RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ
(1937 - 1972)
CUENTOS
Un día que se llama domingo
El domingo amanecía siempre con ese ánimo de feria que hacía del barrio un escandaloso tinglado, escenografía de mercado, ambiente de taberna, tufo de cloacas atiborradas de desperdicios, melancolía de perro realengo, calor de sol en la mampostería. amarillenta y comida por los años. Sangra el filo del hacha sobre la res, un último temblor de carne sensual se sacude entre las sábanas pardas y mojadas de sudor, el grito se ahoga en el oscuro cuarto con paredes de cartón y de periódicos, moco en la nariz de anchas ventanas, se arrastran las pequeñas manos en el suelo de la cocina, un barboteo de agua en la garganta, "¡vaya, negra, qué dura estás!" "E! una piedra, tigre/ ". Coreografía de escándalo y violencia. Sobre la manteca hirviente se retuerce la harina y se inflan bolas de viento en las hojuelas, la mujer clava el largo pincho negro en la piel rígida de las frituras, y el policía aplasta el cigarrillo bajo la bota. El escupitajo gotea redondo sobre el polvo de la acera, "no me allante, vieja, esa empanadilla tiene meno carne que los cuero del café de Bartola ".
El domingo reverberaba en el asfalto, se empozaba en los charcos, se movía entre las faldas, dolía en los testículos de los borrachos precipitándose por las escaleras de los dormitorios. Hedía a cebo, a caja de limpiabotas, a sudor en la axila descubierta, a pelambre lodosa, a hocico húmedo, a orines repetidos en el rincón, a zafacones volcados, a semen reseco en el mosquitero, a cabello, a mujer.
Cuando Juan Inés salió a la calle, por el callejón de Rojitas, "dentro de algunos instantes diremos a ustedes dónde fue vendido el Premio Mayor, felicitamos a los agraciados ", "¿coño, uté vé como se jode un hombre, vieja?". Y yo pienso que no juego billetes por esa misma vaina, porque eso es un engaña bobo ': El rumor caminó alrededor de Juan Inés, hecho de expresiones desiguales, de gruñidos, de patadas a una lata, de risas, de palmadas alegres, de " ¡mierda, Carmen!", de toda esa reventada corriente de símbolos, gestos, actos, sonidos, reacciones, que integran el múltiple, escandaloso y explosivo lenguaje del domingo.
Juan Inés salió a la calle, por el callejón de Rojitas y oyó que, dos pasos más allá, sobre la acera, estaba él pensando, chocando sus zapatos contra el cemento, rascándose la nuca, estallándole ahí mismo una palabra, sobre el hombro, gesticulándole la mano cerca de su frente, " ,plash! ", la palmada, el papel rojo tamborileando sobre su cabeza, ahora, al pasar, el rayaso del fósforo. Metido él en la fiesta peligrosa del barrio, en la guerrilla ofensiva e insolente de esta manera de vivir pantalón Kaki, y allí, al doblar, vive Pacho Maríñez, pagador de Obras Públicas, me prestará cinco globos para una jugadita y, como siempre, me canteo el sábado con los réditos, Bah! qué importa un cruce más.
Meto mi mano en el bolsillo y ahí está, redonda y fría como las medallas cogidas con un imperdible en la camisilla, la empuño, la suelto, la tomo entre los dedos y la dejo caer nuevamente al fondo del bolsillo; ahorita, cuando Nino me pase el plato de cocido la soltaré sobre el mantel de cuadros rojos. Menos mal que uno puede meterse la mano al bolsillo y asegurarse de que ahí está la peseta y entonces recuerda que cuando se ponía el pantalón hace un rato, en la oscuridad de la pieza, la moneda rodó brillando sobre el piso y se metió entre dos tablas y allí fue uno a cogerla, rodándola con la uña hasta pegarla a un listón y ahí mismo se siente el tufo agrio en la boca y este olor a sudor rancio que tiene uno siempre cuando sale de las sábanas en estos días de calor y es bueno entonces abrir una ventana que chocará con las ramas de la trinitaria y verá a Eduviges en su medio refajo que se sube hasta debajo de los hombros para taparse los senos y parece entonces que lleva puesta una de esas minifaldas que se ponen las mujeres del "Borinquen" los sábados por la noche, pero Eduviges está gastada ya; pariéndole hijos a Morales se ha quedado barrigona y un poco jorobada;
pero se respira buen aire por la ventana y llega olor a café y uno se echa un jarro de agua fresca por la cabeza y ya es domingo, definitivamente uno se ha despertado en un día que se llama domingo y coge la camisa de encima de la silla y se larga a la calle, saliendo por el callejón de Rojitas y de repente se tropieza con aquel pendejo que metió sus cuartos a fuerza de rabia y de "gracias a Dios" pateando y palmeteando mientras a mí me corre el agrio de la resaca por la boca misma del estómago y veo ese sol que empieza a calentarse entre los cables del puente y el día se me va a poner de perro cuando al llegar a la esquina pase el camión lleno de guardias y se levante esa nube de polvo que se mete a pedradas en los ojos y obliga a uno a taparse la cara y quedar completamente ciego y perdido ahora que siento el sudor que comienza a correrme por el cuello. Me detengo.
(cont.)
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