.
Miguel Mas (Valencia, 1955), poeta español que pertenece a la generación de los ochenta, caracterizada por la búsqueda de la emoción y el reflejo de la experiencia del autor en sus poemas. Su obra poética comprende los libros Frágil ciudad del tiempo (1977), seguido de:
Celebración de un cuerpo horizontal (1978).
La hora transparente, que fue Premio de Poesía Ciudad de Valencia en el año 1985.
Las ocasiones perdidas, publicado en el año 1990.
Oscura como la carne, editado, como el anterior, en Sevilla, en 1992.
Amanecer clandestino. Valencia, 1998.
En un lugar extraño. Valencia, 2007.
Lugares deshabitados, Cantabria, 2020
Parte de estas obras han sido traducidas al francés, inglés, italiano y búlgaro y sus poemas han sido recogidos en diversas colecciones de poesía desde el año 1982 hasta la fecha. Algunas de esas antologías son:
Florilegium (Poesía última española), de Elena de Jongh Rossel en el año 1982
Postnovísimos, de Luis Antonio de Villena, en el año 1986.
Abanico (Antologia della poesia spagnola d'oggi), de Emilio Coco, en el año 1986.
Junto a estos libros de poesía, ha publicado otro de reflexiones personales, cercano al género del diario, titulado Apuntes numantinos, en 1998, y una obra de tema memorialístico, Cuadros y reclamos de un tiempo sin malicia (1963-1976), en 2014.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Mas )
*
Algunos poemas de Miguel Mas, del libro Amanecer clandestino, Pre-Textos, 1998:
LOS HERMANOS
Salieron de la casa al mismo tiempo.
En la acera se quedaron parados,
uno al lado del otro.
Observaban sorprendidos la calle
como si aquella mañana la viesen
por primera vez en toda su vida.
Pasaban coches. Un rojo autobús
se detuvo muy cerca
y descendió con una gran bolsa una anciana.
Cada uno se fue por una esquina distinta.
Se despidieron apenas, con la incertidumbre
de no saber si podrían más tarde
encontrarse de nuevo en el mismo lugar.
Cada uno se fue, se alejó sin volver ya la cabeza
y dio despacio la vuelta a la esquina.
Al regresar a la casa, uno abrió la puerta
y aquel pasó en silencio.
Ninguno sospechó que no era el otro
sino él mismo quien había pasado.
EL VIAJANTE
¿En qué aldea vine a extraviarme?
FRANZ KAFKA
Un sudor rancio de antiguas callejas
y tapias con anuncios en oscuros solares
y sucios escaparates de tiendas de muebles.
Entre una casa y otra
hay una deshecha luz amarilla
que cae muerta en mitad de la acera.
Me pregunto por qué permanezco aún en este lugar.
No he podido subir. Aunque nada lo advierte,
desde ayer el ascensor no funciona.
No he podido subir. Alguien asoma por unja ventana
y se respira en el aire un olor insalubre
de aceite y jazmines.
Debería abandonar hoy mismo este lugar.
Las ambulancias corren por la larga avenida
sembrando la noche de enrojecidos lamentos.
Me pregunto por qué
permanezco tantos días en este lugar.
Hace semanas que un grupo de ancianos
abandonó el hotel. No sé si hoy queda alguien.
Por qué año tras año regreso a este lugar,
me pregunto por qué regreso a este lugar
y siempre me quedo días y años en este lugar.
Número seis. El portero ya duerme en el cuarto
del fondo. Número seis. La humedad de la plaza,
la brisa llena de sal al pasar por el muelle,
el perro aquel que ladraba a los pies del mendigo.
Ciudad muerta, muerta, ciudad de casas vacías,
de rostros vacíos, de cuerpos y ojos vacíos.
¿Era el número seis? Pero la noche está fría.
Sube un silencio grueso de pequeñas cocinas.
(No sé qué espero aún de este lugar.)
Hay una profunda ausencia de estrellas
en el cielo perdido.
Seis. Y esta noche el ascensor tampoco funciona.
Aquí al lado una pareja de ancianos
se es5tá haciendo el amor,
los escucho agotarse como flojas vejigas.
En secreto doy vuelta a la llave de la puerta
del número seis. Seis. (Amanece
un cielo roto de blancas cenias.)
Y otra vez el viento oscuro que viene del mar.
EL PACTO
Existe un ser que es por completo inofensivo
R.M. RILKE
Con frecuencia los vecinos sospechan
que hay un oscuro animal escondido,
un animal de breves y escurridizos miembros
con un fuerte corazón que devora las sombras.
Hace años que viven con él, quizá
ya desde el primer día que habitaron la casa.
