MÉXICO
José Joaquín Blanco
NOCTURNO CONSTANTE
I
Absorta y seducida viaja la noche a encontrar a su cantor.
Hay quien ama la noche; hay quien conjura para que regrese la oscuridad,
hay quien durante el día canta a lo que viene detrás de la luz como sombra rezagada.
Hay quien ama al perseguidor del día.
La noche es solamente el mar de arriba, cuando es de noche.
Porque de día el cielo y el mar solamente reverberan, serenos y virtuosos,
poniéndose la marca radiante que los declara ámbitos de la luz.
Hay quien ama a la noche como el mar ama a la luna,
como la luna ama al mar que la devora.
La noche es un mar que refleja al hombre que le canta;
la luna es un hombre reflejado que el mar absorbe y asimila y transforma luego en su propio corazón.
El hombre que canta será el corazón de la noche.
La noche es un deleitoso acontecer que nadie cronometra,
es un calar profundo, una inmersión sin fin,
un replegar el pájaro sus alas
y brotar hacia dentro como flor maligna.
La noche no es la luz, sino su hambre:
sangre voraz que arroja sus hervores al carnicero hielo de los acantilados.
La noche es ir y venir de placeres tempestuosos,
violento regocijo de cuerpos que se encuentran:
reflejos instantáneos que se zambullen como tiros contra la eternidad.
La noche también es mar en calma
amorosa superficie de mujer que espera.
Suspenso de absorto cazador que acecha
a una víctima anhelante.
Así como la luna es el corazón del mar, el hombre será un ojo luminoso
en el centro de la oscuridad continua;
la luna es como un hombre cuajado y suspendido,
como un faro en la profundidad del mar que ilumina su propia luz
en la espesura del reposo constante.
II
La noche es también una calle interminable,
un laberinto de resonancias,
imaginario caracol que asegura la permanencia de pasos transcurridos.
La noche es un muro donde el caminante compite con su sombra. ¡Dulce seguridad la del hombre que contempla en vano su sombra fatigada,
que intrigado por sus pasos localiza en el blanco símbolo de su destino
el origen de su luz actual!
III
Cuando llega la noche, el hombre que la ha llamado deja de cantar y se entristece.
La experiencia le dice que habrá de pasar el tiempo,
le dice que es inevitable el nuevo amanecer,
que aún no le llega el turno de sumergirse en su noche
como luna helada en el fondo del mar.
Pero la noche es una metáfora irresistible y el hombre anhela
la excepción que ocurre solamente una vez
y se sueña exceptuado.
Siente —jubiloso— que la noche se prolonga:
se le hace larga su noche como si la eternidad fuera
un eterno miedo inútil al amanecer.
Hay quien ama el amanecer; hay quien ama
la reverberación de luces mentidas.
Y el cantor de la noche, cuando el amanecer llega
se descubre invulnerado, descubre que su noche
es un prematuro mar con un hueco blanco en lugar de la luna.
Y su nostalgia es una nostalgia de trovador desdeñado
que aprovecha el día para cantar.
El nocturno se instala en el día como ambición constante
porque también es la muerte un perverso gozar de la espera,
eterno avizorar el horizonte,
cuando de pronto el sol encandece en mitad del cielo
y el mar del día avienta luces a rebato.
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