SIGLO XIX
Bermúdez de Castro, Salvador
Jerez de la Frontera (Cádiz). 1817 - Roma. 1883
Poeta y político. Duque de Ripalda y Marqués de Lema.
BIOGRAFÍA
LA VOZ DEL MELANCÓLICO POETA
“¡Quién me volviera las fugaces horas,
¡ay1, tan fugaces cuanto fueron bellas,
cuando en las playas de la mar sonora
contemplaba la luz de las estrellas!”
Salvador Bermúdez de Castro.
En el “annus mirabilis” -1840- reunió Bermúdez de Castro, el “melancólico poeta” como le llamó Valera, sus composiciones poéticas en un volumen que tituló Ensayos poéticos, pero que contiene poemas de considerable valor -“Los deleites”, “Los astros y la noche”, “La eternidad de Dios”, “La libertad”, “La muerte” , “El pensamiento”-, por los cuales merece ser contado entre los mejores poetas de aquel periodo, aunque el olvido ha caído injustamente sobre su obra. En sus poemas puede ejemplificarse la evolución desde las formas desatadamente románticas y del medievalismo caballeresco hasta el reposo, la serenidad y el intimismo melancólico. El pesimismo escéptico inspira muchas de sus composiciones. “Tal vez -dice Bermúdez de Castro- en estos ensayos hay algunos que son tristes muestra de un escepticismo desolado y frío. Lo sé, pero no es mía la culpa; la culpa es de la atmósfera emponzoñada que hemos respirado todos los hombres de la generación presente”. Valera hace notar que este escepticismo afectaba también a su fe política en el mantenimiento de la libertad, que veía amenazada por los tiranos que vienen siempre en pos, inevitablemente, de los verdugos de la demagogia.
Salvador Bermúdez de Castro y Díez, duque de Ripalda, nació en Jerez de la Frontera, el 6 de agosto de 1817. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla y fue muy amigo de Ventura de la Vega y de García Tassara . Fue nombrado secretario del Consejos de ministros en el Gabinete del general Narváez, siendo herido en el atentado realizado contra éste en 1844. Ministro plenipotenciario en México en este año y hasta 1847, interrumpida las relaciones de esa República con Francia llevó la representación de esa nación con tal habilidad que el gobierno francés le premió con la gran cruz de la Legión de Honor.
De regreso a España representó en las Cortes hasta 1853 el distrito de Algeciras. En este año fue nombrado ministro de Nápoles en cuyo puesto permaneció hasta 1864. Embajador en París, en 1865-1866, senador hasta 1866 y desde 1876 aunque en esta época no tomó posesión. Residente en Roma en los últimos años de su vida, fue restaurador de la famosa villa Farnesina, propiedad del rey de Nápoles, que se la había cedido en enfiteusis. Gracias al esfuerzo de este ilustre jerezano no se han perdido los frescos de Rafael y de otros insignes pintores de la villa Farnesina, celebérrima en el arte. Salvador Bermúdez de Castro murió en Roma el 23 de marzo de 1883.
El poeta jerezano enriqueció la poesía de su tiempo en el tema de la naturaleza, cantando su amor a Andalucía como Pastor Díaz y Gil Carrasco, hicieron en sus regiones respectiva, e interpretó los acontecimientos de su época a la luz de las ideas y los problemas europeos, lo cual le diferencia de sus colegas contemporáneos, en quienes predomina la nota nacional y sentimental. Formó parte del primer grupo de jóvenes que se sentían entusiasmados por la revolución literaria de 1835, sirviendo de modelo a otros poetas que dieron impulso a la nueva escuela.
Bermúdez escribió también un estudio histórico, Antonio Pérez, secretario de Estado del rey Felipe II.
Como dato curioso merece recordarse que Bermúdez de Castro utilizó con preferencia en sus poesías la octava de endecasílabos con rima aguda en los versos cuarto y octavo, hasta el punto de que, de él, tomaron el nombre de bermudinas.
