Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:27

    ***

    —¡Compararme con semejante individuo…!
    Al que más temía era a Svidrigailof…En resumidas cuentas, que tenía en
    perspectiva no pocas preocupaciones.
    —No, he sido yo la principal culpable —decía Dunia, acariciando a su
    madre—. Me dejé tentar por su dinero, pero yo te juro, Rodia, que no creía
    que pudiera ser tan indigno. Si lo hubiese sabido, jamás me habría dejado
    tentar. No me lo reproches, Rodia.
    —¡Dios nos ha librado de él, Dios nos ha librado de él! —murmuró
    Pulqueria Alejandrovna, casi inconscientemente. Parecía no darse bien cuenta
    de lo que acababa de suceder.
    Todos estaban contentos, y cinco minutos después charlaban entre risas.
    Sólo Dunetchka palidecía a veces, frunciendo las cejas, ante el recuerdo de la
    escena que se acababa de desarrollar. Pulqueria Alejandrovna no podía
    imaginarse que se sintiera feliz por una ruptura que aquella misma mañana le
    parecía una desgracia horrible. Rasumikhine estaba encantado; no osaba
    manifestar su alegría, pero temblaba febrilmente como si le hubieran quitado
    de encima un gran peso. Ahora era muy dueño de entregarse por entero a las
    dos mujeres, de servirlas…Además, sabía Dios lo que podría suceder…Sin
    embargo, rechazaba, acobardado, estos pensamientos y temía dar libre curso a
    su imaginación. Raskolnikof era el único que permanecía impasible, distraído,
    incluso un tanto huraño. Él, que tanto había insistido en la ruptura con Lujine,
    ahora que se había producido, parecía menos interesado en el asunto que los
    demás. Dunia no pudo menos de creer que seguía disgustado con ella, y
    Pulqueria Alejandrovna lo miraba con inquietud.
    —¿Qué tienes que decirnos de parte de Svidrigailof? —le preguntó Dunia.
    —¡Eso, eso! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
    Raskolnikof levantó la cabeza.
    —Está empeñado en regalarte diez mil rublos y desea verte una vez
    estando yo presente.
    —¿Verla? ¡De ningún modo! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—.
    ¡Además, tiene la osadía de ofrecerle dinero!
    Entonces Raskolnikof refirió (secamente, por cierto) su diálogo con
    Svidrigailof, omitiendo todo lo relacionado con las apariciones de Marfa
    Petrovna, a fin de no ser demasiado prolijo. Le molestaba profundamente
    hablar más de lo indispensable.
    —¿Y tú qué le has contestado? —preguntó Dunia.
    —Yo he empezado por negarme a decirte nada de parte suya, y entonces él
    me ha dicho que se las arreglaría, fuera como fuera, para tener una entrevista
    contigo. Me ha asegurado que su pasión por ti fue una ilusión pasajera y que
    ahora no le inspiras nada que se parezca al amor. No quiere que te cases con
    Lujine. En general, hablaba de un modo confuso y contradictorio.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:28

    ***

    —¿Y tú qué opinas, Rodia? ¿Qué efecto te ha producido?
    —Os confieso que no lo acabo de entender. Te ofrece diez mil rublos, y
    dice que no es rico. Afirma que está a punto de emprender un viaje, y al cabo
    de diez minutos se olvida de ello…De pronto me ha dicho que se quiere casar
    y que le buscan una novia…Sin duda, persigue algún fin, un fin indigno
    seguramente. Sin embargo, yo creo que no se habría conducido tan
    ingenuamente si hubiera abrigado algún mal propósito contra ti…Yo, desde
    luego, he rechazado categóricamente ese dinero en nombre tuyo. En una
    palabra, ese hombre me ha producido una impresión extraña, e incluso me ha
    parecido que presentaba síntomas de locura…Pero acaso sea una falsa
    apreciación mía, o tal vez se trate de una simple ficción. La muerte de Marfa
    Petrovna debe de haberle trastornado profundamente.
    —¡Que Dios la tenga en la gloria! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—.
    Siempre la tendré presente en mis oraciones. ¿Qué habría sido de nosotras,
    Dunia, sin esos tres mil rublos? ¡Dios mío, no puedo menos de creer que el
    cielo nos los envía! Pues has de saber, Rodia, que todo el dinero que nos queda
    son tres rublos, y que pensábamos empeñar el reloj de Dunia para no pedirle
    dinero a él antes de que nos lo ofreciera.
    Dunia parecía trastornada por la proposición de Svidrigailof. Estaba
    pensativa.
    —Algún mal propósito abriga contra mí —murmuró, como si hablara
    consigo misma y con un leve estremecimiento.
    Raskolnikof advirtió este temor excesivo.
    —Creo que tendré ocasión de volverle a ver —dijo a su hermana.
    —¡Lo vigilaremos! —exclamó enérgicamente Rasumikhine—. ¡Me
    comprometo a descubrir sus huellas! No le perderé de vista. Cuento con el
    permiso de Rodia. Hace poco me ha dicho: «Vela por mi hermana.» ¿Me lo
    permite usted, Avdotia Romanovna?
    Dunia le sonrió y le tendió la mano, pero su semblante seguía velado por la
    preocupación. Pulqueria Alejandrovna le miró tímidamente, pero no
    intranquila, pues pensaba en los tres mil rublos.
    Un cuarto de hora después se había entablado una animada conversación.
    Incluso Raskolnikof, aunque sin abrir la boca, escuchaba con atención lo que
    decía Rasumikhine, que era el que llevaba la voz cantante.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:29

    ***

    —¿Por qué han de regresar ustedes al pueblo? —exclamó el estudiante,
    dejándose llevar de buen grado del entusiasmo que se había apoderado de él
    —. ¿Qué harán ustedes en ese villorrio? Deben ustedes permanecer aquí todos
    juntos, pues son indispensables el uno al otro, no me lo negarán. Por lo menos,
    deben quedarse aquí una temporada. En lo que a mí concierne, acéptenme
    como amigo y como socio y les aseguro que montaremos un negocio
    excelente. Escúchenme: voy a exponerles mi proyecto con todo detalle. Es una
    idea que se me ha ocurrido esta mañana, cuando nada había sucedido todavía.
    Se trata de lo siguiente: yo tengo un tío (que ya les presentaré y que es un
    viejo tan simpático como respetable) que tiene un capital de mil rublos y vive
    de una pensión que le basta para cubrir sus necesidades. Desde hace dos años
    no cesa de insistir en que yo acepte sus mil rublos como préstamo con el seis
    por ciento de interés. Esto es un truco: lo que él desea es ayudarme. El año
    pasado yo no necesitaba dinero, pero este año voy a aceptar el préstamo. A
    estos mil rublos añaden ustedes mil de los suyos, y ya tenemos para empezar.
    Bueno, ya somos socios. ¿Qué hacemos ahora?
    Rasumikhine empezó acto seguido a exponer su proyecto. Se extendió en
    explicaciones sobre el hecho de que la mayoría de los libreros y editores no
    conocían su oficio y por eso hacían malos negocios, y añadió que editando
    buenas obras se podía no sólo cubrir gastos, sino obtener beneficios. Ser editor
    constituía el sueño dorado de Rasumikhine, que llevaba dos años trabajando
    para casas editoriales y conocía tres idiomas, aunque seis días atrás había
    dicho a Raskolnikof que no sabía alemán, simple pretexto para que su amigo
    aceptara la mitad de una traducción y, con ella, los tres rublos de anticipo que
    le correspondían. Raskolnikof no se había dejado engañar.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:30

    ***

    —¿Por qué despreciar un buen negocio —exclamó Rasumikhine con
    creciente entusiasmo—, teniendo el elemento principal para ponerlo en
    práctica, es decir, el dinero? Sin duda tendremos que trabajar de firme, pero
    trabajaremos. Trabajará usted Avdotia Romanovna; trabajará su hermano y
    trabajaré yo. Hay libros que pueden producir buenas ganancias. Nosotros
    tenemos la ventaja de que sabemos lo que se debe traducir. Seremos
    traductores, editores y aprendices a la vez. Yo puedo ser útil a la sociedad
    porque tengo experiencia en cuestiones de libros. Hace dos años que ruedo por
    las editoriales, y conozco lo esencial del negocio. No es nada del otro mundo,
    créanme. ¿Por qué no aprovechar esta ocasión? Yo podría indicar a los
    editores dos o tres libros extranjeros que producirían cien rublos cada uno, y sé
    de otro cuyo título no daría por menos de quinientos rublos. A lo mejor aún
    vacilarían esos imbéciles. Respecto a la parte administrativa del negocio
    (papel, impresión, venta…), déjenla en mi mano, pues es cosa que conozco
    bien. Empezaremos por poco e iremos ampliando el negocio gradualmente.
    Desde luego, ganaremos lo suficiente para vivir.
    Los ojos de Dunia brillaban.
    —Su proposición me parece muy bien, Dmitri Prokofitch.
    —Yo, como es natural —dijo Pulqueria Alejandrovna—, no entiendo nada
    de eso. Tal vez sea un buen negocio. Lo cierto es que el asunto me sorprende
    por lo inesperado. Respecto a nuestra marcha, sólo puedo decirle que nos
    vemos obligadas a permanecer aquí algún tiempo.












