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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty AUGUSTO FERRÁN

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 01 Mar 2020, 03:54

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    A ¿Por qué fue Augusto Ferrán?

    Que el siglo XIX en España fue una etapa apasionante de la Historia es una afirmación que no nos trae nada novedoso. Pero cuántos nombres se han perdido en sus almanaques y sus hemerotecas. Pero cuántos nombres se han perdido en los noticiarios de los periódicos y en la ceniza del tiempo. Cuántas caras. Cuántas firmas. Cuántos secretos. Cuántos documentos desconcertantes y reveladores. Cuántas biografías consumidas al paso de las décadas. Una de estas biografías fundamentales para entender, en este caso, la cultura y la historia de la literatura en España tiene nombre: Augusto Ferrán y Forniés.

    ¿Por quién responde Ferrán y Forniés? Augusto Ferrán y Forniés nació en el Madrid decimonónico, el 27 de julio de 1835. Hijo de una familia de artesanos, mediana burguesía y buena posición, de padre barcelonés y madre zaragozana, mantuvo una intensa relación con las inquietudes humanistas de su tiempo. La desahogada economía familiar, un taller de molduras –cuya prosperidad le concedió a sus padres la posibilidad de abrir negocios en Cuba–, le permitió al joven Ferrán recibir una educación privilegiada. Augusto Ferrán, siempre lúcido y atento en la rama de las letras, accedió al madrileño Instituto del Noviciado, en donde comenzó a adquirir y a nutrirse de los principales movimientos literarias y humanistas del siglo XIX en Europa.

    Costeado por los gastos de la casa, el por aquel entonces estudiante de Madrid, prepara la maleta y viaja por dos países que son, que fueron, epicentros de la cultura occidental y de Europa: Francia y Alemania. Aun así, a pesar de la riqueza cultural –literaria, pictórica, musical…–del París en que desembarcó en un primer momento, fue en Alemania donde Augusto Ferrán quedó atrapado por las sensibilidades estéticas de los nombres más destacados del panorama cultural alemán. En Múnich, ciudad en que se instaló para sobrevivir en este nuevo entorno, lleno de novedad y de aprendizaje, se caló hasta los huesos de la música de Schubert, Schumann y Mendelssohn. En esta ciudad alemana fue donde leyó, por vez primera según nos consta, la poesía de quien será su maestro y su influencia: Heinrich Heine. En Múnich estudia la lengua alemana y se desenvuelve en las nociones de la traducción, oficio que le permitirá vivir durante su estancia; por otra parte, la obra de Heine, le sugiere un nuevo camino estético para la literatura. Camino del que brotará, ya traído a España, un estilo y una corriente estética inédita y original.

    Retorno a España: renovación, viajes y cosecha

    “Al ver tu sepultura
    las siemprevivas tan frescas,
    me acuerdo, madre del alma,
    que estás para siempre muerta”.

    En 1859 fallece Rosa Forniés, madre de Augusto. Este trágico acontecimiento le trae a España, debido al dolor que le produjo la muerte de su madre. La fascinación de Ferrán por la lengua y la literatura alemana le anima a fundar, ya en Madrid como decimos, El Sábado, una publicación dedicada a la divulgación de la cultura germana. El Sábado no fue una revista que perdurara en la publicación de sus números, pero le permitió conocer nombres relevantes de la literatura madrileña y hacer amistad en los círculos literarios e intelectuales de la época. Ahí le presentaron a Julio Nombela, con quien Augusto Ferrán viajó en una ocasión a París para cerrar asuntos de la herencia de su madre, pues el padre de éste se había mudado a la capital francesa para vivir en compañía de otra familia. A pesar de su buena adaptación a los ambientes parisinos, Augusto Ferrán decido volver, de nuevo, a España, no sin una condición planteada a su amigo Nombela: que le consiguiera el contacto de un poeta español que sonaba en los ecos de las tertulias y los cafés, Gustavo Adolfo Bécquer. Una amistad fructífera en las vidas de los dos poetas.

    En 1860 se inicia un trato entre Bécquer y Ferrán de admiración y generosidad. En aquel Augusto Ferrán prepara la edición de su libro de poemas La Soledad, acogido con entusiasmo por Bécquer en las páginas de El Contemporáneo, periódico en el que se ganaba el jornal como periodista. En este libro de poemas se advierten las formas y los principios estéticos que prevalecen en buena parte de la poesía española de la segunda mitad del siglo XIX: ausencia de la grandilocuencia, influencia de la música popular en el ritmo y en la rima, sencillez expresiva y una obsesión por el lenguaje claro y preciso. Este canon renovador en la poesía romántica, herencia de las obras de Heine –autor del que Bécquer universal y romántico también se inspira para fabricar su obra-, supuso un vuelco a los criterios seguidos hasta entonces.

    En los primeros cinco años de la década de 1860 publica Augusto Ferrán Traducciones e imitaciones del poeta alemán Enrique Heine, con buena acogida en la crítica, y numerosos artículos en El Seminario Popular dedicados a la difusión de las obras de los autores, escritores y poetas, románticos de la Europa del XIX, desde el citado Heine hasta Lord Byron. En 1865 se traslada a Alcoy, localidad de Alicante, desde donde publicó varias obras como La fuente de Montal (1866). En los siguientes años de la década, y los restantes hasta su muerte, fueron de amplia producción literaria e importantes acontecimientos en su biografía:
    (cont.)


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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 01 Mar 2020, 03:58

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera



    (CONT.)



    -Augusto Ferrán convive con el hermano y la familia de Gustavo Adolfo Bécquer, el pintor Valeriano Bécquer, y le publica al primero, tras su muerte, bajo el título Obras (1871), una edición en la que se recopilaban los textos escritos por el inédito Bécquer. Edición que será el germen de Rimas y Leyendas.

    -Publicó y colaboró en la prensa divulgando la cultura germana, en concreto en Revista Española.

    -Escribe y prepara su segundo libro de poemas, La pereza (1871).

    -Viaja hacia Chile y contrae matrimonio.

    En 1877 regresa a Madrid, el último viaje, para seguir imbuido en sus publicaciones, como la traducción de Don Quijote de Heine, publicada el 30 de septiembre de 1877. Tres años más tarde, tras pasar dos interno en un hospital para enfermos mentales, fallece en lamentables circunstancias. Primavera de 1880.

    Augusto Ferrán, alguien necesario

    ¿Qué hubiese sido de la poesía española contemporánea, y en concreto de la poesía romántica del XIX, sin los criterios estéticos asumidos por Augusto Ferrán en sus viajes a Centroeuropa? ¿Qué hubiese sido de Gustavo Adolfo Bécquer, el denominado por muchos como padre de la poesía moderna, sin la edición de las Obras, prologada por el propio Ferrán? ¿Cómo se hubiese desarrollado el canon de la segunda mitad del XIX y buena parte del XX –Manuel Machado, Federico García Lorca, Javier Salvago, Rafael Montesinos−sin la influencia de la cultura alemana y flamenca en España –sencillez expresivo, inspiración de los ritmos folclóricos, claridad y belleza de la palabra−?

    Es Augusto Ferrán la respuesta a una necesidad de renovación. Sus aportaciones en el campo de la traducción y la divulgación de la literatura alemana –importar un estilo ajeno para hacerlo propio entre los tuyos−constituyen un punto de inflexión en la literatura española y en las corrientes literarias y estilos que estaban por llegar: la segunda mitad del romanticismo, la línea clásica y lírica de Juan Ramón Jiménez, la vertiente popular del 27 y la poesía de la nueva sentimentalidad. Decisivo, por tanto, su nombre y su historia para comprender los principios formales y estéticos de la poesía española. Habrá que seguir investigando.

