Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:52

    ***

    Por desgracia, quizá mañana mismo deba partir para Moscú y renunciar a su
    compañía por una larga temporada… Y eso, por desgracia, no tiene remedio… —
    anunció inopinadamente Iván Fiódorovich.
    —¡Mañana! ¡A Moscú! —A Katerina Ivánovna la cara se le crispó de repente—.
    Pero… pero, Dios mío, ¡qué suerte! —exclamó, alterando súbitamente el tono de voz y
    dejando de llorar, de modo que muy pronto no quedó ni rastro de sus lágrimas. En un
    instante se produjo en Katerina Ivánovna una transformación asombrosa que dejó a
    Aliosha perplejo: en lugar de la pobre muchacha ofendida que había estado llorando
    hasta entonces, reflejando el desgarro de su alma, apareció de improviso una mujer
    que hacía gala de un perfecto dominio de sí misma y se mostraba incluso visiblemente
    satisfecha, como si, de pronto, se hubiese llevado una enorme alegría—. Oh, no es
    que sea una suerte tener que alejarme de usted, desde luego que no —dijo, como
    queriendo retractarse, con una agradable sonrisa mundana—, un amigo como usted
    no debería pensar tal cosa; al contrario, me siento muy desdichada viéndome privada
    de su compañía. —De pronto, se acercó a toda prisa a Iván Fiódorovich y, cogiéndole
    ambas manos, se las estrechó con fervor—. Lo que sí es una suerte es que usted,
    personalmente, tenga la ocasión de explicar en Moscú, a mi tía y a Agasha, cuál es mi
    situación, todo el horror que estoy viviendo; de explicárselo a Agafia con toda
    franqueza y con delicadeza a mi querida tía, como mejor sepa usted. Ni se imagina
    usted lo desdichada que me sentía ayer y esta misma mañana, sin saber muy bien
    201
    cómo escribir esa horrible carta… porque no hay forma de dar cuenta de lo ocurrido
    por carta… Ahora ya me será más fácil escribirla, porque usted va a estar presente y
    podrá explicárselo todo de viva voz. ¡Oh, qué contenta estoy! Pero solo estoy contenta
    por eso, créame. Para mí, usted es insustituible, por supuesto… Ahora mismo iré
    corriendo a escribir esa carta —concluyó bruscamente, e incluso dio un paso, decidida
    a salir de la habitación.
    —¿Y Aliosha? ¿Qué pasa con la opinión de Alekséi Fiódorovich, que tantas ganas
    tenía usted de escuchar? —exclamó la señora Jojlakova. Una nota airada y mordaz
    resonaba en sus palabras.
    —No me he olvidado. —Katerina Ivánovna se detuvo de repente—. Y ¿por qué se
    muestra tan hostil ahora conmigo, Katerina Ósipovna? —preguntó en un tono de vivo
    y amargo reproche—. Me reafirmo en lo dicho. Necesito conocer su opinión, es más:
    ¡necesito conocer su decisión! Lo que él diga se hará… Ya ve hasta qué punto anhelo
    conocer sus palabras, Alekséi Fiódorovich… Pero ¿qué le ocurre?
    —Nunca lo habría pensado, ¡para mí, es algo inconcebible! —exclamó de pronto
    Aliosha, con amargura.
    —¿Qué, qué?
    —Él se va a Moscú, y usted dice que se alegra; ¡lo ha dicho con toda intención!
    Pero justo después empieza a aclarar que no está contenta por eso; al contrario, dice
    que lo siente… que pierde a un amigo… Pero eso también ha sido a propósito…
    ¡como si estuviera actuando en un teatro!




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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:53

    ***

    ¿En un teatro? ¿Cómo?… ¿A qué se refiere? —replicó Katerina Ivánovna,
    profundamente desconcertada, poniéndose toda colorada y frunciendo el ceño.
    —Por más que intente hacerle creer que va a echar de menos al amigo, insiste
    usted en que es una suerte que se marche, y se lo dice a la cara… —dijo Aliosha, cada
    vez más sofocado. Seguía de pie junto a la mesa, y no se decidía a sentarse.
    —No entiendo adónde quiere ir a parar…
    —Ni yo mismo lo sé… Ha sido como una iluminación repentina… Sé que no
    debería, pero voy a decirlo de todos modos —continuó Aliosha, con la misma voz
    temblorosa y entrecortada—. Lo que me ha venido a la cabeza es que a lo mejor usted
    no ama en absoluto a mi hermano Dmitri… y ha sido así desde el primer día… Y que a
    lo mejor Dmitri tampoco la ama a usted… desde el primer día… que únicamente la
    respeta… Yo, la verdad, no sé cómo me atrevo a decir todo esto ahora, pero alguien
    tiene que decir la verdad… porque aquí nadie quiere decir la verdad…
    —¿Qué verdad? —preguntó Katerina Ivánovna, y una nota de histerismo resonó en
    su voz.
    —Pues ésta —balbuceó Aliosha, que parecía haberse caído de un tejado—: haga
    venir ahora mismo a Dmitri… ya lo buscaría yo; que venga aquí y que la coja a usted
    de la mano, que coja luego de la mano a mi hermano Iván y que una las manos de los
    202
    dos. Y es que, si usted tortura a Iván, es solamente porque lo ama… y, para torturarlo,
    se empeña en amar a Dmitri… ese amor no es verdadero… Se ha convencido a sí
    misma de que lo quiere… —Aliosha se interrumpió bruscamente y se quedó callado.
    —Usted… usted… es usted un pequeño yuródivy, ¡eso es lo que es! —intervino de
    pronto Katerina Ivánovna, con el rostro ya pálido y los labios contraídos por la rabia.
    Iván Fiódorovich se echó a reír y se puso de pie. Tenía el sombrero en la mano.
    —Te equivocas, mi buen Aliosha —dijo, con una expresión en la cara que Aliosha
    jamás le había visto: reflejaba sinceridad juvenil y un sentimiento intenso, de una
    franqueza irresistible—. ¡Katerina Ivánovna nunca me ha amado! Ella ha sabido en todo
    momento que yo la amaba, aunque nunca le he dicho una palabra de mi amor; lo
    sabía, pero no me correspondía. Tampoco he sido amigo suyo ni una sola vez, ni un
    solo día: es una mujer orgullosa y no tenía necesidad de mi amistad. Me mantenía a su
    lado para ejercer una venganza ininterrumpida. En mí vengaba todas las ofensas que
    Dmitri le ha ido infligiendo, de manera incesante, día a día, en todo este tiempo,
    desde su primer encuentro… Porque ya el primer encuentro que tuvieron se le quedó
    grabado en el corazón como una humillación. ¡Así tiene ella el corazón! En todo este
    tiempo no he hecho otra cosa que oírle hablar de su amor por él. Ahora me marcho,
    pero debe saber, Katerina Ivánovna, que a quien usted quiere realmente es a él. Y,
    cuanto más la humilla, más y más lo quiere usted. De ahí su desgarro. Usted lo quiere
    tal cual es: lo quiere en la medida en que la humilla. Si él se enmendara, usted lo
    abandonaría de inmediato y dejaría de quererlo. Pero usted lo necesita para recrearse
    en su abnegada fidelidad y para reprocharle a él su infidelidad. Y todo por orgullo. Oh,
    hay en esto mucho de abatimiento y de humillación, pero todo obedece a su orgullo…



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep 2024, 09:54

    ***
    Yo soy demasiado joven y la he amado con demasiada intensidad. Sé que no debería
    decirle esto, que sería más digno por mi parte apartarme sencillamente de usted; no le
    resultaría tan insultante. Pero lo cierto es que me marcho lejos y no voy a regresar
    nunca más. Es algo definitivo… No quiero sufrir este desgarro… La verdad es que no
    sé qué decir, ya está todo dicho… Adiós, Katerina Ivánovna, no tiene usted por qué
    enfadarse conmigo, porque yo he sufrido un castigo cien veces mayor que el suyo: ya
    es suficiente castigo no volver a verla nunca más. Adiós. No necesito su mano. Me ha
    torturado usted tan a conciencia que en este momento no puedo perdonarla. Más
    adelante la perdonaré, pero ahora su mano está de más. Den Dank, Dame, begehr ich
    nicht —añadió con una sonrisa forzada, demostrando, de paso, de forma
    sorprendente, que también él era capaz de leer a Schiller y hasta de aprendérselo de
    memoria, cosa que nunca habría creído Aliosha.
    Salió de la estancia sin despedirse siquiera de la anfitriona, la señora Jojlakova.
    Aliosha juntó las manos, asombrado.
    —¡Iván! —gritó desconcertado, mientras su hermano se alejaba—. ¡Vuelve, Iván!
    ¡No, no, ahora no va a volver por nada del mundo! —exclamó otra vez, en un rapto de
    amarga lucidez—. Pero ¡la culpa es mía, mía! ¡Yo he empezado! Iván ha hablado con
    rencor, de forma improcedente. Ha sido injusto y rencoroso… —exclamaba Aliosha,
    medio enloquecido.
    Katerina Ivánovna se marchó de pronto a otra habitación.
    —Usted no ha hecho nada malo, ha obrado divinamente, como un ángel —le dijo
    al afligido Aliosha la señora Jojlakova, hablando en un rápido y entusiástico susurro—.
    Haré cuanto esté en mi mano para que Iván Fiódorovich no se vaya…
    Su cara resplandecía de gozo, con gran pesar de Aliosha; pero de pronto regresó
    Katerina Ivánovna. Traía en la mano dos irisados billetes de cien rublos.


    202


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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:17

    ***

    —Tengo que pedirle un inmenso favor, Alekséi Fiódorovich —empezó a decir,
    dirigiéndose a Aliosha con una voz aparentemente tranquila y firme, como si no
    hubiera pasado nada—. Hace una semana… sí, creo que fue hace cosa de una
    semana, Dmitri Fiódorovich cometió un acto tan impulsivo como injusto, realmente
    abominable. Hay aquí una taberna de muy mala fama. En ella encontró a ese oficial
    retirado, un capitán asistente a quien su padre solía utilizar en algunos de sus asuntos.
    Furioso, por la razón que fuera, con ese capitán, Dmitri Fiódorovich lo agarró de la
    barba y, delante de todo el mundo, lo sacó de ese modo tan humillante a la calle, y
    una vez en la calle todavía siguió tirando de él un buen rato; dicen que el hijo de ese
    capitán, que no es más que un niño que aún va a la escuela, al ver lo que pasaba,
    acudió corriendo al lado de su padre, llorando a gritos y suplicando por él, al tiempo
    que pedía a la gente que lo defendiera, pero todo el mundo se reía. Disculpe, Alekséi
    Fiódorovich, no puedo recordar sin indignarme ese acto vergonzoso, tan propio de
    él… uno de esos actos que solo Dmitri Fiódorovich es capaz de cometer, movido por
    su ira… ¡o por sus pasiones! Ni siquiera soy capaz de contarlo, me faltan las fuerzas…
    Pierdo el hilo. Me he interesado por la persona que sufrió esa humillación y he
    averiguado que es un hombre muy pobre. Se apellida Sneguiriov. Cometió alguna falta
    en el servicio, por lo que fue apartado de él, no sabría darle más detalles; ahora, con
    su familia, una desdichada familia formada por unas criaturas enfermas y una mujer
    que, por lo visto, está trastornada, se ha hundido en la miseria más atroz. Lleva ya
    mucho tiempo en esta ciudad, trabajando en alguna cosa, creo que estaba de
    escribiente por ahí, pero de buenas a primeras han dejado de pagarle. Yo había
    puesto los ojos en usted… es decir, había pensado… no sé ni lo que digo, me estoy
    haciendo un lío… verá, yo quería pedirle un favor, Alekséi Fiódorovich, mi buen
    Alekséi Fiódorovich: quería que se pasara usted por su casa, que buscara un pretexto
    para visitarlo, para visitar a ese capitán asistente, me refiero… ¡ay, Dios!, cómo me
    estoy liando… y con delicadeza, con mucho tacto, como solo usted sabe hacerlo —
    Aliosha se puso repentinamente colorado—, le entregara esta ayuda, vea, estos
    doscientos rublos. Probablemente los aceptará… es decir, usted podrá convencerlo de
    que los acepte… O no, ¿cómo explicarlo? Verá, no se trata de pagarle para obtener su
    204
    conformidad, para que se abstenga de presentar una denuncia, porque, según parece,
    quería denunciar lo ocurrido… Sencillamente, es una muestra de simpatía, del deseo
    de ayudar, en mi nombre, en nombre de la novia de Dmitri Fiódorovich, no en nombre
    de él… En una palabra, usted ya verá cómo… Iría yo en persona, pero usted sabrá
    hacerlo mucho mejor que yo. Vive en la calle del Lago, en casa de Kalmykova, una
    menestrala… Por el amor de Dios, Alekséi Fiódorovich, haga eso por mí; y ahora…
    ahora estoy un poco… cansada. Hasta la vista.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:17

