.
De Las aguas tranquilas. Ocho poetas vascos actuales, Renacimiento, 2017:
RIKARDO ARREGUI (1958) (https://www.airesdelibertad.com/t48382-rikardo-arregui-1958 )
FOTOGRAFÍA DE GUERRA
Esas bombas han matado gente. Me refiero a personas.
Prueba irrefutable de la fragilidad de la carne,
han estallado ojos, se ha derramado sangre,
se han destrozado hígados y demás vísceras
como si fuera obra de nouvelle cuisine.
Pero resulta sorprendente la integridad de los objetos:
los zapatos están enteros, no tienen más que polvo,
también se hallan completos los armarios y las camas,
las sábanas tintadas en rojo, con pocos rasguños,
no todos los cristales se han roto, sólo algunos,
y el espejo se diría que acaba de ser comprado,
las alfombras enteras, sólo polvo, y de nuevo
sangre coagulada sobre la superficie de todas las cosas.
Es cierto que las paredes están derruidas
y que hay un agujero en el techo, por donde entró
la bomba. El resto de objetos potenciales frágiles
ahí siguen en pie. Polvo y sangre por todos lados,
obviamente, no podía ser de otra forma, pero
los albañile podrían reconstruir sin muchos problemas
aquello que ya no pueden arreglar los médicos.
POEMAS DE AMOR MÁS O MENOS, XXII
"Un coeur, c'est peut-être malpropre. C'est
de l'ordre de la table d'anatomie
et de l'étal de boucher. Je préfere ton corps".
Marguerite Yourcenar
En los poemas de amor hay demasiados corazones,
muchos poetas parecen médicos o carniceros
con las manos cubiertas de sangre,
pero ignoran en qué consiste una pericarditis,
un electrocardiograma, el dolor o la fiebre,
cómo se despieza una ternera o un cordero,
nunca han visto un corazón de verdad.
Una vez me ofrecieron un pedazo de corazón
y todavía siento náuseas.
Enseguida me contaste, por hablar de algo,
que tu apellido significa corazón
en tu idioma, me explicaste cómo
se pronuncia, cómo llegaste aquí.
A continuación encendiste la tele
para ver el fútbol, muslos entre abrazos,
y quejándote del nivel del fútbol de tu país,
nos olvidamos ya de los corazones y comenzamos
a amar nuestros cuerpos en el minuto diecisiete.
FUNERAL
Algunos se quejan porque nos llevan
al cementerio, a un triste ritual funerario.
No son cosas que agraden,
dice una y otra vez,
el féretro, el silencio, las coronas,
parientes lejanos, desconocidos,
tantas caras, qué pérdida de tiempo,
debería, dice, estar trabajando,
o haciendo algunas compras,
que todo aquí va muy lento, y los rezos,
además, no hay quien se los crea.
Me he enfurecido.
¿No es éste un mínimo acto de civismo,
un último gesto que le debemos
a un muerto cercano?
¿No afirman los antropólogos que
el ser humano es más humano
desde que en la antigüedad comenzó
a temer, a atender los muertos propios,
a darles sepultura, a incinerarlos,
o a ofrecerles a las aves rapaces,
a despedirlos con palabras mágicas?
Tener delante un ataúd es terrible,
es algo que estremece:
nos recuerda, cruel y diáfanamente,
qué nos aguarda, la última verdad
(la definitiva) entre las verdades.
Sí,aquí todo va muy lento,
aunque ya está abierta la tumba,
el cadáver aún requiere
unas últimas atenciones:
cuerdas,
cemento,
algunas piedras más,
trabajo de albañiles
al lado de la tumba,
también hay que colocar aún las flores,
poner bien las cintas de las coronas.
No obstante, los rezos han sido breves,
unas pocas palabras, repetidas:
descanso eterno,
la luz perpetua,
por siempre, infinitud,resucitado.
Ansia de eternidad.
No sabemos qué decir cuando acaba.
Hace hoy una mañana tan hermosa
de primavera, casi un sordo insulto,
los pájaros cantan alegremente
y flores no compradas
empiezan a aparecer en el campo.
Ya el sol templa la tierra.
