VIDA Y PASIÓN POÉTICA Y PROSÍSTICA DE
ANTONIO ESTEBAN AGÜERO
HUGO A. FOURCADE (2005)
I. LA NIÑEZ
(cont.)
Antonio Esteban Agüero de 28 años de edad, casado, argentino, educacionista y domiciliado en Piedra Blanca de ésta jurisdicción declaró: Que a las 7 a.m. del día siete del corriente mes, nació una criatura del sexo masculino, quien recibió el nombre de Antonio Esteban hijo legítimo del declarante y de su esposa María Teresa Blanch, de veinte y siete años de edad, católica, argentina, educacionista y domiciliada en la misma casa, hija ésta legítima de Francisco Blanch y de Telésfora Yanzón, el declarante también hijo legítimo de Juan Agüero y Faustina Leyes. Leída el acta la firmó
conmigo el exponente y los testigos Don José Secundino Flores, de treinta y cuatro años de edad, casado, y Don Miguel de la Torre, de cincuenta y nueve años de edad, soltero, ambos argentinos, vecinos hábiles.
Antonio E. Agüero
Miguel de la Torre
José Secundino Flores
Herminio E. Barreda
Eso escribimos en septiembre de 1970 , continúa Núñez, y creemos que no lo hicimos en vano. La revista Virorco, en su número 21, de homenaje al bardo, incluyó el trabajo de don Antonio de la Torre añadiéndole esta nota:
La publicación de este trabajo en .Virorco, aparecido anteriormente en La Prensa, fue autorizado por su autor. En esa publicación ya de la Torre afirma: Nació el poeta en Piedra Blanca el 7 de Febrero de 1917.. Innegable testimonio de salud.
No se trataba de ningún testimonio de salud porque la corrección en la transcripción del articulo de de la Torre incluido en la revista Virorco fue de nuestra exclusiva responsabilidad, desde la Secretaría de Redacción que por entonces (y hasta ahora) desempeñábamos y no fue efectuada por el gran poeta sanjuanino. Por otra parte en ese mismo ejemplar número 21 de Virorco dimos a conocer nuestro Escorzo bio-bibliográfico.. de Agüero y allí está claramente consignado que el poeta nació en Piedra Blanca, frente al Comechingones y abierto a la madura luz del Valle del Conlara, agregando también nosotros que de ello ya el propio Agüero había hecho clara alusión en sus poemas .Digo los arroyos, publicados en el diario Clarín, el 28 de Agosto de 1960 y en Digo las guitarras que dio a conocer La Prensa, el 20 de Octubre de 1968, aunque entonces olvidáramos que ya en su primer poemario, Poemas lugareños, y más concretamente en el poema Piedra Blanca, había escrito, esto es en 1937:
y diré también que un claro día
en que a febrero amaba una chicharra
se abrió a tu vida, y a tu cielo,
la vida de quien hoy te canta.
A la vera de ese rincón provinciano vino al mundo Antonio E. Agüero. Allí transcurrieron los felices años de la niñez, inmerso todo su ser en ese reino material, material y humano, que fue el recinto de su formidable aventura existencial.
Como tantos puntanos nosotros hemos puesto muchas veces las plantas en el contorno secular de Merlo, ayer cuando Agüero vivía, y hoy que ya no está, y en el instante de arribar, siempre, reiterativamente, nos han salido al encuentro, nos han apretado el corazón, nos han rodeado y nos han acosado disminuyendo las reservas de nuestra seguridad personal, los elementos más característicos del medio natural que le es propio. Junto a esos elementos se nos ha impuesto la grandiosidad del paisaje, el color y el olor de los cerros próximos a cuya contemplación nos entregaríamos indefinidamente, recorriendo amorosa y despaciosamente las faldas, los perfiles, las hondonadas, las cumbres poderosas de los Comechingones, el ámbito azul purísimo poblado de rumores, el verde continuo que canta próximo al agua fina, tan pulcra y pura como el aire, como la luz, como la música que vibra invisible en este paraíso del país del Conlara.
Enfrentados a la visión fabulosa bella por doquier, vaga la mirada presente por la villa progresista veraniega y turística, la misma que, cambiada las condiciones tangibles, transitara el pequeño Antonio, la que aún conserva sus callejas polvorientas, sus viejos árboles, sus rocas milenarias, los últimos restos de la flora y de la fauna autóctona. Desde este otero y buscando la luz del poniente podríamos dominar la lejanía en su más deslumbrante esplendor, colmada la visión en ese aparente mar brumoso que se nos antoja el anchuroso valle extendido, inmenso y plácido como un piélago en calma. Y todavía atrás, allá, en el confín, un infinito de peñasquerías que, como convulsionadas formas emerge en un espacio donde es difícil distinguir el cielo de la tierra.
Mas, dominando el paisaje, este paisaje real pero íntimo que instalamos en el secreto de nuestra alma, convirtiéndose en centro de atracción, en núcleo unitivo de recuerdos, de emociones, de afectos, de palabras y de fantasmas que parecieron una vez definitivamente olvidados, surge como un puerto como un lugar apacible y soledoso, la antigua arquitectura de la casa que heredara el Poeta. La casa única, la casa cordial esa misma que todos alguna vez en la vida, como el regazo de la madre, hemos necesitado encontrar, con la desesperación, con el amor, con la intuición más honda, para recalar en ella, para hallar cosa perdida, la paz de los días futuros la felicidad fugitiva, el remanso o más bien la vertiente de agua capaz de calmar la sed de nuestro espíritu.
(cont.)
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