CUBA
EMILIO BEJEL- 1944
Entrevista a EMILIO BEJEL
Por STEPHEN CLARK
Emilio Bejel nació en Manzanillo, Cuba, en 1944. Es poeta, crítico literario y profesor de literatura hispanoamericana. Ha vivido en los Estados Unidos desde 1962. Se doctoró en lengua y literatura hispánicas en 1970 en la Universidad del Estado de la Florida. Ha sido profesor de la Universidad de Fairfield desde 1971 hasta 1982, de la Universidad de la Florida desde 1982 hasta 1991, y de la Emilio BejelUniversidad de Colorado desde 1991 hasta la actualidad. Ha dictado seminarios de literatura hispanoamericana y teoría literaria en las universidades de Yale, Union, Pedro Henríquez Ureña (República Dominicana) y Rosario (Argentina). Ha publicado numerosos artículos y poemas en revistas literarias de América Latina, Estados Unidos y Europa. Entre sus obras principales, ha publicado los siguientes libros: El libro regalado (poesía, 1994); José Lezama Lima, Poeta de la Imagen (crítica, 1994); Escribir en Cuba (entrevistas, 1991); Casas deshabitadas (poesía, 1989); La subversión de la semiótica (teoría y crítica literaria, en colaboración con Ramiro Fernández, 1988); Literatura de Nuestra América (crítica, 1983); Huellas/Footprints (poesía, 1982); Ese viaje único (poesía, 1977); Direcciones y paraísos (poesía, 1977); y Del aire y la piedra (poesía, 1974). Hace poco terminó un nuevo poemario inédito titulado Pisapapeles y este año saldrá a la luz su estudio Gay Cuban Nation por la University of Chicago Press.
Stephen Clark dicta clases de literatura hispanoamericana en la Universidad del Norte de Arizona. Se doctoró por la Universidad de Colorado en 1996. También enseñó por algunos años en la Universidad del Estado de Indiana. Ha publicado numerosos artículos sobre la literatura cubana actual. Su estudio Autobiografía y revolución en Cuba se publicó en 1999. Tiene en preparación un libro de entrevistas con importantes autores cubanos y cubanoamericanos.
Stephen Clark: Para comenzar, hablemos un poco sobre tu decisión de escribir tu autobiografía. Uno de los primeros teóricos de este género, Georges Gusdorf, dijo que "la autobiografía es una segunda lectura de la experiencia, y más verdadera que la primera, puesto que es toma de conciencia: en la inmediatez de lo vivido, me envuelve generalmente el dinamismo de la situación, impidiéndome ver el todo.”¿Estarías de acuerdo con Gusdorf? ¿Explican las palabras de Gusdorf tu decisión de narrar tu vida en este nuevo texto?
Emilio Bejel: Sí, creo que la idea de Gusdorf explica algo que yo he visto de modo muy vivencial. Me refiero a la imposibilidad, al menos en mi caso, de escribir de algo que acaba de sucederme. De hecho, tenía pensado escribir mi autobiografía desde hace años, pero no estaba listo. He tenido que llegar a esta edad y a esta etapa para verlo todo a distancia. Creo que para mí es el momento perfecto para este proyecto. Tan es así, que me preocupa qué voy a hacer después de esto. Como es algo tan personal y tan abarcador, pues no sé qué puedo hacer después. Fíjate que esta autobiografía novelada tiene además varios poemas intercalados de mi poemario El libro regalado, que tú has leído y traducido al inglés; y también hay cuentos algo surrealistas que rompen el estilo semi-realista del resto de la narración. Así que es algo que no se hubiera podido hacer antes. Por eso tienen tanto sentido las ideas de Gusdorf sobre la visión totalizante que el autobiógrafo debe tener.
SC: Tu autobiografía está llena de deliciosas ironías. Una de las que más me llamó la atención se refiere a cuando te expulsaron del instituto en Manzanillo porque pertenecías a un grupo “contrarrevolucionario,” y años después, por poco te despiden de la Universidad de la Florida cuando fuiste acusado de simpatizar con el régimen revolucionario. Qué vueltas da la vida, ¿no?
