Aires de Libertad

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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 24 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 09 Abr 2024, 10:24

    ***

    Irrefrenable, dio vuelta a la cabeza y con fuerza insospechada escupió
    en el suelo.
    —¡Mamá! —gritó mortificada la dueña de la casa—. ¡Qué es eso,
    mamá! —gritó traspasada de vergüenza, sin querer mirar siquiera a los
    demás, sabía que los desgraciados se miraban entre sí victoriosamente,
    como si le correspondiera a ella educar a la vieja, y no faltaría mucho para
    que dijeran que ella ya no bañaba más a su madre, jamás comprenderían el
    sacrificio que ella hacía—. ¡Mamá, qué es eso! —dijo en voz baja,
    angustiada—. ¡Usted nunca hizo eso! —agregó bien alto para que todos
    escucharan, quería sumarse al escándalo de los otros, cuando el gallo cante
    por tercera vez renegarás de tu madre. Pero su enorme vergüenza se
    suavizó cuando ella percibió que los demás bajaban la cabeza como si
    estuvieran de acuerdo en que la vieja ahora no era más que una criatura.
    —Últimamente le ha dado por escupir —terminó entonces confesando
    afligida ante todos.
    Ellos miraron a la agasajada, compungidos, respetuosos, en silencio.
    Parecían ratones amontonados esa familia suya. Los chicos, aunque
    crecidos —probablemente ya habían pasado los cincuenta años, ¡qué sé yo!
    —, los chicos todavía conservaban bonitos rasgos. Pero ¡qué mujeres
    habían elegido! ¡Y qué mujeres las que los nietos —todavía más débiles y
    agrios— habían escogido! Todas vanidosas y de piernas flacas, con
    aquellos collares falsificados de mujeres que a la hora no aguantan la mano,
    aquellas mujercitas que casaban mal a sus hijos, que no sabían poner en su
    lugar a una sirvienta, y todas ellas con las orejas llenas de aretes, ¡ninguno,
    ninguno de oro! La rabia la sofocaba.
    —¡Denme un vaso de vino! —exigió.
    De pronto se hizo el silencio, cada uno con un vaso inmovilizado en la
    mano.
    —Abuelita, ¿no le va a hacer mal? —insinuó cautelosamente la nieta
    rolliza y bajita.
    —¡Qué abuelita ni qué nada! —explotó ácidamente la agasajada—.
    ¡Que el diablo se los lleve, banda de maricas, cornudos y vagabundos!,
    ¡quiero un vaso de vino, Dorothy! —ordenó.
    Dorothy no sabía qué hacer, miró a todos en una cómica llamada de
    auxilio. Pero como máscaras eximidas e inapelables, ningún rostro se
    manifestaba. La fiesta interrumpida, los sándwiches mordidos en la mano,
    algún pedazo que estuviera en la boca hinchando hacia fuera las mejillas.







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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Abr 2024, 20:21

    ***


    Todos se habían quedado ciegos, sordos y mudos, con las croquetas en las
    manos. Y miraban impasibles.
    Desamparada, divertida, Dorothy le dio el vino: astutamente, apenas
    dos dedos en el vaso. Inexpresivos, preparados, todos esperaban la
    tempestad.
    Pero la agasajada no explotó con la miseria del vino que Dorothy le
    había dado, que no se movió en el vaso. Su mirada estaba fija, silenciosa.
    Como si nada hubiera pasado.
    Todos miraron corteses, sonriendo ciegamente, abstractos como si un
    perro hubiese hecho pis en la sala. Con estoicismo, recomenzaron las
    bocas y las risas. La nuera de Olaria, que había tenido su primer momento
    de unión con los demás cuando la tragedia victoriosamente parecía
    próxima a desencadenarse, tuvo que retornar solitaria a su severidad, sin
    contar siquiera con el apoyo de los tres hijos que ahora se mezclaban
    traidoramente con los otros. Desde su silla monacal, ella analizaba
    críticamente esos vestidos sin ningún modelo determinado, sin un pliegue,
    qué manía tenían de usar vestido negro con collar de perlas, eso no era de
    moda ni cosa que se le pareciera, no pasaba de maniobra de tacañería.
    Examinaba distante los sándwiches que casi no tenían mantequilla. Ella no
    se había servido nada, ¡nada! Solamente había comido una sola cosa de
    cada plato, para probar.
    Por así decir, la fiesta había terminado.
    Todos se quedaron sentados, benevolentes. Algunos con la atención
    vuelta hacia dentro de sí, a la espera de algo que decir. Otros vacíos y
    expectantes, con una sonrisa amable, el estómago lleno de aquellas
    porquerías que no alimentaban pero quitaban el hambre. Los chicos,
    incontrolables ya, gritaban llenos de vigor. Algunos tenían la cara
    mugrienta; otros, los más pequeños, estaban mojados; la tarde había caído
    rápidamente. ¿Y Cordelia? Cordelia miraba ausente, con una sonrisa
    atontada, soportando sola su secreto. ¿Qué tenía ella?, preguntó alguien
    con curiosidad negligente, señalándola de lejos con la cabeza, pero nadie
    respondió. Encendieron el resto de las luces para precipitar la tranquilidad
    de la noche, los chicos comenzaban a pelearse. Pero las luces eran más
    pálidas que la tensión pálida de la tarde. Y el crepúsculo de Copacabana,
    sin ceder, mientras tanto se ensanchaba cada vez más y penetraba por las
    ventanas como un peso.
    —Tengo que irme —dijo perturbada una de las nueras, levantándose y
    sacudiéndose las migas de la falda. Varios se levantaron sonriendo.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Abr 2024, 20:22

    ***

    La agasajada recibió un beso cauteloso de cada uno como si su piel tan
    poco familiar fuese una trampa. E, impasible, parpadeando, recibió aquellas
    palabras voluntariamente atropelladas que le decían intentando dar un
    ímpetu final de efusión a lo que no era otra cosa que pasado: la noche ya
    había caído casi por completo. La luz de la sala parecía entonces más
    amarilla y más rica, las personas envejecidas. Los chicos ya estaban
    histéricos.
    —Ella debe pensar que el pastel sustituye a la cena —se preguntaba la
    vieja, allá en sus profundidades.
    Pero nadie podría adivinar lo que ella pensaba. Y para aquellos que
    junto a la puerta todavía la miraron una vez más, la agasajada era solo lo
    que parecía ser: sentada a la cabecera de la mesa sucia, con la mano cerrada
    sobre el mantel como sujetando un cetro, y con aquella mudez que era su
    última palabra. Con un puño cerrado sobre la mesa, nunca más sería
    únicamente lo que ella pensara. Su apariencia final la había sobrepasado y,
    superándola, se agigantaba serena. Cordelia la miró espantada. El puño
    mudo y severo sobre la mesa decía a la infeliz nuera que sin remedio amaba
    quizá por última vez: Es necesario que se sepa. Es necesario que se sepa.
    Que la vida es corta. Que la vida es corta.
    Sin embargo, ninguna vez más lo repitió. Porque la verdad es un
    relámpago. Cordelia la miró espantada. Y, nunca más, ni una sola vez lo
    repitió —mientras Rodrigo, el nieto de la agasajada, empujaba la mano de
    aquella madre culpable, perpleja y desesperada que una vez más miró hacia
    atrás implorando a la vejez todavía una señal de que una mujer debe, en su
    ímpetu afligido, finalmente aferrar su última oportunidad y vivir. Una vez
    más Cordelia quiso mirar.
    Pero para esa nueva mirada, la agasajada era una vieja a la cabecera de la
    mesa.
    Había pasado el relámpago. Y arrastrada por la mano paciente e
    insistente de Rodrigo, la nuera lo siguió, aterrada.
    —No todos tienen el privilegio y el orgullo de reunirse alrededor de la
    madre —carraspeó José recordando que era Jonga el que hacía los
    discursos.
    —De la madre, ¡al diablo! —Rio bajito la sobrina, y la prima más lenta
    rio sin ver la gracia.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Abr 2024, 20:24