A Salvador Bermúdez de Castro dedicó Valera unos párrafos muy sentidos en el prólogo de su Florilegio, lamentando que hubiera abandonado tan joven el cultivo de la literatura para dedicarse de lleno a la diplomacia y a la política.
Y como dijo el poeta jerezano. “Bajo la copa del ciprés doliente / en mi pereza muelle descansado, / dejo el triste vaivén de lo presente, / busco el dulce solaz de lo pasado”.
En el “annus mirabilis” -1840- reunió Bermúdez de Castro, el “melancólico poeta” como le llamó Valera, sus composiciones poéticas en un volumen que tituló Ensayos poéticos, pero que contiene poemas de considerable valor -“Los deleites”, “Los astros y la noche”, “La eternidad de Dios”, “La libertad”, “La muerte” , “El pensamiento”-, por los cuales merece ser contado entre los mejores poetas de aquel periodo, aunque el olvido ha caído injustamente sobre su obra. En sus poemas puede ejemplificarse la evolución desde las formas desatadamente románticas y del medievalismo caballeresco hasta el reposo, la serenidad y el intimismo melancólico. El pesimismo escéptico inspira muchas de sus composiciones. “Tal vez -dice Bermúdez de Castro- en estos ensayos hay algunos que son tristes muestra de un escepticismo desolado y frío. Lo sé, pero no es mía la culpa; la culpa es de la atmósfera emponzoñada que hemos respirado todos los hombres de la generación presente”. Valera hace notar que este escepticismo afectaba también a su fe política en el mantenimiento de la libertad, que veía amenazada por los tiranos que vienen siempre en pos, inevitablemente, de los verdugos de la demagogia.
Salvador Bermúdez de Castro y Díez, duque de Ripalda, nació en Jerez de la Frontera, el 6 de agosto de 1817. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla y fue muy amigo de Ventura de la Vega y de García Tassara . Fue nombrado secretario del Consejos de ministros en el Gabinete del general Narváez, siendo herido en el atentado realizado contra éste en 1844. Ministro plenipotenciario en México en este año y hasta 1847, interrumpida las relaciones de esa República con Francia llevó la representación de esa nación con tal habilidad que el gobierno francés le premió con la gran cruz de la Legión de Honor.
De regreso a España representó en las Cortes hasta 1853 el distrito de Algeciras. En este año fue nombrado ministro de Nápoles en cuyo puesto permaneció hasta 1864. Embajador en París, en 1865-1866, senador hasta 1866 y desde 1876 aunque en esta época no tomó posesión. Residente en Roma en los últimos años de su vida, fue restaurador de la famosa villa Farnesina, propiedad del rey de Nápoles, que se la había cedido en enfiteusis. Gracias al esfuerzo de este ilustre jerezano no se han perdido los frescos de Rafael y de otros insignes pintores de la villa Farnesina, celebérrima en el arte. Salvador Bermúdez de Castro murió en Roma el 23 de marzo de 1883.
El poeta jerezano enriqueció la poesía de su tiempo en el tema de la naturaleza, cantando su amor a Andalucía como Pastor Díaz y Gil Carrasco, hicieron en sus regiones respectiva, e interpretó los acontecimientos de su época a la luz de las ideas y los problemas europeos, lo cual le diferencia de sus colegas contemporáneos, en quienes predomina la nota nacional y sentimental. Formó parte del primer grupo de jóvenes que se sentían entusiasmados por la revolución literaria de 1835, sirviendo de modelo a otros poetas que dieron impulso a la nueva escuela.
Bermúdez escribió también un estudio histórico, Antonio Pérez, secretario de Estado del rey Felipe II.
Como dato curioso merece recordarse que Bermúdez de Castro utilizó con preferencia en sus poesías la octava de endecasílabos con rima aguda en los versos cuarto y octavo, hasta el punto de que, de él, tomaron el nombre de bermudinas.
A Salvador Bermúdez de Castro dedicó Valera unos párrafos muy sentidos en el prólogo de su Florilegio, lamentando que hubiera abandonado tan joven el cultivo de la literatura para dedicarse de lleno a la diplomacia y a la política.
