Fabio Morábito (Alejandría, 21 de febrero de 1955) es un escritor italo-mexicano, que escribe en español. Su obra, que incluye novelas, cuentos, poemas y ensayos, ha sido reconocida por la crítica, sobre todo sus cuentos y poemas, los cuales le han significado la obtención de varios premios.
Vida
A pesar de haber nacido en Egipto, debido al origen de sus padres, su nacionalidad es italiana y es en Milán, Italia, donde transcurrió su infancia. A los 15 años y sin saber apenas español, su familia emigró a México. Desde entonces ha fijado su residencia en ese país. Además, pese a ser el italiano su lengua materna, toda su obra literaria la ha producido en español.
Su estilo se destaca por tener como tema recurrente lo cotidiano, lo explora de una manera original para permitir al lector nuevas formas.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Fabio_Mor%C3%A1bito )
*
Algunos poemas de Fabio Morábito:
De Lotes baldíos, 1984:
BIEN, YA TENEMOS MURO
Bien. Ya tenemos muro;
hay que mirarlo, ahora,
imaginar la casa;
es el mejor momento
de una edificación:
todo es limpio y posible,
todo es un don del aire,
todavía no hay nada
que contar, sólo sueños.
Quedémonos un poco
en esta prehistoria,
esta tierra de nadie
donde el muro es de todos.
SI TE REVUELCA LA OLA
A Sandra Suter
que se quedó nadando
Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,
te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;
cuídate de las olas
retóricas y vejas,
de las olas con prisa,
y la peor de todas,
de la ola asesina,
la ola que regresa.
CUARTETO DE POMPEYA
I
Nos desnudamos tanto
hasta perder el sexo
debajo de la cama,
nos desnudamos tanto
que las moscas juraban
que habíamos muerto.
Te desnudé por dentro,
te desquicié tan hondo
que se extravió mi orgasmo.
Nos desnudamos tanto
que olíamos a quemado,
que cien veces la lava
volvió para escondernos.
II
Me hiciste tanto daño
con tu boca, tus dedos,
me hacías saltar tan alto
que yo era tu estandarte
aunque no hubiera viento.
Me desnudaste tanto
que pronuncié mi nombre
y me dolió la lengua,
los años me dolieron.
Nos desnudamos tanto
que los dioses temblaron,
que cien veces mandaron
las lavas a escondernos.
III
Te frotabas tan rápido
los senos que dos veces
caí en sus remolinos,
movías el culo lento,
en alto, para arrearme
a su negra emboscada,
su mediodía perenne.
Abrías tanto su historia,
gritaba su naufragio…
Nos desnudamos tanto
que no nos conocíamos,
que los dioses mandaron
la lava a reinventarnos.
IV
Te desmentí de cabo
a rabo devolviéndote
a tus primeros actos,
te escudriñé profundo
hasta escuchar la historia
amarga de tu cuerpo,
pues sólo el amor sabe
cómo llegar tan hondo
sin molestar la sangre.
Esa noche la lava
mudó el paisaje en piedra.
Tú y yo fuimos lo único
que se murió de veras.
De De lunes todo el año, 1992:
ÉPOCA DE CRISIS
Este edificio tiene
los ladrillos huecos,
se llega a saber todo
de los otros,
se aprende a distinguir
las voces y los coitos.
Unos aprenden a fingir
que son felices,
otros que son profundos.
A veces algún beso
de los pisos altos
se pierde en los departamentos
inferiores,
hay que bajar a recogerlo:
"Mi beso, por favor,
si es tan amable".
"Se lo guardé en papel periódico".
Un edificio tiene
su época de oro,
los años y el desgaste
lo adelgazan,
le dan un parecido
con la vida que transcurre.
La arquitectura pierde peso
y gana la costumbre,
gana el decoro.
La jerarquía de las paredes,
se disuelve,
el techo, el piso, todo
se hace cóncavo,
es cuando huyen los jóvenes,
le dan la vuelta al mundo.
Quieren vivir en edificios
vírgenes,
quieren por techo el techo
y por paredes las paredes,
no quieren otra índole
de espacio.
Este edificio no contenta
a nadie,
está en su época de crisis,
de derrumbarlo habría
que derrumbarlo ahora,
después va a ser difícil.
MUDANZA
A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
EMIGRANTES
Los tíos se mueren lejos,
en medio está el Atlántico,
los primos envejecen.
