No pudo continuar. Los ojos le brillaban, le costaba respirar. Pero todos en la celda
estaban conmovidos. Todos, salvo el stárets, se levantaron nerviosos de sus asientos.
Los padres hieromonjes miraban con aire severo, pero aguardaban que el stárets
manifestara su voluntad. Él seguía sentado, muy pálido, aunque no por la emoción,
sino por culpa de su debilidad enfermiza. Una sonrisa implorante le iluminaba los
labios; muy de vez en cuando levantaba la mano, como con ánimo de aplacar a los
furiosos, y, sin duda, un solo gesto suyo habría bastado para interrumpir la escena;
pero parecía como si estuviera esperando algo, y miraba atentamente, como
deseando comprender alguna cosa más, como si no acabara de explicarse del todo
alguna cuestión. Por fin, Piotr Aleksándrovich Miúsov se sintió definitivamente
humillado y abochornado.
—¡Del escándalo que acaba de ocurrir todos tenemos culpa! —dijo con
vehemencia—. Pero el caso es que no me imaginaba yo una cosa así al venir hacia
aquí, por más que supiera con quién me las iba a ver… ¡Hay que poner fin a esto ahora
mismo! Reverendo padre, créame, yo no conocía todos los detalles que han salido
aquí a relucir, no quería creer en ellos y ahora me entero por primera vez… El padre
tiene celos del hijo por culpa de una mujer indecente y se confabula con esa tarasca
para meter al hijo en la cárcel… Y me hacen venir aquí con semejante compañía… Me
han engañado, quiero dejar bien claro que me han engañado como al que más…
—¡Dmitri Fiódorovich! —gritó, con una voz que no parecía la suya, Fiódor
Pávlovich—. Si no fuera porque es usted hijo mío, en este mismo instante le retaba a
duelo… a pistola, a una distancia de tres pasos… ¡Cogidos del pañuelo! ¡Cogidos del
pañuelo! —concluyó, pataleando con ambos pies.
Hay momentos en los que los viejos embusteros, que se han pasado toda la vida
haciendo comedia, fingen hasta tal punto que verdaderamente tiemblan y lloran de
emoción, si bien incluso en esos instantes (o apenas un segundo después) podrían
susurrarse a sí mismos: «Estás mintiendo, viejo desvergonzado; en este momento
sigues actuando, a pesar de toda tu “sagrada” cólera y de tu “sagrado” minuto de
ira».
cont
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