EB: Efectivamente, ésa ha sido una de las ironías de mi vida que he querido mencionar en mi autobiografía que, como sabes, se titula The Write Way Home: A Cuban-American Story y que Emilio Bejel, estudiante del Colegio Corona (Manzanillo, 1954)espero poder publicar en el 2002. Sólo dos veces en mi vida me han expulsado o tratado de expulsar de donde estudio o trabajo: una fue a principios del año 1961, en el Instituto de Segunda Enseñanza de Manzanillo, donde me acusaron, junto con varios otros estudiantes católicos más, de contrarrevolucionario, y que por tanto debíamos ser expulsados del recinto; la otra fue muchos años después, en 1984, cuando unos cubano-americanos me acusaron de comunista y trataron de que me echaran de mi puesto de profesor de la Universidad de la Florida en Gainesville. Tal vez sea que en cualquier parte que estemos los cubanos tenemos la tendencia antidemocrática de tratar de eliminar a los que opinan diferente a uno.
SC: ¿Puedes describir lo que sentiste al regresar a Cuba por primera vez en 1978? ¿Cómo te afectó tu regreso a tu pueblo natal después de 16 años en los Estados Unidos? ¿No temías las posibles consecuencias profesionales de tu regreso?
EB: Cuando yo regresé a Cuba por primera vez en el 1978 lo hice como parte de lo que se llamó el Diálogo, es decir, las conversaciones entre el gobierno de Cuba y algunos cubanos exilados que Parque Céspedes, Manzanillo (circa 1979)favorecíamos el mejoramiento de las relaciones entre los dos países y sobre todo las relaciones entre los cubanos de la isla y nosotros. De ahí, por cierto, comienza todo eso de los viajes de cubano-americanos a Cuba y que hoy se considera algo tan común. Se nos criticó mucho esa postura y ese diálogo, y se nos acusó de haber caído en el juego político del gobierno cubano, lo cual la verdad es que tenía bastante de cierto. Yo personalmente estaba verdaderamente maravillado con todo aquello. Regresar a ver a Cuba y a mi familia después de dieciséis años de ausencia, eso era lo más deseado. Había que regresar. Lo demás no importaba. Yo en ese entonces era profesor de la Universidad de Fairfield en Connecticut, y como esta universidad estaba alejada de Miami, mi visita a Cuba fue más bien un plus profesional. Pero en ese mismo momento la Universidad de la Florida me ofreció un puesto y lo acepté. Seguía visitando a Cuba, y eso trajo consecuencias negativas en algunos miembros de la comunidad cubano-americana que estaban en Gainesville en esos momentos. Pero yo no les guardo ni un ápice de rencor. Se trata de la lucha eterna de los cubanos, y que últimamente se ha expresado en el caso de Elián González. Parece que no podemos parar de atacarnos.
SC: En varios momentos de tu autobiografía, describes tus inquietudes acerca de tu orientación sexual. De haberte quedado en Cuba, supongo que hubiera sido mucho más difícil llegar a aceptar el hecho de tu homosexualidad.
EB: Lo cierto es que mi autobiografía trata mucho de las múltiples salidas del armario de mi orientación sexual. Porque como verás en mi texto, no fue una sola salida sino varias y a distinto nivel. Si me hubiera quedado en Cuba hubiera sido acaso catastrófico. No estaba consciente que vine por esa razón, porque en esos momentos de 1962 ni yo mismo lo sabía, pero acaso
inconscientemente había algo ya de ese temor: de que si me quedaba allá no iba a poder aceptar (o que me aceptaran) mi orientación gay. Tenía novia en ese entonces, pero el miedo a ese asunto estaba palpitante desde hacía rato.
SC: Describes tu llegada a Miami no en términos de tristeza o desesperación, sino como una gran aventura. Supongo que esta actitud fue lo que te ayudó a sobrevivir, y a triunfar, en tus nuevas circunstancias.
