In quella parte dove Amor mi sprona
conven ch’io volga le dogliose rime,
che son seguaci de la mente afflicta.
Quai fien ultime, lasso, et qua’ fien prime?
Collui che del mio mal meco ragiona
mi lascia in dubbio, sí confuso ditta.
Ma pur quanto l’istoria trovo scripta
in mezzo ’l cor (che sí spesso rincorro)
co la sua propria man de’ miei martiri,
dirò, perché i sospiri
parlando àn triegua, et al dolor soccorro.
Dico che, perch’io miri
mille cose diverse attento et fiso,
sol una donna veggio, e ’l suo bel viso.
Poi che la dispietata mia ventura
m’à dilungato dal maggior mio bene,
noiosa, inexorabile et superba,
Amor col rimembrar sol mi mantene:
onde s’io veggio in giovenil figura
incominciarsi il mondo a vestir d’erba,
parmi vedere in quella etate acerba
la bella giovenetta, ch’ora è donna;
poi che sormonta riscaldando il sole,
parmi qual esser sòle,
fiamma d’amor che ’n cor alto s’endonna;
ma quando il dí si dole
di lui che passo passo a dietro torni,
veggio lei giunta a’ suoi perfecti giorni.
In ramo fronde, over vïole in terra,
mirando a la stagion che ’l freddo perde,
et le stelle miglior’ acquistan forza,
ne gli occhi ò pur le vïolette e ’l verde
di ch’era nel principio de mia guerra
Amor armato, sí ch’anchor mi sforza,
et quella dolce leggiadretta scorza
che ricopria le pargolette membra
dove oggi alberga l’anima gentile
ch’ogni altro piacer vile
sembiar mi fa: sí forte mi rimembra
del portamento humile
ch’allor fioriva, et poi crebbe anzi agli anni,
cagion sola et riposo de’ miei affanni.
Qualor tenera neve per li colli
dal sol percossa veggio di lontano,
come ’l sol neve, mi governa Amore,
pensando nel bel viso piú che humano
che pò da lunge gli occhi miei far molli,
ma da presso gli abbaglia, et vince il core:
ove fra ’l biancho et l’aurëo colore,
sempre si mostra quel che mai non vide
occhio mortal, ch’io creda, altro che ’l mio;
et del caldo desio,
che, quando sospirando ella sorride,
m’infiamma sí che oblio
nïente aprezza, ma diventa eterno,
né state il cangia, né lo spegne il verno.
Non vidi mai dopo nocturna pioggia
gir per l’aere sereno stelle erranti,
et fiammeggiar fra la rugiada e ’l gielo,
ch’i’ non avesse i begli occhi davanti
ove la stancha mia vita s’appoggia,
quali io gli vidi a l’ombra di un bel velo;
et sí come di lor bellezze il cielo
splendea quel dí, così bagnati anchora
li veggio sfavillare, ond’io sempre ardo.
Se ’l sol levarsi sguardo,
sento il lume apparir che m’innamora;
se tramontarsi al tardo,
parmel veder quando si volge altrove
lassando tenebroso onde si move.
Se mai candide rose con vermiglie
in vasel d’oro vider gli occhi miei
allor allor da vergine man colte,
veder pensaro il viso di colei
ch’avanza tutte l’altre meraviglie
con tre belle excellentie in lui raccolte:
le bionde treccie sopra ’l collo sciolte,
ov’ogni lacte perderia sua prova,
e le guancie ch’adorna un dolce foco.
Ma pur che l’òra un poco
fior’ bianchi et gialli per le piaggie mova,
torna a la mente il loco
e ’l primo dí ch’i’ vidi a l’aura sparsi
i capei d’oro, ond’io sí súbito arsi,
Ad una ad una annoverar le stelle,
e ’n picciol vetro chiuder tutte l’acque,
forse credea, quando in sí poca carta
novo penser di ricontar mi nacque
in quante parti il fior de l’altre belle,
stando in se stessa, à la sua luce sparta
a ciò che mai da lei non mi diparta:
né farò io; et se pur talor fuggo,
in cielo e’n terra m’ha rachiuso i passi,
perch’agli occhi miei lassi
sempre è presente, ond’io tutto mi struggo.
Et cosí meco stassi,
ch’altra non veggio mai, né veder bramo,
né ’l nome d’altra né sospir’ miei chiamo.
