CONCHA URQUIZA
Con ligeras diferencias - muy ligeras - las dos fuentes consultadas tienen el mismo listado de poemas.Uno 25 aproximadamente. Y todos, o casi todos, con tema místico de por medio - pese a la reconocida militancia, en sus inicios de la autora en el Partido Comunista Mexicano. En ambas fuentes hay un poema ROMANCE DE LA LLUVIA, que queda semioculto entre otros poemas, de una bella factura la mayoría. Ese Romance ha sido fruto de no pocos estudios. Por tanto yo voy a empezar con uno de los estudios e inmediatamente después el ROMANCE. Luego los iré poniendo a mis propio gusto
CORAZÓN... HERIDO DE AMOR TE LLEVO.
POEMAS DE CONCHA URQUIZA
(MARGARITA LEÓN VEGA Universidad Autónoma Nacional de México)
Inspirada en el Libro del buen amor del Arcipreste de Hita, la poeta mexicana Concha Urquiza escribe en 1940, el poema Romance de la lluvia, texto incluido por Gabriel Méndez Plancarte en la antología de 1946.(1)
La autora elige las dos primeras líneas de la cuarteta 786 de la obra del español para su epígrafe. La cuarteta completa dice:
¡Ay, coraçón quexoso, cosa desaguisada!
¿Por qué matas el cuerpo do tienes tu morada?
¿Por qué amas la dueña que non te preçia nada?
Coraçón, por tu culpa bivirás vida penada.
Coraçón, que quisiste ser preso e tomado
de dueña que te tiene por demás olvidado,
posiste te en presión e sospiros e cuidado.
¡Penarás, ay coraçón, tan olvidado, penado!
(Edición de G. B. Gybon-Monypenny, ee. 786-787)
Las líneas del Arcipreste le servirán a Urquiza de inspiración y de modelo sobre el cual habrá de tejer su propio discurso, para crear una versión que contemplando algunos elementos originarios, ya en el tema, las formas y en el tono, se instituya en una pieza personal. El poema de Concha Urquiza comienza diciendo:
Corazón bajo la lluvia,
herido de amor te llevo,
te cerca el campo mojado,
la lluvia te dice versos,
el agua gime al caer
en tus abismos de fuego.
La roja tierra del monte
entreabre el húmedo seno;
en el regazo del valle
ríen los pétalos tersos,
y hacen blanco en el río
las flechas de los luceros.
En cuanto a sus temas, el “Romance de la lluvia” aborda dos que son comunes a los trovadores y a los “místicos ortodoxos”, como señala Rougemont, a saber: el “corazón robado, esto es, el “entendimiento arrebatado”, el “rapto de amor”. Relacionado con él, está presente también el “dardo de amor” que hiere sin matar. (2)
El tema del Corazón conserva ―como en los trovadores y los místicos― su significado original. En primer lugar, porque ese órgano es la parte del cuerpo humano donde radican los afectos, el amor y la pasión. A través de un procedimiento sinecdóquico, el corazón viene a representar a esa totalidad que constituye el ser humano y que conforma a toda persona. En este sentido, la concepción urquiziana se corresponde con la idea de la “carne” de que hablaba San Pablo ―quien la ha retomado de los cátaros―, en el sentido de que el hombre en su “totalidad” es cuerpo, razón, facultades, deseos, alma. (3)
La poeta mexicana imita el gesto de los propios místicos cuando traslada ciertos temas y cierta retórica profana a sus poemas religiosos.(4)
En esa especie de diálogo que Urquiza sostiene con su propio corazón,
introduce “la herida de amor”, ubicándose dentro del paradigma de la “Cárcel de Amor” medieval, del Amor Cortés que, entre otros tipos, describe el Arcipreste, pero a lo divino. En la estrofa 597ab del Libro del Buen Amor, dice el escritor español:
Esta dueña me firió con saeta enarbolada
atraviesa me el coraçón, en él la tengo fincada.
