CUBA
CARLOS MANUEL LOYNAZ
(1906-77)
Carlos Manuel Loynaz Muñoz, “el más brillante”.
por Luis García de la Torre
Artículo publicado el 05/09/2017
Carlos, como le nombraban, tuvo años de iluminación poética, muchos lo ignoran, pocos se han asomado a su obra.
La redescubrí a 6,414 km de donde estoy. Pretendo, sin licencias y, ciertamente impulsado por el gusto de sus letras, ofrecerlas. Y es en definitiva lo significativo de todas estas palabras que acá continúo. Intento el estímulo de su lectura, y dar algo de luz a quien se le acerque. Sépase que cabalgará sobre pocos versos, y de alguien que fue embrollado. Están entonces, por el orden que se debe, al final, es lo determinante de este texto; o, ceda a vagar sobre Carlos:
Un 3 de agosto de 1906 nace el más pequeño de los hombres de los hermanos Loynaz Muñoz, con todo lo que en la historia familiar, y de la época, supone el mérito de ser el benjamín: “Mi familia no me trató nunca como niña prodigio y si a alguien se le dio este tratamiento, fue solo a mi hermano Carlos Manuel.; y aunque le sucedió otra hermana Flor, Beba, tres años después, venía con la majestuosidad, en todo, de ser esa mujer que después fue.
Hijo del General y de María de las Mercedes Muñoz Sañudo, Carlos es testigo de las corridas de los hermanos mayores, y pronto se les uniría a Dulce María y a Enrique, en aquella morada de la calle Amistad con San Rafael. Ya nacida Flor, y los cuatro en edad juvenil, se trasladan entonces a una casona de la calle Línea y 14, ubicada en el Vedado, Ciudad de la Habana, a inmortalizar más, el linaje y la vivienda, los cuales no tardan en anclarse, por siempre, en historia mutua a Cuba, y viceversa.
Aquel predio formaría parte de la estirpe familiar: el espíritu soleado, de mar y de arte, le allegan y conforman, sin embargo Carlos, como su hermano mayor Enrique, preferiría las sombras. Los hermanos Loynaz estudian en casa con preceptores particulares, crecen y se encapsulan. Allí, durante la primera mitad del siglo XX, el mundo exterior se les interna: “Su falta de fe me obliga a explicarle ciertas pequeñeces hogareñas, como por ejemplo que suelo visitar a mi hermana que vive en el ala derecha de la casa que da a Línea de cuatro a cinco de la tarde y a mi madre de cinco a seis, y que a las seis suele llegar mi señor esposo… Todos ellos durante esa media centuria legitiman sus creaciones. Y cuanto más creaban, más extendían, inconscientes, su dádiva a la escritura cubana ante Hispanoamérica.
Carlos, delante de todos, poseía la habilidad del dibujo, la música y lo animaban a que escribiera poesía: “ …nuestro hermano Carlos Manuel, que nunca se doctoró, pudo adquirir una de las culturas más extensas que he conocido, al extremo que se le llamaba en el círculo íntimo, la Enciclopedia Viva.(…) …solo nuestro hermano Carlos Manuel persistió en aquel rumbo; sus incursiones poéticas fueron breves, extrañas y esporádicas, bien que muy ponderadas por lo que pocos las conocieron, entre ellos Juan Ramón Jiménez y Lorca. Yo sigo pensando que su verdadero reino era la música. ya desde sus primeros años dominaba el piano, y andando el tiempo se hizo un consumado ejecutante en el cual granaba un original compositor. Se conservan muy pocos poemas suyos y según la persona más autorizada, Dulce María, al reflexionar sobre ellos expresó: “…de lo que él quedó se deduce fue su estilo más leve, más aligerado de filosofía.