Hemos detenido por un instante
el curso vertiginoso del mundo,
pero todo sigue adelante
siempre: el mundo, la vida, las horas.
Esta es nuestra única eternidad.
(Otros poemas de Rikardo Aguirre: https://www.airesdelibertad.com/t48382-rikardo-arregui-1958 )
LUIS GARDE (1961- (https://eu.wikipedia.org/wiki/Luis_Garde )
RITOS DE PASO
El vaho nubló los cristales de mis gafas
cuando entramos en la porqueriza.
Nos acercamos en silencio por detrás.
Gruñía y se alejaba inquieto.
De repente el gancho en la garganta.
El sol helado de noviembre
se derretía en algodones rojos.
Recuerdo el temblor mortal
de la pata que yo apenas sujetaba.
Alguien templaba un acordeón en la casa de al lado.
Bertha y Rakel se iban hasta el cruce de la carretera
por no oír la agonía del cerdo.
Esperaban sentadas sobre las piedras del arcén.
Bailaban para desentumecer los cuerpos,
saludaban a los coches solitarios.
Al anochecer volvían Bertha y Rakel
con las mejillas encendidas por el frío.
El brazo de Klara,
metido hasta el codo en el balde,
revolviendo la sangre para que no coagulara.
Luego gesticulaba amenazando a los críos;
la gruesa sangre chorreaba desde sus manos.
Huían gritando, atemorizados, ebrios de felicidad.
En este mundo todo,
antes de ser costumbre,
ha empezado como juego.
La sangre vaporosa, cuesta abajo,
buscaba la niebla impasible del río.
Los perros subían para lamer el reguero rojo.
Las pequeñas los ahuyentaban con los bastones.
Nuestro tío quemaba las cerdas con un soplete.
Aspiraba el olor de la piel chamuscada.
En broma tostaba la pelambrera de su brazo,
"cuidado" decía a la chiquillería,
"esto huele igual que el cerdo".
Recuerdo el mono de trabajo de nuestro tío,
las botas verdes de goma
jaspeadas de gotitas rojas,
la presión del agua disparada por la manguera
empujando la sangre del suelo.
Bajó el acordeonista,
trayendo las chanzas y risas de siempre.
Pedía de pago el rabo del cerdo.
Lo cortaba diestro con el cuchillo,
exhibía orgulloso el trofeo.
Dicen que
cualquier cosa, si es costumbre vieja,
tranquiliza nuestro fondo.
De lejos llegaba el llanto de un niño
o la risa de un viejo;
en la oscuridad brillante no eran diferentes.
"Bien colgado está,
éste ya no escapa",
tiraban de las orejas del cerdo.
"¿Alguien quiere cambiar con éste?", después.
alzando en la mano la víscera sangrienta,
"dicen que el corazón del cerdo
es el más compatible con el de los hombres".
Dos cosas unen a la gente:
los odios compartidos,
las bromas repetidas.
Al salir, miré por última vez
el cerdo ya descuartizado.
Una mosca corría por la carne tibia.
Aunque creía que debía ser partícipe de aquel rito,
no me quedé para la cena de celebración.
Sin dar explicaciones,
sin mirar aquel baile de Bertha y Rakel
en la penumbra de la entrada,
danza contra la sonrisa helada de los días venideros,
danza contra el paso de las estaciones y su temblor,
me perdí en las carreteras de otra noche.
Después, cada vez lejos de aquel lugar,
me perdería
en mi propia vida,
en mis propios ritos y celebraciones.
Unos pocos gestos,
algunas risas, una máscara compartida,
edifican tu casa;
un sólo silencio te expulsa de ella.
Hoy, en el atardecer solitario de estas torres,
en este suburbio de hormigón, hormigas, calefacciones,
en la sala de estar limpia como el filo de un cuchillo
he oído el temple lejano de un acordeón.
He recordado las mejillas encendidas de Bertha y Rakel,
sus muslos brillando al calor del fuego bajo,
el espasmo ensordecedor de la pata entre mis manos
y la cabeza de aquel cerdo soltando hilos rojos
en un balde sobre la mesa.
