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CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
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- Mensaje n°781
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.
Tanta mansedumbre
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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- Mensaje n°782
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Estaba amando previamente al hombre que un día iba a amar. Quién sabe, eso a veces sucedía, y sin culpas ni dolores para ninguno de los dos. Allí estaba en la cama, pensando, pensando, casi riendo como ante un folletín. Pensando, pensando. ¿En qué? No lo sabía. Y así se dejó estar.
Devaneo y embriaguez de una muchacha.
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- Mensaje n°783
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
No, no, el mundo no me agrada. La mayoría de las personas están muertas y no lo saben, o están vivas con charlatanismo. Y el amor, en vez de darse, se exige. Y quienes nos quieren desean que seamos eso que ellos necesitan. Mentir da remordimiento. Y no mentir es un don que el mundo no merece. Y ni siquiera puedo hacer lo que una niña semiparalítica hizo como venganza: romper un jarrón. No soy semiparalítica. Aunque algo me diga que somos todos semiparalíticos. Y se muere, sin siquiera una explicación.
Revelación de un mundo
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- Mensaje n°784
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pero el instante-ya es una luciérnaga que se enciende
y se apaga. El presente es el instante en que la rueda
de un automóvil a gran velocidad toca mínimamente el
suelo. Y la parte de la rueda que aún no lo ha tocado,
lo tocará en un futuro inmediato que absorbe el instante
presente y hace de él pasado. Yo, viva y centelleante
como los instantes, me enciendo y me apago, me enciendo
y me apago, me enciendo y me apago. Pero aquello
que capto en mí tiene, ahora que está siendo transpuesto
a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen
más instantes que la mirada. Más que un instante
quiero su fluencia.
Agua Viva.
y se apaga. El presente es el instante en que la rueda
de un automóvil a gran velocidad toca mínimamente el
suelo. Y la parte de la rueda que aún no lo ha tocado,
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como los instantes, me enciendo y me apago, me enciendo
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- Mensaje n°785
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Escribir es esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a mi propio corazón trémulo el dolor incalculable que parece necesario para mi maduración: ¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo.
Un soplo de vida.
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo.
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- Mensaje n°786
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Nunca leerás lo que escribo. Y cuando haya anotado mi secreto de ser lo tiraré como si fuese al mar. Te escribo porque no llegas a aceptar lo que soy. Cuando destruya mis anotaciones de instantes ¿volveré a mi nada de donde he sacado un todo? Tengo que pagar el precio. El precio de quien tiene un pasado que sólo se renueva con pasión en el extraño presente. Cuando pienso en lo que ya he vivido me parece que he ido dejando mis cuerpos por los caminos.
Agua Viva
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- Mensaje n°787
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Existe un ser que vive dentro de mí como si fuera su casa, y lo es. Se trata de un caballo negro y lustroso que a pesar de completamente salvaje —pues nunca vivió en nadie ni jamás le pusieron riendas ni silla— a pesar de completamente salvaje tiene por eso mismo una dulzura primera de quien no tiene miedo: come a veces de mi mano. Su hocico es húmedo y
fresco. Yo beso su hocico. Cuando yo muera, el caballo negro se quedará sin casa y va a sufrir mucho. A menos que escoja otra casa que no tenga miedo de lo que es al mismo tiempo salvaje y suave. Aviso que él no tiene nombre: basta llamarlo y responde. O no responde, pero una vez llamado con dulzura y autoridad él viene. Si olisquea y siente que un cuerpo es libre, trota sin ruidos y viene. Aviso también que no se debe temer su relincho: una se equivoca y cree que es una la que relincha de placer o de
cólera.
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fresco. Yo beso su hocico. Cuando yo muera, el caballo negro se quedará sin casa y va a sufrir mucho. A menos que escoja otra casa que no tenga miedo de lo que es al mismo tiempo salvaje y suave. Aviso que él no tiene nombre: basta llamarlo y responde. O no responde, pero una vez llamado con dulzura y autoridad él viene. Si olisquea y siente que un cuerpo es libre, trota sin ruidos y viene. Aviso también que no se debe temer su relincho: una se equivoca y cree que es una la que relincha de placer o de
cólera.
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- Mensaje n°788
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pero el instante-ya es una luciérnaga que se enciende
y se apaga. El presente es el instante en que la rueda
de un automóvil a gran velocidad toca mínimamente el
suelo. Y la parte de la rueda que aún no lo ha tocado,
lo tocará en un futuro inmediato que absorbe el instante
presente y hace de él pasado. Yo, viva y centelleante
como los instantes, me enciendo y me apago, me enciendo
y me apago, me enciendo y me apago. Pero aquello
que capto en mí tiene, ahora que está siendo transpuesto
a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen
más instantes que la mirada. Más que un instante
quiero su fluencia.
Agua Viva.
y se apaga. El presente es el instante en que la rueda
de un automóvil a gran velocidad toca mínimamente el
suelo. Y la parte de la rueda que aún no lo ha tocado,
lo tocará en un futuro inmediato que absorbe el instante
presente y hace de él pasado. Yo, viva y centelleante
como los instantes, me enciendo y me apago, me enciendo
y me apago, me enciendo y me apago. Pero aquello
que capto en mí tiene, ahora que está siendo transpuesto
a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen
más instantes que la mirada. Más que un instante
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- Mensaje n°789
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
En cada palabra late un corazón. Escribir es esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida. Vida que me molesta y deja a mi propio corazón trémulo el dolor incalculable que parece necesario para mi maduración: ¿maduración? ¡Hasta ahora he vivido sin madurar!
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo.
Un soplo de vida.
Sí. Pero parece que ha llegado el momento de aceptar de lleno la vida misteriosa de los que un día morirán. Tengo que comenzar por aceptarme y no sentir el horror punitivo del cada vez que caigo, pues cuando caigo la raza humana cae también conmigo.
Un soplo de vida.
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- Mensaje n°790
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Lo incomunicable de uno a uno mismo es la gran vorágine de la nada. Si no encuentro un modo de hablarme a mí misma, la palabra me sofoca y atraviesa la garganta como una piedra. Quiero tener acceso a mí misma en el momento en que quiera, como quien abre las puertas y entra. No quiero ser víctima del azar liberador. Quiero tener yo misma la llave del mundo y transitarlo como quien transita de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
En la hora de mi muerte ¿qué haré? Enseñadme cómo se muere. Yo no lo sé.
Un soplo de vida.
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- Mensaje n°791
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
No entiendo. Esto es tan vasto que supera cualquier entender. Entender es siempre limitado. Pero no entender puede no tener fronteras. Siento que soy
mucho más completa cuando no entiendo. No entender, del modo en que lo digo, es un don. No entender, pero no como un simple de espíritu. Lo bueno es ser inteligente y no entender. Es una bendición extraña, como tener locura sin ser demente. Es un manso desinterés, es una dulzura de estupidez. Sólo que de vez en cuando viene la inquietud: quiero entender un poco. No demasiado: pero por lo menos entender que no entiendo.
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mucho más completa cuando no entiendo. No entender, del modo en que lo digo, es un don. No entender, pero no como un simple de espíritu. Lo bueno es ser inteligente y no entender. Es una bendición extraña, como tener locura sin ser demente. Es un manso desinterés, es una dulzura de estupidez. Sólo que de vez en cuando viene la inquietud: quiero entender un poco. No demasiado: pero por lo menos entender que no entiendo.
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- Mensaje n°792
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Estaba profundamente derrotado por el mundo en que vivía. Y se había separado de las personas por su derrota y por sentir que los otros también eran derrotados. Él no quería formar parte de un mundo donde, por ejemplo, el rico devoraba al pobre. Como el suyo sólo le parecía un movimiento romántico, si se agregaba a los que luchaban contra el aplastamiento de la vida tal como era, entonces se cerró en una individualización que, si no tenía cuidado, podía transformarse en soledad histérica o meramente contemplativa. Mientras no llegara algo mejor, buscaba relacionarse con los otros derrotados por intermedio de una especie de amor torcido, que alcanzaba tanto a los otros como, de algún modo, a sí mismo.
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- Mensaje n°793
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Lo incomunicable de uno a uno mismo es la gran vorágine de la nada. Si no encuentro un modo de hablarme a mí misma, la palabra me sofoca y atraviesa la garganta como una piedra. Quiero tener acceso a mí misma en el momento en que quiera, como quien abre las puertas y entra. No quiero ser víctima del azar liberador. Quiero tener yo misma la llave del mundo y transitarlo como quien transita de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
En la hora de mi muerte ¿qué haré? Enseñadme cómo se muere. Yo no lo sé.
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En la hora de mi muerte ¿qué haré? Enseñadme cómo se muere. Yo no lo sé.
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- Mensaje n°794
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
No hago confidencias.
Más bien me metalizo. Y no te soy ni me soy cómoda;
mi palabra estalla en el espacio del día. Lo que
sabrás de mí es la sombra de la flecha que se ha clavado en el blanco. Sólo cogeré inútilmente una sombra que no ocupa lugar en el espacio, y lo único que importa es el dardo. Construyo algo fuera de mí y de ti, ésa es mi libertad, que lleva a la muerte.
