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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 1:23

    REPÚBLICA DOMINICANA

    RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ

    (1937 - 1972)


    CUENTOS




    Un día que se llama domingo

    El domingo amanecía siempre con ese ánimo de feria que hacía del barrio un escandaloso tinglado, escenografía de mercado, ambiente de taberna, tufo de cloacas atiborradas de desperdicios, melancolía de perro realengo, calor de sol en la mampostería. amarillenta y comida por los años. Sangra el filo del hacha sobre la res, un último temblor de carne sensual se sacude entre las sábanas pardas y mojadas de sudor, el grito se ahoga en el oscuro cuarto con paredes de cartón y de periódicos, moco en la nariz de anchas ventanas, se arrastran las pequeñas manos en el suelo de la cocina, un barboteo de agua en la garganta, "¡vaya, negra, qué dura estás!" "E! una piedra, tigre/ ". Coreografía de escándalo y violencia. Sobre la manteca hirviente se retuerce la harina y se inflan bolas de viento en las hojuelas, la mujer clava el largo pincho negro en la piel rígida de las frituras, y el policía aplasta el cigarrillo bajo la bota. El escupitajo gotea redondo sobre el polvo de la acera, "no me allante, vieja, esa empanadilla tiene meno carne que los cuero del café de Bartola ".
    El domingo reverberaba en el asfalto, se empozaba en los charcos, se movía entre las faldas, dolía en los testículos de los borrachos precipitándose por las escaleras de los dormitorios. Hedía a cebo, a caja de limpiabotas, a sudor en la axila descubierta, a pelambre lodosa, a hocico húmedo, a orines repetidos en el rincón, a zafacones volcados, a semen reseco en el mosquitero, a cabello, a mujer.
    Cuando Juan Inés salió a la calle, por el callejón de Rojitas, "dentro de algunos instantes diremos a ustedes dónde fue vendido el Premio Mayor, felicitamos a los agraciados ", "¿coño, uté vé como se jode un hombre, vieja?". Y yo pienso que no juego billetes por esa misma vaina, porque eso es un engaña bobo ': El rumor caminó alrededor de Juan Inés, hecho de expresiones desiguales, de gruñidos, de patadas a una lata, de risas, de palmadas alegres, de " ¡mierda, Carmen!", de toda esa reventada corriente de símbolos, gestos, actos, sonidos, reacciones, que integran el múltiple, escandaloso y explosivo lenguaje del domingo.
    Juan Inés salió a la calle, por el callejón de Rojitas y oyó que, dos pasos más allá, sobre la acera, estaba él pensando, chocando sus zapatos contra el cemento, rascándose la nuca, estallándole ahí mismo una palabra, sobre el hombro, gesticulándole la mano cerca de su frente, " ,plash! ", la palmada, el papel rojo tamborileando sobre su cabeza, ahora, al pasar, el rayaso del fósforo. Metido él en la fiesta peligrosa del barrio, en la guerrilla ofensiva e insolente de esta manera de vivir pantalón Kaki, y allí, al doblar, vive Pacho Maríñez, pagador de Obras Públicas, me prestará cinco globos para una jugadita y, como siempre, me canteo el sábado con los réditos, Bah! qué importa un cruce más.
    Meto mi mano en el bolsillo y ahí está, redonda y fría como las medallas cogidas con un imperdible en la camisilla, la empuño, la suelto, la tomo entre los dedos y la dejo caer nuevamente al fondo del bolsillo; ahorita, cuando Nino me pase el plato de cocido la soltaré sobre el mantel de cuadros rojos. Menos mal que uno puede meterse la mano al bolsillo y asegurarse de que ahí está la peseta y entonces recuerda que cuando se ponía el pantalón hace un rato, en la oscuridad de la pieza, la moneda rodó brillando sobre el piso y se metió entre dos tablas y allí fue uno a cogerla, rodándola con la uña hasta pegarla a un listón y ahí mismo se siente el tufo agrio en la boca y este olor a sudor rancio que tiene uno siempre cuando sale de las sábanas en estos días de calor y es bueno entonces abrir una ventana que chocará con las ramas de la trinitaria y verá a Eduviges en su medio refajo que se sube hasta debajo de los hombros para taparse los senos y parece entonces que lleva puesta una de esas minifaldas que se ponen las mujeres del "Borinquen" los sábados por la noche, pero Eduviges está gastada ya; pariéndole hijos a Morales se ha quedado barrigona y un poco jorobada;
    pero se respira buen aire por la ventana y llega olor a café y uno se echa un jarro de agua fresca por la cabeza y ya es domingo, definitivamente uno se ha despertado en un día que se llama domingo y coge la camisa de encima de la silla y se larga a la calle, saliendo por el callejón de Rojitas y de repente se tropieza con aquel pendejo que metió sus cuartos a fuerza de rabia y de "gracias a Dios" pateando y palmeteando mientras a mí me corre el agrio de la resaca por la boca misma del estómago y veo ese sol que empieza a calentarse entre los cables del puente y el día se me va a poner de perro cuando al llegar a la esquina pase el camión lleno de guardias y se levante esa nube de polvo que se mete a pedradas en los ojos y obliga a uno a taparse la cara y quedar completamente ciego y perdido ahora que siento el sudor que comienza a correrme por el cuello. Me detengo.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 1:28