    ***


    Se volvió de repente y desapareció detrás de la antepuerta, tan deprisa que a
    Aliosha no le dio tiempo a decir ni palabra, pese a que habría querido hablar. Deseaba
    pedir perdón, admitir su culpa… en fin, decir cualquier cosa, porque el corazón se le
    desbordaba, y no quería, de ninguna manera, salir de la habitación sin haberse
    desahogado antes. Pero la señora Jojlakova lo tomó de la mano y ella misma lo sacó
    de allí. En el vestíbulo volvió a detenerlo, como había hecho hacía un rato.
    —Es una mujer orgullosa, que lucha consigo misma, pero ¡es buena, encantadora,
    generosa! —exclamó en un susurro la señora Jojlakova—. ¡Oh, cuánto la quiero,
    especialmente en ciertas ocasiones! Y ¡qué contenta me siento con todo otra vez! Hay
    una cosa que usted no sabe, mi buen Alekséi Fiódorovich, y es que todos nosotros,
    todos, sus dos tías, yo misma, en fin, todos, hasta Lise, hace ya un mes que solo
    deseamos y rogamos una cosa: que ella rompa con su hermano predilecto, que rompa
    con Dmitri Fiódorovich, quien no quiere saber nada de ella y no la ama ni un tanto así,
    y se case con Iván Fiódorovich, que es un joven magnífico, instruido, que la quiere más
    que a nada en el mundo. Hemos tramado una verdadera conspiración con ese objetivo
    y, si no me voy de aquí, será justamente por ese motivo…
    —Pero ella ha llorado, ¡nuevamente se ha sentido humillada! —exclamó Aliosha.
    —No crea en las lágrimas de una mujer, Alekséi Fiódorovich; en estos casos, yo
    siempre estoy en contra de las mujeres y a favor de los hombres.
    —Mamá, está estropeándolo, echándolo a perder —se oyó, al otro lado de la
    puerta, la fina vocecita de Lise.
    —No, yo soy el responsable de todo, ¡soy espantosamente culpable! —repetía
    Aliosha, desolado, en un arranque de dolorosa vergüenza por su salida de tono,
    cubriéndose incluso el rostro con las manos.
    —Al contrario, ha actuado usted como un ángel, y estoy dispuesta a repetirlo un
    millón de veces.
    —Mamá, ¿por qué dice que ha actuado como un ángel? —volvió a oírse la vocecita
    de Lise.
    —Así, de repente, viendo todo aquello, he supuesto por alguna razón —continuó
    Aliosha, como si no hubiera oído a Liza— que ella ama a Iván; por eso he dicho esa
    estupidez… ¿Qué va a pasar ahora?





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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:18

    ***
    —Pero ¿con quién, con quién? —exclamó Lise—. Mamá, está visto que usted
    quiere acabar conmigo. Yo no hago más que preguntar, y usted no me responde.
    En ese instante entró corriendo la doncella.
    —Algo malo le pasa a Katerina Ivánovna… Está llorando… Parece un ataque de
    histeria, no para de temblar…
    —¿Qué pasa? —gritó Lise, con voz preocupada—. Mamá, ¡a mí sí que me va a dar
    un ataque, más que a ella!
    —Lise, por el amor de Dios, no grites, no me hagas la vida imposible. A tu edad, no
    tienes por qué saber todo lo que saben los mayores; enseguida vuelvo, y te cuento
    todo lo que te pueda contar. ¡Ay, Dios mío! Ya voy, ya voy… Un ataque de histeria es
    una buena señal, Alekséi Fiódorovich, está muy bien que sufra un ataque. Es justo lo
    que hace falta. En estos casos, yo siempre estoy en contra de las mujeres, en contra de
    todos esos histerismos y lágrimas de mujer. Yulia, corre y dile que voy volando. Y, si
    Iván Fiódorovich se ha ido así, la culpa es de ella. Pero no se va a marchar. ¡Lise, no
    chilles, por el amor de Dios! Ah, vale, que tú no chillas, que soy yo; perdona a tu
    madre, pero es que estoy encantada, ¡estoy encantada, encantada! Se habrá fijado
    usted, Alekséi Fiódorovich, en lo joven que parecía Iván Fiódorovich hace un
    momento, al salir. ¡Ha dicho lo que tenía que decir y se ha marchado! Y yo que creía
    que era todo un sabio, un académico, y de repente se pone a hablar con ese
    entusiasmo, con la franqueza de un joven, con la inexperiencia de un joven, y todo tan
    bien dicho, tan bien dicho, igual que usted… Y hasta ha soltado ese verso en alemán;
    en fin, ¡igual que usted! Bueno, voy corriendo, voy corriendo. Alekséi Fiódorovich, vaya
    enseguida a hacer ese encargo y vuelva cuanto antes. Lise, ¿no necesitas nada? Por
    Dios, no entretengas ni un minuto a Alekséi Fiódorovich, enseguida está de vuelta…
    La señora Jojlakova, por fin, se fue corriendo. Aliosha, antes de marcharse, quiso
    abrir la puerta que daba al cuarto de Lise.
    —¡Ni se le ocurra! —gritó Lise—. ¡Ahora ya ni se le ocurra! Hable a través de la
    puerta. ¿Por qué dicen que es usted un ángel? Eso es lo único que me gustaría saber.
    —¡Por una auténtica tontería, Lise! Adiós.
    —¡No se atreverá a marcharse así! —exclamó Lise.
    —Lise, ¡tengo una pena enorme! Vuelvo enseguida, pero tengo una pena enorme,
    ¡enorme!
    Y salió a toda prisa de la sala.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:19

    ***

    VI. Desgarro entre cuatro paredes
    Sentía, en verdad, una pena muy honda, como pocas veces había sentido antes. Se
    había lanzado a hablar y había «hecho el ridículo», ¡y para colmo en cuestiones
    amorosas! «¿Qué sabré yo de eso? ¿Cómo voy a entender de esos asuntos? —se
    repitió por centésima vez, ruborizándose—. Bah, la vergüenza es lo de menos, la
    vergüenza no es más que el castigo que me tengo merecido; lo malo es que ahora voy
    a ser, sin duda alguna, el origen de nuevas desgracias… El stárets me ha enviado a
    reconciliar y unir. ¿Así es como se une a los que están enfrentados?» Volvió a recordar
    cómo había «unido sus manos», y creyó que se moría de vergüenza. «Aunque haya
    actuado con toda sinceridad, en lo sucesivo tendré que obrar con más cautela»,
    concluyó, y ni siquiera esa conclusión le arrancó una sonrisa.
    El encargo de Katerina Ivánovna lo obligaba a ir a la calle del Lago, y precisamente
    su hermano Dmitri vivía cerca de allí, en una calleja próxima. Aliosha decidió pasarse
    por su casa antes de visitar al capitán asistente, aunque tenía el presentimiento de que
    no iba a dar con su hermano. Sospechaba que, dadas las circunstancias, éste
    procuraría no acercarse a él, pero tenía que encontrarlo como fuera. Porque el tiempo
    pasaba: desde que había salido del monasterio, no había dejado de pensar ni un
    minuto, ni un segundo, en el stárets agonizante.
    En el encargo de Katerina Ivánovna había advertido un detalle que había
    despertado en él un enorme interés: cuando le contó lo de aquel chiquillo, un escolar
    aún, hijo del capitán, que corría, llorando a voz en grito, al lado de su padre, Aliosha
    enseguida pensó que muy bien podía tratarse del mismo niño que le había mordido el
    dedo cuando había ido a preguntarle si lo había ofendido. Ahora tenía pocas dudas al
    respecto, aunque aún no sabía por qué. De ese modo, ocupado en reflexiones
    accesorias, logró distraerse, así que decidió «no darle más vueltas» a la «desgracia»
    que acababa de causar, no torturarse con sus remordimientos, sino ocuparse de lo que
    tenía entre manos, y que pasara lo que tuviera que pasar. Con esta idea, acabó de
    recobrar el ánimo. En ese momento, al adentrarse en la calleja donde vivía su hermano
    Dmitri, reparó en el hambre que tenía y, sacándose del bolsillo el panecillo que había
    cogido en casa de su padre, se lo comió sobre la marcha. Eso le dio nuevas fuerzas.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:20

    ***

    Dmitri no estaba en casa. Los dueños de la casita —un viejo carpintero, su anciana
    mujer y su hijo— miraron a Aliosha con desconfianza. «Lleva ya tres noches sin venir a
    dormir, a lo mejor nos ha dejado», contestó el viejo a las insistentes preguntas de
    Aliosha. Éste se dio cuenta de que el viejo respondía siguiendo instrucciones. Al
    preguntarles si no estaría en casa de Grúshenka, o escondido, como en otras
    207
    ocasiones, donde Fomá (Aliosha no dudó en recurrir a tales indiscreciones), los de la
    casa lo miraron recelosos. «Seguro que lo aprecian, y por eso le echan una mano —
    pensó Aliosha—; eso está bien.»
    Por fin, en la calle del Lago, encontró la casa de Kalmykova, la menestrala, una
    casita ruinosa, ladeada, con solo tres ventanas a la calle, con un patio sucio, en medio
    del cual había una vaca solitaria. Por el patio se entraba en un zaguán; a la izquierda
    habitaba la vieja dueña con su hija, también vieja; las dos, al parecer, estaban sordas.
    Aliosha tuvo que preguntar varias veces por el capitán asistente, hasta que una de
    aquellas mujeres, comprendiendo finalmente que se refería a los inquilinos, le señaló
    con el dedo una puerta que estaba al otro lado del zaguán, que daba a una estancia.
    La vivienda del capitán constaba, en efecto, de una sola pieza. Aliosha ya había puesto
    la mano en el picaporte de hierro, dispuesto a abrir la puerta, cuando, de pronto, se
    quedó sorprendido por el insólito silencio que reinaba en el interior. Sabía, sin
    embargo, por las palabras de Katerina Ivánovna, que el capitán retirado tenía familia:
    «O están todos durmiendo o igual es que me han oído llegar y están esperando a que
    abra; será mejor que llame primero». Llamó. Se oyó una respuesta, aunque no fue
    inmediata, sino que transcurrieron, al menos, unos diez segundos.
    —¿Quién es? —gritó alguien con voz potente y muy irritada.
    En ese momento Aliosha abrió la puerta y atravesó el umbral. Se encontró en una
    estancia bastante espaciosa, pero extraordinariamente abarrotada, tanto de gente
    como de toda clase de bártulos. A la izquierda había una gran estufa rusa. Desde la
    estufa hasta la ventana de la izquierda, atravesando toda la habitación, habían tendido
    una soga de la que colgaban trapos y más trapos. Tanto a mano izquierda como a
    mano derecha había sendas camas arrimadas a la pared, cubiertas con colchas de
    punto. En una de ellas, la de la izquierda, se amontonaban cuatro almohadas de
    percal, cada una más chica que la anterior. En la otra cama, la de la derecha, solo se
    veía una almohada muy pequeñita. Algo más allá, en el rincón de los iconos, habían
    delimitado un pequeño espacio por medio de una cortina o una sábana, que también
    colgaba de una soga tendida transversalmente en ese rincón. Detrás de aquella cortina
    se adivinaba otra cama, que habían montado juntando un banco y una silla.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:21

