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Adolfo García Ortega (Valladolid, 22 de mayo de 1958) es un escritor y traductor español.
Biografía
Nació en Valladolid en 1958, instalado en Madrid desde 1975, donde trabajó en diversos empleos, tales como fontanero, carpintero y empleado del servicio de Correos, a la vez que estudiaba las carreras de Filología Hispánica y Filología Francesa. El conocimiento de la lengua francesa le permitió trabajar como traductor literario de este idioma, actividad que siempre ha compaginado con su labor como escritor. Durante los años 80 se dedicó fundamentalmente al periodismo cultural y a la crítica literaria, especialmente en los periódicos El País, La Vanguardia y Diario 16, así como en muchas revistas culturales.
Entre los años 1988 y 1995 fue asesor en el Ministerio de Cultura, formando parte del gabinete de los sucesivos ministros Javier Solana, Jorge Semprún y Jordi Solé Tura. De 1995 a 2000 fue editor en El País-Aguilar, de donde salió en el año 2000 para dirigir las riendas de la editorial Seix Barral, de la que fue director hasta el año 2007. Desde entonces trabaja en el área editorial del Grupo Planeta, en funciones de asesoramiento. Es firma habitual en algunos periódicos nacionales.
En su faceta de traductor del francés y del catalán, ha traducido a autores como Valery Larbaud, Roland Barthes, Blaise Cendrars, Isabelle Eberhardt, Denis Diderot, Colette, Claude Lanzmann, Raymond Queneau, Laurent Binet, Jean-Luc Seigle, Jean-Paul Didierlaurent, Yasmina Reza, Alain Finkielkraut, Françoise Frenkel, Georges Perec y Nina Bouraoui; también a los poetas catalanes Álex Susanna y Miquel Martí i Pol.
Ha llevado a cabo una amplia selección de textos de Hannah Arendt, publicada con el título de El valor de pensar (Paidós, 2021).
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Garc%C3%ADa_Ortega )
*
Algunos poemas de Adolfo García Ortega:
De Esta labor digital (1983):
RÁVENA, UN RECUERDO
Per un po´ díronia si perde tutto
SALVATORE QUASIMODO
En la otra mesa,
dos mujeres con belleza bífida.
Nada en realidad,
una perfecta mezcla de sitios.
Charlan surcadas de pasado
en distintos cansancios
y comen con ardor y fantasía
unos marrons glacés.
Junto a ellas,
un movimiento de saludo,
inmoral,
se lanza.
Creo reconocer la mano amiga,
mas soy yo mismo quien roza
los arrebatos eróticos
que sus muslos despiertan.
Sin duda,
acabaré mencionando mi nombre
a dos mueres cuarentonas,
aunque esté ahí,
en Rávena, por fin, tenazmente
sujeto a la ginebra.
De La mirada que dura (1986):
MEJORES AÑOS
Creer que no han llegado
los mejores años es buena costumbre.
Los amigos entonces
vienen, bebemos, nos reímos
de cuanta cordura hubiera,
y amarte en esta lentitud
se hace la mayor de las dichas.
Parece un tiempo ocioso,
casi oficio de paseo. Y aún
los mejores años no han llegado
todavía. En su día
brindaremos por su ausencia.+
De Oscuras razones (1988):
FIN DEL VERANO
La imagen desmedida del cielo
y el fulgor de las ventanas
se confunden en Toulouse, como un baile,
cuando el verano termina.
Apaciguarte deseas
con los rastros del verano,
un día de lluvia en la Place des Carmes,
repitiendo, exaltado de vivir,
ese tiempo de nadie
que se extingue sordo y lento.
Fin del verano,
sigilo de un bosque frío
en alma de ciudad te entrega
al sereno ejercicio de la meditación.
AMORES DE VIAJE
Por la luz oscura de la muerte hoy pasáis,
indefensos, crueles amores de viaje,
sembrando las postales de esa distancia sepia
que es el tono del olvido. No os retengo
sino tan lentamente, que parece inmóvil
la emoción de hallaros en un tiempo sumido
que no existe, igual que el eco de aquel tacto
en nuestro cielo, ardido y callado cielo
de silencio.