Desde hace años
no nos mandamos otras fotos
que las de nuestros hijos.
Ya no tenemos nada que decirnos.
Qué enorme goma de borrar
es el océano,
con más verdad
que todas las promesas.
Ahora, si escribiera,
escribiría a los que ya murieron:
a Ettore, por ejemplo,
o a mi tío Roberto;
se han vuelto los parientes
más cercanos,
se han vuelto transparentes.
Tal vez espero
que los otros mueran
para amarlos,
para entenderlos,
para decir
crucé el Atlántico de veras.
UN VIAJE A PÁTZCUARO
A los dieciséis años,
sin un motivo claro,
compré un boleto para Pátzcuaro.
Viajé toda la noche en un camión
semivacío.
Pude haber ido
a Zacatecas o a Querétaro,
o a cualquier otra parte.
Nunca viajaba rumbo al mar,
el mar era la meta de los viejos,
quitaba a un viaje su heroísmo.
Llegué al amanecer
a Pátzcuaro,
la plaza estaba sola,
desiertos los portales,
solo se oían mis pasos,
como en un cuadro de De Chirico.
Un primer rayo se posaba
en la cabeza de la estatua
de Quiroga.
Una mujer salió a barrer
la acera, la acera de un hotel
que a mí me pareció de lujo
(porque tenía dieciséis años),
y me ofreció una habitación.
Estaba en el segundo piso.
Daba a la estatua,
tenía un balcón,
tenía una mesa hermosa
junto a la ventana,
era muy amplia y luminosa.
No me atreví a tomarla.
Y ese era el cuarto idóneo para mí,
tenía la luz
de mis dieciséis años.
Tal vez ahora sería otro,
todo sería distinto,
no escribiría lo que escribo.
¿Quién volverá a ofrecerme
en el silencio de una plaza
un cuarto así, enfrente de una estatua?
Tal vez no he vuelto a tener años
desde entonces,
soy todo lo que fui a los dieciséis
o un poco menos.
En otro hotel,
oscuro y anodino,
al que me fui a meter
a tres o cuatro cuadras de la plaza,
alguien gritó que me callara
cuando empecé a tocar guitarra.
No había balcón y la ventana
daba a un patio gris.
Cómo me odié despacio
por ese viaje
que no sabía llevar a cabo.
¿Por qué venir a Pátzcuaro, a Janitzio,
por qué cargar con la guitarra
si apenas la tocaba,
por qué tocarla, si así
solo apuraba mi regreso
y todo me era indiferente?
¿Por qué viajar
para volver,
para probarse, tapándose los ojos?
Estuve a un pelo de tener mi edad,
tal vez,
a un pelo de tocar el fondo sin dolor.
¡El viejo vicio de los míos
de creer en la experiencia,
no en los ojos,
y no coger al vuelo nada,
como un pecado!
No estuve cuatro días en Pátzcuaro,
solo el primer minuto,
y solo en ese tiempo fui perfecto,
el tiempo de dar vuelta a los poirtales
sin nadie que me viera ni me oyera,
como en un cuadro de De Chirico.
MI MADRE YA NO HA IDO AL MAR
Mi madre ya no ha ido
al mar
lleva una buena cantidad de años
tierra adentro,
un siglo de interioridad
cumpliéndose.
Se ha resecado de sus hijos
y vive lejos
de otros consanguíneos.
Es como una escultura de sí misma
y sólo el mar
que quita el fárrago
acumulado en la ciudad
puede acercarla a su pasado,
hacia su muerte verdadera,
y hacer que crezca nuevamente.
Mi madre necesita algún
estruendo entre los pies,
una monótona insistencia en los oídos,
una palabra adversa
y simple que la canse,
y necesita que la llamen,
oír su nombre en otros labios,
pedir perdón
y hacer promesas,
ya no se tropieza
en nada sustantivo.
Tengo que armarme de valor
para llevarla al mar,
armarme de mis años
que he olvidado,
reunirme con mi madre en otro tiempo,
con un yo mismo que enterré
y que ella guarda sin decirmelo,
tengo que armarme de valor
para perder confianza
en lo que sé
y regresar al día
en que mi risa quedó trunca
entre las páginas de un libro,
cerrar el libro y completar la risa,
cerrar todos los libros y reírme,
cerrar todos los ojos
que abrí para que nadie me agrediera.