    ***
    Del propio
    rincón de los iconos habían retirado una sencilla mesa cuadrada de madera, de
    aspecto rústico, para acercarla al ventanuco central. Las tres ventanas, cada una con
    cuatro cristales pequeños, verdosos, enmohecidos, apenas dejaban pasar la luz y
    estaban herméticamente cerradas, de modo que el espacio resultaba sofocante y
    sombrío. Sobre la mesa había una sartén con restos de huevos fritos, un trozo de pan
    mordisqueado y una botella de medio shtof en cuyo fondo apenas quedaban un
    residuo de los frutos de la tierra. Junto a la cama de la izquierda, sentada en una silla,
    había una mujer, que parecía una dama, con un vestido de percal. Tenía la cara muy
    delgada y amarillenta; sus mejillas, exageradamente hundidas, delataban de inmediato
    208
    su mala salud. Pero lo que más impresionó a Aliosha fue la mirada de la pobre señora,
    una mirada extraordinariamente inquisitiva y, al mismo tiempo, terriblemente altiva. Y
    hasta que ella no se sumó a la conversación, mientras Aliosha estuvo hablando con el
    señor de la casa, la señora, siempre con idéntica expresión altiva e inquisitiva, no cesó
    de dirigir sus grandes ojos castaños tan pronto a un interlocutor como al otro. Cerca
    de ella, junto a la ventana de la izquierda, había una muchacha de cara muy poco
    agraciada, con una rala cabellera pelirroja, pobre pero decorosamente vestida. Esta
    joven miró con desagrado al visitante. A la derecha, también junto a la cama, había
    otra criatura femenina. Daba verdadera lástima: era igualmente una muchacha joven,
    de unos veinte años, pero jorobada y tullida, con las piernas secas, según le explicaron
    más tarde a Aliosha. A su lado estaban las muletas, en un rincón entre la cama y la
    pared. Los ojos de la pobre chica, llamativamente bellos y bondadosos, miraron a
    Aliosha con una especie de serena humildad. A la mesa, dando buena cuenta de los
    huevos fritos, estaba sentado un señor de unos cuarenta y cinco años, más bien bajo,
    enjuto, de constitución débil, pelirrojo, de barba poco poblada y bermeja, muy
    parecida a un estropajo deshilachado (esta comparación y, en particular, la palabra
    «estropajo», se le ocurrieron a Aliosha nada más verlo, como recordaría más tarde).
    Tenía que haber sido él quien había contestado a la llamada de Aliosha, pues era el
    único hombre en la habitación. En todo caso, al entrar Aliosha, se levantó
    precipitadamente del banco en que estaba sentado y, limpiándose a toda prisa con
    una servilleta agujereada, salió corriendo a recibirlo.
    —Un monje que pide para el monasterio, ¡a buen sitio ha venido a llamar! —dijo
    entretanto en voz alta la muchacha que estaba en el rincón de la izquierda.
    Pero el señor, mientras iba rápidamente al encuentro de Aliosha, se giró un instante
    sobre sus talones y, volviéndose hacia ella, le respondió con voz inquieta y un tanto
    entrecortada:
    —No, Varvara Nikoláievna, no es eso, ¡no ha acertado! Permítame que le pregunte,
    por mi parte, señor —se volvió nuevamente hacia Aliosha—, ¿qué le ha movido a
    visitar esta… covacha, señor?









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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:22

    ***
    Aliosha lo observaba con mucha atención, era la primera vez que veía a aquel
    individuo. Había en él algo desmañado, apremiante e irascible. Aunque era evidente
    que había bebido, no estaba borracho. En su rostro se reflejaba una actitud de
    extrema insolencia y, al mismo tiempo —por raro que fuese—, de manifiesta cobardía.
    Recordaba a esas personas que han vivido mucho tiempo sometidas, sufriendo con
    resignación, y que un buen día se rebelan y pretenden afirmar su personalidad. O,
    mejor aún, a alguien que arde en deseos de golpear a otros, pero tiene un miedo atroz
    a ser golpeado. En sus palabras y en la entonación de su voz, bastante penetrante, se
    traslucía un humor ciertamente estrafalario, tan pronto malicioso como tímido; era
    incapaz de mantener un tono uniforme, y hablaba de forma entrecortada. La pregunta
    209
    relativa a la «covacha» la había hecho casi como temblando, abriendo mucho los ojos y
    acercándose a Aliosha con tanta premura que éste, maquinalmente, dio un paso atrás.
    Llevaba puesto un abrigo oscuro, de muy mala calidad, probablemente de nanquín,
    lleno de remiendos y lamparones. Sus pantalones eran excesivamente claros, como ya
    no se llevan hace tiempo, a cuadros, de una tela muy fina; estaban arrugados en los
    bajos, con lo que se le subían hacia arriba: parecía un niño al que la ropa se le hubiera
    quedado pequeña después de dar el estirón.
    —Soy… Alekséi Karamázov… —empezó a decir Aliosha, en respuesta.
    —Me hago cargo, señor —le cortó de inmediato aquel hombre, dándole a
    entender que ya sabía quién era—. Yo, por mi parte, soy el capitán asistente
    Sneguiriov; pero me gustaría saber, señor, qué es exactamente lo que le trae…
    —Solo es un momento. En resumidas cuentas, quería decirle unas palabras en mi
    propio nombre… Si usted me lo permite…
    —En ese caso, señor, aquí tiene esta silla, sírvase tomar asiento, señor. Es lo que
    decían en las comedias antiguas: «Sírvase tomar asiento»… —Y el capitán, con un
    movimiento rápido, cogió una silla libre, una simple silla rústica, toda de madera, sin
    tapizar, y la colocó prácticamente en el centro de la estancia; a continuación, cogiendo
    otra silla idéntica, se sentó enfrente de Aliosha, tan cerca de éste que sus rodillas casi
    se rozaban—. Soy Nikolái Ilich Sneguiriov, señor, capitán asistente de infantería,
    retirado; aunque cubierto de oprobio por mis vicios, señor, sigo siendo capitán
    asistente. No obstante, más bien debería llamarme «capitán asistente Slovoiérsov», en
    vez de Sneguiriov, pues al llegar a la mitad de mi vida he empezado a hablar
    añadiendo una «ese» de respeto a mis palabras. Es de esas cosas que uno aprende
    viviendo en la humillación.
    —Así es —asintió Aliosha con una sonrisa—, pero ¿se aprende sin querer o a
    propósito?
    —Sin querer, bien lo sabe Dios. Nunca había hablado así, en mi vida había
    empleado esa clase de «eses»; de pronto caí, y ya me levanté con las «eses». Eso
    obedece a una fuerza superior. Veo que se interesa usted por los temas de actualidad.
    Pero sigo sin comprender qué puede haber despertado su curiosidad, pues vivo en
    unas condiciones que hacen imposible la hospitalidad.
    —Yo he venido… por el asunto aquel…
    —¿Por el asunto aquel? —le interrumpió, impaciente, el capitán asistente.
    —En relación con ese encuentro suyo con mi hermano Dmitri Fiódorovich —aclaró
    secamente Aliosha, sintiéndose cohibido.
    —¿De qué encuentro me habla, señor? ¿Del encuentro aquel, señor? ¿Se refiere,
    entonces, a lo del estropajo, al estropajo de baño? —dijo el capitán, echándose hacia
    delante, tanto que en esta ocasión sus rodillas chocaron de hecho con las de Aliosha.
    Apretó con fuerza los labios, que quedaron reducidos a un fino hilo.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 23 Sep 2024, 09:23

    ***
    —¿Cómo? ¿Qué estropajo? —balbuceó Aliosha.
    —¡Es por mí, papá! ¡Ha venido a quejarse! —gritó, desde detrás de la cortina del
    rincón, una vocecita conocida de Aliosha, la voz del chiquillo de antes—. ¡Hace un rato
    le mordí un dedo!
    Corrieron la cortina, y Aliosha vio a su rival en el rincón, bajo los iconos, en un
    camastro montado sobre un banco y una silla. El chico yacía arropado con su abriguito
    y con una vieja colcha guateada. Se notaba que estaba malo y, a juzgar por sus ojos
    brillantes, debía de tener fiebre. Miraba a Aliosha con cierta arrogancia, no como
    antes: «Aquí en casa —parecía decir—, no me vas a pillar».
    —¿Qué es eso de que le ha mordido un dedo? —El capitán dio un respingo en la
    silla—. ¿Que le ha mordido a usted un dedo, señor?
    —Sí, a mí. Hace un rato, en la calle, estaba peleándose con otros niños, estaban
    tirándose piedras; eran seis contra él. Yo me he acercado y él me ha tirado una piedra,
    y después otra a la cabeza. Le he preguntado qué le había hecho yo. De repente, se
    me ha echado encima y me ha dado un buen mordisco en el dedo, no sé por qué.
    —¡Ahora mismo le doy unos buenos azotes! ¡En este mismo instante, señor! —El
    capitán se levantó de un salto.
    —Pero si yo no me quejo, solo se lo he contado. No quiero, de ningún modo, que
    le dé usted unos azotes. Además, parece que está enfermo…
    —¿Se había creído usted que iba a darle unos azotes? ¿Que pensaba coger a
    Iliúshechka y azotarlo ahora mismo en su presencia, para su plena satisfacción? ¿Tanta
    prisa tiene usted, señor? —replicó el capitán, volviéndose repentinamente hacia
    Aliosha, con un gesto tal que parecía que fuera a abalanzarse sobre él—. Siento, señor,
    lo de su dedo, pero, si se empeña, antes que pegar a Iliúshechka, me corto ahora
    mismo, delante de usted, cuatro dedos con este cuchillo para darle una justa
    satisfacción. Supongo que cuatro dedos serán suficientes para saciar su sed de
    venganza, señor. ¿O va a exigirme el quinto, señor?
    De pronto se detuvo, como si se ahogara. Todas las líneas de su cara se movían y
    se contraían; miraba, además, con un aire extraordinariamente desafiante. Parecía
    fuera de sí.
    —Creo que ya lo he comprendido todo —respondió con calma Aliosha,
    apesadumbrado, sin levantarse de la silla—. Veo que su hijo es un buen chico, quiere a
    su padre y se ha lanzado contra mí por ser el hermano de su ofensor… Ahora lo
    entiendo —repitió pensativo—. Pero mi hermano Dmitri Fiódorovich está arrepentido
    de su acto, no tengo de eso la menor duda, y si tuviera la ocasión de venir a verle o,
    mejor aún, si pudiera volver a encontrarse con usted en ese mismo sitio, estaría
    dispuesto a pedirle disculpas delante de todo el mundo… si usted lo desea.
    —O sea, me tira de la barba y luego me pide disculpas… Asunto concluido, por así
    decir, y él tan tranquilo, ¿no es así, señor?