EB: Eso sí es formidable. Fue un momento extremadamente decisivo en mi vida y lo recuerdo como una aventura llena de entusiasmo. Creo que ésa ha sido una actitud muy frecuente en mí, algo que me ha caracterizado: esto es, el tener un optimismo enorme aun en medio de las circunstancias más difíciles. Vine a los dieciocho años solo, sin nadie de mi familia, sin un centavo, sin ni siquiera una maleta con ropa, y no recuerdo que estuviera deprimido. Me marcó, claro, y acaso me marcó más duramente de lo que recuerdo, pero no tanto como a otros que han contado una situación parecida. Quería estudiar y lograr hacer algo de mi vida, y perseguí ese objetivo con obsesión. No tenía el diploma de high school cuando llegué, y ocho años más tarde había terminado el high school, la universidad, la maestría y el doctorado y preparaba mi primer libro que se publicó en Uruguay en 1972.
SC: Haces hincapié en tu predilección por los amantes mulatos. Esto me recuerda un estudio que publiqué hace poco sobre La Habana para un infante difunto, texto en que Cabrera Infante subraya la importancia del componente racial del deseo al contar su preferencia por las mulatas durante su
adolescencia. ¿Podrías comentar un poco esto?
EB: Esto es muy gracioso, especialmente ahora que he hecho de estos asuntos una afirmación de mi personalidad y no un secreto que hay que ocultar. Como hoy se sabe y se ha estudiado muy bien, especialmente con Foucault con sus estudios sobre la relación entre deseo y poder, el deseo no es un instinto bruto que las reglas sociales frenan o prohíben, sino que el deseo está condicionado por el poder. Deseamos por medio de y no a pesar de las reglas del poder. Por eso es que sentirse atraído por personas de una raza específica o de ciertas características específicas, en realidad no es una
extrañeza sino algo que siempre ocurre. Lo que sucede es que, claro, en mi caso, se trata de un hombre gay cuyo objeto del deseo es casi siempre otros hombres de colores subidos. Pero imagínate un hombre straight que le gusten las rubias, o las trigueñas, o las mujeres bajitas, etc. No llama tanto la atención por ser lo trillado. En mi autobiografía escribo mucho sobre mis preferencias sexuales y mis amantes.
SC: Hay varias escenas en tu autobiografía que sencillamente parecen de película, o mejor dicho, parecen sacadas de una novela del realismo mágico pero que nada tienen que ver con la fantasía o la invención. Parece que no tienes que inventar nada para mantener el interés del lector, ¿no? Supongo
que tus estudiantes no se imaginarían las aventuras que ha vivido su profesor de literatura.
EB: Ah, ¡el realismo mágico o lo que Carpentier llamaba lo real maravilloso! En realidad, es que nuestro mundo es muy maravilloso acaso por verse desde la perspectiva del llamado Primer Mundo, desde los EEUU en este caso. No me cuesta trabajo construir todas esas historias, aunque insisto en que no tienen que ser siempre reales en el sentido de ser exactas, que se puedan probar científicamente. No, se trata de que la verdad que uno cuenta, la verdad que de veras cuenta, es un delicioso invento cuya importancia reside precisamente en que tenemos la capacidad de contar y de inventarnos de nuevo. Por eso es que a Borges le llamaba tanto la atención las Mil y una noches, porque la princesa que dejara de contar era asesinada por el sultán. Somos como Scheherazade: si dejamos de contar nos morimos, y además debemos no sólo contar sino contarnos renovadamente y a cada instante. Temo perder esta capacidad de renovarme. Tal vez la vejez, que ya llega, me trunque eso de poder contarme de nuevo.
SC: Una de las escenas más conmovedoras del libro es cuando estás trabajando como mensajero para la Western Union en Miami y te das cuenta de que uno de los telegramas que debes entregar es para ti de tu casa en Manzanillo. En el telegrama te dicen que tu mamá está muy enferma y poco después te enteras de que ha muerto. En este momento la ruptura con el pasado parece definitiva.
No has perdido solamente a tu patria y tu hogar, sino también a la persona más importante en tu vida. ¿Cómo te afectó la pérdida de tu mamá de una forma tan inesperada cuando acababas de llegar a EEUU?