No, aquel día no fui
partícipe en la celebración,
pero cuando he recordado
acciones y omisiones,
acontecimientos, incidentes, tomas de postura
que vendrían mucho después
me ha parecido,
por un momento,
que sí me senté con mi gente a la mesa;
que durante años interminables,
a veces callado, a veces sonriente,
siempre con los cristales nublados
por el calor de la porqueriza,
me senté
extraño huésped
en un rito inacabado.
DEL EPITAFIO DEL GUERRERO EDIPO
Antes que tú fui soldado
en una guerra justa y heroica.
Antes que tú me enamoré
de la dulce y esquiva patria
y en respuesta enajenada a antiguos agravios
sembré dolor, regué con ruina
los campos extranjeros.
También a mí la patria me dejó solo.
Se ha firmado la paz, alguien dijo.
De mi propia mano me cegué
para no volver la vista hacia el pasado.
Crédulo caminante
que vagas leyendo epitafios,
si aún crees
que con el brillo de esas medallas al valor
mantendrás iluminado
el fuego del hogar,
la voz inscrita en esta piedra te dice:
tendrás que aprender a andar a ciegas.
Pues no he conocido joven guerrero
que no proclame su combate
justo y heroico
ni he conocido viejo soldado que,
si quiere vivir en tiempos de posguerra,
no se haya arrancado los ojos.
DOS BÚNKERES
En el paseo de la tarde
por la orilla brumosa del río
he visto cómo un desconocido
cubría con cartones largos
las aberturas del viejo búnker.
Junto a un colchón destripado
un grueso libro abierto
absorbía la humedad del suelo de hormigón,
tres naranjas
escondían las ´´ultimas luces de la tarde de invierno.
Fumaba tranquilo,
con la destreza del carpintero
movía un cuchillo de cocina
cortando y ajustando
las láminas grises de cartón.
He apartado la vista
y sin pisar
las ramas y las matas amontonadas a un lado
he seguido caminando;
ese rincón nebuloso
era ya
territorio del desconocido.
Al llegar a casa
he buscado
el hueco de tu mano.
Déjame por favor
quedarme aquí
por un momento.
HIC SUNT DRACONES
Qué será no lo sabemos,
pero según podemos deducir por ahora
del examen minucioso de datos provisionales,
el libro de poemas ya no será
un catálogo de concesionario de coches lujosos de importación,
un prospecto publicitario de la ciudad-parque temática,
una hoja de uso de medicamentos para crear realidad virtual,
un manual de instrucciones para cazadores de absolutos.
La mayoría ciudadana ve a los poetas como creyentes en dragones,
porque los ha visto angustiados buscando centauros en bosques dudosos.
Pero si el poeta sale hacia terrenos
donde ha oído que viven dragones,
ha salido buscando palabras
para nombrar las regiones blancas de los papeles.
Sean centauros y dragones,
sean sapos y culebras.
El poeta es un especulador,
el poeta es un recalificador de terrenos.
Pisa las tierras de los solares,
respira los aires condicionados de los edificios,
queriendo calificarlo todo
todo lo revuelve
y por remover ambientes
revolver terrenos
y nombrar silencios
en silencio
es enterrado.
MIREN AGUR MEABE (1962- (https://www.airesdelibertad.com/t48377-miren-agur-meabe-1962#1042518 )
NOTAS PARA CONSERVAR LA MEMORIA (2)
Anoche dejé abierta la ventaba
y entró una fiera.
Olisqueaba el aire:
creo me adivinó acurrucada entre las sábanas.
No sabía que yo estaba desnuda, esperándole
ni que sabía su nombre.
Era un animal mamífero,
algo calvo,
de poco pelo en pecho,
más bien culón,
con lo ojos cuajados de kilómetros y sueño,
y un regusto a tabaco, salitre y bocadillos
en la boca.
Se le cayó una baba sobre la alfombra,
y el suelo chisporroteó
como los mares del infierno.
Miró a los lados,
y las paredes se deshicieron
como una tumba de barro.
Se rascó la espalda,
y mis pechos se hincharon
como el mundo en primavera.
Digo la verdad.
NOTAS PARA CONSERVAR LA MEMORIA (3)
Llovía sobre mi clítoris.