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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:30

    ***

    Y al decir esto último dirigió una mirada a Rodia.
    —¿Tú qué opinas? —preguntó Dunia a su hermano.
    —A mí me parece una excelente idea. Naturalmente, no puede
    improvisarse un gran negocio editorial, pero sí publicar algunos volúmenes de
    éxito seguro. Yo conozco una obra que indudablemente se vendería. En cuanto
    a la capacidad de Rasumikhine, podéis estar tranquilas, pues conoce bien el
    negocio…Además, tenéis tiempo de sobra para estudiar el asunto.
    —¡Hurra! —gritó Rasumikhine—. Y ahora escuchen. En este mismo
    edificio hay un local independiente que pertenece al mismo propietario. Está
    amueblado, tiene tres habitaciones pequeñas y no es caro. Yo me encargaré de
    empeñarles el reloj mañana para que tengan dinero. Todo se arreglará. Lo
    importante es que puedan ustedes vivir los tres juntos. Así tendrán a Rodia
    cerca de ustedes…Pero oye, ¿adónde vas?
    —¿Por qué te marchas, Rodia? —preguntó Pulqueria Alejandrovna con
    evidente inquietud.
    —¡Y en este momento! —le reprochó Rasumikhine.
    Dunia miraba a su hermano con una sorpresa llena de desconfianza. Él,
    con la gorra en la mano, se disponía a marcharse.
    —¡Cualquiera diría que nos vamos a separar para siempre! —exclamó en
    un tono extraño—. No me enterréis tan pronto.
    Y sonrió, pero ¡qué sonrisa aquélla!
    —Sin embargo —dijo distraídamente—, ¡quién sabe si será la última vez
    que nos vemos!
    Había dicho esto contra su voluntad, como reflexionando en voz alta.
    —Pero ¿qué te pasa, Rodia? —preguntó ansiosamente su madre.
    —¿Dónde vas? —preguntó Dunia con voz extraña.
    —Me tengo que marchar —repuso.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:31

    ***
    Su voz era vacilante, pero su pálido rostro expresaba una resolución
    irrevocable.
    —Yo quería deciros…—continuó—. He venido aquí para decirte, mamá, y
    a ti también, Dunia, que…debemos separarnos por algún tiempo…No me
    siento bien…Los nervios…Ya volveré…Más adelante…, cuando pueda.
    Pienso en vosotros y os quiero. Pero dejadme, dejadme solo. Esto ya lo tenía
    decidido, y es una decisión irrevocable. Aunque hubiera de morir, quiero estar
    solo. Olvidaos de mí: esto es lo mejor…No me busquéis. Ya vendré yo cuando
    sea necesario…, y, si no vengo, enviaré a llamaros. Tal vez vuelva todo a su
    cauce; pero ahora, si verdaderamente me queréis, renunciad a mí. Si no lo
    hacéis, llegaré a odiaros: esto es algo que siento en mí. Adiós.
    —¡Dios mío! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
    La madre, la hermana y Rasumikhine se sintieron dominados por un
    profundo terror.
    —¡Rodia, Rodia, vuelve a nosotras! —exclamó la pobre mujer.
    Él se volvió lentamente y dio un paso hacia la puerta. Dunia fue hacia él.
    —¿Cómo puedes portarte así con nuestra madre, Rodia? —murmuró,
    indignada.
    —Ya volveré, ya volveré a veros —dijo a media voz, casi inconsciente.
    Y se fue.
    —¡Mal hombre, corazón de piedra! —le gritó Dunia.
    —No es malo, es que está loco —murmuró Rasumikhine al oído de la
    joven, mientras le apretaba con fuerza la mano—. Es un alienado, se lo
    aseguro. Sería usted la despiadada si no fuera comprensiva con él.
    Y dirigiéndose a Pulqueria Alejandrovna, que parecía a punto de caer, le
    dijo:
    —En seguida vuelvo.
    Salió corriendo de la habitación. Raskolnikof, que le esperaba al final del
    pasillo, le recibió con estas palabras:
    —Sabía que vendrías…Vuelve al lado de ellas; no las dejes…Ven también
    mañana; no las dejes nunca…Yo tal vez vuelva…, tal vez pueda volver. Adiós.
    Se alejó sin tenderle la mano.
    —Pero ¿adónde vas? ¿Qué te pasa? ¿Qué te propones? ¡No se puede obrar
    de ese modo!




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:33

    ***


    Raskolnikof se detuvo de nuevo.
    —Te lo he dicho y te lo repito: no me preguntes nada, pues no te
    contestaré…No vengas a verme. Tal vez venga yo aquí…Déjame…, pero a
    ellas no las abandones… ¿Comprendes?
    El pasillo estaba oscuro y ellos se habían detenido cerca de la lámpara. Se
    miraron en silencio. Rasumikhine se acordaría de este momento toda su vida.
    La mirada ardiente y fija de Raskolnikof parecía cada vez más penetrante, y
    Rasumikhine tenía la impresión de que le taladraba el alma. De súbito, el
    estudiante se estremeció. Algo extraño acababa de pasar entre ellos. Fue una
    idea que se deslizó furtivamente; una idea horrible, atroz y que los dos
    comprendieron…Rasumikhine se puso pálido como un muerto.
    —¿Comprendes ahora? —preguntó Raskolnikof con una mueca espantosa
    —. Vuelve junto a ellas —añadió. Y dio media vuelta y se fue rápidamente.
    No es fácil describir lo que ocurrió aquella noche en la habitación de
    Pulqueria Alejandrovna cuando regresó Rasumikhine; los esfuerzos del joven
    para calmar a las dos damas, las promesas que les hizo. Les dijo que Rodia
    estaba enfermo, que necesitaba reposo; les aseguró que volverían a verle y que
    él iría a visitarlas todos los días; que Rodia sufría mucho y no convenía
    irritarle; que él, Rasumikhine, llamaría a un gran médico, al mejor de todos;
    que se celebraría una consulta…En fin, que, a partir de aquella noche,
    Rasumikhine fue para ellas un hijo y un hermano.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:33

    ***

    CAPÍTULO 4
    Raskolnikof se fue derecho a la casa del canal donde habitaba Sonia. Era
    un viejo edificio de tres pisos pintado de verde. No sin trabajo, encontró al
    portero, del cual obtuvo vagas indicaciones sobre el departamento del sastre
    Kapernaumof. En un rincón del patio halló la entrada de una escalera estrecha
    y sombría. Subió por ella al segundo piso y se internó por la galería que
    bordeaba la fachada. Cuando avanzaba entre las sombras, una puerta se abrió
    de pronto a tres pasos de él. Raskolnikof asió el picaporte maquinalmente.
    —¿Quién va? —preguntó una voz de mujer con inquietud.
    —Soy yo, que vengo a su casa —dijo Raskolnikof.
    Y entró seguidamente en un minúsculo vestíbulo, donde una vela ardía
    sobre una bandeja llena de abolladuras que descansaba sobre una silla
    desvencijada.
    —¡Dios mío! ¿Es usted? —gritó débilmente Sonia, paralizada por el
    estupor.
    —¿Es éste su cuarto?
    Y Raskolnikof entró rápidamente en la habitación, haciendo esfuerzos por
    no mirar a la muchacha.
    Un momento después llegó Sonia con la vela en la mano. Depositó la vela
    sobre la mesa y se detuvo ante él, desconcertada, presa de extraordinaria
    agitación. Aquella visita inesperada le causaba una especie de terror. De
    pronto, una oleada de sangre le subió al pálido rostro y de sus ojos brotaron
    lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran vergüenza en la
    que había cierta dulzura. Raskolnikof se volvió rápidamente y se sentó en una
    silla ante la mesa. Luego paseó su mirada por la habitación.
    Era una gran habitación de techo muy bajo, que comunicaba con la del
    sastre por una puerta abierta en la pared del lado izquierdo. En la del derecho
    había otra puerta, siempre cerrada con llave, que daba a otro departamento. La
    habitación parecía un hangar. Tenía la forma de un cuadrilátero irregular y un
    aspecto destartalado. La pared de la parte del canal tenía tres ventanas. Este
    muro se prolongaba oblicuamente y formaba al final un ángulo agudo y tan
    profundo, que en aquel rincón no era posible distinguir nada a la débil luz de
    la vela. El otro ángulo era exageradamente obtuso.