.................Como la muerte sois, dejada atrás
desconocida y única, soledad de un roto
hechizo a cuya sombra el color de lo pasado
nos previene.
.................Pero aunque fuera así, prendidos
del soñar que nada pasa en vano, por los hoteles
y camas y pasillos y plazas de un lugar monótono,
allí encerrada, como una música, permanece
la dicha fiel a nuestro cielo, la dicha inerme
de ser dos en tránsito y desesperados.
Por la luz oscura de la muerte hoy pasáis
hacia el invierno, importantes solo en la memoria
de quien sabe que no hay nada, absolutamente nada
que hacer.
De Los hoteles (1993):
LAS COLUMNAS
Las columnas, los espejos, las palmeras.
¡Qué frágil mentira!
El yeso de las columnas coronadas
por capiteles falsamente dorados,
los bordes sin azogue de los espejos
dibujando formas de agua,
el polvo sobre las hojas de papel
de las palmeras.
..........................Impreciso
como un turbio rencor que renace,
como una venganza,
este tono ocre en este viejo salón
que ya ha muerto,
la solemne impotencia de los gastados
telones teatrales.
MAÑANA DE VERLAINE
¿Y qué haces, maldita
luz de la mañana,
por qué acosas mi sueño
hasta enredarlo con la clara
ceguera que me opones?
No bien despierto y ya
tu matinal aviso
me llega desde la ventana,
anunciando consigo
lo que no quiero que pase.
Y así por horas insistes,
prevalece tu cénit
más que el amor en la noche
huyendo de mí, débil;
¿qué buscas en mi lecho?
Sabes que no te soy dulce,
que ningún pacto cabe
entre tu albor y mi oscura
morada, y a desarmarme
vienes a escondidas.
Si he de irme será a tiempo
de que otro día surja;
te echaré impávido
mientras haya luna;
no volverás a ver mi sombra.
EL DOBLE
A Valentín Zapatero
Sí, yo persigo a ese doble
que habita mi casa gastando mis horas,
que me seduce y divide con astucia.
Sí, lo persigo para librarme
de la misma y confusa identidad.
No alcanzo a entender
qué palabras nos unen.
¿Será el lazo del secreto
de habernos contemplado muchas veces
en esa miseria humana
comprada con bajezas
cuando apenas toleramos ser reales?
Me engaña acudiendo a mí
con voz meliflua,
y me doy sin pensar a sus mentiras,
acepto su trampa de atrasadas cuentas
con algo de piedad, y no me duele
llevarlo hasta mi cama
en tantas ocasiones.
¡Qué débil siervo soy al fin y al cabo!
Aunque vivimos, en realidad, mundos aparte
-más difícil el suyo, ya lo sé-
huyéndonos como enemigos temerosos.
No podemos encontrarnos muy a menudo
y eso nos salva de reducirnos
a una réplica
de mala vida contagiosa.
De Travesía (2000):
LOS OASIS
Anhela los oasis
quien inicia un viaje feliz
y se pierde luego, quemado por el sol,
abandonado en infinitas dunas sin caminos.
Esos vergeles en mitad de arenas secas
y áridos pedregales
son para el viajero un regalo
de hierba y gargantas húmedas.
No siempre hay oasis.
El instinto los busca frenéticamente,
desesperadamente, como acuciado
por la idea cierta de morir
en parajes inhóspitos.
Pero no siempre se encuentran los oasis.
Muchas veces sólo el azar
permite a los viajeros, cuando el frío
hiela su sangre en la noche,
llegar a ellos, gozar de sus palmeras
acogedoras, más acogedoras que todo el amor,
más cálidas que toda la memoria.
EL HIPOPÓTAMO
El hipopótamo enorme de barriga redonda
y patas enanas como troncos cortados por un hacha
dormita bajo el sol a la orilla del gran río Congo.
No es su enormidad lo que fascina al hombre
-aunque también le fascine su tamaño inaudito-
sino cuán ligero nada por los sucios caudales,
por los lagos cubiertos de aves zancudas a miles,
y hasta, se dice, por los embarrados charcos
donde reinan serpientes obscenas y batracios deformes.
