, los que no se atreven a decirle nada. Este «te quiero sólo para un sueño» es un verso de un viejo poema mío. Registro el recuerdo con una sonrisa, y ni la sonrisa comento.
(Continuará)
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«Te quiero sólo para un sueño», dicen a la mujer amada, en versos que no envían, los que no se atreven a decirle nada. Este «te quiero sólo para un sueño» es un verso de un viejo poema mío. Registro el recuerdo con una sonrisa, y ni la sonrisa comento.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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242
En mí, todos los afectos se pasan a la superficie, pero sinceramente. He sido actor siempre, y en serio. Siempre que amé, fingí que amé, y para mí mismo lo finjo.
(Continuará)
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En mí, todos los afectos se pasan a la superficie, pero sinceramente. He sido actor siempre, y en serio. Siempre que amé, fingí que amé, y para mí mismo lo finjo.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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243
CARTA PARA NO ENVIAR
La eximo de comparecer en mi idea de sí.
Su vida (…)
Esto no es mi amor; es sólo su vida.
La amo como al poniente o al claro de luna, con el deseo de que el momento permanezca, pero sin que sea mía en él más que la sensación de tenerlo.
(Continuará)
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CARTA PARA NO ENVIAR
La eximo de comparecer en mi idea de sí.
Su vida (…)
Esto no es mi amor; es sólo su vida.
La amo como al poniente o al claro de luna, con el deseo de que el momento permanezca, pero sin que sea mía en él más que la sensación de tenerlo.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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244
¡Si nuestra vida fuese un eterno estar a la ventana, si así nos quedásemos, como humo parado, siempre, teniendo siempre al mismo instante de crepúsculo doloriendo la curva de los montes! ¡Si nos quedásemos, así, más allá de siempre! ¡Si por lo menos, de este lado de la imposibilidad, pudiésemos así quedarnos, sin que cometiésemos una acción, sin que nuestros labios pálidos pecasen más palabras!
¡Mira cómo va oscureciendo!... El sosiego /evidente/ de todo me llena de rabia, de algo que es el amargor en el sabor de la aspiración. Me duele el alma… Una mancha lenta de humo se eleva y se dispersa allá lejos... Un tedio inquieto me hace no pensar ya en ti…
¡Tan superfluo todo, nosotros y el mundo y el misterio de ambos!
(Continuará)
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¡Si nuestra vida fuese un eterno estar a la ventana, si así nos quedásemos, como humo parado, siempre, teniendo siempre al mismo instante de crepúsculo doloriendo la curva de los montes! ¡Si nos quedásemos, así, más allá de siempre! ¡Si por lo menos, de este lado de la imposibilidad, pudiésemos así quedarnos, sin que cometiésemos una acción, sin que nuestros labios pálidos pecasen más palabras!
¡Mira cómo va oscureciendo!... El sosiego /evidente/ de todo me llena de rabia, de algo que es el amargor en el sabor de la aspiración. Me duele el alma… Una mancha lenta de humo se eleva y se dispersa allá lejos... Un tedio inquieto me hace no pensar ya en ti…
¡Tan superfluo todo, nosotros y el mundo y el misterio de ambos!
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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245
ANTEROS EL AMANTE VISUAL
Tengo del amor profundo y de su uso provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones visuales. Guardo intacto el corazón entregado a más irreales destinos.
No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, lo puro exterior—en que el alma no entra más que para hacer ese exterior animado y vivo— y, así, diferente de los cuadros que hacen los pintores.
Amo así: fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre —donde no hay deseo no hay preferencia de sexo— y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla, ni [...] nada más [...] que la facultad de llegar a conocer y a hablar a la persona real que esa figura aparentemente manifiesta.
Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera [...] No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto exterior.
La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me cautiva […]
Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente, como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi concepto de las cosas donde la busco.
¿Qué puede darme el conocimiento personal de la criatura que así amo en décor. No una desilusión, porque, como en el sólo amo el aspecto, y nada de ella fantaseo, su estupidez o mediocridad nada quita, porque yo no esperaba nada sino el aspecto que no tenía que esperar, y el aspecto persiste. Pero el conocimiento personal es nocivo porque es inútil, y lo inútil material es nocivo siempre. Saber el nombre de la criatura, ¿para qué? Y es la primera cosa de la que me entero cuando soy presentado a ella.
El conocimiento personal necesita ser, también, de libertad de contemplación, y que mi género de amar desea. No podemos mirar, contemplar en libertad a quien conocemos personalmente.
Lo que es supérfluo es menos para el artista, porque, perturbándolo, disminuye el efecto.
Mi destino natural de contemplador indefinido y enamorado de las apariencias y de la manifestación de las cosas —objetivista de los sueños, amante visual de las formas y de los aspectos de la naturaleza— no es un caso de lo que los psiquiatras llaman onanismo psíquico, ni siquiera de lo que llaman erotomanía. No fantaseo, como en el onanismo psíquico; no me figuro en sueños amante carnal, ni siquiera amigo de trato, de la criatura a la que miro o recuerdo: nada fantaseo de ella. Ni, como el erotómano, la idealizo y la transporto fuera de la esfera de la estética concreta: no quiero de ella, o pienso de ella, más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto.
(Continuará)
245
ANTEROS EL AMANTE VISUAL
Tengo del amor profundo y de su uso provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones visuales. Guardo intacto el corazón entregado a más irreales destinos.
No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, lo puro exterior—en que el alma no entra más que para hacer ese exterior animado y vivo— y, así, diferente de los cuadros que hacen los pintores.
Amo así: fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre —donde no hay deseo no hay preferencia de sexo— y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla, ni [...] nada más [...] que la facultad de llegar a conocer y a hablar a la persona real que esa figura aparentemente manifiesta.
Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera [...] No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto exterior.
La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me cautiva […]
Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente, como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi concepto de las cosas donde la busco.
¿Qué puede darme el conocimiento personal de la criatura que así amo en décor. No una desilusión, porque, como en el sólo amo el aspecto, y nada de ella fantaseo, su estupidez o mediocridad nada quita, porque yo no esperaba nada sino el aspecto que no tenía que esperar, y el aspecto persiste. Pero el conocimiento personal es nocivo porque es inútil, y lo inútil material es nocivo siempre. Saber el nombre de la criatura, ¿para qué? Y es la primera cosa de la que me entero cuando soy presentado a ella.
El conocimiento personal necesita ser, también, de libertad de contemplación, y que mi género de amar desea. No podemos mirar, contemplar en libertad a quien conocemos personalmente.
Lo que es supérfluo es menos para el artista, porque, perturbándolo, disminuye el efecto.