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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:34

    ***


    La extraña habitación estaba casi vacía de muebles. A la derecha, en un
    rincón, estaba la cama, y entre ésta y la puerta había una silla. En el mismo
    lado y ante la puerta que daba al departamento vecino se veía una sencilla
    mesa de madera blanca, cubierta con un paño azul, y, cerca de ella, dos sillas
    de anea. En la pared opuesta, cerca del ángulo agudo, había una cómoda,
    también de madera blanca, que parecía perdida en aquel gran vacío. Esto era
    todo. El papel de las paredes, sucio y desgastado, estaba ennegrecido en los
    rincones. En invierno, la humedad y el humo debían de imperar en aquella
    habitación, donde todo daba una impresión de pobreza. Ni siquiera había
    cortinas en la cama.
    Sonia miraba en silencio al visitante, ocupado en examinar tan atentamente
    y con tanto desenfado su aposento. Y de pronto empezó a temblar de pies a
    cabeza como si se hallara ante el juez y árbitro de su destino.
    —He venido un poco tarde. ¿Son ya las once? —preguntó Raskolnikof sin
    levantar la vista hacia Sonia.
    —Sí, sí, son las once ya —balbuceó la muchacha ansiosamente, como si
    estas palabras le solucionaran un inquietante problema—: El reloj de mi
    patrona acaba de sonar y yo he oído perfectamente las…
    —Vengo a su casa por última vez —dijo Raskolnikof con semblante
    sombrío. Sin duda se olvidaba de que era también su primera visita—. Acaso
    no vuelva a verla más —añadió.
    —¿Se va de viaje?
    —No sé, no sé…Mañana, quizá…
    —Así, ¿no irá usted mañana a casa de Catalina Ivanovna? —preguntó
    Sonia con un ligero temblor en la voz.
    —No lo sé…Quizá mañana por la mañana…Pero no hablemos de este
    asunto. He venido a decirle…
    Alzó hacia ella su mirada pensativa y entonces advirtió que él estaba
    sentado y Sonia de pie.
    —¿Por qué está de pie? Siéntese —le dijo, dando de pronto a su voz un
    tono bajo y dulce.













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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:35

    ***

    Ella se sentó. Él la miró con un gesto bondadoso, casi compasivo.
    —¡Qué delgada está usted! Sus manos casi se transparentan. Parecen las
    manos de un muerto.
    Se apoderó de una de aquellas manos, y ella sonrió.
    —Siempre he sido así —dijo Sonia.
    —¿Incluso cuando vivía en casa de sus padres?
    —Sí.
    —¡Claro, claro! —dijo Raskolnikof con voz entrecortada. Tanto en su
    acento como en la expresión de su rostro se había operado súbitamente un
    nuevo cambio.
    Volvió a pasear su mirada por la habitación.
    —Tiene usted alquilada esta pieza a Kapernaumof, ¿verdad?
    —Sí.
    —Y ellos viven detrás de esa puerta, ¿no?
    —Sí; tienen una habitación parecida a ésta.
    —¿Sólo una para toda la familia?
    —Sí.
    —A mí, esta habitación me daría miedo —dijo Rodia con expresión
    sombría.
    —Los Kapernaumof son buenas personas, gente amable —dijo Sonia,
    dando muestras de no haber recobrado aún su presencia de ánimo—. Y estos
    muebles, y todo lo que hay aquí, es de ellos. Son muy buenos. Los niños
    vienen a verme con frecuencia.
    —Son tartamudos, ¿verdad?
    —Sí, pero no todos. El padre es tartamudo y, además, cojo. La madre…no
    es que tartamudee, pero tiene dificultad para hablar. Es muy buena. Él era
    esclavo. Tienen siete hijos. Sólo el mayor es tartamudo. Los demás tienen
    poca salud, pero no tartamudean…Ahora que caigo, ¿cómo se ha enterado
    usted de estas cosas?






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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:36

    ***

    —Su padre me lo contó todo…Por él supe lo que le ocurrió a usted…Me
    explicó que usted salió de casa a las seis y no volvió hasta las nueve, y que
    Catalina Ivanovna pasó la noche arrodillada junto a su lecho.
    Sonia se turbó.
    —Me parece —murmuró, vacilando— que hoy lo he visto.
    —¿A quién?
    —A mi padre. Yo iba por la calle y, al doblar una esquina cerca de aquí, lo
    he visto de pronto. Me pareció que venía hacia mí. Estoy segura de que era él.
    Yo me dirigía a casa de Catalina Ivanovna…
    —No, usted iba…paseando.
    —Sí —murmuró Sonia con voz entrecortada. Y bajó los ojos llenos de
    turbación.
    —Catalina Ivanovna llegó incluso a pegarle cuando usted vivía con sus
    padres, ¿verdad?
    —¡Oh no! ¿Quién se lo ha dicho? ¡No, no; de ningún modo!
    Y al decir esto Sonia miraba a Raskolnikof como sobrecogida de espanto.
    —Ya veo que la quiere usted.
    —¡Claro que la quiero! —exclamó Sonia con voz quejumbrosa y alzando
    de pronto las manos con un gesto de sufrimiento—. Usted no la… ¡Ah, si
    usted supiera…! Es como una niña…Está trastornada por el dolor…Es
    inteligente y noble…y buena…Usted no sabe nada…nada…
    Sonia hablaba con acento desgarrador. Una profunda agitación la
    dominaba. Gemía, se retorcía las manos. Sus pálidas mejillas se habían teñido
    de rojo y sus ojos expresaban un profundo sufrimiento. Era evidente que
    Raskolnikof acababa de tocar un punto sensible en su corazón. Sonia
    experimentaba una ardiente necesidad de explicar ciertas cosas, de defender a
    su madrastra. De súbito, su semblante expresó una compasión «insaciable»,
    por decirlo así.






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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:36

    ***


    —¿Pegarme? Usted no sabe lo que dice. ¡Pegarme ella, Señor…! Pero,
    aunque me hubiera pegado, ¿qué? Usted no la conoce… ¡Es tan desgraciada!
    Está enferma…Sólo pide justicia…Es pura. Cree que la justicia debe reinar en
    la vida y la reclama…Ni por el martirio se lograría que hiciera nada injusto.
    No se da cuenta de que la justicia no puede imperar en el mundo y se irrita…
    Se irrita como un niño, exactamente como un niño, créame…Es una mujer
    justa, muy justa.
    —¿Y qué va a hacer usted ahora?
    Sonia le dirigió una mirada interrogante.
    —Ahora ha de cargar usted con ellos. Verdad es que siempre ha sido así.
    Incluso su difunto padre le pedía a usted dinero para beber…Pero ¿qué van a
    hacer ahora?
    —No lo sé —respondió Sonia tristemente.
    —¿Seguirán viviendo en la misma casa?
    —No lo sé. Deben a la patrona y creo que ésta ha dicho hoy que va a
    echarlos a la calle. Y Catalina Ivanovna dice que no permanecerá allí ni un día
    más.
    —¿Cómo puede hablar así? ¿Cuenta acaso con usted?
    —¡Oh, no! Ella no piensa en eso…Nosotros estamos muy unidos; lo que
    es de uno, es de todos.
    Sonia dio esta respuesta vivamente, con una indignación que hacía pensar
    en la cólera de un canario o de cualquier otro pájaro diminuto e inofensivo.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:37

    ***
    .
    —Además, ¿qué quiere usted que haga? —continuó Sonia con vehemencia
    creciente—. ¡Si usted supiera lo que ha llorado hoy! Está trastornada, ¿no lo
    ha notado usted? Sí, puede usted creerme: tan pronto se inquieta como una
    niña, pensando en cómo se las arreglará para que mañana no falte nada en la
    comida de funerales, como empieza a retorcerse las manos, a llorar, a escupir
    sangre, a dar cabezadas contra la pared. Después se calma de nuevo. Confía
    mucho en usted. Dice que, gracias a su apoyo, se procurará un poco de dinero
    y volverá a su tierra natal conmigo. Se propone fundar un pensionado para
    muchachas nobles y confiarme a mí la inspección. Está persuadida de que nos
    espera una vida nueva y maravillosa, y me besa, me abraza, me consuela. Ella
    cree firmemente en lo que dice, cree en todas sus fantasías. ¿Quién se atreve a
    contradecirla? Hoy se ha pasado el día lavando, fregando, remendando la ropa,
    y, como está tan débil, al fin ha caído rendida en la cama. Esta mañana hemos
    salido a comprar calzado para Lena y Poletchka, pues el que llevan está
    destrozado, pero no teníamos bastante dinero: necesitábamos mucho más.
    ¡Eran tan bonitos los zapatos que quería…! Porque tiene mucho gusto,
    ¿sabe…? Y se ha echado a llorar en plena tienda, delante de los dependientes,
    al ver que faltaba dinero… ¡Qué pena da ver estas cosas!
    —Ahora comprendo que lleve usted esta vida —dijo Raskolnikof,
    sonriendo amargamente.
    —¿Es que usted no se compadece de ella? —exclamó Sonia—. Usted le
    dio todo lo que tenía, y eso que no sabía nada de lo que ocurre en aquella casa.
    ¡Dios mío, si usted lo supiera! ¡Cuántas veces, cuántas, la he hecho llorar…!
    La semana pasada mismo, ocho días antes de morir mi padre, fui mala con
    ella…Y así muchas veces…Ahora me paso el día acordándome de aquello, y
    ¡me da una pena!