Duerme como los gatos, atentas sus orejas reducidas
a todo cuanto roza el aire, y al igual que los gatos sueña.
Pero su bostezo espanta a los monos y a las grullas.
Nunca ve muy lejos; el pótamo viaja poco, o no viaja.
Sabe sus limitaciones: las frutas de los árboles más altos
y los bocados sabrosos de la pradera no son para él.
Pace en la mugre sin pudor, se revuelca cilíndrico
y sin asco sobre las miasmas pútridas del lodazal;
su costra impenetrable es más poética que la del puerco.
Una vez vi un hipo reventado por sus muchos años,
y en su jeta de cadáver aún vivían cientos de parásitos
que, furiosos, no se resignaban a abandonar "su mundo".
1938 (DIVERTIMENTO TRÁGICO)
Era mucho lo que debía
a la fortuna. Su belleza,
por ejemplo.
Y su pericia con los filos,
en riñas malas de truhanes,
sin tropiezos.
Naipes, placeres, noches, vino:
en todo arte de mala vida
era diestro.
Mas nunca dio su amor a nadie
-aunque pagaran- sin deseo
de por medio.
Pero, ¡ay!, aquel día, último
de la batalla, en el treinta y ocho,
ese cuerpo
entre otros cuerpos destrozados,
tenía el amarillo lívido
de los muertos.
Y sin belleza ni fortuna,
desvaídas en maquillaje
tan severo,
yacía perdido en el barro,
ovillado como uno más
de los nuestros.
CARTAS
Escribes cartas desde este hotel
sucio, de paredes sucias,
de olor sucio,
de una ciudad conocida y gris
de Alemania llamada Wuppertal.
Escribes cartas que son un velo
de mentira, pequeños engaños,
audacia de otro ser
metido en ti, más o menos parecido
al de los sueños ideales, a la sombra
del hombre que vive en un hotel de Alemania
en una ciudad llamada Wuppertal
y que ha robado tu nombre,
tu identidad, el color de tu piel,
el permiso que te dieron
para trabajar en este país de Europa
lleno de ventajas bancarias
y de buenas expectativas.
Escribes cartas... Tu madre vieja
no te recuerda, tu patria
es la nostalgia de sus manos.
Tu corazón, un árbol olvidado
que talan furtivamente o un río
al que ha cubierto el hielo.
Tu nombre nadie lo puede pronunciar.
ATENAS II
Esa música que asciende
por el balcón, desde los mercados,
es tiniebla blanquísima,
como la luz del cielo tras las sábanas
vista por los amantes al despertar,
y me persigue todo el día
por las calles de la dulce Atenas.
Es la canción de un horizonte,
de unas leyendas, esa música
que sube hasta mí desde los puestos
con fruta y cueros y figuras delicadas
de cerámica de Delfos.
Se alza sigilosa hacia mis oídos
y enfebrece como el amor.
Al vuelo de sus notas
me adormezco y dejo que suene
dentro de mí como el inicio
de una vida nueva que se abre.
EL CIERVO
El ciervo, al igual que el oso,
no mira hacia atrás en su camino:
puede asestar certeros golpes
y cornear a las zorras y a otros ciervos
sin temer su emboscada.
La figura del ciervo s legendaria.
En piedras la han grabado en lo hondo
de grutas y cavernas, y siempre se ha tenido
por bello y noble su porte.
Pero todo eso no es más que una mentira.
El ciervo es zafio y vanidoso.
Su voz es pastosa, y su gruñido rondo.
Del árbol de pues de sus cuernos
se lamenta a solas, lloriqueando al cielo.
Sabe que se delata así a los cazadores.
Cualquier ruido lo aterra, y es torpe,
resbala fácilmente con la lluvia;
para él no hay bosque lo bastante frondoso:
en todo lugar se sabe vulnerable.
Sus cuernos se lucen como trofeos.
La cabeza del ciervo es muy apreciada
por los taxidermistas. Seca bien,
y se vacía sin que sea ingrata labor.
El ciervo, por costumbre, teme este final indigno:
acabar petrificado en un museo.