Y como dijo el poeta jerezano. “Bajo la copa del ciprés doliente / en mi pereza muelle descansado, / dejo el triste vaivén de lo presente, / busco el dulce solaz de lo pasado”.
En el “annus mirabilis” -1840- reunió Bermúdez de Castro, el “melancólico poeta” como le llamó Valera, sus composiciones poéticas en un volumen que tituló Ensayos poéticos, pero que contiene poemas de considerable valor -“Los deleites”, “Los astros y la noche”, “La eternidad de Dios”, “La libertad”, “La muerte” , “El pensamiento”-, por los cuales merece ser contado entre los mejores poetas de aquel periodo, aunque el olvido ha caído injustamente sobre su obra. En sus poemas puede ejemplificarse la evolución desde las formas desatadamente románticas y del medievalismo caballeresco hasta el reposo, la serenidad y el intimismo melancólico. El pesimismo escéptico inspira muchas de sus composiciones. “Tal vez -dice Bermúdez de Castro- en estos ensayos hay algunos que son tristes muestra de un escepticismo desolado y frío. Lo sé, pero no es mía la culpa; la culpa es de la atmósfera emponzoñada que hemos respirado todos los hombres de la generación presente”. Valera hace notar que este escepticismo afectaba también a su fe política en el mantenimiento de la libertad, que veía amenazada por los tiranos que vienen siempre en pos, inevitablemente, de los verdugos de la demagogia.
Salvador Bermúdez de Castro y Díez, duque de Ripalda, nació en Jerez de la Frontera, el 6 de agosto de 1817. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla y fue muy amigo de Ventura de la Vega y de García Tassara . Fue nombrado secretario del Consejos de ministros en el Gabinete del general Narváez, siendo herido en el atentado realizado contra éste en 1844. Ministro plenipotenciario en México en este año y hasta 1847, interrumpida las relaciones de esa República con Francia llevó la representación de esa nación con tal habilidad que el gobierno francés le premió con la gran cruz de la Legión de Honor.
De regreso a España representó en las Cortes hasta 1853 el distrito de Algeciras. En este año fue nombrado ministro de Nápoles en cuyo puesto permaneció hasta 1864. Embajador en París, en 1865-1866, senador hasta 1866 y desde 1876 aunque en esta época no tomó posesión. Residente en Roma en los últimos años de su vida, fue restaurador de la famosa villa Farnesina, propiedad del rey de Nápoles, que se la había cedido en enfiteusis. Gracias al esfuerzo de este ilustre jerezano no se han perdido los frescos de Rafael y de otros insignes pintores de la villa Farnesina, celebérrima en el arte. Salvador Bermúdez de Castro murió en Roma el 23 de marzo de 1883.
El poeta jerezano enriqueció la poesía de su tiempo en el tema de la naturaleza, cantando su amor a Andalucía como Pastor Díaz y Gil Carrasco, hicieron en sus regiones respectiva, e interpretó los acontecimientos de su época a la luz de las ideas y los problemas europeos, lo cual le diferencia de sus colegas contemporáneos, en quienes predomina la nota nacional y sentimental. Formó parte del primer grupo de jóvenes que se sentían entusiasmados por la revolución literaria de 1835, sirviendo de modelo a otros poetas que dieron impulso a la nueva escuela.
Bermúdez escribió también un estudio histórico, Antonio Pérez, secretario de Estado del rey Felipe II.
Como dato curioso merece recordarse que Bermúdez de Castro utilizó con preferencia en sus poesías la octava de endecasílabos con rima aguda en los versos cuarto y octavo, hasta el punto de que, de él, tomaron el nombre de bermudinas.
A Salvador Bermúdez de Castro dedicó Valera unos párrafos muy sentidos en el prólogo de su Florilegio, lamentando que hubiera abandonado tan joven el cultivo de la literatura para dedicarse de lleno a la diplomacia y a la política.
