Aires de Libertad

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    Miguel Mas (1955-

    Pedro Casas Serra
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    Miguel Mas (1955- Empty Miguel Mas (1955-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun Jun 10, 2024 5:15 am

    .


    Miguel Mas (Valencia, 1955), poeta español que pertenece a la generación de los ochenta, caracterizada por la búsqueda de la emoción y el reflejo de la experiencia del autor en sus poemas. Su obra poética comprende los libros Frágil ciudad del tiempo (1977), seguido de:

       Celebración de un cuerpo horizontal (1978).
       La hora transparente, que fue Premio de Poesía Ciudad de Valencia en el año 1985.
       Las ocasiones perdidas, publicado en el año 1990.
       Oscura como la carne, editado, como el anterior, en Sevilla, en 1992.
       Amanecer clandestino. Valencia, 1998.
       En un lugar extraño. Valencia, 2007.
       Lugares deshabitados, Cantabria, 2020

    Parte de estas obras han sido traducidas al francés, inglés, italiano y búlgaro y sus poemas han sido recogidos en diversas colecciones de poesía desde el año 1982 hasta la fecha. Algunas de esas antologías son:

       Florilegium (Poesía última española), de Elena de Jongh Rossel en el año 1982
       Postnovísimos, de Luis Antonio de Villena, en el año 1986.
       Abanico (Antologia della poesia spagnola d'oggi), de Emilio Coco, en el año 1986.

    Junto a estos libros de poesía, ha publicado otro de reflexiones personales, cercano al género del diario, titulado Apuntes numantinos, en 1998, y una obra de tema memorialístico, Cuadros y reclamos de un tiempo sin malicia (1963-1976), en 2014.

    (Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Mas )


    *


    Algunos poemas de Miguel Mas, del libro Amanecer clandestino, Pre-Textos, 1998:


    LOS HERMANOS

    Salieron de la casa al mismo tiempo.
    En la acera se quedaron parados,
    uno al lado del otro.
    Observaban sorprendidos la calle
    como si aquella mañana la viesen
    por primera vez en toda su vida.
    Pasaban coches. Un rojo autobús
    se detuvo muy cerca
    y descendió con una gran bolsa una anciana.
    Cada uno se fue por una esquina distinta.
    Se despidieron apenas, con la incertidumbre
    de no saber si podrían más tarde
    encontrarse de nuevo en el mismo lugar.
    Cada uno se fue, se alejó sin volver ya la cabeza
    y dio despacio la vuelta a la esquina.
    Al regresar a la casa, uno abrió la puerta
    y aquel pasó en silencio.
    Ninguno sospechó que no era el otro
    sino él mismo quien había pasado.



    EL VIAJANTE

    ¿En qué aldea vine a extraviarme?

    FRANZ KAFKA

    Un sudor  rancio de antiguas callejas
    y tapias con anuncios en oscuros solares
    y sucios escaparates de tiendas de muebles.
    Entre una casa y otra
    hay una deshecha luz amarilla
    que cae muerta en mitad de la acera.
    Me pregunto por qué permanezco aún en este lugar.
    No he podido subir. Aunque nada lo advierte,
    desde ayer el ascensor no funciona.
    No he podido subir. Alguien asoma por unja ventana
    y se respira en el aire un olor insalubre
    de aceite y jazmines.
    Debería abandonar hoy mismo este lugar.
    Las ambulancias corren por la larga avenida
    sembrando la noche de enrojecidos lamentos.
    Me pregunto por qué
    permanezco tantos días en este lugar.
    Hace semanas que un grupo de ancianos
    abandonó el hotel. No sé si hoy queda alguien.
    Por qué año tras año regreso a este lugar,
    me pregunto por qué regreso a este lugar
    y siempre me quedo días y años en este lugar.
    Número seis. El portero ya duerme en el cuarto
    del fondo. Número seis. La humedad de la plaza,
    la brisa llena de sal al pasar por el muelle,
    el perro aquel que ladraba a los pies del mendigo.
    Ciudad muerta, muerta, ciudad de casas vacías,
    de rostros vacíos, de cuerpos y ojos vacíos.
    ¿Era el número seis? Pero la noche está fría.
    Sube un silencio grueso de pequeñas cocinas.
    (No sé qué espero aún de este lugar.)
    Hay una profunda ausencia de estrellas
    en el cielo perdido.
    Seis. Y esta noche el ascensor tampoco funciona.
    Aquí al lado una pareja de ancianos
    se es5tá haciendo el amor,
    los escucho agotarse como flojas vejigas.
    En secreto doy vuelta a la llave de la puerta
    del número seis. Seis. (Amanece
    un cielo roto de blancas cenias.)
    Y otra vez el viento oscuro que viene del mar.



