MÉXICO
ALFONSO REYES
IFIGENIA CRUEL
(cont.)
IFIGENIA
Y, sin embargo, siento que circula
una fluida vida por mis venas:
algo blando que, a solas, necesita
lástimas y piedades.
Quiero, a veces, salir a donde haya
tentación y caricia.
Pero yo sólo suelto de mí espanto y cólera.
Y cuando, henchida de dulces pecados,
me prometo una aurora de sonrisas,
algo se seca dentro de mí misma;
redes me tiendo en que yo misma caigo;
siendo yo, soy la otra…
Y me estremezco al peso de la Diosa,
cimbrándome de impulso ajeno;
y apretando brazos y piernas,
siento sed de domar algún cuerpo enemigo.
¡Oh amor mejor que vuestro amor, mujeres!
Os corre un vigor frío por la espalda:
ya son las manos dos tenazas,
y toda yo, como pulpo que se agarra.
Y en la gozosa angustia
de apretar a la bestia que me aprieta,
entramos en el mundo
hasta pisar con todo el cuerpo el suelo.
Libro un brazo, y descargo
la maza sorda de la mano.
Hinco una rodilla, y chasquean
debajo los quebrados huesos.
¡Ya es mío! ¡Ya es tuyo, Artemisa!
Y subo, con un grito, hasta la eterna oreja.
Pero al furor sucede un éxtasis severo.
Mis brazos quieren tajos rectos de hacha,
y los ojos se me inundan de luz.
Alguien se asoma al mundo por mi alma;
alguien husmea el triunfo por mis poros;
alguien me alarga el brazo hasta el cuchillo;
alguien me exprime, me exprime el corazón.
CORO
Respetemos el dolor
de la que se salió de la muerte
y brotó como un hongo en las rocas del templo.
Sacerdotisa pura en traza de mujer,
nunca divagaré por sus dos senos
de virgen atleta,
ni gozaré tejiendo sus cabellos.
Nunca disfrutarán su piel mis manos,
ni ha de tocarla sino el aire,
o el agua donde suele romper con el contento
del cabello sediento.
—Y te envidio señora,
el agrio gusto de ignorar tu historia.
IFIGENIA
Es que reclamo mi embriaguez,
mi patrimonio de alegría y dolor mortales.
¡Me son extrañas tantas fiestas humanas
que recorréis vosotras con el mirar del alma!
Cuando, en las tardes, dejáis andar la rueca,
y cantáis solas, a fuerza de costumbre,
unas tonadas en que yo sorprendo
como el sabor de algún recuerdo hueco;
canciones hechas en el hilo lento,
canciones confidentes y cómplices
que, siempre con iguales palabras,
esconden cada vez hurtos distintos
y mordiscos secretos en la pulpa de la vida;
que, mientras manan sin esfuerzo de la boca,
dan libertad para otros pensamientos—,
entonces yo adivino que andáis errando lejos
de la labor que ocupa vuestras manos,
dueñas de lo que sólo es vuestro
y que en vano atisban los maridos
en la joya robada de los ojos.
Ninguna costumbre os sujeta
y, en lícita infidelidad,
abrís con la llave que lleváis al cinto
una cerradura sin chirridos.
Y os envidio, mujeres de Táuride,
alargando mis manos a la canción perdida.
(¿Veis? Magníficamente nace del mar la sombra
cuando, en las colinas violetas,
asoman, de regreso, los pastores de toros…)
CORO
Canta, con aire monótono:
Cantemos, dando al tiempo
alma y copo, rueca y voz.
Horas inútiles tejen
tierra y cielo, tarde y mar.
Arañita de la casa,
no me dan oficio mejor.
Consejos me da la rueca,
sintiéndome a solas reír.
Hay quien de noche duerme,
y hay quien de día trabaja.
Hay quien aún se acuerda,
y secretea y calla.
Hay quien perdió sus recuerdos
y se ha consolado ya.
Calla un instante. Dice luego:
¿Callas, señora? ¡Solamente callas!
Y, como a aquel que canta contra el aire,
nuestra canción parece caernos en la cara,
queriéndose volver de nuevo al pecho.
¡Oh mujer de rodillas duras!
No acertamos a compadecerte.
Fuerza será llorar a cuenta tuya,
a ver si, de piedad, echas del seno
ese reacio aborto de memoria
que te tiene hinchada y monstruosa.
No hay de nosotras quien no ceda a la canción
poniendo en ella lo que cada una sabe a solas,
si no eres tú, pregunta sin respuesta,
a quien vivimos parteando el alma con afán.
No hay de nosotras quien a las lágrimas no acuda,
con esa gula íntima de probar un secreto,
donde comienza el juntarse de las almas
en un temblor de miedo y amistad.
¡Pero tú, que ni nos engañas siquiera!
Tú que nos das la nada que te llena,
¿no harás, al menos, por forjar un sueño,
una memoria hechiza que nos pague
la sed de consolarte que tenemos?
No; rechina entre tus dientes la voz:
ni recordar ni soñar sabes,
ni mereces los senos en el pecho,
ni el vientre, donde sólo crías la noche.
IFIGENIA
Os amo así: sentimentales para mí,
haciendo, a coro, para mi uso, un alma
donde vaya labrada la historia que me falta,
con estambre de todos los colores
que cada una ponga de su trama.
Tal vez me apunta un resabio de memoria
hecha de vuestras ansias naturales,
y en el imán de vuestras voluntades,
parece que la estatua que soy arriesga un pálpito.
Pero soy como me hiciste, Diosa,
entre las líneas iguales de tus flancos:
como plomada de albañil segura,
y como tú: como una llama fría.
Sobre el eje de tu nariz recta,
nadie vio doblarse tus cejas,
ni plegarse los rinconcillos
inexorables de tu boca,
por donde huye un grito inacabable,
penetrado ya de silencio.
¿Quién acariciaría tu cuello,
demasiado robusto para asido en las manos;
superior a ese hueco mezquino de la palma
que es la medida del humano apetito?
¿Y para quién habías de desatar la equis
de tus brazos cintos y untados
como atroces ligas al tronco,
por entre los cuales puntean
los cuernecillos numerosos
de tu busto de hembra de cría?
¿Quién vio temblar nunca en tu vientre
el lucero azul de tu ombligo?
¿Quién vislumbró la boca hermética
de tus dos piernas verticales?
En torno a ti danzan los astros.
¡Ay del mundo si flaquearas, Diosa!
Y al cabo, lo que en ti más venero:
los pies, donde recibes la ofrenda
y donde tuve yo cuna y regazo;
los haces de dedos en compás
donde puede ampararse un hombre adulto;
las raíces por donde sorbes
las cubas rojas del sacrificio, a cada luna.
(Cont..)
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