    Prólogo [de Gustavo Adolfo Bécquer]

    I

    Leí la última página, cerré el libro y apoyé mi cabeza entre las manos.
    Un soplo de la brisa de mi país, una onda de perfumes y armonías lejanas besó mi frente y acarició mi oído al pasar.
    Toda mi Andalucía, con sus días de oro y sus noches luminosas y transparentes, se levantó como una visión de fuego del fondo de mi alma.
    Sevilla, con su Giralda de encajes, que copia temblando el Guadalquivir, y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido de los pasos del Rey Justiciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos, y penetré en su recinto, y crucé sus calles, y respiré su atmósfera, y oí los cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías, medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.
    No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a expirar, arrojando sus últimos destellos que, en círculos, ya luminosos, ya sombríos, se proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
    La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las nebulosas mañanas de invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis balcones.
    Al través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
    Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
    Madrid sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.
    Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma.
    Y, sin embargo, yo había vuelto a respirar la tibia atmósfera de mi ciudad querida, yo había sentido el beso vivificador de sus brisas cargadas de perfumes, su sol de fuego había deslumbrado mis ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se asienta el convento de Aznalfarache.
    ***
    Aquel mundo de recuerdos lo había evocado como un conjuro mágico, un libro.
    Un libro impregnado en el perfume de las flores de mi país; un libro, del que cada una de las páginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un rayo de sol; un libro, por último, cuyo solo título aún despierta en mi alma un sentimiento indefinible de vaga tristeza.
    ¡La soledad!
    La soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía.



    II

    Aquel libro lo tenía allí para juzgarlo.
    Como cuestión de sentimiento, para mí ya lo estaba.
    Sin embargo, el criterio de la sensación está sujeto a influencias puramente individuales, de las que se debe despojar el crítico, si ha de llenar su misión dignamente.
    Esto es lo que voy a hacer, si me es posible.
    Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
    Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
    La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
    La segunda carece de medida absoluta; adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas.
    La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece.
    La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
    Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
    Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.
    La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía.
    La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión.
    Las poesías de este libro pertenecen al último de los dos géneros, porque son populares, y la poesía popular es la síntesis de la poesía.



    III

    El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones.
    Nadie mejor que él sabe sintetizar en sus obras las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época.
    Él forjó esa maravillosa epopeya celeste de los dioses del paganismo, que después formuló Homero.
    Él ha dado el ser a ese mundo invisible de las tradiciones religiosas, que puede llamarse el mundo de la mitología cristiana.
    Él inspiró al sombrío Dante el asunto de su terrible poema.
    Él dibujó a Don Juan.
    Él soñó a Fausto.
    Él, por último, ha infundido su aliento de vida a todas esas figuras gigantescas que el arte ha perfeccionado luego, prestándoles formas y galas.
    Los grandes poetas, semejantes a un osado arquitecto, han recogido las piedras talladas por él, y han levantado con ellas una pirámide en cada siglo.
    Pirámides colosales, que, dominando la inmensa ola del olvido y del tiempo, se contemplan unas a otras y señalan el paso de la humanidad por el mundo de la inteligencia.
    Como a sus maravillosas concepciones, el pueblo da a la expresión de sus sentimientos una forma especialísima.
    Una frase sentida, un toque valiente o un rasgo natural, le bastan para emitir una idea, caracterizar un tipo o hacer una descripción.
    Esto y no más son las canciones populares.
    Todas las naciones las tienen.
    Las nuestras, las de toda la Andalucía en particular, son acaso las mejores.
    En algunos países, en Alemania sobre todo, esta clase de canciones constituven un género de poesía.
    Goethe, Schiller, Uhland, Heine, no se han desdeñado de cultivarlo; es más, se han gloriado de hacerlo.
    Entre nosotros no: estas canciones se admiran, es verdad, se aplauden, se repiten de boca en boca. Trueba las ha glosado con una espontaneidad y una gracia admirables; Fernán-Caballero ha reunido un gran número en sus obras; pero nadie ha tocado ese género para elevarlo a la categoría de tal en el terreno del arte.
    A esto es a lo que aspira el autor de La Soledad.
    Estas son las pretensiones que trae su libro al aparecer en la arena literaria.
    El propósito es digno de aplauso, y la empresa más arriesgada de lo que a primera vista parece.
    ¿Cómo lo ha cumplido?

    (CONT.)


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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 02 Mar 2020, 01:11

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera


    (CONT.)






    IV

    «Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.»



    Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace.
    Desde luego confesamos que este rasgo, a la vez de modestia y confianza en su obra, nos gusta.
    Sean como fueren sus cantares, el autor no rehuye las comparaciones.
    No tiene por qué rehuirlas.
    Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela, aun bajo el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, a los que se ha propuesto por norma.
    El autor de La Soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no pueden imitarse.
    Tampoco ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose a una forma prescrita, como el que vence una dificultad por gala, no; los ha hecho sin duda porque sus ideas, al revestirse espontáneamente de una forma, han tomado ésta; porque su libre educación literaria, su conocimiento de los poetas alemanes y el estudio especialísimo de la poesía popular, han formado desde luego su talento a propósito para representar este nuevo género en nuestra nación.
    En efecto, sus cantares, ora brillantes y graciosos, ora sentidos y profundos, ya se traduzcan por medio de un rasgo apasionado y valiente, ya merced a una nota melancólica y vaga, siempre vienen a herir alguna de las fibras del corazón del poeta.
    En ellos hay un grito para cada dolor, una sonrisa para cada esperanza, una lágrima para cada desengaño, un suspiro para cada recuerdo.
    En sus manos la sencilla arpa popular recorre todos los géneros, responde a todos los tonos de la infinita escala del sentimiento y las pasiones. No obstante, lo mismo al reír que al suspirar, al hablar del amor que al exponer algunos de sus extraños fenómenos, al traducir un sentimiento que al formular una esperanza, estas canciones rebosan en una especie de vaga e indefinible melancolía que produce en el ámino una sensación al par dolorosa y suave.
    No es extraño.
    En mi país, cuando la guitarra acompaña La Soledad, ella misma parece como que se queja y llora.



    V



    Las fatigas que se cantan
    son las fatigas más grandes,
    porque se cantan llorando
    y las lágrimas no salen.





    Entre los originales, este es el primer cantar que se encuentra al abrir el libro. Él da el tono al resto de la obra, que se desenvuelve como una rica melodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y mil brillantes variaciones.
    Si la dimensión de este artículo me lo permitiera, citaría una infinidad de ellos que justificasen mi opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, transcribiré algunos que, aunque imperfecta, puedan dar alguna idea del libro que me ocupa:


    Si yo pudiera arrancar
    una estrellita del cielo,
    te la pusiera en la frente
    para verte desde lejos.



    Cuando pasé por tu casa
    «¿quién vive?» al verme gritaste,
    sólo con la mala idea
    de, si aún vivía, matarme.



    Compañera, yo estoy hecho
    a sufrir penas crueles;
    pero no a sufrir la dicha
    que apenas llega se vuelve.





    En estos cantares, el autor rivaliza en espontaneidad y gracia con los del pueblo: la misma forma ligera y breve, la misma intención, la misma verdad y sencillez en la expresión del sentimiento.
    En los que sigue varía de tono:


    Antes piensa y luego habla;
    y después de haber hablado,
    vuelve a pensar lo que has dicho,
    y verás si es bueno o malo.



    Levántate si te caes,
    y antes de volver a andar,
    mira dónde te has caído
    y pon allí una señal.



    Yo me he querido vengar
    de los que me hacen sufrir,
    y me ha dicho mi conciencia
    que antes me vengue de mí.





    Una sentencia profunda, encerrada en una forma concisa, sin más elevación que la que le presta la elevación del pensamiento que contiene. Verdad en la observación, naturalidad en la frase: estas son las dotes del género de estos cantares. El pueblo los tiene magníficos; por los que dejamos citados se verá hasta qué punto compiten con ellos los del autor de La Soledad:


    Los mundos que me rodean
    son los que menos me extrañan;
    el que me tiene asombrado
    es el mundo de mi alma.



    Lo que envenena la vida,
    es ver que en torno tenemos
    cuanto para ser felices
    nos hace falta y no es nuestro.