Y como dijo el poeta jerezano. “Bajo la copa del ciprés doliente / en mi pereza muelle descansado, / dejo el triste vaivén de lo presente, / busco el dulce solaz de lo pasado”.
En el “annus mirabilis” -1840- reunió Bermúdez de Castro, el “melancólico poeta” como le llamó Valera, sus composiciones poéticas en un volumen que tituló Ensayos poéticos, pero que contiene poemas de considerable valor -“Los deleites”, “Los astros y la noche”, “La eternidad de Dios”, “La libertad”, “La muerte” , “El pensamiento”-, por los cuales merece ser contado entre los mejores poetas de aquel periodo, aunque el olvido ha caído injustamente sobre su obra. En sus poemas puede ejemplificarse la evolución desde las formas desatadamente románticas y del medievalismo caballeresco hasta el reposo, la serenidad y el intimismo melancólico. El pesimismo escéptico inspira muchas de sus composiciones. “Tal vez -dice Bermúdez de Castro- en estos ensayos hay algunos que son tristes muestra de un escepticismo desolado y frío. Lo sé, pero no es mía la culpa; la culpa es de la atmósfera emponzoñada que hemos respirado todos los hombres de la generación presente”. Valera hace notar que este escepticismo afectaba también a su fe política en el mantenimiento de la libertad, que veía amenazada por los tiranos que vienen siempre en pos, inevitablemente, de los verdugos de la demagogia.
Salvador Bermúdez de Castro y Díez, duque de Ripalda, nació en Jerez de la Frontera, el 6 de agosto de 1817. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla y fue muy amigo de Ventura de la Vega y de García Tassara . Fue nombrado secretario del Consejos de ministros en el Gabinete del general Narváez, siendo herido en el atentado realizado contra éste en 1844. Ministro plenipotenciario en México en este año y hasta 1847, interrumpida las relaciones de esa República con Francia llevó la representación de esa nación con tal habilidad que el gobierno francés le premió con la gran cruz de la Legión de Honor.
De regreso a España representó en las Cortes hasta 1853 el distrito de Algeciras. En este año fue nombrado ministro de Nápoles en cuyo puesto permaneció hasta 1864. Embajador en París, en 1865-1866, senador hasta 1866 y desde 1876 aunque en esta época no tomó posesión. Residente en Roma en los últimos años de su vida, fue restaurador de la famosa villa Farnesina, propiedad del rey de Nápoles, que se la había cedido en enfiteusis. Gracias al esfuerzo de este ilustre jerezano no se han perdido los frescos de Rafael y de otros insignes pintores de la villa Farnesina, celebérrima en el arte. Salvador Bermúdez de Castro murió en Roma el 23 de marzo de 1883.
El poeta jerezano enriqueció la poesía de su tiempo en el tema de la naturaleza, cantando su amor a Andalucía como Pastor Díaz y Gil Carrasco, hicieron en sus regiones respectiva, e interpretó los acontecimientos de su época a la luz de las ideas y los problemas europeos, lo cual le diferencia de sus colegas contemporáneos, en quienes predomina la nota nacional y sentimental. Formó parte del primer grupo de jóvenes que se sentían entusiasmados por la revolución literaria de 1835, sirviendo de modelo a otros poetas que dieron impulso a la nueva escuela.
Bermúdez escribió también un estudio histórico, Antonio Pérez, secretario de Estado del rey Felipe II.
Como dato curioso merece recordarse que Bermúdez de Castro utilizó con preferencia en sus poesías la octava de endecasílabos con rima aguda en los versos cuarto y octavo, hasta el punto de que, de él, tomaron el nombre de bermudinas.
A Salvador Bermúdez de Castro dedicó Valera unos párrafos muy sentidos en el prólogo de su Florilegio, lamentando que hubiera abandonado tan joven el cultivo de la literatura para dedicarse de lleno a la diplomacia y a la política.
