(Chechelnik, Ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977)
El huevo y la gallina
(“O ovo e a galinha”)
A legião estrangeira (1964)
Por la mañana en la cocina, sobre la mesa, veo el huevo.
Miro el huevo con una sola mirada. Inmediatamente advierto que no se puede estar viendo un huevo. Ver un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve haber visto un huevo hace tres milenios. En el preciso instante de verse el huevo este, es el recuerdo de un huevo. Solamente ve el huevo quien ya lo ha visto. Al ver el huevo es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. Ver el huevo es la promesa de llegar un día a ver el huevo. Mirada corta e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay; hay huevo. Mirar es el instrumento necesario que, después de usarlo, tiraré. Me quedaré con el huevo. El huevo no tiene un sí mismo. Individualmente no existe.
Ver el huevo es imposible: el huevo es supervisible como hay sonidos supersónicos. Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Sólo las máquinas ven el huevo. La grúa ve el huevo. Cuando yo era antigua, un huevo se posó en mi hombro. El amor por el huevo tampoco se siente. El amor por el huevo es supersensible. Uno no sabe que ama al huevo. Cuando yo era antigua fui depositaria del huevo y caminé suavemente para no derramar el silencio del huevo. Cuando morí, me sacaron el huevo con cuidado. Todavía estaba vivo. Sólo quien viera el mundo vería el huevo. Como el mundo, el huevo es obvio.
El huevo ya no existe. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho ya no existe. Eres perfecto, huevo. Eres blanco. A ti te dedico el comienzo. A ti te dedico la primera vez.
Al huevo dedico el país chino.
El huevo es una cosa suspendida. Nunca se posó. Cuando se posa, no fue él quien se posó. Fue una cosa que quedó debajo del huevo. Miro el huevo en la cocina con atención superficial para no romperlo. Tomo el mayor cuidado para no entenderlo. Siendo imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque estoy equivocándome. Entender es la prueba de la equivocación. Entenderlo no es el modo de verlo. No pensar jamás en el huevo es un modo de haberlo visto. ¿Será que sé acerca del huevo? Es casi seguro que sé. Así: existo, luego sé. Lo que no sé del huevo es lo que realmente importa. Lo que no sé del huevo me da el huevo propiamente dicho. La Luna está habitada por huevos.
El huevo es una exteriorización. Tener un cascarón es darse. El huevo desnuda la cocina. Hace de la mesa un plano inclinado. El huevo expone. Quien se hunde en un huevo, quien ve más que la superficie del huevo, está deseando otra cosa: tiene hambre.
El huevo es el alma de la gallina. La gallina torpe. El huevo exacto. La gallina asustada. El huevo exacto. Como un proyectil detenido. Pues huevo es huevo en el espacio. Huevo sobre azul. Yo te amo, huevo. Te amo como una cosa que ni siquiera sabe que ama a otra cosa. No lo toco. El aura de mis dedos es la que ve el huevo. No lo toco. Pero dedicarme a la visión del huevo sería morir a la vida mundana, y necesito de la yema y de la clara. El huevo me ve. ¿El huevo me idealiza? ¿El huevo me medita? No, el huevo tan sólo me ve. Está libre de la comprensión que hiere. El huevo nunca luchó. Es un don. El huevo es invisible a simple vista. De huevo en huevo se llega a Dios, que es invisible a simple vista. El huevo tal vez habrá sido un triángulo que rodó tanto por el espacio que se fue ovalando. ¿El huevo es básicamente un jarro? ¿Habrá sido el primer jarro moldeado por los etruscos? No. El huevo es originario de Macedonia. Allá fue calculado, fruto de la más penosa espontaneidad. En las arenas de Macedonia, un hombre con una vara en la mano lo dibujó. Y después lo borró con el pie desnudo.
El huevo es una cosa que necesita cuidarse. Por eso la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos, la gallina existe. La madre es para eso. El huevo vive como forajido por estar siempre demasiado adelantado para su época. El huevo, por ahora, será siempre revolucionario. Vive dentro de la gallina para que no lo llamen blanco. El huevo es realmente blanco. Pero no puede ser llamado blanco. No porque eso le haga mal, sino que las personas que llaman blanco al huevo, esas personas mueren para la vida. Llamar blanco a aquello que es blanco puede destruir a la humanidad. Una vez un hombre fue acusado de ser lo que era, y fue llamado Aquel Hombre. No habían mentido: Él era. Pero hasta hoy aún no nos recuperamos, unos después de los otros. La ley general para continuar vivos: se puede decir «un bello rostro», pero quien diga «el rostro», muere; por haber agotado el asunto.