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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:32

    ***


    —Oh, no, al contrario; él hará cualquier cosa que usted quiera y como quiera.
    —De modo, señor, que, si yo le pidiera a su alteza serenísima que se arrodillara a
    mis pies en esa misma taberna, Ciudad Capital se llama, o en una plaza pública, ¿lo
    haría?
    —Sí, hasta se pondría de rodillas.
    —Me ha conmovido usted, señor. Me ha conmovido y va a hacerme llorar. Soy
    demasiado sensible. Pero permítame que acabe de presentarme: mi familia, mis dos
    hijas y mi hijo, toda mi descendencia, señor. Si yo me muero, ¿quién va a quererlos? Y,
    mientras viva, ¿quién va a quererme a mí, a alguien tan ruin como yo, si no me quieren
    ellos? Es una gran obra la que ha hecho el Señor con la gente de mi clase. Porque es
    preciso que a las personas como yo también nos quiera alguien…
    —¡Ah, qué gran verdad! —exclamó Aliosha.
    —Basta ya de payasadas; ¡llega el primer imbécil, y usted nos pone en evidencia!
    —exclamó inopinadamente la muchacha que estaba al lado de la ventana,
    dirigiéndose a su padre con cara de asco y desprecio.
    —Espere un poco, Varvara Nikolavna, permítame mantener el rumbo —le gritó su
    padre, en tono imperioso, aunque con una mirada de aprobación. Y añadió,
    volviéndose de nuevo hacia Aliosha—: Así es nuestro carácter, señor.
    Y en toda la naturaleza
    nada quiso él bendecir.
    »Habría que decirlo en femenino: “Nada quiso ella bendecir”. Pero permita que le
    presente a mi señora: aquí Arina Petrovna, dama tullida, de unos cuarenta y tres años;
    las piernas aún le responden, pero solo un poco. Es de origen humilde. Arina Petrovna,
    suavice esa expresión: aquí tiene a Alekséi Fiódorovich Karamázov. Levántese, Alekséi
    Fiódorovich. —Lo agarró de la mano y, con una fuerza que nadie se habría esperado
    en él, lo hizo levantar de repente—. Le están presentando a una dama, señor, hay que
    ponerse de pie. Mami, no es el mismo Karamázov que… bueno, ya sabes, sino su
    hermano, que resplandece por sus humildes virtudes. Permítame, Arina Petrovna,
    permítame, mami, permítame antes besarle la mano.
    Y, respetuosamente, con ternura incluso, le besó la mano a su mujer. La jovencita
    que estaba al lado de la ventana se volvió, disgustada, para no ver la escena; en el
    rostro de la mujer, desdeñosamente inquisitivo, se dibujó de pronto una insólita
    dulzura.
    —Mucho gusto, señor Chernomázov —dijo la mujer.
    —Karamázov, mami, Karamázov… Somos gente sencilla —repitió el hombre, en un
    susurro.





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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:33

    ***
    —Muy bien, Karamázov, lo que sea, aunque yo siempre digo Chernomázov… Pero
    siéntese, ¿para qué le habrá hecho levantarse? Una dama tullida, dice, pero el caso es
    212
    que tengo piernas; eso sí, se me han hinchado como cubos, y yo me he secado. Antes
    estaba más gorda, pero ahora parece que me haya tragado una aguja…
    —Somos gente sencilla, señor, gente sencilla —repitió una vez más el capitán.
    —Papá, ¡ay, papá! —exclamó de pronto la muchacha jorobada, que hasta ese
    momento había estado callada en su silla, y repentinamente se tapó los ojos con un
    pañuelo.
    —¡Payaso! —soltó la doncella de la ventana.
    —Ya ve qué novedades tenemos —la madre abrió los brazos, señalando a sus
    hijas—; es como si vinieran nubes: luego las nubes pasan de largo y nosotros seguimos
    con nuestra música. Antes, cuando éramos militares, recibíamos muchas visitas como
    ésta. No, bátiushka, no pretendo hacer comparaciones. Si uno quiere a alguien, hace
    bien queriéndolo. Una vez, la mujer del diácono viene y me dice: «Aleksandr
    Aleksándrovich es un hombre de gran corazón; en cambio, Nastasia Petrovna —dice—
    es un engendro infernal». «Vaya —le digo—, allá cada cual con sus gustos; pero tú eres
    pequeña, y encima maloliente.» «Pues lo que es a ti —dice ella—, habría que meterte
    en cintura.» «Y tú, negra espada —le digo—, ¿vienes aquí a darme lecciones?» «Yo —
    me dice— dejo pasar el aire puro, y tú las miasmas.» «Pues tú pregunta —le
    respondo— a los señores oficiales cómo de puro es el aire de mi casa.» Y aquello se
    me quedó grabado en el alma, tanto que no hace mucho, estando aquí en casa, igual
    que ahora, veo entrar a un general que ya había venido aquí por Pascua, y le digo:
    «Excelencia, ¿una señora distinguida puede dejar que entre en su casa el aire de la
    calle?». «Sí —me responde—, tendría usted que abrir un ventanillo o la puerta de
    entrada, porque aquí, precisamente, el aire está muy viciado.» ¡Y dale! ¿Por qué la
    habrán tomado con mi aire? Peor huelen los muertos. «Yo —les digo— no pienso
    corromperos el aire; voy a encargarme unos zapatos y me marcho de aquí.» ¡Ay,
    queriditos míos, no echéis la culpa a vuestra madre! Nikolái Ilich, bátiushka, a lo mejor
    no he sabido complacerte; ya solo me queda una cosa: Iliúshechka, que me da su
    cariño cuando viene de clase. Ayer me trajo una manzana. Perdonad, queridos míos,
    perdonad a vuestra pobre madre; perdonadme, estoy tan sola, ¿por qué os repugna
    tanto el aire mío?







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    Mensaje por Maria Lua Mar 24 Sep 2024, 10:34

    ***

    La pobrecilla rompió a llorar, hecha un mar de lágrimas. El capitán asistente acudió
    enseguida a su lado.
    —¡Mami, mami, ángel mío, ya está bien, ya está bien! No estás sola. ¡Todo el
    mundo te quiere, todo el mundo te adora! —Y se puso otra vez a besarle ambas
    manos y a acariciarle con ternura la cara; después cogió una servilleta y empezó a
    enjugarle las lágrimas. A Aliosha le dio la impresión de que también al capitán se le
    habían humedecido los ojos—. Bueno, ¿qué? ¿Lo ha visto, señor? ¿Lo ha oído, señor?
    —De pronto, se volvió como con rabia hacia Aliosha, señalando a la pobre enajenada.
    —Lo veo y lo oigo —balbuceó Aliosha.
    —¡Papá, papá! No me digas que tú y él… ¡Déjalo ya, papá! —gritó de pronto el
    chico, incorporándose en su camastro y dirigiendo una mirada febril a su padre.
    —Basta, ya está bien de hacer el payaso, ¡déjese de sus estúpidas extravagancias
    que no conducen a nada! —volvió a gritar desde su rincón Varvara Nikoláievna, dando
    incluso una patada.
    —En este caso tiene toda la razón del mundo acalorándose, Varvara Nikolavna,
    enseguida colmaré sus deseos. Cúbrase, Alekséi Fiódorovich, que yo cojo mi gorra, y
    nos vamos, señor. Tengo que decirle unas palabras muy serias, pero no entre estas
    cuatro paredes. Esa doncella que ve ahí sentada es mi hija Nina Nikoláievna, ya me
    olvidaba de presentársela; es un ángel de Dios encarnado… descendido entre los
    mortales… no sé si podrá usted comprenderlo…
    —Está temblando de pies a cabeza, como si fuera a sufrir un espasmo —siguió
    diciendo, indignada, Varvara Nikoláievna.
    —Esta otra, que me da de patadas y acaba de llamarme payaso, también es un
    ángel de Dios encarnado, señor, y me ha atacado con todo merecimiento. Pero
    vámonos, Alekséi Fiódorovich, hay que llegar hasta el final, señor…
    Y, tomando a Aliosha del brazo, se lo llevó a la calle.




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    213


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 25 Sep 2024, 01:45

    QUIERO REGLAS PARA QUE HAYA EQUILIBRIO. ESTO ES DE TODOS.


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    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


    NETANYAHU ASESINO


     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:31

    VII. Y al aire libre



    —El aire es tan puro, señor, mientras que en mi mansión está tan viciado, en todos los
    sentidos… Vayamos despacito, señor. Tengo mucho interés en que me preste
    atención.
    —También yo tengo algo muy importante que decirle… —le comunicó Aliosha—.
    Aunque no sé cómo empezar.
    —¿Cómo no imaginar que tiene algo que decirme, señor? De no ser así, nunca se
    habría acercado a mi casa. ¿No habrá venido únicamente a quejarse del chico, señor?
    Es muy poco probable. Pero hablando del chico, señor: en casa no podía explicárselo
    todo, pero ahora que estamos aquí voy a describirle aquella escena. Verá, hace apenas
    una semana el estropajo estaba más poblado; me refiero a mi barbita, señor, porque
    es a mi barbita a la que llaman estropajo, los colegiales sobre todo, señor. En fin, que
    su querido hermano, Dmitri Fiódorovich, me tiró en aquella ocasión de la barbita, me
    sacó de la taberna y me arrastró por la plaza justo en el momento en que los chicos
    salían del colegio, y entre ellos estaba Iliusha. Al verme en esa situación, vino
    corriendo a mí: «¡Papá! ¡Papá!», chillaba. Se agarraba a mí, me abrazaba, intentaba
    librarme de mi agresor, gritándole: «Suéltelo, suéltelo, es mi padre, es mi padre,
    perdónelo»; eso era lo que le gritaba: «Perdónelo»… También lo agarró con sus
    manitas, le cogió una mano, ni más ni menos que su mano, y se la besó, señor…
    Recuerdo la carita que tenía en ese instante, no se me ha olvidado ni se me va a
    olvidar…
    —Le juro —proclamó Aliosha— que mi hermano le expresará su arrepentimiento
    de la forma más completa, de la forma más sincera, hasta de rodillas, si hace falta, en
    esa misma plaza… Yo lo obligaré; si no, ¡dejará de ser mi hermano!
    —¡Ajá! Así que no es más que un proyecto. No ha salido de él, sino de usted, de la
    nobleza de su fogoso corazón. Haberlo dicho antes, señor. No, en tal caso, permítame
    que acabe de hablarle de la elevada caballerosidad y el noble espíritu militar que su
    hermano exhibió en aquella ocasión, señor. Cuando finalmente se cansó de tirarme del
    estropajo, me dejó libre, diciendo: «Tú eres un oficial, y yo también; si puedes
    encontrar un padrino, un hombre decente, mándamelo y te daré satisfacción, aunque
    no eres más que un miserable». Eso fue lo que me dijo, señor. ¡Todo un espíritu
    caballeresco! Entonces me llevé a mi hijo de allí, pero aquel linajudo cuadro de familia
    quedó grabado de por vida en la memoria del alma de Iliusha. En vista de lo cual,
    ¿quién iba ya a querer ser noble? Además, juzgue usted mismo: acaba de estar en mi
    mansión, ¿qué es lo que ha visto, señor? Allí hay tres damas: una tullida y con pocas
    luces, otra tullida y jorobada, y la tercera con piernas, pero demasiado inteligente, una
    estudiante que está deseando volver a San Petersburgo para buscar a orillas del Nevá
    los derechos de la mujer rusa. De Iliusha ni hablo, apenas tiene nueve años y está más
    solo que la una. Así pues, si yo muero, ¿quién iba a hacerse cargo de mi covacha? Es
    todo lo que le pregunto, señor. En esas circunstancias, imagínese que nos batimos en
    duelo y que me mata como si tal cosa; entonces, ¿qué? ¿Qué pasaría con todos los
    míos, señor? O peor aún, pongamos que no me mata, pero me deja inválido: ya no
    podría trabajar, pero boca iba a seguir teniendo, ¿y quién iba a alimentar entonces
    esta boca mía? ¿Quién iba a darles de comer a todos ellos, señor? ¿Tendría que
    mandar a Iliusha todos los días a pedir limosna en lugar de mandarlo a la escuela? Ya
    ve lo que significa para mí retar a su hermano a duelo, no es más que una palabra
    estúpida, señor