    ***

    —Nosotros lo tenemos —dijo Manuel, tímido, sin volver a mirar a su
    mujer—. Nosotros tenemos ese gran privilegio —dijo distraído,
    enjugándose la palma húmeda de las manos.
    Página 138
    Pero no era nada de eso, solo el malestar de la despedida, sin saber
    nunca lo que debía decirse, José esperaba de sí mismo con perseverancia y
    con fe la próxima frase del discurso. Que no venía. Que no venía. Que no
    venía. Los otros aguardaban. ¡Qué falta hacía Jonga en esos momentos! —
    José se enjugó la frente con el pañuelo—, ¡qué falta hacía Jonga en esos
    momentos! Claro que también había sido el único al que la vieja siempre
    aprobaba y respetaba, y era eso lo que dio a Jonga tanta seguridad. Y
    cuando él murió, nunca más la vieja volvió a hablar de él, poniendo una
    pared entre su muerte y los otros. Tal vez lo había olvidado. Pero no había
    olvidado aquella mirada firme y directa con que siempre miraba a los otros
    hijos, haciéndoles cada vez desviar los ojos. El amor de madre es duro de
    soportar: José se enjugó la frente, heroico, risueño.
    Y de repente llegó la frase:
    —¡Hasta el año que viene! —dijo José súbitamente malicioso,
    encontrando, de esta manera, sin más ni menos, la frase adecuada: ¡una
    indirecta feliz!—. Hasta el año que viene, ¿eh? —repitió con miedo de no
    haber sido comprendido.
    La miró, orgulloso de la artimaña de la vieja que astutamente siempre
    vivía un año más.
    —¡El año que viene nos veremos frente al pastel encendido! —aclaró
    mejor el otro hijo, Manuel, perfeccionando el espíritu del socio—. ¡Hasta
    el año que viene, mamá!, ¡y frente al pastel encendido! —dijo él explicando
    todo mejor, cerca de su oreja, mientras miraba obsequioso a José. Y de
    pronto la vieja lanzó una carcajada, una risa floja, comprendiendo la
    alusión.
    Entonces ella abrió la boca y dijo:
    —Así es.
    Estimulado porque su frase hubiera dado tan buenos resultados, José le
    gritó emocionado, agradecido, con los ojos húmedos:
    —¡El año que viene nos veremos, mamá!
    —¡No soy sorda! —dijo la agasajada ruda, afectuosa.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 11 Abr 2024, 20:25

    ***

    Los hijos se miraron riendo, vejados, felices. La cosa había dado en el
    blanco. Los chicos fueron saliendo alegres, con el apetito arruinado. La
    nuera de Olaria dio una palmada de venganza a su hijo, demasiado alegre y
    ya sin corbata. Las escaleras eran tan difíciles, oscuras, increíble insistir en
    vivir en un edificio que fatalmente sería demolido un día de estos, y en el
    juicio de desalojo Zilda todavía iba a dar trabajo y querer empujar a la vieja
    hacia las nueras. Pisando el último escalón, con alivio, los invitados se
    encontraron en la tranquilidad fresca de la calle. Era noche, sí. Con su
    primer escalofrío.
    Adiós, hasta otro día, tenemos que vernos. Vengan a vernos, se dijeron
    rápidamente. Algunos consiguieron mirar los ojos de los otros con una
    cordialidad sin recelo. Algunos abotonaban los abrigos de los chicos,
    mirando al cielo en busca de una señal del tiempo. Todos sentían
    oscuramente que en la despedida tal vez se hubiera podido —y ahora sin
    peligro de compromisos— ser más bondadosos y decir una palabra de más
    —¿qué palabra?—. Ellos no lo sabían bien, y se miraban sonrientes,
    mudos. Era un instante que podía ser vivo. Pero que estaba muerto.
    Comenzaron a separarse, caminando medio de costado, sin saber cómo
    desligarse de los parientes sin brusquedad.
    —¡Hasta el año que viene! —repitió José la feliz indirecta, saludando
    con la mano con efusivo vigor, los escasos cabellos blancos volando.
    Estaba gordo, pensaron, necesita cuidar el corazón—. ¡Hasta el año que
    viene! —gritó José elocuente y grande, y su altura parecía desmoronable.
    Pero las personas que ya se habían alejado no sabían si debían reír alto para
    que él escuchara o si bastaría con sonreír en la oscuridad. Aunque algunos
    pensaron que felizmente había algo más que una broma en la indirecta y
    que solo en el próximo año estarían obligados a encontrarse delante del
    pastel encendido; mientras que otros, ya en la oscuridad de la calle,
    pensaron si la vieja resistiría un año más a los nervios y a la impaciencia de
    Zilda, pero ellos sinceramente nada podían hacer al respecto. «Por lo
    menos noventa años», pensó melancólica la nuera de Ipanema. «Para
    completar una fecha linda», pensó soñadora.
    Mientras tanto, allá arriba, por encima de escaleras y contingencias, la
    agasajada estaba sentada a la cabecera de la mesa, erecta, definitiva, más
    grande que ella misma. ¿Es que hoy no habrá cena?, meditaba ella. La
    muerte era su misterio.


    FIN




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    Mensaje por Maria Lua Vie 12 Abr 2024, 21:05

    La cena



    Él entró tarde en el restaurante. Por cierto, hasta entonces se había
    ocupado de grandes negocios. Podría tener unos sesenta años, era alto,
    corpulento, de cabellos blancos, cejas espesas y manos potentes. En un
    dedo el anillo de su fuerza. Se sentó amplio y firme.
    Lo perdí de vista y mientras comía observé de nuevo a la mujer delgada,
    la del sombrero. Ella reía con la boca llena y le brillaban los ojos oscuros.
    En el momento en que yo llevaba el tenedor a la boca, lo miré. Ahí
    estaba, con los ojos cerrados masticando pan con vigor, mecánicamente,
    los dos puños cerrados sobre la mesa. Continué comiendo y mirando. El
    camarero disponía los platos sobre el mantel. Pero el viejo mantenía los
    ojos cerrados. A un gesto más vivo del camarero, él los abrió tan
    bruscamente que ese mismo movimiento se comunicó a las grandes manos
    y un tenedor cayó. El camarero susurró palabras amables, inclinándose
    para recogerlo; él no respondió. Porque, ahora despierto, sorpresivamente
    daba vueltas a la carne de un lado para otro, la examinaba con vehemencia,
    mostrando la punta de la lengua —palpaba el bistec con un costado del
    tenedor, casi lo olía, moviendo la boca de antemano—. Y comenzaba a
    cortarlo con un movimiento inútilmente vigoroso de todo el cuerpo. En
    breve llevaba un trozo a cierta altura del rostro y, como si tuviera que
    cogerlo en el aire, lo cobró con un impulso de la cabeza. Miré mi plato.
    Cuando lo observé de nuevo, él estaba en plena gloria de la comida,
    masticando con la boca abierta, pasando la lengua por los dientes, con la
    mirada fija en la luz del techo. Yo iba a cortar la carne nuevamente, cuando
    lo vi detenerse por completo.
    Y exactamente como si no soportara más —¿qué cosa?— cogió rápido
    la servilleta y se apretó las órbitas de los ojos con las dos manos peludas.
    Me detuve, en guardia. Su cuerpo respiraba con dificultad, crecía. Retira
    finalmente la servilleta de los ojos y observa atontado desde muy lejos.
    Respira abriendo y cerrando desmesuradamente los párpados, se limpia los
    ojos con cuidado y mastica lentamente el resto de comida que todavía
    tiene en la boca.




    cont.
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Abr 2024, 07:28

    ***

    Un segundo después, sin embargo, está repuesto y duro, toma una
    porción de ensalada con el cuerpo todo inclinado y come, el mentón altivo,
    el aceite humedeciéndole los labios. Se interrumpe un momento, enjuga de
    nuevo los ojos, balancea brevemente la cabeza —y nuevo bocado de
    lechuga con carne engullido en el aire—. Le dice al camarero que pasa:
    —Este no es el vino que le pedí.
    La voz que esperaba de él: voz sin posibles réplicas, por lo que yo veía
    que jamás se podría hacer algo por él. Nada, sino obedecerlo.
    El camarero se alejó, cortés, con la botella en la mano.
    Pero he ahí que el viejo se inmoviliza de nuevo como si tuviera el pecho
    contraído y enfermo. Su violento vigor se sacude preso. Él espera. Hasta
    que el hambre parece asaltarlo y comienza a masticar con apetito, las cejas
    fruncidas. Yo sí comencé a comer lentamente, un poco asqueado sin saber
    por qué, participando también no sabía de qué. De pronto se estremece,
    llevándose la servilleta a los ojos y apretándolos con una brutalidad que me
    extasía… Abandono con cierta decisión el tenedor en el plato, con un
    ahogo insoportable en la garganta, furioso, lleno de sumisión. Pero el viejo
    se demora con la servilleta sobre los ojos. Esta vez, cuando la retira sin
    prisa, las pupilas están extremadamente dulces y cansadas, y, antes de que
    él se las enjugara, vi. Vi la lágrima.
    Me inclino sobre la carne, perdido. Cuando finalmente consigo
    encararlo desde el fondo de mi rostro pálido, veo que también él se ha
    inclinado con los codos apoyados sobre la mesa, la cabeza entre las manos.
    Realmente él ya no soportaba más. Las gruesas cejas estaban juntas. La
    comida debía de haberse detenido un poco más abajo de la garganta bajo la
    dureza de la emoción, pues cuando él estuvo en condiciones de continuar
    hizo un terrible gesto de esfuerzo para engullir y se pasó la servilleta por la
    frente. Yo no podía más, la carne en mi plato estaba cruda, y yo era quien
    no podía continuar más. Sin embargo, él comía.
    El camarero trajo la botella dentro de una vasija con hielo. Yo
    observaba todo, ya sin discriminar: la botella era otra, el camarero de
    chaqueta, la luz aureolaba la cabeza gruesa de Plutón que ahora se movía
    con curiosidad, goloso y atento. Por un momento el camarero me tapa la
    visión del viejo y apenas veo las alas negras de una chaqueta: sobrevolando
    la mesa, vertía vino tinto en la copa y aguardaba con los ojos ardientes —
    porque ahí estaba seguramente un señor de buenas propinas, uno de esos
    viejos que todavía están en el centro del mundo y de la fuerza—. El viejo,
    amargura el sabor en la boca. Restregaba un labio con otro, restallaba la
    lengua con disgusto como si lo que era bueno fuera intolerable. Yo
    esperaba, el camarero esperaba, ambos nos inclinábamos, en suspenso.
    Finalmente, él hizo una mueca de aprobación. El camarero agachó la
    cabeza reluciente con sometimiento y gratitud, salió inclinado, y yo respiré
    con alivio.