Los relámpagos acudían con fulgores a tu pecho:
parecía que sangrabas.
Pero eran sombras,
buscando reposo en la llanura de la piel.
Tu sexo olía a humo,
pardo y viejo.
En cambio, yo debía de ser azul
y robaste oxígeno
de mis rosados agujeros.
Tus dedos marrones en mi vagina,
como ásperas ramas otoñales.
Sacaste un pañuelo de papel, no sé de dónde,
y lo tiraste por la ventanilla,
húmedo y arrugado.
Mis senos ansiaban reventar.
Llovía sobre mi clítoris.
NOTAS BREVES (1)
Ayer se me quemó una sábana.
La quemé yo, con la plancha.
Le estampé un triángulo color pan tostado
por culpa de la tele.
Siempre tengo encendida la tele pequeña de la cocina
cuando toca plancha:
un niño negro de la guerra
chupaba el pecho de su madre muerta.
Se me hizo un nudo de pelo en la garganta.
No se me olvidará:
la leche me mojó el sujetador.
RUEGO A LAS PALABRAS
No permitáis, palabras, que me aleje de la tierra,
del aliento de las vacas, de la sangre de la sepia.
Si me sedujisteis con vuestro lunar pintado,
inocentes como la florecilla de mi primer sostén.
No consintáis, palabras, que me olvide de la historia,
del insomnio de la idea, del llavín de la fe.
Si me dejé manosear por vuestros múltiples dedos,
si hervisteis mis vendas en vuestra olla expréss.
No aceptéis, palabras, que obvie mencionar mi cuerpo,
o sus reglas variables o su sabio declinar.
Si me acarreasteis a pesar de las encrucijadas,
escarabajos bajo su tierno pastelito oficial.
No admitáis, palabras, que me aparte de este oficio,
aunque la crudeza me golpee, aunque la blandura me devore.
Desde que ovulé por última vez me estoy convirtiendo en otra.
No me retengáis, palabras, en ninguna escena del viejo Renoir.
(Más poemas de MirenAgur Meabe: https://www.airesdelibertad.com/t48377-miren-agur-meabe-1962 )
De Las aguas tranquilas. Ocho poetas vascos actuales, Renacimiento, 2017:
RIKARDO ARREGUI (1958) (https://www.airesdelibertad.com/t48382-rikardo-arregui-1958 )
FOTOGRAFÍA DE GUERRA
Esas bombas han matado gente. Me refiero a personas.
Prueba irrefutable de la fragilidad de la carne,
han estallado ojos, se ha derramado sangre,
se han destrozado hígados y demás vísceras
como si fuera obra de nouvelle cuisine.
Pero resulta sorprendente la integridad de los objetos:
los zapatos están enteros, no tienen más que polvo,
también se hallan completos los armarios y las camas,
las sábanas tintadas en rojo, con pocos rasguños,
no todos los cristales se han roto, sólo algunos,
y el espejo se diría que acaba de ser comprado,
las alfombras enteras, sólo polvo, y de nuevo
sangre coagulada sobre la superficie de todas las cosas.
Es cierto que las paredes están derruidas
y que hay un agujero en el techo, por donde entró
la bomba. El resto de objetos potenciales frágiles
ahí siguen en pie. Polvo y sangre por todos lados,
obviamente, no podía ser de otra forma, pero
los albañile podrían reconstruir sin muchos problemas
aquello que ya no pueden arreglar los médicos.
POEMAS DE AMOR MÁS O MENOS, XXII
"Un coeur, c'est peut-être malpropre. C'est
de l'ordre de la table d'anatomie
et de l'étal de boucher. Je préfere ton corps".
Marguerite Yourcenar
En los poemas de amor hay demasiados corazones,
muchos poetas parecen médicos o carniceros
con las manos cubiertas de sangre,
pero ignoran en qué consiste una pericarditis,
un electrocardiograma, el dolor o la fiebre,
cómo se despieza una ternera o un cordero,
nunca han visto un corazón de verdad.
Una vez me ofrecieron un pedazo de corazón
y todavía siento náuseas.
Enseguida me contaste, por hablar de algo,
que tu apellido significa corazón
en tu idioma, me explicaste cómo
se pronuncia, cómo llegaste aquí.
