De aquella pandilla de
señores juerguistas para entonces ya solo quedaba en la ciudad uno de sus miembros,
un hombre que, además de tener cierta edad, era un respetable consejero de Estado,
con familia e hijas adultas, que de ningún modo habría difundido la noticia, ni aun
cuando hubiese sucedido algo; en cuanto a los otros participantes, unos cinco
hombres, ya se habían ido de la ciudad. Pero el rumor había apuntado directamente a
Fiódor Pávlovich y seguía señalándolo. Desde luego, él nunca lo admitió: ni siquiera se
dignó replicar a esos insignificantes mercaderes o menestrales. Entonces era un
hombre orgulloso y se negaba a hablar si no era en compañía de funcionarios y nobles,
a quienes tanto divertía. Fue en ese momento cuando Grigori, enérgicamente, con
todas sus fuerzas, se alzó a favor de su señor y no solo lo defendía contra todas esas
calumnias sino que discutía y reñía por él, haciendo cambiar a muchos de opinión. «Es
ella, esa criatura ruin, la culpable», afirmaba con rotundidad; el ofensor no era otro que
«Karp, el del tornillo» (así llamaban a un temible convicto, muy famoso en aquella
época, que se acababa de escapar de la cárcel provincial y vivía oculto en nuestra
ciudad). Esta conjetura parecía verosímil, pues se acordaban de Karp, recordaban
precisamente que aquellas mismas noches, próximo el otoño, Karp había callejeado
por la ciudad y desvalijado a tres personas. Pero todo este incidente y todas estas
habladurías no solo no disiparon en absoluto la simpatía general por la pobre
yuródivaia, sino que todos se pusieron a protegerla y a ampararla aún más.
La señora
Kondrátieva, viuda acomodada de un comerciante, incluso lo dispuso todo para llevar
a Lizaveta a su casa ya a finales de abril y no dejarla salir hasta que diera a luz. La
vigilaban sin descanso, pero al final, a pesar de toda la vigilancia, Lizaveta, ya por la
noche, salió de pronto a escondidas de la casa de Kondrátieva y fue a parar al huerto
de Fiódor Pávlovich. Cómo logró, en su estado, pasar por encima de la elevada y
sólida valla del huerto sigue siendo una especie de enigma. Unos afirmaban que
«alguien la había transportado» y otros que «algo la había transportado». Lo más
probable es que todo ocurriera de una manera natural, si bien bastante complicada, y
que Lizaveta, que sabía pasar por encima de las vallas de zarzo para entrar en los
huertos ajenos a pasar la noche, se hubiese, de algún modo, encaramado también a la
valla de madera de Fiódor Pávlovich y, desde lo alto, aun haciéndose daño, hubiese
saltado al huerto, a pesar de su embarazo.
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