Los ciervos jóvenes son tan vigorosos como fatuos,
pero no hay nada más triste
que el trotar ridículo de un ciervo viejo:
todo en él es decrepitud,
sinónimo de muerte y ojos de vidrio.
ROMA DICHA POR PASOLINI
Almas de leopardo viven en Roma,
vienen de las afueras, de los barrios
periféricos recién asfaltados
en los que todavía hay desolación y escombros,
y a veces se ve a tiernas cabirias
hablándole a sus sueños; vienen
bajo la forma árida, bella, musculosa,
de seres humanos jóvenes, cuyo olor impregna
densamente los deseos con una violenta excitación;
cuerpos que invitan a la dulzura, recios
como nervios crispados, secos como cañas,
elásticos como luchadores latinos;
amables cuerpos de muchachos, suaves al tacto
de una mano áspera, pero también rudos
como la vida, impuros y desleales;
muchachos que esperan a la salida de un cine,
un cine que quizá sea el Magno o el Tivoli,
o que se dan cita en las terrazas tabernarias,
allá por las colinas desnudas
desde las que se divisa toda Roma a lo lejos
hecha una mancha grisácea, un hongo podrido;
o también, en el Trastévere, en los jardines
negros, cuando atardece y la voz de la noche
se aviva y expulsa con la mueca de los grillos
a los viajantes del Norte, a los milaneses
que han pagado baratos favores
entre las matas sucias y los parterres salvajes;
cuando atardece y la noche acoge los susurros
de los muchachos más bellos, que se apoderan
de las sombras y se aman en la penumbra
bajo los arcos de alguna torre milenaria
o de una ruina de acueducto cubierta de verdín,
rugiendo en el aire sus voces de fiera;
cuando atardece y se aman frente al rojizo
crepúsculo de Roma, ocaso meridional, de tristísimo
color como encendidos labios entregados;
¡ah, los muchachos que vienen y buscan
latidos de amor en las calles de Roma,
en las calles inmortales de Roma!
DE MADRUGADA, EN LAS CALLES
Recordarán la calle y el lugar exacto.
Ya de madrugada, el sabor de sus bocas, la piel,
las palabras pronunciadas y la inestable
luz ámbar parpadeando en los semáforos
arrasaron su país,
lo calcinaron,
cayeron las fronteras.
Por toda compañía, un borracho salido de un portal
y el cielo era un túnel. Allá, muy cerca,
un taxi esperaba. Cochero de la cuenta atrás,
adivinó sus siluetas, supo que se irían.
Lo que fluye dice adiós,
todo se cambia,
pero sus labios, en ese momento, se buscan a golpes,
habían sido necesarios muchos años
para que se encontraran allí,
junto a ese taxi detenido y a ese cielo como un túnel,
sobre aquella acera transfigurada
en la geografía más solitaria del mundo.
La pasión descubierta es una furiosa identidad
y así las bocas de los dos trataban de arrancar
el ropaje de amor sin futuro
con que a veces se viste el amor.
La pasión, entonces, son cuatro manos sujetas con fuerza
hasta alejar la sangre de los dedos,
la pasión es libre como una voz en el teléfono
a cualquier hora del insomnio.
Esa misma pasión que anuncia escalofríos
en el desván del pensamiento,
y presagia desconsuelo, y exige un cheque de dolor
pagado en blanco al destino.
Lo que deseaban
se decía en el gesto moroso, casi líquido,
que la mujer emprendió al pasar sus dedos
por la boca del hombre,
más desesperados los dos por saber
que la vigilia, la guardia mantenida,
la férrea fortaleza de la razón
iba a ceder el paso a ese cuarto de hora
de locura, fecundo,
en que se deja sentir el miedo
de haberlo perdido todo.
Por esa noche, al fin, fueron felices,
aunque luego nunca más hablen de ello,
allá donde estén,
y se echen de menos el resto del tiempo,
duren lo que duren los años.
ADOLFO GARCÍA ORTEGA, Pienso siempre en aquellos. Antología poética (1983-2000), Diputación de Granada, 2002.
Adolfo García Ortega (Valladolid, 22 de mayo de 1958) es un escritor y traductor español.