    EL PACTO

    Existe un ser que es por completo inofensivo
    R.M. RILKE

    Con frecuencia los vecinos sospechan
    que hay un oscuro animal escondido,
    un animal de breves y escurridizos miembros
    con un fuerte corazón que devora las sombras.
    Hace años que viven con él, quizá
    ya desde el primer día que habitaron la casa.
    Lo oyen subir y descender más tarde, perciben
    su respiración regular, su aliento metálico,
    la amarilla mirada que a menudo adivinan
    acechándoles detrás de los hombros
    o al abrir una puerta
    o al salir al silencioso0 rellano.
    Alguna vez les llega
    su viejo dolor de bestia encerrada
    que a solas se revuelve en un rincón apartado,
    un enfermo arrastrarse del vientre
    toda la noche por frías baldosas,
    por insomnes pasillos.
    Y los vecinos se miran, quizá se saludan
    -hay un acuerdo tácito entre ellos
    o siempre desconfían unos de otros-,
    y salen y regresan y calculan,
    cuando a veces se encuentran,
    cómo será, en qué rincón se escurrirá esa noche,
    abren en silencio la puerta, ya se despiden,
    buenos días, tanto hace que no nos veíamos.
    Y saben entonces una vez más
    que nunca van a poder encontrarlo
    y que él ha cambiado de rostro cada mañana.



    ESTUDIO DE NAVIDAD EN
    LA AVENIDA DEL OESTE

    El punzante rumor de una fiesta lejana

    JULES LAFORGUE

    El rey Baltasar muerde un bocadillo de queso,
    pincha aceitunas del bote que tiene a sus pies.
    La escurridiza sombra de un guardia alza los brazos.
    La muchedumbre se mueve cdomo un solo cuerpo
    con una vacía cabeza que va dando vueltas.
    Un quebrado horizonte de menudas bombillas
    salpica la exposición de las tiendas
    y todas las ventanas de los primeros pisos.
    Le ofrecemos los mejores precios por su pulsera de oro.
    Campanas verdes, campanitas verdes y hojas de limón.
    Entre las tapias de un solar hay una feria.
    De la boca del túnel sale un vagón cargado
    de cabelleras y dientes y manos.
    La noria recoge en el cielo trozos de noche.
    >Se descargan a la vez de repente las máquinas
    en los salones de juegos de azar.
    Te esperaré cuando ya todos se hayan marchado.
    El rey Baltasar sonríe complaciente a dos niñas,
    les deja caer en el oído alguna palabra,
    hermosa, qué hermosa, es más hermosa esta noche.
    Ven, dame la mano, así pareceremos novios,
    tengo ahí la habitación, al volver de la esquina.
    Campanas verdes, campanitas verdes.
    Y el ojo ciego de Dios mira a través de la noria
    y desde el fondo de todas las muñecas de plástico.

    Pedro Casas Serra
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    Miguel Mas (1955- Empty Re: Miguel Mas (1955-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun Jun 10, 2024 7:13 am

    .