    REPÚBLICA DOMINICANA

    RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ

    (1937 - 1972)


    CUENTOS




    Un día que se llama domingo

    (cont.)

    Todavía el polvo flotaba en mitad de la calle, no se pegaba aún a los visillos de los dormitorios ni caía en las sartenes grasientas, sobre la pelambre de los perros, en las tazas de café, sino que, volátil aún en el inesperado rafagazo, permanecía, abejón pardo y ronco, detenido en el espacio caótico del domingo.
    "Me la tiré anoche, a la maldita", había dicho el sargento Mora con la boca gorda pegada a la bayoneta y el otro, cambiando la vista hacia la azotea del edificio, se rascó en las ingles y rió carita de chulo, boquita de bestia, ojitos de "qué desgraciado eres, Alcántara; le metiste la patada para que se revolcara como un perro, ése ya no habla más del gobierno y mañana vas de servicio a los multifamiliares con mucho ojo que el Presidente va a cortar la cinta y al que se resbale le partimos el pecho': Ríe de la ocurrencia de Mora, "¿Sargento Mora, y cómo le salió la desgraciá?" Y el sargento Mora daba la espalda "{me estoy meando; como toda, Alcántara, como toda, toda son la misma vaina!" Hebilla brillante, diente de oro, botas lustrosas, fusil mausser modelo 1912, bayoneta calada, y ¡chuip! escupiendo aquí bajo el sol; "¡Raso Trinidad" Uté va por la parte de atrá, por allá, mirando pa'l río, uté y Terrerito!" Y el río tiene aguas pardas, aguas sucias de lluvias caídas en la cabeza del río; brillo de sol, no obstante, y barcas, pequeñas barcas, sombrillas floreadas y una mujer vestida de rojo, dos niñas, un hombre, un sombrero negro, la yola va llena, ramillete de risa en el sereno curso de aguas que parte en dos este domingo amanecido para partir el limón verde-amarillo, verde limón, limón verde en el vaso claro, dos partes, tres partes de ginebra y el resto "dame hielo, amor", este trago me entona, a Luis que saque el carro, ¡el discurso! ¿dónde está el discurso? en el bolsillo, amor, en el bolsillo del saco blanco que llevarás con la corbata negra, y las medias de seda, con
    el Presidente y los militares, y yo voy a misa a la Catedral, inauguramos hoy este edificio que está ahí cerca del do por donde" ¡Uté, Raso Trinidá, va por la parte de atrá, mirando pa'l río!" y la mañana entibia lentamente los techos de esos barrios que se despeñan latas de galletas National, paredes del "Listín" y bacalao "pollock", pisos de tierra, piedras limosas para tu patio "¡Antonio, sal de ese lodo, muchacho, que te me cae pa'l río, niño!': Trinidad mira las yolas, registra las callejuelas, y desde la azotea del multifamiliar también registra el precipitado reflejo de las casas en el río.
    "¡Por aquí, por aquí!", indicaba la voz nerviosa del hombrecito que daba carreritas limpiando el paso de la numerosa comitiva que de repente se agolpaba junto al edificio. "Señor Presidente, señores Jefes Militares, señores Ministros, señores del partido oficial, señores, señores': "¡Qué resaca, qué polvo, qué mierda de domingo ahora, con esta tierra volando por la calle!". Juan Inés, abochornado por la rabia del día, víctima de sábado lluvioso, tan aburrido que "dame otra media de Jacas y . . . has visto cómo pierde su alegría una fuente ya vacía, cuando el agua le faltó ", se restriega los ojos bajo la polvareda y encuentra un sol echando chispas entre los cables del puente. "¡Qué mierda de domingo éste. . .!".