Biografía
Nació en Valladolid en 1958, instalado en Madrid desde 1975, donde trabajó en diversos empleos, tales como fontanero, carpintero y empleado del servicio de Correos, a la vez que estudiaba las carreras de Filología Hispánica y Filología Francesa. El conocimiento de la lengua francesa le permitió trabajar como traductor literario de este idioma, actividad que siempre ha compaginado con su labor como escritor. Durante los años 80 se dedicó fundamentalmente al periodismo cultural y a la crítica literaria, especialmente en los periódicos El País, La Vanguardia y Diario 16, así como en muchas revistas culturales.
Entre los años 1988 y 1995 fue asesor en el Ministerio de Cultura, formando parte del gabinete de los sucesivos ministros Javier Solana, Jorge Semprún y Jordi Solé Tura. De 1995 a 2000 fue editor en El País-Aguilar, de donde salió en el año 2000 para dirigir las riendas de la editorial Seix Barral, de la que fue director hasta el año 2007. Desde entonces trabaja en el área editorial del Grupo Planeta, en funciones de asesoramiento. Es firma habitual en algunos periódicos nacionales.
En su faceta de traductor del francés y del catalán, ha traducido a autores como Valery Larbaud, Roland Barthes, Blaise Cendrars, Isabelle Eberhardt, Denis Diderot, Colette, Claude Lanzmann, Raymond Queneau, Laurent Binet, Jean-Luc Seigle, Jean-Paul Didierlaurent, Yasmina Reza, Alain Finkielkraut, Françoise Frenkel, Georges Perec y Nina Bouraoui; también a los poetas catalanes Álex Susanna y Miquel Martí i Pol.
Ha llevado a cabo una amplia selección de textos de Hannah Arendt, publicada con el título de El valor de pensar (Paidós, 2021).
(Sacado de https://es.wikipedia.org/wiki/Adolfo_Garc%C3%ADa_Ortega )
*
Algunos poemas de Adolfo García Ortega:
De Esta labor digital (1983):
RÁVENA, UN RECUERDO
Per un po´ díronia si perde tutto
SALVATORE QUASIMODO
En la otra mesa,
dos mujeres con belleza bífida.
Nada en realidad,
una perfecta mezcla de sitios.
Charlan surcadas de pasado
en distintos cansancios
y comen con ardor y fantasía
unos marrons glacés.
Junto a ellas,
un movimiento de saludo,
inmoral,
se lanza.
Creo reconocer la mano amiga,
mas soy yo mismo quien roza
los arrebatos eróticos
que sus muslos despiertan.
Sin duda,
acabaré mencionando mi nombre
a dos mueres cuarentonas,
aunque esté ahí,
en Rávena, por fin, tenazmente
sujeto a la ginebra.
De La mirada que dura (1986):
MEJORES AÑOS
Creer que no han llegado
los mejores años es buena costumbre.
Los amigos entonces
vienen, bebemos, nos reímos
de cuanta cordura hubiera,
y amarte en esta lentitud
se hace la mayor de las dichas.
Parece un tiempo ocioso,
casi oficio de paseo. Y aún
los mejores años no han llegado
todavía. En su día
brindaremos por su ausencia.+
De Oscuras razones (1988):
FIN DEL VERANO
La imagen desmedida del cielo
y el fulgor de las ventanas
se confunden en Toulouse, como un baile,
cuando el verano termina.
Apaciguarte deseas
con los rastros del verano,
un día de lluvia en la Place des Carmes,
repitiendo, exaltado de vivir,
ese tiempo de nadie
que se extingue sordo y lento.
Fin del verano,
sigilo de un bosque frío
en alma de ciudad te entrega
al sereno ejercicio de la meditación.
AMORES DE VIAJE
Por la luz oscura de la muerte hoy pasáis,
indefensos, crueles amores de viaje,
sembrando las postales de esa distancia sepia
que es el tono del olvido. No os retengo
sino tan lentamente, que parece inmóvil
la emoción de hallaros en un tiempo sumido
que no existe, igual que el eco de aquel tacto
en nuestro cielo, ardido y callado cielo
de silencio.