    Yo no sé lo que yo tengo,
    ni sé lo que a mí me falta,
    que siempre espero una cosa
    que no sé cómo se llama.



    ¡Ay de mí! Por más que busco
    la soledad, no la encuentro.
    Mientras yo la voy buscando,
    mi sombra me va siguiendo.



    Todo hombre que viene al mundo
    trae un letrero en la frente
    con letras de fuego escrito,
    que dice: «Reo de muerte».



    (cont.)


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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 02 Mar 2020, 01:14

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera


    (CONT.)




    La poesía popular, sin perder su carácter, comienza aquí a elevar su vuelo.
    La honda admiración que nos sobrecoge al sentir levantarse en el interior del alma un maravilloso mundo de ideas incomprensibles, ideas que flotan como flotan los astros en la inmensidad.
    Esa amargura que corroe el corazón, ansioso de goces, goces que pasan a su lado y huyen lanzándole una carcajada, cuando tiende la mano para asirlos; goces que existen, pero que acaso nunca podrá conocer.
    Esa impaciencia nerviosa que siempre espera algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, porque ni aun se sabe su nombre; deseo quizá de algo divino, que no está en la tierra, y que presentimos no obstante.
    Esa desesperación del que no puede ahuyentar los dolores, y huye del mundo, y los tormentos le siguen, porque sus torturas son sus ideas, que, como su sombra, le acompaña a todas partes.
    Esa lúgubre verdad que nos dice que llevamos un germen de muerte dentro de nosotros mismos; todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas que constituyen la inspiración, están expresados en los cuatro cantares que preceden, con una sobriedad y una maestría que no puede menos de llamar la atención.
    Como se ve, el autor, con estas canciones, ha dado ya un gran paso para aclimatar su género favorito en el terreno del arte.
    Veamos ahora algunas de las que, también imitación de las populares, que constan de dos o más estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro:


    Pasé por un bosque y dije
    «aquí está la soledad...»
    y el eco me respondió
    con voz muy ronca: «aquí está».

    Y me respondió «aquí está»
    y entonces me entró un temblor
    al ver que la voz salía
    de mi mismo corazón.





    Tenía los labios rojos,
    tan rojos como la grana...
    labios ¡ay! que fueron hechos
    para que alguien los besara.

    Yo un día quise... la niña
    al pie de un ciprés descansa:
    un beso eterno la muerte
    puso en sus labios de grana.



    Allá arriba el sol brillante
    las estrellas allá arriba;
    aquí abajo los reflejos
    de lo que tan lejos brilla.



    Allá lo que nunca acaba,
    aquí lo que al fin termina:
    ¡y el hombre atado aquí abajo
    mirando siempre hacia arriba!


    La primera de estas canciones puede ponerse en boca del Manfredo, de Byron; Schiller, no repudiaría la segunda si la encontrase entre sus baladas, y con pensamientos menos grandes que el de la tercera ha escrito Víctor Hugo muchas de sus odas.
    Pero nos resta aún por citar una de ellas, acaso una de las mejores, sin duda la más melancólica, la más vaga, la más suave de todas, la última: con ella termina el libro de La Soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando, y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación:


    Los que quedan en el puerto
    cuando la nave se va,
    dicen al ver que se aleja:
    «¡quién sabe si volverán!»

    Y los que van en la nave
    dicen mirando hacia atrás:
    «¡quién sabe cuando volvamos
    si se habrán marchado ya!»




    VI

    «En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria, y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones».
    Así termina el prólogo de La Soledad. ¿Con qué otras palabras podía yo concluir esta revista, que pusieran más de relieve la modestia y la ternura del nuevo poeta?
    Yo creo, yo espero, digo más, yo estoy seguro que no tardarán mucho en cumplirse las aspiraciones del autor de estos cantares.
    Acaso, cuando yo vuelva a mi Sevilla, me recordará alguno de ellos días y cosas que a su vez me arranquen una lágrima de sentimiento semejante a la que hoy brota de mis ojos al recordarla.

    G. A. Bécquer


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 03 Mar 2020, 01:30

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera


    (cont.)





    Prólogo del autor

    He escrito estos versos en el estilo sencillo y espontáneo de las canciones populares, las cuales he intentado imitar.
    Si me he separado algunas veces del carácter peculiar de este género de poesías, no lo puedo atribuir más que a mi predilección por ciertas canciones alemanas, entre ellas las de Enrique Heine, que en realidad tienen alguna semejanza con los cantares españoles.
    Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, de los muchos que tengo recogidos, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.
    En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones.


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 06 Mar 2020, 01:22

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera


    (cont.)





    La soledad

    ¡Ay de mí! Por más que busco
    la soledad, no la encuentro;
    mientras ya la voy buscando,
    mi sombra me va siguiendo.

    Pobre me acosté, y en sueños
    vi lleno de oro mi cuarto:
    más pobre me levanté
    que antes de haberme acostado.




    Como si fuera preso


    Voy como si fuera preso
    detrás camina mi sombra,
    delante mi pensamiento.

    Es tanta la confusión
    que oculto dentro del pecho,
    que ya no sé mis pesares
    distinguir de los ajenos.

    Por eso cuando te pones
    a contarme tus fatigas,
    digo para mis adentros:
    «¿pues no son esas las mías?

    Para ver si se dormían,
    encerré en mi corazón
    de mis penas las mejores,
    y mal la prueba salió.



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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Vie 06 Mar 2020, 01:23

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera




    En sueños

    En sueños te contemplaba
    dentro de la oscuridad,
    y cuando abriste los ojos
    todo comenzó a brillar.

    Todo comenzó a brillar,
    y entonces te llamé yo:
    cerraste al punto los ojos,
    y la oscuridad volvió.





    Cantares del pueblo


    I
    Yo tengo una lima sorda,
    que me lima el corazón:
    suspirando me anochece,
    llorando me sale el sol.




    II
    Yo conocí un castillito
    más alto que las estrellas;
    luego le he visto caer
    hasta el rape de la tierra.




    III
    Te tengo comparadita
    con las piedras de la calle,
    que las pisa todo el mundo
    y no se quejan de nadie.




    IV
    A ninguna en este mundo
    he querido más que a ti;
    el que tú no lo conozcas
    ese es mi mayor sentir.



    V
    Mientras más caricias me haces
    más en confusión me pones,
    porque tus caricias son
    vísperas de tus traiciones.



    VI
    Todo lo vence el querer,
    todo lo alcanza el dinero,
    todo acaba con la muerte,
    todo llega con el tiempo.



    VII
    Corre, ve y dile a tu madre
    que no hable mal de mí,
    que pérdidas y ganancias
    todas caerán sobre ti.



    VIII
    Si en la calle me encontrares
    y no te pudiera hablar,
    háblale a mi sombra, que ella
    por mí te contestará.



    IX
    Causa de mi perdición,
    quiero apartarme de ti:
    la mujer que quiere a dos
    no puede tener buen fin.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 06 Mar 2020, 02:14

    Solamente de paso para aplaudir tu iniciativa. Ahora salgo para Cieza. En cuanto pueda entro y leo despacio.

    Besos


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 07 Mar 2020, 04:32

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera


    Cantares del pueblo




    X


    Hice yo un hoyo en la tierra
    y enterré mis pensamientos;
    por no descubrirme a nadie
    tormentos le di a mi cuerpo.





    XI


    Yo tengo comparadita
    la mujer con el caballo,
    si no tiene buen jinete
    no se la quita el resabio.





    XII


    Se encontraron y se hablaron,
    y dijo el tiempo al querer:
    esa soberbia que tienes
    yo te la castigaré.





    XIII


    Vengo yo a verte y me dicen
    que he perdido la vergüenza;
    no considera ninguno
    la pasión que a mí me ciega.





    XIV


    Los mocitos de mi barrio
    dicen que no soy valiente;
    contéstales tú, morena,
    que me he atrevido a quererte.





    XV


    Yo me he puesto en oración
    por ver si Dios me revela
    si este querer tuyo y mío
    es fingido o es de veras.