    ESCAPARATES

    Unas gotas de ese frío licor que no existe,
    nada impediría que el hombre alzase la copa
    y el reflejo del licor que no existe
    apenas permaneciese un momento
    como un resto de polvo suspendido en el aire.
    Frente a él la mujer de finos labios de mármol
    está absorta mirando el corazón de un cuchillo.
    Es posible que aún recuerde la piel del sol muerto
    en el lejano cristal de los coches, a las tres de la tarde,
    el lánguido almuerzo en el restorán del hotel
    y el camarero de rostro de ardilla
    asomando en los hombros,
    o hace un segundo la conversación de unos jóvenes,
    silenciosa como el bulto de sombras
    que se remueve en su hueco interior.
    La música que desciende por una pared
    es una forma de lluvia sin cielo.
    Vamos a tomar un café y entenderás lo que digo.
    Sentado a los pies de la mesa, el perro confía
    que alguien deje caer unos restos de carne
    de los platos vacíos.
    Mañana vendremos más tarde, él sale a las nueve.
    Por el interior de un hogar resbala
    como una serpiente una muerta llama de leños
    y a poa distancia se celebra una fiesta.
    En la mesa los niños aguardan inquietos
    el final de la cena que nunca vendrá.
    Son los minutos irrelevantes bolas de aire
    en el fondo eterno de un acuario.
    Y cuando se cierra con llave oscura
    la última puerta y sólo queda
    un rojo aliento de luz en el largo pasillo,
    los ojos de aquella mujer detrás del cristal
    permanecen abiertos, las manos todavía
    señalan en la exposición de una tienda vecina
    a aquel hombre que hace meses también le sonríe,
    mientras su esposo aún alza para nadie una copa
    y está a punto de derramar sobre el blanco mantel,
    como un resto de polvo suspendido en el aire,
    unas gotas de ese frío0 licor que no existe.



    HOTEL A LA SALIDA
    DE LA CIUDAD

    EDWARD HOPPER, Wester Motel, 1957

    Poco antes de partir, hay un instante de duda suspenso en el aire,
    hay en la pared un sol clandestino que roza en la almohada.
    La mujer ha vaciado el armario, ha buscado en la mesita de noche
    algún despreciable objeto que pudo dejarse -unos viejos pendientes,
    acaso unas monedas, el libro que compró ayer al salir de aquel cine-.
    En el cuarto de baño ha apartado por última vez las cortinas
    y quizá al entrar de nuevo en la estancia
    le ha sorprendido que detrás dele gris ventanal
    ya es el monte una sombra respirando al borde de la fugaz autovía.
    Entre el aire encerrado de los sucios visillos ha observado un momento
    derrumbarse la tarde como un cuerpo vacío en la estrecha repisa,
    avanzar por la alfombra hasta el vulgar escritorio.
    Ha vuelto entonces al cuarto de baño y ha buscado el espejo,
    como si fingiera haber olvidado un absurdo detalle,
    y mientras el sol despacio alcanzaba las pequeñas maletas,
    la mujer corregía lentamente el color de los labios,
    quizá un mechón que le estaba cayendo
    sobre el pálido arenal de su frente lejana
    o un tirante aflojado en el oscuro rincón de sus hombros.
    Y mientras el sol despacio subía por el frío del lecho
    y como un animal silencioso se acercaba a la almohada,
    la mujer recomponía un extremo del ligero vestido.
    Ha dejado una chaqueta doblada en el respaldo del hondo sillón
    y ha adivinado que a su espalda un sol clandestino
    llegaba con gran esfuerzo hasta el techo.
    La delantera de un coche se asoma un segundo
    a través del lado izquierdo del gris ventanal
    y la mujer ha mirado sin ver a lo lejos y ha sabido de pronto
    que un instante de duda iba a quedar otra vez suspenso en el aire
    y se ha sentado por fin a los pies de la cama.
    Con las manos ha buscado el seguro horizonte de la gran travesera
    y quien ahora ha asomado en la puerta, no ha podido entender
    por qué nada más quedaba un fragmento de cielo
    flotando sin vida en el hueco de esa mirada.