Los trovadores hablaban a una mujer real, a diferencia de lo que sucede en El cantar de los cantares, donde el tono es realmente místico. Bernardo de Ventadour ―citado por Rougemont― en el siglo XII, aludiendo a esa herida en el corazón, que nos arrebata y roba el mundo, incluyendo a la propia amada, dice:
¡Me quitó el corazón me quitó a mí mismo, me quitó el mundo y luego ella misma se me hurtó, dejándome con sólo mi deseo y mi sediento corazón! (p.93)
Las referencias sexuales en la poesía trovadoresca han sido sublimadas a través de una lengua más que codificada. Es lo mismo que ocurre con Concha Urquiza quien, retomando la lengua de los místicos la aplica en sus textos, si bien con un sentido no tan ortodoxo en lo teológico, sí en lo referente a contenidos humanos. Ese modus loquendi de la mística cristiana ―como señala Certau― (5)
El tema del “corazón robado” y del “dardo de amor”, en su interpretación mística, llega a la autora por dos vías, íntimamente relacionadas: A través de la Biblia (los Salmos y El cantar de los cantares) y a través de los místicos españoles, fundamentalmente vía San Juan de la Cruz y Fray Luís de León parece encerrar para ella toda la sabiduría espiritual que existe.
En cuanto al texto sagrado de los cristianos, en Urquiza está presente, el mismo tema representado por el símbolo del ciervo “herido” por la flecha del amor. En su poema “Como la cierva” de 1937, dice:
Yo soy como la cierva que en las corrientes brama.
Sed y polvo de fuego su lengua paraliza,
y en salvaje carrera, con las astas en llama
sobre la piedra el casco golpea y se desliza.
Como podemos observar, el poema hace en los dos primeros versos una paráfrasis condensada del texto bíblico, pero en los dos últimos le agrega otro ingrediente que no aparece en aquel: la cierva que corre despavorida con las “astas en llamas”, es una metáfora que escapa ya al ámbito de la ortodoxia mística. El fuego del amor no está aquí en el corazón de la cierva sino en la cabeza, en los cuernos que arden y que no sólo remiten a la perplejidad y confusión que acarrea el amor, sino que parecen apuntar a un estado extremo: la anulación absoluta de la razón, del pensamiento.
De El Cantar de los Cantares, los temas del rapto amoroso que se concretizan en la “cárcel del amor”, pudieron ser transmitidos a Urquiza, a través de la versión que del canto salomónico hiciera Fray Luis de Léon, a quien también leía con admiración. Ahí se dice:
¡El corazón, Esposa, me has robado
con una sóla vez que me miraste
con el sartal del cuello te has atado;
quán dulce es el amor, con que me amaste!
(vv. 233 al 236)(6)
Concha Urquiza también recoge y reutiliza motivos y símbolos bíblicos que pasaron luego a la poesía mística española. El símbolo del “ciervo herido” ―que en la Biblia aparece como “cierva”― está presente también en San Juan de la Cruz, autor en el que se inspira para escribir muchos de sus poemas.
(6) Fray Luis de León, Poesía completa, edición de José Manuel Blecua, Madrid, Gredos, 1990 Biblioteca Románica Hispánica / Colección Textos IV, 19), pp. 69.
En el Cántico Espiritual el ciervo tiene presencia desde el primer momento:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huyste;
Aviéndome herido;
Salí tras de ti y eras ydo. (121)
La “herida de amor”, ligada al rapto amoroso aparecerá a lo largo y ancho del Cántico. El tema está contenido en la figura del “ciervo vulnerado” del Canto 123, o a través de esa llaga en el corazón del Canto 9 que reza:
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿Por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
El motivo del corazón herido, “vulnerado”, “robado”, en la tradición mística tiene que ver con ese “flechazo” primero que incendia la pasión. Es el primer toque divino de la conversión, el que despierta los sentidos y los impulsa a salir para buscar y finalmente unirse con el amado. Es una suerte de rapto, de arrebato que se expresa en términos de robo, de prisión, esa “prisión de amor” trovadoresca, de la cual no pueden liberarse los amantes.(7)
En la poesía de Concha Urquiza, los temas del Amor Cortés como los que conciernen específicamente al tema de “la herida del corazón”, sinónimo de la “herida de amor”, con su cauda de motivos derivados y de símbolos, están presentes en todas las épocas creativas de la autora. En “Romance de la lluvia”, poema que brevemente comentamos, se habla de la cárcel o prisión de amor y del enamoramiento a través del corazón herido que sangra, que muere de sed como lo hace el ciervo bíblico. En la segunda estrofa el poema dice:
Bajo la lluvia liviana
herido de amor te llevo;
muchas aguas han llovido
sobre tu herida de fuego;
muchas noches te han cegado;
muchas albas de han envuelto,
¡tengámonos a gustar
el dulce llanto del cielo!