A continuación encendiste la tele
para ver el fútbol, muslos entre abrazos,
y quejándote del nivel del fútbol de tu país,
nos olvidamos ya de los corazones y comenzamos
a amar nuestros cuerpos en el minuto diecisiete.
FUNERAL
Algunos se quejan porque nos llevan
al cementerio, a un triste ritual funerario.
No son cosas que agraden,
dice una y otra vez,
el féretro, el silencio, las coronas,
parientes lejanos, desconocidos,
tantas caras, qué pérdida de tiempo,
debería, dice, estar trabajando,
o haciendo algunas compras,
que todo aquí va muy lento, y los rezos,
además, no hay quien se los crea.
Me he enfurecido.
¿No es éste un mínimo acto de civismo,
un último gesto que le debemos
a un muerto cercano?
¿No afirman los antropólogos que
el ser humano es más humano
desde que en la antigüedad comenzó
a temer, a atender los muertos propios,
a darles sepultura, a incinerarlos,
o a ofrecerles a las aves rapaces,
a despedirlos con palabras mágicas?
Tener delante un ataúd es terrible,
es algo que estremece:
nos recuerda, cruel y diáfanamente,
qué nos aguarda, la última verdad
(la definitiva) entre las verdades.
Sí,aquí todo va muy lento,
aunque ya está abierta la tumba,
el cadáver aún requiere
unas últimas atenciones:
cuerdas,
cemento,
algunas piedras más,
trabajo de albañiles
al lado de la tumba,
también hay que colocar aún las flores,
poner bien las cintas de las coronas.
No obstante, los rezos han sido breves,
unas pocas palabras, repetidas:
descanso eterno,
la luz perpetua,
por siempre, infinitud,resucitado.
Ansia de eternidad.
No sabemos qué decir cuando acaba.
Hace hoy una mañana tan hermosa
de primavera, casi un sordo insulto,
los pájaros cantan alegremente
y flores no compradas
empiezan a aparecer en el campo.
Ya el sol templa la tierra.
Hemos detenido por un instante
el curso vertiginoso del mundo,
pero todo sigue adelante
siempre: el mundo, la vida, las horas.
Esta es nuestra única eternidad.
(Otros poemas de Rikardo Aguirre: https://www.airesdelibertad.com/t48382-rikardo-arregui-1958 )
LUIS GARDE (1961- (https://eu.wikipedia.org/wiki/Luis_Garde )
RITOS DE PASO
El vaho nubló los cristales de mis gafas
cuando entramos en la porqueriza.
Nos acercamos en silencio por detrás.
Gruñía y se alejaba inquieto.
De repente el gancho en la garganta.
El sol helado de noviembre
se derretía en algodones rojos.
Recuerdo el temblor mortal
de la pata que yo apenas sujetaba.
Alguien templaba un acordeón en la casa de al lado.
Bertha y Rakel se iban hasta el cruce de la carretera
por no oír la agonía del cerdo.
Esperaban sentadas sobre las piedras del arcén.
Bailaban para desentumecer los cuerpos,
saludaban a los coches solitarios.
Al anochecer volvían Bertha y Rakel
con las mejillas encendidas por el frío.
El brazo de Klara,
metido hasta el codo en el balde,
revolviendo la sangre para que no coagulara.
Luego gesticulaba amenazando a los críos;
la gruesa sangre chorreaba desde sus manos.
Huían gritando, atemorizados, ebrios de felicidad.
En este mundo todo,
antes de ser costumbre,
ha empezado como juego.
La sangre vaporosa, cuesta abajo,
buscaba la niebla impasible del río.
Los perros subían para lamer el reguero rojo.
Las pequeñas los ahuyentaban con los bastones.
Nuestro tío quemaba las cerdas con un soplete.
Aspiraba el olor de la piel chamuscada.
En broma tostaba la pelambrera de su brazo,
"cuidado" decía a la chiquillería,
"esto huele igual que el cerdo".
Recuerdo el mono de trabajo de nuestro tío,
las botas verdes de goma
jaspeadas de gotitas rojas,
la presión del agua disparada por la manguera
empujando la sangre del suelo.
