SIGLO XIXGiberga, Eliseo
Matanzas (Cuba). 1854 - 1916
Poeta y político.Eliseo Giberga nació en Matanzas el 5 de octubre de 1854, y falleció en la misma Atenas de Cuba el 25 de febrero de 1916. Hijo de un médico catalán, se trasladó a temprana edad a Barcelona, donde se licenció en Derecho; de vuelta a la Isla, recibió en 1884 el Doctorado de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Fue uno de los fundadores del Colegio de Abogados de La Habana, Diputado a las Cortes españolas durante la Colonia, diputado del Consejo Insular durante el efímero gobierno autonomista instalado en 1898 y, finalmente, miembro de la Convención Constituyente de 1901(1).
Fue uno de los corifeos del Autonomismo, y su actuación política estuvo siempre marcada por su declarado españolismo, que intentó disimular con la proclamación de una cubanidad de oropel (2).
Según la cita que hace en
http://www.angelfire.com/fl2/tdi/pagetwo.html el Sr. Luis R. Cáceres, Jr. –que se identifica como sobrino nieto del Sr. Giberga (quien, por añadidura, fue el padrino de su madre), en la página 451 del “Curso de Historia de Cuba”, de los Dres. Marbán y Leiva (no se nos dice de qué año es la edición), el pie de grabado de la foto de Eliseo Giberga expresa el siguiente comentario: “Eliseo Giberga y Galí fue orador elocuentísimo, conferenciante notable, jurisconsulto ilustre y escritor de mérito, de probidad inmaculada, alteza de sentimientos, bondad innata y acendrado amor a la verdad y a la justicia. En el período de 1878 a 1895, dedicó todo su entusiasmo a propagar, desde el periódico y la tribuna, las ideas del Partido Autonomista, siendo una de las más fuertes columnas con que contó Cuba en las Cortes españolas. Al ser reconocida la independencia de la Isla, formó el Partido Unión Democrática, y como miembro de la Convención Constituyente de 1901, tomó una participación muy activa en la redacción de nuestra carta constitucional”.
Añade el Sr. Cáceres que “Eliseo Giberga tuvo dos hermanos en la manigua, Octavio, quien alcanzó el grado de coronel del ejército mambí, y, ya lograda la independencia, la presidencia de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo de Justicia; y Benjamín, quien alcanzó el grado de comandante” (3).
Sea como fuere, las metas señaladas por el autonomista Rafael Montoro con el fin de alcanzar “toda la descentralización compatible con la unidad nacional” desde prácticamente el principio habían sido motivo de frustración constante, como lo señaló Eliseo Giberga en su discurso del 31 de mayo de 1887 en el Círculo autonomista de La Habana (4), en el que reconoció la existencia de “leyes mañosamente preparadas para anular en Cuba la legítima influencia de los cubanos” y el resurgimiento de “un anexionismo materialista, inspirado únicamente en el afán de mejorar la situación del país, y con ella la de las fortunas privadas”. Casi cinco años más tarde, el 22 de febrero de 1892, en el Gran Mítin celebrado en el Teatro Tacón de La Habana, Giberga fustigó al “régimen insensato que nos aniquila” y urgió “¡Daos prisa los que nos arruináis y nos vejáis, daos prisa, que vuestros días están contados!”
La impotencia para que les hiciera caso el gobierno de Madrid quedó cincelada con la declaración del mismo Giberga ante la Junta Central del Partido Liberal Autonomista, el 23 de noviembre de 1893, cuando apostilló que “Dígase lo que se quiera, es lo cierto que nuestra política ha fracasado”.
No obstante la reiterada evidencia, Giberga siguió abogando, incluso hasta después de concluida la guerra abierta con el grito de Baire, por “un Estado autónomo unido a la Madre Patria” (aspiración contenida en el manifiesto que publicó el 17 de enero de 1899 –a pesar de que ya el general Leonard Wood había tomado posesión, en nombre de los EE.UU., como gobernador militar de Cuba).
Los autonomistas sólo aceptaron como hecho consumado la separación política de Cuba respecto de España. En la edición del 6 de abril de 1895 de su periódico, “La Lucha”, el Partido Liberal Autonomista había reiterado que “condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal…que afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas. Pero además nuestro partido es fundamentalmente español. Porque es esencial y exclusivamente autonomista; y la autonomía colonial, que parte de la realidad de la colonia, de sus fines, necesidades y peculiares exigencias, presupone también la realidad de la Metrópoli, en la plenitud de su soberanía y de sus derechos históricos”. Como dejó escrito la Junta Central del partido autonomista, en el Acta del 2 de abril de 1895, “Debemos vivir y sentir como un partido sinceramente español, sin reservas ni reticencias…El terreno que pisamos está minado por el separatismo. Hay que combatirlo sin tregua, vigorosamente…”
Tras el levantamiento del 24 de febrero de 1895, Giberga muestra su desprecio por “la nueva intentona revolucionaria iniciada en Baire y en Ibarra” (4), diciendo que el alzamiento “no halló simpatía en la población cubana…Promovieron el nuevo alzamiento emigrados, divorciados en una larga ausencia, -cual suele suceder con todas las emigraciones respecto de los pueblos de que proceden, -de los sentimientos, los afanes y los intereses de Cuba; y formaron su corta hueste, además de antiguos insurrectos, -entre los cuales no todos tenían importancia y notoriedad, -jóvenes irreflexivos y gentes de las inferiores clases sociales y en su mayoría de color, sin mentar, por su insignificancia, un puñado de bandoleros: -cortejo obligado de toda perturbación…Locos, locos, llamaba la opinión general a los separatistas…Hasta muchos que eran conocidamente separatistas acogieron con disgusto la disparatada intentona, porque la juzgaron inoportuna…De ahí que no solo los partidos peninsulares, sino el cubano, el autonomista, desde el primer momento se pusieron enfrente de la insurrección y al lado de España”.