    XVI


    Aquel que tiene dinero
    todo el mundo le quería,
    y en llegándole a faltar
    no le dan los buenos días.





    XVII


    Caballo que se desboca
    dime, ¿qué remedio tiene?
    El tirarle de las riendas,
    que él se parará si quiere.





    XVIII


    Siempre me echabas achaques
    para no salirme a hablar;
    lo que es tiempo, te sobraba;
    te faltaba voluntad.





    XIX


    Mi cama son duras piedras,
    mi cabecera un ladrillo,
    y a las paredes me agarro
    creyendo que estoy contigo.



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 07 Mar 2020, 04:36

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    Cantares del pueblo




    XX


    En el querer no hay venganza,
    y te has venerado de mí;
    si no hay castigo en la tierra
    del cielo te ha de venir.



    XXI


    Cuando esté en la sepultura
    y de gusanos roído,
    mis huesos tendrán letreros
    diciendo que te he querido.



    XXII


    Cualesquiera que me viera
    dirá que no tengo pena,
    y tengo mi corazón
    como una bayeta negra.



    XXIII


    Rómpase el velo que cubre
    el celeste firmamento,
    para que aprendan los hombres
    de los ángeles del cielo.


    XXIV


    Yo pensé que un querer bien
    ya se podría olvidar,
    y es callejón tan estrecho
    que el que entra no sale más.




    XXV


    Yo no sé lo que le ha dado
    esta serrana a mi cuerpo,
    que hago por olvidarla
    y en viéndola me arrepiento.


    XXVI


    Yo que me vi publicado
    y encima con tantas penas,
    he tomado la venganza
    contra mi persona mesma.



    XXVII


    Me siento sobre mi cama
    y repaso mi memoria;
    yo hablo con las paredes,
    y no hallo quien me responda.



    XXVIII


    Tierra, ¿cómo no te abres
    y te sales de tu centro,
    y tragas a esta mujer
    de tan malos pensamientos?



    XXIX


    Si un Divé1 me diera el mando
    como se lo dio a la muerte,
    yo quitaría del mundo
    a quien me estorba quererte.





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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 07 Mar 2020, 04:39

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    Cantares del pueblo



    XXX


    De lo que yo hago contigo
    no se puede espantar nadie,
    porque me hago los cargos
    que eres carne de mis carnes.



    XXXI


    Más bien consiento en morirme
    que no en publicar mis penas,
    porque brocales de fuego
    salen del alma y me queman.



    XXXII


    Yo me arrimé a un pino verde
    por ver si me consolaba;
    y el pino, como era verde,
    de verme llorar, lloraba.



    XXXIII


    Cuando hables de mi persona
    no digas que me has querido,
    di que fue un capricho sólo
    que los dos hemos tenido.



    XXXIV


    Porque te vi desde lejos
    por eso te quiero tanto;
    haces bien en no acercarte,
    de cerca pierde lo falso.



    XXXV


    Paloma que vas volando
    y en el pico llevas hilo,
    dámelo para coser
    tu corazón con el mío.



    XXXVI


    Ya se me quitó la venda
    que tan ciego me tenía,
    y he llegado a conocer
    que vendado más veía.



    XXXVII


    Desgraciado el arbolito
    que solo en el campo nace:
    todas las aves del mundo
    contra sus ramas combaten.



    XXXVIII


    Yo pensé que era yo solo
    serrana, a quien tú querías,
    y te diviertes con otro
    todas las horas del día.


    XXXIX


    Una niña me engañó
    y me llevó junto a un trigo.
    ¡Cuándo volverá la niña
    a gastar bromas conmigo!


    XL


    Me quisistes y te quise;
    me olvidaste y te olvidé;
    los dos tuvimos la culpa,
    tú primero y yo después.



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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 07 Mar 2020, 07:03

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
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    Cantares del pueblo




    XLI


    Pierde pan y pierde perro
    quien da pan a perro ajeno;
    yo no te quiero dar nada
    por no perder más que el perro.



    XLII


    Anoche ensoñé un ensueño
    que yo tengo por verdad:
    en estando un hombre ausente
    otro ocupa su lugar.



    XLIII


    El diablo, por su avaricia,
    se condenó y fue al infierno,
    y a ti, por avariciosa,
    te va a suceder lo mesmo.



    XLIV


    Una me dijo que sí,
    otra me dijo que no:
    la del sí, quería ella;
    la del no, quería yo.



    XLV


    Arbolillo, te secaste
    teniendo el agua en el pie,
    en el tronco la firmeza
    Y en la ramita el querer.



    XLVI


    Agua menudita llueve
    y ya corren las canales;
    ábreme la puerta, cielo,
    que soy aquel que tú sabes.



    XLVII


    Hace ya muy largos años
    que te hablo y no me comprendes;
    no te echo la culpa a ti,
    sino es a mi mala suerte.



    XLVIII


    Yo creí que con el tiempo
    mis penas se acabarían,
    y se me van aumentando
    como las horas del día.



    XLIX


    Esta sí que es calle angosta,
    calle de temor y miedo;
    quiero entrar y no me dejan,
    quiero salir y no puedo.



    L


    Hermanita de mi vida,
    qué quieres que yo te cuente,
    si el quitarme de tu vera
    es quitarme a mí la muerte.



    LI


    Yo no sé lo que he de hacerme
    atento de tu querer,
    si lo deje por la mano
    o si me pierda por él.



    LII


    Anda diciendo tu madre
    que yo tengo mala lengua;
    lo que yo he hecho contigo
    no lo sabe ni la tierra.



    LIII


    Yo no sé lo que me has dado
    que me has quitado el sentido:
    me he puesto ya muchas veces
    a olvidarte y no he podido.



    LIV


    Yo le respondí al verdugo
    con palabras muy sensibles:
    quítame pronto la vida,
    que olvidarla es imposible.



    LV


    A un oscuro calabozo
    me traían la comida;
    más lágrimas derramaba
    que bocaditos comía.



    LVI


    Yo sembré en un peñascal
    creyendo que era en un llano;
    me salió la tierra mala
    y fue preciso segarlo.



    LVII


    Mi querer y tu querer
    son dos quereres en uno;
    y siempre estamos riñendo
    por si es mío o por si es tuyo.



    LVIII


    En libertad, me querías,
    y ahora, preso, me aborreces:
    desgraciado aquel que cae
    en las manos de los jueces.



    LIX


    Por causa de esa serrana
    mi cuerpo se echó a perder:
    el que siembra en mala tierra,
    ¿qué es lo que espera coger?



    LX


    El carrito de los muertos
    ha pasado por aquí:
    llevaba la mano fuera,
    por eso la conocí.



    LXI


    Me fui a misa a la Victoria,
    me encomendé a la Humildad,
    que estas fatigas me alivie
    que no las puedo aguantar.


    LXII


    Flamenca, te lo he pedido
    por la salud de tu madre,
    que no pases por mi puerta,
    que se redoblan mis males.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 07 Mar 2020, 08:54

    No , querida amiga... No hay coincidencias. Puede haber alguna aislada , pero yo no he percatado de ello.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:18

    Muchas gracias, amigo mío y sigo pues.


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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:23

    AUGUSTO FERRÁN



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    Cantares del pueblo




    LXIII


    Compañerito del alma
    en el cementerio entré,
    y levantando la losa
    me encontré con tu querer.



    LXIV


    Al pasar por una calle
    vi yo un acompañamiento:
    ¡pobrecillo de mi alma
    cómo llevará su cuerpo!



    LXV


    Ya no quiero querer más
    quiero seguir tu opinión;
    que un querer con mucho extremo
    es causa de perdición.



    LXVI


    No digas, donde te pongas,
    que agua tienes de bautismo;
    te escupirán a la cara
    por lo que has hecho conmigo.



    LXVII


    Veinticinco calabozos
    tiene la cárcel de Utrera;
    veinticuatro llevo andados
    y el más oscuro me queda.



    LXVIII


    Ábrase la sepultura,
    que me quiero meter dentro;
    que un hombre de mis hechuras
    se compara con los muertos.