Agua Viva
Más bien me metalizo. Y no te soy ni me soy cómoda;
mi palabra estalla en el espacio del día. Lo que
sabrás de mí es la sombra de la flecha que se ha clavado en el blanco. Sólo cogeré inútilmente una sombra que no ocupa lugar en el espacio, y lo único que importa es el dardo. Construyo algo fuera de mí y de ti, ésa es mi libertad, que lleva a la muerte.
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- Mensaje n°795
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Él no quería formar parte de un mundo donde, por ejemplo, el rico devoraba al pobre. Como el suyo sólo le parecía un movimiento romántico, si se agregaba a los que luchaban contra el aplastamiento de la vida tal como era, entonces se cerró en una individualización que, si no tenía cuidado, podía transformarse en soledad histérica o meramente contemplativa. Mientras no llegara algo mejor, buscaba relacionarse con los otros derrotados por intermedio de una especie de amor torcido, que alcanzaba tanto a los otros como, de algún modo, a sí mismo.
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- Mensaje n°796
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Hay otra cosa que me acecha y me hace sonreír: el mal gusto. Ah, las ganas que tengo de ceder al mal gusto. ¿En qué? Pues, el campo es ilimitado, simplemente ilimitado. Va desde el instante en que se puede decir la palabra equivocada precisamente cuando peor caería, hasta el instante en que se dirían palabras de gran belleza y verdad cuando el interlocutor está desprevenido y se llevaría un susto de incomodidad, y después quedaría el silencio
Descubrimientos.
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- Mensaje n°797
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Miraba el aire silencioso y pálido del cuarto, un instante inmóvil y
sin destino. ¡Qué fatal era haber vivido! Por primera vez envejeciera. Por primera vez tenía la conciencia de un tiempo detrás de sí y la noción desasosegada de algo que no podría tocar jamás, de algo que ya no le pertenecía porque estaba completa pero al que ella aún se prendía por la incapacidad de crear otra vida y un nuevo tiempo.
La lámpara.
sin destino. ¡Qué fatal era haber vivido! Por primera vez envejeciera. Por primera vez tenía la conciencia de un tiempo detrás de sí y la noción desasosegada de algo que no podría tocar jamás, de algo que ya no le pertenecía porque estaba completa pero al que ella aún se prendía por la incapacidad de crear otra vida y un nuevo tiempo.
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- Mensaje n°798
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Ella comenzó a pensar cómo en realidad podía no haber partido; y la idea de que estaría en ese momento en la ciudad esperando el día siguiente para ver a Vicente le despertó un nuevo grito sofocado en el corazón. Jamás había tenido una noción más precisa y extraña de dos lugares existiendo al mismo tiempo, de una misma hora transcurriendo en todo el mundo, y esta sensación instantánea la aproximó como nunca a lo que ella no conocía. Cómo sé inventar las cosas hasta el final —una obstinación inconsciente la llevaba a un punto en el que en verdad alcanzaba lo que pretendiera y sin embargo no podía soportar lo que ella misma creara—.
...
La lámpara.
...
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- Mensaje n°799
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
La palabra tiene que parecerse a la palabra. Alcanzarla es el primer deber para conmigo. Y la palabra no puede ser adornada y artísticamente vana, tiene que ser sólo ella.
...
Quiero aceptar mi libertad sin pensar en lo que muchos creen: que existir es cosa de locos, un caso de demencia. Porque lo parece. Existir no es lógico.
La hora de la estella
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Quiero aceptar mi libertad sin pensar en lo que muchos creen: que existir es cosa de locos, un caso de demencia. Porque lo parece. Existir no es lógico.
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- Mensaje n°800
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
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Crónicas
1967
9 de setiembre
AMOR IMPERECEDERO
Todavía me siento un poco perdida en mi nueva función con eso que no puede llamarse propiamente crónica. Y, además de ser neófita en el asunto, también lo soy en materia de escribir para ganar dinero. Ya trabajé en prensa como profesional, sin firmar. Al firmar, sin embargo, me vuelvo automáticamente más personal. Y siento un poco como si estuviera vendiendo mi alma.
Hablé de esto con un amigo que me respondió: pero escribir es un poco vender el alma. Es cierto. Aun cuando no sea por dinero, una se expone mucho. Por más que una amiga médica lo haya objetado: argumentó que en su profesión da su alma toda, y no obstante cobra dinero porque también necesita vivir. Les vendo, pues, a ustedes, con el mayor placer, una cierta parte de mi alma —la parte para la charla del sábado.
Sólo que, por neófita, todavía la elección de los temas me confunde.
En este estado de ánimo me encontraba cuando estaba en la casa de una amiga. Sonó el teléfono, era un amigo en común. Hable también con él, y, es claro, le conté sobre mi tarea de escritura de todos los sábados. Y de pronto le pregunté: “¿qué es lo que más le interesa a la gente? Digamos a las mujeres”.
Antes de que pudiese responderme, oímos del fondo de la enorme sala a mi amiga que respondía en voz alta y espontánea: “El hombre”. Nos reímos, pero la respuesta era seria. Y con un poco de pudor me veo obligada a reconocer que lo que más interesa a la mujer es el hombre. Pero que esto no nos suene a humillación, como si se nos exigiera tener en primer lugar intereses más universales.
No nos sintamos humilladas, pues si le preguntáramos al mejor técnico del mundo en ingeniería electrónica qué es lo que más le interesa al hombre, la respuesta íntima, inmediata y franca será: la mujer. Y cada tanto es bueno que recordemos esta verdad obvia, por más vergüenza que nos dé. Preguntarán: “pero en materia de personas, ¿no son los hijos lo que más nos interesa?”. Eso es otra cosa. Los hijos son, como se dice, nuestra carne y nuestra sangre, y ni se habla de interés alguno.
Es otra cosa. Tan otra cosa que cualquier niño del mundo es como nuestra carne y nuestra sangre. No, no estoy haciendo literatura. Hace unos días me contaron de una niña semiparalítica que necesitó vengarse rompiendo un jarrón. Y toda la sangre me dolió. Era una hija colérica. El hombre. Qué simpático es. Menos mal. ¿Es él nuestra fuente de inspiración? Sí. ¿Es nuestro desafío? Sí. ¿Es nuestro enemigo? Sí. ¿Es nuestro rival estimulante? Sí. ¿Es nuestro igual al mismo tiempo por completo diferente? Sí. ¿Es lindo?
Sí.
¿Gracioso? Sí. ¿Es un niño? Sí. ¿También un padre? Sí. ¿Nos peleamos con él? Lo hacemos. ¿Podemos seguir sin el hombre con quien nos peleamos? No. ¿Somos interesantes porque al hombre le gustan las mujeres interesantes? Lo somos. ¿Con el hombre tenemos los diálogos más importantes? Sí. ¿Es el hombre irritante? También. ¿Nos gusta que nos fastidie? Nos gusta. Podría seguir con esta lista interminable hasta que el director me ordene parar. Pero creo que nadie me mandaría detenerme. Creo que toqué un punto neurálgico. Y, por ser un punto neurálgico, cómo nos duele el hombre.
Y cuánto le duele la mujer al hombre. Con mi manía de viajar en taxi, entrevisto a todos los choferes con quienes viajo.
Hace unas noches viajé con un español muy joven, de bigotito y mirada triste. Palabra va, palabra viene, me preguntó si yo tenía hijos. Le pregunté si también él los tenía, y me contestó que no estaba casado, que jamás se casaría. Y me contó su historia. Hace catorce años amó a una joven española, en su tierra. Vivía en una ciudad pequeña, con pocos médicos y recursos. La joven enfermó, sin que nadie supiera de qué, y en tres días murió. Murió consciente de que moriría, prediciendo: “Voy a morir en tus brazos”. Y murió en sus brazos, pidiendo: “Que Dios me salve”. El chofer durante tres años apenas si podía alimentarse. En la ciudad pequeña todos sabían de su amor y querían ayudarlo. Lo llevaban a fiestas, donde las muchachas, en lugar de esperar que él las sacara a bailar, le pedían que bailara con ellas.
Pero de nada sirvió. Todo el ambiente le recordaba a Clarita —éste era el nombre de la muchacha muerta, lo cual me asustó pues es casi mi nombre y me sentí muerta y amada. Entonces resolvió salir de España, y sin siquiera avisar a sus padres. Se informó de que sólo dos países en ese momento recibían a inmigrantes sin exigir visa: Brasil y Venezuela. Se decidió por Brasil. Aquí se hizo rico. Tuvo una fábrica de zapatos, la vendió después; compró un bar-restaurante, lo vendió después. Es que nada le importaba.