EB: Le dedico a mamá varios de mis libros, aunque ya hace más de 35 años que murió. Fui hijo único de una madre divorciada, así que ella era el centro de mi vida hasta ese momento y hasta éste en que te hablo también. Mamá era extraordinaria. Cuando yo tenía seis años me dejó con una de mis tías por un año y medio y se fue con una de sus hermanas, Nina, a Nueva York a sacar un
título de maestra de inglés de la Universidad de Columbia. Me imagino que era una maestría o algo parecido. Me influyó mucho, y le rindo homenaje en mi autobiografía. A veces me parece que todo esto que he hecho toda mi vida de estudiar y dar clases de literatura no es más que una copia de lo que hacía mamá. Pero guardo un recuerdo de ella muy lindo que me mantiene alejado de una simple nostalgia y me conduce a tener una gran energía para vivir.
SC: ¿Te gustaría que este texto se publicara y se leyera en Cuba, además de en los Estados Unidos?
EB: Mira, me gustaría que se leyera en Cuba pero no que se publicara allí, porque hay cosas que son muy cubanas pero otras que son muy americanas, muy, como diría, cubano-americanas. No se trataEmilio Bejel en La Habana, con Nancy Morejón (1979) de la autobiografía de un cubano de la isla ni siquiera la de un cubano residente en Inglaterra o México, sino de una persona que ha vivido muchísimos años en los EEUU, casi el doble de años que los que vivió en Cuba. Mi autobiografía tiene más que ver con los textos autobiográficos de Gustavo Pérez Firmat, Virgil Suárez, Pablo Medina, Eliana Rivero y Ruth Behar, y sobre todo, por lo de la cuestión gay, con los textos autobiográficos de Elías Miguel Muñoz y Achy Obejas, que de Lisandro Otero o el mismo Guillermo Cabrera Infante. Porque estos últimos escritores no han vivido la experiencia norteamericana y además son bastante mayores que yo y que Gustavo o Eliana. También tendría que mencionar aquí los textos de Sonia Rivera-Valdés, que aunque no necesariamente autobiográficos, tienen una afinidad muy marcada con lo que yo escribo.
SC: ¿Encuentras alguna dificultad separando tu trabajo como crítico de tu trabajo como escritor de poesía o prosa? ¿Es posible mantener al crítico en el closet, por decirlo así, mientras escribes en el modo literario para que aquella parte de tu personalidad no estorbe el proceso creativo?
EB: La verdad es que, al menos en esta ocasión, y también podría decir lo mismo con mi poesía, éstas son actividades artísticas que en mí no se estorban. Al menos eso creo. Cuando escribo como crítico me sale lo racional, teórico y cuidadoso; cuando escribo poesía, cuento o ahora esta
autobiografía, el proceso es muy distinto, muy personal, mucho más delirante.
SC: Antes de terminar, me gustaría hablar un poco sobre otro texto tuyo que está por salir. Me refiero a tu estudio de la literatura gay de Cuba y del exilio cubano. Promete causar mucha sensación este tomo. ¿Nos podrías dar un adelanto de este texto y de tu acercamiento a las obras que estudias?
EB: Ese libro que se titula Gay Cuban Nation saldrá este verano del 2001 por la Editorial de la Emilio Bejel en Fairfield University, Connecticut (1978)Universidad de Chicago. Considero que es mi trabajo crítico más ambicioso, y espero que sea el más exitoso. Trato de las representaciones del homoerotismo en Cuba desde la década de 1880 hasta la de 1990. Trato asuntos que tienen relación con la historia pero que son más que nada el trabajo de un crítico literario. Tiene tres secciones. Una, que trata de los 1880, en la que analizo trabajos de Martí en relación con el homoerotismo tanto de hombres como de mujeres. Martí tenía una actitud paradójica cuando trataba este asunto. También estudio aquí el acercamiento de los positivistas cubanos, como Benjamín de Céspedes y Enrique José Varona, sobre el asunto homosexual. Creo que la homofobia más furiosa es la de los positivistas y sus descendientes, que por cierto tiene una extraña conexión con lo que vino después con la Revolución. La segunda sección trata de los años 1920s y 1930s, con Hernández Catá, Rodríguez Acosta y Montenegro. Y finalmente, la última y más amplia sección trata de la cuestión gay a partir de 1959: las UMAP, Piñera, Mariel, Arenas, Senel Paz, Padura Fuentes, y algunos de los escritores más jóvenes como López Acosta y Portela Alzola. También incluyo aquí a escritores exilados como Obejas, Muñoz y Rivera-Valdés.
CONT.
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