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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:38

    ***

    Se retorcía las manos con un gesto de dolor.
    —¿Dice usted que fue mala con ella?
    —Sí, fui mala…Yo había ido a verlos —continuó llorando—, y mi pobre
    padre me dijo: «Léeme un poco, Sonia. Aquí está el libro.» El dueño de la
    obra era Andrés Simonovitch Lebeziatnikof, que vive en la misma casa y nos
    presta muchas veces libros de esos que hacen reír. Yo le contesté: «No puedo
    leer porque tengo que marcharme…» Y es que no tenía ganas de leer. Yo había
    ido allí para enseñar a Catalina Ivanovna unos cuellos y unos puños bordados
    que una vendedora a domicilio llamada Lisbeth me había dado a muy buen
    precio. A Catalina Ivanovna le gustaron mucho, se los probó, se miró al espejo
    y dijo que eran preciosos, preciosos. Después me los pidió. «¡Oh Sonia! —me
    dijo—. ¡Regálamelos!» Me lo dijo con voz suplicante… ¿En qué vestido los
    habría puesto…? Y es que le recordaban los tiempos felices de su juventud. Se
    miraba en el espejo y se admiraba a sí misma. ¡Hace tanto tiempo que no tiene
    vestidos ni nada…! Nunca pide nada a nadie. Tiene mucho orgullo y prefiere
    dar lo que tiene, por poco que sea. Sin embargo, insistió en que le diera los
    cuellos y los puños; esto demuestra lo mucho que le gustaban. Y yo se los
    negué. «¿Para qué los quiere usted, Catalina Ivanovna?» Sí, así se lo dije. Ella
    me miró con una pena que partía el corazón…No era quedarse sin los cuellos
    y los puños lo que la apenaba, sino que yo no se los hubiera querido dar. ¡Ah,
    si yo pudiese reparar aquello, borrar las palabras que dije…!
    —¿De modo que conocía usted a Lisbeth, esa vendedora que iba por las
    casas?
    —Sí. ¿Usted también la conocía? —preguntó Sonia con cierto asombro.
    —Catalina Ivanovna está en el último grado de la tisis, y se morirá, se
    morirá muy pronto —dijo Raskolnikof tras una pausa y sin contestar a la
    pregunta de Sonia.
    —¡Oh, no, no!


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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:39

    ***

    Sonia le había cogido las manos, sin darse cuenta de lo que hacía, y parecía
    suplicarle que evitara aquella desgracia.
    —Lo mejor es que muera —dijo Raskolnikof.
    —¡No, no! ¿Cómo va a ser mejor? —exclamó Sonia, trastornada, llena de
    espanto.
    —¿Y los niños? ¿Qué hará usted con ellos? No se los va a traer aquí.
    —¡No sé lo que haré! ¡No sé lo que haré! —exclamó, desesperada,
    oprimiéndose las sienes con las manos.
    Sin duda este pensamiento la había atormentado con frecuencia, y
    Raskolnikof lo había despertado con sus preguntas.
    —Y si usted se pone enferma, incluso viviendo Catalina Ivanovna, y se la
    llevan al hospital, ¿qué sucederá? —siguió preguntando despiadadamente.
    —¡Oh! ¿Qué dice usted? ¿Qué dice usted? ¡Eso es imposible! —exclamó
    Sonia con el rostro contraído, con una expresión de espanto indecible.
    —¿Por qué imposible? —preguntó Raskolnikof con una sonrisa sarcástica
    —. Usted no es inmune a las enfermedades, ¿verdad? ¿Qué sería de ellos si
    usted se pusiera enferma? Se verían todos en la calle. La madre pediría
    limosna sin dejar de toser, después golpearía la pared con la cabeza como ha
    hecho hoy, y los niños llorarían. Al fin quedaría tendida en el suelo y se la
    llevarían, primero a la comisaría y después al hospital. Allí se moriría, y los
    niños…
    —¡No, no! ¡Eso no lo consentirá Dios! —gritó Sonia con voz ahogada.
    Le había escuchado con gesto suplicante, enlazadas las manos en una
    muda imploración, como si todo dependiera de él.
    Raskolnikof se levantó y empezó a ir y venir por el aposento. Así
    transcurrió un minuto. Sonia estaba de pie, los brazos pendientes a lo largo del
    cuerpo, baja la cabeza, presa de una angustia espantosa.
    —¿Es que usted no puede hacer economías, poner algún dinero a un lado?
    —preguntó Raskolnikof de pronto, deteniéndose ante ella.
    —No —murmuró Sonia.
    —No me extraña. ¿Lo ha intentado? —preguntó con una sonrisa burlona.
    —Sí.
    —Y no lo ha conseguido, claro. Es muy natural. No hace falta preguntar el
    motivo.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:40

    ***
    Y continuó sus paseos por la habitación. Hubo otro minuto de silencio.
    —¿Es que no gana usted dinero todos los días? —preguntó Rodia.
    Sonia se turbó más todavía y enrojeció.
    —No —murmuró con un esfuerzo doloroso.
    —La misma suerte espera a Poletchka —dijo Raskolnikof de pronto.
    —¡No, no! ¡Eso es imposible! —exclamó Sonia.
    Fue un grito de desesperación. Las palabras de Raskolnikof la habían
    herido como una cuchillada.
    —¡Dios no permitirá una abominación semejante!
    —Permite otras muchas.
    —¡No, no! ¡Dios la protegerá! ¡A ella la protegerá! —gritó Sonia fuera de
    sí.
    —Tal vez no exista —replicó Raskolnikof con una especie de crueldad
    triunfante.
    Seguidamente se echó a reír y la miró.
    Al oír aquellas palabras se operó en el semblante de Sonia un cambio
    repentino, y sacudidas nerviosas recorrieron su cuerpo. Dirigió a Raskolnikof
    miradas cargadas de un reproche indefinible. Intentó hablar, pero de sus labios
    no salió ni una sílaba. De súbito se echó a llorar amargamente y ocultó el
    rostro entre las manos.
    —Usted dice que Catalina Ivanovna está trastornada, pero usted no lo está
    menos —dijo Raskolnikof tras un breve silencio.
    Transcurrieron cinco minutos. El joven seguía yendo y viniendo por la
    habitación sin mirar a Sonia. Al fin se acercó a ella. Los ojos le centelleaban.
    Apoyó las manos en los débiles hombros y miró el rostro cubierto de lágrimas.
    Lo miró con ojos secos, duros, ardientes, mientras sus labios se agitaban con
    un temblor convulsivo…De pronto se inclinó, bajó la cabeza hasta el suelo y
    le besó los pies. Sonia retrocedió horrorizada, como si tuviera ante sí a un
    loco. Y en verdad un loco parecía Raskolnikof.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Ene 2024, 07:40

    ***
    —¿Qué hace usted? —balbuceó.
    Se había puesto pálida y sentía en el corazón una presión dolorosa.
    Él se puso en pie.
    —No me he arrodillado ante ti, sino ante todo el dolor humano —dijo en
    un tono extraño.
    Y fue a acodarse en la ventana. Pronto volvió a su lado y añadió:
    —Oye, hace poco he dicho a un insolente que valía menos que tu dedo
    meñique y que te había invitado a sentarte al lado de mi madre y de mi
    hermana.
    —¿Eso ha dicho? —exclamó Sonia, aterrada—. ¿Y delante de ellas?
    ¡Sentarme a su lado! Pero si yo soy…una mujer sin honra. ¿Cómo se le ha
    ocurrido decir eso?
    —Al hablar así, yo no pensaba en tu deshonra ni en tus faltas, sino en tu
    horrible martirio. Sin duda —continuó ardientemente—, eres una gran
    pecadora, sobre todo por haberte inmolado inútilmente. Ciertamente, eres muy
    desgraciada. ¡Vivir en el cieno y saber (porque tú lo sabes: basta mirarte para
    comprenderlo) que no te sirve para nada, que no puedes salvar a nadie con tu
    sacrificio…! Y ahora dime —añadió, iracundo—: ¿Cómo es posible que tanta
    ignominia, tanta bajeza, se compaginen en ti con otros sentimientos tan
    opuestos, tan sagrados? Sería preferible arrojarse al agua de cabeza y terminar
    de una vez.
    —Pero ¿y ellos? ¿Qué sería de ellos? —preguntó Sonia levantando la
    cabeza, con voz desfallecida y dirigiendo a Raskolnikof una mirada
    impregnada de dolor, pero sin mostrar sorpresa alguna ante el terrible consejo.