Decidió transformar su auto de paseo en taxi y se hizo chofer. Vive en una casa en Jacarepaguá, porque “allá hay cascadas de agua dulce (!) que son lindas”. Pero en estos catorce años no logró querer a ninguna mujer, y no tiene “amor por nada, todo me da lo mismo”. Con delicadeza el español dio a entender que no obstante la saudade cotidiana que siente por Clarita no detiene su vida, que consigue tener relaciones y cambiar de mujeres. Pero amar —nunca más. Bueno. Mi historia termina de un modo un poco inesperado e inquietante. Estábamos casi llegando a mi destino, cuando habló de nuevo de su casa en Jacarepaguá y de las cascadas de agua dulce, como si existiesen de agua salada. Dije medio distraída: “Cuánto me gustaría descansar unos días en un lugar como ése”. Pues hete aquí que era lo que no debería haber dicho.
Porque, con riesgo de meter el coche adentro de alguna casa, súbitamente giró la cabeza hacia atrás y exclamó con la voz cargada de intenciones: “¡Si usted lo quiere, puede venir!”. Nerviosísima con el repentino cambio de clima, me 15 oí contestándole apurada y en voz alta que no podía porque tenía que operarme e “iba a estar muy enferma (!)”. De ahora en adelante sólo entrevistaré a los choferes muy viejitos. Pero esto prueba que el español es un hombre sincero: la intensa saudade por Clarita no detiene su vida.
El final de esta historia desilusiona un poco a los corazones sentimentales. A muchos les gustaría que ese amor de catorce años detuviese, y mucho, su vida. La historia sonaría mejor. Pero no puedo mentir para contentarlos. Y además me parece justo que su vida no resulte completamente detenida. Ya basta con el drama de no lograr amar a nadie más. Olvidé decir que él también me contó historias de negocios y de desfalcos —el viaje era largo, el tránsito pésimo. Pero encontró en mí oídos distraídos. Sólo lo que se conoce como amor imperecedero me había interesado. Ahora estoy recordando vagamente lo del desfalco. Tal vez, si me concentro, lo recuerde mejor, y lo cuente el próximo
sábado. Pero creo que no es interesante.
Crónicas
1967
9 de setiembre
AMOR IMPERECEDERO
Todavía me siento un poco perdida en mi nueva función con eso que no puede llamarse propiamente crónica. Y, además de ser neófita en el asunto, también lo soy en materia de escribir para ganar dinero. Ya trabajé en prensa como profesional, sin firmar. Al firmar, sin embargo, me vuelvo automáticamente más personal. Y siento un poco como si estuviera vendiendo mi alma.
Hablé de esto con un amigo que me respondió: pero escribir es un poco vender el alma. Es cierto. Aun cuando no sea por dinero, una se expone mucho. Por más que una amiga médica lo haya objetado: argumentó que en su profesión da su alma toda, y no obstante cobra dinero porque también necesita vivir. Les vendo, pues, a ustedes, con el mayor placer, una cierta parte de mi alma —la parte para la charla del sábado.
Sólo que, por neófita, todavía la elección de los temas me confunde.
En este estado de ánimo me encontraba cuando estaba en la casa de una amiga. Sonó el teléfono, era un amigo en común. Hable también con él, y, es claro, le conté sobre mi tarea de escritura de todos los sábados. Y de pronto le pregunté: “¿qué es lo que más le interesa a la gente? Digamos a las mujeres”.
Antes de que pudiese responderme, oímos del fondo de la enorme sala a mi amiga que respondía en voz alta y espontánea: “El hombre”. Nos reímos, pero la respuesta era seria. Y con un poco de pudor me veo obligada a reconocer que lo que más interesa a la mujer es el hombre. Pero que esto no nos suene a humillación, como si se nos exigiera tener en primer lugar intereses más universales.
No nos sintamos humilladas, pues si le preguntáramos al mejor técnico del mundo en ingeniería electrónica qué es lo que más le interesa al hombre, la respuesta íntima, inmediata y franca será: la mujer. Y cada tanto es bueno que recordemos esta verdad obvia, por más vergüenza que nos dé. Preguntarán: “pero en materia de personas, ¿no son los hijos lo que más nos interesa?”. Eso es otra cosa. Los hijos son, como se dice, nuestra carne y nuestra sangre, y ni se habla de interés alguno.
Es otra cosa. Tan otra cosa que cualquier niño del mundo es como nuestra carne y nuestra sangre. No, no estoy haciendo literatura. Hace unos días me contaron de una niña semiparalítica que necesitó vengarse rompiendo un jarrón. Y toda la sangre me dolió. Era una hija colérica. El hombre. Qué simpático es. Menos mal. ¿Es él nuestra fuente de inspiración? Sí. ¿Es nuestro desafío? Sí. ¿Es nuestro enemigo? Sí. ¿Es nuestro rival estimulante? Sí. ¿Es nuestro igual al mismo tiempo por completo diferente? Sí. ¿Es lindo?
Sí.
¿Gracioso? Sí. ¿Es un niño? Sí. ¿También un padre? Sí. ¿Nos peleamos con él? Lo hacemos. ¿Podemos seguir sin el hombre con quien nos peleamos? No. ¿Somos interesantes porque al hombre le gustan las mujeres interesantes? Lo somos. ¿Con el hombre tenemos los diálogos más importantes? Sí. ¿Es el hombre irritante? También. ¿Nos gusta que nos fastidie? Nos gusta. Podría seguir con esta lista interminable hasta que el director me ordene parar. Pero creo que nadie me mandaría detenerme. Creo que toqué un punto neurálgico. Y, por ser un punto neurálgico, cómo nos duele el hombre.
Y cuánto le duele la mujer al hombre. Con mi manía de viajar en taxi, entrevisto a todos los choferes con quienes viajo.
Hace unas noches viajé con un español muy joven, de bigotito y mirada triste. Palabra va, palabra viene, me preguntó si yo tenía hijos. Le pregunté si también él los tenía, y me contestó que no estaba casado, que jamás se casaría. Y me contó su historia. Hace catorce años amó a una joven española, en su tierra. Vivía en una ciudad pequeña, con pocos médicos y recursos. La joven enfermó, sin que nadie supiera de qué, y en tres días murió. Murió consciente de que moriría, prediciendo: “Voy a morir en tus brazos”. Y murió en sus brazos, pidiendo: “Que Dios me salve”. El chofer durante tres años apenas si podía alimentarse. En la ciudad pequeña todos sabían de su amor y querían ayudarlo. Lo llevaban a fiestas, donde las muchachas, en lugar de esperar que él las sacara a bailar, le pedían que bailara con ellas.
Pero de nada sirvió. Todo el ambiente le recordaba a Clarita —éste era el nombre de la muchacha muerta, lo cual me asustó pues es casi mi nombre y me sentí muerta y amada. Entonces resolvió salir de España, y sin siquiera avisar a sus padres. Se informó de que sólo dos países en ese momento recibían a inmigrantes sin exigir visa: Brasil y Venezuela. Se decidió por Brasil. Aquí se hizo rico. Tuvo una fábrica de zapatos, la vendió después; compró un bar-restaurante, lo vendió después. Es que nada le importaba.
Decidió transformar su auto de paseo en taxi y se hizo chofer. Vive en una casa en Jacarepaguá, porque “allá hay cascadas de agua dulce (!) que son lindas”. Pero en estos catorce años no logró querer a ninguna mujer, y no tiene “amor por nada, todo me da lo mismo”. Con delicadeza el español dio a entender que no obstante la saudade cotidiana que siente por Clarita no detiene su vida, que consigue tener relaciones y cambiar de mujeres. Pero amar —nunca más. Bueno. Mi historia termina de un modo un poco inesperado e inquietante. Estábamos casi llegando a mi destino, cuando habló de nuevo de su casa en Jacarepaguá y de las cascadas de agua dulce, como si existiesen de agua salada. Dije medio distraída: “Cuánto me gustaría descansar unos días en un lugar como ése”. Pues hete aquí que era lo que no debería haber dicho.
Porque, con riesgo de meter el coche adentro de alguna casa, súbitamente giró la cabeza hacia atrás y exclamó con la voz cargada de intenciones: “¡Si usted lo quiere, puede venir!”. Nerviosísima con el repentino cambio de clima, me 15 oí contestándole apurada y en voz alta que no podía porque tenía que operarme e “iba a estar muy enferma (!)”. De ahora en adelante sólo entrevistaré a los choferes muy viejitos. Pero esto prueba que el español es un hombre sincero: la intensa saudade por Clarita no detiene su vida.
El final de esta historia desilusiona un poco a los corazones sentimentales. A muchos les gustaría que ese amor de catorce años detuviese, y mucho, su vida. La historia sonaría mejor. Pero no puedo mentir para contentarlos. Y además me parece justo que su vida no resulte completamente detenida. Ya basta con el drama de no lograr amar a nadie más. Olvidé decir que él también me contó historias de negocios y de desfalcos —el viaje era largo, el tránsito pésimo. Pero encontró en mí oídos distraídos. Sólo lo que se conoce como amor imperecedero me había interesado. Ahora estoy recordando vagamente lo del desfalco. Tal vez, si me concentro, lo recuerde mejor, y lo cuente el próximo
sábado. Pero creo que no es interesante.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
16 de setiembre
DENTRO DE VEINTICINCO AÑOS
Me preguntaron una vez si podría imaginar a Brasil dentro de veinticinco años. Si ni siquiera puedo imaginar el de dentro de veinticinco minutos, mucho menos el de veinticinco años por delante. Pero la impresión-deseo es que en un futuro no muy remoto tal vez comprendamos que los movimientos caóticos actuales ya eran los primeros pasos que iban precisando y orquestando una situación económica más digna de un hombre, de una mujer, de un niño. Y esto porque el pueblo ya había dado muestras de más madurez política que la gran mayoría de los políticos, y porque un día terminará liderando a los líderes.
