EL CLAMOR
DE MI TIERRA
POLO GODOY ROJO
(Año 1949)
PRÓLOGO
Antes de aventurarme en fervorosa romería hacia mis valles riojanos, había leído y gustado hace meses los poemas inéditos que integran El Clamor de mi Tierra de Polo Godoy Rojo. Y esta primicia -fino rasgo de gentileza del autor- me había puesto en contacto espiritual con unos de los poetas argentinos más cabales y auténticos. Poeta que entre su canto en las fuentes del terruño, en las entrañas de la raza, en la luz y en la música del paisaje natal. Así acabo de confirmarlo a mi regreso. Porque, ¿no hay acaso una similitud y un parentesco geográfico y racial entre La Rioja y San Luis?
Bastaría esta impresión sintética, a la vez panorámica de los poemas de Polo Godoy Rojo para tomarle el pulso al poeta, y para seguir su vuelo apolíneo. Pero no seamos escuetos en al juicio. El clamor de mi tierra certifica una vez más, lo ya predicado por Horacio en lo referente a la poesía de un pueblo: que solamente se crea poesía nacional, humana, cuando en la voz del poeta suena y se eleva la voz de su ámbito solariego. Ámbito, donde la tierra y el hombre que la habita, forman una armoniosa unidad indivisible. Por cierto que no aludimos para nada en esta ocasión el pintoresco y ruidoso folklore que por ahí anda y malanda en tablados y revistas, en encuestas y fiestas escolares. Nos referimos al arte como florescencia y frutaesencia del surco que el artista cava en su propio campo.
Se nos dirá que la poesía lírica o subjetiva no requiere del paisaje inmediato.
Que es de por sí, individual. Y por no sé qué suerte de antonomasia, universal.
Ciertamente. ¡Pero, cómo se ahonda y cómo se eleva la emoción cuando el canto lleva enhebradas en sus alas, las imágenes del suelo, del aire, del agua y de la luz que rodean al poeta!
Poeta caudaloso, de fervor incontenido, de vehemencia sin brida se nos muestra en ocasiones Polo Godoy Rojo. Entonces su verso no guarda equilibrio con la emoción que contiene. Hasta nos da la impresión de un cántaro que desborda. Un cántaro profundo y vasto, labrado en talleres de sonora alfarería. Un cántaro que rebalsa porque al contenido se savias ricas de sus predios, se agregan la lluvia del cielo y el rocío de la noche. ¿Es que en tales circunstancias la música del poeta corre y vuela con ritmo desolado? Si duda alguna. De ahí que necesarios sean en estos arrebatos, el freno y el módulo de la academia.
He aquí una de las estrofas de su Canto a mi tierra:
El alma de mi tierra está mi vida entera,
aquí en mi vida ilusa, en mi vida guerrera,
comiéndome la mano con su quemante sal.
bramando por mi cielo con tormentosa nube,
bendiciéndome en otras con la estrella que sube
afilando sus puntas de macizo metal..
¡Mas, cómo se afina el verso, y cuánto se llena de esencias puras y de visiones luminosas cuando al acento épico civil, suceden en el libro las cadencias de égloga y de geórgica, las dulcedumbres de balada y villancico! Sirva de ejemplo ese “Atardecer en Cerrito Blanc”, digno de Garcilaso.
Y bien: ¿es en estos poemas breves, temblorosos de confidencia, y henchidos de riqueza interior donde el poeta se encuentra y se revela a sí mismo, con seguro acierto y honda plenitud?
Nosotros creemos que sí. Válganos aquí la franqueza a carta cabal y el ancho y cordial apretón de manos.
CÉSAR CARRIZO.
Buenos Aires, 1949.
(cont.)
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