    cont.
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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Abr 2024, 07:29

    ***

    Ahora él mezclaba la carne y los tragos de vino en la gran boca, y los
    dientes postizos masticaban pesadamente mientras yo espiaba en vano.
    Nada más sucedía. El restaurante parecía centellear con doble fuerza bajo
    el titilar de los cristales y cubiertos; en la dura corona brillante de la sala los
    murmullos crecían y se apaciguaban en una dulce ola, la mujer del
    sombrero grande sonreía con los ojos entrecerrados, tan delgada y
    hermosa, el camarero servía con lentitud el vino en el vaso. Pero en ese
    momento él hizo un gesto.
    Con la mano pesada y velluda, en cuya palma las líneas se clavaban con
    fatalismo, hizo el gesto de un pensamiento. Dijo con mímica lo más que
    pudo, y yo, yo sin comprender. Y como si no soportara más, dejó el
    tenedor en el plato. Esta vez te agarraron bien, viejo. Quedó respirando,
    agotado, ruidoso. Entonces sujeta el vaso de vino y bebe, los ojos cerrados,
    en rumorosa resurrección. Mis ojos arden y la claridad es alta, persistente.
    Estoy prisionero del éxtasis, palpitante de náusea. Todo me parece
    grande y peligroso. La mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria
    en las luces.
    Él ha terminado. Su rostro se vacía de expresión. Cierra los ojos,
    distiende los maxilares. Trato de aprovechar ese momento, en que él ya no
    posee su propio rostro, para finalmente ver. Pero es inútil. La gran forma
    que veo es desconocida, majestuosa, cruel y ciega. Lo que yo quiero mirar
    directamente, por la fuerza extraordinaria del anciano, en ese momento no
    existe. Él no quiere.
    Llega el postre, una crema fundida, y yo me sorprendo por la
    decadencia de la elección. Él come lentamente, toma una cucharada y
    observa correr el líquido pastoso. Lo toma todo; sin embargo, hace una
    mueca y, agrandado, alimentado, aleja el plato. Entonces, ya sin hambre, el
    gran caballo apoya la cabeza en la mano. La primera señal más clara
    aparece. El viejo devorador de criaturas piensa en sus profundidades.
    Pálido, lo veo llevarse la servilleta a la boca. Imagino escuchar un sollozo.
    Ambos permanecemos en silencio en el centro del salón. Quizá él hubiera
    eh!, lo instigaba yo con ironía, cólera y agotamiento. Pero él se
    desmoronaba a ojos vista. Ahora los rasgos parecían caídos y dementes, él
    balanceaba la cabeza de un lado para otro, sin contenerse más, con la boca
    apretada, los ojos cerrados, balanceándose, el patriarca estaba llorando por
    dentro. La ira me asfixiaba. Lo vi ponerse los anteojos y envejecer muchos
    años. Mientras contaba el cambio, hacía sonar los dientes, proyectando el
    mentón hacia adelante, entregándose un instante a la dulzura de la vejez.
    Yo mismo, tan atento había estado a él que no lo vi sacar el dinero para
    pagar, ni examinar la cuenta, y no había notado el regreso del camarero con
    el cambio.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Abr 2024, 07:30

    ***

    Por fin se quitó las gafas, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos
    haciendo muecas inútiles y penosas. Pasó la mano cuadrada por los
    cabellos blancos alisándolos con fuerza. Se levantó, asegurándose al borde
    de la mesa con las manos vigorosas. Y he ahí que, después de liberado de
    un apoyo, él parecía más débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz
    de apuñalar a cualquiera de nosotros. Sin que yo pudiera hacer nada, se
    puso el sombrero acariciando la corbata en el espejo. Cruzó el ángulo
    luminoso del salón, desapareció.
    Pero yo todavía soy un hombre.
    Cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para
    siempre, cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a
    morir… yo no como. No soy todavía esta potencia, esta construcción, esta
    ruina. Empujo el plato, rechazo la carne y su sangre.

    FIN


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    Mensaje por Maria Lua Sáb 13 Abr 2024, 08:36


    Los obedientes



    Se trata de una situación simple, un hecho para contar y olvidar.
    Pero si alguien comete la imprudencia de detenerse un instante más de
    lo que debe, un pie se hunde dentro y uno queda comprometido. Desde
    ese instante en que también nosotros nos arriesgamos, ya no se trata de un
    hecho para contar; comienzan a faltar las palabras que no lo traicionarían.
    A esa altura, demasiado hundidos, el hecho dejó de ser un hecho para
    convertirse tan solo en su difusa repercusión. Que si es demasiado
    retardada, un día viene a explotar como en esta tarde de domingo, cuando
    hace semanas que no llueve y cuando, como hoy, la belleza reseca persiste,
    sin embargo, como belleza. Frente a la cual asumo una gravedad como
    delante de una tumba. A esa altura, ¿por dónde anda el hecho inicial? Se
    volvió inicial esta tarde. Sin saber cómo luchar con la belleza, dudo entre
    ser agresiva o replegarme un poco herida. El hecho inicial está suspendido
    en la polvareda soleada de este domingo, hasta que me llaman por teléfono
    y de un salto voy a lamer agradecida la mano del que me ama y me libera.
    Cronológicamente la situación era la siguiente: un hombre y una mujer
    estaban casados.
    Ya con verificar este hecho, mi pie se hundió. Me vi obligada a pensar
    en algo. Aun cuando no dijese nada más, y terminara la historia con esta
    verificación, ya me habría comprometido con mis más irreconocibles
    pensamientos. Ya sería como si hubiese visto, raya negra sobre fondo
    blanco, a un hombre y una mujer. Y en ese fondo blanco mis ojos se
    fijarían teniendo ya bastante que ver, pues toda palabra tiene su sombra.
    Ese hombre y esa mujer comenzaron —sin ninguna intención de ir
    demasiado lejos, y llevados no se sabe por qué necesidad que las personas
    tienen— a intentar vivir más intensamente. ¿A la búsqueda del destino que
    nos precede? ¿Y a cuál quiere llevarnos el instinto? ¿Instinto?
    El intento de vivir más intensamente los llevó, a cada uno, a una especie
    de constante verificación de debe y haber, a un intento de pesar lo que era
    y lo que no era importante. Eso ellos lo hacían a su modo: con falta de
    habilidad y de experiencia, con modestia. Tanteaban. En un vicio
    descubierto por ambos demasiado tarde en la vida, cada cual por su lado
    Página 250
    intentaba continuamente distinguir lo que era de lo que no era esencial, es
    decir, ellos nunca usarían la palabra esencial, que no pertenecía a su
    ambiente. Pero de nada servía el vago esfuerzo casi obligado que hacían: la
    trama se les escapaba diariamente. Solo mirando, por ejemplo, hacia el día
    anterior es como tenían la impresión de tener, de algún modo y, por así
    decirlo, contra su voluntad, y por eso sin mérito, la impresión de haber
    vivido. Pero entonces era de noche, se calzaban las zapatillas y era de
    noche.