    La explosión sacudió las paredes del edificio y una ventana se cerró violentamente cayendo los pedazos de cristal sobre la acera." ¡Una bomba coño!", "no, eso fue un mortero!", "Yo no sé, yo no sé!" " ¡señores, señores, salgan por aquí!". Se cerraron sobre la marcha las puertas de los automóviles; " ¡rápido Sargento Mora, sargento Mora, sargento Mora!': Salieron corriendo todos, "¿y tú también, amor, con tu traje blanco? ¡Qué cosa, amor, qué casal" y ahora corren dentro del edificio el capitán y los rasos, todos, ..¡sargento Mora. rápido sargento Mora!", y ahora salen a la calle, " ¡al aire no, coño, yo no tiro al aire!': "¿Te preparo un trago, amor?", se han regado por toda la explanada y empiezan a caer las sartenes llenas de frituras sobre la tierra que se mancha de manteca hirviente y se empasta bajo los pies que tropiezan entre las latas, "¡coge lo cuarto, Elisa, coge lo cuarto!':
    Los primeros disparos se enterraron en el pavimento y en seguida se levantaron a la altura de las mesas y las paredes, el agua roja de los refrescos, los cigarrillo, la pulpa de tamarindo, los periódicos, todo rodó, se confundió de repente y ascendió un extraño aire de miedo que arrasó súbitamente con el barrio. Lo están pateando en el vientre, le parten la boca, lo sacuden, lo tiran al suelo, siguen, disparan otra vez, la hirieron por la espalda, la dejaron sangrando, se revuelca, huye, salta por sobre la pared de zinc, cierra la puerta, " ¡ay Dios mío, cierra la puerta muchacho!", gira el volante, suben las ruedas a la acera, dobla a toda velocidad, se pierde, lo mataron, le abrieron el pecho, lo cocinaron a balazos, lo persiguen, "¡ahí está, ése es! ", lo persiguen, la culata, el puño, la rodilla, el disparo, "¡qué domingo, qué vida, qué mierda!': Lo mataron, "si lo mataron':
    Cogido por los pies, arrastrado. "{Juan Inés, Juan Inés!", "déjame quieto, rubia, no me toques, qué juma ". Dolor de cabeza ahí, junto a la barandilla del puente, goteando sangre a chorros y vacío el estómago ardiendo mientras las manos se aferran a los hierros.
    Tomado por los brazos, levantado, vuelto a poner sobre la tierra, "ay, caramba, rubia, mañana en la noche vuelvo como un reloj, déjenme dormir, déjenme dormir", y es pesado al levantarlo y sin embargo ya no habrá tiempo para nada porque se pone pálido a la carrera y sólo se queja, dice cosas sin sentido, voltea los ojos hacia adentro y se pega al muro, lo tiñe de sangre y está lleno de tierra, se la traga, se le pega a los cabellos, a la camisa, la escupe, la estornuda, la vomita, y lo van a dejar ahí, pecho sollozante, manos inútiles, pestañas fijas. Quieto se queda, se murió, "lo partieron de un tiro", de cuatro tiros, " ¡el pobre!': "Qué vaina, qué vida más mierda!". Juan Inés ya no tiene manos, ni boca para hablar, ni cabeza para recordar que anoche, sábado, "después de la cobradera, como tú dices, Pucho': la rubia cantaba, pegada al vaso, a la botella todavía por la cintura, "no has visto cuando el sol se está poniendo 'pues la tarde va cayendo. . . " y tú, Juan Inés, " ¡qué vaina, qué cacho e' vida, hermano!" te vas quedando más blanco que una vela, sin la sensación de haber pasado por última vez por el callejón de Rojitas y antes de que te pusieras a mirar los cuadros del mantel en la fonda de Nino, porque te cortaron ahí mismo, cuando te amodorrabas y escupías bajo el sol, rabiando entre los cables.