Lo primero a indicar es que de la veintena de poemas que, funestamente, solo se conservan, todos abarcan un período muy joven de su vida, fueron escritos entre el año 1920 y 1929; es decir, entre los catorce y los veintitrés años: “Carlos Manuel destruyó casi toda su poesía… (…)… la traidora enfermedad que lo sorprendió en plena juventud y que agotó sus fuerzas creadoras. Acaso fue una cuerda, un arco que se tensó demasiado. Dulce María, años antes, también había referido: “Esto también parece una mala pasada del destino, pero después de todo procuro consolarme pensando que esa sería la clase de muerte que desearía para mí; y es probablemente lo que tendré. Sin descendencia directa, con solo dos hermanos a mi lado, y los dos de fragilísima salud, parece natural que yo los sobreviva y me alegro de que así sea. ¿Qué sería de ellos son mí? Además, de cualquier otro registro se conserva nada: “De Carlos Manuel también quisiera que usted tuviera alguno, pero él nunca concurrió a un estudio fotográfico y solo quedan unas cuantas instantáneas de Kodak. Por lo tanto, se atesoran menos de diez años de una producción que fue calcinada por su misma intención, tal vez no voluntad: “La obra de Carlos Manuel sí se perdió totalmente; se perdió con un drama de García Lorca que este le había dedicado, El Público, del que ahora se habla tanto, pero le aseguro que no valía la pena. Probablemente el que dicen haber aparecido en Nueva York es apócrifo.
Con tan dilatada cultura, y hermetismo, es bien complejo ir al influjo, de un tierno Carlos de catorce años, pero evidencia en sus líneas ser heredero de un modernismo enrolado con algo más, y este “algo más” atribuido, por supuesto, a haber tenido una muy vasta biblioteca y haberla consumido. Con acomodo y erudición pudo beber de la mejor literatura; y por supuesto de esa primera generación de modernistas, de finales de siglo XIX, y que le calzaban a su interior, sobre todo con un predilecto familiar Julián delCasal. Poeta admirado por todos los hermanos, y a Carlos le llega por actitud: Julián del Casal vivió poco y en soledad; Carlos vivió poco con voluntad, y cuando un ser se aleja mentalmente, está solo en su espacio, aun rodeado de gente, y se hace infranqueable en su mundo figurado.
Incitado, fue con su pluma reciente a cantar, en medio de una Cuba republicana, en apogeo. Es un Loynaz, no le versó su voz a la moda patriótica. A los catorce años va a romper con lo anterior y comienza a formar parte de lo suyo. Bien personal, crea arte de sí, no es adquirido, está en él, individual y subjetivo, lejos de las vanguardias y la otra poesía, por ejemplo afrocubana, según van los intereses sociales despuntando. Y cuando el escritor no pretende que nadie se asome a su obra, posee libertad innata: lejos desandan entonces los egos y los compromisos. Carlos iba independiente en su escondite.
Colocando los textos en orden temporal, en este primero, Las tejedoras, se divisa una lírica aplicada avanzando. Tiende a combinar su alma aciaga con la sustancia nocturna cubierta por la bruma personificada en velo. Escribe un poema terrorífico adolescente que asemeja más un panorama lejos del trópico, propio de países bien al norte o europeos, con colores de invierno, bastante apocados, respondiendo además a su ánimo personal traspasado al escritural. Acciona su propio paisaje combinado entre en sus viajes y sus lecturas. Lejos de la realidad caribeña e influido por quién sabe qué cosa sentida en un pecho que enrola tanto lo oscuro. Selecto en la ejecución escritural y sin igual ante lo que nos propone a los ojos y su alma transcribe. Pasa del modernismo, del post, de sus contemporáneos, y si hay un autor que con esta edad se le divisa, y acecha en este poema, es sin lugar a dudas el foráneo Edgar Allan Poe, y llega a ser ese “algo más” de su biblioteca, que mencioné anteriormente.
Tal vez hasta se diría que pudiera ser un pensamiento adolescente, típico en pesimismo, pero al ir a este texto tan bien laborado, se anula la idea, y más bien me rodea que de su espíritu donde confluyen los catorce años, la sangre patriótica y burguesa, los intereses artísticos por montones y un ánimo peculiar, siempre a tiempo de estallar, simplemente se me ocurre leyendo estos versos que de esta alma no se pudo ni se podrá saber nada.
