I’ vo pensando, et nel penser m’assale
una pietà sí forte di me stesso,
che mi conduce spesso
ad altro lagrimar ch’i’ non soleva:
ché, vedendo ogni giorno il fin piú presso,
mille fïate ò chieste a Dio quell’ale
co le quai del mortale
carcer nostro intelletto al ciel si leva.
Ma infin a qui nïente mi releva
prego o sospiro o lagrimar ch’io faccia:
e cosí per ragion conven che sia,
ché chi, possendo star, cadde tra via,
degno è che mal suo grado a terra giaccia.
Quelle pietose braccia
in ch’io mi fido, veggio aperte anchora,
ma temenza m’accora
per gli altrui exempli, et del mio stato tremo,
ch’altri mi sprona, et son forse a l’extremo.
L’un penser parla co la mente, et dice:
- Che pur agogni? onde soccorso attendi?
Misera, non intendi
con quanto tuo disnore il tempo passa?
Prendi partito accortamente, prendi;
e del cor tuo divelli ogni radice
del piacer che felice
nol pò mai fare, et respirar nol lassa.
Se già è gran tempo fastidita et lassa
se’ di quel falso dolce fugitivo
che ’l mondo traditor può dare altrui,
a che ripon’ piú la speranza in lui,
che d’ogni pace et di fermezza è privo?
Mentre che ’l corpo è vivo,
ài tu ’l freno in bailia de’ penser’ tuoi:
deh stringilo or che pôi,
ché dubbioso è ’l tardar come tu sai,
e ’l cominciar non fia per tempo omai.
Già sai tu ben quanta dolcezza porse
agli occhi tuoi la vista di colei
la qual ancho vorrei
ch’a nascer fosse per piú nostra pace.
Ben ti ricordi, et ricordar te ’n dêi,
de l’imagine sua quand’ella corse
al cor, là dove forse
non potea fiamma intrar per altrui face:
ella l’accese; et se l’ardor fallace
durò molt’anni in aspectando un giorno,
che per nostra salute unqua non vène,
or ti solleva a piú beata spene,
mirando ’l ciel che ti si volve intorno,
immortal et addorno:
ché dove, del mal suo qua giú sí lieta,
vostra vaghezza acqueta
un mover d’occhi, un ragionar, un canto,
quanto fia quel piacer, se questo è tanto? -
Da l’altra parte un pensier dolce et agro,
con faticosa et dilectevol salma
sedendosi entro l’alma,
preme ’l cor di desio, di speme il pasce;
che sol per fama glorïosa et alma
non sente quand’io agghiaccio, o quand’io flagro,
s’i’ son pallido o magro;
et s’io l’occido piú forte rinasce.
Questo d’allor ch’i’ m’addormiva in fasce
venuto è di dí in dí crescendo meco,
e temo ch’un sepolcro ambeduo chiuda.
Poi che fia l’alma de le membra ignuda,
non pò questo desio piú venir seco;
ma se ’l latino e ’l greco
parlan di me dopo la morte, è un vento:
ond’io, perché pavento
adunar sempre quel ch’un’ora sgombre,
vorre’ ’l ver abbracciar, lassando l’ombre.
Ma quell’altro voler di ch’i’son pieno,
quanti press’a lui nascon par ch’adugge;
e parte il tempo fugge
che, scrivendo d’altrui, di me non calme;
e ’l lume de’ begli occhi che mi strugge
soavemente al suo caldo sereno,
mi ritien con un freno
contra chui nullo ingegno o forza valme.
Che giova dunque perché tutta spalme
la mia barchetta, poi che ’nfra li scogli
è ritenuta anchor da ta’ duo nodi?
Tu che dagli altri, che ’n diversi modi
legano ’l mondo, in tutto mi disciogli,
Signor mio, ché non togli
omai dal volto mio questa vergogna?
Ché ’n guisa d’uom che sogna,
aver la morte inanzi gli occhi parme;
et vorrei far difesa, et non ò l’arme.
Quel ch’i’ fo veggio, et non m’inganna il vero
mal conosciuto, anzi mi sforza Amore,
che la strada d’onore
mai nol lassa seguir, chi troppo il crede;
et sento ad ora ad or venirmi al core
un leggiadro disdegno aspro et severo
ch’ogni occulto pensero
tira in mezzo la fronte, ov’altri ’l vede:
ché mortal cosa amar con tanta fede
quanta a Dio sol per debito convensi,
piú si disdice a chi piú pregio brama.
Et questo ad alta voce ancho richiama
la ragione svïata dietro ai sensi;
ma perch’ell’oda, et pensi
tornare, il mal costume oltre la spigne,
et agli occhi depigne
quella che sol per farmi morir nacque,
perch’a me troppo, et a se stessa, piacque.
Né so che spatio mi si desse il cielo
quando novellamente io venni in terra
a soffrir l’aspra guerra
che ’ncontra me medesmo seppi ordire;
né posso il giorno che la vita serra
antiveder per lo corporeo velo;
ma varïarsi il pelo
veggio, et dentro cangiarsi ogni desire.
Or ch’i’ mi credo al tempo del partire
esser vicino, o non molto da lunge,
come chi ’l perder face accorto et saggio,
vo ripensando ov’io lassai ’l vïaggio
de la man destra, ch’a buon porto aggiunge:
et da l’un lato punge
vergogna et duol che ’ndietro mi rivolve;
dall’altro non m’assolve
un piacer per usanza in me sí forte
ch’a patteggiar n’ardisce co la morte.