Con el tiempo, el huevo se convirtió en un huevo de gallina. No lo es. Pero, adoptado, usa su apellido. Se debe decir «el huevo de la gallina». Si sólo se dice «el huevo», se agota el asunto, y el mundo queda desnudo. En relación con el huevo, el peligro es que se descubra lo que se podría llamar belleza, es decir, su veracidad. La veracidad del huevo no es verosímil. Si la descubrieran, pueden querer obligarlo a volverse rectangular. El peligro no es para el huevo; él no se volvería rectangular. (Nuestra garantía es que no puede; no puede, es la gran fuerza del huevo; su grandiosidad viene de la grandeza de no poder, que se irradia como un no querer.) Pero quien luchase por convertirlo en rectangular, estaría perdiendo la propia vida. El huevo nos pone, por lo tanto, en peligro. Nuestra ventaja es que el huevo es invisible. Y en cuanto a los iniciados, los iniciados disfrazan el huevo.
En cuanto al cuerpo de la gallina, el cuerpo de la gallina es la mayor prueba de que el huevo no existe. Basta mirar a la gallina para que sea obvio que el huevo es imposible.
¿Y la gallina? El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama al huevo. No sabe que existe el huevo. Si supiese que tiene en sí misma un huevo, ¿se salvaría? Si supiese que tiene en sí misma el huevo, perdería el estado de gallina. Ser una gallina es la supervivencia de la gallina. Sobrevivir es la salvación. Pues parece que vivir no existe. Vivir lleva a la muerte. Entonces lo que la gallina hace es estar permanentemente sobreviviendo. Se llama sobrevivir a mantener la lucha contra la vida que es mortal. Ser una gallina es eso. La gallina tiene el aire forzado.
Es necesario que la gallina no sepa que tiene un huevo. Si no, se salvaría como gallina, lo que tampoco está garantizado, pero perdería el huevo. Entonces no sabe. Para que el huevo use a la gallina es que la gallina existe. Ella estaba sólo para que se cumpliera, pero le gustó. La desorientación de la gallina viene de eso: gustar no formaba parte del nacer. Gustar de estar vivo duele. En cuanto a quién vino antes, fue el huevo el que encontró a la gallina. La gallina ni siquiera fue llamada. La gallina es directamente una elegida. La gallina vive como en sueño. No tiene sentido de la realidad. Todo el susto de la gallina es porque está siempre interrumpiendo su devaneo. La gallina es un gran sueño. La gallina sufre de un mal desconocido. El mal desconocido de la gallina es el huevo. Ella no sabe explicarse: «Sé que el error está en mí misma», llama error a su vida, «Ya no sé lo que siento», etcétera.
«Etcétera, etcétera, etcétera» es lo que cacarea el día entero la gallina. La gallina tiene mucha vida interior. Para decir la verdad, lo que la gallina sólo tiene realmente es vida interior. Nuestra visión de su vida interior es lo que llamamos «gallina». La vida interior de la gallina consiste en actuar como si entendiera. Cualquier amenaza y ella grita escandalosamente, hecha una loca. Todo eso para que el huevo no se rompa dentro de ella. El huevo que se rompe dentro de la gallina es como sangre.
La gallina mira el horizonte. Como si de la línea del horizonte estuviera viniendo un huevo. Fuera de ser un medio de transporte para el huevo, la gallina es tonta, desocupada y miope. ¿Cómo podría la gallina entenderse si ella es la contradicción de un huevo? El huevo todavía es el mismo que se originó en Macedonia. La gallina es siempre la tragedia más moderna. Está siempre inútilmente al día. Y continúa siendo rediseñada. Aún no se encontró la forma más adecuada para una gallina. Mientras mi vecino atiende el teléfono, vuelve a dibujar con lápiz distraído la gallina. Pero para la gallina no hay solución: está en su condición no servirse a sí misma. Siendo, sin embargo, su destino más importante que ella, y siendo su destino el huevo, su vida personal no nos interesa.
Dentro de sí la gallina no reconoce al huevo, pero fuera de sí tampoco lo reconoce. Cuando la gallina ve el huevo, piensa que está lidiando con una cosa imposible. Y con el corazón latiendo, con el corazón latiendo tanto, no lo reconoce.
De repente miro el huevo en la cocina y sólo veo en él la comida. No lo reconozco, y mi corazón late. La metamorfosis se está realizando en mí: comienzo a no poder ver ya el huevo. Fuera de cada huevo particular, fuera de cada huevo que se come, el huevo no existe. Ya no consigo más creer en un huevo. Estoy cada vez más sin fuerza para creer, estoy muriendo, adiós, miré demasiado a un huevo y éste me fue adormeciendo.