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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:51

    ***


    Raskolnikof la envolvió en una mirada extraña, y esta mirada le bastó para
    descifrar los pensamientos de la joven. Comprendió que ella era de la misma
    opinión. Sin duda, en su desesperación, había pensado más de una vez en
    poner término a su vida. Y tan resueltamente había pensado en ello, que no le
    había causado la menor extrañeza el consejo de Raskolnikof. No había
    advertido la crueldad de sus palabras, del mismo modo que no había captado
    el sentido de sus reproches. Él se dio cuenta de todo ello y comprendió
    perfectamente hasta qué punto la habría torturado el sentimiento de su
    deshonor, de su situación infamante. ¿Qué sería lo que le había impedido
    poner fin a su vida? Y, al hacerse esta pregunta, Raskolnikof comprendió lo
    que significaban para ella aquellos pobres niños y aquella desdichada Catalina
    Ivanovna, tísica, medio loca y que golpeaba las paredes con la cabeza.
    Sin embargo, vio claramente que Sonia, por su educación y su carácter, no
    podía permanecer indefinidamente en semejante situación. También se
    preguntaba cómo había podido vivir tanto tiempo sin volverse loca. Desde
    luego, comprendía que la situación de Sonia era un fenómeno social que
    estaba fuera de lo común, aunque, por desgracia, no era único ni
    extraordinario; pero ¿no era esto una razón más, unida a su educación y a su
    pasado, para que su primer paso en aquel horrible camino la hubiera llevado a
    la muerte? ¿Qué era lo que la sostenía? No el vicio, pues toda aquella
    ignominia sólo había manchado su cuerpo: ni la menor sombra de ella había
    llegado a su corazón. Esto se veía perfectamente; se leía en su rostro.
    «Sólo tiene tres soluciones —siguió pensando Raskolnikof—: arrojarse al
    canal, terminar en un manicomio o lanzarse al libertinaje que embrutece el
    espíritu y petrifica el corazón.»
    Esta última posibilidad era la que más le repugnaba, pero Raskolnikof era
    joven, escéptico, de espíritu abstracto y, por lo tanto, cruel, y no podía menos
    de considerar que esta última eventualidad era la más probable.





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:52

    ***

    «Pero ¿es esto posible? —siguió reflexionando—. ¿Es posible que esta
    criatura que ha conservado la pureza de alma termine por hundirse a sabiendas
    en ese abismo horrible y hediondo? ¿No será que este hundimiento ha
    empezado ya, que ella ha podido soportar hasta ahora semejante vida porque
    el vicio ya no le repugna…? No, no; esto es imposible —exclamó
    mentalmente, repitiendo el grito lanzado por Sonia hacía un momento—: lo
    que hasta ahora le ha impedido arrojarse al canal ha sido el temor de cometer
    un pecado, y también esa familia…Parece que no se ha vuelto loca, pero
    ¿quién puede asegurar que esto no es simple apariencia? ¿Puede estar en su
    juicio? ¿Puede una persona hablar como habla ella sin estar loca? ¿Puede una
    mujer conservar la calma sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese
    abismo pestilente sin hacer caso cuando se habla del peligro? ¿No esperará un
    milagro…? Sí, seguramente. Y todo esto, ¿no son pruebas de enajenación
    mental?»
    Se aferró obstinadamente a esta última idea. Esta solución le complacía
    más que ninguna otra. Empezó a examinar a Sonia atentamente.
    —¿Rezas mucho, Sonia? —le preguntó.
    La muchacha guardó silencio. Él, de pie a su lado, esperaba una respuesta.
    —¿Qué habría sido de mí sin la ayuda de Dios?
    Había dicho esto en un rápido susurro. Al mismo tiempo, lo miró con ojos
    fulgurantes y le apretó la mano.
    «No me he equivocado», se dijo Raskolnikof.
    —Pero ¿qué hace Dios por ti? —siguió preguntando el joven.
    Sonia permaneció en silencio un buen rato. Parecía incapaz de responder.
    La emoción henchía su frágil pecho.
    —¡Calle! No me pregunte. Usted no tiene derecho a hablar de estas cosas
    —exclamó de pronto, mirándole, severa e indignada.
    «Es lo que he pensado, es lo que he pensado», se decía Raskolnikof.
    —Dios todo lo puede —dijo Sonia, bajando de nuevo los ojos.
    «Esto lo explica todo», pensó Raskolnikof. Y siguió observándola con
    ávida curiosidad.
    Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras
    contemplaba aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares y angulosas;
    aquellos ojos azules capaces de emitir verdaderas llamaradas y de expresar
    una pasión tan austera y vehemente; aquel cuerpecillo que temblaba de
    indignación. Todo esto le parecía cada vez más extraño, más ajeno a la
    realidad.
    «Está loca, está loca», se repetía.
    Sobre la cómoda había un libro. Rask



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:53

    ***

    Sobre la cómoda había un libro. Raskolnikof le había dirigido una mirada
    cada vez que pasaba junto a él en sus idas y venidas por la habitación. Al fin
    cogió el volumen y lo examinó. Era una traducción rusa del Nuevo
    Testamento, un viejo libro con tapas de tafilete.
    —¿De dónde has sacado este libro? —le preguntó desde el otro extremo de
    la habitación, cuando ella permanecía inmóvil cerca de la mesa.
    —Me lo han regalado —respondió Sonia de mala gana y sin mirarle.
    —¿Quién?
    —Lisbeth.
    «¡Lisbeth! ¡Qué raro!», pensó Raskolnikof.
    Todo lo relacionado con Sonia le parecía cada vez más extraño. Acercó el
    libro a la bujía y empezó a hojearlo.
    —¿Dónde está el capítulo sobre Lázaro? —preguntó de pronto.
    Sonia no contestó. Tenía la mirada fija en el suelo y se había separado un
    poco de la mesa.
    —Dime dónde están las páginas que hablan de la resurrección de Lázaro.
    Sonia le miró de reojo.
    —Están en el cuarto Evangelio —repuso Sonia gravemente y sin moverse
    del sitio.
    —Toma; busca ese pasaje y léemelo.
    Dicho esto, Raskolnikof se sentó a la mesa, apoyó en ella los codos y el
    mentón en una mano y se dispuso a escuchar, vaga la mirada y sombrío el
    semblante.
    «Dentro de quince días o de tres semanas —murmuró para sí— habrá que
    ir a verme a la séptima versta. Allí estaré, sin duda, si no me ocurre nada
    peor.»
    Sonia dio un paso hacia la mesa. Vacilaba. Había recibido con
    desconfianza la extraña petición de Raskolnikof. Sin embargo, cogió el libro.
    —¿Es que usted no lo ha leído nunca? —preguntó, mirándole de reojo. Su
    voz era cada vez más fría y dura.
    —Lo leí hace ya mucho tiempo, cuando era niño…Lee.
    —¿Y no lo ha leído en la iglesia?
    —Yo…yo no voy a la iglesia. ¿Y tú?
    —Pues…no —balbuceó Sonia.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:54