Mi destino natural de contemplador indefinido y enamorado de las apariencias y de la manifestación de las cosas —objetivista de los sueños, amante visual de las formas y de los aspectos de la naturaleza— no es un caso de lo que los psiquiatras llaman onanismo psíquico, ni siquiera de lo que llaman erotomanía. No fantaseo, como en el onanismo psíquico; no me figuro en sueños amante carnal, ni siquiera amigo de trato, de la criatura a la que miro o recuerdo: nada fantaseo de ella. Ni, como el erotómano, la idealizo y la transporto fuera de la esfera de la estética concreta: no quiero de ella, o pienso de ella, más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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246
UNA CARTA
Hace un vago número de muchos meses que me ve mirarla, mirarla constantemente, siempre con la misma mirada insegura y solícita. Yo sé que se ha dado cuenta de ello. Y como se ha dado cuenta, debe haberle parecido extraño que esa mirada, no siendo propiamente tímida, nunca esbozase un significado. Siempre atenta, vaga y la misma, como si estuviese contenta de ser sólo la tristeza de eso… Nada más... Y dentro de su pensar en ello —sea cual sea el sentimiento con que ha pensado en mí—, debe haber escrutado mis posibles intenciones. Debe haberse explicado a sí misma, sin satisfacerse, que yo soy un tímido especial y original, o una especie cualquiera de algo emparentado con estar loco.
Yo no soy, Señora mía, en el hecho de mirarla, ni estrictamente un tímido, ni decididamente un loco. Soy otra cosa primera y diferente, como, sin esperanza de que me crea, le voy a exponer. Cuántas veces murmuraba a su ser soñado: Haz tu deber de ánfora inútil, cumple tu menester de mera copa.
¡Con qué añoranza de la idea que he querido formarme de usted me he dado cuenta de que estaba casada! El día en que me di cuenta de esto fue trágico en mi vida. No tuve celos de su marido. Nunca he pensado si acaso lo tendría. Tuve sencillamente añoranza de mi idea de usted. Si un día supiese este absurdo: que una mujer de un cuadro —sí, ésa— estaba casada, el mismo sería mi dolor.
¿Poseerla? Yo no sé cómo se hace eso. Y aunque tuviese sobre mí la mancha humana de saberlo, ¡qué infame no sería para mí mismo, qué insultador agente de mi propia grandeza, al pensar siquiera en igualarme a su marido!
¿Poseerla? Un día que acaso fuese sola por una calle oscura, un asaltante podría subyugarla y poseerla, podría incluso fecundarla y dejar detrás de sí ese rastro uterino. Si poseerla es poseer su cuerpo, ¿qué valor hay en ello?
¿Que no posee su alma?... ¿cómo se posee un alma? /Y puede haber uno, un párrafo. hábil y amoroso que posea esa «alma»./ (...) Que sea su marido ese... ¿Querría que yo descendiese a su nivel?
¡Cuántas horas he pasado en convivencia secreta con la idea de usted! ¡Nos hemos amado tanto dentro de mis sueños! Pero incluso ahí, yo se lo juro, nunca me he soñado poseyéndola. Soy un delicado y un casto incluso en mis sueños. Respeto hasta la idea de una mujer bella.
(Continuará)
246
UNA CARTA
Hace un vago número de muchos meses que me ve mirarla, mirarla constantemente, siempre con la misma mirada insegura y solícita. Yo sé que se ha dado cuenta de ello. Y como se ha dado cuenta, debe haberle parecido extraño que esa mirada, no siendo propiamente tímida, nunca esbozase un significado. Siempre atenta, vaga y la misma, como si estuviese contenta de ser sólo la tristeza de eso… Nada más... Y dentro de su pensar en ello —sea cual sea el sentimiento con que ha pensado en mí—, debe haber escrutado mis posibles intenciones. Debe haberse explicado a sí misma, sin satisfacerse, que yo soy un tímido especial y original, o una especie cualquiera de algo emparentado con estar loco.
Yo no soy, Señora mía, en el hecho de mirarla, ni estrictamente un tímido, ni decididamente un loco. Soy otra cosa primera y diferente, como, sin esperanza de que me crea, le voy a exponer. Cuántas veces murmuraba a su ser soñado: Haz tu deber de ánfora inútil, cumple tu menester de mera copa.
¡Con qué añoranza de la idea que he querido formarme de usted me he dado cuenta de que estaba casada! El día en que me di cuenta de esto fue trágico en mi vida. No tuve celos de su marido. Nunca he pensado si acaso lo tendría. Tuve sencillamente añoranza de mi idea de usted. Si un día supiese este absurdo: que una mujer de un cuadro —sí, ésa— estaba casada, el mismo sería mi dolor.
¿Poseerla? Yo no sé cómo se hace eso. Y aunque tuviese sobre mí la mancha humana de saberlo, ¡qué infame no sería para mí mismo, qué insultador agente de mi propia grandeza, al pensar siquiera en igualarme a su marido!
¿Poseerla? Un día que acaso fuese sola por una calle oscura, un asaltante podría subyugarla y poseerla, podría incluso fecundarla y dejar detrás de sí ese rastro uterino. Si poseerla es poseer su cuerpo, ¿qué valor hay en ello?
¿Que no posee su alma?... ¿cómo se posee un alma? /Y puede haber uno, un párrafo. hábil y amoroso que posea esa «alma»./ (...) Que sea su marido ese... ¿Querría que yo descendiese a su nivel?
¡Cuántas horas he pasado en convivencia secreta con la idea de usted! ¡Nos hemos amado tanto dentro de mis sueños! Pero incluso ahí, yo se lo juro, nunca me he soñado poseyéndola. Soy un delicado y un casto incluso en mis sueños. Respeto hasta la idea de una mujer bella.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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247
CARTA
Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo —lo repito— sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada... Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
Nada más tengo que decirle. Crea que la admiro todo lo que puedo. Me gustaría que pensase en mí a veces.
(Continuará)
247
CARTA
Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo —lo repito— sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada... Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
Nada más tengo que decirle. Crea que la admiro todo lo que puedo. Me gustaría que pensase en mí a veces.
(Continuará)
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- Mensaje n°291
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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CARTA
Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo —lo repito— sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada... Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
Nada más tengo que decirle. Crea que la admiro todo lo que puedo. Me gustaría que pensase en mí a veces.
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CARTA
Yo no sabría nunca cómo adecuar a mi alma para que lleve a mi cuerpo a poseer el suyo. Dentro de mí, incluso al pensar en esto, tropiezo con obstáculos que no veo, me enredo en telarañas que no sé lo que son. ¿Cuánto más no me sucedería si quisiese poseerla realmente?
Que yo —lo repito— sería incapaz de intentar hacerlo. Ni siquiera me adapto a soñarme haciéndolo.
Son éstas, Señora mía, las palabras que tengo que escribir al margen del significado de su mirada involuntariamente interrogadora. Es en este libro donde, primero, leerá esta carta para usted. Si no supiera que es para usted, me resignaré a que así sea. Escribo más para entretenerme que para decirle nada... Sólo las cartas comerciales van dirigidas. Todas las demás deben, por lo menos para el hombre superior, ser sólo de él para sí mismo.
Nada más tengo que decirle. Crea que la admiro todo lo que puedo. Me gustaría que pensase en mí a veces.