Canzon, qui sono, ed ò ’l cor via piú freddo
de la paura che gelata neve,
sentendomi perir senz’alcun dubbio:
ché pur deliberando ò vòlto al subbio
gran parte omai de la mia tela breve;
né mai peso fu greve
quanto quel ch’i’ sostengo in tale stato:
ché co la morte a lato
cerco del viver mio novo consiglio,
et veggio ’l meglio, et al peggior m’appiglio.
**********************
Yo voy pensando y al pensar asido
me siento de piedad de mí tan fuerte,
que me hace que liberte
lágrimas como nunca antes llorara;
pues, viendo ya cuán cerca está la muerte,
a Dios mil veces alas he pedido,
que alcen a eterno nido
la mente que en mortal cárcel repara;
mas tengo al fin aquí por cosa avara
suspiro o llanto que hoy me haga pedazos;
y así conviene que a razón me traiga
que el que, pudiendo en pie, al suelo caiga,
es digno de que yazga en los ribazos.
Aquellos tiernos brazos
en que confío, abiertos veo ahora;
pero el temor me azora
de otros ejemplos, y mi estado temo,
que hay quien me aguija, y soy quizá al extremo.
Dice, conmigo hablando, un pensamiento:
«¿Qué ansías? ¿Qué consuelo es el que atiendes?
Ay mísera, ¿no entiendes
con cuánto deshonor tu tiempo vuela?
Obra con seso presto, no te arriendes;
arranca de tu pecho todo asiento
del placer, que contento
no puede darte más, y te desvela.
Si te ahíta la continua bagatela
de aquel mentido dulce fugitivo
que puede dar traidor el mundo a otro,
¿por qué esperar aún de ese quillotro,
de toda paz y de firmeza esquivo?
Mientras que el cuerpo es vivo,
al freno aún del pensamiento accedes.
Sujétalo hoy que puedes,
que incierto es demorarse, como sabes,
y, antes de empezar, puede que acabes.
Bien sabes la dulzura que le ha hecho
a tus ojos la vista de esa fiera,
la cual más nos valiera
que más por nuestra paz fuese nacida.
Bien debes acordarte cómo era
cuando llegó corriendo hasta tu pecho,
allá donde de hecho
quizás no entrara llama otra prendida.
Ella la encendió; y si fementida
tanto tiempo duró ofreciendo un día,
que en pro de nuestro bien ya nunca vino,
hoy alza tu esperanza a otro camino
que al cielo lleva y que tu alma cría,
nueva, inmortal y pía:
que pues, si de ese mal que aquí os inquieta,
vuestro deseo aquieta
un pestañeo, un razonar, un canto,
¿cuál gozo será aquel, si es este tanto?»
Por otra un dulce y agrio pensamiento
con carga fatigante y deleitosa
en el alma se posa,
del que afán y esperanza el pecho pace;
que solo por la fama alma y gloriosa
no siente si yo sol o hielo siento,
o enflaco macilento;
y si lo mato, más fuerte renace.
Y día a día en mí mayor se hace
desde la cuna y mi más tierno juego,
y temo que un sepulcro a ambos encierre;
pues, cuando el cuerpo el alma ya deshierre,
no pienso que menguar pueda su fuego.
Mas que en latín o en griego
hablen de mí ya muerto, será viento;
si, porque siempre intento
ganar lo que en un hora se malogra,
por ir tras sombra, el alma a Dios no logra.
Mas aquel otro afán, del que estoy lleno,
cuanto se yergue junto a él derruye;
y así el tiempo huye
que, escribiendo de otro, a mí me olvido;
y la luz del mirar que me destruye
süavemente a su calor sereno
me tiene con un freno
contra el que maña o fuerza en vano mido.
¿Qué importa, pues, que el casco haya bruñido
de mi barquilla, si en escollo luego
de dos rocas la veo aún encallada?
Tú que del resto que en la mar enfada,
has librado mi rumbo y mi trasiego,
¿por qué, Señor, te ruego,
no impides que en la faz venga a correrme?
Que, como aquel que duerme,
ya de la muerte la visión me alarma;
y quiero hacer defensa, y voy sin arma.
Cuanto hago, sé; y embuste disfrazado
no me engaña, que Amor antes me esfuerza,
el cual no seguir fuerza
la senda del honor a quien de él fía;
y siento poco a poco en mí con fuerza
un severo desdén antes no usado,
que todo mi cuidado,
por que ella vea, saca a la faz mía;
que amar cosa mortal con pleitesía
que sólo a Dios por deuda le es debida,
desacredita a quien con ruegos clama.
Y esto aún a voces me reclama
tras los sentidos la razón perdida,
mas, porque no sea oída,
la costumbre viciada más la empuja,
y en los ojos dibuja
la que nació por sólo darme muerte,
porque harto gustó a ambos mal tan fuerte.
Y no sé el tiempo que me diera el cielo,
cuando primera vez pisé la tierra
a sufrir la cruel guerra
que yo contra mí mismo he practicado,
ni puedo el día que la vida cierra
prever a causa del corpóreo velo;
mas veo mudar el pelo,
y cambiar dentro de mí todo cuidado.
Y, pues creo ya casi haber llegado
al tiempo de partir, que cerca inquieta,
como aquel que el perder hace discreto,
pienso en dónde dejé aquel vericueto
que guía la derrota a buena meta;
y de un lado me aprieta
vergüenza y llanto a que me dé la vuelta;
del otro no me suelta
un placer por costumbre en mí tan fuerte
que a hacer pacto se atreve con la muerte.
Heme, canción, aquí más frío el pecho
por el propio temor que helada nieve,
sintiéndome morir ya en tal barullo;
que así pensando he vuelto ya al enjullo
gran parte de esta tela mía breve;
y todo peso es leve
cargando el que sostengo en tal estado,
que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo,
y conozco el mejor, y el peor apruebo.
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