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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:32

    ***
    —Le pedirá perdón, se inclinará a sus pies en medio de la plaza —volvió a
    proclamar Aliosha, con los ojos encendidos.
    —Yo quería haberlo llevado a juicio —prosiguió el capitán asistente—, pero abra
    usted nuestro código: ¿qué clase de satisfacción podría obtener de mi ofensor por la
    afrenta personal que he sufrido? A todo esto, Agrafiona Aleksándrovna me manda
    llamar y se pone a chillarme: «¡Ni lo pienses! Como se te ocurra llevarlo ante un
    tribunal, yo haré que sepa todo el mundo que, si te ha pegado, ha sido por culpa de
    tus tejemanejes, y te va a tocar a ti ir a juicio». Pero Dios es testigo de quién fue el
    responsable de aquellos tejemanejes, señor, y qué órdenes obedecí yo, que era el que
    menos pintaba en aquel asunto. ¿O acaso no actuaba yo siguiendo instrucciones de
    esa mujer y de Fiódor Pávlovich? «Aparte de eso —añadió—, te voy a echar de mi lado
    para siempre, y en lo sucesivo no vas a ganar nada conmigo. Y, si se lo digo a mi
    mercader (así llama ella al viejo: “mi mercader”), él también te va a echar.» Y entonces,
    claro, pienso: si hasta el mercader me echa, ¿quién me va a dar trabajo? Porque yo ya
    solo cuento con esas dos personas, toda vez que su padre, Fiódor Pávlovich, no solo
    me ha retirado su confianza, por un motivo que no viene al caso, sino que incluso,
    después de haberse hecho con unos recibos míos, también quiere llevarme a juicio. En
    vista de lo cual, me quedé calladito, señor, y ya ha podido usted ver la covacha, señor.
    Y ahora permítame una pregunta: antes, cuando Iliusha le ha mordido en el dedo, ¿le
    ha hecho mucho daño? En casa, estando él delante, no me he atrevido a entrar en ese
    detalle.
    —Sí, me ha hecho mucho daño; estaba muy irritado. La afrenta sufrida por usted
    quiso vengarla en mí, por ser yo un Karamázov; ahora lo veo claro. Pero tenía que
    haberlo visto usted tirándose piedras con los compañeros… Es muy peligroso, podían
    haberlo matado; son unos niños, unos inconscientes, una de esas piedras podía
    haberle abierto la cabeza a alguno.
    216
    —Como que se ha llevado una pedrada, señor, no en la cabeza, pero sí en el
    pecho, un poco más arriba del corazón; se ha presentado en casa con un moratón,
    llorando y quejándose, y se ha puesto malo.
    —Pues sepa que él ha sido el primero en meterse con los demás; está furioso por
    lo que le pasa a usted; los otros chicos dicen que a uno de ellos, un tal Krasotkin, lo ha
    pinchado con un cortaplumas…
    —También me lo han contado, y hay que andarse con ojo, señor: Krasotkin es un
    funcionario de la localidad, a ver si vamos a tener algún problema…
    —Yo le aconsejaría —siguió diciendo Aliosha con vehemencia— que no enviara a
    su hijo a la escuela por unos días, hasta que se calme… y se le pase este acceso de
    ira…



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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:33

    ***


    —¡Ira, señor! —repitió el capitán asistente—. Ni más ni menos, ira. En una criatura
    tan pequeña, una ira tan grande, señor. Aún no lo sabe todo. Permítame que le
    explique esa historia en concreto. Resulta que, después de lo ocurrido, todos los
    chicos de la escuela empezaron a meterse con él, llamándolo estropajo. Los escolares
    son muy crueles: tomados de uno en uno son unos ángeles de Dios, pero, cuando se
    juntan, sobre todo en los colegios, suelen ser muy crueles. Empezaron a burlarse de él,
    y el espíritu de la nobleza renació en Iliusha. Un chico corriente, un hijo sin carácter, se
    habría resignado, se habría avergonzado de lo ocurrido; pero él se alzó en solitario
    contra todos en defensa de su padre. En defensa de su padre y en defensa de la
    verdad, señor, de la pura verdad. Porque lo que tuvo que soportar entonces, mientras
    le besaba la mano a su hermano y le imploraba: «Perdone a mi padre, perdone a mi
    padre», eso solo lo sabemos Dios y yo, señor. Así es como nuestros hijos, no los de
    ustedes, sino los nuestros, señor, los hijos de los pobres, despreciados pero nobles,
    aprenden con nueve años a conocer la verdad en la tierra. Los ricos no: éstos no llegan
    a tales honduras en toda su vida; en cambio, mi Iliushka, en aquella plaza, señor, en el
    preciso instante en que besaba la mano de aquel hombre, en aquel mismo instante,
    descubrió toda la verdad. Penetró en él la verdad y lo abatió para siempre —dijo el
    capitán con vehemencia, una vez más fuera de sí, dándose un golpe con el puño
    derecho en la palma de la mano izquierda, como si deseara ilustrar de qué modo había
    abatido «la verdad» a su Iliusha—. Aquel día tuvo fiebre, estuvo delirando toda la
    noche. Apenas habló conmigo en todo el día, no abría la boca, aunque sí me fijé en
    que no hacía más que mirarme, mirarme desde su rincón; cada vez se arrimaba más a
    la ventana, y hacía como si estuviera estudiando, pero yo me daba cuenta de que no
    eran precisamente las lecciones lo que tenía en la cabeza. Al día siguiente, pecador
    que es uno, estaba tan triste que me dio por beber, y casi no me acuerdo de nada.
    También la mamá se puso a llorar (yo a la mamá la quiero mucho), y de la pena me
    cogí una buena curda. No me desprecie, señor; en Rusia las mejores personas son los
    borrachos. La gente más buena es también la que más se emborracha. Me pasé el día
    217
    tumbado en la cama, y apenas me acordé de Iliusha, pero fue precisamente aquel día
    cuando los otros niños la tomaron con él en el colegio, desde por la mañana, señor:
    «Estropajo —le gritaban—, a tu padre lo han sacado de la taberna tirándolo del
    estropajo, y tú ibas corriendo a su lado pidiendo perdón». Al tercer día, al volver del
    colegio, me di cuenta de que traía muy mala cara, estaba pálido. «¿Qué tienes?», le
    digo. Y él, callado. En casa más valía no hablar, porque enseguida su madre y sus
    hermanas iban a meter baza; las muchachas, además, ya estaban al corriente de todo,
    lo sabían desde el primer día. Varvara Nikolavna enseguida empezó a refunfuñar:
    «Bufones, payasos, ¿es que nunca pueden hacer nada a derechas?». «En efecto —le
    digo—, Varvara Nikolavna, ¿es que nunca podemos hacer nada a derechas?» Con eso,
    de momento, salí del paso. Al atardecer, fui con el chico a dar una vuelta, señor. Debe
    saber que, ya antes de eso, todas las tardes salía con él a pasear un rato, siguiendo
    exactamente el mismo recorrido que ahora, desde la cancela de nuestra casa hasta esa
    roca solitaria, aquella que se ve allí al borde del camino, junto al seto, justo donde
    empiezan los prados comunales: un lugar desierto, precioso, señor. T





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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:34

    ***

    Total, que íbamos
    Iliusha y yo cogidos de la mano, como de costumbre: él tiene una mano diminuta, con
    dedos muy finitos y algo fríos; está delicado del pecho. «¡Papá! —me dice—. ¡Papá!»
    «¿Qué?», le respondo; veo que le brillan los ojos. «¡Papá! ¡Lo que te hizo, papá!» «Qué
    le vamos a hacer, Iliusha», le digo. «No hagas las paces con él, papá, no hagas las
    paces. Los chicos del colegio dicen que te ha dado diez rublos por lo que ha pasado.»
    «No, Iliusha —le digo—, no pienso aceptar dinero suyo bajo ningún concepto.»
    Entonces empezó a temblarle todo el cuerpo, me cogió la mano con sus dos manitas y
    volvió a besármelas. «Papá —dice—, papá, rétalo a duelo; en el colegio se meten
    conmigo, me dicen que eres un cobarde y no te atreves a retarlo, y que vas a coger
    sus diez rublos.» «No tengo forma de retarlo, Iliusha», le respondo y le explico
    brevemente lo mismo que acabo de explicarle a usted. Me estuvo escuchando
    atentamente. «Papá, de todos modos —dice—, no hagas las paces con él: ¡me haré
    mayor, lo retaré yo mismo y lo mataré!» Los ojos le echaban fuego. En cualquier caso,
    yo soy su padre y tenía que decirle la verdad. «Matar es pecado —le digo—, aunque
    sea en un duelo.» «Papá, papá —me dice—, cuando sea mayor, ya verás cómo lo
    tumbo; le quitaré el sable con mi sable, me echaré encima de él y lo tumbaré, y
    entonces lo amenazaré con el sable, diciendo: “Podría matarte ahora mismo, pero
    prefiero perdonarte la vida, ¡para que veas!”.» Ya ve, señor, ya ve qué cosas se le
    habían pasado por la cabeza en esos dos días, no había dejado de pensar en vengarse
    con el sable, y seguro que de noche la escena aparecía en sus delirios, señor. Pero
    después empezó a regresar de la escuela con señales de que le habían zurrado; yo me
    he enterado hace dos días, y tiene usted razón, señor: no voy a volver a mandarlo a
    esa escuela. Supe que plantaba cara él solo a toda la clase, que le daba por provocar a
    los otros chicos; está muy alterado, algo le quema por dentro. Entonces me asusté por
    218
    él. Volvimos a salir de paseo. «Papá —me preguntó—, papá, ¿es verdad que los ricos
    son los más fuertes del mundo?» «Sí —le contesto—, Iliusha, no hay nadie en el mundo
    más fuerte que un rico.» «Papá —me dice—, entonces me haré rico, seré oficial y
    acabaré con todos, el zar me dará una recompensa y así, cuando vuelva, seguro que
    nadie se atreve a…» Se quedó callado un momento, y después siguió hablando con
    los labios temblorosos, igual que antes: «¡Papá —me dice—, qué ciudad más fea la
    nuestra, papá!». «Sí —digo—, Iliúshechka, la verdad es que no está muy bien nuestra
    ciudad.» «Papá, vámonos a otra ciudad, a una ciudad mejor —me dice—, donde nadie
    sepa nada de nosotros.» «Nos iremos —le digo—, nos iremos, Iliusha, pero primero
    tengo que reunir el dinero.» Me alegré de tener ocasión de distraerlo de sus negros
    pensamientos, y empezamos a soñar los dos juntos, pensando en cómo nos
    trasladaríamos a otra ciudad, para lo cual habría que comprar un caballo y una telega.
    Montaríamos en ella a la mamá y a las hermanitas, las arroparíamos, y nosotros iríamos
    caminando a su lado; de vez en cuando montaría al chico, y yo seguiría a pie, porque
    al caballo propio hay que cuidarlo, no es bueno ir todos sentados. Y así viajaríamos.
    Iliusha estaba encantado; sobre todo, lo volvía loco la idea de tener su propio caballo y
    de ir montado en él. Ya se sabe que los chicos rusos vienen al mundo con un caballo.