El corazón herido de Concha Urquiza es también el mismo corazón “quexoso”, “desaguisado” del Libro del buen amor, pero atravesado por el fuego de la búsqueda espiritual. Como en los místicos, en los versos de la mexicana el dolor y la insatisfacción resumidas en el muero porque no muero jugarán un papel fundamental en el acecho o cortejo amoroso. El placer sexual ovidiano y el espíritu lúdico, características del discurso del Arcipreste, están ausentes del lance urquiziano. En “Romance de la lluvia”, la poetisa mexicana le habla a su corazón con palabras amorosas, conciliadoras; no hay humillación sino asunción de la propia naturaleza. Le habla con comprensión y ternura. La tercera estrofa se inicia con susurro dulce que se convierte en vehemente llamado:
Corazón, corazón mío,
descansa bajo mi pecho;
mira cómo se deshojan
las nubes de lento vuelo
¡cierra la sangrienta boca
y dame un trago de sueño!
El oprobioso tratamiento que la propia Urquiza le había dado a su corazón en poemas más tempranos como aquel que dice Ya corre el corazón por este suelo, (8)donde muestra desencanto y vergüenza por su condición "impura" se ha transformado.
Ahora, en el poema que nos ocupa, el corazón es simplemente un observador frente a lo que le rodea, un sujeto que está expuesto a la acción de los eventos del mundo y de la naturaleza, obra de Dios. El corazón está suspendido mientras que las cosas ocurren: “te cerca el campo mojado / la lluvia te dice versos”, ha dicho antes la poetisa.
El sentimiento de lo numinoso con su carga de solemnidad y de mysterium tremendum (9) y en un vago horizonte desaparece. Subyace en cada palabra, en cada línea del poema. Si bien los elementos escatológicos, el sufrimiento y la idea del acabamiento que proviene de la conciencia que el yo poético tiene del devenir humano están muy marcados en toda la poesía de Concha, no está ausente el anhelo de paz y de felicidad (“y dame un trago de sueño!”). En otro poema del mismo año en que escribiera “Romance de la lluvia”, titulado “Dicha”, Urquiza comienza diciendo:
Mi corazón olvida
y asido de tus pechos se adormece;
eso que fue la vida
se anubla y obscurece (10)
A pesar de la tónica general del amor desgraciado que transminan los versos urquizianos, hay momentos de verdadera dicha que lo transforman todo. Ese corazón herido, sediento, arrasado por el fuego amoroso se convertirá en otra cosa. El mismo poema reza:
En su dicha perdido,
abandonado a tu dulzura ardiente,
de sí mismo en olvido,
el corazón se siente
una cosa feliz y transparente. (p.70)
La herida en el corazón, el fuego que lo abrasa, es sólo un primer paso para emprender un largo y sinuoso camino hacia el desasimiento absoluto que anhela el místico. Ya sin voluntad, sin deseos ni apetitos, el corazón habrá de aligerarse a un extremo de poder unirse, fundirse al objeto de su amor; será ―como reza el poema― “Una cosa feliz y transparente”. A diferencia de estas líneas, en el “Romance de la lluvia”, la felicidad es hipotética, viene a ser apenas una promesa a largo plazo. La tercera estrofa comienza diciendo:
Descansa, viajero ardiente,
descansa, ya llegaremos
―allá detrás de la lluvia―
al claro “allá” de tu anhelo;
Ahora bien, las convenciones de la cortezía trovadoresca en Urquiza se han convertido en camino ascético. El “vasallaje” amoroso, por ejemplo, expresado en la retórica cortés de ese corazón “desaguisado” del Libro del buen amor, es adoptado por la poeta mexicana pero con un sentido espiritual. Ella le pide a su propio corazón que sortee las dificultades, que no desfallezca; le hace ser consciente de su propia fragilidad. La cortezía ―como en los trovadores― implica para la poetisa mexicana humildad, lealtad, respeto y fidelidad respecto al objeto de su amor, Dios. Todo ello se traduce ―como en los místicos― en ese amor exclusivo, absoluto e incondicional por Él. La poetisa ―convencida― sigue diciéndole a su corazón:
[...]
ya abrevarán en tu herida
aquellos labios sedientos,
ya templarán tus ardores
aquellos ojos sin tiempo,
ya bajarás al abismo
deleitoso de su pecho, y tus labios
a sus latidos eternos...!