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- Mensaje n°292
Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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248
Dos veces, en aquella adolescencia mía que siento lejana y que, por así sentirla, me parece una cosa leída, un relato íntimo que me hiciesen, disfruté el dolor de la humillación de amar. Desde lo alto de hoy, mirando hacia atrás, hacia ese pasado, que ya no sé designar ni como lejano ni como reciente, creo que fue bueno que esa experiencia de la desilusión me sucediese tan pronto.
No fue nada, salvo lo que pasé conmigo. En el aspecto exterior del asunto íntimo, legiones humanas de hombres han pasado por las mismas torturas. Pero(…)
Demasiado pronto obtuve, mediante una experiencia, simultánea y conjunta,de la sensibilidad y de la inteligencia, la noción de que la vida de la imaginación, por mórbida que parezca, es sin embargo aquella que conviene a los temperamentos como el mío. Las ficciones de mi imaginación (posterior) pueden cansar, pero no duelen ni humillan. A las amantes imposibles les resulta también imposible la sonrisa falsa, el dolor del cariño, la astucia de las caricias. Nunca nos abandonan, ni de cualquier manera nos faltan.
(Continuará)
248
Dos veces, en aquella adolescencia mía que siento lejana y que, por así sentirla, me parece una cosa leída, un relato íntimo que me hiciesen, disfruté el dolor de la humillación de amar. Desde lo alto de hoy, mirando hacia atrás, hacia ese pasado, que ya no sé designar ni como lejano ni como reciente, creo que fue bueno que esa experiencia de la desilusión me sucediese tan pronto.
No fue nada, salvo lo que pasé conmigo. En el aspecto exterior del asunto íntimo, legiones humanas de hombres han pasado por las mismas torturas. Pero(…)
Demasiado pronto obtuve, mediante una experiencia, simultánea y conjunta,de la sensibilidad y de la inteligencia, la noción de que la vida de la imaginación, por mórbida que parezca, es sin embargo aquella que conviene a los temperamentos como el mío. Las ficciones de mi imaginación (posterior) pueden cansar, pero no duelen ni humillan. A las amantes imposibles les resulta también imposible la sonrisa falsa, el dolor del cariño, la astucia de las caricias. Nunca nos abandonan, ni de cualquier manera nos faltan.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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249
Sólo una vez he sido verdaderamente amado. Simpatías, las he tenido siempre, y de todos. Ni al más ocasional le ha sido fácil ser grosero, o ser brusco, o hasta ser frío para conmigo. Algunas simpatías he tenido que, con mi ayuda, podría —por lo menos una vez— haber convertido en amor o afecto. Nunca he tenido paciencia o atención del espíritu para siquiera desear emplear ese esfuerzo.
Al principio de observar esto en mí, creí —tanto nos desconocemos— que había en este caso de mi alma una razón de timidez. Pero después descubrí que no la había; había un tedio de las emociones, diferente del tedio de la vida, una impaciencia de unirme a cualquier sentimiento continuo, sobre todo cuando hubiese que unirlo a un esfuerzo continuado. ¿Para qué?, pensaba en mí lo que no piensa. Tengo la suficiente sutileza, el suficiente tacto psicológico para saber el «cómo»; el «cómo del cómo» siempre se me ha escapado. Mi flaqueza de voluntad ha comenzado siempre por ser una flaqueza del deseo de tener voluntad. Así me ha sucedido con las emociones como me sucede con la inteligencia, y con la misma voluntad, y con todo cuanto es vida.
Pero aquella vez en que una malicia de la oportunidad me hizo creer que amaba, y comprobar de veras que era amado, me quedé, primero, aturdido y confuso, como si me hubiera tocado un premio gordo en moneda inconvertible. Me quedé, después porque nadie es humano sin serlo, ligeramente envanecido; esta emoción, sin embargo, que parecería la más natural, pasó rápidamente. Vino a continuación un sentimiento difícil de definir, pero en el que sobresalían incómodamente las sensaciones de tedio, de humillación y de fatiga.
De tedio, como si el Destino me hubiese impuesto una tarea en trabajos nocturnos desconocidos. De tedio, como si un nuevo deber —el de una horrorosa reciprocidad— me fuese impuesto por la ironía de un privilegio, que yo me tendría todavía que fastidiar agradeciéndoselo al Destino. De tedio, como si no me bastase la monotonía inconsciente de la vida, para que se le superpusiera ahora la monotonía obligatoria de un sentimiento definido.
Y de humillación, sí, de humillación. Tardé en darme cuenta de a qué venía un sentimiento aparentemente tan poco justificado por su causa. El amor a ser amado debería haber aparecido en mí. Debería haberme envanecido de que alguien se fijase atentamente en mi existencia como ser amable. Pero, aparte el breve momento de verdadero envanecimiento, en que todavía no sé si el asombro tuvo más parte que la propia vanidad, la humillación fue la sensación que recibí de mí. Sentí que me era dada una especie de premio destinado a otro —premio, sí, valioso para quien naturalmente lo mereciese.
Pero fatiga, sobre todo fatiga: la fatiga que sobrepasa al tedio. Comprendí entonces una frase de Chateaubriand que siempre me había confundido por falta de experiencia de mí mismo. Dice Chateaubriand, figurándose en Rene que «le cansaba que le amasen» —on le fatiguait en l'aimant. Conocí, asombrado, que esto representaba una experiencia idéntica a la mía, y cuya verdad yo no tenía, en consecuencia, el derecho a negar.
¡La fatiga de ser amado, de ser amado de verdad! ¡La fatiga de ser el objeto del fardo de las emociones ajenas! Convertir a quien quisiera verse libre, siempre libre, en el mozo de cuerda de la responsabilidad de corresponder, de la decencia de no alejarse, para que no se suponga que se es príncipe en las emociones y se reniega lo máximo que un alma puede dar. ¡La fatiga [de] convertírsenos la existencia en algo absolutamente dependiente de una relación con un sentimiento ajeno! ¡La fatiga de, en todo caso, tener forzosamente que sentir, tener forzosamente, aunque sin reciprocidad, que amar también un poco!
Se fue de mí, como hasta mí vino, aquel episodio en la sombra. Hoy no queda nada de él, ni en mi inteligencia ni en mi emoción. No me trajo experiencia alguna que yo no pudiese haber deducido de las leyes de la vida humana cuyo conocimiento instintivo albergo en mi porque soy humano. No me dio ni un placer que recuerde con tristeza, ni un pesar que recuerde también con tristeza. Tengo la impresión de que fui una cosa que leí en algún sitio, un incidente acaecido a otro, novela de la que leí la mitad, y de la que faltó la otra mitad, sin que me importara que faltase, pues hasta donde la leía estaba bien y, aunque no tuviese sentido, tal era ya que no le podría dar sentido a la parte que faltaba, cualquiera fuese su enredo.
Me queda apenas una gratitud a quien me amó. Pero es una gratitud abstracta, asombrada, más de la inteligencia que de cualquier emoción. Siento pena de que alguien hubiese sentido pena por mi culpa; es de esto de lo que tengo pena, y no tengo pena de nada más.