La gallina que no quería sacrificar su vida. La que optó por querer ser «feliz». La que no advertía que, si se pasara la vida dibujando dentro de sí como en una miniatura el huevo, estaría sirviendo. La que sabía perderse a sí misma. La que pensó que tenía plumas de gallina para cubrirse por poseer preciosa piel, sin entender que las plumas eran exclusivamente para suavizar la travesía al cargar el huevo, porque el sufrimiento intenso podría perjudicar al huevo. La que pensó que el placer era un don, sin advertir que era para que ella se distrajera totalmente mientras el huevo se hacía. La que no sabía que «yo» es apenas una de las palabras que se dibujan mientras se atiende el teléfono, mera tentativa de buscar una forma más adecuada. La que pensó que «yo» significa tener un sí mismo. Las gallinas perjudiciales al huevo son aquellas que son un «yo» sin tregua. En ellas el «yo» es tan constante que ya no pueden pronunciar más la palabra «huevo». Pero, quién sabe, era eso mismo lo que el huevo necesitaba. Pues si no estuvieran tan distraídas, si prestasen atención a la gran vida que se hace dentro de ellas, perjudicarían al huevo.
Comencé a hablar de la gallina y hace mucho ya que no estoy hablando más que de la gallina. Pero aún estoy hablando del huevo.
Y he aquí que no entiendo al huevo. Sólo entiendo al huevo roto: lo rompo en la sartén. Es de este modo indirecto como me ofrezco a la existencia del huevo: mi sacrificio es reducirme a mi vida personal. Hice de mi placer y de mi dolor mi disimulado destino. Y tener tan sólo la propia vida es, para quien ya vio el huevo, un sacrificio. Como aquellos que, en el convento, barren el piso y lavan la ropa, sirviendo sin la gloria de una función mayor, mi trabajo es el de vivir mis placeres y mis dolores. Es necesario que tenga la modestia de vivir.
Tomo otro huevo en la cocina, le rompo el cascarón y la forma. Y a partir de ese instante exacto no existió nunca un huevo. Es absolutamente indispensable que yo sea una ocupada y una distraída. Soy indispensablemente una de los que reniegan. Formo parte de la masonería de los que vieron una vez el huevo y lo reniegan como modo de protegerlo. Somos los que se abstienen de destruir, y en eso se consumen. Nosotros, agentes disfrazados y distribuidos por las funciones menos reveladoras, a veces nos reconocemos.
Ante un cierto modo de mirar, ante una manera de dar la mano, nos reconocemos y a esto lo llamamos amor. Y entonces no es necesario el disfraz: aunque no se hable, tampoco se miente, aunque no se diga la verdad, tampoco es necesario disimular. Amor es cuando es concedido participar un poco más. Pocos quieren el amor, porque el amor es la gran desilusión de todo lo demás. Y pocos soportan perder todas las otras ilusiones. Están los que volverían al amor, pensando que el amor enriquecerá la vida personal. Es lo contrario: el amor es finalmente la pobreza. Amor es no tener. Amor es incluso la desilusión de lo que se pensaba que era amor. Y no es premio, por eso no envanece, el amor no es premio, es una condición concedida exclusivamente a aquellos que, sin él, corromperían el huevo con el dolor personal. Eso no hace del amor una excepción honrosa; es precisamente concedido a malos agentes, a aquellos que dificultarían todo si no les fuera permitido adivinar vagamente.
A todos los agentes les son dadas muchas ventajas para que el huevo se haga. No es cuestión de tener, pues, envidia; incluso algunas de las condiciones, peores que las de los otros, son tan sólo las condiciones ideales para el huevo. En cuanto al placer de los agentes, ellos también lo reciben sin orgullo. Austeramente viven todos los placeres: inclusive es nuestro sacrificio para que el huevo se haga. Ya nos fue impuesta, incluso, una naturaleza completamente adecuada a mucho placer. Cosa que ayuda. Por lo menos hace menos penoso el placer.
Existen casos de agentes que se suicidan: les parecen insuficientes las poquísimas instrucciones recibidas, y se sienten sin apoyo. Existió el caso del agente que reveló públicamente ser agente porque le resultó intolerable no ser comprendido, y no soportaba más no tener el respeto ajeno: murió atropellado cuando salía de un restaurante. Hubo otro que no necesitó ser eliminado: él mismo se consumió lentamente en la rebelión, su rebelión vino cuando descubrió que las dos o tres instrucciones recibidas no incluían ninguna explicación. Hubo otro, también eliminado, porque pensaba que «la verdad debe ser valientemente dicha», y comenzó, en primer lugar, a buscarla; de él se dijo que murió en nombre de la verdad, pero el hecho es que tan sólo estaba dificultando la verdad con su inocencia; su aparente coraje era tontería, y era ingenuo su deseo de lealtad; no había comprendido que ser leal no es cosa limpia; ser leal es ser desleal para con todo lo demás. Esos casos extremos de muerte no son por crueldad. Es que hay un trabajo, digamos cósmico, que realizar, y los casos individuales infelizmente no pueden ser tenidos en cuenta. Para los que sucumben y se vuelven individuales, existen las instituciones, la caridad, la comprensión que no discrimina motivos, en fin, nuestra vida humana.
