FRANCESCO PETRARCA
PRIMERA PARTE
EN VIDA DE LAURA
(cont.)
LXXIII
Puesto que mi destino
del deseo encendido a hablar me incita
que desde siempre me ha forzado al llanto,
Amor, que a ello me invita,
sea mi escolta, y enséñeme el camino,
y el deseo armonice con mi canto;
mas que no el corazón decaiga tanto
como temo, si el dulce afecto crece
que siento donde no llega ojo ajeno;
que al cantar ardo y peno,
no por mi ingenio -lo que me estremece-,
si, como a veces suelo,
me creo que el ardor mental decrece;
pues me derrite el son con que me duelo
como si fuese al sol hombre de hielo.
Al comenzar, creía
que cantando iba a darle a mi encendido
deseo tregua, o un breve reposo.
Esta esperanza ha sido
quien me hizo declarar lo que sentía:
y ahora se esfuma mientras yo la gloso.
Pero tan alta empresa seguir oso,
las amorosas notas continuando,
tan fuerte es el querer que me enajena:
la razón no lo frena
porque, muerta, contra él no está luchando.
Mis versos, pues, yo diga
por Amor instruido, y si escuchando
se hallase mi dulcísima enemiga,
no mía, de piedad la hagan amiga.
Si en épocas pasadas,
cuando habitó el honor pechos ardientes,
su industria a algunos hombres dirigía
por tierras diferentes,
cerros y ondas pasando, tras honradas
cosas, y la mejor flor recogía,
puesto que Amor, Natura y Dios un día
a todas las virtudes han juntado
en los ojos do vive el gozo mío,
este y el otro río
no he de pasar, ni he de cambiar de estado.
A ellos siempre regreso,
fuentes de mi salud, esperanzado,
y si el afán me mata con su exceso,
verlos me alivia del penoso peso.
Igual que el navegante
a quien el fuerte viento desalienta
mira a dos luces del nocturno cielo,
lo mismo, en mi tormenta
de Amor, miro en dos luces al brillante
signo en el que hallo mi único consuelo.
Mas siempre es más lo que robarles suelo,
de acá y de allá, que Amor me enseña, ay laso,
que cuanto don gentil tomando voy;
y lo poco que soy
es porque son la norma en que me baso;
pues, tras verla, no he dado
sin ellas hacia el bien un solo paso:
y en mi cima a las dos las he plantado,
que engaño fuera verme yo estimado.
Sé que nunca podría
narrar, ni imaginar, cuantos efectos
esos ojos tan suaves me han causado;
que los gozos y afectos
de esta vida, y belleza y gallardía,
son casi nada, puestos a su lado.
Paz, sin ningún afán atormentado,
muy como la del cielo, que es eterna,
procede de su risa enamorada.
Ojalá mi mirada
pudiese ver cómo Amor los gobierna,
y así un día pasase
sin que girara la rueda superna,
ni en otros ni en mí mismo yo pensase
y muy escasas veces parpadease.
¡Triste!, que deseando
voy lo que es imposible que suceda,
y vivo de querer sin esperanza:
si el nudo con que enreda
mi lengua Amor, y la detiene, cuando
la luz más que la humana vista avanza,
se desatase, osara sin tardanza
palabras tan pasmosas ir cantando
que harían sollozar al ser oídas;
mas las ya hechas heridas
a otra parte a mi pecho van forzando:
y ya pálido y yerto,
mi sangre -¿adónde va?- se está ocultando,
y el que era ya no soy; y en ello advierto
que este es el golpe con que Amor me ha muerto.
Canción, del razonar dulce con ella,
ya que la pluma se me cansa siento,
mas no de hablar conmigo el pensamiento.
(cont.)
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