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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Abr 2024, 13:38

    ***

    Todo eso no llegaba a formar una situación para la pareja. Quiere decir,
    algo que cada uno pudiera contar incluso a sí mismo en la hora en que cada
    uno se daba vuelta en la cama hacia un lado y, un segundo antes de dormir,
    quedaba con los ojos abiertos. Y las personas que necesitan tanto poder
    contar su propia historia. Ellos no tenían qué contar. Con un suspiro de
    bienestar, cerraban los ojos y dormían agitados. Y cuando hacían el balance
    de sus vidas, ni podían al menos incluir en él esa tentativa de vivir más
    intensamente, y descontarla, como en el impuesto sobre la renta. Balance
    que poco a poco comenzaban a hacer con mayor frecuencia, incluso sin el
    equipo técnico de una terminología adecuada a los pensamientos. Si se
    trataba de una situación, no llegaba a ser una situación de la cual se vivía
    ostensiblemente.
    Pero no era tan solo así como sucedía. En verdad también estaban
    tranquilos porque «no conducir», «no inventar», «no errar» les resultaba,
    mucho más que una costumbre, una cuestión de honor asumida
    tácitamente. Nunca se acordarían de desobedecer.
    Tenían la briosa compenetración que les había venido de la conciencia
    noble de ser dos personas entre millones iguales. «Ser un igual» era el papel
    que les había tocado, y la tarea a ellos asignada. Los dos, condecorados,
    serios, correspondían grata y cívicamente a la confianza que los iguales
    habían depositado en ellos. Pertenecían a una casta. El papel que cumplían,
    con cierta emoción y con dignidad, era el de personas anónimas, el de hijos
    de Dios, como en un club de personas.
    Quizá tan solo debido al paso insistente del tiempo todo eso había
    comenzado, sin embargo, a volverse diario, diario, diario. A veces
    sofocante. (Tanto el hombre como la mujer ya habían iniciado la edad
    crítica). Abrían las ventanas y decían que hacía mucho calor. Sin que
    vivieran precisamente en el tedio, era como si nunca les mandaran noticias.
    El tedio, con todo, formaba parte de una vida de sentimientos honestos.
    Pero, al fin, como todo eso no les resultaba comprensible, y se
    encontraban muchos muchos puntos por encima de ellos, y si fuera
    expresado en palabras no lo reconocerían, todo eso, reunido y considerado
    ya como pasado, se parecía a la vida irremediable, a la cual ellos se sometían
    con un silencio de multitud y con el aire un poco afligido que tienen los
    hombres de buena voluntad. Se parecía a la vida irremediable para la cual
    Dios nos quiere.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Abr 2024, 13:39

    ***

    Vida irremediable, pero no concreta. En verdad era una vida de sueño.
    A veces, cuando hablaban de alguien excéntrico, decían con la
    benevolencia que una clase tiene por la otra: «Ah, ese lleva una vida de
    poeta». Tal vez se puede decir, aprovechando las pocas palabras que se
    conocieron de la pareja, se puede decir que ambos llevaban, salvo la
    extravagancia, una vida de mal poeta: vida de sueño.
    No, no es verdad. No era una vida de sueño, pues este jamás los había
    orientado. Sino de irrealidad. Aunque hubiese momentos en que, de
    repente, por un motivo o por otro, ahondasen en la realidad. Y entonces
    les parecía haber tocado un fondo desde donde nadie puede pasar.
    Como, por ejemplo, cuando el marido volvía a casa más temprano que
    de costumbre y la esposa todavía no había vuelto de alguna compra o
    visita. Para el marido se interrumpía entonces una corriente. Se sentaba
    con cuidado para leer el diario, dentro de un silencio tan callado que
    incluso una persona muerta a su lado lo rompería. Y él, fingiendo con
    severa honestidad una atención minuciosa al diario, atentos los oídos. En
    ese momento es cuando el marido tocaba fondo con pies sorprendidos. No
    podría permanecer mucho tiempo así, sin riesgo de ahogarse, pues tocar
    fondo significa también tener el agua por encima de la cabeza. Eran así sus
    momentos concretos. Lo que hacía que él, lógico y sensato, se zafara
    rápidamente. Se zafaba rápido, aunque curiosamente a disgusto, pues la
    ausencia de la esposa era una promesa tal de peligroso placer que
    experimentaba lo que sería la desobediencia. Se zafaba a disgusto, pero sin
    discutir, obedeciendo a lo que esperaban de él. No era un desertor que
    traicionara la confianza de los otros. Además, si era esta la realidad, no
    había cómo vivir en ella o de ella.
    La esposa, ella sí tocaba la realidad con más frecuencia, porque tenía
    más tiempo libre y menos a lo que llamar hechos, cosas como colegas de
    trabajo, autobús lleno, palabras administrativas. Se sentaba a zurcir ropa, y
    poco a poco venía llegando la realidad. Era intolerable mientras duraba la
    sensación de estar sentada zurciendo ropa. El modo sorpresivo de poner el
    punto sobre la i, esa manera de caber enteramente en lo que existía y de
    quedar todo tan nítidamente en aquello mismo, era intolerable. Pero
    cuando pasaba, era como si la esposa hubiera bebido de un futuro posible.
    Poco a poco el futuro de esa mujer empezó a volverse algo que ella traía
    hacia el presente, una cosa meditativa y secreta



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    Mensaje por Maria Lua Dom 14 Abr 2024, 13:40

    ***

    Era sorprendente cómo los dos no estaban sensibilizados, por ejemplo,
    por la política, por el cambio de gobierno, por la evolución de un modo
    general, aunque también hablasen a veces al respecto como todo el mundo.
    En verdad eran personas tan reservadas que se habrían sorprendido,
    lisonjeadas, si alguna vez les dijeran que eran reservadas. Nunca se les
    ocurriría que se llamaba así. Tal vez entendiesen más si les dijeran:
    «Ustedes simbolizan nuestra reserva militar». De ellos dijeron algunos
    conocidos, después de que todo sucedió: Eran buena gente. Y nada más
    habría que decir, puesto que lo eran.
    Nada más había que decir. Les faltaba el peso de una equivocación
    grave, que tantas veces es la que abre por casualidad una puerta. Alguna vez
    habían tomado muy en serio alguna cosa. Eran obedientes.
    Tampoco solo por sumisión: como en un soneto, era obediencia por
    amor a la simetría. La simetría era para ellos el arte posible.
    Cómo fue que llegó cada uno a la conclusión de que, solo, sin el otro,
    viviría más; sería camino largo para reconstruir, y de inútil trabajo, porque
    desde varios rincones muchos ya habían llegado al mismo punto.
    La esposa, bajo la fantasía continua, no solo llegó temerariamente a esa
    conclusión, sino que esta hizo su vida más amplia y perpleja, más rica, y
    hasta supersticiosa. Cada cosa parecía la señal de otra cosa, todo era
    simbólico, e incluso un poco espiritista dentro de lo que el catolicismo
    permitiría. No solo se dedicó temerariamente a eso, sino que —provocada
    exclusivamente por el hecho de ser mujer— comenzó a pensar que otro
    hombre la salvaría. Lo que no llegaba a ser absurdo. Ella sabía que no lo
    era. Tener razón a medias la confundía, la sumergía en meditación.
    El marido, influido por el ambiente de afligida masculinidad en que
    vivía, y por la suya, que era tímida pero efectiva, comenzó a pensar que
    muchas aventuras amorosas serían la vida.
    Soñadores, empezaron a sufrir soñadores, era heroico soportar.
    Callados en cuanto a lo entrevisto por cada uno, discordando en cuanto a
    la hora más conveniente de cenar, uno sirviendo de sacrificio al otro, amor
    es sacrificio.
    Llegamos así al día en que, tragada desde hace mucho por el sueño, la
    mujer, al dar un mordisco a una manzana, sintió rompérsele un diente de
    delante. Con la manzana todavía en la mano y mirándose demasiado de
    cerca en el espejo del baño —y de este modo perdiendo del todo la
    perspectiva—, vio una cara pálida, de mediana edad, con un diente roto, y
    los propios ojos… Tocando fondo, y con el agua ya por el cuello, con
    cincuenta y tantos años, sin una nota, en lugar de ir al dentista, se arrojó
    por la ventana del apartamento, persona por la cual se podría sentir tanta
    gratitud, reserva militar y sustentáculo de nuestra desobediencia.
    En cuanto a él, una vez seco el lecho del río y sin agua que lo ahogase,
    caminaba sobre el fondo sin mirar el suelo; diligente como si usara bastón.
    Inesperadamente seco el lecho del río, caminaba perplejo y sin peligro
    sobre el fondo con la jovialidad de quien va a caer de bruces más adelante.



    FIN


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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Abr 2024, 19:41

    Fondo de cajón



    La pecadora quemada
    y los ángeles armoniosos



    Ángeles invisibles: Henos casi aquí, llegados por el largo camino que existe
    antes de vosotros. Pero no estamos cansados, este camino no exige
    fuerza y, si reclamase vigor, ni el de vuestras preces nos levantaría. Solo
    un vértigo es lo que hace arremolinarse los gritos con las hojas hasta la
    abertura de un nacimiento. Basta un vértigo, ¿qué sabemos? Si los
    hombres dudan sobre los hombres, los ángeles ignoran sobre los
    ángeles, el mundo es grande y bendito sea lo que es. No estamos
    cansados, nuestros pies nunca han sido lavados. Chillando a esta
    próxima diversión, venimos a sufrir lo que debe ser sufrido, nosotros
    que aún no hemos sido tocados, nosotros que aún no somos niño y
    niña. Henos aquí en las redes de la verdadera tragedia, de la que
    extraeremos nuestra forma primera. Cuando abramos los ojos para ser
    los nacidos, no recordaremos nada: niños balbucientes seremos y
    vuestras mismas armas empuñaremos. Ciegos en el camino que
    anticipa pasos, ciegos seguiremos cuando, con los ojos ya abiertos,
    nazcamos. También ignoramos a qué venimos. Nos basta la convicción
    de que aquello que deba ser hecho será hecho: la caída de un ángel es la
    dirección. Nuestro verdadero principio es anterior al principio visible,
    y nuestro verdadero final será posterior al final visible. La armonía, la
    terrible armonía, es nuestro único destino previo.
    Sacerdote: En el amor por el Señor no me he perdido, siempre seguro en
    Tu día como en Tu noche. Y esta simple mujer por tan poco se ha
    perdido, y ha perdido su naturaleza, y hela aquí sin poseer nada, y
    ahora pura, lo que le resta aún lo quemarán. Los extraños caminos. Ella
    consumió su fatalidad en un solo pecado al que se entregó por
    completo, y hela ahí, en el umbral de su salvación. Cada humilde vía es
    una vía: el pecado grosero es una vía, la ignorancia de los
    Página 268
    mandamientos es una vía, la concupiscencia es una vía. Lo que no era
    una vía era mi prematura alegría de recorrer como guía y tan fácilmente
    la sacra vía. Lo que no era una vía era mi presunción de haberme
    salvado a la mitad del camino. Señor, concédeme la gracia de pecar. Es
    una carga la falta de tentaciones en la que me has dejado.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Abr 2024, 19:43