Los huevos estallan en la sartén, e inmersa en el sueño preparo el desayuno. Sin ningún sentido de la realidad, grito por los chicos que brotan de varias camas, arrastran sillas y comen, y el trabajo del día que amanece comienza, gritado y reído y comido, clara y yema, alegría entre peleas, día que es nuestra sal y nosotros somos la sal del día; vivir es extremadamente tolerable, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír.
Y me hace sonreír en mi misterio. Mi misterio es que siendo yo solamente un medio, y no un fin, me ha dado la más maliciosa de las libertades: no soy tonta y aprovecho. Incluso, hago un mal a los otros que, francamente, no esperaban eso. El falso empleo que me dieron para disfrazar mi verdadera función, pues aprovecho el falso empleo y de él hago el verdadero; incluso el dinero que me dan como jornal para facilitar mi vida de manera tal que el huevo se haga, pues ese dinero lo he usado para otros fines, desvío la partida, últimamente he comprado acciones de Brahma4 y estoy rica. A todo eso aún lo llamo tener la necesaria modestia de vivir. Y también el tiempo que me dieron, y que nos dan tan sólo para que en el ocio honrado el huevo se haga, pues ese tiempo lo he usado para placeres ilícitos y dolores ilícitos, enteramente olvidada del huevo. Ésta es mi simplicidad.
¿O es eso mismo lo que ellos quieren que me suceda, precisamente para que el huevo se cumpla? ¿Es libertad o estoy siendo mandada? Pues vengo notando que todo lo que es error mío ha sido aprovechado. Mi rebelión es que para ellos yo no soy nada, soy tan sólo valiosa: me cuidan segundo a segundo, con la más absoluta falta de amor; soy tan sólo valiosa. Con el dinero que me dan, últimamente ando bebiendo. ¿Abuso de confianza? Pero es que nadie sabe cómo se siente por dentro aquel cuyo empleo consiste en fingir que está traicionando, y que termina creyendo en la propia traición. Cuyo empleo consiste en olvidar diariamente. Aquel de quien se exige la aparente deshonra. Ni mi espejo refleja ya un rostro que sea mío. O soy un agente o es la traición misma.
Pero duermo el sueño de los justos por saber que mi vida fútil no molesta la marcha del gran tiempo. Por el contrario: parece que se exige de mí que sea extremadamente fútil, se me exige incluso que duerma como un justo. Ellos me quieren ocupada y distraída, y no les importa cómo. Pues con mi atención equivocada y mi grave tontería, yo podría dificultar lo que se está haciendo a través de mí. Es que yo misma, yo propiamente dicha, sólo he servido realmente para dificultar. Lo que me revela que tal vez sea un agente es la idea de que mi destino me rebasa: al menos esto tuvieron realmente que dejármelo adivinar; yo era de los que harían mal el trabajo si al menos no adivinara un poco; me hicieron olvidar lo que me dejaron adivinar, pero vagamente me quedó la noción de que mi destino me rebasa, y de que soy instrumento del trabajo de ellos. Pero de cualquier modo era sólo instrumento lo que yo podría ser, pues el trabajo no podría realmente ser mío. Ya probé establecerme por cuenta propia y no dio resultado; me quedó hasta hoy esta mano trémula. Si hubiera insistido un poco más habría perdido para siempre la salud. Desde entonces, desde esa malograda experiencia, procuro razonar de este modo: que ya mucho me fue dado, que ellos ya me concedieron todo lo que puede ser concedido, y que otros agentes muy superiores a mí también trabajaron tan sólo para los que no sabían. Y con las mismas poquísimas instrucciones. Ya me fue dado mucho; esto, por ejemplo: una u otra vez, con el corazón latiendo por el privilegio, sé al menos que no estoy reconociendo; con el corazón latiendo de emoción, al menos no comprendo; con el corazón latiendo de confianza, al menos no sé.
Pero ¿y el huevo? Este es uno de los subterfugios de ellos: mientras yo hablaba sobre el huevo, había olvidado el huevo. «Hablad, hablad», me instruyeron ellos. Y el huevo queda enteramente protegido por tantas palabras. Hablad mucho, es una de las instrucciones, estoy tan cansada.
Por devoción al huevo, lo olvidé. Mi necesario olvido. Mi interesado olvido. Porque el huevo es un esquivo. Ante mi adoración posesiva podría retraerse y nunca más volver. Pero si fuera olvidado. Si yo hiciera el sacrificio de vivir tan sólo mi vida y de olvidarlo. Si el huevo fuera imposible. Entonces libre, delicado, sin ningún mensaje para mí quizá todavía una vez se desplace del espacio hasta esta ventana que siempre dejé abierta. Y de madrugada descienda en nuestro edificio. Sereno hasta la cocina. Iluminándola con mi palidez.
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