Es hora de desdibujarme,
lo que aprendí enhorabuena,
lo que olvidé también,
es hora de ser hijo de alguien
y de tener un hijo
y un esqueleto para ir al mar,
para morir
con cada hueso sin pedir ayuda.
Salí hace años a rodearla a ella
para volver al mar más solo
o acaso fui a rodear el mar
para ser hijo de otro modo de mi madre,
ya no me acuerdo qué buscaba,
mi madre ya no ha ido
al mar,
y no llevarla es no reconciliarme
con el mar, no ver el mar
como se ve después de niño,
no ver cómo es mi madre ahora
y no saber nada de mí mismo.
EL TRÁFICO NO CANSA
El tráfico no cansa,
nos cansarían las calles
anchas, despejadas,
como nos cansan los sermones.
El tráfico amalgama
y nos libera de una cantidad
de calles fatuas,
sin remedio.
Uno se deja transportar
por otras decisiones,
se integra a un ritmo,
apenas se desvía de un tronco
otro lo absorbe,
poniéndolo al corriente.
Nadie se queda solo
con sus argumentos,
nadie se pierde.
El tráfico lo surte
a uno de más tráfico,
lo reconduce siempre
aunque por poco
al punto que dejó.
Así era las murallas
de otra época:
traían de vuelta a cada uno,
a nadie lo dejaban solo
con sus argumentos.
ARS POETICA
Yo nunca tuve anhelos
de motorización,
es más, nunca pedí a mis padres
un vehículo,
hasta la bicicleta me aburría,
me limité a mis pies,
a mi sentido del cansancio.
Nunca he viajado rápido,
pero he viajado,
mis huesos cambian de dolor
cada cien metros
y nadie sabe como yo qué es un kilómetro.
A TIENTAS
Cada libro que escribo
me envejece,
me vuelve un descreído.
Escribo en contra
de mis pensamientos
y en contra del ruido
de mis hábitos.
Con cada libro
pago un viaje
que no hice.
En cada página que acabo
cumplo con un acuerdo,
me digo adiós
desde lo más recóndito,
pero sin alcanzar a ir muy lejos.
Escribo para no quedar
en medio de mi carne,
para que no me tiente el centro,
para rodear y resistir,
escribo para hacerme a un lado,
pero sin alcanzar a desprenderme.
SOLLOZOS
Yo siempre llego tarde
a los entierros,
cuando los ojos
de los concurrentes
se han secado
y algunos ya olvidaron
la cara del difunto,
qué edad tenía,
de qué murió.
Entonces llego yo
con mi llanto anacrónico,
con el negro de mi luto
en todo su candor aún,
reparto abrazos
como incendios,
retengo entre mis manos
las manos de la viuda
y de los huérfanos,
todo el cortejo asiste
a mi dolor,
nadie se atreve a contrariarlo,
la gente se avergüenza
y vuelve a apretujarse
alrededor del muerto,
la viuda no resiste
y rompe a sollozar,
los huérfanos también
y el llanto crece nuevamente,
alcanza a todos,
los que no habíamos llorado aún,
los que andan por ahí,
que advierten que es un llanto de reflujo,
de envergadura,
y entran en él,
se olvidan de sus muertos,
o los recuerdan con más claridad,
y el llanto se hace caudaloso,
arrastra llantos de otros épocas,
se advierte su bramido de gran llanto
que se expande
y se desliga de los muertos,
por eso llego tarde
al llanto de los otros,
vengo con otro llanto
en la garganta
que suelto entre los cuerpos húmedos
y veo cómo se prende en cada lágrima,
se enrosca,
crepita en cada uno,
y soy el único que sabe
que es mi desdicha
la que está llorando,
que están llorando por mis muertos
y me regalan sus sollozos.
UN POCO DE UTOPÍA
Ahora el circo afloja
sus junturas, se ablanda,
desafina su música,
los hombres encajonan
las bestias en los trailers,
se va un pedazo de África,
un poco de utopía.
Quien queda, queda en este
baldío sin hermosura.
Entonces aparece un perro
y husmea los excrementos
dejados por las bestias,
un perro, un simple perro,
un perro en libertad
como todos los perros,
y yo lo miro indrédulo:
un perro, ¿qué es un perro?
Lo miro que da vueltas,
me limpia de otras faunas,
me redibuja hasta dejarme
como soy: un hombre,
un simple hombre.
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