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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:34

    ***

    Estuvimos charlando un buen rato; gracias a Dios, pensaba yo, se ha distraído un poco,
    se ha consolado. Eso pasó anteayer por la tarde, pero ayer fue todo muy distinto. Por
    la mañana había vuelto a ir a la escuela, y había regresado muy serio, pero que muy
    serio. Por la tarde lo cogí de la mano, me lo llevé a dar un paseo, pero él estaba
    callado, no decía nada. Se levantó un poco de viento, se cubrió el cielo, se notaba que
    estamos ya en otoño, y además empezaba a oscurecer… Los dos íbamos tristes.
    «Bueno, hijo, ¿cómo vamos a preparar ese viaje?», le digo, con ánimo de reanudar la
    conversación de la víspera. No me contesta. Me doy cuenta, eso sí, de que sus dedos
    tiemblan en mi mano. «Mala cosa —me digo—, aquí ha pasado algo.» Llegamos, igual
    que ahora, hasta esa roca de ahí, y yo me senté encima; había muchas cometas
    volando en el cielo, zumbaban y crujían, habría unas treinta. Y es que ahora es la
    temporada de las cometas. «Fíjate, Iliusha —le digo—. Podríamos volar la cometa del
    año pasado. Te la voy a arreglar. ¿Dónde la has metido?» Mi hijo seguía callado,
    apartaba la vista, casi me daba la espalda. De pronto, el viento empezó a silbar,
    arrastrando nubes de polvo… Iliusha, súbitamente, se me echó encima, me rodeó el
    cuello con los dos brazos, me estrechó con fuerza. Ya conoce usted a esos niños
    callados y orgullosos, que reprimen el llanto mientras pueden, hasta que de pronto
    rompen a llorar, porque la pena se hace incontenible, y entonces ya no es que les
    fluyan las lágrimas, señor, sino que les brotan como torrentes. Con las cálidas gotas de
    esas lágrimas me empapó en un momento toda la cara. Sollozaba convulsivamente,
    temblaba, me apretaba contra su cuerpo, sin moverme yo de la roca. «Papi —gritaba—
    , papi, papi querido, ¡cómo te ha humillado!» Entonces yo también me puse a sollozar
    219
    y, sentados en la roca, empezamos los dos a temblar, así abrazados. «¡Papi, papi!»,
    decía. «¡Iliusha! —le digo—. ¡Iliúshechka!» No nos vio nadie entonces, solo Dios: tal vez
    lo anote en mi hoja de servicios, señor. Agradézcaselo a su hermano, Alekséi
    Fiódorovich. Pero ¡no pienso azotar a mi pequeño para darle a usted satisfacción,
    señor!
    Concluyó con la misma maliciosa y extravagante salida de tono de hacía un rato.
    Aliosha sentía, sin embargo, que aquel hombre confiaba en él y que nunca se habría
    puesto a «divagar» de ese modo en presencia de otro, ni le habría hecho las
    confidencias que acababa de hacerle a él. Eso animó a Aliosha, que temblaba de
    emoción.
    —¡Ay, cómo me gustaría hacer las paces con su hijo! —exclamó—. Si usted pudiera
    arreglarlo…
    —Claro que sí, señor —balbuceó el capitán asistente






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    Mensaje por Maria Lua Miér 25 Sep 2024, 19:35

    ***
    —Pero ahora no se trata de eso, sino de algo bien distinto —prosiguió Aliosha en
    el mismo tono exaltado—. ¡Escuche!, ¡escuche! Me han encargado que le transmita
    algo: ese hermano mío, Dmitri, ha ofendido también a su prometida, una joven de
    gran nobleza, de la que usted, seguramente, habrá oído hablar. Tengo el derecho, y
    hasta la obligación, de ponerle a usted al corriente de tal ofensa, pues esta joven, al
    saber de la afrenta que usted había sufrido, y conociendo su desgraciada situación, me
    ha pedido ahora mismo… hace poco… que le trajese esta ayuda en su nombre…
    pero, eso sí, exclusivamente en su nombre, no en nombre de Dmitri, el cual la ha
    abandonado, ¡no, no, de ningún modo! Tampoco en mi nombre, por mucho que sea
    hermano de Dmitri, ni en el de ninguna otra persona, sino en nombre de ella, y solo de
    ella. Esa joven le ruega que acepte usted su ayuda… Ustedes dos han sido ultrajados
    por el mismo individuo… Se ha acordado de usted únicamente cuando ha sufrido una
    ofensa equivalente, por su gravedad, a la sufrida por usted. O sea, que se trata de una
    hermana que acude en ayuda de su hermano… Me ha encomendado expresamente
    que le convenciera para que aceptara estos doscientos rublos como si vinieran de una
    hermana. Nadie se va a enterar, no puede dar origen a injustos chismorreos de
    ninguna clase; aquí tiene los doscientos rublos y, le doy mi palabra, tiene usted que
    aceptarlos, porque si no… si no, ¡en este mundo todos somos enemigos! Pero lo cierto
    es que en este mundo también hay hermanos. Tiene usted un alma noble, y debería
    entenderlo, ¡debería entenderlo!
    Y Aliosha le tendió los dos irisados billetes nuevecitos de cien rublos. Se
    encontraban en ese momento, precisamente, junto a la roca, al lado del seto, y no
    había nadie más por allí. Al parecer, los billetes causaron una tremenda impresión en el
    capitán, el cual se echó a temblar, si bien en un primer momento esa reacción debió
    de obedecer más bien a la sorpresa: en ningún momento se le había pasado por la
    cabeza nada semejante, y no se esperaba, en absoluto, un desenlace de esa
    220
    naturaleza. Ni en sueños se habría imaginado que pudiera recibir ayuda de nadie, y
    menos aún una ayuda tan considerable. Cogió los dos billetes, y durante cosa de un
    minuto fue incapaz de responder; algo completamente nuevo había aflorado en su
    rostro.
    —¿Son para mí? ¿Para mí? ¡Todo este dinero, señor! ¡Doscientos rublos! ¡Santo
    Dios! ¡Llevaba cuatro años sin ver tanto dinero, Dios mío! Y dice que es una hermana…
    ¿De verdad lo ha dicho? ¿De verdad?
    —¡Le doy mi palabra de que todo lo que le he dicho es verdad! —dijo Aliosha,
    gritando.
    El capitán asistente se ruborizó.
    —Escuche, querido amigo mío, escúcheme; si lo acepto, ¿no seré un miserable? A
    sus ojos, Alekséi Fiódorovich, ¿no seré un miserable? ¿No? Escuche, Alekséi
    Fiódorovich, escúcheme, escúcheme bien, señor —se atropellaba, tocando
    continuamente a Aliosha con las dos manos—; trata usted de convencerme de que
    acepte el dinero con el argumento de que quien me lo manda es una «hermana»;
    pero, en su fuero interno, en lo más íntimo, ¿no me despreciará si lo acepto, señor?




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    219


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    Mensaje por Maria Lua Jue 03 Oct 2024, 21:02

    ***

    —¡No, no! ¡Qué va! ¡Se lo juro por la salvación de mi alma! Y nadie lo va a saber
    jamás, solo nosotros: usted y yo; además de ella y de otra dama, muy buena amiga
    suya…
    —¡Qué más da esa dama! Escuche, Alekséi Fiódorovich, présteme atención;
    llegados a este punto, es imprescindible que me escuche con toda atención, señor,
    pues no se hace usted una idea de lo que pueden suponer ahora para mí estos
    doscientos rublos —siguió diciendo el infeliz, que poco a poco iba llegando a un
    estado de exaltación confusa, casi salvaje. Parecía desconcertado, hablaba con gran
    precipitación, atropellándose, como si tuviera miedo de que no le dejaran acabar de
    explicarse—. Aparte de ser un dinero honradamente adquirido, por proceder de una
    «hermana» tan santa y tan digna de respeto, señor, ¿sabe usted que ahora voy a poder
    hacer que atiendan a la mamá y a Nínochka, mi ángel jorobadito, mi hijita? Vino a
    verlas el doctor Herzenstube, movido por su buen corazón, estuvo una hora entera
    examinando a las dos enfermas: «No entiendo nada», dijo; no obstante, hay un agua
    mineral que venden en la farmacia local, que seguramente le iría bien, y se la recetó;
    también le recetó unos baños de pies medicinales. Pero esa agua mineral cuesta
    treinta kopeks, y es posible que tuviera que beberse hasta cuarenta jarros. Así que cogí
    la receta y la puse en el estante, debajo del icono, y ahí sigue. A Nínochka le prescribió
    unos baños calientes en una solución, dos veces al día, por la mañana y por la tarde,
    pero ¿cómo vamos a aplicar un tratamiento como ése en nuestra casa, sin servicio, sin
    ayuda, sin una tina y sin agua, señor? El caso es que Nínochka padece reumatismo,
    aún no se lo había dicho; de noche le duele toda la mitad derecha del cuerpo, es un
    tormento, y créame que ese ángel de Dios lo aguanta con tal de no inquietarnos, no se
    queja para no despertarnos. En casa comemos lo que caiga, lo que podamos
    conseguir, y ella se conforma con el último resto, más digno de echárselo a un perro:
    «Yo no valgo —parece decir— lo que este bocado; se lo estoy quitando de la boca,
    soy una carga para ustedes». Eso es lo que quiere expresar su mirada angelical. Los
    demás la atendemos, pero eso a ella le pesa: «Yo no lo valgo, no lo valgo, soy una
    tullida indigna, una inútil». ¡Vaya si lo vale! Pero si ha sido ella, señor, quien, con su
    mansedumbre angelical, nos ha ganado para Dios por medio de sus oraciones; sin ella,
    sin su dulce palabra, nuestra casa sería un infierno; ¡si hasta a la propia Varia la ha
    ablandado! Pero tampoco condene a Varvara Nikolavna, señor, ella también es un
    ángel, también ella ha sufrido lo suyo. Vino a vernos este verano, y traía consigo
    dieciséis rublos; se los había ganado dando clases y los tenía apartados para el viaje,
    para volver ahora, en septiembre, a San Petersburgo. Pero nosotros le hemos cogido
    ese dinerillo y nos lo hemos gastado, señor, y ahora no tiene con qué regresar, ya ve
    usted. Además, tampoco puede irse, porque trabaja para nosotros como una
    condenada; la hemos enganchado al carro y ensillado como a un rocín: se ocupa de
    todos nosotros, remienda, lava, barre el suelo, acuesta a su mamá, pero su mamá es
    caprichosa, a su mamá le da por llorar, ¡su mamá está loca, señor!… Así que ahora, con
    estos doscientos rublos, podré contratar a una criada, ¿entiende, Alekséi Fiódorovich?,
    podré afrontar el tratamiento de mi familia, mandar a la estudiante a San Petersburgo,
    señor, comprar carne de vacuno, seguir una nueva dieta. ¡Dios mío, esto es un sueño!
    Aliosha no cabía en sí de contento habiendo proporcionado tanta felicidad y
    viendo que aquel desdichado aceptaba que lo hicieran feliz.