Y como dijo el poeta jerezano. “Bajo la copa del ciprés doliente / en mi pereza muelle descansado, / dejo el triste vaivén de lo presente, / busco el dulce solaz de lo pasado”.
En el “annus mirabilis” -1840- reunió Bermúdez de Castro, el “melancólico poeta” como le llamó Valera, sus composiciones poéticas en un volumen que tituló Ensayos poéticos, pero que contiene poemas de considerable valor -“Los deleites”, “Los astros y la noche”, “La eternidad de Dios”, “La libertad”, “La muerte” , “El pensamiento”-, por los cuales merece ser contado entre los mejores poetas de aquel periodo, aunque el olvido ha caído injustamente sobre su obra. En sus poemas puede ejemplificarse la evolución desde las formas desatadamente románticas y del medievalismo caballeresco hasta el reposo, la serenidad y el intimismo melancólico. El pesimismo escéptico inspira muchas de sus composiciones. “Tal vez -dice Bermúdez de Castro- en estos ensayos hay algunos que son tristes muestra de un escepticismo desolado y frío. Lo sé, pero no es mía la culpa; la culpa es de la atmósfera emponzoñada que hemos respirado todos los hombres de la generación presente”. Valera hace notar que este escepticismo afectaba también a su fe política en el mantenimiento de la libertad, que veía amenazada por los tiranos que vienen siempre en pos, inevitablemente, de los verdugos de la demagogia.
Salvador Bermúdez de Castro y Díez, duque de Ripalda, nació en Jerez de la Frontera, el 6 de agosto de 1817. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla y fue muy amigo de Ventura de la Vega y de García Tassara . Fue nombrado secretario del Consejos de ministros en el Gabinete del general Narváez, siendo herido en el atentado realizado contra éste en 1844. Ministro plenipotenciario en México en este año y hasta 1847, interrumpida las relaciones de esa República con Francia llevó la representación de esa nación con tal habilidad que el gobierno francés le premió con la gran cruz de la Legión de Honor.
De regreso a España representó en las Cortes hasta 1853 el distrito de Algeciras. En este año fue nombrado ministro de Nápoles en cuyo puesto permaneció hasta 1864. Embajador en París, en 1865-1866, senador hasta 1866 y desde 1876 aunque en esta época no tomó posesión. Residente en Roma en los últimos años de su vida, fue restaurador de la famosa villa Farnesina, propiedad del rey de Nápoles, que se la había cedido en enfiteusis. Gracias al esfuerzo de este ilustre jerezano no se han perdido los frescos de Rafael y de otros insignes pintores de la villa Farnesina, celebérrima en el arte. Salvador Bermúdez de Castro murió en Roma el 23 de marzo de 1883.
El poeta jerezano enriqueció la poesía de su tiempo en el tema de la naturaleza, cantando su amor a Andalucía como Pastor Díaz y Gil Carrasco, hicieron en sus regiones respectiva, e interpretó los acontecimientos de su época a la luz de las ideas y los problemas europeos, lo cual le diferencia de sus colegas contemporáneos, en quienes predomina la nota nacional y sentimental. Formó parte del primer grupo de jóvenes que se sentían entusiasmados por la revolución literaria de 1835, sirviendo de modelo a otros poetas que dieron impulso a la nueva escuela.
Bermúdez escribió también un estudio histórico, Antonio Pérez, secretario de Estado del rey Felipe II.
Como dato curioso merece recordarse que Bermúdez de Castro utilizó con preferencia en sus poesías la octava de endecasílabos con rima aguda en los versos cuarto y octavo, hasta el punto de que, de él, tomaron el nombre de bermudinas.
A Salvador Bermúdez de Castro dedicó Valera unos párrafos muy sentidos en el prólogo de su Florilegio, lamentando que hubiera abandonado tan joven el cultivo de la literatura para dedicarse de lleno a la diplomacia y a la política.
Y como dijo el poeta jerezano. “Bajo la copa del ciprés doliente / en mi pereza muelle descansado, / dejo el triste vaivén de lo presente, / busco el dulce solaz de lo pasado”.
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