    LXIX


    Ven acá, mujer del mundo,
    conviértete a la razón;
    ningún hombre puede ser
    tan cabal como el reló.



    LXX


    La víbora ponzoñosa
    en medio de su bravío,
    venga y coma de mis carnes
    si yo te quiero fingido.



    LXXI


    Cuando dos quieren a una
    y los dos están presentes,
    el uno cierra los ojos
    y el otro aprieta los dientes.



    LXXII


    A aquel que tiene la culpa
    de que penas pase yo,
    a pedazos se le caigan
    las alas del corazón.



    LXXIII


    Dondequiera que te pongas
    me tendrás que venerar,
    porque yo he sido, queriendo,
    la piedra fundamental.



    LXXIV


    En medio de mi fatiga
    por querer, quise dormirme,
    que el que vive como yo
    cuando duerme es cuando vive.



    LXXV


    ¿Qué importa que no te vea
    si ya tengo un gran alivio?
    Yo tengo mi corazón
    todas las horas contigo.



    LXXVI


    Cuanto más hables más pierdes,
    y a ti te obliga el callar;
    que el hierro que yo te he echado
    a la cara te saldrá.



    LXXVII


    En la raíz del querer
    nació mi madre gitana,
    y yo, como soy su hijo,
    vengo de la misma rama.



    LXXVIII


    Hablas muy mal de lo bueno
    y Dios te ha de castigar;
    cuando de lo bueno hablas,
    de lo malo ¿qué será?



    LXXIX


    Tus ojos son dos ladrones
    que a un tiempo roban y matan,
    la sepultura es tu pecho
    y la salvación tu alma.



    LXXX



    Tengo mi cuerpo metido
    en confusiones muy grandes,
    que en un camino me encuentro
    con dos veredas iguales.


    Con dos veredas iguales,
    y me paro en la mejor;
    si tomo la que no quiero
    ha de ser mi perdición.


    Ha de ser mi perdición,
    pero la cuenta me hago,
    que me pierdo por mi gusto
    y a nadie le causo daño.




    LXXXI



    No me espanta que al dormir
    te hable con el deseo;
    son mis fatigas tan grandes
    que estoy durmiendo y te veo.



    Que estoy durmiendo y te veo
    que estás a la vera mía,
    y me despierto llorando
    que me ahogan las fatigas.









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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:26

    AUGUSTO FERRÁN



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    Cantares del pueblo




    LXXXII



    Anda y pregúntale a un sabio
    cuál de los dos pierde más,
    el que come de sus carnes
    o el que publica su mal.

    El que publica su mal
    por el pronto siente alivio,
    y el que come de sus carnes
    se da tormento a sí mismo.




    LXXXIII



    Por si acaso yo no muero
    y me quieres encontrar,
    vete a la iglesia mayor
    y comiénzame a llamar.

    Y comiénzame a llamar
    que yo te responderé,
    porque pediré licencia
    al poderoso Divé.

    El poderoso Divé
    la licencia me dará,
    por lo bien que te he querido
    hasta el juicio final.

    Hasta el juicio final
    fatigas tendré por verte,
    y ahora que más te quiero
    de mí se acuerda la muerte.

    De mí se acuerda la muerte,
    cosa que no debe ser,
    que me aparten de tu vera
    y me quiten tu querer.



    LXXXIV



    En el querer no hay saber,
    lo tengo experimentado;
    de lo que siempre he huido
    un Divé me ha castigado.

    Si un Divé me ha castigado
    una fue y dos no será,
    que ya me he mirado en mí
    y veo lo que el querer da.

    Si esto es lo que el querer da,
    yo no quiero más querer;
    que tú me dieras mal pago
    a mí se me emplea bien.

    A mí se me emplea bien,
    pero un consuelo tenía,
    que si dejas mi querer
    sabrás lo que son fatigas.

    Sabrás lo que son fatigas,
    y un Divé me ha de otorgar
    que con los brazos abiertos
    me has de venir a buscar.




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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:29

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera




    Augusto Ferrán escribió cantares de imitación popular, sobre el amor, el paso del tiempo, la búsqueda de la soledad… Mostró preferencia por la copla, aunque también escribió soleás y seguidillas.



    LAS FATIGAS QUE SE CANTAN…

    Las fatigas que se cantan
    son las fatigas más grandes,
    porque se cantan llorando
    y las lágrimas no salen.

    La soledad, I, 1860.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:31

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera






    NO OS EXTRAÑE, COMPAÑEROS…

    No os extrañe, compañeros,
    que siempre cante mis penas,
    porque el mundo me ha enseñado
    que las mías son las vuestras.

    La soledad, XXIII, 1860.



    EL PÁJARO QUE ME DISTE…

    El pájaro que me diste,
    preso lo tengo en su jaula,
    y el pobre de día y noche
    se muere, y por eso canta.

    La soledad, XXXIII, 1860.



    LOS CANTARES QUE YO CANTO…

    Los cantares que yo canto
    se los regalo a los vientos,
    y uno no más, uno solo,
    guardo hace tiempo en secreto.
    Y aquí lo guardo en secreto,
    para cantárselo a solas
    al que me quiera explicar
    el por qué de muchas cosas.

    La soledad, LXVI, 1860.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:33

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera




    ME HIERES CON UN PUÑAL…

    Me hieres con un puñal,
    yo con mi pluma te hiero;
    mi pecho queda encarnado,
    y el tuyo se queda negro.

    La soledad, CXXX, 1860.





    LOS CANTARES QUE YO ESCRIBO…

    Los cantares que yo escribo
    bien sabes tú, compañera,
    que antes los hago contigo.

    La pereza, XXXII, 1870.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:43

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera




    De: La soledad
    1860




    I


    Las fatigas que se cantan
    son las fatigas más grandes,
    porque se cantan llorando
    y las lágrimas no salen.




    II


    Al ver en tu sepultura
    las siemprevivas tan frescas,
    me acuerdo, madre del alma,
    que estás para siempre muerta.




    III


    Los mundos que me rodean
    son los que menos me extrañan:
    el que me tiene asombrado
    es el mundo de mi alma.




    IV


    Los que la cuentan por años
    dicen que la vida es corta;
    a mí me parece larga
    porque la cuento por horas.




    V


    Cuando dices un embuste
    la sangre salta a tu cara:
    no digas más que verdades,
    porque es tu sangre encarnada.




    VI


    Pasé por un bosque y dije:
    «aquí está la soledad...»
    y el eco me respondió
    con voz muy ronca: «aquí está.»

    Y me respondió «aquí está»
    y sentí como un temblor,
    al ver que la voz salía
    de mi propio corazón.




    VII


    Dos males hay en el mundo
    que es necesario vencer:
    el amor de uno a sí mismo
    y el rencor de la mujer.




    VIII


    Al darme la muerte, ingrata,
    a ti misma te castigas,
    pues tu castigo mayor
    es quedarte con dos vidas.




    IX


    Yo me marché al campo santo
    y a voces llamé a los muertos,
    y para castigo mío
    los vivos me respondieron.




    X


    Eres muy niña y ya clavas
    en tu pañuelo alfileres:
    ya dejan ver desde niñas
    su inclinación las mujeres.




    XI

    Dentro de un tropel de penas
    tengo mi cuerpo metido,
    y nadie me da socorro
    por más que a voces lo pido.




    XII

    Al verme triste a tu lado
    no me preguntes qué tengo;
    tendría que responderte,
    y yo acusarte no quiero.




    XIII

    Yo tenga hecha con el cielo
    una escritura perpetua
    de no marcharme del mundo
    hasta que la muerte venga.

    Y hasta que la muerte venga
    esperaré sin quejarme,
    sólo por ver en el mundo
    dónde concluyen los males.



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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 02:46

    AUGUSTO FERRÁN



    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera



    De: La soledad
    1860




    XIV


    No hagas daño, compañero,
    ni a los que daño te hicieren,
    porque aquel que a hierro mata
    casi siempre a hierro muere.




