***
La gravedad de la crisis nos afecta social y económicamente. Y
es mucho más: los cielos y la tierra se han enfermado. La naturaleza, ese arquetipo de toda belleza, se trastornó.
Nuestro planeta se encuentra en estado desolador, y si no se
toman medidas urgentes va en camino de ser inhabitable en
poco más de tres o cuatro décadas. El oxígeno disminuye de
modo irreversible por el ácido carbónico de autos y fábricas, y
por la devastación de los bosques. El hombre necesita de los
árboles para vivir. Parecen no saberlo o no importarles a quienes están talando las selvas del Amazonas y las grandes reservas del mundo. Los países desarrollados producen cuatrocientos millones de toneladas por año de residuos tóxicos: arsénico,
cianuro, mercurio y derivados del cloro, que desembocan en las
aguas de los ríos y los mares, afectando no sólo a los peces,
sino también a quienes se alimentan de ellos. Sólo unos pocos
gramos de intoxicación son mortales para el ser humano.
Corremos el riesgo de consumir vegetales rociados con plaguicidas que dañan al hígado y a los riñones y producen desórdenes sanguíneos, leucemia, tiroidismo; afectan también al sistema nervioso central y a los ojos. Entre esos plaguicidas se encuentra el terrible veneno llamado “agente naranja”.
Los científicos aún no nos han explicado de qué manera vamos
a sobrevivir a la radiactividad expandida por el efecto de los
reactores nucleares. Ocho millones de seres humanos todavía
sufren las consecuencias de la tragedia atómica de Chernobil.
Durante su visita a la Argentina, conversé largamente sobre
estos temas con el presidente de la ex Unión Soviética, Mijail
Gorvachov, ya que los científicos de su país arrojaron los “corazones” de una gran cantidad de reactores al mar Báltico,
¿acaso pensaban apagarlos? Entre estos desechos se encuentran
productos temibles como el plutonio, siniestra referencia a Plu-
tón, dios griego del infierno. Desconocemos lo que en verdad
han hecho, por su parte, los países más desarrollados, pero es
alarmante la indiferencia con que han respondido a los reclamos de destacados organismos ecologistas, como Greenpeace.
Parece no contar que estamos al borde de la destrucción física
del planeta, tal es el individualismo y la codicia.
A pesar del alto riesgo que significan los productos radiactivos,
su almacenamiento sigue constituyendo un inestimable agente
de control. Los países más desvalidos, como la India, o se proclaman orgullosamente como nueva potencia nuclear, o corren
el riesgo de ser vendidos como basureros atómicos. Algo que
en reiteradas oportunidades estuvo a punto de sucederle a nuestro país.
Otro peligro para tener en cuenta es el agujero de ozono, ¡agujero que ya tiene el tamaño del continente africano! Además
del recalentamiento del planeta, consecuencia de la emisión de
gases industriales y del efecto “invernadero”, está en peligro el
futuro de los países insulares debido al crecimiento del nivel de
los ríos y mares. Sin olvidar las especies en extinción: se calcula que setenta especies desaparecen por día.
En la antigüedad, según Berdiaev, el proyecto del universo
humano era también tarea de fuerzas divinas. Desacralizada la
existencia y aplastados los grandes principios éticos y religiosos de todos los tiempos, la ciencia pretende convertir los laboratorios en vientres artificiales. ¿Se puede pensar algo más infernal que la clonación? ¿Podemos seguir día a día cumpliendo
con tareas de tiempos de paz, cuando a nuestras espaldas se
está fabricando la vida artificialmente?
Nada queda por ser respetado
86/87
cont.
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La gravedad de la crisis nos afecta social y económicamente. Y
es mucho más: los cielos y la tierra se han enfermado. La naturaleza, ese arquetipo de toda belleza, se trastornó.
Nuestro planeta se encuentra en estado desolador, y si no se
toman medidas urgentes va en camino de ser inhabitable en
poco más de tres o cuatro décadas. El oxígeno disminuye de
modo irreversible por el ácido carbónico de autos y fábricas, y
por la devastación de los bosques. El hombre necesita de los
árboles para vivir. Parecen no saberlo o no importarles a quienes están talando las selvas del Amazonas y las grandes reservas del mundo. Los países desarrollados producen cuatrocientos millones de toneladas por año de residuos tóxicos: arsénico,
cianuro, mercurio y derivados del cloro, que desembocan en las
aguas de los ríos y los mares, afectando no sólo a los peces,
sino también a quienes se alimentan de ellos. Sólo unos pocos
gramos de intoxicación son mortales para el ser humano.
Corremos el riesgo de consumir vegetales rociados con plaguicidas que dañan al hígado y a los riñones y producen desórdenes sanguíneos, leucemia, tiroidismo; afectan también al sistema nervioso central y a los ojos. Entre esos plaguicidas se encuentra el terrible veneno llamado “agente naranja”.
Los científicos aún no nos han explicado de qué manera vamos
a sobrevivir a la radiactividad expandida por el efecto de los
reactores nucleares. Ocho millones de seres humanos todavía
sufren las consecuencias de la tragedia atómica de Chernobil.
Durante su visita a la Argentina, conversé largamente sobre
estos temas con el presidente de la ex Unión Soviética, Mijail
Gorvachov, ya que los científicos de su país arrojaron los “corazones” de una gran cantidad de reactores al mar Báltico,
¿acaso pensaban apagarlos? Entre estos desechos se encuentran
productos temibles como el plutonio, siniestra referencia a Plu-
tón, dios griego del infierno. Desconocemos lo que en verdad
han hecho, por su parte, los países más desarrollados, pero es
alarmante la indiferencia con que han respondido a los reclamos de destacados organismos ecologistas, como Greenpeace.
Parece no contar que estamos al borde de la destrucción física
del planeta, tal es el individualismo y la codicia.
A pesar del alto riesgo que significan los productos radiactivos,
su almacenamiento sigue constituyendo un inestimable agente
de control. Los países más desvalidos, como la India, o se proclaman orgullosamente como nueva potencia nuclear, o corren
el riesgo de ser vendidos como basureros atómicos. Algo que
en reiteradas oportunidades estuvo a punto de sucederle a nuestro país.
Otro peligro para tener en cuenta es el agujero de ozono, ¡agujero que ya tiene el tamaño del continente africano! Además
del recalentamiento del planeta, consecuencia de la emisión de
gases industriales y del efecto “invernadero”, está en peligro el
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los ríos y mares. Sin olvidar las especies en extinción: se calcula que setenta especies desaparecen por día.
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humano era también tarea de fuerzas divinas. Desacralizada la
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