***
Así fue como el equívoco empezó a rodear al ser. Los demás creyeron
de un modo casi simplista que estaban viendo una realidad inmóvil y fija, y
miraban al ser como se mira un retrato. Un retrato muy rico. No
comprendieron que, para el ser, haber acumulado había sido un trabajo de
despojamiento y no de riqueza. Y, por ese equívoco, el ser fue elegido. Por
equívoco el ser era amado. Pero sentirse amado sería reconocerse a sí
mismo en el amor. Y aquel ser era amado como si fuese otro ser: como si
fuese un ser elegido. El ser vertió las lágrimas de una estatua que por la
noche llora sin moverse sobre su caballo de mármol. Falsamente amado, al
ser le dolía todo. Pero quien lo había elegido no le daba la mano para bajar
del caballo de dura plata, ni quería subir al caballo de pesado oro. El dolor
del ser rompiéndose solo en la plaza era un dolor de piedra. Mientras tanto
los seres que lo habían elegido dormían. ¿De miedo? Pero dormían. Nunca
la oscuridad fue mayor en la plaza. Hasta que amaneció. El ritmo de la
tierra era tan generoso que amanecía. Pero de noche, cuando llegaba la
noche, de nuevo oscurecía. La plaza crecía de nuevo. Y de nuevo los que lo
habían elegido dormían. De miedo, tal vez, pero dormían. ¿Tenían miedo
porque pensaban que tendrían que ir a vivir a la plaza? No sabían que la
plaza solo había sido el lugar de trabajo del ser. Pero que para andar él no
quería una plaza. Los que dormían no sabían que la plaza había sido la
guerra para el ser elegido, y que la guerra había pretendido exactamente
conquistar el lado exterior de la plaza. Pensaban, los que dormían, que el
ser elegido, fuese a donde fuese, abriría una plaza como quien desenrolla
un lienzo para pintar. No sabían que el lienzo, para el ser elegido, solo
había sido la manera de calcular en un mapa el mundo al que el ser elegido
quería ir. El ser se había preparado durante toda su vida para ser apto en el
lado exterior de la plaza. Es verdad que el ser, al sentirse así preparado
Página 281
como quien se ha bañado en aceites y perfumes, había visto que no le había
quedado tiempo para aprender a sonreír. Pero es verdad que eso no había
molestado al ser, porque era al mismo tiempo su gran expectativa: el ser
había dejado toda una tierra que le sería dada por quien se la quisiese dar.
El cálculo del sueño del ser había sido dejarse incompleto a propósito.
Pero algo había fallado. Cuando el ser se veía en el retrato que los otros
habían hecho, se asombraba humilde ante lo que los otros habían hecho de
él. Habían hecho de él nada más y nada menos que un ser elegido; es decir,
lo habían sitiado. ¿Cómo deshacer el equívoco? Por simplificación y
economía de tiempo habían fotografiado al ser. Y ahora no se referían al
ser, se referían a la fotografía. Bastaba además con abrir el cajón para sacar
el retrato. Cualquiera, además, conseguía una copia. Era barata.
Cuando decían al ser: te amo (pero ¿y yo?, ¿y yo?, ¿por qué no a mí
también?, ¿por qué solo a mi retrato?), el ser se perturbaba porque ni
siquiera podía dar las gracias: no tenía nada que agradecer. Y no protestaba,
porque sabía que los otros no se equivocaban por maldad, los otros se
habían entregado a una fotografía, y las personas no juegan: tienen mucho
que perder. Y no podían arriesgarse: sería la fotografía o nada. El ser, por
una cuestión de bondad, intentaba a veces imitar a la fotografía para dar
valor a lo que los otros tenían, es decir, la fotografía. Pero no conseguía
mantenerse a la altura simplificada del retrato. Y a veces se confundía todo:
no aprendía a copiar el retrato y se había olvidado de cómo era cuando no
había retrato. De manera que, como se dice del payaso que ríe, el ser a
veces lloraba bajo su encalada pintura de bufón de corte.
Entonces el ser elegido intentó un trabajo subterráneo de destrucción
del retrato. Hacía o decía cosas tan contrarias a la fotografía que esta se
erizaba en el cajón. Con la esperanza de volverse más actual que su propia
imagen y de que esta tuviese que ser sustituida por menos: por el propio
ser. Pero ¿qué pasó? Pasó que todo lo que el ser hacía solo conseguía
retocar el retrato. El ser se había convertido en un mero contribuyente. Y
un contribuyente fatal: ya no importaba lo que el contribuyente diese, ya
no importaba que el contribuyente no diese; todo, incluso morir, adornaba
la fotografía.
Y así siguió. Hasta que, profundamente desilusionado en sus más
ingenuas aspiraciones, el ser elegido moría como se muere. Acabó por
intentar bajar con gran esfuerzo del caballo de piedra, sufrió varias caídas,
pero al final aprendió a pasear solo. Y, como se suele decir, nunca la tierra
le pareció tan bella. Reconoció que aquella era exactamente la tierra para la
que se había preparado: no se había equivocado, pues, el mapa del tesoro
tenía las instrucciones correctas. Paseando, el ser tocaba todas las cosas,
con una sonrisa. El ser había aprendido a sonreír. Un buen día…
fin
283
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Hoy a las 16:33 por Pascual Lopez Sanchez
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 15:38 por Pascual Lopez Sanchez
» Antonio Martínez Sarrión (1939-2021)
Hoy a las 15:38 por Pedro Casas Serra
» Claudio Rodríguez (1934-1999)
Hoy a las 15:31 por Pedro Casas Serra
» Rafael Guillén (1933-2023)
Hoy a las 15:25 por Pedro Casas Serra
» José Ángel Valente (1929-2000)
Hoy a las 15:16 por Pedro Casas Serra
» Rosaura Álvarez (1945-
Hoy a las 15:03 por Pedro Casas Serra
» CÉSAR VALLEJO (1892-1938) ROSA ARELLANO
Hoy a las 15:03 por cecilia gargantini
» Clara Janés (1940-
Hoy a las 14:54 por Pedro Casas Serra
» María Victoria Reyzábal (1944-
Hoy a las 14:44 por Pedro Casas Serra