Los sentimientos contradictorios a los que lleva el amor pasional han sido trasladados en Urquiza al ámbito espiritual. Las expresiones y la retórica místicas son utilizadas por ella para expresar el impacto que causa el Amado en su corazón, ese amado cuya naturaleza es inconmensurable, intemporal, trascendente, pues posee “ojos sin tiempo” y su pecho es “abismo deleitoso”; de tal suerte es así, que los labios humanos habrán de juntarse “a sus latidos eternos”. La estrofa ha hecho referencia al arribo al “claro allá de tu anhelo” que no es otra cosa que la unión mística, largamente deseada y quizá nunca alcanzada por la escritora. En el discurso del yo lírico, el apóstrofe tiene el tono agridulce del lamento amoroso. Más que de la tiranía del Amado, más que de las vicisitudes que debe sortear y a las que quizá no pueda sobrevivir, se conduele de la lejanía de su objetivo, a pesar de la seguridad de sus predicciones (“ya abrevarán…”, “ya templarás…”, “ya bajarás...”). El exhorto, el llamado a no flaquear mientras se recorre la sinuosa senda que habrá de conducirla hacia Él, no diluye el carácter imaginario del anhelado encuentro. El camino implica un transitar atemporal, un continuo ascenso y descenso, pero no sólo a cargo de la poeta sino de Dios mismo: “ya abrevarán en tu herida / aquellos labios sedientos”.
Un elemento interesante lo constituye el trastrocamiento de los roles propios del amor cortés. Se establece que el corazón de la poetisa (la Dama) es el objeto tocado por Dios (el Caballero) y acechado por Él hasta lograr la consumación amorosa. Pero se invierten los papeles pues el corazón humano, ahora convertido en caballero medieval, es quien jugará el papel del amante que persigue y cerca al “amado” (Dios) con sus palabras, con el deseo obsesivo de pertenecerle. De la capacidad de seducción que muestre la poetisa pero también de las acciones empren-didas por Dios dependerá la realización del amor. La forma en que uno y otro respondan a los estímulos de su contraparte, determinará el éxito o el fracaso de la empresa. El corazón de la poeta y el amado están así colocados dentro del juego amoroso en un mismo nivel, aunque corres-
ponden a órdenes diferentes. El primero, al orden físico y afectivo en términos humanos, mientras que el segundo corresponde a un orden celestial, eterno.
Tanto en “Romance de la lluvia” como en la mayoría de su poesía religiosa, el amor desgraciado, el amor eternamente insatisfecho, nunca realizado en su plenitud, cantado por los trovadores y luego por los místicos, ha pasado a la poesía de Concha Urquiza, dándole su tono característico. En ese sentido, el amor que Urquiza siente por Dios y que exalta en su obra, con el que se compromete, es ese Amor de los trovadores que señala Denis de Rougemont, “...es el Eros supremo, es el impulso del alma hacia la unión luminosa, más allá de todo amor posible en esta vida. Por eso el amor supone castidad”. (11)
Al escribir su poema, Concha Urquiza está muy consciente de su fuente de inspiración y toma una postura. Se deslindará de ese “amor desordenado de la sensualidad egoísta” que es en realidad ―dice Rougemont― el loco amor del que habla Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, pero también del amor refinado y artificioso de los poetas del buen amor. (12)
Dentro de la trayectoria espiritual que va trazando la poesía de Concha Urquiza, la no consumación, la no realización del deseo, resulta coherente con sus afanes místicos. “Romance de la lluvia” viene a ser un testimonio más de los intentos fallidos realizados por la poeta en la consecución de su objetivo. Toda la carga de sufrimiento y desesperación (“tus ardores”) expresada en su discurso resulta coherente con la intensidad de su amor. El corazón de la poetisa anhela la unión absoluta con el Amado, pero su proceder tiene en el fondo el propósito de retardarla lo más posible, para mantener viva la llama de la pasión. Así, el apenas intuir, adivinar su rostro amado entre las transparencias del agua y del cielo adquiere un valor inapreciable.