Dentro de veinticinco años el pueblo habrá dicho mucho más. Pero si no sé prever, puedo por lo menos desear. Puedo desear intensamente que el problema más urgente se resuelva: el hambre. Muchísimo más rápido, sin embargo, que en veinticinco años, porque no hay más tiempo para esperar: millares de hombres, mujeres y niños son verdaderos moribundos ambulantes que técnicamente deberían estar internados en hospitales para desnutridos.
Tal es la miseria, que se justificaría decretar un estado de necesidad, como ante una calamidad pública. Sólo que es peor: el hambre es nuestra endemia, y ya es parte orgánica del cuerpo y del alma. Y, la mayoría de las veces, cuando se describen las características físicas, morales y mentales de un brasileño, no se ve que en verdad se están describiendo los síntomas físicos, morales y mentales del hambre.
Los líderes que tengan como meta la solución 30 de dominio público. Y no quiero que me miren. Me iba a quedar callada. Maria Betânia me telefoneó, me quería conocer. ¿La conozco o no? Dicen que es delicada. Voy a pensarlo. Dicen que habla mucho de sí misma. ¿Hago lo mismo? No me gusta. Quiero ser anónima e íntima. Quiero hablar sin hablar, de ser posible. Maria Betânia me conoce de los libros. Jornal do Brasil me está volviendo popular. Me regalan rosas.
Un día paro. Para volver de vuelta. ¿Por qué escribo así? Pero no soy peligrosa. Y tengo amigos y amigas. Además de mis hermanas, a quienes me acerco cada vez más. Estoy muy próxima, de un modo general. Y es bueno y no. Siento que falta silencio. Yo era silenciosa. Y ahora me comunico, incluso sin hablar. Pero falta una cosa. Y voy a tenerla. Es una especie de libertad, sin pedirle permiso a nadie. 1
DENTRO DE VEINTICINCO AÑOS
Me preguntaron una vez si podría imaginar a Brasil dentro de veinticinco años. Si ni siquiera puedo imaginar el de dentro de veinticinco minutos, mucho menos el de veinticinco años por delante. Pero la impresión-deseo es que en un futuro no muy remoto tal vez comprendamos que los movimientos caóticos actuales ya eran los primeros pasos que iban precisando y orquestando una situación económica más digna de un hombre, de una mujer, de un niño. Y esto porque el pueblo ya había dado muestras de más madurez política que la gran mayoría de los políticos, y porque un día terminará liderando a los líderes.
Dentro de veinticinco años el pueblo habrá dicho mucho más. Pero si no sé prever, puedo por lo menos desear. Puedo desear intensamente que el problema más urgente se resuelva: el hambre. Muchísimo más rápido, sin embargo, que en veinticinco años, porque no hay más tiempo para esperar: millares de hombres, mujeres y niños son verdaderos moribundos ambulantes que técnicamente deberían estar internados en hospitales para desnutridos.
Tal es la miseria, que se justificaría decretar un estado de necesidad, como ante una calamidad pública. Sólo que es peor: el hambre es nuestra endemia, y ya es parte orgánica del cuerpo y del alma. Y, la mayoría de las veces, cuando se describen las características físicas, morales y mentales de un brasileño, no se ve que en verdad se están describiendo los síntomas físicos, morales y mentales del hambre.
Los líderes que tengan como meta la solución 30 de dominio público. Y no quiero que me miren. Me iba a quedar callada. Maria Betânia me telefoneó, me quería conocer. ¿La conozco o no? Dicen que es delicada. Voy a pensarlo. Dicen que habla mucho de sí misma. ¿Hago lo mismo? No me gusta. Quiero ser anónima e íntima. Quiero hablar sin hablar, de ser posible. Maria Betânia me conoce de los libros. Jornal do Brasil me está volviendo popular. Me regalan rosas.
Un día paro. Para volver de vuelta. ¿Por qué escribo así? Pero no soy peligrosa. Y tengo amigos y amigas. Además de mis hermanas, a quienes me acerco cada vez más. Estoy muy próxima, de un modo general. Y es bueno y no. Siento que falta silencio. Yo era silenciosa. Y ahora me comunico, incluso sin hablar. Pero falta una cosa. Y voy a tenerla. Es una especie de libertad, sin pedirle permiso a nadie. 1
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y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
16 de diciembre
SOBRE LAS DULZURAS DE DIOS
Ustedes ya se olvidaron de mi empleada Aninha, mi minera callada, la que quería leer un libro aunque fuese complicado porque no le gustaban las cosas fáciles. Y probablemente ya se olvidaron de que, sin saber por qué, yo la llamaba Aparecida, y que ella me había explicado: “Es porque yo aparecí”. Lo que no les dije tal vez fue que, para que ella existiera como persona, dependía mucho de que la quisieran.
Ustedes la olvidaron. Yo nunca la olvidaré. Ni a su voz apagada, ni los dientes que le faltaban adelante y que por nuestra insistencia se colocó, en vano: no se veían porque ella hablaba para adentro y su sonrisa era también para adentro. Olvidé decir que Aninha era muy fea.
Una mañana se demoró mucho en la calle haciendo compras. Al final apareció y tenía una sonrisa tan suave como si sólo tuviera encías. El dinero que había llevado para las compras estaba todo arrugado en su mano derecha, y del puño de la izquierda le colgaba la bolsa de las compras. Había algo nuevo en ella. Qué, no se adivinaba. Tal vez una dulzura mayor. Y estaba un poco más “aparecida”, como si hubiese dado un paso adelante.
Ese algo nuevo hizo que le preguntáramos con desconfianza: ¿y las compras? Respondió: yo no tenía dinero. Sorprendidas, le mostramos el dinero en su mano. Miró y dijo simplemente: ah. Algo en ella hizo que miráramos dentro de la bolsa de compras. Estaba llena de tapitas de botellas de leche y de otras, además de pedazos de papeles sucios.
Entonces ella dijo: voy a acostarme porque estoy con mucho dolor aquí —y señaló como una criatura a su cabeza. No se quejó, sólo habló. Allí se quedó en la cama, por horas. No hablaba. Ella que me había dicho que no le gustaba el libro “pueril”, estaba con una expresión pueril y límpida. Si hablábamos con ella, respondía que no lograba levantarse. Cuando me di cuenta, Jandira, la cocinera vidente, había llamado a la ambulancia del Rocha Maia “porque ella está loca”. Fui a ver. Estaba callada, loca. Y dulzura mayor nunca vi.
Le expliqué a la cocinera que la ambulancia que había que llamar era la de Emergencias Psiquiátricas del Instituto Pinel. Un poco mareada, un poco automáticamente, telefoneé allí. También yo sentía una dulzura en mí, que no sé explicar. Sé, sí. Era por tanto amor a Aninha. Mientras tanto llegaba la ambulancia del Rocha Maia. Fue examinada, ya sentada en la cama. El médico dijo que clínicamente no tenía nada.
Y empezó a hacer preguntas: ¿para qué había juntado las tapitas y el papel? Respondió suave: para decorar mi cuarto. Hizo otras preguntas. Aninha con paciencia, fea, loca y mansa, daba las respuestas correctas, como aprendidas. Le expliqué al médico que ya había llamado a otra ambulancia, la apropiada. Él dijo: es realmente un caso para un colega psiquiatra. Esperamos la otra ambulancia. Mientras esperábamos, estábamos pasmadas, mudas, pensativas. Vino la ambulancia.
Al médico no le costó dar el diagnóstico. Sólo que internada no podía quedar, apenas en la guardia. Pero ella no tendría dónde estar. Entonces telefoneé a un médico amigo mío que habló con el colega del Pinel, y quedó decidido que se quedaría internada hasta que mi amigo la examinara. “¿Usted es escritora?” —me preguntó de repente aquél de quien me enteré era el académico Artur. Balbuceé: “Yo…”. Y él: “Es porque su rostro me resulta familiar y su amigo dijo por teléfono su primer nombre”.
Y en aquella situación en que ni me acordaba de mi nombre, agregó simpático, efusivo, más emocionado conmigo que con Aninha: “Pues tengo mucho gusto en conocerla personalmente”. Y yo, tonta y mecánicamente: “Igualmente”. Y allá fue Aninha, suave, mansa, minera, con sus nuevos dientes blanquísimos, blandamente despierta. Sólo un punto en ella dormía: aquel que, al despertar, provoca el dolor. Voy a resumir: mi amigo médico la examinó y el caso era muy grave, la internaron. Esa noche la pasé en la sala hasta la madrugada, fumando.
