Desconcertado y abatido por la tristeza, el
monje se presentó en Constantinopla ante el patriarca ecuménico y le rogó que lo
dispensara de la obediencia, pero el arzobispo le respondió que no solo él, patriarca
ecuménico, no estaba en condiciones de concederle esa dispensa, sino que en toda la
tierra no había ni podía haber autoridad capaz de liberarlo de tal obligación, toda vez
que le había sido impuesta por su stárets, salvo la autoridad del propio stárets que se
la había señalado. Así pues, el stárchestvo está investido, en determinados casos, de
un poder ilimitado e inescrutable. De ahí que, al principio, en muchos monasterios
rusos fuera objeto casi de persecución. Por el contrario, entre el pueblo los startsy
gozaron desde muy pronto de un gran respeto. A ver a los startsy de nuestro
monasterio acudían, por ejemplo, tanto las gentes sencillas como las personas más
distinguidas, con intención de postrarse ante ellos, confesarles sus dudas, pecados y
padecimientos y pedirles consejo y exhortación. Al ver aquello, los detractores de los
startsy, entre otras acusaciones, clamaban que así se degradaba arbitraria y
caprichosamente el sacramento de la confesión, y ello a pesar de que las
ininterrumpidas confesiones, en las que desnudan su alma, de los novicios o de los
laicos al stárets se producen al margen de cualquier carácter sacramental. En todo
caso, el stárchestvo pudo preservarse y poco a poco se va asentando en los
monasterios rusos. Aunque también es posible que este instrumento probado y ya
milenario de regeneración moral del hombre, a quien hace pasar de la esclavitud a la
libertad y al perfeccionamiento espiritual, llegue a convertirse en un arma de doble
filo, llevando a algunos, no a la humildad y al dominio perdurable de sí, sino al más
satánico de los orgullos; es decir, a las cadenas, no a la libertad.
El stárets Zosima tenía unos sesenta y cinco años, y procedía de una familia de
terratenientes; en otro tiempo, en su juventud, había sido militar y había servido en el
Cáucaso como oficial. Indudablemente, alguna de las cualidades peculiares de su alma
había impresionado a Aliosha. Éste vivía en la celda del propio stárets, que le había
tomado mucho afecto y lo admitía a su lado. Hay que señalar que Aliosha, aunque
residía entonces en el monasterio, aún no estaba atado en ningún sentido, podía ir a
donde quisiera, incluso durante días, y, si llevaba hábito, lo hacía de forma voluntaria,
para no destacar en el monasterio
cont.
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