Esta mañana los papás de Carlitos han quedado sorprendidos. Ha ocurrido lo inaudito, unos chillidos desafinados e hirientes resuenan por toda la casa mientras Carlitos se ducha. Nunca, antes, le habían oído cantar, y aunque se nota a la legua que no va para Pavarotti, no deja de satisfacerles la alegría que su hijo manifiesta con el canto.
En contra de otros días, hoy Carlitos se muestra risueño y satisfecho mientras su padre le acompaña a la escuela.
Al iniciar la clase, Doña Remedios, la maestra, comienza a hablarles del deporte como tema de la lección. Se refiere a la trascendencia tanto espiritual como física que tiene esta disciplina, al punto de que existe una máxima que acredita: ‘mens sana in corpore sano’. Arguye, que ya los griegos tenían a Hermes como el dios de la gimnasia. Sigue explicando, que el deporte, además de fortalecer el cuerpo y la habilidad para determinados cometidos esportivos, como el fútbol, el tenis, la esgrima, etc., tiene además la virtud de que auspicia la competición entre sus participantes, faceta muy importante en el devenir de la sociedad, porque aviva la voluntad para la superación. Sostiene, que aunque se pregona que el participar ya es en sí un premio, el acicate que mueve a los contendientes es el de ser el primero, el vencedor.
En este punto de la explicación, doña Remedios se percata que en los últimos bancos Carlitos y su compañero Fulgencio están cuchicheándose al oído, sin prestar atención a lo que ella explica.
Con voz crispada, dirigiéndose a Fulgencio, dice:
-Qué es eso tan importante que tenéis que comunicaros, que no puede esperar al recreo.
Fulgencio, creyendo justificar su cuchicheo, contesta:
-Es que Carlitos, cuando usted hablaba de la competición, me ha contado que ayer al salir de la escuela participo en una carrera pedestre y que llegó el segundo.
-Hombre, Carlitos, que callado te lo llevabas. De forma que también compites. Bueno, aunque debiera reñirte por hablar en clase, no puedo por menos de felicitarte por tu hazaña, porque llegar el segundo en una carrera ya es un éxito.
Carlitos, eufórico y más orgulloso que el gallo cantador de la mañana, se levanta del asiento y dice:
-Muchas gracias, doña Remedios.
-De nada, Carlitos, estoy orgullosa de ti, y debo reconocer que con este éxito excedes a las aspiraciones que me había forjado de tu rebelde comportamiento. ¿Y erais muchos, los que competíais?
Dubitativo y un tanto cohibido, Carlitos contesta
-Dos.
En contra de otros días, hoy Carlitos se muestra risueño y satisfecho mientras su padre le acompaña a la escuela.
Al iniciar la clase, Doña Remedios, la maestra, comienza a hablarles del deporte como tema de la lección. Se refiere a la trascendencia tanto espiritual como física que tiene esta disciplina, al punto de que existe una máxima que acredita: ‘mens sana in corpore sano’. Arguye, que ya los griegos tenían a Hermes como el dios de la gimnasia. Sigue explicando, que el deporte, además de fortalecer el cuerpo y la habilidad para determinados cometidos esportivos, como el fútbol, el tenis, la esgrima, etc., tiene además la virtud de que auspicia la competición entre sus participantes, faceta muy importante en el devenir de la sociedad, porque aviva la voluntad para la superación. Sostiene, que aunque se pregona que el participar ya es en sí un premio, el acicate que mueve a los contendientes es el de ser el primero, el vencedor.
En este punto de la explicación, doña Remedios se percata que en los últimos bancos Carlitos y su compañero Fulgencio están cuchicheándose al oído, sin prestar atención a lo que ella explica.
Con voz crispada, dirigiéndose a Fulgencio, dice:
-Qué es eso tan importante que tenéis que comunicaros, que no puede esperar al recreo.
Fulgencio, creyendo justificar su cuchicheo, contesta:
-Es que Carlitos, cuando usted hablaba de la competición, me ha contado que ayer al salir de la escuela participo en una carrera pedestre y que llegó el segundo.
-Hombre, Carlitos, que callado te lo llevabas. De forma que también compites. Bueno, aunque debiera reñirte por hablar en clase, no puedo por menos de felicitarte por tu hazaña, porque llegar el segundo en una carrera ya es un éxito.
Carlitos, eufórico y más orgulloso que el gallo cantador de la mañana, se levanta del asiento y dice:
-Muchas gracias, doña Remedios.
-De nada, Carlitos, estoy orgullosa de ti, y debo reconocer que con este éxito excedes a las aspiraciones que me había forjado de tu rebelde comportamiento. ¿Y erais muchos, los que competíais?
Dubitativo y un tanto cohibido, Carlitos contesta
-Dos.
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