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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 1:31

    REPÚBLICA DOMINICANA

    RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ

    (1937 - 1972)


    CUENTOS




    LAPSUS

    Cuando ascendí al parque y miré por entre los árboles hacia el otro extremo de la calle, descubrí rápidamente el letrero. Ocupaba toda una pared. Las letras de un rojo vivo, vivísirno. Al principio traté de leerlo a primera vista, pero no me fue posible, porque los troncos de los árboles y algunas columnas me lo impedían definitivamente. También me lo impedían las personas que constantemente se movían a través de las calles del parque. No obstante, pude darme cuenta de que se trataba de un gran anuncio, un anuncio que ocupaba toda la pared frontal del teatro. A medida que comencé a atravesar el parque, pude observar que el letrero inició una especie de movimiento de trepidación, empezó a dar pequeños saltos. Fijé la vista y las grandes letras rojas comenzaron a bajar y a subir más rápidamente aún, y de inmediato el movimiento se fue transformando, bajaban, subían, pero a la vez empezaron a desaparecer y aparecer, intermitentemente. Yo apuré el paso, en verdad tenía necesidad de llegar lo antes posible a casa de mi novia, eran las doce, y a esta hora la circulación no es cosa fácil en esta ciudad. Anduve más aprisa y traté de fijar aún más los ojos en el cartel. No me atreví a tomarlo en serio, pero creí ver que una letra, una C bien dibujada y de un rojo llameante, se desprendía de la pared yendo a dar contra el techo de un automóvil, rodando luego hacia la acera, entre las gentes que parecían correr hacia todas partes. No quise dar crédito a esto, así, de una vez; quise alegrarme la vista, pestañeando unas cuantas veces de seguido, pero ya no era la letra solamente, no era la C llameante, ahora corrían todas las letras. A la cabeza iba una B más grande que las demás. Iniciaron la carrera, primero, cruzando entre un autobús y un camión verde, que cargaba unos cilindros de gas; dieron un salto amplio y comenzaron a meterse entre los árboles, a correr, como una cinta, rápidamente, a enredarse y desenredarse entre los troncos, se metieron violentamente entre unas ramas, desprendiendo las hojas, algunos pájaros se asustaron, volando desorientadamente.
    La carrera se fue haciendo cada vez más rápida. Yo no dudaba' ya; lo estaba viendo con demasiada claridad. Comencé a inquietarme.
    La gente caminaba con desesperación, algunos automóviles se detenían de repente, iniciaban nuevamente la marcha, con un portazo. Ahí venían las letras rojas entre columnas y las ramas, se deslizaban sobre los alambres del tendido eléctrico, perdían altura, casi se caían, rozaban
    las aceras, rechinaban sobre el metal de los autos. La B roja y más grande que las demás, una O redondísima, dos C veloces, una I nerviosa, otra O que rodaba sobre sí misma, y un número que se quedaba atrás, que se caía, se levantaba como en un golpe de viento.
    Ya no lo pensé más, y decidí caminar más rápido todavía, tropecé con uno de mis pies y entonces comencé a trotar, me decidí a correr. Las letras aumentaron su velocidad, volaron al borde de los baloeones, de los techos, chocaron con algunas puertas, yo corría y escuchaba el ruido, oía los pasos apurados de las otras gentes, las voces.
    Crucé decididamente el parque en una carrera, atravesé la calle, adelantándome a los automóviles, algunos frenaron con violencia, miré hacia allá, las letras rojas venían rebasándose unas a otras. Tomé la calle, metiéndome por detrás de un carrito de madera cargado de frutas y pensé que lo mejor era correr hacia abajo, oía el zumbido detrás de mí, miré los edificios y traté de convencerme de que la calle era bastante estrecha, lo cual haría dificultoso el extraño y temible vuelo de aquellas letras rojas, de un rojo vivísímo, como las lenguas de algunos pájaros.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 1:33