No es natural que la vida me traiga otro encuentro con las emociones naturales. Casi deseo que aparezca para ver cómo siento esa segunda vez, después de haber pasado a través de todo un extenso análisis de la primera experiencia. Es posible que sienta menos; es también posible que sienta más. Si el Destino lo concede, que lo conceda. Por las emociones, siento curiosidad. Por los hechos,cualesquiera que vengan a ser, no siento ninguna curiosidad.
(Continuará)
249
Sólo una vez he sido verdaderamente amado. Simpatías, las he tenido siempre, y de todos. Ni al más ocasional le ha sido fácil ser grosero, o ser brusco, o hasta ser frío para conmigo. Algunas simpatías he tenido que, con mi ayuda, podría —por lo menos una vez— haber convertido en amor o afecto. Nunca he tenido paciencia o atención del espíritu para siquiera desear emplear ese esfuerzo.
Al principio de observar esto en mí, creí —tanto nos desconocemos— que había en este caso de mi alma una razón de timidez. Pero después descubrí que no la había; había un tedio de las emociones, diferente del tedio de la vida, una impaciencia de unirme a cualquier sentimiento continuo, sobre todo cuando hubiese que unirlo a un esfuerzo continuado. ¿Para qué?, pensaba en mí lo que no piensa. Tengo la suficiente sutileza, el suficiente tacto psicológico para saber el «cómo»; el «cómo del cómo» siempre se me ha escapado. Mi flaqueza de voluntad ha comenzado siempre por ser una flaqueza del deseo de tener voluntad. Así me ha sucedido con las emociones como me sucede con la inteligencia, y con la misma voluntad, y con todo cuanto es vida.
Pero aquella vez en que una malicia de la oportunidad me hizo creer que amaba, y comprobar de veras que era amado, me quedé, primero, aturdido y confuso, como si me hubiera tocado un premio gordo en moneda inconvertible. Me quedé, después porque nadie es humano sin serlo, ligeramente envanecido; esta emoción, sin embargo, que parecería la más natural, pasó rápidamente. Vino a continuación un sentimiento difícil de definir, pero en el que sobresalían incómodamente las sensaciones de tedio, de humillación y de fatiga.
De tedio, como si el Destino me hubiese impuesto una tarea en trabajos nocturnos desconocidos. De tedio, como si un nuevo deber —el de una horrorosa reciprocidad— me fuese impuesto por la ironía de un privilegio, que yo me tendría todavía que fastidiar agradeciéndoselo al Destino. De tedio, como si no me bastase la monotonía inconsciente de la vida, para que se le superpusiera ahora la monotonía obligatoria de un sentimiento definido.
Y de humillación, sí, de humillación. Tardé en darme cuenta de a qué venía un sentimiento aparentemente tan poco justificado por su causa. El amor a ser amado debería haber aparecido en mí. Debería haberme envanecido de que alguien se fijase atentamente en mi existencia como ser amable. Pero, aparte el breve momento de verdadero envanecimiento, en que todavía no sé si el asombro tuvo más parte que la propia vanidad, la humillación fue la sensación que recibí de mí. Sentí que me era dada una especie de premio destinado a otro —premio, sí, valioso para quien naturalmente lo mereciese.
Pero fatiga, sobre todo fatiga: la fatiga que sobrepasa al tedio. Comprendí entonces una frase de Chateaubriand que siempre me había confundido por falta de experiencia de mí mismo. Dice Chateaubriand, figurándose en Rene que «le cansaba que le amasen» —on le fatiguait en l'aimant. Conocí, asombrado, que esto representaba una experiencia idéntica a la mía, y cuya verdad yo no tenía, en consecuencia, el derecho a negar.
¡La fatiga de ser amado, de ser amado de verdad! ¡La fatiga de ser el objeto del fardo de las emociones ajenas! Convertir a quien quisiera verse libre, siempre libre, en el mozo de cuerda de la responsabilidad de corresponder, de la decencia de no alejarse, para que no se suponga que se es príncipe en las emociones y se reniega lo máximo que un alma puede dar. ¡La fatiga [de] convertírsenos la existencia en algo absolutamente dependiente de una relación con un sentimiento ajeno! ¡La fatiga de, en todo caso, tener forzosamente que sentir, tener forzosamente, aunque sin reciprocidad, que amar también un poco!
Se fue de mí, como hasta mí vino, aquel episodio en la sombra. Hoy no queda nada de él, ni en mi inteligencia ni en mi emoción. No me trajo experiencia alguna que yo no pudiese haber deducido de las leyes de la vida humana cuyo conocimiento instintivo albergo en mi porque soy humano. No me dio ni un placer que recuerde con tristeza, ni un pesar que recuerde también con tristeza. Tengo la impresión de que fui una cosa que leí en algún sitio, un incidente acaecido a otro, novela de la que leí la mitad, y de la que faltó la otra mitad, sin que me importara que faltase, pues hasta donde la leía estaba bien y, aunque no tuviese sentido, tal era ya que no le podría dar sentido a la parte que faltaba, cualquiera fuese su enredo.
Me queda apenas una gratitud a quien me amó. Pero es una gratitud abstracta, asombrada, más de la inteligencia que de cualquier emoción. Siento pena de que alguien hubiese sentido pena por mi culpa; es de esto de lo que tengo pena, y no tengo pena de nada más.
No es natural que la vida me traiga otro encuentro con las emociones naturales. Casi deseo que aparezca para ver cómo siento esa segunda vez, después de haber pasado a través de todo un extenso análisis de la primera experiencia. Es posible que sienta menos; es también posible que sienta más. Si el Destino lo concede, que lo conceda. Por las emociones, siento curiosidad. Por los hechos,cualesquiera que vengan a ser, no siento ninguna curiosidad.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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250
LA MUERTE DEL PRÍNCIPE
¿Por qué no será todo una verdad enteramente diferente, sin dioses, ni hombres, ni razones? ¿Por qué no ha de ser todo algo que ni siquiera podemos concebir que no concebimos: un misterio totalmente de otro mundo? ¿Por qué no hemos de ser nosotros —hombres, dioses y mundo— sueños que alguien sueña, pensamientos que alguien piensa, puestos siempre fuera de lo que existe? ¿Y porqué no ha de ser ese alguien que sueña o piensa alguien que no sueña ni piensa, súbdito él mismo del abismo y de la ficción? ¿Por qué no ha de ser todo otra cosa, y ninguna cosa, y lo que no es la única cosa que existe? ¿En qué parte estoy que veo esto como algo que puede ser? ¿Por qué puente paso, que por debajo de mí, que estoy tan alto, están las luces de todas las ciudades del mundo y del otro mundo, y las nubes de las verdades deshechas que flotan encima y todas ellas buscan, como si buscasen lo que puede abarcarse?