    XV


    La muerte ya no me espanta;
    tendría más que temer
    si en el cielo me dijeran:
    has de volver a nacer.




    XVI


    Si mis ojos no te dicen
    todo lo que el pecho siente,
    no es porque se están callados;
    es porque no los comprendes.




    XVII


    Puedes hacer lo que quieras,
    que a nada me opongo yo;
    pero comprar mi dinero
    con tu querer... ¡eso no!




    XVIII


    Yo no sé lo que yo tengo,
    ni sé lo que me hace falta,
    que siempre espero una cosa
    que no sé cómo se llama.




    XIX


    Yo propio juez de mi causa
    he venido a sentenciar,
    que yo la muerte merezco,
    tú la muerte... y algo más.




    XX


    Las estrellas que en el cielo
    brillan con gran claridad,
    ¡cuántas noches de fatigas
    las he querido contar!

    Las he querido contar
    sin llegarlo a conseguir,
    que tengo los ojos malos
    de llorar y de reír.

    De llorar, cuando me acuerdo
    que Dios de mí te apartó;
    de reír, al acordarme
    que pronto iré junto a Dios.




    XXI


    De mirar con demasía
    se me han cegado los ojos,
    y ahora que ciego me encuentro
    es cuando lo veo todo.

    Y ahora que lo veo todo,
    estoy viendo de continuo
    el mundo y sus desengaños
    pasar dentro de mí mismo.




    XXII


    Si me quieres como dices,
    ¿por qué te apartas de mí?
    agua que va río abajo,
    en la mar viene a morir.


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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 03:58

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860




    XXIII


       No os extrañe, compañeros,
    que siempre cante mis penas,
    porque el mundo me ha enseñado
    que las mías son las vuestras.



    XXIV


       Hace ya muy largos años
    que en todas partes te veo,
    pero no tal como eres,
    sino según mi deseo.



    XXV


       Di a tu madre que sin falta
    me venga a hablar esta noche,
    que la quiero, una por una,
    contar tus malas acciones.


    XXVI


       Mirando al cielo juraste
    no me engañarías nunca,
    y desde entonces el cielo
    sólo con verte se nubla.



    XXVII


       En un calabozo oscuro
    sufro penas sobre penas,
    y a fuerza de estar a oscuras,
    se ha vuelto mi pena negra.


    XXVIII



       Al saber que me engañabas,
    fuime a la orilla del mar;
    quise llorar y no pude,
    y en ti me puse a pensar.


     En ti me puse a pensar,
    y por fin llegué a entender
    cómo una mujer que quiere
    puede olvidar su querer.


    Puede olvidar su querer;
    y al ver que esto era verdad,
    mis lágrimas se perdieron
    en lo profundo del mar.



    XXIX


       Tu aliento es mi única vida,
    y son tus ojos mi luz;
    mi alma está donde tu pecho,
    mi patria donde estás tú.


    XXX


       Del fuego que por tu gusto
    encendimos hace tiempo,
    las cenizas sólo quedan,
    y en el corazón las llevo.


    XXXI


       Pobre me acosté, y en sueños
    vi lleno de oro mi cuarto:
    más pobre me levanté
    que antes de haberme acostado.


    XXXII


       ¿Cómo quieres que yo queme
    las prendas que me has devuelto,
    si el corazón me lo has dado
    tú misma cenizas hecho?


    XXXIII


       El pájaro que me diste,
    preso lo tengo en su jaula,
    y el pobre de día y noche
    se muere, y por eso canta.


    XXXIV


       Llevas escrito en tu cara
    que tienes mal corazón,
    y es tan poca tu vergüenza
    que aún vas por donde yo voy.



    XXXV


     Madre mía, compañera,
    madre mía ¿dónde estás?
    te llamo en el cementerio
    y no quieres contestar.


    No me quieres contestar,
    cuando te vengo a pedir
    el alma que te llevaste
    al separarte de mí.

     Al separarte de mí
    me diste un beso de adiós,
    y en tus labios toda mi alma,
    madre mía, se quedó.






    XXXVI


       Si os encontráis algún día
    dentro de la soledad,
    no pidáis consuelo al mundo,
    porque él no os lo puede dar.


    XXXVII


       Sé que me voy a perder
    y ya sé que estoy perdido,
    y solamente me pesa
    que no te pierdas conmigo.


    XXXVIII


       Tengo deudas en la tierra,
    y deudas tengo en el cielo:
    pagaré allá con mi alma;
    ya pago aquí con mi cuerpo.


    XXXIX



       En sueños te contemplaba
    dentro de la oscuridad,
    y cuando abriste los ojos
    todo comenzó a brillar.

     Todo comenzó a brillar,
    y entonces te llamé yo:
    cerraste al punto los ojos,
    y la oscuridad volvió.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 04:02

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860





    XL

    Cuando te estoy contemplando
    quisiera poner en ti
    en una, cuantas miradas
    desde que vivo perdí.


    XLI

    Antes piensa y después habla,
    y después de haber hablado,
    vuelve a pensar lo que has dicho,
    y verás si es bueno o malo.


    XLII

    Entre un rosal y una zarza
    nació una flor amarilla,
    con tantas y tantas penas
    que se murió el mismo día.



    XLIII

    He preguntado llorando
    a mi pobre corazón,
    si es mentira su alegría
    y si es verdad su dolor.

    Y si es verdad su dolor,
    y se ha puesto a suspirar,
    diciéndome en sus suspiros:
    es mentira y es verdad.


    XLIV

    Cuando se llama a una puerta
    y ninguna voz responde,
    es señal de que en la casa
    son muy ricos o muy pobres.


    XLV

    Todo el que la piedra tira
    y esconde después la mano,
    es, aunque no lo parezca,
    el más malo de los malos.


    XLVI

    Cuando pasé por tu casa,
    «¿quién vive?» al verme gritaste,
    sólo con la mala idea
    de, si aún vivía, matarme.


    XLVII

    Yo no sé dónde he leído
    que toda la vida es sueño;
    y para ver si es verdad,
    a solas vivo despierto.

    A solas vivo despierto,
    y he sacado en consecuencia
    que por la noche se vive,
    y que de día se sueña.



    XLVIII


    Dicen que te metes monja,
    yo no lo quiero creer,
    porque una cosa te falta
    que yo nunca te daré.


    XLIX


    Por Dios, mujer, no me mires
    con los ojos entreabiertos,
    porque así me dices sólo
    la mitad de tus secretos.


    L


    Todos los sabios del mundo
    han sacado en consecuencia,
    que el dinero y las mujeres
    se parecen en la mezcla.




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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 04:06

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860






    LI

    Cuando el frío de la muerte
    a helar comience mi sangre,
    te llamaré en voz muy alta
    para que vengas a hablarme.

    Y cuando estés a mi lado
    me dirás lo que ya sabes...
    y así se concluirán
    de una vez todos mis males.



    LII

    El querer es una hoguera
    que en nuestro pecho se enciende;
    por eso cuando queremos
    toda nuestra sangre hierve.


    LIII

    «Desde Granada a Sevilla,
    y desde Sevilla al cielo...»
    pero no tú, desalmada;
    tú irás antes al infierno.


    LIV

    ¡Ay pobre de mí, que a fuerza
    de pensar en mis vecinos,
    me he salido de mi casa
    olvidándome a mí mismo!


    LV

    Ánimo, corazoncito,
    vuelve a recobrar la vida,
    que aún te quedan en el mundo
    muchas penas escondidas.

    Muchas penas escondidas,
    y entre ellas ¡ay! la más negra:
    la de hallarte día y noche
    a solas con tu conciencia.


    LVI

    En el cielo hay una estrella
    que corre hacia todas partes,
    mirando si hay en el mundo
    dos corazones iguales.


    LVII

    Levántate si te caes,
    y antes de volver a andar
    mira dónde te has caído
    y pon allí una señal.


    LVIII

    Si yo tuviera el dinero
    de los que a mí me han vendido,
    ellos fueran menos pobres
    y yo sería más rico.


