CARMEN CONDE
POEMAS
6.- De BROCAL .- La última parte de Brocal es sin título... su trasfondo místico está en la relación que siempre ha mantenido el huertano con la Iglesia y sus campanas... ¿Relato? Que cada cual analice. Yo cumplo con la función que me asigné: difundir.
4
I
Venían cuatro hombres por el altozano. Recios, enlutados, con una serenidad llena de sol. Hacia la izquierda, anchas balsas volcaban un cielo inquieto en la sombra.
II
Cerca de la iglesia se pararon los cuatro. En la mañana, las cuatro figuras erguidas tomaron serenidad de piedra.
«Qué hacemos», se interrogaban los ojos. Y uno, el más delgado, dijo desde muy lejos: «Subamos a la Torre».
Subamos a la Torre.
Subamos a la Torre.
Subamos a la Torre.
Y subieron a la Torre.
III
La caja aérea de sonidos estaba callada. Ocho campanas grandes, muy grandes, repartidas en los ángulos -proas- de la Torre. Seis campanas pequeñas dispuestas sobre las grandes. Cuatro campanitas chicas sobre las pequeñas, y arriba de todo -banderín-, una campanilla alegre, brazo del semáforo sonoro.
En el centro de la estancia un cilindro en espiral con las maromas que movían a las campanas.
IV
Los cuatro hombres se pararon, uno tras otro, en los cuatro ángulos del recinto. Iban a dar las once.
Puestas en marcha las campanas grandes, unos mazos de hierro golpeaban a las pequeñas; luego a las pequeñitas; por último, la campanilla saltaba descalza por el prado verde y fragante del cielo.
¡Qué júbilo el de la Torre, toda volada en giros locos, en aires dispersos, en palomas desbandadas!
Cuando todo terminó, graves, trascendidas de los siglos de la huerta, cayeron las once campanadas del reloj. A la postrera, quedó un hondo, ronco vibrar en la Torre. Salió por las ventanas (¡de lejos la Torre era transparente!), y no reposó ni en el agua del río.
V
Serios, lejanos, llenos de sol y de rumores, se asomaron los enlutados al balcón. La huerta corría por debajo como un alga enorme. Más allá, entre los ramos de nardos de la Iglesia, dormía el Segura.
Arrancaban muchos caminos de entre los horizontes. Por ellos pasaban las campanas.
VI
Bajaron. Y otra vez silenciosos y recios, se hallaron en el campo. Descorridas de brisa oscilaban las palmeras. Tres siempre.
Llenos de fruta los árboles. Azules y moradas las cordilleras.
A la sombra de una casa en cuyo escudo amenazaban dos hombrones de granito, reposaban unos bueyes.
Ondulaban los trigos, mujeres blancas de cabellos negros, y los burrillos tiraban de las norias.
¡Álamos, río!
VII
Los cuatro hombres, altos y enlutados, izaron sus cuatro sombreros planos.
Cuando llueva, a los charcos del patio echaremos un barco de papel.
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