    REPÚBLICA DOMINICANA

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    CUENTOS




    LAPSUS

    (cont.)



    Mis piernas no daban más, estaban desarrollando el máximo de su capacidad de movimiento; de pronto se me ocurrió que era muy prudente aún el correr de una acera a otra, de este modo podría defenderme mejor. Por lo pronto a la B, por lo grande que era, no le sería muy fácil moverse con soltura, estaba seguro de que no podría realizar esos movimientos tan violentos. Comencé a correr de una acera a otra.
    Al cabo de dos segundos me di cuenta de que probablemente estaba haciendo el tonto. No era la B grande la que más peligro podía significar, las verdaderamente temibles eran las O. De esas era que había que defenderse. Porque las O, al ser tan cuidadosamente redondas, contaban con más facilidades para girar, y giraban sobre sí mismas vertiginosamente. Si una O de esas se metía en la calle, y de repente planeaba, tomaba velocidad girando como una cuchilla y se ponía horizontal, la muerte era segura. Un golpe, un corte en el cuello, sería fatal. A la altura de la cintura también significaría la muerte, quedaría uno cortado en dos mitades. Si una O de esas, bajaba mucho, casi se arrastraba, y tomaba a uno por detrás de la rodilla, ahí mismo se queda uno sin pierna, y ya no sería posible huir. La O es definitivamente, me dije, la más terriblemente peligrosa.
    Entonces, me pegué bien a la pared, bien pegadito, así podía evitar cualquier ataque de las O.
    Pronto advertí que casi no podía avanzar. El hombre derecho, la pierna derecha, y el brazo derecho, rozaban con la pared, y aparte de que esto no me permitía avanzar con rapidez, me estaba haciendo sangrar el codo, la rodilla y el hombro de ese lado. La carrera, de este modo, se había hecho penosa. Habría que cambiar de tácticas. ¿Qué tal si me metía en un zaguán? Así probablemente las letras pasarían de largo, velozmente, y yo podría devolverme, y escapar de una vez por todas de esta terrible persecución.
    Pero no. Esto no era seguro. Podía caer en una trampa. Imagínense ustedes que la retorciera el rumbo y entrara en el zaguán.
    Se me podría enroscar en la cintura, o en el cuello, y yo quedaría con los brazos en alto, por encima de los extremos de la letra, ¡Enyugado! En esa indefensión, era una víctima segura de las otras que me golpearían duramente en la cara, en el vientre, en todas partes. No, esto sería horrible.
    Seguí corriendo, esta vez por el medio de la calle quizás aquí no me buscarían, es demasiado tonto que alguien que quiera escapar lo haga tomando el mismo medio de la calle.
    Las esquinas iban quedando atrás con espantosa rapidez. Las casas, amarillas, verdes, grises, azules; los hidrantes, los huecos en las aceras, los letreros, las farmacias; todo pasaba raudamente, se iba hacia atrás. A unos cuantos metros más adelante ya estaba el mar. El muro primero, después el mar, las rocas, e inmediatamente, el mar. La avenida era ancha, demasiado ancha, después estaba el mar, había que seguir, no se podía detener uno en este punto. Ahí estaba la avenida...
    Al ascender la acera, un golpe violentísimo contra el monumento me hizo volver la cabeza, la B grande había chocado allí y venía hacia mí con increíble fuerza, directamente hacia mi. Todas las demás letras le seguían, llameantes, filosas, implacables. Yo me detuve ya. No iba a seguir en esta inútil lucha, abrí los brazos, me entregué!
    Me detuve al otro extremo del parque, esperando que pasara la larga fíla de autos. Volví el rostro hacia el teatro luego de haber pasado toda aquella maraña de árboles, allí estaba el letrero de un rojo vivo, vivísimo:
    BOCCACCIO...