    LIX

    Por la noche pienso en ti,
    y en ti pienso a todas horas;
    y mientras tanto yo viva,
    vivirá en mí tu memoria.

    Vivirá en mí tu memoria,
    a la vez triste y alegre,
    pues has sido mujer buena,
    lo cual rara vez sucede.



    LX

    Me desperté a media noche,
    abrí los ojos, y al ver
    que tú estabas a mi lado,
    volví a dormirme y soñé.


    LXI

    Yo me asomé a un precipicio
    por ver lo que había dentro,
    y estaba tan negro el fondo,
    que el sol me hizo daño luego.


    LXII

    Me han dicho que hay una flor,
    de todas la más humilde:
    flor que quisiera yo darte,
    flor llamada «no me olvides.»


    LXIII

    Las pestañas de tus ojos
    son más negras que la mora,
    y entre pestaña y pestaña
    una estrellita se asoma.


    LXIV

    Por Dios, mujer, no te escondas
    ni te pongas colorada:
    lo que acabo de decirte
    es lo que todos te callan.


    LXV

    Yo no podría sufrir
    tantas fatigas y penas,
    si no tuviera presente
    que la causa ha sido ella.




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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 04:23

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860




    LXVI

    Los cantares que yo canto
    se los regalo a los vientos,
    y uno no más, uno solo,
    guardo hace tiempo en secreto.

    Y aquí lo guardo en secreto,
    para cantárselo a solas
    al que me quiera explicar
    el por qué de muchas cosas.


    LXVII

    No vayas tan a menudo
    a buscar agua a la fuente,
    que si a la orilla resbalas
    se enturbiará la corriente.


    LXVIII

    Niño, moriste al nacer;
    yo envidio el destino tuyo:
    tú no sabes lo que hay
    desde la cuna al sepulcro.


    LXIX

    Di, mujer, ¿qué estás haciendo?...
    ¿no te ha dado Dios razón
    para ver que si me engañas
    nos engañamos los dos?


    LXX

    Cada vez que sale el sol
    me acuerdo de mis hermanos,
    que sin pan y con fatigas
    van a empezar su trabajo.

    Fatíganse en el trabajo
    mientras el sol los alumbra,
    y del trabajo descansan
    cuando se quedan a oscuras.


    LXXI

    Has pasado junto a mí
    sin decirme «adiós» siquiera;
    justamente hoy hace un año
    que yo te dije quién eras.


    LXXII

    Olvida, pues tú lo quieres,
    cuanto los dos hemos hecho;
    mas sé una vez generosa
    y déjame los recuerdos.


    LXXIII

    Por mi gusto en la corriente
    no sé lo que entré a buscar,
    y sin sentir me ha llevado
    la corriente hasta la mar.


    LXXIV

    Te he vuelto a ver, y no creas
    que el verte me ha sorprendido:
    mis ojos ya no se asustan
    de ver lo que otros han visto.





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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Dom 08 Mar 2020, 04:27

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860



    LXXV

    Sé que me vas a matar
    en vez de darme la vida:
    el morir nada me importa,
    pues te dejo el alma mía.


    LXXVI

    Yo me he querido vengar
    de los que me hacen sufrir,
    y me ha dicho mi conciencia
    que antes me vengue de mí.


    LXXVII

    Yo pedí licencia a Dios
    que me dejase quererte,
    y Dios, al ver mis fatigas,
    me la otorgó para siempre.

    Me la otorgó para siempre;
    y cuando dije «te quiero»,
    se presentaron los hombres
    y a mi querer se opusieron.


    LXXVIII

    En lo profundo del mar
    hay un castillo encantado,
    en el que no entran mujeres,
    para que dure el encanto.


    LXXIX

    Me he equivocado al decirte:
    por ti me muero, bien mío;
    quise decirte, y perdona,
    que tan sólo por ti vivo.


    LXXX

    Al verte cerca de mí,
    dudo yo mismo si sueño;
    sueño de noche contigo,
    y creo que estoy despierto.


    LXXXI


    Escuchadme sin reparo;
    mis palabras son verdades:
    nunca miréis con desprecio
    al que mendiga en la calle.

    El que mendiga en la calle
    es el más digno de lástima,
    porque además de ser pobre
    lo va diciendo en voz alta.


    LXXXII


    Ni en la muerte he de encontrar
    la quietud que me hace falta;
    por eso, cuando me miro,
    tengo de mí mismo lástima.


    LXXXIII

    En verdad, dos son las cosas
    que el mundo entero gobiernan:
    el oro, por lo que vale,
    y el amor, por lo que cuesta.


    LXXXIV


    Mujer, ¿quién pudo anunciarte
    lo que el corazón te pide?
    Nunca te hablé, y con tus ojos
    cuanto deseo me dices.


    LXXXV


    Cuando el reloj da las horas,
    dice a todos sin reparo:
    al rico, que ande deprisa;
    al pobre, que ande despacio.

    Y el pobre que anda despacio,
    con sed y hambre en el camino,
    suele a veces llegar antes,
    mucho antes que el más rico.


    LXXXVI

    Cada vez que paso y miro
    el sitio donde te hablé,
    volviendo al cielo los ojos
    digo llorando: ¡aquí fue!


    LXXXVII

    Ahora me vienes diciendo
    que el tiempo pierdo contigo;
    ¿cómo se puede perder
    lo que nunca se ha tenido?


    LXXXVIII

    Mira si he soñado cosas
    en esta noche pasada,
    que he soñado que era un sueño
    aun lo mismo que soñaba.




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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 09 Mar 2020, 00:03

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860




    LXXXIX

    Que me engañara una vez,
    lo comprendo... ¡pero dos!
    por fuerza el hombre que quiere
    pierde toda su razón.


    XC

    ¡Adiós!... De muerte es la herida
    que abriste en el pecho mío:
    el puñal hiere mejor
    cuanto más brillante y fino.


    XCI

    Dices que hablo mal de ti,
    y esa noticia no es cierta;
    si quiero, puedo hablar mal,
    mas no lo hago por pereza.


    XCII

    Vengo delante tu reja
    a darte el último adiós;
    y aunque lloro, no te asustes,
    porque tranquilo me voy.

    No te asustes, compañera,
    que los hombres como yo;
    si lloran, es de alegría,
    si ríen, es de dolor.



    XCIII

    Morid contentos, vosotros
    que tenéis por compañeras
    dos madres que os acarician:
    la Humildad y la Pobreza.


    XCIV

    Si os atormentan fatigas
    sin saber de dónde vienen,
    no os apuréis por saber,
    al irse, dónde se vuelven.


    XCV

    Por ver si me quito el frío
    que al verte me entró ayer noche,
    me voy a poner al sol,
    que es el hogar de los pobres.

    XCVI

    «Por el camino rëal
    va caminando a lo lejos
    un hombre que se parece
    al amante que yo espero.»

    Así cantaba la niña
    cuando el amante iba huyendo;
    que en el camino rëal
    los amantes son viajeros.


    XCVII

    En una noche de luna
    fuime a la orilla del río,
    llevando la negra pena
    que siempre llevo conmigo.

    La pena que iba conmigo
    tanto aumentó mi fatiga,
    que me paré a contemplar
    cómo las aguas corrían.

    Y en las aguas que corrían
    miré mi propio retrato,
    al resplandor de la luna,
    pasar tembloroso y pálido.


    XCVIII

    Cuanto más pienso en las cosas,
    mucho menos las comprendo;
    por eso cuando te miro
    te estoy viendo y no lo creo.


    XCIX

    Como un rayo corre, vuela,
    y dile a quien me ofendió,
    que hace un año que le espero
    para vengarme mejor.


    C

    Aunque nos den que sentir
    siempre corremos tras ellas,
    porque al cabo las mujeres
    ¡son tan malas y tan buenas!


    CI

    Tened preso el corazón
    como a un pájaro en su cárcel,
    porque si a escaparse llega
    volará hasta que se canse.