    ***


    ¿Dónde están
    el agua y el fuego por los que nunca he pasado? Señor, concédeme la
    gracia de pecar. Esta vela que he sido, encendida en Tu nombre, ha
    estado siempre encendida en la luz y no he visto nada. Pero, ah,
    esperanza que me abrirá las puertas de Tu violento cielo: ahora
    comprendo que si de mí no has hecho la antorcha que arderá, por lo
    menos has hecho el que atiza el fuego. Ah, esperanza en la que veo aún
    mi orgullo de ser elegido: en contrición me golpeo el pecho, y con
    alegría que desearía mortificada digo: el Señor me ha señalado para
    pecar más que la que ha pecado y al final consumaré mi tragedia.
    Porque Te has servido de mi palabra airada para que yo cumpla, más
    que el pecado, el pecado de castigar el pecado. Para que descienda tan
    bajo de mi peligrosa paz que la oscuridad total —donde no existen
    candelabros ni púrpura papal ni siquiera el símbolo de la cruz— la
    oscuridad total seas Tú. «Las tinieblas no te cegarán», está escrito en
    los Salmos.
    Pueblo: Hace días que tenemos hambre y aquí estamos para buscar
    alimento.
    (Entran la pecadora y dos guardias).
    Sacerdote: «Ella hizo sus delicias de la esclavitud de los sentidos», por la
    señal de la Santa Cruz.
    Pueblo: Hela aquí, hela aquí, hela aquí.
    Niño soñoliento: Hela.
    Mujer del pueblo: Hela, la que erró, la que para pecar necesitó dos
    hombres, un sacerdote y un pueblo.
    Primer guardia: Somos los guardianes de nuestra patria. Nos ahogamos en
    una asfixiante paz, y de la última guerra ya hemos olvidado hasta los
    clarines. Nuestro amado rey nos reparte en puestos de extrema
    Página 269
    confianza, pero en la vigilia inútil nuestra virilidad casi se duerme.
    Hechos para morir gloriosamente, he aquí que vivimos avergonzados.












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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 24 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Lun 15 Abr 2024, 19:44

    ***

    Segundo guardia: Somos el guardián de un Señor cuyo dominio nos parece
    muy confuso: ora se extiende hasta donde llegan las fronteras marcadas
    por la costumbre y el uso, y nuestras lanzas entonces se alzan al grito
    de la fanfarria, ora tal dominio penetra en tierras donde existe una ley
    muy anterior. Henos, pues, esta vez guardando lo que por sí mismo
    será siempre guardado, por el pueblo y por el destino. Bajo este cielo
    de sofocante tranquilidad, puede faltar el pan, pero nunca faltará el
    misterio de la realización. ¿Qué estamos fantásticamente velando sino
    el destino de un corazón?
    Primer guardia: Cómo recuerdan vuestras últimas palabras el añorado
    retumbar de un cañón. Qué deseo de vigilar por fin un mundo más
    pequeño, donde sea nuestra lanza la que hiera de muerte al que va a
    morir. Pero aquí estamos, guardando a una mujer que, como ella
    misma bien dice, ya ha sido incendiada.
    Ángeles invisibles: Incendiada por la armonía, la sangrienta suave armonía,
    que es nuestro destino previo.
    (Entra el esposo).
    Pueblo: He aquí el marido, aquel que ha sido traicionado.
    Esposo: Hela aquí, la que será quemada por mi cólera. ¿Quién habló a
    través de mí y me dio tamaño poder? Fui yo el que azuzó la palabra del
    sacerdote y reunió a la tropa de este pueblo y despertó la lanza de los
    guardias, y dio a este patio un aire de gloria tal que abate sus muros.
    Ah, esposa aún amada, de esta invasión quisiera verme libre. Soñaba
    con estar solo contigo y recordarte nuestra alegría pasada. Dejadla a
    solas conmigo, porque desde ayer vivo y no vivo, dejadla a solas
    conmigo. Ante vosotros —extraños a mi felicidad anterior y a mi
    desdicha de ahora— no consigo ver ya en esta mujer a la que fue y no
    fue mía, ni en nuestra fiesta pasada aquella que era y no era nuestra.
    ¿Qué le pasa a este corazón mío que ya no reconoce al hijo de su
    Venganza? Ah, remordimiento; yo debería haber alzado el puñal con
    mi propia mano, y sabría entonces que, si yo había sido traicionado,
    sería yo mismo el vengado. Pero esta escena ya es de mi mundo, y esta
    mujer que recibí en la modestia, la pierdo al son de trompetas.
    Dejadme solo con la pecadora. Quiero recuperar mi antiguo amor, y
    después llenarme de odio, y después yo mismo asesinarla, y después
    adorarla otra vez, y después nunca olvidarla, dejadme solo con la
    pecadora. Quiero poseer mi desgracia y mi venganza y mi pérdida, y
    todos vosotros impedís que sea yo el señor de este incendio, dejadme
    solo con la pecadora.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 17 Abr 2024, 19:24

    ***
    Pueblo: He aquí el marido, aquel que ha sido traicionado.
    Esposo: Hela aquí, la que será quemada por mi cólera. ¿Quién habló a
    través de mí y me dio tamaño poder? Fui yo el que azuzó la palabra del
    sacerdote y reunió a la tropa de este pueblo y despertó la lanza de los
    guardias, y dio a este patio un aire de gloria tal que abate sus muros.
    Ah, esposa aún amada, de esta invasión quisiera verme libre. Soñaba
    con estar solo contigo y recordarte nuestra alegría pasada. Dejadla a
    solas conmigo, porque desde ayer vivo y no vivo, dejadla a solas
    conmigo. Ante vosotros —extraños a mi felicidad anterior y a mi
    desdicha de ahora— no consigo ver ya en esta mujer a la que fue y no
    fue mía, ni en nuestra fiesta pasada aquella que era y no era nuestra.
    ¿Qué le pasa a este corazón mío que ya no reconoce al hijo de su
    Venganza? Ah, remordimiento; yo debería haber alzado el puñal con
    mi propia mano, y sabría entonces que, si yo había sido traicionado,
    sería yo mismo el vengado. Pero esta escena ya es de mi mundo, y esta
    mujer que recibí en la modestia, la pierdo al son de trompetas.
    Dejadme solo con la pecadora. Quiero recuperar mi antiguo amor, y
    después llenarme de odio, y después yo mismo asesinarla, y después
    adorarla otra vez, y después nunca olvidarla, dejadme solo con la
    pecadora. Quiero poseer mi desgracia y mi venganza y mi pérdida, y
    todos vosotros impedís que sea yo el señor de este incendio, dejadme
    solo con la pecadora.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Abr 2024, 15:38

    ***

    Sacerdote: Cuántos años hace que no nacía un santo. Cuántos años hace
    que una criatura no profetizaba en su cuna. Cuántos años hace que un
    ciego no veía, que un leproso no se curaba, ah qué árido tiempo.
    Estamos bajo el peso de un misterio tal a punto de revelarse que, en el
    primero a quien se señale, como un rayo, Tu esperado milagro se
    consumará.
    Primer guardia: Cada uno habla y nadie escucha.
    Segundo guardia: Cada uno está a solas con la culpable.
    (Entra el Amante).
    Primer guardia: La comedia está completa: he aquí al amante, estoy
    radiante.
    Pueblo: He aquí al amante, he aquí al amante y he aquí al amante.
    Niño soñoliento: He aquí al amante.
    Amante: Ironía que no me hace reír: llamar amante a aquel que ardió de
    amor, llamar amante a aquel que lo perdió. No amante, sino amante
    traicionado.
    Pueblo: No comprendemos, no comprendemos y no comprendemos.
    Amante: Pues esta mujer que en mis brazos a su esposo engañaba, en los
    brazos del esposo engañaba a aquel con quien lo engañaba.
    Pueblo: ¿Entonces escondía del esposo a su amante y del amante escondía
    al esposo? Eso es el pecado del pecado.
    Amante: Pero yo no me río y por un momento no sufro. Abro los ojos,
    hasta ahora cerrados por la jactancia, y os pregunto: ¿quién?, ¿quién es
    esta extranjera, quién es esta solitaria a la que no bastó con un solo
    corazón?
    Esposo: Es aquella para quien yo traía de mis viajes brocados y preciosas
    pedrerías, y por quien todo mi comercio de valor se convirtió en un
    comercio de amor.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 18 Abr 2024, 15:39