    ***

    Raskolnikof sonrió.
    —Se comprende. No asistirás mañana a los funerales de tu padre, ¿verdad?
    —Sí que asistiré. Ya fui la semana pasada a la iglesia para una misa de
    réquiem.
    —¿Por quién?
    —Por Lisbeth. La mataron a hachazos.
    La tensión nerviosa de Raskolnikof iba en aumento. La cabeza empezaba a
    darle vueltas.
    —Por lo visto, tenías amistad con Lisbeth.
    —Sí. Era una mujer justa y buena…A veces venía a verme…Muy de tarde
    en tarde. No podía venir más…Leíamos y hablábamos…Ahora está con Dios.
    ¡Qué extraño parecía a Raskolnikof aquel hecho, y qué extrañas aquellas
    palabras novelescas! ¿De qué podrían hablar aquellas dos mujeres, aquel par
    de necias?
    «Aquí corre uno el peligro de volverse loco: es una enfermedad
    contagiosa», se dijo.
    —¡Lee! —ordenó de pronto, irritado y con voz apremiante.
    Sonia seguía vacilando. Su corazón latía con fuerza. La desdichada no se
    atrevía a leer en presencia de Raskolnikof. El joven dirigió una mirada casi
    dolorosa a la pobre demente.
    —¿Qué le importa esto? Usted no tiene fe —murmuró Sonia con voz
    entrecortada.
    —¡Lee! —insistió Raskolnikof—. ¡Bien le leías a Lisbeth!
    Sonia abrió el libro y buscó la página. Le temblaban las manos y la voz no
    le salía de la garganta. Intentó empezar dos o tres veces, pero no pronunció ni
    una sola palabra.
    —«Había en Betania un hombre llamado Lázaro, que estaba enfermo…»
    —articuló al fin, haciendo un gran esfuerzo.
    Pero inmediatamente su voz vibró y se quebró como una cuerda demasiado
    tensa. Sintió que a su oprimido pecho le faltaba el aliento. Raskolnikof
    comprendía en parte por qué se resistía Sonia a obedecerle, pero esta
    comprensión no impedía que se mostrara cada vez más apremiante y grosero.
    De sobra se daba cuenta del trabajo que le costaba a la pobre muchacha
    mostrarle su mundo interior. Comprendía que aquellos sentimientos eran su
    gran secreto, un secreto que tal vez guardaba desde su adolescencia, desde la
    época en que vivía con su familia, con su infortunado padre, con aquella
    madrastra que se había vuelto loca a fuerza de sufrir, entre niños hambrientos
    y oyendo a todas horas gritos y reproches. Pero, al mismo tiempo, tenía la
    seguridad de que Sonia, a pesar de su repugnancia, de su temor a leer, sentía
    un ávido, un doloroso deseo de leerle a él en aquel momento, sin importarle lo
    que después pudiera ocurrir…Leía todo esto en los ojos de Sonia y
    comprendía la emoción que la trastornaba…Sin embargo, Sonia se dominó,
    deshizo el nudo que tenía en la garganta y continuó leyendo el capítulo 11 del
    Evangelio según San Juan. Y llegó al versículo 19.





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:55

    ***


    —«…Y gran número de judíos habían acudido a ver a Marta y a María
    para consolarlas de la muerte de su hermano. Habiéndose enterado de la
    llegada de Jesús, Marta fue a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
    Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
    muerto; pero ahora yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará…»
    Al llegar a este punto, Sonia se detuvo para sobreponerse a la emoción que
    amenazaba ahogar su voz.
    —«Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Yo sé que
    resucitará el día de la resurrección de los muertos. Jesús le dijo: Yo soy la
    resurrección y la vida; el que cree en mí, si está muerto, resucitará, y todo el
    que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Y ella dice…»
    Sonia tomó aliento penosamente y leyó con energía, como si fuera ella la
    que hacía públicamente su profesión de fe:
    —«…Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has
    venido al mundo…»
    Sonia se detuvo, levantó momentáneamente los ojos hacia Raskolnikof y
    después continuó la lectura. El joven, acodado en la mesa, escuchaba sin
    moverse y sin mirar a Sonia. La lectora llegó al versículo 32.
    —«…Cuando María llegó al lugar donde estaba Cristo y lo vio, cayó a sus
    pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Y
    cuando Jesús vio que lloraba y que los judíos que iban con ella lloraban
    igualmente, se entristeció, se conmovió su espíritu y dijo: ¿Dónde lo pusisteis?
    Le respondieron: Señor, ven y mira. Entonces Jesús lloró y dijeron los judíos:
    Ved cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: El que abrió los ojos al ciego,
    ¿no podía hacer que este hombre no muriera?…»



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:55

    ***


    Raskolnikof se volvió hacia Sonia y la miró con emoción. Sí, era lo que él
    había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como él había previsto. Se
    acercaba al momento del milagro y un sentimiento de triunfo se había
    apoderado de ella. Su voz había cobrado una sonoridad metálica y una firmeza
    nacida de aquella alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se
    entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir leyendo porque se
    dejaba llevar de su corazón. Al leer el último versículo —«El que abrió los
    ojos al ciego…»—, Sonia bajó la voz para expresar con apasionado acento la
    duda, la reprobación y los reproches de aquellos ciegos judíos que un
    momento después iban a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a
    creer, mientras prorrumpían en sollozos…Y él, él que tampoco creía, él que
    también estaba ciego, comprendería y creería igualmente…Y esto iba a
    suceder muy pronto, en seguida…Así soñaba Sonia, y temblaba en la gozosa
    espera.
    —«…Jesús, lleno de una profunda tristeza, fue a la tumba. Era una cueva
    tapada con una piedra. Jesús dijo: Levantad la piedra. Marta, la hermana del
    difunto, le respondió: Señor, ya huele mal, pues hace cuatro días que está en la
    tumba…»
    Sonia pronunció con fuerza la palabra «cuatro».
    —«…Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria
    de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto.
    Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme
    escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que
    los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra.
    Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el
    muerto salió…—Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y
    temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos—…vendados
    los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario.
    Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían
    ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él.»
    Ya no pudo seguir leyendo. Cerró el libro y se levantó.
    —No hay nada más sobre la resurrección de Lázaro.


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 09:56

    ***

    Dijo esto gravemente y en voz baja. Luego se separó de la mesa y se
    detuvo. Permanecía inmóvil y no se atrevía a mirar a Raskolnikof. Seguía
    temblando febrilmente. El cabo de la vela estaba a punto de consumirse en el
    torcido candelero y expandía una luz mortecina por aquella mísera habitación
    donde un asesino y una prostituta se habían unido para leer el Libro Eterno.
    —He venido a hablarle de un asunto —dijo de súbito Raskolnikof con voz
    fuerte y enérgica. Seguidamente, velado el semblante por una repentina
    tristeza, se levantó y se acercó a Sonia. Ésta se volvió a mirarle y vio que su
    dura mirada expresaba una feroz resolución. El joven añadió—: Hoy he
    abandonado a mi familia, a mi madre y a mi hermana. Ya no volveré al lado de
    ellas: la ruptura es definitiva.
    —¿Por qué ha hecho eso? —preguntó Sonia, estupefacta.
    Su reciente encuentro con Pulqueria Alejandrovna y Dunia había dejado en
    ella una impresión imborrable aunque confusa, y la noticia de la ruptura la
    horrorizó.
    —Ahora no tengo a nadie más que a ti —dijo Raskolnikof—. Vente
    conmigo. He venido por ti. Somos dos seres malditos. Vámonos juntos.
    Sus ojos centelleaban.
    «Tiene cara de loco», pensó Sonia.
    —¿Irnos? ¿Adónde? —preguntó aterrada, dando un paso atrás.
    —¡Yo qué sé! Yo sólo sé que los dos seguimos la misma ruta y que
    únicamente tenemos una meta.
    Ella le miraba sin comprenderle. Ella sólo veía en él una cosa: que era
    infinitamente desgraciado.
    —Nadie lo comprendería si les dijeras las cosas que me has dicho a mí.
    Yo, en cambio, lo he comprendido. Te necesito y por eso he venido a buscarte.
    —No entiendo —balbuceó Sonia.
    —Ya entenderás más adelante. Tú has obrado como yo. Tú también has
    cruzado la línea. Has atentado contra ti; has destruido una vida…, tu propia
    vida, verdad es, pero ¿qué importa? Habrías podido vivir con tu alma y tu
    razón y terminarás en la plaza del Mercado. No puedes con tu carga, y si
    permaneces sola, te volverás loca, del mismo modo que me volveré yo. Ya
    parece que sólo conservas a medias la razón. Hemos de seguir la misma ruta,
    codo a codo. ¡Vente!
    —¿Por qué, por qué dice usted eso? —preguntó Sonia, emocionada,
    incluso trastornada por las palabras de Raskolnikof.
    —¿Por qué? Porque no se puede vivir así. Por eso hay que razonar
    seriamente y ver las cosas como son, en vez de echarse a llorar como un niño
    y gritar que Dios no lo permitirá. ¿Qué sucederá si un día te llevan al hospital?
    Catalina Ivanovna está loca y tísica, y morirá pronto. ¿Qué será entonces de
    los niños? ¿Crees que Poletchka podrá salvarse? ¿No has visto por estos
    barrios niños a los que sus madres envían a mendigar? Yo sé ya dónde viven
    esas madres y cómo viven. Los niños de esos lugares no se parecen a los otros.
    Entre ellos, los rapaces de siete años son ya viciosos y ladrones.





