La gramática mola Bienvenidos
domingo, 14 de julio de 2013
Doña Marta de Nevares, la última amante de Lope de Vega, y por la que sufrió una fuerte depresión a final de su vida. Ella estaba loca y ciega.
Apenas nada se sabe de la vida de Marta de Nevares antes de su encuentro con Lope de Vega, sólo que a los trece años fue obligada a contraer matrimonio con Roque Hernández de Ayala, un hombre al que el Fénix denostaría sin reparo en algunos de sus escritos, hasta el punto de celebrar así su muerte en 1619: "¡Bien haya la muerte! No sé quién está mal con ella, pues lo que no pudiera remediar física humana, acabó ella en cinco días con una purga sin tiempo, dos sangrías anticipadas y tener médico más afición a su libertad de vuesa merced que a la vida de su marido”. Tres años antes, en 1616, Lope y Marta de Nevares se habían encontrado en una fiesta poética presidida por ella, naciendo allí un amor apasionado y leal, de tintes trágicos, y en cualquier caso definitivo en la existencia del escritor. En aquel momento, Lope contaba cincuenta y cuatro años y Marta apenas veinticinco, él se había ordenado sacerdote poco tiempo antes y ella –según la describiera su amante- “tenía los ojos verdes, cejas y pestañas negras, y en cantidad, cabellos rizos y copiosos, boca que pone en cuidado los que la miran cuando ríe, manos blancas, gentileza de cuerpo, el don de la poesía, la voz divina, la pureza del hablar cortesano, toda la gracia de la danza y, por marido, un fiero Herodes”. En sus misivas al Duque de Sessa, Lope llegó a escribir en aquellos primeros días de amor encendido por Marta: “Yo estoy perdido, si en mi vida lo estuve por alma y cuerpo de mujer, y Dios sabe con qué sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar esto, ni vivir sin gozarlo”.
Pudo ser y se gozó. Lope llevó a Marta de Nevares a vivir con él a su casa madrileña de la calle Francos (hoy calle Cervantes, 11) y durante dieciséis años la pareja sobrellevó como pudo la clandestinidad y la maledicencia, inevitables en una corte murmuradora que les reprochaba la diferencia de edad, la condición de casada de Marta, el sacerdocio de Lope y el que llegaran a tener una hija fuera del matrimonio.
Los primeros años de convivencia debieron ser felices, aunque también complicados: en agosto de 1617 Marta da a luz una niña, Antonia Clara (Clarilis), fruto de su unión con Lope, pero inscrita en la partida de bautismo como hija de Roque Hernández; a finales de 1618 le nace un niño muerto, probablemente también hijo de Lope; entre 1618 y 1619 se desarrollan los pleitos de Marta de Nevares contra su marido para obtener la anulación de su matrimonio, lo cual culmina con la muerte inesperada de Roque Hernández, que Lope de Vega festeja en la dedicatoria de su comedia La viuda valenciana, publicada ese mismo año.
La afición a la poesía de Marta de Nevares y sus dotes artísticas para escribir versos, cantar, tañer y bailar crearon en Lope de Vega una devoción inusitada y muy pronto el poeta hizo un sitio a la amada en su creación literaria. Para ella –que al parecer tenía cierto talento de actriz- escribió alguna comedia que se llegó a representar en la casa de Lope, Amarilis la llamó en su frondoso epistolario amoroso de aquel tiempo y, a partir de 1619, Señora Marcia Leonarda. Con este pseudónimo se dirigió a ella en la dedicatoria de La viuda valenciana, cuya protagonista –Leonarda- es indudable trasunto de las desdichas padecidas por Marta durante su matrimonio con Roque Hernández. Por petición expresa de Marta, en fin, se adentró el escritor en un terreno hasta entonces para él desconocido, la novella, publicando entre 1621 y 1624 sus Novelas a Marcia Leonarda.
El profuso material autobiográfico que Lope acostumbraba a incorporar a su literatura permite identificar en las Novelas a Marcia Leonarda las vicisitudes de la pareja en el tiempo de su composición. De forma originalísima, Lope construye estas cuatro novelas enmarcando las ficciones en un diálogo-epístola que el narrador sostiene con una destinataria inmediata, la Señora Marcia Leonarda, a quien, al tiempo que entretiene con sus relatos, cumplimenta y galantea a través de intercolunios que interrumpen a cada paso el acontecer narrativo. De este modo, puede apreciarse cómo en la primera novela (Las fortunas de Diana, 1621) Lope regala a Marta su quehacer novelesco: “No he dejado de obedecer a vuestra merced por ingratitud, sino por temor de no acertar a servirla: porque mandarme que escriba una novela ha sido novedad para mí…”; y también se deja ver en las tres siguientes (1624) el esfuerzo del escritor por cuidar y consolar a una Marta de Nevares que, muy joven, enfermó y comenzó el declinar de su vida.
Hacia 1622 Marta empieza a quedarse ciega y en 1627 pierde enteramente la vista (“Cuando yo vi mis luces eclipsarse, / cuando yo vi mi sol escurecerse, / mis verdes esmeraldas enlutarse, / y mis puras estrellas esconderse”). Lope, viejo y cansado, aunque sigue trabajando y publicando, se dedica al cuidado de Marta, que hacia 1628 padece sus primeros ataques de locura, muriendo en la casa del poeta en la primavera de 1632. De la tristeza de ese tiempo ha dejado un testimonio lejano y bellísimo el poeta José Hierro, que en su poema Lope. La noche. Marta (1991) evoca así la desdicha de los amantes: “Hasta mañana, Noche. / Tengo que dar la cena a Marta, / asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro), / cuidar que no alborote mis papeles, / que no apuñale las paredes con mis plumas / -mis bien cortadas plumas-, / tengo que confesarla. “Padre,vivo en pecado” / (no sabe que el pecado es de los dos), / y dirá luego: “Lope, quiero morirme” / (y qué sucedería si yo muriese antes que ella). / Ego te absolvo. / Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla, / aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos, / de lugares vividos y soñados: de lo que fue / y que no fue y que pudo ser mi vida. / Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar”.
Porque el poeta no sufriera más con las habladurías y maledicencias, es Alonso Pérez, su editor y amigo, quien aparece como sufragante de los funerales de Marta de Nevares. Lope, mientras tanto, retoma el primer nombre que dio a su último amor y, poetizando a Marta, publica en 1633 la égloga Amarilis: “No quedó sin llorar pájaro en nido, / pez en el agua ni en el monte fiera, /...y es la locura de mi amor tan fuerte, / que pienso que lloró también la muerte”.
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