    Cuando de volar se canse,
    vendrá caídas las alas...
    ¡Y el corazón vuela siempre
    en alas de la esperanza!





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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 09 Mar 2020, 00:07

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860



    CII

    La campana da las doce;
    las doce el eco repite;
    las doce el sereno canta
    y un día más se despide.


    CIII

    Sé que tengo que morirme,
    y aún no me he puesto a pensar,
    cuando la muerte me llame,
    lo que habré de contestar.


    CIV

    Compañera, yo estoy hecho
    a sufrir penas crüeles,
    pero no a sufrir la dicha
    que apenas llega se vuelve.


    CV

    Cuando te mueras te haré
    un cantar de muchas coplas,
    para que aprendan los vivos
    a respetar tu memoria.

    Y si alguno no creyera
    lo que en mi cantar yo ponga,
    le mandaré al otro mundo
    para que allí te conozca.



    CVI

    Te ríes cuando te digo
    que eres causa de mis males:
    ¡Pobre mujer! ni siquiera
    a tiempo reírte sabes.


    CVII

    Me has hecho esperar dos horas,
    las más largas de mi vida;
    horas en que hemos forjado,
    yo esperanzas, tú mentiras.


    CVIII

    ¡Cuántas veces me he parado
    en medio de mi camino,
    y he vuelto la vista atrás
    porque al pasar no te he visto!


    CIX

    Tú misma cortaste ramas
    del árbol que yo planté;
    las echastes a la lumbre,
    y no querían arder.


    CX

    Cuando vayas por el mundo
    yo te daré el pasaporte,
    y en las señas personales
    te pondré «mujer» sin nombre.



    CXI

    Muerte que causan los celos
    es la peor de las muertes,
    porque más se ama la vida,
    cuantos más celos se tienen.


    CXII

    Los elementos son cuatro:
    agua y aire, tierra y fuego;
    y en otro mundo sin nombre
    hay otros cuatro elementos.

    En él el agua son lágrimas,
    el aire vanos deseos,
    el fuego continuas luchas,
    la tierra remordimientos.






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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 09 Mar 2020, 00:19

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860



    CXIII

    Te callas porque conoces
    que yo sé toda tu historia;
    ¡qué cierto es aquel refrán
    que dice: quien calla, otorga!


    CXIV

    Te he visto por la mañana,
    y te he visto por la noche,
    y siempre te he visto igual,
    es decir, mintiendo amores.


    CXV

    A la ventana me asomo
    por ver la gente que pasa;
    y por eso digo a veces
    que da al mundo mi ventana.


    CXVI

    Esperanza de mi vida,
    ¿por qué te alejas de mí
    llevándote las promesas
    que no llegaste a cumplir?

    Cuando ves que ansioso tengo
    los ojos fijos en ti,
    esperanza de mi vida,
    ¿por qué te alejas de mí?


    CXVII

    Ahora que me estás queriendo,
    yo no te puedo querer:
    las cosas buenas no llegan
    a tiempo ninguna vez.


    CXVIII

    La noche oscura ya llega;
    todo en el sueño descansa,
    y tan sólo el corazón
    dentro del pecho trabaja.


    CXIX

    Tú me miras, yo te miro,
    y así los dos nos miramos:
    tú me preguntas quién soy...
    yo sigo mirando... y callo.


    CXX

    Hay cuentos que no son cuentos
    y que son una verdad;
    escucha si no, morena,
    el que te voy a contar.

    «Se quisieron una hora:
    no se olvidaron jamás...»
    una hora es una vida...
    es cuento, pero es verdad.


    CXXI

    Negro está el cielo allá arriba
    negros tus ojos, muy negros,
    y mi corazón, morena,
    como tus ojos lo tengo.


    CXXII

    Fuego sale de mi pecho,
    fuego brota de mis ojos,
    al ver que tú eres de nieve
    cuando la mano te cojo.


    CXXIII

    Te quería con el alma,
    y por eso tengo celos
    al pensar que os enterraron
    juntos en el cementerio.


    CXXIV

    Me quieres echar del mundo,
    lo cual no me importa nada,
    porque me da el corazón
    que este mundo no es mi casa.


    CXXV

    A la luz de las estrellas
    yo te vi, cara de cielo;
    por eso cuando te miro,
    de las estrellas me acuerdo.


    CXXVI

    Que te compren no me extraña,
    que te vendas... ¡eso sí!
    y lo que menos comprendo
    es que no te extrañe a ti.


    CXXVII

    Tenía los labios rojos,
    tan rojos como la grana;
    labios ¡ay! que fueron hechos
    para que alguien los besara.

    Yo un día quise... la niña
    al pie de un ciprés descansa:
    un beso eterno la muerte
    puso en sus labios de grana.






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    AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880) Empty Re: AUGUSTO FERRÁN Y FORNIER (1835-1880)

    Mensaje por Lluvia Abril Lun 09 Mar 2020, 00:24

    AUGUSTO FERRÁN

    Augusto Ferrán: El romántico olvidado
    Por: Gonzalo Gragera

    De: La soledad
    1860



    CXXVIII


    Por fuerza me he vuelto loco
    sin saber cómo ni cuándo,
    puesto que estoy tan perdido
    que me busco y no me hallo.


    CXXIX

    Vivir, cuando justamente
    naciste para morir...
    ¿cómo vivir, cuando llevas
    la muerte dentro de ti?


    CXXX

    Me hieres con un puñal,
    yo con mi pluma te hiero;
    mi pecho queda encarnado,
    y el tuyo se queda negro.


    CXXXI

    Si yo pudiera arrancar
    una estrellita del cielo,
    te la pondría en la frente
    para verte desde lejos.


    CXXXII

    ¿Quién eres? -Ya ni me acuerdo.
    ¿De dónde vienes? -No sé.
    ¿A dónde vas? -Qué sé yo.
    ¿Qué haces aquí? -¡Qué he de hacer!


    CXXXIII

    ¡Ay de mí! Por más que busco
    la soledad, no la encuentro;
    mientras yo la voy buscando,
    mi sombra me va siguiendo.


    CXXXIV

    Dos amantes se juraron
    guardar por siempre un secreto;
    y por guardarlo mejor,
    dicen que ambos se murieron.


    CXXXV

    Lo que tuve ya se fue;
    lo que tengo está perdido;
    si lo que espero no llega,
    ¡pobre de ti, cuerpo mío!


    CXXXVI

    Es tanto lo que te quiero,
    que hasta quiero tener penas,
    si, cuando yo te las cuente,
    te has de divertir con ellas.


    CXXXVII

    Allá arriba el sol brillante,
    las estrellas allá arriba;
    aquí abajo los reflejos
    de lo que tan lejos brilla.

    Allá lo que nunca acaba,
    aquí lo que al fin termina;
    ¡y el hombre atado aquí abajo
    mirando siempre hacia arriba!


    CXXXVIII

    Guárdate del agua mansa,
    y guárdate de los hombres
    que, sin conocerte a ti,
    a todo el mundo conocen.


    CXXXIX

    Eres de lo ajeno avara,
    y pródiga de lo tuyo,
    cosas que no se comprenden
    porque son cosas del mundo.


    CXL

    Caminando hacia la muerte
    me encontré con tu querer,
    y por morir más a gusto
    seguí el camino con él.


    CXLI

    Hay víboras en la tierra,
    manchas negras en el sol;
    centellas hay en el cielo,
    y envidia en el corazón.


    CXLII

    Todo hombre que viene al mundo
    trae un letrero en la frente,
    con letras de fuego escrito,
    que dice: ¡reo de muerte!


    CXLIII

    Me mata poquito a poco
    el querer que yo te tengo:
    no te asustes, compañera,
    pues por lo mismo te quiero.


    CXLIV

    Los que quedan en el puerto
    cuando la nave se va,
    dicen, al ver que se aleja:
    ¡quién sabe si volverá!

    Y los que van en la nave
    dicen, mirando hacia atrás:
    ¡Quién sabe, cuando volvamos,
    si se habrán marchado ya!




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