Tengo miedo sin sueño, y estoy viendo sin saber lo que veo. Hay grandes planicies todo alrededor, y ríos a lo lejos, y montañas... Pero al mismo tiempo no hay nada de esto, y estoy con el principio de los dioses y con un gran horror de partir o de quedarme, y de dónde estar y de qué ser. Y también este cuarto donde te oigo mirarme es algo que conozco y que parece que veo; y todas estas cosas están juntas, y están separadas, y ninguna de ellas es lo que es otra cosa que estoy viendo si veo.
¿Para qué me han dado un reino que tener si no he de tener mejor reino que esta hora en que estoy entre lo que no he sido y lo que no seré?
5-10-1932.
(Continuará)
250
LA MUERTE DEL PRÍNCIPE
¿Por qué no será todo una verdad enteramente diferente, sin dioses, ni hombres, ni razones? ¿Por qué no ha de ser todo algo que ni siquiera podemos concebir que no concebimos: un misterio totalmente de otro mundo? ¿Por qué no hemos de ser nosotros —hombres, dioses y mundo— sueños que alguien sueña, pensamientos que alguien piensa, puestos siempre fuera de lo que existe? ¿Y porqué no ha de ser ese alguien que sueña o piensa alguien que no sueña ni piensa, súbdito él mismo del abismo y de la ficción? ¿Por qué no ha de ser todo otra cosa, y ninguna cosa, y lo que no es la única cosa que existe? ¿En qué parte estoy que veo esto como algo que puede ser? ¿Por qué puente paso, que por debajo de mí, que estoy tan alto, están las luces de todas las ciudades del mundo y del otro mundo, y las nubes de las verdades deshechas que flotan encima y todas ellas buscan, como si buscasen lo que puede abarcarse?
Tengo miedo sin sueño, y estoy viendo sin saber lo que veo. Hay grandes planicies todo alrededor, y ríos a lo lejos, y montañas... Pero al mismo tiempo no hay nada de esto, y estoy con el principio de los dioses y con un gran horror de partir o de quedarme, y de dónde estar y de qué ser. Y también este cuarto donde te oigo mirarme es algo que conozco y que parece que veo; y todas estas cosas están juntas, y están separadas, y ninguna de ellas es lo que es otra cosa que estoy viendo si veo.
¿Para qué me han dado un reino que tener si no he de tener mejor reino que esta hora en que estoy entre lo que no he sido y lo que no seré?
5-10-1932.
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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251
He vivido, durante unas horas incógnitas, momentos sucesivos sin relación, en el paseo en que he ido, de noche, a la orilla solitaria del mar. Todos los pensamientos, que han hecho vivir a hombres, todas las emociones, que los hombres han dejado de vivir, han pasado por mi mente, como un resumen de la historia, en esta meditación mía andada a la orilla del mar.
He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no hicieron, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie dijo: de todo esto se ha formado el alma sensible con que he paseado de noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es, lo que la madre piensa del hijo que no ha tenido, lo que tuvo forma solamente en una sonrisa o en una oportunidad, en un tiempo que no fue éste o en una emoción que falta —todo esto, en mi paseo a la orilla del mar, ha ido conmigo y ha vuelto conmigo, y las olas retorcían magnamente el acompañamiento que me hacía dormirlo.
Somos quien no somos, y la vida es veloz y triste. El ruido de las olas por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo esto, durante el paseo a la orilla del mar, se me tornó el secreto de la noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la emoción!
Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos; lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción; y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche, a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla del mar…
¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea? ¿Quién sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y nos sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la playa invisible.
¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar!
(Continuará)
251
He vivido, durante unas horas incógnitas, momentos sucesivos sin relación, en el paseo en que he ido, de noche, a la orilla solitaria del mar. Todos los pensamientos, que han hecho vivir a hombres, todas las emociones, que los hombres han dejado de vivir, han pasado por mi mente, como un resumen de la historia, en esta meditación mía andada a la orilla del mar.
He sufrido en mí, conmigo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo se han paseado, a la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no hicieron, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie dijo: de todo esto se ha formado el alma sensible con que he paseado de noche a la orilla del mar. Y lo que los amantes extrañaron en el otro amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es, lo que la madre piensa del hijo que no ha tenido, lo que tuvo forma solamente en una sonrisa o en una oportunidad, en un tiempo que no fue éste o en una emoción que falta —todo esto, en mi paseo a la orilla del mar, ha ido conmigo y ha vuelto conmigo, y las olas retorcían magnamente el acompañamiento que me hacía dormirlo.
Somos quien no somos, y la vida es veloz y triste. El ruido de las olas por la noche es un ruido de la noche; ¡y cuántos lo han oído en su propia alma, como la esperanza constante que se deshace en la oscuridad como un ruido sordo de espuma profunda! ¡Qué lágrimas lloraron los que obtuvieron, qué lágrimas perdieron los que consiguieron! Y todo esto, durante el paseo a la orilla del mar, se me tornó el secreto de la noche y la confidencia del abismo. ¡Cuántos somos! ¡Cuántos nos engañamos! ¡Qué mares suenan en nosotros, en la noche de ser nosotros, por las playas que nos sentimos en los encharcamientos de la emoción!
Lo que se ha perdido, lo que se debería haber perdido, lo que se ha conseguido y ha satisfecho por error, lo que amamos y perdimos y, después de perderlo, vimos, amándolo por haberlo tenido, que no lo habíamos amado; lo que creíamos que pensábamos cuando sentíamos; lo que era un recuerdo y creíamos que era una emoción; y el mar en todo, llegando allá, rumoroso y fresco, del gran fondo de toda la noche, a agitarse fino en la playa, en el decurso nocturno de mi paseo a la orilla del mar…
¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que desea? ¿Quién sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y nos sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y no han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la playa invisible.
¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar!
(Continuará)
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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252
PASTORAL DE PEDRO
No sé dónde te he visto ni cuándo. No sé si ha sido en un cuadro o si ha sido en el campo real, al lado de los árboles y hierbas contemporáneas del cuerpo; ha sido quizás en un cuadro, tan idílica y legible es la memoria que conservo de ti. No sé cuándo ha sucedido esto, o si realmente ha sucedido —porque puede ser que no te viese ni en un cuadro— pero sé con todo el sentimiento de mi inteligencia que ése ha sido el momento más sosegado de mi vida.
Venías, boyerita leve, al lado de un buey manso y enorme, calmosos por el trazo ancho de la carretera. Desde lejos —me parece— os vi, y llegasteis junto a mí y pasasteis. Pareciste no reparar en mi presencia. Ibas lenta y guardadora descuidada del buey grande. Tu mirada se había olvidado de recordar y tenía un gran claro de vida del alma; te había abandonado la conciencia de ti misma. En aquel momento no eras nada más que un (…)
Al verte, recordé que las ciudades cambian pero los campos son eternos. Llaman bíblicos a las piedras y a los montes porque son los mismos, del mismo modo que debieron ser los de los tiempo bíblicos.