.................Como la muerte sois, dejada atrás
desconocida y única, soledad de un roto
hechizo a cuya sombra el color de lo pasado
nos previene.
.................Pero aunque fuera así, prendidos
del soñar que nada pasa en vano, por los hoteles
y camas y pasillos y plazas de un lugar monótono,
allí encerrada, como una música, permanece
la dicha fiel a nuestro cielo, la dicha inerme
de ser dos en tránsito y desesperados.
Por la luz oscura de la muerte hoy pasáis
hacia el invierno, importantes solo en la memoria
de quien sabe que no hay nada, absolutamente nada
que hacer.
De Los hoteles (1993):
LAS COLUMNAS
Las columnas, los espejos, las palmeras.
¡Qué frágil mentira!
El yeso de las columnas coronadas
por capiteles falsamente dorados,
los bordes sin azogue de los espejos
dibujando formas de agua,
el polvo sobre las hojas de papel
de las palmeras.
..........................Impreciso
como un turbio rencor que renace,
como una venganza,
este tono ocre en este viejo salón
que ya ha muerto,
la solemne impotencia de los gastados
telones teatrales.
MAÑANA DE VERLAINE
¿Y qué haces, maldita
luz de la mañana,
por qué acosas mi sueño
hasta enredarlo con la clara
ceguera que me opones?
No bien despierto y ya
tu matinal aviso
me llega desde la ventana,
anunciando consigo
lo que no quiero que pase.
Y así por horas insistes,
prevalece tu cénit
más que el amor en la noche
huyendo de mí, débil;
¿qué buscas en mi lecho?
Sabes que no te soy dulce,
que ningún pacto cabe
entre tu albor y mi oscura
morada, y a desarmarme
vienes a escondidas.
Si he de irme será a tiempo
de que otro día surja;
te echaré impávido
mientras haya luna;
no volverás a ver mi sombra.
EL DOBLE
A Valentín Zapatero
Sí, yo persigo a ese doble
que habita mi casa gastando mis horas,
que me seduce y divide con astucia.
Sí, lo persigo para librarme
de la misma y confusa identidad.
No alcanzo a entender
qué palabras nos unen.
¿Será el lazo del secreto
de habernos contemplado muchas veces
en esa miseria humana
comprada con bajezas
cuando apenas toleramos ser reales?
Me engaña acudiendo a mí
con voz meliflua,
y me doy sin pensar a sus mentiras,
acepto su trampa de atrasadas cuentas
con algo de piedad, y no me duele
llevarlo hasta mi cama
en tantas ocasiones.
¡Qué débil siervo soy al fin y al cabo!
Aunque vivimos, en realidad, mundos aparte
-más difícil el suyo, ya lo sé-
huyéndonos como enemigos temerosos.
No podemos encontrarnos muy a menudo
y eso nos salva de reducirnos
a una réplica
de mala vida contagiosa.
De Travesía (2000):
LOS OASIS
Anhela los oasis
quien inicia un viaje feliz
y se pierde luego, quemado por el sol,
abandonado en infinitas dunas sin caminos.
Esos vergeles en mitad de arenas secas
y áridos pedregales
son para el viajero un regalo
de hierba y gargantas húmedas.
No siempre hay oasis.
El instinto los busca frenéticamente,
desesperadamente, como acuciado
por la idea cierta de morir
en parajes inhóspitos.
Pero no siempre se encuentran los oasis.
Muchas veces sólo el azar
permite a los viajeros, cuando el frío
hiela su sangre en la noche,
llegar a ellos, gozar de sus palmeras
acogedoras, más acogedoras que todo el amor,
más cálidas que toda la memoria.
EL HIPOPÓTAMO
El hipopótamo enorme de barriga redonda
y patas enanas como troncos cortados por un hacha
dormita bajo el sol a la orilla del gran río Congo.
No es su enormidad lo que fascina al hombre
-aunque también le fascine su tamaño inaudito-
sino cuán ligero nada por los sucios caudales,
por los lagos cubiertos de aves zancudas a miles,
y hasta, se dice, por los embarrados charcos
donde reinan serpientes obscenas y batracios deformes.
