Ya oí al Sveglia, por teléfono, dar la alarma. Es como en el interior de
las personas: uno se despierta de dentro hacia fuera. Parece que su
electrónico-Dios se comunica con nuestro cerebro electrónico-Dios: el
sonido es suave, sin la menor estridencia. Sveglia marcha como un caballo
blanco suelto y sin silla.
Yo supe de un hombre que poseía un Sveglia y a quien le dio un
acontecimiento Sveglia. Él caminaba con el hijo de diez años, de noche, y
el hijo dijo: Cuidado, papá, hay macumba
[19] ahí. El padre retrocedió (¿no
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sería que pisó de lleno en la vela encendida, apagándola?). No pareció
haber ocurrido nada, lo que también es mucho de Sveglia. El hombre se fue
a dormir. Cuando despertó vio que uno de sus pies estaba hinchado y
negro. Llamó a los amigos médicos, que no vieron ninguna señal de herida:
el pie estaba intacto, solo negro y muy hinchado, de aquella inflamación
que deja la piel toda estirada. Los médicos llamaron a otros colegas. Y
nueve médicos decidieron que era gangrena. Tenían que amputar el pie. Lo
determinaron para el día siguiente, a una hora exacta. El hombre se
durmió.
Y tuvo un sueño terrible. Un caballo blanco quería agredirlo y él huía
como un loco. Todo eso pasaba en el Campo de Santana. El caballo blanco
era lindo y enjaezado con plata. Pero no tuvo habilidad. El caballo le
golpeó el pie, pisándolo. En ese momento, el hombre despertó gritando.
Pensaron que estaba nervioso, le explicaron que eso sucedía cuando se
estaba cerca de una operación, le dieron un sedante, se durmió otra vez.
Cuando despertó, miró inmediatamente hacia el pie. Gran sorpresa: el pie
estaba blanco y del tamaño normal. Vinieron los nueve médicos y no lo
supieron explicar. Ellos no conocían el enigma del Sveglia contra el cual
solo un caballo blanco puede luchar. No había motivo para hacer la
operación. Solo que no podía apoyarse en ese pie: flaqueaba. Era la marca
del caballo de arreos de plata, de la vela apagada, del Sveglia. Pero Sveglia
quiso triunfar y ocurrió una cosa. La esposa de ese hombre, en perfecto
estado de salud, en la mesa del comedor, empezó a sentir fuertes dolores
en los intestinos. Interrumpió la cena y se fue a acostar a la cama. El
marido, preocupadísimo, fue a verla. Estaba blanca, exangüe. Le tomó el
pulso: no tenía. La única señal de vida era que su frente se perlaba de
sudor. Llamaron al médico, quien dijo que podía ser un caso de catalepsia.
El marido no se conformó. Le descubrió el vientre e hizo sobre él
movimientos simples, como él mismo los había hecho cuando el Sveglia se
había parado, movimientos que no sabía explicar.
cont
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