Es en la silueta pasajera de tu figura anónima donde pongo toda la evocación de los campos, y toda la calma que nunca he tenido me llega al alma cuando pienso en ti. Tu andar tenía un balanceo leve, un ondular indefinible, /en cada gesto tuyo se posaba la idea de un ave/—; tenías enredaderas invisibles enroscadas al (...)de tu busto. Tu silencio —era la caída de la tarde, y balaba un cansancio de rebaños, cencerreando, por las cuestas /pálidas/ de la hora—, tu silencio era el canto del último pastor que, por olvidado de una égloga nunca escrita por Virgilio, se quedó eternamente encantado, y se eterniza en los campos, silueta. Era posible que estuvieses sonriendo; para ti tan sólo, para tu alma, viéndote a ti en tu idea, sonriendo. Pero tus labios estaban tranquilos como el perfil de los montes; y el gesto, que no recuerdo, de tus manos rústicas enguirnaldado con flores de los campos.
Ha sido en un cuadro, sí, donde te he visto. ¿Pero de dónde me viene esta idea de que te vi acercarte y pasar a mi lado y yo seguir, sin volverme para atrás para estar viéndote siempre todavía? Se detiene el Tiempo para dejarte pasar, y yo te amo cuando quiero colocarte en la vida —o en la semejanza de la vida.
(Continuará)
252
PASTORAL DE PEDRO
No sé dónde te he visto ni cuándo. No sé si ha sido en un cuadro o si ha sido en el campo real, al lado de los árboles y hierbas contemporáneas del cuerpo; ha sido quizás en un cuadro, tan idílica y legible es la memoria que conservo de ti. No sé cuándo ha sucedido esto, o si realmente ha sucedido —porque puede ser que no te viese ni en un cuadro— pero sé con todo el sentimiento de mi inteligencia que ése ha sido el momento más sosegado de mi vida.
Venías, boyerita leve, al lado de un buey manso y enorme, calmosos por el trazo ancho de la carretera. Desde lejos —me parece— os vi, y llegasteis junto a mí y pasasteis. Pareciste no reparar en mi presencia. Ibas lenta y guardadora descuidada del buey grande. Tu mirada se había olvidado de recordar y tenía un gran claro de vida del alma; te había abandonado la conciencia de ti misma. En aquel momento no eras nada más que un (…)
Al verte, recordé que las ciudades cambian pero los campos son eternos. Llaman bíblicos a las piedras y a los montes porque son los mismos, del mismo modo que debieron ser los de los tiempo bíblicos.
Es en la silueta pasajera de tu figura anónima donde pongo toda la evocación de los campos, y toda la calma que nunca he tenido me llega al alma cuando pienso en ti. Tu andar tenía un balanceo leve, un ondular indefinible, /en cada gesto tuyo se posaba la idea de un ave/—; tenías enredaderas invisibles enroscadas al (...)de tu busto. Tu silencio —era la caída de la tarde, y balaba un cansancio de rebaños, cencerreando, por las cuestas /pálidas/ de la hora—, tu silencio era el canto del último pastor que, por olvidado de una égloga nunca escrita por Virgilio, se quedó eternamente encantado, y se eterniza en los campos, silueta. Era posible que estuvieses sonriendo; para ti tan sólo, para tu alma, viéndote a ti en tu idea, sonriendo. Pero tus labios estaban tranquilos como el perfil de los montes; y el gesto, que no recuerdo, de tus manos rústicas enguirnaldado con flores de los campos.
Ha sido en un cuadro, sí, donde te he visto. ¿Pero de dónde me viene esta idea de que te vi acercarte y pasar a mi lado y yo seguir, sin volverme para atrás para estar viéndote siempre todavía? Se detiene el Tiempo para dejarte pasar, y yo te amo cuando quiero colocarte en la vida —o en la semejanza de la vida.
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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253
Siempre habrá lucha en este mundo, sin decisión ni victoria, entre el que ama lo que no hay porque existe, y el que ama lo que hay porque no existe. Siempre, siempre, existirá el abismo entre el que reniega de lo mortal porque es mortal y el que ama lo mortal porque desearía que nunca muriese. Me veo aquel que fui en la infancia, en aquel momento en que mi barco regalado se volcó en el estanque de la quinta, y no hay filosofías que substituyan a aquel momento, ni razones que me expliquen por qué sucedió. Me acuerdo, y vivo; ¿qué vida mejor tienes tú para darme?
—Ninguna, ninguna porque yo también recuerdo.
¡Ah, me acuerdo bien! Era en la quinta antigua y a la hora de la velada; después de coser y hacer punto, llegaba el té, y las tostadas, y el sueño bueno que yo había de dormir. Dame esto otra vez, tal cual era, con el reloj tictaqueando al fondo, y guárdate para ti todos los Dioses. ¿Qué es para mí un Olimpo que no me sabe a las tostadas del pasado? ¿Qué tengo yo que ver con unos dioses que no tienen mi reloj antiguo?
Tal vez todo sea símbolo y sombra, pero no me gustan los símbolos y no me gustan las sombras. Restitúyeme el pasado y guárdate la verdad. Dame otra vez la infancia y llévate contigo a Dios.
—¡Tus símbolos! Si lloro de noche, como un niño que tiene miedo, ninguno de tus símbolos viene a acariciarme el hombro y a arrullarme hasta que me duerma. Si me pierdo en el camino, tú no tienes una Virgen María mejor que venga a cogerme de la mano. Me dan frío tus trascendencias. Quiero un hogar en el Más Allá. ¿Crees que alguien tiene en el alma sed de metafísicas o de misterios o de altas verdades?
—¿De qué es de lo que se tiene sed en esa alma?
—De algo como todo lo que ha sido nuestra infancia. De los juguetes muertos, de las tías viejas idas. Esas cosas son las que son la realidad, aunque se hayan muerto. ¿Qué tiene que ver conmigo lo Inefable?
—Una cosa... ¿Has tenido unas tías viejas, y una quinta antigua y un té y un reloj?
—No lo he tenido. Me gustaría haberlo tenido. ¿Y tú has vivido a la orilla del mar?
—Nunca. ¿No lo sabías?
—Lo sabía, pero creía. ¿Por qué no creer en lo que se supone?
—¿No sabes que éste es un diálogo en el jardín del Palacio, un interludio lunar, una función en la que nos entretenemos mientras las horas pasan para los demás?
—Claro que sí, pero yo estoy razonando…
—Está bien: yo no. El raciocinio es la peor especie del sueño, porque es la que nos transporta al sueño la regularidad de la vida que no existe, es decir, es doblemente nada.
—¿Pero qué quiere decir eso?
(Poniéndole la mano en el otro hombro, y envolviéndole en un abrazo) —Ay,hijo mío, ¿qué quiere decir nada?