Duerme como los gatos, atentas sus orejas reducidas
a todo cuanto roza el aire, y al igual que los gatos sueña.
Pero su bostezo espanta a los monos y a las grullas.
Nunca ve muy lejos; el pótamo viaja poco, o no viaja.
Sabe sus limitaciones: las frutas de los árboles más altos
y los bocados sabrosos de la pradera no son para él.
Pace en la mugre sin pudor, se revuelca cilíndrico
y sin asco sobre las miasmas pútridas del lodazal;
su costra impenetrable es más poética que la del puerco.
Una vez vi un hipo reventado por sus muchos años,
y en su jeta de cadáver aún vivían cientos de parásitos
que, furiosos, no se resignaban a abandonar "su mundo".
1938 (DIVERTIMENTO TRÁGICO)
Era mucho lo que debía
a la fortuna. Su belleza,
por ejemplo.
Y su pericia con los filos,
en riñas malas de truhanes,
sin tropiezos.
Naipes, placeres, noches, vino:
en todo arte de mala vida
era diestro.
Mas nunca dio su amor a nadie
-aunque pagaran- sin deseo
de por medio.
Pero, ¡ay!, aquel día, último
de la batalla, en el treinta y ocho,
ese cuerpo
entre otros cuerpos destrozados,
tenía el amarillo lívido
de los muertos.
Y sin belleza ni fortuna,
desvaídas en maquillaje
tan severo,
yacía perdido en el barro,
ovillado como uno más
de los nuestros.
CARTAS
Escribes cartas desde este hotel
sucio, de paredes sucias,
de olor sucio,
de una ciudad conocida y gris
de Alemania llamada Wuppertal.
Escribes cartas que son un velo
de mentira, pequeños engaños,
audacia de otro ser
metido en ti, más o menos parecido
al de los sueños ideales, a la sombra
del hombre que vive en un hotel de Alemania
en una ciudad llamada Wuppertal
y que ha robado tu nombre,
tu identidad, el color de tu piel,
el permiso que te dieron
para trabajar en este país de Europa
lleno de ventajas bancarias
y de buenas expectativas.
Escribes cartas... Tu madre vieja
no te recuerda, tu patria
es la nostalgia de sus manos.
Tu corazón, un árbol olvidado
que talan furtivamente o un río
al que ha cubierto el hielo.
Tu nombre nadie lo puede pronunciar.
ATENAS II
Esa música que asciende
por el balcón, desde los mercados,
es tiniebla blanquísima,
como la luz del cielo tras las sábanas
vista por los amantes al despertar,
y me persigue todo el día
por las calles de la dulce Atenas.
Es la canción de un horizonte,
de unas leyendas, esa música
que sube hasta mí desde los puestos
con fruta y cueros y figuras delicadas
de cerámica de Delfos.
Se alza sigilosa hacia mis oídos
y enfebrece como el amor.
Al vuelo de sus notas
me adormezco y dejo que suene
dentro de mí como el inicio
de una vida nueva que se abre.
EL CIERVO
El ciervo, al igual que el oso,
no mira hacia atrás en su camino:
puede asestar certeros golpes
y cornear a las zorras y a otros ciervos
sin temer su emboscada.
La figura del ciervo s legendaria.
En piedras la han grabado en lo hondo
de grutas y cavernas, y siempre se ha tenido
por bello y noble su porte.
Pero todo eso no es más que una mentira.
El ciervo es zafio y vanidoso.
Su voz es pastosa, y su gruñido rondo.
Del árbol de pues de sus cuernos
se lamenta a solas, lloriqueando al cielo.
Sabe que se delata así a los cazadores.
Cualquier ruido lo aterra, y es torpe,
resbala fácilmente con la lluvia;
para él no hay bosque lo bastante frondoso:
en todo lugar se sabe vulnerable.
Sus cuernos se lucen como trofeos.
La cabeza del ciervo es muy apreciada
por los taxidermistas. Seca bien,
y se vacía sin que sea ingrata labor.
El ciervo, por costumbre, teme este final indigno:
acabar petrificado en un museo.