Bajó el acordeonista,
trayendo las chanzas y risas de siempre.
Pedía de pago el rabo del cerdo.
Lo cortaba diestro con el cuchillo,
exhibía orgulloso el trofeo.
Dicen que
cualquier cosa, si es costumbre vieja,
tranquiliza nuestro fondo.
De lejos llegaba el llanto de un niño
o la risa de un viejo;
en la oscuridad brillante no eran diferentes.
"Bien colgado está,
éste ya no escapa",
tiraban de las orejas del cerdo.
"¿Alguien quiere cambiar con éste?", después.
alzando en la mano la víscera sangrienta,
"dicen que el corazón del cerdo
es el más compatible con el de los hombres".
Dos cosas unen a la gente:
los odios compartidos,
las bromas repetidas.
Al salir, miré por última vez
el cerdo ya descuartizado.
Una mosca corría por la carne tibia.
Aunque creía que debía ser partícipe de aquel rito,
no me quedé para la cena de celebración.
Sin dar explicaciones,
sin mirar aquel baile de Bertha y Rakel
en la penumbra de la entrada,
danza contra la sonrisa helada de los días venideros,
danza contra el paso de las estaciones y su temblor,
me perdí en las carreteras de otra noche.
Después, cada vez lejos de aquel lugar,
me perdería
en mi propia vida,
en mis propios ritos y celebraciones.
Unos pocos gestos,
algunas risas, una máscara compartida,
edifican tu casa;
un sólo silencio te expulsa de ella.
Hoy, en el atardecer solitario de estas torres,
en este suburbio de hormigón, hormigas, calefacciones,
en la sala de estar limpia como el filo de un cuchillo
he oído el temple lejano de un acordeón.
He recordado las mejillas encendidas de Bertha y Rakel,
sus muslos brillando al calor del fuego bajo,
el espasmo ensordecedor de la pata entre mis manos
y la cabeza de aquel cerdo soltando hilos rojos
en un balde sobre la mesa.
No, aquel día no fui
partícipe en la celebración,
pero cuando he recordado
acciones y omisiones,
acontecimientos, incidentes, tomas de postura
que vendrían mucho después
me ha parecido,
por un momento,
que sí me senté con mi gente a la mesa;
que durante años interminables,
a veces callado, a veces sonriente,
siempre con los cristales nublados
por el calor de la porqueriza,
me senté
extraño huésped
en un rito inacabado.
DEL EPITAFIO DEL GUERRERO EDIPO
Antes que tú fui soldado
en una guerra justa y heroica.
Antes que tú me enamoré
de la dulce y esquiva patria
y en respuesta enajenada a antiguos agravios
sembré dolor, regué con ruina
los campos extranjeros.
También a mí la patria me dejó solo.
Se ha firmado la paz, alguien dijo.
De mi propia mano me cegué
para no volver la vista hacia el pasado.
Crédulo caminante
que vagas leyendo epitafios,
si aún crees
que con el brillo de esas medallas al valor
mantendrás iluminado
el fuego del hogar,
la voz inscrita en esta piedra te dice:
tendrás que aprender a andar a ciegas.
Pues no he conocido joven guerrero
que no proclame su combate
justo y heroico
ni he conocido viejo soldado que,
si quiere vivir en tiempos de posguerra,
no se haya arrancado los ojos.
DOS BÚNKERES
En el paseo de la tarde
por la orilla brumosa del río
he visto cómo un desconocido
cubría con cartones largos
las aberturas del viejo búnker.
Junto a un colchón destripado
un grueso libro abierto
absorbía la humedad del suelo de hormigón,
tres naranjas
escondían las ´´ultimas luces de la tarde de invierno.
Fumaba tranquilo,
con la destreza del carpintero
movía un cuchillo de cocina
cortando y ajustando
las láminas grises de cartón.
He apartado la vista
y sin pisar
las ramas y las matas amontonadas a un lado
he seguido caminando;
ese rincón nebuloso
era ya
territorio del desconocido.
Al llegar a casa
he buscado
el hueco de tu mano.
Déjame por favor
quedarme aquí
por un momento.