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 20 Ene 2024, 16:38

    ***


    —Pero ¿qué hacer, qué hacer? —exclamó Sonia, llorando
    desesperadamente mientras se retorcía las manos.
    —¿Qué hacer? Cambiar de una vez y aceptar el sufrimiento. ¿Qué, no
    comprendes? Ya comprenderás más adelante…La libertad y el poder, el poder
    sobre todo…, el dominio sobre todos los seres pusilánimes…Sí, dominar a
    todo el hormiguero: he aquí el fin. Acuérdate de esto: es como un testamento
    que hago para ti. Acaso sea ésta la última vez que te hablo. Si no vengo
    mañana, te enterarás de todo. Entonces acuérdate de mis palabras. Quizá
    llegue un día, en el curso de los años, en que comprendas su significado. Y si
    vengo mañana, te diré quién mató a Lisbeth.
    Sonia se estremeció.
    —Entonces, ¿usted lo sabe? —preguntó, helada de espanto y dirigiéndole
    una mirada despavorida.
    —Lo sé y te lo diré…Sólo te lo diré a ti. Te he escogido para esto. No
    vendré a pedirte perdón, sino sencillamente a decírtelo. Hace ya mucho tiempo
    que te elegí para esta confidencia: el mismo día en que tu padre me habló de ti,
    cuando Lisbeth vivía aún. Adiós. No me des la mano. Hasta mañana.
    Y se marchó, dejando a Sonia la impresión de que había estado
    conversando con un loco. Pero ella misma sentía como si le faltara la razón.
    La cabeza le daba vueltas.
    «¡Señor! ¿Cómo sabe quién ha matado a Lisbeth? ¿Qué significan sus
    palabras?»
    Todo esto era espantoso. Sin embargo, no sospechaba ni remotamente la
    verdad.
    «Debe de ser muy desgraciado…Ha abandonado a su madre y a su
    hermana. ¿Por qué? ¿Qué habrá ocurrido? ¿Qué intenciones tiene? ¿Qué
    significan sus palabras?»
    Le había besado los pies y le había dicho…, le había dicho…que no podía
    vivir sin ella. Sí, se lo había dicho claramente.
    «¡Señor, Señor…!»
    Sonia estuvo toda la noche ardiendo de fiebre y delirando. Se estremecía,
    lloraba, se retorcía las manos; después caía en un sueño febril y soñaba con
    Poletchka, con Catalina Ivanovna, con Lisbeth, con la lectura del Evangelio, y
    con él, con su rostro pálido y sus ojos llameantes…Él le besaba los pies y
    lloraba… ¡Señor, Señor!
    Tras la puerta que separaba la habitación de Sonia del departamento de la
    señora Resslich había una pieza vacía que correspondía a aquel
    compartimiento y que se alquilaba, como indicaba un papel escrito colgado en
    la puerta de la calle y otros papeles pegados en las ventanas que daban al
    canal. Sonia sabía que aquella habitación estaba deshabitada desde hacía
    tiempo. Sin embargo, durante toda la escena precedente, el señor Svidrigailof,
    de pie detrás de la puerta que daba al aposento de la joven, había oído
    perfectamente toda la conversación de Sonia con su visitante.
    Cuando Raskolnikof se fue, Svidrigailof reflexionó un momento, se dirigió
    de puntillas a su cuarto, contiguo a la pieza desalquilada, cogió una silla y
    volvió a la habitación vacía para colocarla junto a la puerta que daba al
    dormitorio de Sonia. La conversación que acababa de oír le había parecido tan
    interesante, que había llevado allí aquella silla, pensando que la próxima vez,
    al día siguiente, por ejemplo, podría escuchar con toda comodidad, sin que
    turbara su satisfacción la molestia de permanecer de pie media hora.






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    Mensaje por Maria Lua Dom 21 Ene 2024, 11:12

    ***

    CAPÍTULO 5





    Cuando, al día siguiente, a las once en punto, Raskolnikof fue a ver al juez
    de instrucción, se extrañó de tener que hacer diez largos minutos de antesala.
    Este tiempo transcurrió, como mínimo, antes de que le llamaran, siendo así
    que él esperaba ser recibido apenas le anunciasen. Allí estuvo, en la sala de
    espera, viendo pasar personas que no le prestaban la menor atención. En la
    sala contigua trabajaban varios escribientes, y saltaba a la vista que ninguno de
    ellos tenía la menor idea de quién era Raskolnikof.
    El visitante paseó por toda la estancia una mirada retadora, preguntándose
    si habría allí algún esbirro, algún espía encargado de vigilarle para impedir su
    fuga. Pero no había nada de esto. Sólo veía caras de funcionarios que
    reflejaban cuidados mezquinos, y rostros de otras personas que, como los
    funcionarios, no se interesaban lo más mínimo por él. Se podría haber
    marchado al fin del mundo sin llamar la atención de nadie. Poco a poco se iba
    convenciendo de que si aquel misterioso personaje, aquel fantasma que
    parecía haber surgido de la tierra y al que había visto el día anterior, lo hubiera
    sabido todo, lo hubiera visto todo, él, Raskolnikof, no habría podido
    permanecer tan tranquilamente en aquella sala de espera. Y ni habrían
    esperado hasta las once para verle, ni le habrían permitido ir por su propia
    voluntad. Por lo tanto, aquel hombre no había dicho nada…, porque tal vez no
    sabía nada, ni nada había visto (¿cómo lo habría podido ver?), y todo lo
    ocurrido el día anterior no había sido sino un espejismo agrandado por su
    mente enferma.
    Esta explicación, que le parecía cada vez más lógica, ya se le había
    ocurrido el día anterior en el momento en que sus inquietudes, aquellas
    inquietudes rayanas en el terror, eran más angustiosas.
    Mientras reflexionaba en todo esto y se preparaba para una nueva lucha,
    Raskolnikof empezó a temblar de pronto, y se enfureció ante la idea de que
    aquel temblor podía ser de miedo, miedo a la entrevista que iba a tener con el
    odioso Porfirio Petrovitch. Pensar que iba a volver a ver a aquel hombre le
    inquietaba profundamente. Hasta tal extremo le odiaba, que temía incluso que
    aquel odio le traicionase, y esto le produjo una cólera tan violenta, que detuvo
    en seco su temblor. Se dispuso a presentarse a Porfirio en actitud fría e
    insolente y se prometió a sí mismo hablar lo menos posible, vigilar a su
    adversario, permanecer en guardia y dominar su irascible temperamento. En
    este momento le llamaron al despacho de Porfirio Petrovitch.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 21 Ene 2024, 11:13

    ***

    El juez de instrucción estaba solo en aquel momento. En el despacho, de
    medianas dimensiones, había una gran mesa de escritorio, un armario y varias
    sillas. Todo este mobiliario era de madera amarilla y lo pagaba el Estado. En la
    pared del fondo había una puerta cerrada. Por lo tanto, debía de haber otras
    dependencias tras aquella pared. Cuando entró Raskolnikof, Porfirio cerró tras
    él la puerta inmediatamente y los dos quedaron solos. El juez recibió a su
    visitante con gesto alegre y amable; pero, poco después, Raskolnikof advirtió
    que daba muestras de cierta violencia. Era como si le hubieran sorprendido
    ocupado en alguna operación secreta.
    Porfirio le tendió las dos manos.
    —¡Ah! He aquí a nuestro respetable amigo en nuestros parajes. Siéntese,
    querido…Pero ahora caigo en que tal vez le disguste que le haya llamado
    «respetable» y «querido» así, tout court. Le ruego que no tome esto como una
    familiaridad. Siéntese en el sofá, haga el favor.
    Raskolnikof se sentó sin apartar de él la vista. Las expresiones «nuestros
    parajes», «como una familiaridad», «tout court», amén de otros detalles, le
    parecían muy propios de aquel hombre.
    «Sin embargo, me ha tendido las dos manos sin permitirme estrecharle
    ninguna: las ha retirado a tiempo», pensó Raskolnikof, empezando a
    desconfiar.
    Se vigilaban mutuamente, pero, apenas se cruzaban sus miradas, las
    desviaban con la rapidez del relámpago.
    —Le he traído este papel sobre el asunto del reloj. ¿Está bien así o habré
    de escribirlo de otro modo?
    —¿Cómo? ¿El papel del reloj? ¡Ah, sí! ¡No se preocupe! Está muy bien —
    dijo Porfirio Petrovitch precipitadamente, antes de haber leído el escrito.
    Inmediatamente, lo leyó—. Sí, está perfectamente. No hace falta más.
    Seguía expresándose con precipitación. Un momento después, mientras
    hablaban de otras cosas, lo guardó en un cajón de la mesa.
    —Me parece —dijo Raskolnikof— que ayer mostró usted deseos de
    interrogarme…oficialmente…sobre mis relaciones con la mujer asesinada…
    «¿Por qué habré dicho "me parece"?»
    Esta idea atravesó su mente como un relámpago.
    «Pero ¿por qué me ha de inquietar tanto ese "me parece"?», se dijo acto
    seguido.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Ene 2024, 10:17