La casa estaba toda impregnada con una dulzura loca como sólo la desaparecida podía dejar. Aninha, mi bien, tengo saudade de ti, de tu modo gauche de marchar. Voy a escribirle a tu madre en Minas para que venga a buscarte. Lo que te suceda, no lo sé. Sé que seguirás dulce y loca para el resto de la vida, con intervalos de lucidez. Tapitas de botellas de leche son capaces de adornar un cuarto. Y papeles arrugados, hay que darse maña, ¿por qué no? No le gustaban las cosas fáciles, y no lo era. El mundo no lo es. Lo supe de nuevo la noche en que ásperamente fumé. ¡Ah!, con qué aspereza fumé.
La cólera a veces me dominaba, o el espanto, o la resignación. Dios hace dulzuras muy tristes. ¿Será bueno ser así de dulce? Todavía tenía una pollera roja estampada que alguien le había dado, mucho más larga de lo que correspondía a su talla. Los días de franco usaba la pollera con una blusa marrón. Era una dulzura suya más la falta de gusto. —Necesitas un novio, Aninha. —Ya tuve uno. Pero ¿cómo? ¿Querida por quién, por Dios? La respuesta es: por Dios.
SOBRE LAS DULZURAS DE DIOS
Ustedes ya se olvidaron de mi empleada Aninha, mi minera callada, la que quería leer un libro aunque fuese complicado porque no le gustaban las cosas fáciles. Y probablemente ya se olvidaron de que, sin saber por qué, yo la llamaba Aparecida, y que ella me había explicado: “Es porque yo aparecí”. Lo que no les dije tal vez fue que, para que ella existiera como persona, dependía mucho de que la quisieran.
Ustedes la olvidaron. Yo nunca la olvidaré. Ni a su voz apagada, ni los dientes que le faltaban adelante y que por nuestra insistencia se colocó, en vano: no se veían porque ella hablaba para adentro y su sonrisa era también para adentro. Olvidé decir que Aninha era muy fea.
Una mañana se demoró mucho en la calle haciendo compras. Al final apareció y tenía una sonrisa tan suave como si sólo tuviera encías. El dinero que había llevado para las compras estaba todo arrugado en su mano derecha, y del puño de la izquierda le colgaba la bolsa de las compras. Había algo nuevo en ella. Qué, no se adivinaba. Tal vez una dulzura mayor. Y estaba un poco más “aparecida”, como si hubiese dado un paso adelante.
Ese algo nuevo hizo que le preguntáramos con desconfianza: ¿y las compras? Respondió: yo no tenía dinero. Sorprendidas, le mostramos el dinero en su mano. Miró y dijo simplemente: ah. Algo en ella hizo que miráramos dentro de la bolsa de compras. Estaba llena de tapitas de botellas de leche y de otras, además de pedazos de papeles sucios.
Entonces ella dijo: voy a acostarme porque estoy con mucho dolor aquí —y señaló como una criatura a su cabeza. No se quejó, sólo habló. Allí se quedó en la cama, por horas. No hablaba. Ella que me había dicho que no le gustaba el libro “pueril”, estaba con una expresión pueril y límpida. Si hablábamos con ella, respondía que no lograba levantarse. Cuando me di cuenta, Jandira, la cocinera vidente, había llamado a la ambulancia del Rocha Maia “porque ella está loca”. Fui a ver. Estaba callada, loca. Y dulzura mayor nunca vi.
Le expliqué a la cocinera que la ambulancia que había que llamar era la de Emergencias Psiquiátricas del Instituto Pinel. Un poco mareada, un poco automáticamente, telefoneé allí. También yo sentía una dulzura en mí, que no sé explicar. Sé, sí. Era por tanto amor a Aninha. Mientras tanto llegaba la ambulancia del Rocha Maia. Fue examinada, ya sentada en la cama. El médico dijo que clínicamente no tenía nada.
Y empezó a hacer preguntas: ¿para qué había juntado las tapitas y el papel? Respondió suave: para decorar mi cuarto. Hizo otras preguntas. Aninha con paciencia, fea, loca y mansa, daba las respuestas correctas, como aprendidas. Le expliqué al médico que ya había llamado a otra ambulancia, la apropiada. Él dijo: es realmente un caso para un colega psiquiatra. Esperamos la otra ambulancia. Mientras esperábamos, estábamos pasmadas, mudas, pensativas. Vino la ambulancia.
Al médico no le costó dar el diagnóstico. Sólo que internada no podía quedar, apenas en la guardia. Pero ella no tendría dónde estar. Entonces telefoneé a un médico amigo mío que habló con el colega del Pinel, y quedó decidido que se quedaría internada hasta que mi amigo la examinara. “¿Usted es escritora?” —me preguntó de repente aquél de quien me enteré era el académico Artur. Balbuceé: “Yo…”. Y él: “Es porque su rostro me resulta familiar y su amigo dijo por teléfono su primer nombre”.
Y en aquella situación en que ni me acordaba de mi nombre, agregó simpático, efusivo, más emocionado conmigo que con Aninha: “Pues tengo mucho gusto en conocerla personalmente”. Y yo, tonta y mecánicamente: “Igualmente”. Y allá fue Aninha, suave, mansa, minera, con sus nuevos dientes blanquísimos, blandamente despierta. Sólo un punto en ella dormía: aquel que, al despertar, provoca el dolor. Voy a resumir: mi amigo médico la examinó y el caso era muy grave, la internaron. Esa noche la pasé en la sala hasta la madrugada, fumando.
La casa estaba toda impregnada con una dulzura loca como sólo la desaparecida podía dejar. Aninha, mi bien, tengo saudade de ti, de tu modo gauche de marchar. Voy a escribirle a tu madre en Minas para que venga a buscarte. Lo que te suceda, no lo sé. Sé que seguirás dulce y loca para el resto de la vida, con intervalos de lucidez. Tapitas de botellas de leche son capaces de adornar un cuarto. Y papeles arrugados, hay que darse maña, ¿por qué no? No le gustaban las cosas fáciles, y no lo era. El mundo no lo es. Lo supe de nuevo la noche en que ásperamente fumé. ¡Ah!, con qué aspereza fumé.
La cólera a veces me dominaba, o el espanto, o la resignación. Dios hace dulzuras muy tristes. ¿Será bueno ser así de dulce? Todavía tenía una pollera roja estampada que alguien le había dado, mucho más larga de lo que correspondía a su talla. Los días de franco usaba la pollera con una blusa marrón. Era una dulzura suya más la falta de gusto. —Necesitas un novio, Aninha. —Ya tuve uno. Pero ¿cómo? ¿Querida por quién, por Dios? La respuesta es: por Dios.
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o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
DE OTRAS DULZURAS DE DIOS
Había escrito sobre Aninha apenas enfermó. Pasó un tiempo y he aquí que ella golpea a mi puerta. Durante medio segundo me asusté, pero enseguida vi que estaba mejor. Ella misma se había acordado de nuestros nombres y dirección, y había pedido visitarnos y buscar el dinero que yo le debía. Todavía no tenía el alta, pero la dejaron salir como prueba. Estaba más linda, a costa de haber engordado con tanto suero, y había tenido tres electroshocks. Encontró a mis hijos grandes, y me conmovió cuando me preguntó: “¿usted sigue escribiendo?”. Le di el dinero, y la cocinera-vidente dijo: “Cuéntalo para demostrar que sabes contar”. Contó bien, y más: vio que le había pagado el mes completo y me lo agradeció. Ahora dice que quiere tener un novio y hasta ir a un programa de televisión que arregla casamientos. En el hospital descubrieron el potencial de Aninha, y, después que le den el alta, se va a quedar trabajando durante un tiempo. Nuestra casa estaba feliz.
Había escrito sobre Aninha apenas enfermó. Pasó un tiempo y he aquí que ella golpea a mi puerta. Durante medio segundo me asusté, pero enseguida vi que estaba mejor. Ella misma se había acordado de nuestros nombres y dirección, y había pedido visitarnos y buscar el dinero que yo le debía. Todavía no tenía el alta, pero la dejaron salir como prueba. Estaba más linda, a costa de haber engordado con tanto suero, y había tenido tres electroshocks. Encontró a mis hijos grandes, y me conmovió cuando me preguntó: “¿usted sigue escribiendo?”. Le di el dinero, y la cocinera-vidente dijo: “Cuéntalo para demostrar que sabes contar”. Contó bien, y más: vio que le había pagado el mes completo y me lo agradeció. Ahora dice que quiere tener un novio y hasta ir a un programa de televisión que arregla casamientos. En el hospital descubrieron el potencial de Aninha, y, después que le den el alta, se va a quedar trabajando durante un tiempo. Nuestra casa estaba feliz.
