—¡Compararme con semejante individuo…!
Al que más temía era a Svidrigailof…En resumidas cuentas, que tenía en
perspectiva no pocas preocupaciones.
—No, he sido yo la principal culpable —decía Dunia, acariciando a su
madre—. Me dejé tentar por su dinero, pero yo te juro, Rodia, que no creía
que pudiera ser tan indigno. Si lo hubiese sabido, jamás me habría dejado
tentar. No me lo reproches, Rodia.
—¡Dios nos ha librado de él, Dios nos ha librado de él! —murmuró
Pulqueria Alejandrovna, casi inconscientemente. Parecía no darse bien cuenta
de lo que acababa de suceder.
Todos estaban contentos, y cinco minutos después charlaban entre risas.
Sólo Dunetchka palidecía a veces, frunciendo las cejas, ante el recuerdo de la
escena que se acababa de desarrollar. Pulqueria Alejandrovna no podía
imaginarse que se sintiera feliz por una ruptura que aquella misma mañana le
parecía una desgracia horrible. Rasumikhine estaba encantado; no osaba
manifestar su alegría, pero temblaba febrilmente como si le hubieran quitado
de encima un gran peso. Ahora era muy dueño de entregarse por entero a las
dos mujeres, de servirlas…Además, sabía Dios lo que podría suceder…Sin
embargo, rechazaba, acobardado, estos pensamientos y temía dar libre curso a
su imaginación. Raskolnikof era el único que permanecía impasible, distraído,
incluso un tanto huraño. Él, que tanto había insistido en la ruptura con Lujine,
ahora que se había producido, parecía menos interesado en el asunto que los
demás. Dunia no pudo menos de creer que seguía disgustado con ella, y
Pulqueria Alejandrovna lo miraba con inquietud.
—¿Qué tienes que decirnos de parte de Svidrigailof? —le preguntó Dunia.
—¡Eso, eso! —exclamó Pulqueria Alejandrovna.
Raskolnikof levantó la cabeza.
—Está empeñado en regalarte diez mil rublos y desea verte una vez
estando yo presente.
—¿Verla? ¡De ningún modo! —exclamó Pulqueria Alejandrovna—.
¡Además, tiene la osadía de ofrecerle dinero!
Entonces Raskolnikof refirió (secamente, por cierto) su diálogo con
Svidrigailof, omitiendo todo lo relacionado con las apariciones de Marfa
Petrovna, a fin de no ser demasiado prolijo. Le molestaba profundamente
hablar más de lo indispensable.
—¿Y tú qué le has contestado? —preguntó Dunia.
—Yo he empezado por negarme a decirte nada de parte suya, y entonces él
me ha dicho que se las arreglaría, fuera como fuera, para tener una entrevista
contigo. Me ha asegurado que su pasión por ti fue una ilusión pasajera y que
ahora no le inspiras nada que se parezca al amor. No quiere que te cases con
Lujine. En general, hablaba de un modo confuso y contradictorio.
cont
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