    LOS LUGARES

    Así he ido atravesando ciudades que no existen
    y he caminado después por calles que no existen.
    He entrado a veces en habitaciones
    donde la eterna luz era un suspiro
    y en otras habitaciones de casas de sábado,
    con tardes vacías como bañeras de alquiler.
    Y he esperado también en andenes que no existen
    fantasmales trenes, y había apeaderos en ruinas,
    y estaciones quemadas al sol,
    y grupos de perros sucios de barro.
    O es posible que viajase en un lento autobús
    una noche de lluvia.
    O acaso no era julio sino una madrugada
    de octubre subiendo lentamente una cuesta.
    Pero no recuerdo. Quizá sólo recuerdo
    unos niños jugando alrededor de unas brasas,
    quizá las puertas de aquel matadero
    eran dos dientes largos, la mujer resbaló
    y de su cesta cayeron manzanas.
    O no volverás a ver la nieve, dijo alguien.
    Pero no recuerdo. Sólo recuerdo
    haber ido atravesando la misma ciudad
    y haber visto lugares que al cabo de los años
    definitivamente han muerto,
    quizá el frío azul de unos charcos tras de la iglesia,
    el cuarto de hacer deprisa el amor,
    mientras se oía la sierra cortando madera.
    Aunque durante años creía estar
    atravesando siempre la misma ciudad.
    Pero también he vivido en cuerpos que no existen,
    en ojos, en silencios, en manos sudorosas
    que ahora seguramente no existen.
    Y ¿cómo recordar hoy lo que vivieron otros?

    Pedro Casas Serra
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    Miguel Mas (1955- Empty Re: Miguel Mas (1955-

    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun Jun 10, 2024 8:30 am

    .


    ESTAMPA

    No sé de dónde ha llegado ahora esta luz.
    La mañana se ha hecho una secreta exclamación
    de claridad bajo la fina piel del mundo.
    Están cerradas las tiendas, los bares cercanos.
    Perdidos en la lejana autopista los coches
    son un destello apenas en el azul del cielo.
    Sobre la tapia un gato blanco cuenta las horas
    y en sus ojos se ordena lentamente el día.
    No sé de dónde ha llegado ahora esta luz.
    La ciudad parece hoy una casa en alquiler.
    Hemos quedado solos, bajo la piel del mundo,
    esta mañana, la transparencia y yo.



    REGRESAN
    LOS ESTORNINOS NEGROS

    ...y así se logró alejarlos de la Gran Vía.

    De la prensa diaria

    Atravesando distantes terrazas,
    por descampados sórdidos,
    por jardines de peladas palmeras,
    sobre las ramas de los altos árboles
    que nunca ya les han de dar cobijo,
    de pronto la multitud se ha detenido a ver
    volar en silencio bajo el cielo de la tarde
    los estorninos negros.



    MEDITACIÓN

    "El hombre es un puñado de agua, un amanecer
    de carne el cuerpo desnudo y extendido
    como una lenta sábana en un lecho
    de revueltas y blancas soledades.
    El hombre camina, se esparce, se retuerce
    acaso buscando ocupar un espacio,
    permanece finalmente solo en una silla
    con las piernas cruzadas, observando un cordón;
    a veces se detiene en el umbral de una estancia
    o quisiera meditar en el cuarto de baño,
    de espaldas a una pared o a una imprecisa imagen
    que le hace sentirse un ser clandestino
    en la habitación de una casa siempre vacía.
    Pero nada que exista puede ser ocultado;
    el hombre se mira, posa, también se resume
    en un puro accidente, en un perfecto exterior
    que continuamente se copia a sí mismo
    hasta flotar en una desnudez absoluta."


    MIGUEL MAS, Amanecer clandestino, Pre-Textos, 1998



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