Desprecio por las “gentes de las inferiores clases sociales”, su estigmatización por ser supuestamente “en su mayoría de color”, descalificación de los separatistas como “un puñado de bandoleros” y de “locos”…he aquí el resumen del pensamiento político-social de Eliseo Giberga, a quien, no obstante, los separatistas vencedores en la contienda de 1895-1898 no persiguieron tras la victoria bélica, ni tampoco le impidieron seguir actuando en la vida pública –se postuló y fue elegido para la Convención Constituyente de1901, y participó activa y libremente en ésta-.
Martí dejó sentenciada éticamente esta cuestión en un artículo de 1894, “El lenguaje reciente de ciertos autonomistas”: “Parece que en Cuba ha causado indignación entre los cubanos constantes, y aun entre los inconstantes como cierta vergüenza –la vergüenza del hombre que ve apedrear a los que están prontos a morir por él- el lenguaje descompuesto e injusto con que los criollos que se quedaron en sus casas, suplicando y mintiendo, durante los diez años del sacrificio conmovedor de su país, o cargaban al cinto fratricida el sable cebado en la sangre pura de sus compatriotas, o se ponían sobre la toga temblona y melindrosa el uniforme salpicado de los asesinos incultos, o aplaudían las glorias del ejército que ahogaba en sangre la lucha de su patria por la libertad, -han hablado o escrito recientemente en la isla sobre los cubanos que tienen a la vez bastante abnegación para exponer de nuevo la vida por su país, -y bastante benevolencia para compadecer a los enfermos de la voluntad...Los que no tienen el valor de sacrificarse han de tener, a lo menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican, -o de elevarse, en la inercia inevitable o en la flojedad, por la admiración sincera de la virtud a que no alcanzan. Debe ser penoso inspirar desprecio a los hombres desinteresados y viriles…A la realidad estamos aquí, y hemos de estar allá todos, y no a la combinación ya extinta, con nombre de autonomismo, de las diversas fuerzas públicas que, a faltar vigilancia y acción, hubieran podido convertirse en Cuba en el funesto imperio de una oligarquía criolla…y cuya existencia sólo se hubiera podido mantener por la liga encubierta con el poder español, o por la entrega del país a una civilización extraña, que niega a Cuba la capacidad probada para el gobierno libre…Ese era el peligro del autonomismo, y para salvar a los cubanos de él, autonomistas o no, hemos acá afuera, trabajado y vivido…Pero el autonomismo, como organización política, y como entidad actual de Cuba, ha cesado ya de existir, y sólo entraría a la vida real si, obedeciendo a la voluntad clara del país, lo encabezase, en vez de echarlo en brazos de sus opresores…jamás, jamás, acompañarán los hombres de honor, ni ricos ni pobres, al partido que se quisiera valer de ellos para sofocar, en provecho de un amo incorregible y de un grupo impotente, la conciencia del país. La masa sana, que siguió siempre al autonomismo porque creyó que con él se iba a la independencia, se irá, entera, a la revolución. El autonomismo sólo ha sido útil, por la prueba de su ineficacia, a la revolución”.
En la página 119 de la revista BOHEMIA del 1 de febrero de 1953 (Edición Extraordinaria en homenaje a nuestro Apóstol José Martí) (5), en el artículo “PAULA NÚMERO 41”, del historiador Jorge Quintana –futuro director del Archivo Nacional, entre 1959 y 1960-, éste relata cómo Giberga hizo méritos para añadir a su currículo político la condición de detractor público de nuestro Apóstol:
“En julio de 1901 algunos miembros de la Asamblea Constituyente que aún no se había disuelto…tomaron el acuerdo de contribuir con un Luis mensual de sus haberes, para donárselo a la madre de José Martí. Salvador Cisneros, Gonzalo de Quesada, Enrique Villuendas y el general Lacret Morlot son los autores de la iniciativa. Enrique Villuendas, como Secretario de la Convención, acepta la encomienda de pasar la lista a los demás delegados. Un día de fines de julio la lista le es presentada al delegado Eliseo Giberga. Éste, indignado, rehusa la petición.
“-¿Esta suscripción es para una persona desvalida o para la madre de Martí? Pregunta Giberga.
“Villuendas, indignado, le respondió
“-Está usted relevado de figurar en esta lista…
“Pero Giberga, alterado, repuso:
“-Sí, porque si la suscripción que se lleva a cabo para esa señora, se hace como madre de José Martí yo no podré figurar en ella, pues para mí Martí fue un hombre funesto, y su nombre será execrado por la Historia…
“La noticia del incidente levanta una ola de protestas contra Giberga. Uno de los artículos más violentos lo suscribe Fermín Valdés Domínguez. En el seno de la Convención Salvador Cisneros Betancourt pedía, al día siguiente del incidente, que la Asamblea reclamase de Giberga una satisfacción o en su defecto lo expulsase. En la moción suscrita por el Marqués de Santa Lucía se decía: “Al propio tiempo que se haga saber al Sr. Giberga que los trabajos que realiza esta Convención son la continuación de la obra de Martí y para la realización de dicha obra es que se honra él sentándose entre nosotros”.
Esta moción, sin embargo, no fue discutida y el Sr. Giberga no fue objeto de ninguna reprimenda ni sanción.
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