(Continuará)
253
Siempre habrá lucha en este mundo, sin decisión ni victoria, entre el que ama lo que no hay porque existe, y el que ama lo que hay porque no existe. Siempre, siempre, existirá el abismo entre el que reniega de lo mortal porque es mortal y el que ama lo mortal porque desearía que nunca muriese. Me veo aquel que fui en la infancia, en aquel momento en que mi barco regalado se volcó en el estanque de la quinta, y no hay filosofías que substituyan a aquel momento, ni razones que me expliquen por qué sucedió. Me acuerdo, y vivo; ¿qué vida mejor tienes tú para darme?
—Ninguna, ninguna porque yo también recuerdo.
¡Ah, me acuerdo bien! Era en la quinta antigua y a la hora de la velada; después de coser y hacer punto, llegaba el té, y las tostadas, y el sueño bueno que yo había de dormir. Dame esto otra vez, tal cual era, con el reloj tictaqueando al fondo, y guárdate para ti todos los Dioses. ¿Qué es para mí un Olimpo que no me sabe a las tostadas del pasado? ¿Qué tengo yo que ver con unos dioses que no tienen mi reloj antiguo?
Tal vez todo sea símbolo y sombra, pero no me gustan los símbolos y no me gustan las sombras. Restitúyeme el pasado y guárdate la verdad. Dame otra vez la infancia y llévate contigo a Dios.
—¡Tus símbolos! Si lloro de noche, como un niño que tiene miedo, ninguno de tus símbolos viene a acariciarme el hombro y a arrullarme hasta que me duerma. Si me pierdo en el camino, tú no tienes una Virgen María mejor que venga a cogerme de la mano. Me dan frío tus trascendencias. Quiero un hogar en el Más Allá. ¿Crees que alguien tiene en el alma sed de metafísicas o de misterios o de altas verdades?
—¿De qué es de lo que se tiene sed en esa alma?
—De algo como todo lo que ha sido nuestra infancia. De los juguetes muertos, de las tías viejas idas. Esas cosas son las que son la realidad, aunque se hayan muerto. ¿Qué tiene que ver conmigo lo Inefable?
—Una cosa... ¿Has tenido unas tías viejas, y una quinta antigua y un té y un reloj?
—No lo he tenido. Me gustaría haberlo tenido. ¿Y tú has vivido a la orilla del mar?
—Nunca. ¿No lo sabías?
—Lo sabía, pero creía. ¿Por qué no creer en lo que se supone?
—¿No sabes que éste es un diálogo en el jardín del Palacio, un interludio lunar, una función en la que nos entretenemos mientras las horas pasan para los demás?
—Claro que sí, pero yo estoy razonando…
—Está bien: yo no. El raciocinio es la peor especie del sueño, porque es la que nos transporta al sueño la regularidad de la vida que no existe, es decir, es doblemente nada.
—¿Pero qué quiere decir eso?
(Poniéndole la mano en el otro hombro, y envolviéndole en un abrazo) —Ay,hijo mío, ¿qué quiere decir nada?
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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254
Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican por las leyes que conocemos de las cosas. Todos los días, habladas durante un momento, se olvidan, y el mismo misterio que las ha traído se las lleva, convirtiéndose el secreto en olvido. Tal es la ley de lo que tiene que ser olvidado porque no puede ser explicado. A la luz del sol, continúa siendo normal el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra.
(Continuará)
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Todos los días suceden en el mundo cosas que no se explican por las leyes que conocemos de las cosas. Todos los días, habladas durante un momento, se olvidan, y el mismo misterio que las ha traído se las lleva, convirtiéndose el secreto en olvido. Tal es la ley de lo que tiene que ser olvidado porque no puede ser explicado. A la luz del sol, continúa siendo normal el mundo visible. El ajeno nos acecha desde la sombra.
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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255
¿Dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no he cometido, disfrutar de ser perdonado por una caricia no propiamente maternal.
Un regazo para llorar, pero un regazo enorme, sin forma, espacioso como una noche de verano, y sin embargo cercano, caliente, femenino, al lado de cualquier fuego... Poder llorar allí cosas impensables, faltas que no sé cuales son, ternuras de cosas inexistentes, y grandes dudas crispadas de no sé qué futuro…
Una infancia nueva, un ama vieja otra vez, y una cama pequeña dónde acabe por dormirme, entre cuentos que arrullan, mal oídos, con una atención que se pone tibia, de rayos que penetraban en jóvenes cabellos rubios como el trigo... Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas…
Un regazo o una cuna o un brazo caliente alrededor de mi cuello... Una voz que canta bajo y parece querer hacerme llorar... El ruido de la lumbre en el hogar… Un calor en el invierno... Un extravío suave de mi conciencia... Y después, sin ruido, un sueño tranquilo en un espacio enorme, como la luna rodando entre estrellas…
Cuando pongo aparte mis [... ] y coloco en un rincón, con un cuidado lleno de cariño —con ganas de darles besos— mis juguetes, las palabras, las imágenes, las frases —¡me quedo tan pequeño y tan inofensivo, tan solo en un cuarto tan grande y tan triste, tan profundamente triste!…
Después de todo, ¿quién soy yo cuando no juego? Un pobre huérfano, abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la Realidad, teniendo que dormir en los escalones de la Tristeza y que comer el pan regalado de la Fantasía. De un padre sé el nombre; me han dicho que se llama Dios, pero el nombre no me da idea de nada. A veces, de noche, cuando me siento solo, le llamo y lloro, y me hago una idea de él a la que poder amar... Pero después pienso que no le conozco, que quizás no sea así, que quizás no sea nunca ese padre de mi alma…
¿Cuándo se terminará todo esto, estas calles por las que arrastro mi miseria, y estos escalones donde encojo mi frío y siento las manos de la noche entre mis harapos? Si un día viniese Dios a buscarme y me llevase a su casa y me diese calor y afecto... A veces pienso esto y lloro con alegría al pensar que puedo pensarlo… Pero el viento se arrastra por la calle y las hojas caen en la acera... Alzo los ojos y veo las estrellas que no tienen ningún sentido... Y de todo esto apenas quedo yo, un pobre niño abandonado, que ningún Amor quiso por hijo adoptivo, ni ninguna Amistad por compañero de juegos.
Tengo mucho frío. Estoy tan cansado en mi abandono. Ve a buscar, oh Viento,a mi Madre. Llévame por la Noche a la casa que no he conocido... Vuelve a darme, oh Silencio .[...], mi alma y mi cuna y mi canción con que me dormía.
(Continuará)
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¿Dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no he cometido, disfrutar de ser perdonado por una caricia no propiamente maternal.