La concepción ovidiana del amor sexual que permea el Libro del buenamor, está ausente. Si bien la poetisa mexicana se inspira en el escritor español para componer su “Romance de la lluvia”, no es del todo servil. Cambia la cuaderna vía por el romance, y pasa el discurso amoroso con sus contenidos y formas a través de la criba de su propia experiencia vital y poética.
(1) Concha Urquiza. Obras. México. Bajo el signo de Abside, 1956
(2) Denis de Rougemont, El amor y occidente, Barcelona, Edit. Cairos, 1978, p.164.
(3) Ibidem, p. 849.
(4)Urquiza imita la actitud poética de los místicos españoles en cuanto a la refundición de elementos que provienen de la tradición literaria profana y de la religiosa. Amado Alonso ha señalado al respecto que hay un proceso de divinización en la literatura española que, en términos más amplios, se traduce desde la Edad Media hasta fines del Siglo de Oro, en una tendencia “al anonimato, a la reelaboración de elementos, a la refundición”. En cuanto a la poesía, la mística ―señala el estudioso― es una refundición de elementos, fundamentalmente profanos. Así afirma de la poesía de San Juan de la Cruz que “Todo en ella viene de los modos y contenidos profanos, toda ella está tensa hacia Dios.” La poesía del santo español abreva en el “Garcilaso a lo divino” que proviene a su vez de la refundición hecha por Sebastián de Córdoba en 1575 (Amado Alonso, Poesía Española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, Madrid, Gredos, 1981, pp. 263-265).
(5) Modus loquendi entendido en este caso como “una manera de hablar, de comunicarse en las cosas espirituales que tienen los místicos. Al respecto, Michel de Certau señala en su libro La fábula mística (siglos XVI y XVII): “El adjetivo místico en sí mismo califica un género literario, un estilo. Añadido a la muerte, a las tinieblas, etc. localiza el uso que se hace de esos nombres en un discurso, por ejemplo, en el estado de prueba y de purificación que los místicos llaman el estado de muerte. Se trata del término muerte como ellos lo entienden. Lo Místico es un modus loquendi, un lenguaje” (México, Universidad Iberoamericana-Departamento de Historia, 1ª.ed., 1993, p. 140)
(6) Fray Luis de León, Poesía completa, edición de José Manuel Blecua, Madrid, Gredos, 1990 Biblioteca Románica Hispánica / Colección Textos IV, 19), pp. 69.
(7) Desde la perspectiva mística, la herida en el corazón y el rapto, tienen relación con el fenómeno de la trasverberación de la que habla Santa Teresa, en sus éxtasis místicos. El corazón traspasado por una daga, una saeta, o por el fuego que aparece tanto en las representaciones pictóricas de la Santa, como la de otros místicos y santos, es manifestación del amor infundido por Dios en el individuo; amor que de tan radical y avasallador es casi insoportable. Es un amor que mata porque da vida.
(8) El poema referido aparece en la sección “Sonetos de los Cantares” en la citada antología de Gabriel Méndez Plancarte, op.cit., pp. 25-26. El poema reza:
Ya corre el corazón por este suelo
como antes el remanso el agua impura;
aún lleva tierras en la entraña obscura
y pretende copiar la faz del cielo.
(9) El sentimiento religioso, esto es, “lo santo”, “lo numinoso” es un reflejo primigenio que puede describirse como ese “sentimiento de criatura” o “sentimiento de mí mismo respecto de una causa exterior a mí” que está en las bases de toda religión. Dicha emoción o sentimiento religioso se caracteriza entre otras cosas por su “solemnidad” y la “absoluta dependencia”, esto es, por la experiencia de mysterium tremendum que provoca” (Rudolf Otto, Lo santo (lo racional y lo irracional en la idea de dios, tr. Fernando Vela, 2ª.ed., Madrid, Revista de Occidente, 1965, pp. 16-22).
(10) Concha Urquiza, op.cit., p. 38
(11) Rougemont, op.cit., pp. 77-78.
(12) Arcipreste de Hita, op. cit., pp. 40-41.
A partir de aquí la autora de este expone la extensa bibliografía usada para realizar este excelente trabajo. Y que aquí omitimos por razón de espacio
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