Lo oyen subir y descender más tarde, perciben
su respiración regular, su aliento metálico,
la amarilla mirada que a menudo adivinan
acechándoles detrás de los hombros
o al abrir una puerta
o al salir al silencioso0 rellano.
Alguna vez les llega
su viejo dolor de bestia encerrada
que a solas se revuelve en un rincón apartado,
un enfermo arrastrarse del vientre
toda la noche por frías baldosas,
por insomnes pasillos.
Y los vecinos se miran, quizá se saludan
-hay un acuerdo tácito entre ellos
o siempre desconfían unos de otros-,
y salen y regresan y calculan,
cuando a veces se encuentran,
cómo será, en qué rincón se escurrirá esa noche,
abren en silencio la puerta, ya se despiden,
buenos días, tanto hace que no nos veíamos.
Y saben entonces una vez más
que nunca van a poder encontrarlo
y que él ha cambiado de rostro cada mañana.
ESTUDIO DE NAVIDAD EN
LA AVENIDA DEL OESTE
El punzante rumor de una fiesta lejana
JULES LAFORGUE
El rey Baltasar muerde un bocadillo de queso,
pincha aceitunas del bote que tiene a sus pies.
La escurridiza sombra de un guardia alza los brazos.
La muchedumbre se mueve cdomo un solo cuerpo
con una vacía cabeza que va dando vueltas.
Un quebrado horizonte de menudas bombillas
salpica la exposición de las tiendas
y todas las ventanas de los primeros pisos.
Le ofrecemos los mejores precios por su pulsera de oro.
Campanas verdes, campanitas verdes y hojas de limón.
Entre las tapias de un solar hay una feria.
De la boca del túnel sale un vagón cargado
de cabelleras y dientes y manos.
La noria recoge en el cielo trozos de noche.
>Se descargan a la vez de repente las máquinas
en los salones de juegos de azar.
Te esperaré cuando ya todos se hayan marchado.
El rey Baltasar sonríe complaciente a dos niñas,
les deja caer en el oído alguna palabra,
hermosa, qué hermosa, es más hermosa esta noche.
Ven, dame la mano, así pareceremos novios,
tengo ahí la habitación, al volver de la esquina.
Campanas verdes, campanitas verdes.
Y el ojo ciego de Dios mira a través de la noria
y desde el fondo de todas las muñecas de plástico.
Miguel Mas (Valencia, 1955), poeta español que pertenece a la generación de los ochenta, caracterizada por la búsqueda de la emoción y el reflejo de la experiencia del autor en sus poemas. Su obra poética comprende los libros Frágil ciudad del tiempo (1977), seguido de:
Celebración de un cuerpo horizontal (1978).
La hora transparente, que fue Premio de Poesía Ciudad de Valencia en el año 1985.
Las ocasiones perdidas, publicado en el año 1990.
Oscura como la carne, editado, como el anterior, en Sevilla, en 1992.
Amanecer clandestino. Valencia, 1998.
En un lugar extraño. Valencia, 2007.
Lugares deshabitados, Cantabria, 2020
Parte de estas obras han sido traducidas al francés, inglés, italiano y búlgaro y sus poemas han sido recogidos en diversas colecciones de poesía desde el año 1982 hasta la fecha. Algunas de esas antologías son:
Florilegium (Poesía última española), de Elena de Jongh Rossel en el año 1982
Postnovísimos, de Luis Antonio de Villena, en el año 1986.
Abanico (Antologia della poesia spagnola d'oggi), de Emilio Coco, en el año 1986.
Junto a estos libros de poesía, ha publicado otro de reflexiones personales, cercano al género del diario, titulado Apuntes numantinos, en 1998, y una obra de tema memorialístico, Cuadros y reclamos de un tiempo sin malicia (1963-1976), en 2014.
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Mas )
*
Algunos poemas de Miguel Mas, del libro Amanecer clandestino, Pre-Textos, 1998:
LOS HERMANOS
Salieron de la casa al mismo tiempo.
En la acera se quedaron parados,
uno al lado del otro.
Observaban sorprendidos la calle
como si aquella mañana la viesen
por primera vez en toda su vida.
Pasaban coches. Un rojo autobús
se detuvo muy cerca
y descendió con una gran bolsa una anciana.
Cada uno se fue por una esquina distinta.
Se despidieron apenas, con la incertidumbre
de no saber si podrían más tarde
encontrarse de nuevo en el mismo lugar.
Cada uno se fue, se alejó sin volver ya la cabeza
y dio despacio la vuelta a la esquina.
Al regresar a la casa, uno abrió la puerta
y aquel pasó en silencio.
Ninguno sospechó que no era el otro
sino él mismo quien había pasado.