    ***

    Amante: Pues en su límpida alegría ella venía a mí tan singular que nunca la
    habría supuesto viniendo de un hogar.
    Esposo: No hubo joya que ella no desease y que no ocultase la desnudez de
    su cuello. Nada existió que no le diese, pues para un viajero humilde y
    fatigado la paz está en su mujer.
    Sacerdote: «Los enemigos del hombre están en su propia casa».
    Esposo: Pero en la transparencia de un brillante ella ya escrutaba la llegada
    de un amante. Os lo dice quien ha probado la ponzoña: cuidaos de una
    mujer que sueña.
    Amante: Ah, desdicha, porque si también junto a mí soñaba, ¿qué más
    deseaba? ¿Quién es esta extranjera?
    Sacerdote: Es aquella a quien en los días santos ofrecí inútilmente palabras
    de virtud que podrían cubrir su desnudez con mil mantos.
    Mujer del pueblo: Todas estas palabras tienen extraños sentidos. ¿Quién es
    esta que ha pecado y más parece que recibe la alabanza a su pecado?
    Amante: Es aquella irrevelada que solo reveló el dolor ante mis ojos. Por
    primera vez amo. Yo te amo.
    Esposo: Es aquella a quien el pecado tardíamente me anunció. Por primera
    vez te amo, y no a mi paz.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Abr 2024, 08:45

    ***

    Pueblo: Es aquella que en verdad a nadie se entregó, y ahora es toda
    nuestra.
    Ángeles invisibles: Pues es terrible la armonía.
    Pueblo: No comprendemos, no comprendemos y etcétera.
    Ángeles invisibles: Si incluso en este lado de la orilla del mundo nosotros
    apenas lo entendemos, cuánto más vosotros, los hambrientos, y
    vosotros, los saciados. Que os baste la sentencia generadora: lo que
    debe ser hecho será hecho, este es el único principio perfecto.
    Pueblo: No comprendemos, tenemos hambre y tenemos hambre.
    Primer guardia: Esta gente fatigante, si es llamada a fiesta o a entierro, es
    posible que cante…
    Pueblo:… tenemos hambre.
    Segundo guardia: Tienden siempre la misma emboscada que consiste en
    una sola tonada.
    Pueblo:… tenemos hambre.
    Sacerdote: No interrumpáis con vuestra hambre, sosegaos, pues vuestro
    será el Reino de los Cielos.
    Pueblo: Donde comeremos, comeremos y comeremos, y tan gordos nos
    pondremos que por el ojo de una aguja por fin, por fin, no pasaremos.
    Sacerdote: ¿Qué ha venido a hacer esta gente? ¿Y a qué han venido el
    esposo, el amante, los guardias? Pues sola conmigo ya habría sido
    incendiada.
    Amante: ¿Que ha venido a hacer esta gente? Sola conmigo ella amaría otra
    vez, otra vez pecaría, se arrepentiría otra vez, y así en un solo instante
    el Amor se realizaría de nuevo, aquel que en sí mismo lleva su puñal y
    su fin. Yo te recordaría los recados al caer la noche… El caballo
    impaciente esperaba, la linterna en el patio… Y después… ah, tierra,
    tus campos al amanecer, cierta ventana que ya empezaba a madrugar en
    la oscuridad. Y el vino que de alegría yo después bebía, con lágrimas de
    borracho para turbarme. (Ah, entonces es verdad que incluso en la
    felicidad yo ya buscaba experimentar en las lágrimas el sabor previo de
    la desgracia).




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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Abr 2024, 08:46

    ***

    Ángeles invisibles: El sabor previo de la terrible armonía.
    Niño soñoliento: Ella está sonriendo.
    Pueblo: Está sonriendo, está sonriendo y está sonriendo.
    Esposo: Y sus ojos brillan húmedos, como en una gloria…
    Mujer del pueblo: ¿Qué está pasando, por qué esta mujer que va a ser
    quemada ya se convierte en su propia historia?
    Pueblo: ¿A qué sonríe esta mujer?
    Sacerdote: Tal vez piensa que, si estuviera sola, ya sería incendiada.
    Pueblo: ¿A qué sonríe esta mujer?
    Primer y segundo guardias: Al pecado.
    Ángeles invisibles: A la armonía, a la armonía, a la armonía que no tardará.
    Amante: Sonríes inaccesible y la primera cólera me posee. Recuerda que en
    la alcoba donde te conocí era diferente tu sonrisa y el brillo de tus ojos
    tus únicas lágrimas. ¿Por qué extraña gracia el pecado abyecto te ha
    transfigurado en esta mujer que sonríe llena de silencio?
    Esposo: Ira impotente: aquí está, sonriendo, aún más ausente de mí que
    cuando era de otro. ¿Por qué me ha escuchado este pueblo más de lo
    que mis palabras querían ser escuchadas? Ah, mecanismo cruel que he
    desencadenado con mis lamentos de herido. Pues he aquí que la he
    hecho inalcanzable antes de su muerte. La incitación al incendio ha
    sido mía, pero no será mi victoria: esta pertenece ahora al pueblo, al
    sacerdote, a los guardias. Porque vosotros, infelices, esconder no
    podéis que de mi infortunio por fin viviréis.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 19 Abr 2024, 21:33

    ***

    Ángeles invisibles: El sabor previo de la terrible armonía.
    Niño soñoliento: Ella está sonriendo.
    Pueblo: Está sonriendo, está sonriendo y está sonriendo.
    Esposo: Y sus ojos brillan húmedos, como en una gloria…
    Mujer del pueblo: ¿Qué está pasando, por qué esta mujer que va a ser
    quemada ya se convierte en su propia historia?
    Pueblo: ¿A qué sonríe esta mujer?
    Sacerdote: Tal vez piensa que, si estuviera sola, ya sería incendiada.
    Pueblo: ¿A qué sonríe esta mujer?
    Primer y segundo guardias: Al pecado.
    Ángeles invisibles: A la armonía, a la armonía, a la armonía que no tardará.
    Amante: Sonríes inaccesible y la primera cólera me posee. Recuerda que en
    la alcoba donde te conocí era diferente tu sonrisa y el brillo de tus ojos
    tus únicas lágrimas. ¿Por qué extraña gracia el pecado abyecto te ha
    transfigurado en esta mujer que sonríe llena de silencio?
    Esposo: Ira impotente: aquí está, sonriendo, aún más ausente de mí que
    cuando era de otro. ¿Por qué me ha escuchado este pueblo más de lo
    que mis palabras querían ser escuchadas? Ah, mecanismo cruel que he
    desencadenado con mis lamentos de herido. Pues he aquí que la he
    hecho inalcanzable antes de su muerte. La incitación al incendio ha
    sido mía, pero no será mi victoria: esta pertenece ahora al pueblo, al
    sacerdote, a los guardias. Porque vosotros, infelices, esconder no
    podéis que de mi infortunio por fin viviréis.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 21 Abr 2024, 12:33

    ***

    Amante: Sonríes porque me usaste para ser, todavía viva, por el fuego
    ardida.
    Esposo: Escúchame una vez más, mujer… (Qué extraño, quizá ella me
    escuche, pero soy yo quien ya no encuentra las antiguas palabras. Duda
    que ya no tiene fronteras: ¿cuándo he sido yo y cuándo no lo he sido?
    Era yo quien la amaba, pero ¿quién es el que está siendo vengado?
    Aquel que en mí hasta ahora hablaba se ha callado cuando ha alcanzado
    sus designios. ¿Qué sucede que no reconozco la antigua cara de mi
    amor? Quizá ella me oiga, pero hablar ha terminado para mí).
    Ángeles invisibles: Retira las manos de tu rostro, esposo. Aquel que fuiste
    ya ha cesado. Al abrirse, la cortina ha revelado que eres el ínfimo,
    ínfimo, ínfimo engranaje de la terrible, terrible armonía.
    Amante: Pensé que había vivido, pero era ella quien me vivía, he sido
    vivido.
    Esposo: ¿Cómo reconocerte si sonríes santificada? ¿Estos brazos castos no
    son los brazos que engañosos me abrazaban? ¿Y estos cabellos son los
    mismos que yo deshacía? Parad, quien os habla es el mismo que os ha
    incitado. Porque veo un error y veo un crimen, una confusión
    monstruosa: pecó con un cuerpo e incendian otro.
    Sacerdote: Pero «Señor, sois siempre el mismo».
    Primer guardia: Todos se lamentan cuando ya es tarde para lamentarse, y
    disienten por disentir, cuando bien saben que han venido aquí a matar.
    Segundo guardia: He aquí por fin llegado el momento que nos dará el
    sabor de la guerra.
    Sacerdote: He aquí llegado el momento en que, por la gracia del Señor,
    pecaré con la pecadora, arderé con la pecadora, y en los infiernos
    adonde con ella descenderé, por Tu nombre me salvaré.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 21 Abr 2024, 12:34

