***
—Pero ahora no se trata de eso, sino de algo bien distinto —prosiguió Aliosha en
el mismo tono exaltado—. ¡Escuche!, ¡escuche! Me han encargado que le transmita
algo: ese hermano mío, Dmitri, ha ofendido también a su prometida, una joven de
gran nobleza, de la que usted, seguramente, habrá oído hablar. Tengo el derecho, y
hasta la obligación, de ponerle a usted al corriente de tal ofensa, pues esta joven, al
saber de la afrenta que usted había sufrido, y conociendo su desgraciada situación, me
ha pedido ahora mismo… hace poco… que le trajese esta ayuda en su nombre…
pero, eso sí, exclusivamente en su nombre, no en nombre de Dmitri, el cual la ha
abandonado, ¡no, no, de ningún modo! Tampoco en mi nombre, por mucho que sea
hermano de Dmitri, ni en el de ninguna otra persona, sino en nombre de ella, y solo de
ella. Esa joven le ruega que acepte usted su ayuda… Ustedes dos han sido ultrajados
por el mismo individuo… Se ha acordado de usted únicamente cuando ha sufrido una
ofensa equivalente, por su gravedad, a la sufrida por usted. O sea, que se trata de una
hermana que acude en ayuda de su hermano… Me ha encomendado expresamente
que le convenciera para que aceptara estos doscientos rublos como si vinieran de una
hermana. Nadie se va a enterar, no puede dar origen a injustos chismorreos de
ninguna clase; aquí tiene los doscientos rublos y, le doy mi palabra, tiene usted que
aceptarlos, porque si no… si no, ¡en este mundo todos somos enemigos! Pero lo cierto
es que en este mundo también hay hermanos. Tiene usted un alma noble, y debería
entenderlo, ¡debería entenderlo!
Y Aliosha le tendió los dos irisados billetes nuevecitos de cien rublos. Se
encontraban en ese momento, precisamente, junto a la roca, al lado del seto, y no
había nadie más por allí. Al parecer, los billetes causaron una tremenda impresión en el
capitán, el cual se echó a temblar, si bien en un primer momento esa reacción debió
de obedecer más bien a la sorpresa: en ningún momento se le había pasado por la
cabeza nada semejante, y no se esperaba, en absoluto, un desenlace de esa
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naturaleza. Ni en sueños se habría imaginado que pudiera recibir ayuda de nadie, y
menos aún una ayuda tan considerable. Cogió los dos billetes, y durante cosa de un
minuto fue incapaz de responder; algo completamente nuevo había aflorado en su
rostro.
—¿Son para mí? ¿Para mí? ¡Todo este dinero, señor! ¡Doscientos rublos! ¡Santo
Dios! ¡Llevaba cuatro años sin ver tanto dinero, Dios mío! Y dice que es una hermana…
¿De verdad lo ha dicho? ¿De verdad?
—¡Le doy mi palabra de que todo lo que le he dicho es verdad! —dijo Aliosha,
gritando.
El capitán asistente se ruborizó.
—Escuche, querido amigo mío, escúcheme; si lo acepto, ¿no seré un miserable? A
sus ojos, Alekséi Fiódorovich, ¿no seré un miserable? ¿No? Escuche, Alekséi
Fiódorovich, escúcheme, escúcheme bien, señor —se atropellaba, tocando
continuamente a Aliosha con las dos manos—; trata usted de convencerme de que
acepte el dinero con el argumento de que quien me lo manda es una «hermana»;
pero, en su fuero interno, en lo más íntimo, ¿no me despreciará si lo acepto, señor?
cont
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—Pero ahora no se trata de eso, sino de algo bien distinto —prosiguió Aliosha en
el mismo tono exaltado—. ¡Escuche!, ¡escuche! Me han encargado que le transmita
algo: ese hermano mío, Dmitri, ha ofendido también a su prometida, una joven de
gran nobleza, de la que usted, seguramente, habrá oído hablar. Tengo el derecho, y
hasta la obligación, de ponerle a usted al corriente de tal ofensa, pues esta joven, al
saber de la afrenta que usted había sufrido, y conociendo su desgraciada situación, me
ha pedido ahora mismo… hace poco… que le trajese esta ayuda en su nombre…
pero, eso sí, exclusivamente en su nombre, no en nombre de Dmitri, el cual la ha
abandonado, ¡no, no, de ningún modo! Tampoco en mi nombre, por mucho que sea
hermano de Dmitri, ni en el de ninguna otra persona, sino en nombre de ella, y solo de
ella. Esa joven le ruega que acepte usted su ayuda… Ustedes dos han sido ultrajados
por el mismo individuo… Se ha acordado de usted únicamente cuando ha sufrido una
ofensa equivalente, por su gravedad, a la sufrida por usted. O sea, que se trata de una
hermana que acude en ayuda de su hermano… Me ha encomendado expresamente
que le convenciera para que aceptara estos doscientos rublos como si vinieran de una
hermana. Nadie se va a enterar, no puede dar origen a injustos chismorreos de
ninguna clase; aquí tiene los doscientos rublos y, le doy mi palabra, tiene usted que
aceptarlos, porque si no… si no, ¡en este mundo todos somos enemigos! Pero lo cierto
es que en este mundo también hay hermanos. Tiene usted un alma noble, y debería
entenderlo, ¡debería entenderlo!
Y Aliosha le tendió los dos irisados billetes nuevecitos de cien rublos. Se
encontraban en ese momento, precisamente, junto a la roca, al lado del seto, y no
había nadie más por allí. Al parecer, los billetes causaron una tremenda impresión en el
capitán, el cual se echó a temblar, si bien en un primer momento esa reacción debió
de obedecer más bien a la sorpresa: en ningún momento se le había pasado por la
cabeza nada semejante, y no se esperaba, en absoluto, un desenlace de esa
220
naturaleza. Ni en sueños se habría imaginado que pudiera recibir ayuda de nadie, y
menos aún una ayuda tan considerable. Cogió los dos billetes, y durante cosa de un
minuto fue incapaz de responder; algo completamente nuevo había aflorado en su
rostro.
—¿Son para mí? ¿Para mí? ¡Todo este dinero, señor! ¡Doscientos rublos! ¡Santo
Dios! ¡Llevaba cuatro años sin ver tanto dinero, Dios mío! Y dice que es una hermana…
¿De verdad lo ha dicho? ¿De verdad?
—¡Le doy mi palabra de que todo lo que le he dicho es verdad! —dijo Aliosha,
gritando.
El capitán asistente se ruborizó.
—Escuche, querido amigo mío, escúcheme; si lo acepto, ¿no seré un miserable? A
sus ojos, Alekséi Fiódorovich, ¿no seré un miserable? ¿No? Escuche, Alekséi
Fiódorovich, escúcheme, escúcheme bien, señor —se atropellaba, tocando
continuamente a Aliosha con las dos manos—; trata usted de convencerme de que
acepte el dinero con el argumento de que quien me lo manda es una «hermana»;
pero, en su fuero interno, en lo más íntimo, ¿no me despreciará si lo acepto, señor?
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