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y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
23 de diciembre
EL CASO DE LA LAPICERA DE ORO
Llamo a éste el caso de la lapicera de oro. En verdad no hay misterios. Pero mi ideal sería escribir algo que por lo menos en el título recordara a Agatha Christie. Se les ocurrió obsequiarme una lapicera de oro. Siempre escribí con lápiz de copista o, claro, a máquina. Pero si me dan una lapicera de oro, ¿por qué no? Es bonita y de buena marca. De inmediato tuve un problema al que no le di importancia. El problemita era: ¿con lapicera de oro se deben escribir cosas de oro? ¿Tendría que escribir frases especiales porque el instrumento era más precioso? ¿Y acabaría cambiando mi modo de escribir? Y si la manera cambiaba, por cierto, a su vez influiría en mí —y yo también cambiaría. Pero ¿en qué sentido? ¿Para mejor? Otra pregunta: ¿con lapicera de oro caería en el problema del Rey Midas, y todo lo que ella escribiese tendría la rigidez enceguecedora e implacable del oro? A estos problemitas, como dije, no les di mayor importancia: estoy habituada a no considerar peligroso pensar. Pienso y no me impresiono.
EL CASO DE LA LAPICERA DE ORO
Llamo a éste el caso de la lapicera de oro. En verdad no hay misterios. Pero mi ideal sería escribir algo que por lo menos en el título recordara a Agatha Christie. Se les ocurrió obsequiarme una lapicera de oro. Siempre escribí con lápiz de copista o, claro, a máquina. Pero si me dan una lapicera de oro, ¿por qué no? Es bonita y de buena marca. De inmediato tuve un problema al que no le di importancia. El problemita era: ¿con lapicera de oro se deben escribir cosas de oro? ¿Tendría que escribir frases especiales porque el instrumento era más precioso? ¿Y acabaría cambiando mi modo de escribir? Y si la manera cambiaba, por cierto, a su vez influiría en mí —y yo también cambiaría. Pero ¿en qué sentido? ¿Para mejor? Otra pregunta: ¿con lapicera de oro caería en el problema del Rey Midas, y todo lo que ella escribiese tendría la rigidez enceguecedora e implacable del oro? A estos problemitas, como dije, no les di mayor importancia: estoy habituada a no considerar peligroso pensar. Pienso y no me impresiono.
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"Ser como un verso volando
o un ciego soñando
y en ese vuelo y en ese sueño
compartir contigo sol y luna,
siendo guardián en tu cielo
y tren de tus ilusiones."
(Hánjel)
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- Mensaje n°805
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
EL VESTIDO BLANCO
Me despené de madrugada deseando tener un vestido blanco. Y sería de gasa. Era un deseo intenso y lúcido. Creo que era mi inocencia que nunca cesó. Algunos, lo sé bien, hasta me lo dijeron, me encuentran peligrosa. Pero también soy inocente. Las ganas de vestirme de blanco fueron lo que siempre me salvó. Sé, y tal vez sólo yo y algunos lo sepan, que si tengo peligro también tengo pureza. Y ella sólo es peligrosa para quien tiene peligro dentro de sí. La pureza de la que hablo es límpida: hasta las cosas malas una acepta. Y tienen gusto a vestido de gasa. Tal vez nunca llegue a tenerlo, pero es como si lo tuviera, de tal modo se aprende a vivir con lo que tanto falta. También quiero un vestido negro porque me hace más clara y hace que sobresalga mi pureza. ¿Es realmente pureza? Lo que es primitivo es pureza. Lo que es espontáneo es pureza. Lo que es malo es pureza. No sé, sé que a veces la raíz de lo que es malo es una pureza que no pudo ser. Me desperté de madrugada con un deseo tan intenso por un vestido blanco de gasa, que abrí mi guardarropas. Había uno blanco, de paño áspero y escote redondo. ¿Aspereza es pureza? Sé una cosa; amor, por violento que sea, es. Y he aquí que de repente ahora vi que no soy pura.
Me despené de madrugada deseando tener un vestido blanco. Y sería de gasa. Era un deseo intenso y lúcido. Creo que era mi inocencia que nunca cesó. Algunos, lo sé bien, hasta me lo dijeron, me encuentran peligrosa. Pero también soy inocente. Las ganas de vestirme de blanco fueron lo que siempre me salvó. Sé, y tal vez sólo yo y algunos lo sepan, que si tengo peligro también tengo pureza. Y ella sólo es peligrosa para quien tiene peligro dentro de sí. La pureza de la que hablo es límpida: hasta las cosas malas una acepta. Y tienen gusto a vestido de gasa. Tal vez nunca llegue a tenerlo, pero es como si lo tuviera, de tal modo se aprende a vivir con lo que tanto falta. También quiero un vestido negro porque me hace más clara y hace que sobresalga mi pureza. ¿Es realmente pureza? Lo que es primitivo es pureza. Lo que es espontáneo es pureza. Lo que es malo es pureza. No sé, sé que a veces la raíz de lo que es malo es una pureza que no pudo ser. Me desperté de madrugada con un deseo tan intenso por un vestido blanco de gasa, que abrí mi guardarropas. Había uno blanco, de paño áspero y escote redondo. ¿Aspereza es pureza? Sé una cosa; amor, por violento que sea, es. Y he aquí que de repente ahora vi que no soy pura.
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- Mensaje n°806
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
"Me preguntaron una vez cuál fue el primer libro de mi vida. Prefiero hablar del primer libro de cada una de mis vidas. Busco en la memoria y tengo la sensación casi física en las manos al retener aquella preciosidad: un libro delgadísimo que contaba la historia del Patito feo y de la lámpara de Aladino.
Leía y releía las dos historias, los niños no tienen eso de solo leer una vez: los niños casi se aprenden de memoria las historias y, aún así, casi sabiéndolas de memoria, las releen con gran parte de la excitación de la primera vez. La historia del patito que era feo en medio de los otros bonitos, pero cuando creció se reveló el misterio: él no era un pato, sino un bello cisne. Esa historia me hizo meditar mucho, y me identifiqué con el sufrimiento del patito feo -¿quién sabe si yo era un cisne?
En cuanto a Aladino, soltaba mi imaginación hacia las lejanías de lo imposible en el que creía: lo imposible en aquella época estaba a mi alcance. La idea del genio que decía: pídeme lo que quieras, soy tu ciervo –eso me hacía caer en devaneos-. Callada en mi rincón, pensaba si algún día un genio me diría: “Pídeme lo que quieras”. Pero desde entonces se revelaba que soy de aquellos que tienen que usar sus propios recursos para tener lo que quieren, cuando lo logran.
Tuve varias vidas. En otras de mis vidas, mi libro sagrado fue prestado porque era muy caro: Las travesuras de Naricita. Ya conté el sacrificio de humillaciones y perseverancias por el cual pasé, pues, ya lista para leer a Monteiro Lobato, el libro grueso pertenecía a una niña cuyo padre tenía una librería. La niña gorda y muy pecosa se había vengado volviéndose sádica y, al descubrir lo que representaba para mí leer aquel libro, hizo un juego de “mañana vente a mi casa que te lo presto”.
Cuando iba, con el corazón literalmente latiendo de alegría, me decía: “Hoy no te lo puedo prestar, vente mañana”. Después de aproximadamente un mes de vente mañana, lo que yo, aunque altiva como era, recibía con humildad para que la niña no me cortara de una vez la esperanza, la madre de aquel primer pequeño monstruo de mi vida notó lo que pasaba, y un poco horrorizada con su propia hija, le ordenó que en aquel mismo instante me prestara el libro. No lo leí de corrido: lo leí poco a poco, algunas páginas cada vez para que no se gastara. Creo que fue el libro que me dio más alegrías en aquella vida.
En otra vida que tuve, era socia de una biblioteca popular por suscripción. Sin guía, elegía los libros por los títulos. Y he aquí que elegí un día un libro llamado El lobo estepario, de Hermann Hesse. El título me agradó, pensé que se trataba de aventuras tipo Jack London.
El libro, que leía cada vez más deslumbrada, era de aventuras, sí, pero de otras aventuras. Y yo, que ya escribía pequeños cuentos, de los trece a los catorce años fui fertilizada por Hermann Hesse y empecé a escribir un largo cuento imitándolo: el viaje interior me fascinaba. Había entrado en contacto con la gran literatura.
En otra vida que tuve, a los quince años, con el primer dinero que gané por un trabajo mío, entré altiva, porque tenía dinero, en una librería que me pareció el mundo donde me gustaría vivir. Hojeé casi todos los libros de los escaparates, leía algunas líneas y pasaba a otro. Y de repente, uno de los libros que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé leyendo, cautivada, allí mismo. Emocionada, pensaba: ¡pero es que este libro soy yo! Y, conteniendo un estremecimiento de profunda emoción, lo compré. Solo después supe que la autora no era anónima. Al contrario, era considerada uno de los mejores escritores de su época: Katherine Mansfield."
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Leía y releía las dos historias, los niños no tienen eso de solo leer una vez: los niños casi se aprenden de memoria las historias y, aún así, casi sabiéndolas de memoria, las releen con gran parte de la excitación de la primera vez. La historia del patito que era feo en medio de los otros bonitos, pero cuando creció se reveló el misterio: él no era un pato, sino un bello cisne. Esa historia me hizo meditar mucho, y me identifiqué con el sufrimiento del patito feo -¿quién sabe si yo era un cisne?