Un regazo para llorar, pero un regazo enorme, sin forma, espacioso como una noche de verano, y sin embargo cercano, caliente, femenino, al lado de cualquier fuego... Poder llorar allí cosas impensables, faltas que no sé cuales son, ternuras de cosas inexistentes, y grandes dudas crispadas de no sé qué futuro…
Una infancia nueva, un ama vieja otra vez, y una cama pequeña dónde acabe por dormirme, entre cuentos que arrullan, mal oídos, con una atención que se pone tibia, de rayos que penetraban en jóvenes cabellos rubios como el trigo... Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas…
Un regazo o una cuna o un brazo caliente alrededor de mi cuello... Una voz que canta bajo y parece querer hacerme llorar... El ruido de la lumbre en el hogar… Un calor en el invierno... Un extravío suave de mi conciencia... Y después, sin ruido, un sueño tranquilo en un espacio enorme, como la luna rodando entre estrellas…
Cuando pongo aparte mis [... ] y coloco en un rincón, con un cuidado lleno de cariño —con ganas de darles besos— mis juguetes, las palabras, las imágenes, las frases —¡me quedo tan pequeño y tan inofensivo, tan solo en un cuarto tan grande y tan triste, tan profundamente triste!…
Después de todo, ¿quién soy yo cuando no juego? Un pobre huérfano, abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la Realidad, teniendo que dormir en los escalones de la Tristeza y que comer el pan regalado de la Fantasía. De un padre sé el nombre; me han dicho que se llama Dios, pero el nombre no me da idea de nada. A veces, de noche, cuando me siento solo, le llamo y lloro, y me hago una idea de él a la que poder amar... Pero después pienso que no le conozco, que quizás no sea así, que quizás no sea nunca ese padre de mi alma…
¿Cuándo se terminará todo esto, estas calles por las que arrastro mi miseria, y estos escalones donde encojo mi frío y siento las manos de la noche entre mis harapos? Si un día viniese Dios a buscarme y me llevase a su casa y me diese calor y afecto... A veces pienso esto y lloro con alegría al pensar que puedo pensarlo… Pero el viento se arrastra por la calle y las hojas caen en la acera... Alzo los ojos y veo las estrellas que no tienen ningún sentido... Y de todo esto apenas quedo yo, un pobre niño abandonado, que ningún Amor quiso por hijo adoptivo, ni ninguna Amistad por compañero de juegos.
Tengo mucho frío. Estoy tan cansado en mi abandono. Ve a buscar, oh Viento,a mi Madre. Llévame por la Noche a la casa que no he conocido... Vuelve a darme, oh Silencio .[...], mi alma y mi cuna y mi canción con que me dormía.
(Continuará)
Pedro Casas Serra- Grupo Metáfora
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Re: Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
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Nunca duermo: vivo y sueño o, mejor dicho, sueño en vida y al dormir, que también es vida. No hay interrupción en mi conciencia: siento lo que me rodea si todavía no duermo, o si no duermo bien; entro luego a soñar desde que duermo de verdad. Así, lo que soy es un perpetuo desenrollarse de imágenes, conexas o inconexas, que fingen siempre que son exteriores, unas situadas entre los hombres y la luz si estoy despierto, otras situadas entre los fantasmas y la sin-luz que se ve, si estoy durmiendo. Verdaderamente, no sé cómo distinguir una cosa de la otra, ni oso afirmar si no duermo cuando estoy despierto, si no estoy despertando cuando duermo.
La vida es un ovillo que alguien ha enmarañado. Hay un sentido en ella, si estuviera desenrollada y puesta a lo largo, o bien enrollada. Pero, tal como está, es un problema sin ovillo propio, un embrollarse sin donde.
Siento esto, que después escribiré, puesto que ya voy soñando las frases a decir, cuando, a través de la noche de medio-dormir, siento, juntamente con los paisajes de sueños vagos, el ruido de la lluvia allá fuera, haciéndomelos más vagos todavía. Son adivinos de lo vacuo, trémulos de abismo, y a través de ellos resbala, inútil, el plañir exterior de la lluvia constante, minucia abundante del paisaje del oído. ¿Esperanza? Nada. Del cielo invisible baja en son de duelo agua que un viento alza. Continúo durmiendo. Era, sin duda, en las alamedas del parque donde sucedió la tragedia de que ha resultado la vida. Eran dos y bellos y deseaban ser otra cosa; el amor se les retrasaba en el tedio del futuro, y la nostalgia de lo que habría de ser venía ya siendo hija del amor que no habían disfrutado. Así, al claro de luna de los bosques cercanos, pues a través de ellos se filtraba la luna, se paseaban, de la mano, sin deseos ni esperanzas, a través del desierto propio de los paseos abandonados. Eran completamente niños, pues no lo eran de verdad. De paseo en paseo, siluetas entre árbol y árbol, recorrían sin papel recortado aquel escenario de nadie. Y así desaparecieron por el lado de los estanques, cada vez más juntos y separados, y el ruido de la vaga lluvia que cesa es el de los surtidores de hacia donde iban. Soy el amor que disfrutaron y por eso lo sé oír en la noche en que no duermo, y también sé vivir desgraciado.
2-5-1932.
(Continuará)
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Nunca duermo: vivo y sueño o, mejor dicho, sueño en vida y al dormir, que también es vida. No hay interrupción en mi conciencia: siento lo que me rodea si todavía no duermo, o si no duermo bien; entro luego a soñar desde que duermo de verdad. Así, lo que soy es un perpetuo desenrollarse de imágenes, conexas o inconexas, que fingen siempre que son exteriores, unas situadas entre los hombres y la luz si estoy despierto, otras situadas entre los fantasmas y la sin-luz que se ve, si estoy durmiendo. Verdaderamente, no sé cómo distinguir una cosa de la otra, ni oso afirmar si no duermo cuando estoy despierto, si no estoy despertando cuando duermo.
La vida es un ovillo que alguien ha enmarañado. Hay un sentido en ella, si estuviera desenrollada y puesta a lo largo, o bien enrollada. Pero, tal como está, es un problema sin ovillo propio, un embrollarse sin donde.
Siento esto, que después escribiré, puesto que ya voy soñando las frases a decir, cuando, a través de la noche de medio-dormir, siento, juntamente con los paisajes de sueños vagos, el ruido de la lluvia allá fuera, haciéndomelos más vagos todavía. Son adivinos de lo vacuo, trémulos de abismo, y a través de ellos resbala, inútil, el plañir exterior de la lluvia constante, minucia abundante del paisaje del oído. ¿Esperanza? Nada. Del cielo invisible baja en son de duelo agua que un viento alza. Continúo durmiendo. Era, sin duda, en las alamedas del parque donde sucedió la tragedia de que ha resultado la vida. Eran dos y bellos y deseaban ser otra cosa; el amor se les retrasaba en el tedio del futuro, y la nostalgia de lo que habría de ser venía ya siendo hija del amor que no habían disfrutado. Así, al claro de luna de los bosques cercanos, pues a través de ellos se filtraba la luna, se paseaban, de la mano, sin deseos ni esperanzas, a través del desierto propio de los paseos abandonados. Eran completamente niños, pues no lo eran de verdad. De paseo en paseo, siluetas entre árbol y árbol, recorrían sin papel recortado aquel escenario de nadie. Y así desaparecieron por el lado de los estanques, cada vez más juntos y separados, y el ruido de la vaga lluvia que cesa es el de los surtidores de hacia donde iban. Soy el amor que disfrutaron y por eso lo sé oír en la noche en que no duermo, y también sé vivir desgraciado.
2-5-1932.
(Continuará)
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