HIC SUNT DRACONES
Qué será no lo sabemos,
pero según podemos deducir por ahora
del examen minucioso de datos provisionales,
el libro de poemas ya no será
un catálogo de concesionario de coches lujosos de importación,
un prospecto publicitario de la ciudad-parque temática,
una hoja de uso de medicamentos para crear realidad virtual,
un manual de instrucciones para cazadores de absolutos.
La mayoría ciudadana ve a los poetas como creyentes en dragones,
porque los ha visto angustiados buscando centauros en bosques dudosos.
Pero si el poeta sale hacia terrenos
donde ha oído que viven dragones,
ha salido buscando palabras
para nombrar las regiones blancas de los papeles.
Sean centauros y dragones,
sean sapos y culebras.
El poeta es un especulador,
el poeta es un recalificador de terrenos.
Pisa las tierras de los solares,
respira los aires condicionados de los edificios,
queriendo calificarlo todo
todo lo revuelve
y por remover ambientes
revolver terrenos
y nombrar silencios
en silencio
es enterrado.
MIREN AGUR MEABE (1962- (https://www.airesdelibertad.com/t48377-miren-agur-meabe-1962#1042518 )
NOTAS PARA CONSERVAR LA MEMORIA (2)
Anoche dejé abierta la ventaba
y entró una fiera.
Olisqueaba el aire:
creo me adivinó acurrucada entre las sábanas.
No sabía que yo estaba desnuda, esperándole
ni que sabía su nombre.
Era un animal mamífero,
algo calvo,
de poco pelo en pecho,
más bien culón,
con lo ojos cuajados de kilómetros y sueño,
y un regusto a tabaco, salitre y bocadillos
en la boca.
Se le cayó una baba sobre la alfombra,
y el suelo chisporroteó
como los mares del infierno.
Miró a los lados,
y las paredes se deshicieron
como una tumba de barro.
Se rascó la espalda,
y mis pechos se hincharon
como el mundo en primavera.
Digo la verdad.
NOTAS PARA CONSERVAR LA MEMORIA (3)
Llovía sobre mi clítoris.
Los relámpagos acudían con fulgores a tu pecho:
parecía que sangrabas.
Pero eran sombras,
buscando reposo en la llanura de la piel.
Tu sexo olía a humo,
pardo y viejo.
En cambio, yo debía de ser azul
y robaste oxígeno
de mis rosados agujeros.
Tus dedos marrones en mi vagina,
como ásperas ramas otoñales.
Sacaste un pañuelo de papel, no sé de dónde,
y lo tiraste por la ventanilla,
húmedo y arrugado.
Mis senos ansiaban reventar.
Llovía sobre mi clítoris.
NOTAS BREVES (1)
Ayer se me quemó una sábana.
La quemé yo, con la plancha.
Le estampé un triángulo color pan tostado
por culpa de la tele.
Siempre tengo encendida la tele pequeña de la cocina
cuando toca plancha:
un niño negro de la guerra
chupaba el pecho de su madre muerta.
Se me hizo un nudo de pelo en la garganta.
No se me olvidará:
la leche me mojó el sujetador.
RUEGO A LAS PALABRAS
No permitáis, palabras, que me aleje de la tierra,
del aliento de las vacas, de la sangre de la sepia.
Si me sedujisteis con vuestro lunar pintado,
inocentes como la florecilla de mi primer sostén.
No consintáis, palabras, que me olvide de la historia,
del insomnio de la idea, del llavín de la fe.
Si me dejé manosear por vuestros múltiples dedos,
si hervisteis mis vendas en vuestra olla expréss.
No aceptéis, palabras, que obvie mencionar mi cuerpo,
o sus reglas variables o su sabio declinar.
Si me acarreasteis a pesar de las encrucijadas,
escarabajos bajo su tierno pastelito oficial.
No admitáis, palabras, que me aparte de este oficio,
aunque la crudeza me golpee, aunque la blandura me devore.
Desde que ovulé por última vez me estoy convirtiendo en otra.
No me retengáis, palabras, en ninguna escena del viejo Renoir.
(Más poemas de MirenAgur Meabe: https://www.airesdelibertad.com/t48377-miren-agur-meabe-1962 )
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