En cuanto a Aladino, soltaba mi imaginación hacia las lejanías de lo imposible en el que creía: lo imposible en aquella época estaba a mi alcance. La idea del genio que decía: pídeme lo que quieras, soy tu ciervo –eso me hacía caer en devaneos-. Callada en mi rincón, pensaba si algún día un genio me diría: “Pídeme lo que quieras”. Pero desde entonces se revelaba que soy de aquellos que tienen que usar sus propios recursos para tener lo que quieren, cuando lo logran.
Tuve varias vidas. En otras de mis vidas, mi libro sagrado fue prestado porque era muy caro: Las travesuras de Naricita. Ya conté el sacrificio de humillaciones y perseverancias por el cual pasé, pues, ya lista para leer a Monteiro Lobato, el libro grueso pertenecía a una niña cuyo padre tenía una librería. La niña gorda y muy pecosa se había vengado volviéndose sádica y, al descubrir lo que representaba para mí leer aquel libro, hizo un juego de “mañana vente a mi casa que te lo presto”.
Cuando iba, con el corazón literalmente latiendo de alegría, me decía: “Hoy no te lo puedo prestar, vente mañana”. Después de aproximadamente un mes de vente mañana, lo que yo, aunque altiva como era, recibía con humildad para que la niña no me cortara de una vez la esperanza, la madre de aquel primer pequeño monstruo de mi vida notó lo que pasaba, y un poco horrorizada con su propia hija, le ordenó que en aquel mismo instante me prestara el libro. No lo leí de corrido: lo leí poco a poco, algunas páginas cada vez para que no se gastara. Creo que fue el libro que me dio más alegrías en aquella vida.
En otra vida que tuve, era socia de una biblioteca popular por suscripción. Sin guía, elegía los libros por los títulos. Y he aquí que elegí un día un libro llamado El lobo estepario, de Hermann Hesse. El título me agradó, pensé que se trataba de aventuras tipo Jack London.
El libro, que leía cada vez más deslumbrada, era de aventuras, sí, pero de otras aventuras. Y yo, que ya escribía pequeños cuentos, de los trece a los catorce años fui fertilizada por Hermann Hesse y empecé a escribir un largo cuento imitándolo: el viaje interior me fascinaba. Había entrado en contacto con la gran literatura.
En otra vida que tuve, a los quince años, con el primer dinero que gané por un trabajo mío, entré altiva, porque tenía dinero, en una librería que me pareció el mundo donde me gustaría vivir. Hojeé casi todos los libros de los escaparates, leía algunas líneas y pasaba a otro. Y de repente, uno de los libros que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé leyendo, cautivada, allí mismo. Emocionada, pensaba: ¡pero es que este libro soy yo! Y, conteniendo un estremecimiento de profunda emoción, lo compré. Solo después supe que la autora no era anónima. Al contrario, era considerada uno de los mejores escritores de su época: Katherine Mansfield."
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- Mensaje n°807
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Refugio
Conozco en mí una imagen muy buena, y cada vez que quiero la tengo, y cada vez que viene, se me aparece completa, Es la visión de un bosque, y en el bosque veo un claro verde, medio oscuro, rodeado de las alturas de los árboles, y en medio de esa buena oscuridad están muchas mariposas, un león amarillo sentado, y yo sentada en el suelo bordando.
Las horas pasan como muchos años, y los años pasan realmente, las mariposas llenas de grandes alas adornadas y el león amarillo con manchas –pero esas manchas son solo para que se vean que él es amarillo-, por las manchas se ve cómo él sería si no fuera amarillo. Ahí se ve qué tan precisa es mi visión. Lo bueno de esta imagen es la penumbra, que no exige más que la capacidad de mis ojos y no rebasa mi visión. Y ahí estoy yo, con mariposas, con león.
Mi claro tiene unos minerales, que son los colores. Solo existe una amenaza: es saber con aprehensión que fuera de ahí estoy perdida, porque ni siquiera será el bosque (éste lo conozco de antemano, por amor), será un campo vacío (y éste lo conozco de antemano a través del miedo) –tan vacío que me hará ir tanto a un lado como a otro- , un descampado tan sin tapa y sin color de suelo que en él yo ni siquiera encontraría un animal para mí.
Pongo la aprehensión a un lado, suspiro para recomponerme, y me quedo disfrutando totalmente de mi intimidad con el león y las mariposas: ninguno de nosotros piensa, solo disfrutamos. También yo, en esa visión- refugio, no soy en blanco y negro: sin verme, sé que para ellos soy de colores, aunque sin rebasar su capacidad de visión, lo cual los inquietaría, y nosotros no somos inquietantes.
Soy con manchas azules y verdes sólo para que éstas muestren que no soy ni azul ni verde. La penumbra es de un verde oscuro y húmedo, sé que ya dije esto pero lo repito por el placer de la felicidad: quiero lo mismo de nuevo y de nuevo. Cada uno de nosotros está en su lugar, yo me someto con placer a mi lugar de paz.
Voy incluso a repetir un poco más mi visión porque va quedando cada vez mejor: el león amarillo pacífico y las mariposas volando calladas, yo sentada en el suelo bordando y nosotros así llenos de placer por el claro verde. Estamos contentos.
Conozco en mí una imagen muy buena, y cada vez que quiero la tengo, y cada vez que viene, se me aparece completa, Es la visión de un bosque, y en el bosque veo un claro verde, medio oscuro, rodeado de las alturas de los árboles, y en medio de esa buena oscuridad están muchas mariposas, un león amarillo sentado, y yo sentada en el suelo bordando.
Las horas pasan como muchos años, y los años pasan realmente, las mariposas llenas de grandes alas adornadas y el león amarillo con manchas –pero esas manchas son solo para que se vean que él es amarillo-, por las manchas se ve cómo él sería si no fuera amarillo. Ahí se ve qué tan precisa es mi visión. Lo bueno de esta imagen es la penumbra, que no exige más que la capacidad de mis ojos y no rebasa mi visión. Y ahí estoy yo, con mariposas, con león.
Mi claro tiene unos minerales, que son los colores. Solo existe una amenaza: es saber con aprehensión que fuera de ahí estoy perdida, porque ni siquiera será el bosque (éste lo conozco de antemano, por amor), será un campo vacío (y éste lo conozco de antemano a través del miedo) –tan vacío que me hará ir tanto a un lado como a otro- , un descampado tan sin tapa y sin color de suelo que en él yo ni siquiera encontraría un animal para mí.
Pongo la aprehensión a un lado, suspiro para recomponerme, y me quedo disfrutando totalmente de mi intimidad con el león y las mariposas: ninguno de nosotros piensa, solo disfrutamos. También yo, en esa visión- refugio, no soy en blanco y negro: sin verme, sé que para ellos soy de colores, aunque sin rebasar su capacidad de visión, lo cual los inquietaría, y nosotros no somos inquietantes.
Soy con manchas azules y verdes sólo para que éstas muestren que no soy ni azul ni verde. La penumbra es de un verde oscuro y húmedo, sé que ya dije esto pero lo repito por el placer de la felicidad: quiero lo mismo de nuevo y de nuevo. Cada uno de nosotros está en su lugar, yo me someto con placer a mi lugar de paz.
Voy incluso a repetir un poco más mi visión porque va quedando cada vez mejor: el león amarillo pacífico y las mariposas volando calladas, yo sentada en el suelo bordando y nosotros así llenos de placer por el claro verde. Estamos contentos.
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- Mensaje n°808
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Pequeña conversación sobre choferes de taxi
¿Una persona es chofer de taxi por vocación? A veces creo que sí, generalmente se ven muy a gusto. De repente, en medio del silencio, me preguntan al encender un cigarro: ¿Quiere fumar uno de los míos? Nunca me niego. ¡Y cómo tienen hijos los choferes! Pero dicen que el dinero les alcanza. Y cuántas preguntas indiscretas me hacen. Respondo a casi todas. A veces estoy de mal humor y no respondo a ninguna.
Lo más chistoso es que, con los choferes, no surgen conversaciones tontas. Aún no he entendido por qué. Surgen, a causa de mi mano, muchas conversaciones sobre incendios. Por lo que veo, todos ya se quemaron un poco, o por lo menos alguien que conocen. Me dicen duele mucho. Ya lo sé. Por cierto, después de que me incendié, cuánta gente hallé que ya se había incendiado. Parece que es un hábito.
¿Una persona es chofer de taxi por vocación? A veces creo que sí, generalmente se ven muy a gusto. De repente, en medio del silencio, me preguntan al encender un cigarro: ¿Quiere fumar uno de los míos? Nunca me niego. ¡Y cómo tienen hijos los choferes! Pero dicen que el dinero les alcanza. Y cuántas preguntas indiscretas me hacen. Respondo a casi todas. A veces estoy de mal humor y no respondo a ninguna.