Por la forma, son versos adquiridos de la lírica europea, tienen algo de los parnasionos. Se leen catorces versos de arte mayor: dos cuartetos de rima consonante ABAB:ABAB, y dos tercetos CCD:EED. Mucho tenía que curiosear Carlos, entre estudios, para escribir este soneto tan joven, tan pulido. Es basto interés y creación constante. Escribe con una métrica alejandrina rigurosa y controlada, no da cabida para licencias, una joya.
En su elaborado trabajo, prima, ya dicho, la personificación. El título sugiere la labor de la bruma, como ser, ante lo natural, y va hilando su manto hasta forrarlo todo. Nombra elementos de la naturaleza que accionan: La bruma, con sus manos heladas; las rubias arboledas; sacude la floresta su melena salvaje; el viento, se ríe a carcajadas; el viento, azotando las negras siluetas del boscaje; el arroyuelo se esconde; la Bruma, encajes desplegando tras las nubes del cielo; además con la bruma, con sus hilos de plata confecciona una metáfora, que si bien no es compleja y es cómoda, es la necesaria referencia al título; y por último, transfiere al penúltimo verso, el símil mientras surge la Luna como una araña inmensa, que junto con la imagen del primer cuarteto la fantasma de las manos heladas (…) / Lentamente, los cuervos en lóbregas bandadas, / prosiguen su diabólico, infinito viraje van dando, al inicio y al final del soneto, pasos al inframundo plateado.
Está presto como buen poeta: obra para sí, crea poco y figura harto.
Para continuar dándole un orden, ab ovo, y utilizado el término lo jubilo de la narrativa, y me ayudo con el concepto, aparecen rescatados, después, un poema de 1922, y seguidos otros diez de 1923. A estos textos redimidos podría fijárseles un “trecho”. En el cual se reúne un universo sucedido de azul, primavera, rosas, estrellas, sol, fuego, agua, rana, y lo bendito. La esencia de cada una de estas palabras, son al contexto de Carlos, inexactas en lo que indican con sus acepciones. La realidad continua presente en las obras de estos años, y la lógica utilización de estos sustantivos de manera bien peculiar, inusitada, no son un estado para nada a modelo. El idioma tiene sus hábitos, y comúnmente serían vocablos afortunados, válidos, y hasta flojos para cualquiera. Pero entendiendo que para el joven poeta son los verbos del barrio, los que tiene a la mano viviendo en esa casona bien cerca del mar, y de muy aventajada ubicación dentro de su ciudad local, los tuerce originalmente haciéndoles desaparecer lo elemental, y los utiliza más bien para dar con ellos una vuelta filosófica sobre lo que plantea: Azul todo y todo… / y azul nada, nada; / ¡azul que penetras, / azul, toda el alma!; y no tengo amor, / ni tengo / primavera.; Ella se quitó las rosas, / y sin saber, / la amé más, que como rosa, / como mujer.; Los viejos se inclinan / sobre las hojas secas, / a dormir. / Las estrellas caen formando / caminos nuevos.; Las estrellas paren estrellas (…) / Yo sueño a veces (…) / y ellas / empezarán a caer / en cascadas de luz sobre la tierra.; El sol había llegado / al Cenit / Y yo lloré mucho.; (Atrás se quedó la tarde / y ahora, la paz). / Traedme un poco / de aceite para las heridas…; Yo debí, en otra vida, / haber sido una rana; Di, perro (…) / Y tú, rana verde; Guano bendito que me dieron (…) para quemarte cuando haya / tormentas y caigan rayos.; y Como un pequeño insecto / he caído en la bruma.
Son poemas escritos entrados los diecisiete años, donde continúa la vida definiéndose, sin embargo ya a esa edad le iban acuñando, constantes, esas controversias filosóficas con las que Dulce María ligeramente determina la poesía de Carlos. Podría ir más allá, fueron proverbiales augurios.