Ben sai, canzon, che quant’io parlo è nulla
al celato amoroso mio pensero,
che dí et nocte ne la mente porto,
solo per cui conforto
in cosí lunga guerra ancho non pèro:
ché ben m’avria già morto
la lontananza del mio cor piangendo,
ma quinci da la morte indugio prendo.
**************
Al sitio donde Amor hoy me arrebata
es bien volver mis rimas y querellas,
que efecto son de mi agitada cuita.
¿Cuáles primero irán? ¿Cuáles tras ellas?
Aquel que de mi mal conmigo trata
habla confuso y lo que dudo excita.
Mas cuanto de la historia encuentro escrita
por la mano de Amor dentro del alma
que a menudo recorro y en mis venas,
diré; porque los penas
si se hablan, dan un poco alivio y calma.
Y digo que, aunque plenas
mil cosas varias en mirar me apresto,
sólo una dama veo y sólo un gesto.
Después que, despiadada, mi ventura
apartado del bien mayor me tiene,
soberbia, inexorable y enojosa,
Amor con su recuerdo me mantiene;
y asì, si veo en juvenil figura
el mundo revestir de hierba y rosa,
creo ver en esa edad tierna y hermosa
la que, hoy siendo mujer, zagala era.
Después que el sol sobre los montes vuele
paréceme cual suele
llama de amor que sobre el alma impera;
mas, cuando el día se duele
de que él atrás se vuelva poco a poco,
en su perfecta edad la veo y toco.
La hoja en la rama, la violeta en tierra,
la estación viendo en la que el frío se pierde
y toma fuerza más benigna estrella,
tengo en los ojos el violeta y verde
con que era en el principio de mi guerra
armado en modo Amor que aún me atropella,
y aquella cascarilla dulce y bella
con que los tiernos miembros recubría,
donde hoy un alma angelical anida
que otro placer olvida;
tan fuerte es el recuerdo todavía
de aquella humilde vida
que florecía entonces, e hice luego
razón sola y alivio de mi fuego.
Mirando en la montaña tierna nieve
desecha por el sol correr el llano,
como a la nieve el sol, Amor me trata,
si pienso en aquel gesto más que humano
que hace de lejos que en mis ojos llueve
y ciega cerca, y pecho vence y ata;
entre la áureo color y aquel de plata
siempre se muestra aquel que el mortal ojo
no ve, si no es el mío, según creo;
y este ardiente deseo,
si en risa al sospirar sorprendo y cojo,
me inflama, según veo,
que no teme el olvido, pues, eterno,
ni estío muda ni lo apaga invierno.
Jamás tras la nocturna lluvia he visto
cruzar el cielo alguna estrella errante
y relumbrar entre rocío y hielo,
sin sus ojos tener también delante,
con que el hartazgo de vivir resisto,
tal como vi a la sombra de un su velo;
y así como el día aquel brillaba el cielo
de tal belleza, así también ahora,
brillar los veo y causa es por que ardo.
Si el alba ver no tardo,
siento la luz salir que me enamora;
y si al ocaso aguardo,
figuro ver cuando de mí se aleja
y el sitio donde estoy oscuro deja.
Si blancas junto a rojas florecillas
mis ojos nunca en vaso de oro vieron,
de mano virginal recién cogidas,
su gesto a la memoria me trajeron
que excede las más grandes maravillas
por tres gracias que en él son contenidas;
las rubias trenzas sueltas y esparcidas,
el cuello en que la leche el blanco prueba,
y la mejilla a la que el fuego sale.
Y un poco apenas vale
que la aura florecillas varias mueva,
para que en mí recale
el día y lugar que vi por vez primera
a la aura el pelo de oro en el que ardiera.
Contar una por una las estrellas
o en un vaso encerrar el mar entero
quizá es pensar, cuando en sutil dictado
cifrar una vez más con letra espero
en dónde la flor bella entre las bellas,
quedando en sí, su luz ha derramado
para que nunca yo deje su lado;
y no lo haré jamás; pues, si lo hago,
me cierra el paso, a cielo o tierra huya,
pues la belleza suya
siempre mis ojos ven, y me deshago.
Y, sin que me escabuya,
a otra así no veo, ni ver clamo,
ni nombre de otra en mis suspiros llamo.
Bien sabes tú, canción, cuán poco digo
de todo cuanto el pensamiento encierra,
que día y noche en mí tengo encubierto;
sólo por cuyo cierto
alivio no perezco en esta guerra;
pues bien me habría ya muerto
este del corazón lejano trato,
si no fuese por él que el fin dilato.
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