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    Mensaje por Maria Lua Jue 03 Oct 2024, 21:03

    ***
    —Espere un poco, Alekséi Fiódorovich, espere —aferrándose a otro de sus sueños,
    que le había venido de pronto a la cabeza, el capitán asistente empezó de nuevo a
    atropellarse, hablando con frenética locuacidad—; ¿sabe una cosa? Ahora sí que
    vamos a poder cumplir nuestro sueño, Iliusha y yo: nos compraremos un caballo y una
    kibitka, el caballo tiene que ser negro, me ha pedido que sea negro sin falta, y nos
    pondremos en marcha, tal y como acordamos anteayer. En la provincia de K. tengo un
    conocido, un amigo de la infancia; es abogado y me ha hecho saber, a través de una
    persona de confianza, que, si me traslado allí, está dispuesto, por lo visto, a ofrecerme
    un puesto de escribiente en su despacho; quién sabe, a lo mejor me lo da… Total, que
    solo habría que acomodar a la mamá, acomodar a Nínochka, poner a Iliúshechka de
    conductor, y yo, andando, andandito, me los llevaría a todos, señor. ¡Ay, Dios mío, si
    pudiera cobrar además una pequeña deuda que ya había dado por perdida, con ese
    pico tal vez nos llegaría para todo, señor!
    —¡Llegará, llegará! —exclamó Aliosha—. Katerina Ivánovna le mandará más dinero,
    todo el que le haga falta, y, ¿sabe usted?, yo también tengo, puede disponer del que
    necesite, como si fuera de un hermano, de un amigo, ya me lo devolverá más
    adelante… ¡Ya verá cómo se hace usted rico, ya lo verá! ¡La verdad es que no podía
    222
    haber tenido mejor idea que la de trasladarse a otra provincia! Ahí está su salvación,
    especialmente para su chico… Y, ¿sabe?, cuanto antes mejor, antes de que llegue el
    invierno, antes de que haga frío; podría escribirnos desde allí, y quedaríamos como
    hermanos. ¡No, esto no es ningún sueño!
    Aliosha estaba tan contento que le entraron ganas de abrazarlo. Pero, al mirarlo, de
    pronto se detuvo: el capitán, pálido, con el cuello y la boca en tensión, con expresión
    frenética, movía los labios como si quisiera decir algo; no producía ningún sonido,
    pero seguía moviendo los labios; resultaba un tanto extraño.
    —¿Qué le pasa? —Aliosha, de repente, se estremeció por alguna razón.
    —Alekséi Fiódorovich… yo… usted… —balbuceó, con voz quebrada, el capitán,
    mirando fijamente a Aliosha, con una mirada extraña y salvaje; tenía el aspecto de
    alguien que está decidido a arrojarse al vacío y al mismo tiempo esboza una sonrisa—.
    Yo… usted… ¿Qué le parece si le hago ahora un pequeño juego de manos, señor? —
    susurró de pronto, con voz rápida y firme, sin más titubeos.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 03 Oct 2024, 21:04

    ***
    —¿Cómo que un juego de manos?
    —Pues eso, un juego de manos —siguió susurrando el capitán asistente; la boca se
    le había torcido hacia la izquierda, el ojo izquierdo lo tenía entrecerrado, pero seguía
    mirando fijamente a Aliosha, como con la vista clavada en él.
    —Pero ¿qué le pasa? ¿De qué juego de manos me habla? —gritó Aliosha, cada vez
    más asustado.
    —¡De este juego! ¡Mire! —chilló de pronto el capitán.
    Y enseñándole los dos billetes irisados, que había estado sosteniendo juntos, con el
    pulgar y el índice de la mano derecha, durante toda la conversación, los agarró de
    pronto con rabia, los arrugó y los estrujó con todas sus fuerzas en el puño.
    —¡Ya lo ha visto! ¡Ya lo ha visto! —le dijo a Aliosha, chillando, y de pronto, pálido,
    fuera de sí, levantó el puño y arrojó con violencia los billetes arrugados al suelo—. ¿O
    acaso no lo ha visto, señor? —volvió a chillar, señalándolos con el dedo—. ¡Pues mire,
    señor!…
    Levantó el pie derecho y con una furia salvaje empezó a pisotearlos con el tacón,
    soltando exclamaciones y jadeando a cada patada.
    —¡Ahí tiene su dinero! ¡Ahí tiene su dinero! ¡Ahí tiene su dinero! ¡Ahí tiene su
    dinero! —Dio un salto repentino hacia atrás y se irguió delante de Aliosha. Todo su ser
    reflejaba un orgullo indescriptible—. ¡Haga saber a quienes le han enviado, señor, que
    el estropajo no vende su honor! —gritó, extendiendo un brazo.
    A continuación se volvió rápidamente y echó a correr; pero no había dado ni cinco
    pasos cuando, girándose otra vez, le dijo a Aliosha adiós con la mano. Pero de nuevo,
    sin haber recorrido siquiera otros cinco pasos, se volvió por última vez, ya no con la
    cara contraída por la risa, sino sacudida por el llanto. Con voz llorosa y entrecortada,
    dijo a toda prisa, atropellándose:
    —¿Qué le habría dicho a mi pequeño si hubiera aceptado su dinero en pago por
    nuestra afrenta? —Dicho lo cual, echó a correr y ya no se volvió

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    Mensaje por Maria Lua Jue 03 Oct 2024, 21:05

    ***
    Aliosha lo siguió con la mirada, sintiendo un pesar indecible. Oh, se había dado
    cuenta de que aquel hombre no había sabido hasta el último momento que iba a
    acabar arrugando y arrojando los billetes. Siguió corriendo sin volverse ni una vez, y
    Aliosha era consciente de que ya no iba a volverse. No hizo ningún intento de seguirlo
    o de llamarlo, él ya sabía por qué. Cuando el capitán se perdió de vista, Aliosha
    recogió los dos billetes. Solo estaban muy arrugados, aplastados y hundidos en el
    polvo, pero perfectamente enteros, e incluso crujieron, como billetes nuevecitos,
    cuando los estiró y los alisó. Una vez alisados, los dobló, se los guardó en el bolsillo y
    se fue a ver a Katerina Ivánovna, a informarla del resultado de su gestión.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 17:12

    ***


    LIBRO QUINTO

    PRO Y CONTRA


    I. Compromiso matrimonial



    De nuevo fue la señora Jojlakova la primera en recibir a Aliosha. Tenía prisa; había
    sucedido algo importante: el ataque de histeria de Katerina Ivánovna había derivado
    en un desvanecimiento, seguido de una debilidad terrible, espantosa.
    —Se ha acostado, ha puesto los ojos en blanco y ha empezado a delirar. Ahora
    tiene fiebre, hemos avisado al doctor Herzenstube, también a las tías. Ellas ya han
    llegado, pero Herzenstube todavía no. Están esperando en su habitación. No sé qué va
    a pasar, aunque está inconsciente. ¡Esperemos que no sea una calentura!…
    Al expresarse así, la señora Jojlakova daba la sensación de estar bastante asustada.
    «¡Esto es muy serio, muy serio!», añadía a cada paso, como si todo lo ocurrido antes no
    hubiera tenido mayor importancia. Aliosha la escuchaba con pesadumbre; había
    intentado contarle sus propias peripecias, pero la señora Jojlakova lo había
    interrumpido a las primeras de cambio: no tenía tiempo para eso, y le rogó que,
    entretanto, fuera a hacer compañía a Lise.
    —Lise, mi queridísimo Alekséi Fiódorovich —le susurró casi al oído—, Lise acaba de
    darme una sorpresa mayúscula, aunque también me ha enternecido, y por eso se lo
    perdono de corazón. Figúrese que, nada más marcharse usted, ha empezado a
    manifestar su más sincero arrepentimiento porque, al parecer, había estado burlándose
    de usted tanto ayer como hoy mismo. En realidad, no se estaba burlando, tan solo era
    una broma. No obstante, era tan profundo su arrepentimiento, casi se le saltaban las
    lágrimas, que me he quedado sorprendida. Antes, nunca se arrepentía de verdad cada
    vez que se reía de mí, todo se lo tomaba en broma. Y ya sabe usted que siempre está
    tomándome el pelo. Ahora, en cambio, la cosa es bien distinta, ahora va en serio. Lise
    tiene en muy alta estima su opinión, Alekséi Fiódorovich, y, a ser posible, no se tome a
    mal lo que le diga, no se enfade con ella. Es lo que hago yo, todo se lo paso por alto,
    porque el caso es que es tan lista, ¿no le parece? Hace un momento me decía que
    usted fue el mejor amigo que tuvo en su infancia, «el amigo más auténtico de mi
    infancia», ha dicho; imagínese, el amigo más auténtico, y ¿yo qué? En este asunto,
    tiene unos sentimientos, e incluso unos recuerdos, muy profundos, pero lo principal
    son esas frasecitas y esas palabras, esas palabras tan desconcertantes que te suelta
    cuando menos te lo esperas. No hace mucho, por ejemplo, dijo algo sobre un pino:
    cuando era muy pequeña, teníamos un pino en el jardín, puede que todavía siga en
    pie y no haya razón para hablar en pasado. Los pinos no son como las personas, no
    cambian en mucho tiempo, Alekséi Fiódorovich. «Mamá —me dice—, me acuerdo de
    ese pino como si lo hubiera visto en sueños», o sea, «el pino, como en sueños»;
    bueno, la verdad es que dijo otra cosa, me he hecho un lío, «pino» es una palabra
    estúpida, pero Lise dijo algo tan original que yo, desde luego, me siento incapaz de
    reproducirlo. Y, además, se me ha olvidado todo. Bueno, hasta la vista, estoy muy
    alterada y creo que me voy a volver loca. Ay, Alekséi Fiódorovich, ya me he vuelto loca
    dos veces, y tuvieron que tratarme. Vaya a ver a Lise. Anímela tan maravillosamente
    como hace siempre. Lise —gritó, acercándose a su puerta—, te he traído a Alekséi
    Fiódorovich, que no está enfadado, a pesar de lo mucho que lo has ofendido, te lo
    aseguro; al contrario, se asombra de que hayas podido pensarlo.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 17:13

    ***

    —Merci, maman; pase, Alekséi Fiódorovich.
    Aliosha entró. Lise lo miró un tanto confusa y de pronto se ruborizó.
    Evidentemente, estaba avergonzada y, como suele ocurrir en estos casos, empezó a
    hablar atropelladamente de algo completamente superfluo, como si fuera lo único que
    le interesaba en esos momentos.
    —Hace un rato, de buenas a primeras, mamá se ha puesto a contarme toda esa
    historia de los doscientos rublos y del encargo que le habían hecho, Alekséi
    Fiódorovich… lo de ir a ver a ese pobre oficial… y me ha contado toda esa historia tan
    terrible de cómo lo humillaron y, ¿sabe usted?, aunque mamá lo contaba de un modo
    muy embarullado… Ella todo lo lía… Yo lloraba al escucharlo. ¿Qué ha pasado? ¿Le ha
    dado el dinero? ¿Cómo está ahora ese infeliz?
    —Eso es lo malo, que no se lo he dado, y es toda una historia —respondió Aliosha,
    haciendo, por su parte, como si su mayor preocupación fuera no haberle entregado el
    dinero, pero Lise se dio perfecta cuenta de que apartaba la vista y procuraba, él
    también, hablar de asuntos sin importancia. Aliosha se sentó a la mesa y empezó a
    relatar lo ocurrido, pero con las primeras palabras cesó su turbación y, de paso,
    encandiló a Lise. Hablaba bajo el influjo de un intenso sentimiento y de la
    extraordinaria impresión de lo que había pasado poco antes, y se las ingenió para
    contarlo todo con propiedad y pormenorizadamente. En otros tiempos, cuando aún
    vivía en Moscú, siendo Lise una niña, le gustaba ir a verla y contarle cosas, bien de sus
    vivencias, bien de sus lecturas, bien de sus recuerdos de infancia. A veces incluso
    soñaban los dos juntos y armaban de consuno verdaderas historias, las más de las
    veces, eso sí, alegres y divertidas. Ahora era como si se hubiesen transportado de
    repente a aquel tiempo vivido allá en Moscú, un par de años antes. Lise estaba
    227
    realmente conmovida con el relato. Aliosha, con ardoroso sentimiento, supo trazar
    ante ella el retrato de «Iliúshechka». Cuando acabó de relatar, con todo lujo de
    detalles, la escena en la que aquel desdichado pisoteó el dinero, Lise, juntando las
    manos, exclamó con una emoción incontenible:
    —¡Así que no le ha dado el dinero! ¡Y lo ha dejado escapar! Dios mío, si al menos
    hubiera corrido tras él hasta darle alcance…
    —No, Lise, mejor que no haya corrido tras él —dijo Aliosha, que se levantó de su
    asiento y empezó a pasearse por el cuarto, preocupado.
    —¿Mejor? ¿Por qué mejor? ¡Ahora están sin pan y van a perecer!
    —No van a perecer, porque esos doscientos rublos, de todos modos, no los van a
    dejar pasar. Mañana los aceptará, en cualquier caso. Seguro que mañana los coge —
    aseguró Aliosha, paseando caviloso—. Verá, Lise —continuó, deteniéndose de pronto
    delante de ella—, yo he cometido un error, pero al final ha sido para bien.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 05 Oct 2024, 17:14