    ***


    Ángeles invisibles: He aquí llegado el momento. Ya sentimos una dificultad
    de aurora. Estamos en el umbral de nuestra primera forma. Debe de ser
    bueno nacer.
    Pueblo: Que hable la que va a morir.
    Sacerdote: Dejadla. Temo de esta mujer que es nuestra una palabra que sea
    suya.
    Pueblo: Que hable la que va a morir.
    Amante: Dejadla. No veis que está tan sola.
    Pueblo: Que hable, que hable y que hable.
    Ángeles invisibles: Que no hable… que no hable… ya casi no la
    necesitamos.
    Pueblo: Que hable, que hable y que etcétera. Sacerdote: Tomad su muerte
    como palabra.
    Pueblo: No comprendemos, no comprendemos y no comprendemos.
    Primer y segundo guardias: Apartaos, porque el fuego se puede extender y
    a través de vuestra ropa toda la ciudad arder.
    Pueblo: Este fuego ya era nuestro, y la ciudad entera arde.
    Primer y segundo guardias: Aquí está el primer resplandor. Viva nuestro
    Rey.
    Pueblo: Marcada por la Salamandra.
    Primer y segundo guardias: Marcada por la Salamandra…
    Ángeles invisibles: Marcada por la Salamandra…
    Primer y segundo guardias: Mirad la gran luz. Viva nuestro Rey.


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    Mensaje por Maria Lua Mar 23 Abr 2024, 13:36

    **

    Pueblo: Pues entonces hurra, hurra y hurra.
    Ángeles invisibles: Ah…
    Sacerdote: Ave María, ¿hasta dónde descenderé?, «aunque nada deba
    censurarme, eso no basta para justificarme», «Señor, liberadme de mi
    necesidad», orad, orad…
    Ángeles invisibles:… estremeceos, estremeceos, una plaga de ángeles ya
    oscurece el horizonte…
    Amante: Ay de mí que no soy quemado. Estoy bajo el signo del mismo
    destino pero mi tragedia no arderá jamás.
    Ángeles que nacen: Qué bueno es nacer. Mira qué dulce tierra, qué suave y
    perfecta armonía… De lo que se cumple nosotros nacemos. En las
    esferas donde nos posábamos era fácil no vivir y ser la sombra libre de
    un niño. Pero en esta tierra donde hay mar y espumas, y fuego, y
    humo, existe una ley que está antes de la ley y que da forma a la forma.
    Qué fácil era ser ángel. Pero en esta noche de fuego, qué deseo furioso,
    perturbado y avergonzado de ser niño y niña.
    Esposo: Ella pecó con un cuerpo e incendian otro. Fui herido en un alma y
    me han vengado en otra.
    Pueblo: Qué bello color de trigo tiene la carne quemada.
    Sacerdote: Pero ni su color es ya suyo. Es el de Llama. Ah, cómo arde la
    purificación. Por fin sufro.
    Pueblo: No comprendemos, no comprendemos y tenemos hambre de
    carne asada.
    Esposo: ¡Con mi manto todavía podría apagar el fuego de tus ropas!
    Amante: Ni su muerte comprende aquel que compartió conmigo a aquella
    que no fue de nadie.
    Sacerdote: Cómo sufro. Pero «no resiste hasta la sangre».




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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA) - Página 24 Empty Re: CLARICE LISPECTOR II ( ESCRITORA BRASILEÑA)

    Mensaje por Maria Lua Mar 23 Abr 2024, 13:37

    ***
    Esposo: Si con mi manto yo apagase tus ropas…
    Amante: Podrías, sí. Pero comprende: ¿tendría tu manto la fuerza de
    esparcir por una larga vida el puro fuego de un instante?
    Sacerdote: Hela ahí, la que será ceniza y polvo. Ah, «sois verdaderamente
    un Dios oculto».
    Primer guardia: Os lo digo: arde más deprisa que un pagano.
    Sacerdote: «El mundo pasa y su concupiscencia con él».
    Segundo guardia: Os lo digo, es tanta la humareda que apenas veo el
    cuerpo.
    Esposo: Apenas veo el cuerpo del que fui.
    Sacerdote: Alabado sea el Nombre del Señor, «Vuestra gracia me basta»,
    «te aconsejo que para enriquecerte me compres oro probado en el
    fuego», ha sido dicho en el Apocalipsis, alabado sea el Nombre del
    Señor.
    Pueblo: Pues amén, amén y amén.
    Sacerdote: «Ella hizo sus delicias de la esclavitud de los sentidos».
    Esposo: No pasaba de ser una mujer vulgar, vulgar, vulgar.
    Amante: Ah, era tan dulce y vulgar. Eras tan mía y vulgar.
    Sacerdote: Yo sufro.
    Amante: Para mí y para ella ha empezado lo que ha de ser para siempre.
    Los ángeles nacidos: ¡Buenos días!
    Sacerdote: «Esperando que el día de la eterna claridad se yerga y que las
    sombras de los símbolos se disipen».




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    Mensaje por Maria Lua Mar 23 Abr 2024, 13:38

    ***

    Primer y segundo guardias: Todos hablan y nadie escucha.
    Sacerdote: Es una confusión melodiosa: ya oigo a los ángeles de los que
    mueren.
    Los ángeles nacidos: Buenos días, buenos días y buenos días. Y ya no
    comprendemos, no comprendemos y no comprendemos.
    Esposo: Maldita seas si crees que de mí te libraste y que de ti me libré. Bajo
    el peso de la atracción brutal, no saldrás de mi órbita y yo no saldré de
    la tuya, y con náuseas giraremos, hasta que sobrepasarás mi órbita y yo
    sobrepasaré la tuya, y en un odio sobrehumano seremos uno solo.
    Sacerdote: La belleza de una noche sin pasión. Qué abundancia, qué
    consuelo. «Él hizo grandes e incomprensibles obras».
    Primer y segundo guardias: Exactamente como en la guerra, quemando el
    mal no es el bien lo que queda…
    Los ángeles nacidos:… hemos nacido.
    Pueblo: No comprendemos y no comprendemos.
    Esposo: Regresaré ahora a la casa de la muerta. Porque allí está mi antigua
    esposa esperándome en sus collares vacíos.
    Sacerdote: El silencio de una muerte sin pecado… Qué claridad, qué
    armonía.
    Niño soñoliento: Madre, ¿qué ha pasado?
    Los ángeles nacidos: Madre, ¿qué ha pasado?
    Mujeres del pueblo: Hijos míos, ha sido así: etcétera, etcétera y etcétera.
    Personaje del pueblo: Perdonadlos, creen en la fatalidad y por eso son
    fatales.


    FIN



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    Mensaje por Maria Lua Jue 25 Abr 2024, 20:19

    Perfil de los seres elegidos



    Era un ser que elegía. Entre las mil cosas que podría haber sido se había ido
    eligiendo. En un trabajo para el que usaba gafas, vislumbrando lo que podía
    y palpando con las manos húmedas lo que no veía, el ser fue eligiendo y
    por eso indirectamente se elegía. Poco a poco se había juntado para ser.
    Separaba, separaba. En relativa libertad, si se descontaba el furtivo
    determinismo que había actuado discretamente sin darse un nombre.
    Descontado ese furtivo determinismo, el ser se elegía libre. Lo guiaba el
    deseo de descubrir su propio determinismo y de seguirlo sin esfuerzo,
    porque la línea verdadera es muy borrosa, las otras son más visibles.
    Separaba, separaba. Separaba la cizaña del trigo y lo mejor, lo mejor el ser
    se lo comía. A veces se comía lo peor. Separaba peligros del gran peligro, y
    el ser, aunque con miedo, se quedaba con el gran peligro. Solo para sopesar
    con miedo el peso de las cosas. Apartaba de sí las verdades menores que
    acabó por no conocer. Quería las verdades difíciles de soportar. Al ignorar
    las verdades menores el ser parecía rodeado de misterio; al ser ignorante
    era un ser misterioso. Se había vuelto también un sabio ignorante, un sabio
    ingenuo, un olvidadizo que sabía muy bien, un astuto honesto, un
    pensativo distraído, un nostálgico de lo que había dejado de saber, un
    melancólico por lo que había perdido definitivamente, y un valiente
    porque ya era demasiado tarde. Todo eso, contradictoriamente, dio al ser
    una sana alegría de campesino que solo trata con lo básico, aunque no sepa
    cuál es la película del cine. Y todo esto le dio la austeridad involuntaria que
    todo trabajo vital da. Elección y acumulación no tenían hora exacta de
    comienzo y fin, duraban el tiempo de la vida.