    ***
    Y de súbito advirtió que su desconfianza, originada tan sólo por la
    presencia de Porfirio, a las dos palabras y a las dos miradas cambiadas con él,
    había cobrado en dos minutos dimensiones desmesuradas. Esta disposición de
    ánimo era sumamente peligrosa. Raskolnikof se daba perfecta cuenta de ello.
    La tensión de sus nervios aumentaba, su agitación crecía…
    «¡Malo, malo! A ver si hago alguna tontería.»
    —¡Ah, sí! No se preocupe…Hay tiempo —dijo Porfirio Petrovitch, yendo
    y viniendo por el despacho, al parecer sin objeto, pues ahora se dirigía a la
    mesa, e inmediatamente después se acercaba a la ventana, para volver en
    seguida al lado de la mesa. En sus paseos rehuía la mirada retadora de
    Raskolnikof, después de lo cual se detenía de pronto y le miraba a la cara
    fijamente. Era extraño el espectáculo que ofrecía aquel cuerpo rechoncho,
    cuyas evoluciones recordaban las de una pelota que rebotase de una a otra
    pared.
    Porfirio Petrovitch continuó:
    —Nada nos apremia. Tenemos tiempo de sobra… ¿Fuma usted? ¿Acaso no
    tiene tabaco? Tenga un cigarrillo…Aunque le recibo aquí, mis habitaciones
    están allí, detrás de ese tabique. El Estado corre con los gastos. Si no las habito
    es porque necesitan ciertas reparaciones. Por cierto que ya están casi
    terminadas. Es magnífico eso de tener una casa pagada por el Estado. ¿No
    opina usted así?
    —En efecto, es una cosa magnífica —repuso Raskolnikof, mirándole casi
    burlonamente.
    —Una cosa magnífica, una cosa magnífica —repetía Porfirio Petrovitch
    distraídamente—. ¡Sí, una cosa magnífica! —gritó, deteniéndose de súbito a
    dos pasos del joven.
    La continua y estúpida repetición de aquella frase referente a las ventajas
    de tener casa gratuita contrastaba extrañamente, por su vulgaridad, con la
    mirada grave, profunda y enigmática que el juez de instrucción fijaba en
    Raskolnikof en aquel momento.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Ene 2024, 10:18

    ***

    Esto no hizo sino acrecentar la cólera del joven, que, sin poder contenerse,
    lanzó a Porfirio Petrovitch un reto lleno de ironía e imprudente en extremo.
    —Bien sé —empezó a decir con una insolencia que, evidentemente, le
    llenaba de satisfacción— que es un principio, una regla para todos los jueces,
    comenzar hablando de cosas sin importancia, o de cosas serias, si usted quiere,
    pero que no tienen nada que ver con el asunto que interesa. El objeto de esta
    táctica es alentar, por decirlo así, o distraer a la persona que interrogan,
    ahuyentando su desconfianza, para después, de improviso, arrojarles en pleno
    rostro la pregunta comprometedora. ¿Me equivoco? ¿No es ésta una regla, una
    costumbre rigurosamente observada en su profesión?
    —Así… ¿usted cree que yo sólo le he hablado de la casa pagada por el
    Estado para…?
    Al decir esto, Porfirio Petrovitch guiñó los ojos y una expresión de
    malicioso regocijo transfiguró su fisonomía. Las arrugas de su frente
    desaparecieron de pronto, sus ojos se empequeñecieron, sus facciones se
    dilataron. Entonces fijó su vista en los ojos de Raskolnikof y rompió a reír con
    una risa prolongada y nerviosa que sacudía todo su cuerpo. El joven se echó a
    reír también, con una risa un tanto forzada, pero cuando la hilaridad de
    Porfirio, al verle reír a él, se avivó hasta el punto de que su rostro se puso
    como la grana, Raskolnikof se sintió dominado por una contrariedad tan
    profunda, que perdió por completo la prudencia. Dejó de reír, frunció el
    entrecejo y dirigió al juez de instrucción una mirada de odio que ya no apartó
    de él mientras duró aquella larga y, al parecer, un tanto ficticia alegría. Por lo
    demás, Porfirio no se mostraba más prudente que él, ya que se había echado a
    reír en sus mismas narices y parecía importarle muy poco que a éste le hubiera
    sentado tan mal la cosa. Esta última circunstancia pareció extremadamente
    significativa al joven, el cual dedujo que todo había sucedido a medida de los
    deseos de Porfirio Petrovitch y que él, Raskolnikof, se había dejado coger en
    un lazo. Allí, evidentemente, había alguna celada, algún propósito que él no
    había logrado descubrir. La mina estaba cargada y estallaría de un momento a
    otro.
    Echando por la calle de en medio, se levantó y cogió su gorra.
    —Porfirio Petrovitch —dijo en un tono resuelto que dejaba traslucir una
    viva irritación—. Usted manifestó ayer el deseo de someterme a interrogatorio
    —subrayó con energía esta palabra—, y he venido a ponerme a su disposición.
    Si tiene usted que hacerme alguna pregunta, hágamela. En caso contrario,
    permítame que me retire. No puedo perder el tiempo; tengo cierto
    compromiso; me esperan para asistir al entierro de ese funcionario que murió
    atropellado por un coche y del cual ya ha oído usted hablar



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    Mensaje por Maria Lua Lun 22 Ene 2024, 10:18

    ***
    Inmediatamente se arrepintió de haber dicho esto último. Después
    continuó, con una irritación creciente:
    —Ya estoy harto de todo esto, ¿sabe usted? Hace mucho tiempo que estoy
    harto…Ha sido una de las causas de mi enfermedad…En una palabra —
    añadió, levantando la voz al considerar que esta frase sobre su enfermedad no
    venía a cuento—, en una palabra: haga usted el favor de interrogarme o
    permítame que me vaya inmediatamente…Pero si me interroga, habrá de
    hacerlo con arreglo a las normas legales y de ningún otro modo…Y como veo
    que no decide usted nada, adiós. Por el momento, usted y yo no tenemos nada
    que decirnos.
    —Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? ¿Sobre qué le tengo que
    interrogar? —exclamó al punto Porfirio Petrovitch, cambiando de tono y
    dejando de reír—. No se preocupe usted —añadió, reanudando sus paseos,
    para luego, de pronto, arrojarse sobre Raskolnikof y hacerlo sentar—. No hay
    prisa, no hay prisa. Además, esto no tiene ninguna importancia. Por el
    contrario, estoy encantado de que haya venido usted a verme. Le he recibido
    como a un amigo. En cuanto a esta maldita risa, perdóneme, mi querido
    Rodion Romanovitch…Se llama usted así, ¿verdad? Soy un hombre nervioso
    y me ha hecho mucha gracia la agudeza de su observación. A veces estoy
    media hora sacudido por la risa como una pelota de goma. Soy propenso a la
    risa por naturaleza. Mi temperamento me hace temer incluso la apoplejía…
    Pero siéntese, amigo mío, se lo ruego. De lo contrario, creeré que está usted
    enfadado.
    Raskolnikof no desplegaba los labios. Se limitaba a escuchar y observar
    con las cejas fruncidas. Se sentó, pero sin dejar la gorra.
    —Quiero decirle una cosa, mi querido Rodion Romanovitch; una cosa que
    le ayudará a comprender mi carácter —continuó Porfirio Petrovitch, sin cesar
    de dar vueltas por la habitación, pero procurando no cruzar su mirada con la
    de Raskolnikof—. Yo soy, ya lo ve usted, un solterón, un hombre nada
    mundano, desconocido y, por añadidura, acabado, embotado, y…y… ¿ha
    observado usted, Rodion Romanovitch, que aquí en Rusia, y sobre todo en los
    círculos petersburgueses, cuando se encuentran dos hombres inteligentes que
    no se conocen bien todavía, pero que se aprecian mutuamente, están lo menos
    media hora sin saber qué decirse? Permanecen petrificados y confusos el uno
    frente al otro. Ciertas personas tienen siempre algo de que hablar. Las damas,
    la gente de mundo, la de alta sociedad, tienen siempre un tema de
    conversación, c'est de rigueur; pero las personas de la clase media, como
    nosotros, son tímidas y taciturnas…Me refiero a los que son capaces de
    pensar… ¿Cómo se explica usted esto, amigo mío? ¿Es que no tenemos el
    debido interés por las cuestiones sociales? No, no es esto. Entonces, ¿es por un
    exceso de honestidad, porque somos demasiado leales y no queremos
    engañarnos unos a otros…? No lo sé. ¿Usted qué opina…? Pero deje la gorra.
    Parece que esté usted a punto de marcharse, y esto me contraría, se lo aseguro,
    pues, en contra de lo que usted cree, estoy encantado…





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