Los ciervos jóvenes son tan vigorosos como fatuos,
pero no hay nada más triste
que el trotar ridículo de un ciervo viejo:
todo en él es decrepitud,
sinónimo de muerte y ojos de vidrio.
ROMA DICHA POR PASOLINI
Almas de leopardo viven en Roma,
vienen de las afueras, de los barrios
periféricos recién asfaltados
en los que todavía hay desolación y escombros,
y a veces se ve a tiernas cabirias
hablándole a sus sueños; vienen
bajo la forma árida, bella, musculosa,
de seres humanos jóvenes, cuyo olor impregna
densamente los deseos con una violenta excitación;
cuerpos que invitan a la dulzura, recios
como nervios crispados, secos como cañas,
elásticos como luchadores latinos;
amables cuerpos de muchachos, suaves al tacto
de una mano áspera, pero también rudos
como la vida, impuros y desleales;
muchachos que esperan a la salida de un cine,
un cine que quizá sea el Magno o el Tivoli,
o que se dan cita en las terrazas tabernarias,
allá por las colinas desnudas
desde las que se divisa toda Roma a lo lejos
hecha una mancha grisácea, un hongo podrido;
o también, en el Trastévere, en los jardines
negros, cuando atardece y la voz de la noche
se aviva y expulsa con la mueca de los grillos
a los viajantes del Norte, a los milaneses
que han pagado baratos favores
entre las matas sucias y los parterres salvajes;
cuando atardece y la noche acoge los susurros
de los muchachos más bellos, que se apoderan
de las sombras y se aman en la penumbra
bajo los arcos de alguna torre milenaria
o de una ruina de acueducto cubierta de verdín,
rugiendo en el aire sus voces de fiera;
cuando atardece y se aman frente al rojizo
crepúsculo de Roma, ocaso meridional, de tristísimo
color como encendidos labios entregados;
¡ah, los muchachos que vienen y buscan
latidos de amor en las calles de Roma,
en las calles inmortales de Roma!
DE MADRUGADA, EN LAS CALLES
Recordarán la calle y el lugar exacto.
Ya de madrugada, el sabor de sus bocas, la piel,
las palabras pronunciadas y la inestable
luz ámbar parpadeando en los semáforos
arrasaron su país,
lo calcinaron,
cayeron las fronteras.
Por toda compañía, un borracho salido de un portal
y el cielo era un túnel. Allá, muy cerca,
un taxi esperaba. Cochero de la cuenta atrás,
adivinó sus siluetas, supo que se irían.
Lo que fluye dice adiós,
todo se cambia,
pero sus labios, en ese momento, se buscan a golpes,
habían sido necesarios muchos años
para que se encontraran allí,
junto a ese taxi detenido y a ese cielo como un túnel,
sobre aquella acera transfigurada
en la geografía más solitaria del mundo.
La pasión descubierta es una furiosa identidad
y así las bocas de los dos trataban de arrancar
el ropaje de amor sin futuro
con que a veces se viste el amor.
La pasión, entonces, son cuatro manos sujetas con fuerza
hasta alejar la sangre de los dedos,
la pasión es libre como una voz en el teléfono
a cualquier hora del insomnio.
Esa misma pasión que anuncia escalofríos
en el desván del pensamiento,
y presagia desconsuelo, y exige un cheque de dolor
pagado en blanco al destino.
Lo que deseaban
se decía en el gesto moroso, casi líquido,
que la mujer emprendió al pasar sus dedos
por la boca del hombre,
más desesperados los dos por saber
que la vigilia, la guardia mantenida,
la férrea fortaleza de la razón
iba a ceder el paso a ese cuarto de hora
de locura, fecundo,
en que se deja sentir el miedo
de haberlo perdido todo.
Por esa noche, al fin, fueron felices,
aunque luego nunca más hablen de ello,
allá donde estén,
y se echen de menos el resto del tiempo,
duren lo que duren los años.
ADOLFO GARCÍA ORTEGA, Pienso siempre en aquellos. Antología poética (1983-2000), Diputación de Granada, 2002.
Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 28 Feb 2023, 15:48, editado 1 vez
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