EL VIAJANTE
¿En qué aldea vine a extraviarme?
FRANZ KAFKA
Un sudor rancio de antiguas callejas
y tapias con anuncios en oscuros solares
y sucios escaparates de tiendas de muebles.
Entre una casa y otra
hay una deshecha luz amarilla
que cae muerta en mitad de la acera.
Me pregunto por qué permanezco aún en este lugar.
No he podido subir. Aunque nada lo advierte,
desde ayer el ascensor no funciona.
No he podido subir. Alguien asoma por unja ventana
y se respira en el aire un olor insalubre
de aceite y jazmines.
Debería abandonar hoy mismo este lugar.
Las ambulancias corren por la larga avenida
sembrando la noche de enrojecidos lamentos.
Me pregunto por qué
permanezco tantos días en este lugar.
Hace semanas que un grupo de ancianos
abandonó el hotel. No sé si hoy queda alguien.
Por qué año tras año regreso a este lugar,
me pregunto por qué regreso a este lugar
y siempre me quedo días y años en este lugar.
Número seis. El portero ya duerme en el cuarto
del fondo. Número seis. La humedad de la plaza,
la brisa llena de sal al pasar por el muelle,
el perro aquel que ladraba a los pies del mendigo.
Ciudad muerta, muerta, ciudad de casas vacías,
de rostros vacíos, de cuerpos y ojos vacíos.
¿Era el número seis? Pero la noche está fría.
Sube un silencio grueso de pequeñas cocinas.
(No sé qué espero aún de este lugar.)
Hay una profunda ausencia de estrellas
en el cielo perdido.
Seis. Y esta noche el ascensor tampoco funciona.
Aquí al lado una pareja de ancianos
se es5tá haciendo el amor,
los escucho agotarse como flojas vejigas.
En secreto doy vuelta a la llave de la puerta
del número seis. Seis. (Amanece
un cielo roto de blancas cenias.)
Y otra vez el viento oscuro que viene del mar.
EL PACTO
Existe un ser que es por completo inofensivo
R.M. RILKE
Con frecuencia los vecinos sospechan
que hay un oscuro animal escondido,
un animal de breves y escurridizos miembros
con un fuerte corazón que devora las sombras.
Hace años que viven con él, quizá
ya desde el primer día que habitaron la casa.
Lo oyen subir y descender más tarde, perciben
su respiración regular, su aliento metálico,
la amarilla mirada que a menudo adivinan
acechándoles detrás de los hombros
o al abrir una puerta
o al salir al silencioso0 rellano.
Alguna vez les llega
su viejo dolor de bestia encerrada
que a solas se revuelve en un rincón apartado,
un enfermo arrastrarse del vientre
toda la noche por frías baldosas,
por insomnes pasillos.
Y los vecinos se miran, quizá se saludan
-hay un acuerdo tácito entre ellos
o siempre desconfían unos de otros-,
y salen y regresan y calculan,
cuando a veces se encuentran,
cómo será, en qué rincón se escurrirá esa noche,
abren en silencio la puerta, ya se despiden,
buenos días, tanto hace que no nos veíamos.
Y saben entonces una vez más
que nunca van a poder encontrarlo
y que él ha cambiado de rostro cada mañana.
ESTUDIO DE NAVIDAD EN
LA AVENIDA DEL OESTE
El punzante rumor de una fiesta lejana
JULES LAFORGUE
El rey Baltasar muerde un bocadillo de queso,
pincha aceitunas del bote que tiene a sus pies.
La escurridiza sombra de un guardia alza los brazos.
La muchedumbre se mueve cdomo un solo cuerpo
con una vacía cabeza que va dando vueltas.
Un quebrado horizonte de menudas bombillas
salpica la exposición de las tiendas
y todas las ventanas de los primeros pisos.
Le ofrecemos los mejores precios por su pulsera de oro.
Campanas verdes, campanitas verdes y hojas de limón.
Entre las tapias de un solar hay una feria.
De la boca del túnel sale un vagón cargado
de cabelleras y dientes y manos.
La noria recoge en el cielo trozos de noche.
>Se descargan a la vez de repente las máquinas
en los salones de juegos de azar.
Te esperaré cuando ya todos se hayan marchado.
El rey Baltasar sonríe complaciente a dos niñas,
les deja caer en el oído alguna palabra,
hermosa, qué hermosa, es más hermosa esta noche.
Ven, dame la mano, así pareceremos novios,
tengo ahí la habitación, al volver de la esquina.
Campanas verdes, campanitas verdes.
Y el ojo ciego de Dios mira a través de la noria
y desde el fondo de todas las muñecas de plástico.
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