Lo más chistoso es que, con los choferes, no surgen conversaciones tontas. Aún no he entendido por qué. Surgen, a causa de mi mano, muchas conversaciones sobre incendios. Por lo que veo, todos ya se quemaron un poco, o por lo menos alguien que conocen. Me dicen duele mucho. Ya lo sé. Por cierto, después de que me incendié, cuánta gente hallé que ya se había incendiado. Parece que es un hábito.
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- Mensaje n°809
Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Considerada una de las grandes figuras de la Literatura brasileña, su origen se sitúa en Ucrania.
La enigmática escritora [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] pasó la mayor parte de su vida en Brasil y no en vano está considerada como uno de los máximos exponentes de la literatura de ese país en el siglo XX. Sin embargo, su historia se remonta a un territorio que por desgracia no para de acaparar titulares en los últimos días. Lispector nació en Ucrania en 1920, concretamente en la localidad de Chechelnik. Un libro sobre su vida escrito por Benjamin Moser, Por qué este mundo, una biografía de Clarice Lispector (Siruela), arrojó detalles sobre la historia menos conocida de la autora de La manzana en la oscuridad.
La historia de su vida gira en torno a la persecución y la huida. Su casa fue arrasada tras la Revolución Bolchevique y su población, invadida. Asesinaron a su abuelo y su madre fue violada por soldados rusos que le contagiaron la sífilis. La madre de Chaya, como fue bautizada inicialmente Clarice, ya tenía dos hijas. De hecho el nacimiento de la escritora se produjo por la creencia de que su alumbramiento podía liberar a su progenitora de la enfermedad venérea. Clarice era hija de judíos, Pinkhas y Mania Lispector, que en 1922 se instalaron en Brasil después de haber pasado por Moldavia y Rumanía. Al llegar a Brasil todos tomaron nombres portugueses: Pinkhas fue Pedro, Mania, Marieta, y Chaya recibió el nombre de Clarice.
En 1925 se mudan a Recife (Pernambuco) y Clarice pierde a su madre en 1930, cuando tenía diez años. De algún modo arrastró la culpa de no haberla salvado con su nacimiento tal y como decían las creencias populares, un sentimiento que también plasmó en su escritura. Siempre quiso dedicarse a ese oficio por un "deseo de escribir".
Su padre apenas lograba mantener a la familia pero se empeñó en que Clarice estudiara y por ello se fueron a Río de Janeiro, donde ingresó en la Facultad de Derecho. Se licenció en una carrera que no era vocacional, por lo que se prodigaba por las redacciones de los periódicos brasileños en busca de una oportunidad. Su belleza hipnótica y sus grandes dotes como escritora le permitieron colaborar en revistas y otras publicaciones. Ejerció como periodista y a los 21 años publicó Cerca del corazón salvaje, obra por la que recibió el premio Graça Aranha como mejor novela.
En 1943 se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente a quien acompañó en sus viajes hasta que se separaron en 1959. Fruto de esta relación nacieron dos hijos, Pedro y Paulo. El matrimonio le sirvió para tener desahogo económico y poder dedicarse a escribir. Ejerció de esposa perfecta hasta que regresó a Río de Janeiro para volver a colaborar en periódicos como Jornal do Brasil y vivir así de manera independiente. Algunas de sus obras son La ciudad sitiada,Lazos de Familia y La pasión según G.H., considerada su obra maestra.
Su escritura siempre ha sido denominada como de un estilo inclasificable, aunque esbozara escenas costumbristas, sobre todo en sus cuentos y también en periódicos, donde solía aparecer su perro Ulisses. "En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y eso le había dado un hogar, sorprendentemente. Por caminos torcidos había venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiera inventado. El hombre con el que se había casado era un hombre de verdad, los hijos que habían tenido eran hijos de verdad", escribe en Amor.
Clarice murió en 1977 a los 56 años por un cáncer. Durante su vida había sufrido ansiedad, depresión y un incendio doméstico provocado por uno de sus cigarrillos que le produjo graves quemaduras por las que casi amputan su mano derecha.
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La enigmática escritora [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] pasó la mayor parte de su vida en Brasil y no en vano está considerada como uno de los máximos exponentes de la literatura de ese país en el siglo XX. Sin embargo, su historia se remonta a un territorio que por desgracia no para de acaparar titulares en los últimos días. Lispector nació en Ucrania en 1920, concretamente en la localidad de Chechelnik. Un libro sobre su vida escrito por Benjamin Moser, Por qué este mundo, una biografía de Clarice Lispector (Siruela), arrojó detalles sobre la historia menos conocida de la autora de La manzana en la oscuridad.
La historia de su vida gira en torno a la persecución y la huida. Su casa fue arrasada tras la Revolución Bolchevique y su población, invadida. Asesinaron a su abuelo y su madre fue violada por soldados rusos que le contagiaron la sífilis. La madre de Chaya, como fue bautizada inicialmente Clarice, ya tenía dos hijas. De hecho el nacimiento de la escritora se produjo por la creencia de que su alumbramiento podía liberar a su progenitora de la enfermedad venérea. Clarice era hija de judíos, Pinkhas y Mania Lispector, que en 1922 se instalaron en Brasil después de haber pasado por Moldavia y Rumanía. Al llegar a Brasil todos tomaron nombres portugueses: Pinkhas fue Pedro, Mania, Marieta, y Chaya recibió el nombre de Clarice.
En 1925 se mudan a Recife (Pernambuco) y Clarice pierde a su madre en 1930, cuando tenía diez años. De algún modo arrastró la culpa de no haberla salvado con su nacimiento tal y como decían las creencias populares, un sentimiento que también plasmó en su escritura. Siempre quiso dedicarse a ese oficio por un "deseo de escribir".
Su padre apenas lograba mantener a la familia pero se empeñó en que Clarice estudiara y por ello se fueron a Río de Janeiro, donde ingresó en la Facultad de Derecho. Se licenció en una carrera que no era vocacional, por lo que se prodigaba por las redacciones de los periódicos brasileños en busca de una oportunidad. Su belleza hipnótica y sus grandes dotes como escritora le permitieron colaborar en revistas y otras publicaciones. Ejerció como periodista y a los 21 años publicó Cerca del corazón salvaje, obra por la que recibió el premio Graça Aranha como mejor novela.
En 1943 se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente a quien acompañó en sus viajes hasta que se separaron en 1959. Fruto de esta relación nacieron dos hijos, Pedro y Paulo. El matrimonio le sirvió para tener desahogo económico y poder dedicarse a escribir. Ejerció de esposa perfecta hasta que regresó a Río de Janeiro para volver a colaborar en periódicos como Jornal do Brasil y vivir así de manera independiente. Algunas de sus obras son La ciudad sitiada,Lazos de Familia y La pasión según G.H., considerada su obra maestra.
Su escritura siempre ha sido denominada como de un estilo inclasificable, aunque esbozara escenas costumbristas, sobre todo en sus cuentos y también en periódicos, donde solía aparecer su perro Ulisses. "En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y eso le había dado un hogar, sorprendentemente. Por caminos torcidos había venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiera inventado. El hombre con el que se había casado era un hombre de verdad, los hijos que habían tenido eran hijos de verdad", escribe en Amor.
Clarice murió en 1977 a los 56 años por un cáncer. Durante su vida había sufrido ansiedad, depresión y un incendio doméstico provocado por uno de sus cigarrillos que le produjo graves quemaduras por las que casi amputan su mano derecha.
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Re: CLARICE LISPECTOR I ( ESCRITORA BRASILEÑA)
Ninguém me interrompe o nada. É um nada a um tempo vazio e rico. E o telefone mudo, sem aquele toque súbito que sobressalta. Depois vai amanhecendo. As nuvens se clareando sob um sol às vezes pálido como uma lua, às vezes de fogo puro. Vou ao terraço e sou talvez a primeira do dia a ver a espuma branca do mar. O mar é meu, o sol é meu, a terra é minha. E sinto-me feliz por nada, por tudo. Até que, como o sol subindo, a casa vai acordando e há o reencontro com meus filhos sonolentos."
·
******************************
Nadie me interrumpe la nada. Es una nada a un mismo tiempo vacía y rica. Y el teléfono mudo, sin ese toque súbito que sobresalta. Después va amaneciendo. Las nubes aclarándose bajo un sol a veces pálido como una luna, a veces de fuego puro. Voy a la terraza y tal vez soy la primera del día en ver la espuma blanca del mar. El mar es mío, el sol es mío, la tierra es mía. Y me siento feliz por nada, por todo. Hasta que, como el sol que sube, la casa se va despertando y está el reencuentro con mis hijos soñolientos".
Descubrimientos.
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Nadie me interrumpe la nada. Es una nada a un mismo tiempo vacía y rica. Y el teléfono mudo, sin ese toque súbito que sobresalta. Después va amaneciendo. Las nubes aclarándose bajo un sol a veces pálido como una luna, a veces de fuego puro. Voy a la terraza y tal vez soy la primera del día en ver la espuma blanca del mar. El mar es mío, el sol es mío, la tierra es mía. Y me siento feliz por nada, por todo. Hasta que, como el sol que sube, la casa se va despertando y está el reencuentro con mis hijos soñolientos".
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