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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 2:41

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    CUENTOS





    La mosca

    "Ah, maldición. .. ¡"
    Luciano apretó los dientes y los ojos un segundo y fue cuando sintió una cierta náusea. Algo así como si el estómago se le quisiera salir por la boca. Era una cosa amarga o agria que le subía por la garganta. No era una cosa líquida. Tal vez no era ninguna cosa.
    Lo cierto es que Luciano sentía una horrible necesidad de botarlo todo, de quedarse vacío, sin estómago si fuera posible. Tenía los ojos húmedos y una fría sensación de asco le erizaba la piel como tostada que tenía. Alguien abrió la puerta de vidrio del Bar y se metió gritando un bocinazo de automóvil. Luciano sintió perfectamente como le entró por los codos y por la nuca y por el centro de la espalda. Y sintió también cuando le llegó al vientre apretándole las tripas.
    Luciano se creía verde, o amarillo quizás, pero en verdad estaba gris. De un gris tenue y tranquilo. Un gris inalterable. Para él todo se hallaba detenido, todo estaba frío y pálido y apenas podía distinguir las cosas aparte una de otra. No obstante, se esforzaba por comprenderlo todo, por regresar al ambiente y a las cosas, fue cuando sintió cierto valor momentáneo que le permitió distinguir al hombre de camisa blanca que pasaba sobre la barra un paño que no olía bien.
    De pronto quiso temblar y se sintió débil.
    - "Ah, maldicion. . .!" -dijo alguien en el interior de Luciano y el estómago se le quería salir por la boca. Respiró entonces con dificultad como lo había hecho un minuto antes cuando tragó forzadamente su High-Ball ya desabrido y sin hielo. Sí, tragó forzadamente "esa maldita agua sin sabor" (como decía él) pero ¿y la mosca?
    ¿adónde había ido a parar esa desgraciada mosca ? "-la culpa de esto debe tenerla alguien, no sé quién, pero alguien. ..! ¡hijo de puta!" y apretó los'dientes con fuerza y apretó los ojos.
    Luciano maldecía su suerte y maldecía la de todos los demás.
    ¡Tocarle a él la mosca, precisamente a él, la única mosca que había volado en toda la mañana por el Bar! A él, a quien tanto asco causaba "ese maldito pájaro". Y pensar que estaba ahí todavía, allá, en lo más atrás de su lengua irritada. El la sentía fría, grande, húmeda, "con esas patas asquerosas" que tanto odiaba Luciano desde siempre. Cuando pequeño mataba él todas las moscas que podía -siempre por asco.
    Un día (sería muy niño todavía) ahogó "terriblemente" su primera mosca. Fue en la casa de su Tía Clara y la "maldita" andaba en una dulcera en la que Luciano había comido; siempre desde entonces recordó con alegría todo aquello. Lo recordaba perfectamente y a menudo contaba a su Mamá cómo echó el agua en la dulcera y cómo con un palillo de dientes impedía que el insecto moribundo alcanzara la orilla. "-Movía sus feas patas 0$1--" contaba Luciano y casi con odio movía sus dedos satisfechos...
    Desde entonces su juego favorito fue matar moscas. Siempre por asco. ¡Por eso nunca tocó una! Ahora el estómago se le quería salir por la boca... Había música en el Bar. Una música oscura que él no oía bien, que no entendía, como tampoco entendía las caras estúpidas de esos que no estaban borrachos. "-Deben ser extranjeros-" pensó "a lo mejor Yankis o Españoles, necios" -y sintió deseos de escupir pero no pudo hacerlo cuando volvió a sentir la mosca. La sentía enorme y húmeda sobre su lengua. Sabía él que estaba allí, asquerosa, negra, fría, "con esas feas patas" ...y el estómago le molestó nuevamente.
    "-Si no fuera por ese aspecto horrible, si no tuvieran esas patas duras como de alambre y esas sucias alas. si no tuvieran esa presencia abominable. . . si tuviesen otro color al menos. . . " y diciéndose estas cosas Luciano se acariciaba torpe y desesperadamente la nuca, y los cabellos. Y la música, oscura siempre, lo hundía más aún en la penumbra de un extraño sopor. Luciano se sentía de momento como arrastrado por un túnel húmedo, frío, oscuro ... En un extraño túnel donde las voces y los ruidos sonaban pesados, lentos, y macizos, como empujados imbécilmente, aburridamente.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 2:43