    ***
    —¿Qué error? Y ¿por qué para bien?
    —Pues porque es un hombre asustadizo y pusilánime. Está destrozado, pero es
    muy bueno. No hago más que preguntarme por qué se habrá sentido tan ofendido de
    repente y le habrá dado por pisotear el dinero; le aseguro que es una decisión que ha
    tomado en el último momento. Aunque, a mi entender, no le faltaban razones para
    sentirse ofendido… y era algo inevitable en su situación… Lo primero que le ha
    molestado ha sido ver que daba rienda suelta a su alegría delante de mí sin ningún
    disimulo… Si hubiera reaccionado con más comedimiento, sin mostrar abiertamente su
    alegría, si hubiera empezado a poner peros y a gesticular, como hacen otros, al tomar
    el dinero, entonces aún habría podido soportarlo y se habría quedado con los billetes.
    Pero él se ha alegrado con excesiva sinceridad, y eso es humillante. Ay, Lise, se trata
    de un hombre recto y bueno, ¡eso es lo triste en estos casos! Ha hablado todo el rato
    con una voz débil, desmayada, atropelladamente, y cada dos por tres se le escapaba
    una risilla floja o se echaba a llorar… Sí, sí, lloraba, tal era su entusiasmo… Y hablaba
    de sus hijas… y de un empleo que le iban a ofrecer en otra ciudad… Y, una vez que se
    hubo desahogado, de pronto se avergonzó de haberme abierto así su alma. Y en ese
    mismo instante me odió. Es uno de esos pobres increíblemente vergonzosos. Se sintió
    ofendido, sobre todo, porque me había tomado enseguida por un amigo y se había
    entregado a mí demasiado pronto: al principio, se había abalanzado sobre mí y me
    había dado un susto, pero más tarde fue ver el dinero y empezar a abrazarme. Porque
    no hacía más que abrazarme, todo el rato estaba tocándome. Y ha tenido que ser todo
    eso lo que ha sentido como una humillación, y justo en ese momento yo he cometido
    un error, un error muy importante: voy y le digo que, si no le llega el dinero para
    trasladarse a otra ciudad, entonces le enviarían más, y que yo mismo podía darle, de
    mi propio dinero, todo lo que quisiera. Eso ha sido lo que más le ha chocado: ¿por
    qué tenía que prestarme a ayudarlo también yo? No sé si sabe, Lise, lo penoso que es
    228
    para una persona humillada que todo el mundo empiece a mirarlo con ojos de
    benefactor… Eso he oído, así me lo ha contado el stárets. No sé cómo explicarlo, pero
    yo mismo lo he visto con frecuencia. Y es así, ni más ni menos, como lo siento. Pero lo
    más importante es que, aunque aquel hombre no sabía que iba a acabar pisoteando
    los billetes, de hecho no lo supo hasta el último momento, lo cierto es que lo
    presentía, eso seguro… Por eso estaba tan entusiasmado, porque lo presentía… De
    ahí que, aunque haya resultado todo tan desagradable, haya sido, al fin y al cabo, para
    bien. Pienso incluso que ha sido lo mejor que podía haber ocurrido…
    —¿Por qué? ¿Por qué ha sido lo mejor que podía haber ocurrido? —exclamó Lise,
    mirando muy asombrada a Aliosha.
    —Porque, si no hubiera pisoteado los billetes y se hubiera quedado con ese dinero,
    al volver a su casa, después de una hora, más o menos, se habría puesto a llorar, de
    todas todas, por su humillación. Habría llorado y a lo mejor mañana, antes de clarear,
    habría venido a verme y me habría tirado los billetes a la cara y los habría pisoteado,
    como hace un rato. Ahora, en cambio, se ha marchado con la cabeza muy alta,
    triunfante, aun sabiendo que «se ha buscado la ruina». Así que no hay nada más fácil
    que conseguir que acepte esos doscientos rublos, mañana a más tardar, porque ya ha
    dejado constancia de su honor, ha arrojado el dinero, lo ha pisoteado… No podía
    ignorar, mientras estaba pisoteando los billetes, que yo mañana se los iba a llevar otra
    vez. A todo esto, necesita ese dinero desesperadamente. Por muy orgulloso que se
    sienta ahora, hoy mismo se pondrá a pensar en la ayuda a la que ha renunciado. Por la
    noche no dejará de darle vueltas, soñará con eso, y seguro que por la mañana ya está
    dispuesto a venir corriendo a verme, a pedirme perdón. Y ahí estaré yo, para decirle:
    «Pues sí, es usted un hombre orgulloso, lo ha demostrado; aquí tiene, y perdónenos».
    ¡Y vaya si lo va a aceptar!





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    Mensaje por Maria Lua Lun 07 Oct 2024, 08:26

    ***



    Aliosha pronunció esas últimas palabras como extasiado: «¡Y vaya si lo va a
    aceptar!». Lisa dio unas palmadas.
    —¡Claro que sí! ¡Ahora lo comprendo con toda claridad! ¿Cómo sabe usted todas
    estas cosas, Aliosha? Tan joven, y ya conoce los secretos del alma… A mí nunca se me
    habría ocurrido…
    —Ahora lo principal es convencerlo de que, por mucho que acepte nuestro dinero,
    está en pie de igualdad con nosotros —prosiguió Aliosha, con el mismo entusiasmo—;
    no ya en pie de igualdad, sino en pie de superioridad incluso…
    —«En pie de superioridad»: es magnífico, Alekséi Fiódorovich; pero ¡siga, siga!
    —O sea, no me he expresado bien… con lo del pie de superioridad… pero no
    importa, porque…
    —Ay, no importa, no importa, pero ¡si no importa! Disculpe, Aliosha, querido…
    ¿Sabe?, hasta ahora apenas le tenía respeto, quiero decir, sí se lo tenía, pero en pie de
    igualdad, y ahora le tendré respeto en pie de superioridad… No se tome a mal,
    229
    querido, que yo diga «agudezas» —añadió de inmediato, con mucha emoción—. Yo
    soy ridícula y pequeña, pero es que usted, usted… Escuche, Alekséi Fiódorovich, ¿no
    habrá aquí, en todo este razonamiento nuestro, o sea, suyo… no, mejor nuestro… no
    habrá aquí cierto desprecio por ese hombre, por ese infeliz… ahora que estamos
    analizando su alma, como desde arriba? ¿Por haber decidido, con tanta seguridad, que
    va a aceptar el dinero, eh?
    —No, Lise, no hay desprecio —respondió Aliosha con firmeza, como si ya tuviera
    preparada la respuesta—; yo ya he pensado en eso viniendo hacia aquí. Juzgue usted
    misma qué desprecio puede haber aquí, si nosotros mismos somos como él, si todos
    somos como él. Porque también nosotros somos así, no somos mejores. Y, aun
    suponiendo que fuéramos mejores, seríamos iguales que él, de todos modos, si
    estuviéramos en su lugar… Yo no sé usted, Lise, pero, por lo que a mí respecta, pienso
    que tengo un alma mezquina en muchos sentidos… Y ese hombre no tiene un alma
    mezquina, al contrario, la tiene muy delicada… No, Lise, ¡aquí no hay ningún
    desprecio! ¿Sabe, Lise, lo que me dijo una vez mi stárets? Me dijo que hay que cuidar
    a la mayoría de las personas como si fueran niños, y que a algunas hay que cuidarlas
    como a los enfermos en los hospitales…
    —¡Ay, Alekséi Fiódorovich! ¡Ay, mi querido amigo! ¡Vamos a cuidar a la gente como
    si estuviera enferma!


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    Mensaje por Maria Lua Lun 07 Oct 2024, 08:27

    ***


    —¡Ay, Alekséi Fiódorovich! ¡Ay, mi querido amigo! ¡Vamos a cuidar a la gente como
    si estuviera enferma!
    —De acuerdo, Lise, me parece bien, aunque no estoy del todo preparado; a veces
    soy muy impaciente, y otras no veo nada. Su caso es distinto.
    —¡Ah, no le creo! ¡Alekséi Fiódorovich, qué feliz soy!
    —Qué bien que diga eso, Lise.
    —Alekséi Fiódorovich, es usted increíblemente bueno, pero en ocasiones parece
    un pedante… no obstante, al mismo tiempo, se ve que no es ningún pedante.
    Acérquese a la puerta, ábrala despacito y mire si nos está escuchando mi madre —dijo
    de pronto Lise, en un susurro nervioso y atropellado.
    Aliosha se dirigió a la puerta, la entreabrió y dijo que no había nadie escuchando.
    —Acérquese, Alekséi Fiódorovich —siguió diciendo Lise, que se iba poniendo cada
    vez más colorada—, deme la mano, así. Escuche, tengo que confesarle algo muy
    importante: la carta de ayer no se la escribí en broma, sino en serio…
    Y se cubrió los ojos con una mano. Se notaba que le daba mucha vergüenza hacer
    esa confesión. De repente le agarró la mano a Aliosha y se la besó tres veces,
    impetuosamente.
    —Ah, Lise, es magnífico —exclamó Aliosha con alegría—. Aunque yo ya estaba
    totalmente convencido de que la había escrito en serio.
    —¡Convencido! ¡Casi nada! —De pronto le apartó la mano, aunque sin soltarla de la
    suya, al tiempo que se ponía muy colorada y reía con una risita fina y alegre—. Yo le
    beso la mano y él dice: «Es magnífico».
    230
    Pero su reproche era injusto: también Aliosha estaba muy turbado.
    —Desearía agradarle siempre, Lise, pero no sé cómo hacerlo —farfulló como pudo,
    y también se ruborizó.
    —Aliosha, querido, es usted frío e insolente. Hay que ver. ¡Toma la decisión de
    escogerme como mujer, y se queda tan tranquilo! ¡Y estaba convencido de que le
    había escrito en serio! ¡Será posible! Pero eso es una insolencia, ¡eso es lo que es!
    —Pero ¿qué tiene de malo que estuviera convencido? —se echó a reír Aliosha.
    —Nada, Aliosha, al contrario, es algo estupendo —dijo Lise, mirándolo con dicha y
    con ternura. Aliosha estaba inmóvil, aún con su mano en la de ella. De improviso, se
    inclinó y la besó en los labios.
    —¿Y esto? ¿Qué le ocurre? —exclamó Lise.
    Aliosha estaba totalmente desconcertado.
    —Perdone si no he debido… Tal vez haya sido una enorme estupidez… Usted
    había dicho que yo soy frío, y entonces la he besado… Pero ya veo que ha sido una
    estupidez…
    Lise se echó a reír y se cubrió la cara con las manos.
    —¡Y con esa vestimenta! —se le escapó entre risas, pero enseguida dejó de reírse y
    se puso muy seria y un tanto severa—. Bueno, Aliosha, aún es pronto para los besos,
    porque ninguno de los dos sabemos de esto y nos tocará esperar mucho tiempo —
    declaró de improviso—. Será mejor que me diga cómo es que me elige a mí, que no
    soy más que una mema, una pobre enferma, alguien como usted, que es tan listo, tan
    reflexivo, tan perspicaz… ¡Ay, Aliosha, soy enormemente feliz, porque no valgo ni de
    lejos lo que usted vale!





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