A continuación encontrará poemas de sus dieciocho años, que tienen por denominador “el misterio, la intriga, el secreto, la discreción, la reserva, el sigilo, el ocultamiento y lo hondo”, léase Mis enemigos me preguntan: ¿por qué quieres… Y en Adivinanza lo lleva a un nivel lúdico, propone jugar; esparcirse con el enigma enrevesado, el pasatiempo secreto, la reserva de la respuesta en la intimidad y se da al lector el enigma. La solución es tu ejercicio, tu dilema, “tira la pelota”. Después se lee Flores, un texto breve y logrado. La actitud apostrófica lo hace moverse entre lo objetivo y subjetivo de cada cual, con un simbolismo a merced de cada psiquis; sabemos la respuesta, mas no el detalle: es una flor negra y profunda, y otra flor blanca y terrible; una grave y la otra grande y… se queda el poema pendiente, como en las conjeturas, o lo que sea capaz de revelar el lector con lo que abre: mi corazón, y con lo que sea para él intocable. Es un escrito inacabado en apariencia, pero relativo a cada subjetividad, dependiente de cada cual. Cómodo en su métrica octosílaba, por el confort idiomático del español, y luce en su lectura como que un Carlos joven lo ideó, lo plasma y cierra su cuaderno de versos o da vuelta a la página, dándonos el tan llevado y traído hoy minimalismo.
Y Carlos Manuel Loynaz Muñoz cumple sus veinte años, y reunidos cuatro poemas de hasta los veintitrés, los defino en un ciclo de “satisfacción”. Puras caricias al contenido de cada estrofa; como en sonrisa, léase Yo tengo un jardín de Abril…. Los encamina por dos senderos: uno, etario triunfante, está explícito en Cumpleaños; y en otro que media la festividad, lo humano, la luz, y la coloca definitiva, en rango superior sí, pero padeciéndola, como que puede saltar, ya que algo acecha en algún recoveco. Se leen los cuatro poemas esperando el mazazo, y no llega definitivo. Noto la lectura de Nietzsche en estos años, se le aparecen abogando aparentes espíritus libres: él, el auditorio de Ana y el agrimensor. Estos espíritus libres fueron para el filósofo un cambio radical de las tres figuras supremas de la cultura tradicional: el Santo, el artista y el sabio. Carlos quiere reflejar este cambio en sus textos. Estos conceptos le versan al Loynaz chico en sus poemas de los veinte, le aligera alegre la biología, y en ellos intenta hacer nacer algo transformador: él celebrando, el público distendido, y el técnico artista en su interés; pero ojo, es solo apariencia, y se le imponen los 180 grados, y vuelve todo al punto inexacto, cuestionador, inseguro, e implícito, de su filosofía. Le da explícitas riendas a Nietzsche en su concepto de cambio, pero las recoge para sí, en lo deductivo. La escritura de los cuatro son la concesión de una velada veinteañera, como forma tradicional de posición dominante en acto noble, superior ante agitaciones y miserias diarias.
Por último, que al final ubiqué, aparece en esta edición un poema sin fecha, libre, Ella era…. El cual podría ser insertado, entre los cuatro momentos en que reúno su obra, en los textos de los dieciséis o diecisiete años: por los elementos nombrados; y por el énfasis rotundo de la antítesis al torcer filosófico lo que hay entre él y ella, dando cada vez la espalda y finalizando en cada estrofa con lo que solo coincide entre ellos, un punto final.
El hermano “más brillante” de los Loynaz murió tres veces: la primera vez fue azarosa, cuando enfermó; la otra fue radical, cuando destruyó su obra; y la última fue natural, la que antes o después llega, a él en 1977.
El hermano “más brillante” de Dulce María, Enrique y Flor murió sí, tres veces, no es extraño dado su gusto por los giros filosóficos. Lo sorprendente es que, a pesar de él mismo, continúa resucitado en su camino providencial por la poesía cubana, con estas veinte obras, y que siempre estará habitándonos.
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