    Todo eso, contradictoriamente, fue dando al ser la alegría profunda que
    necesita manifestarse, exponerse y comunicarse. En esa comunicación el
    ser era ayudado por su don innato de apreciar. Y eso ni lo había acumulado
    ni elegido, era realmente un don. Le gustaba la profunda alegría de los
    otros, como un don innato descubría la alegría de los otros. Por su don era
    también capaz de descubrir la soledad que los demás tenían en relación con
    su propia alegría más profunda. El ser, también por su don, sabía jugar. Y
    por nacimiento sabía qué gestos, sin herir con el escándalo, transmitían el
    aprecio que sentía por los demás. Sin ni siquiera sentir que usaba su don, el
    ser se manifestaba; daba, sin comprender cuando daba; amaba, sin
    comprender que a eso le llamaban amor. El don, en realidad, era como la
    falta de camisa del hombre feliz: como el ser era muy pobre y no tenía
    nada que dar, el ser se daba. Se daba en silencio y daba lo que había
    acumulado en sí mismo, como quien llama a los demás para que lo vean
    también. Todo eso con discreción, porque se trataba de un ser tímido.
    También con discreción el ser veía en los demás lo que los demás habían
    reunido de sí mismos; el ser sabía lo difícil que era descubrir la línea
    borrosa del propio destino, lo difícil que era no perderla de vista, cubrirla
    con el lápiz, equivocándose, borrando, acertando.





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 27 Abr 2024, 09:21

    ***


    Así fue como el equívoco empezó a rodear al ser. Los demás creyeron
    de un modo casi simplista que estaban viendo una realidad inmóvil y fija, y
    miraban al ser como se mira un retrato. Un retrato muy rico. No
    comprendieron que, para el ser, haber acumulado había sido un trabajo de
    despojamiento y no de riqueza. Y, por ese equívoco, el ser fue elegido. Por
    equívoco el ser era amado. Pero sentirse amado sería reconocerse a sí
    mismo en el amor. Y aquel ser era amado como si fuese otro ser: como si
    fuese un ser elegido. El ser vertió las lágrimas de una estatua que por la
    noche llora sin moverse sobre su caballo de mármol. Falsamente amado, al
    ser le dolía todo. Pero quien lo había elegido no le daba la mano para bajar
    del caballo de dura plata, ni quería subir al caballo de pesado oro. El dolor
    del ser rompiéndose solo en la plaza era un dolor de piedra. Mientras tanto
    los seres que lo habían elegido dormían. ¿De miedo? Pero dormían. Nunca
    la oscuridad fue mayor en la plaza. Hasta que amaneció. El ritmo de la
    tierra era tan generoso que amanecía. Pero de noche, cuando llegaba la
    noche, de nuevo oscurecía. La plaza crecía de nuevo. Y de nuevo los que lo
    habían elegido dormían. De miedo, tal vez, pero dormían. ¿Tenían miedo
    porque pensaban que tendrían que ir a vivir a la plaza? No sabían que la
    plaza solo había sido el lugar de trabajo del ser. Pero que para andar él no
    quería una plaza. Los que dormían no sabían que la plaza había sido la
    guerra para el ser elegido, y que la guerra había pretendido exactamente
    conquistar el lado exterior de la plaza. Pensaban, los que dormían, que el
    ser elegido, fuese a donde fuese, abriría una plaza como quien desenrolla
    un lienzo para pintar. No sabían que el lienzo, para el ser elegido, solo
    había sido la manera de calcular en un mapa el mundo al que el ser elegido
    quería ir. El ser se había preparado durante toda su vida para ser apto en el
    lado exterior de la plaza. Es verdad que el ser, al sentirse así preparado
    Página 281
    como quien se ha bañado en aceites y perfumes, había visto que no le había
    quedado tiempo para aprender a sonreír. Pero es verdad que eso no había
    molestado al ser, porque era al mismo tiempo su gran expectativa: el ser
    había dejado toda una tierra que le sería dada por quien se la quisiese dar.
    El cálculo del sueño del ser había sido dejarse incompleto a propósito.
    Pero algo había fallado. Cuando el ser se veía en el retrato que los otros
    habían hecho, se asombraba humilde ante lo que los otros habían hecho de
    él. Habían hecho de él nada más y nada menos que un ser elegido; es decir,
    lo habían sitiado. ¿Cómo deshacer el equívoco? Por simplificación y
    economía de tiempo habían fotografiado al ser. Y ahora no se referían al
    ser, se referían a la fotografía. Bastaba además con abrir el cajón para sacar
    el retrato. Cualquiera, además, conseguía una copia. Era barata.
    Cuando decían al ser: te amo (pero ¿y yo?, ¿y yo?, ¿por qué no a mí
    también?, ¿por qué solo a mi retrato?), el ser se perturbaba porque ni
    siquiera podía dar las gracias: no tenía nada que agradecer. Y no protestaba,
    porque sabía que los otros no se equivocaban por maldad, los otros se
    habían entregado a una fotografía, y las personas no juegan: tienen mucho
    que perder. Y no podían arriesgarse: sería la fotografía o nada. El ser, por
    una cuestión de bondad, intentaba a veces imitar a la fotografía para dar
    valor a lo que los otros tenían, es decir, la fotografía. Pero no conseguía
    mantenerse a la altura simplificada del retrato. Y a veces se confundía todo:
    no aprendía a copiar el retrato y se había olvidado de cómo era cuando no
    había retrato. De manera que, como se dice del payaso que ríe, el ser a
    veces lloraba bajo su encalada pintura de bufón de corte.
    Entonces el ser elegido intentó un trabajo subterráneo de destrucción
    del retrato. Hacía o decía cosas tan contrarias a la fotografía que esta se
    erizaba en el cajón. Con la esperanza de volverse más actual que su propia
    imagen y de que esta tuviese que ser sustituida por menos: por el propio
    ser. Pero ¿qué pasó? Pasó que todo lo que el ser hacía solo conseguía
    retocar el retrato. El ser se había convertido en un mero contribuyente. Y
    un contribuyente fatal: ya no importaba lo que el contribuyente diese, ya
    no importaba que el contribuyente no diese; todo, incluso morir, adornaba
    la fotografía.
    Y así siguió. Hasta que, profundamente desilusionado en sus más
    ingenuas aspiraciones, el ser elegido moría como se muere. Acabó por
    intentar bajar con gran esfuerzo del caballo de piedra, sufrió varias caídas,
    pero al final aprendió a pasear solo. Y, como se suele decir, nunca la tierra
    le pareció tan bella. Reconoció que aquella era exactamente la tierra para la
    que se había preparado: no se había equivocado, pues, el mapa del tesoro
    tenía las instrucciones correctas. Paseando, el ser tocaba todas las cosas,
    con una sonrisa. El ser había aprendido a sonreír. Un buen día…




    fin



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    Mensaje por Maria Lua Lun 29 Abr 2024, 09:56

    Discurso de inauguración




    … el futuro que estamos inaugurando aquí es un hilo metálico. Es algo que
    es destituido a propósito. De todo lo que hemos vivido solo quedará este
    hilo. Es el resultado del cálculo matemático de la inseguridad: cuanto más
    depurado, menos riesgo correrá; el hilo metálico no corre el riesgo del hilo
    de carne. El hilo metálico no será pasto de los buitres. Nuestro hilo
    metálico no puede pudrirse. Es un hilo que se asegura eterno. Nosotros,
    los que aquí estamos en este momento, lo iniciamos con el propósito de
    que sea eterno. Queremos un hilo metálico porque del principio al final es
    del mismo metal. No sabemos con seguridad si ese hilo será lo bastante
    fuerte para salvar pero es suficientemente fuerte para durar. Para durar por
    sí solo, como creación nuestra. Todavía no se ha descubierto si el hilo se
    doblará bajo el peso de la primera alma que se cuelgue de él, como sobre
    los abismos del Infierno.
    ¿Cómo es ese hilo? Es escurridizo y cilíndrico. Y así como un pelo,
    aunque sea tan fino, tiene en su interior espacio para ser hueco, así este
    hilo nuestro está vacío. Está desierto por dentro. Pero nosotros, los que
    estamos aquí, tenemos un gusto y una nostalgia del desierto como si ya
    hubiésemos sido decepcionados por la sangre. Lo dejaremos hueco para
    que el futuro lo llene. Nosotros, que por vitalidad podríamos haberlo
    llenado de nosotros, nos abstenemos. Así vosotros veréis nuestra
    supervivencia, pero sin nosotros: nuestra misión es una misión suicida. El
    hilo metálico eterno, producto de todos los que aquí estamos reunidos en
    este momento, ese hilo metálico eterno es nuestro crimen contra hoy y
    también nuestro más puro esfuerzo. Nosotros lo lanzamos al espacio, lo
    lanzamos desde nuestro cordón umbilical, y el lanzamiento es para la
    eternidad. La intención oculta es que, al arrojarlo, también nuestro cuerpo
    sea arrancado del suelo de hoy y se lance al espacio. Esta es nuestra
    esperanza, esta es nuestra paciencia. Este es nuestro cálculo de eternidad.
    La misión es suicida: nos presentamos voluntarios para el futuro. Somos
    hombres de negocios que no necesitan dinero, sino la posteridad. Lo que
    nos hemos llevado del presente no ha desgastado de ninguna manera la
    eternidad.



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