Gracias por la aclaración que has dejado.
EL SUR Y LA ESPERANZA
CÉSAR ROSALES
DESLUMBRAMIENTO
El largo desaliento,
la sombra de la duda donde el ser se diluye,
el terror de lo que sin cesar nos acecha,
como un ojo obstinado, desde imperceptibles rincones;
todo es sobrepujado alguna vez
por la dicha inefable de vivir un instante
contemplando las cosas, las criaturas de Dios,
pletóricas de un ritmo secular, aspirando
la gracia inmarcesible que de ellas se desprende
como un soplo adorable.
Es hermoso vivir, si desde su pesada
y oscura servidumbre nuestra sangre se eleva
hasta ser en las nubes
o en los remotos astros
la más tenue guirnalda que teje el sentimiento,
esa hiedra inmortal. Entonces todo el ser
se asemeja a una fuente que murmura, que mana
impetuosa y bullente del centro de la tierra
y el agua que desborda de su círculo,
más pacífica y lenta, se extiende por la hierba
hasta tocar las hojas caídas en los bosques,
las piedras del arroyo, el minúsculo insecto.
Os quisiera decir,
con la lengua de un ángel resonante y espléndida,
el color y la música de las constelaciones,
de la oculta semilla que en la noche germina,
de esa imagen que apenas es un leve temblor;
pero mi voz no alcanza sino ciertos matices,
ciertos tonos opacos.
Ah!, por eso la aureola del misterio fulgura
en un reino inasible cuyo azar me subyuga
y me llena de espanto,
como un rostro de ardiente plenitud, entrevisto
en la niebla de un sueño.
CÁNTICO
Si por sólo un instante
alguna vez quisierais escuchar el lenguaje
de los maravilloso, si quisierais
destruir los pedestales
que un polvo ensordecido ha levantado
sobre tanto dolor, si no fuerais
esa pálida herrumbre que dejan las edades
y pudierais abriros como flores
al cielo de la aurora, a una existencia
de sereno esplendor; os iríais allá
donde entre pedernales apagados
brilla un ojo del mar, un gran espejo
de resonante luna que se nimba
con las fulguraciones de un pueblo sempiterno,
y en el ámbito vivo que despliega, en su círculo
halla el eco la hermosura: las nubes, los jacintos
de la tarde, las aves.
Cuando aquellas criaturas,
rumorosas como hojas del verano,
levantaban la espuma vivaz como un relámpago
de nieve en sus cabellos o teñían los juncos
que eran verdes laúdes en sus manos
delirantes, remoto, yo quería
respirar en el aire del olvido
entre pinares y doncellas, ser
el oscuro alejado
de una ruidosa muchedumbre, sólo
para beber, nostálgico y absorto,
esa luz infinita desprendida del cielo
cuyas rojas guirnaldas flotaban sobre el agua
crepuscular, la herían largamente
hasta hundirse disueltas, confundidas
con errantes escamas y con ésa
inmóvil ya que habita en los espejos
de las urnas marinas.
Oh, si en esta memoria tan leve de otro tiempo
puedo asir fugazmente lo que vive
difundido en mi ser como un fulgor perenne,
como un vasto rumor,
es porque quiero que vivas una hora
de amor inmarcesible, la que torna
grávido el corazón como el ramaje
que los frutos inclinan, como el agua
que desata el estío. Solamente
de tal modo podríais escuchar
el soplo melodioso que nos llega
desde la eternidad,
su resonar que pasa como un río
agitando celajes, estrellas, ruiseñores,
ciclámenes del bosque;
escalar su columna que entre el humo
de los fantasmas, de ídolos postreros,
veréis resplandecer.
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