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    (1937 - 1972)


    CUENTOS





    La mosca

    (cont.)


    De súbito practicó, quizás inconscientemente, una nuevo esfuerzo por regresar a las cosas. Un esfuerzo vital por descubrirse en esa sombra, por volver a ser... Abrió entonces los ojos lentamente ... y se encontró junto a los hombres, y escuchó la música, y contempló un aparador repleto de botellas diferentes y se sintió entonces en un mundo más suyo, más conocido, aunque todavía un poco nebuloso y girante. Apretó ardientemente su vaso, se palpó la cara y se tocó los bolsillos de la camisa como si buscase cigarrillos. Se sentía más él, más suyo, sabía que estaba despeinado y estaba él girando con su vaso y su malestar, giraba, un poco más lento, pero giraba. Venía como de un sueño y venía girando, reconociendo las cosas, los metales, las botellas, los colores, el movimiento de las cosas y el brillo de los objetos, pero giraba, interiormente giraba...
    y recordó la mosca de repente ... y pensó en su estómago que se quería salir, y en su cabeza aturdida, en su malestar, en su asco...!
    "-Es cierto-" se dijo sonriendo de repente. ¡claro que bien puede haber moscas de todos los colores.Moscas-rojas, amarillas y verdes y azules, con las alas también de colores... y moscas que cambiasen de color como la vellonera del Bar... "Y se detuvo entonces en una sonrisa serena, limpia, fresca, ingenua. . . Era una sonrisa nueva entera, tranquila, plena. Era una sonrisa interior. Una sonrisa verdadera. ..
    Pensaba en una mosca azul, con alas azules y con las patas también azules. . . "Espléndida, sí, espléndida. .!" El azul siempre fue su color preferido, hasta su horóscopo lo decía siempre; por esto Estela vestía mucho de azul, aunque, en verdad, él quería a Estela aunque no vistiera de azul. En cambio ella vestía de azul. ..
    "- Una mosca azul-" decía cuando el estómago le dio un terrible salto. Apretó las mandíbulas y los ojos. Sintió la mosca, atrás, en su lengua. Luciano se sintió de nuevo como en un túnel, el asco le hizo erizar. Estaba gris. Iba a botado todo, pero apretó los ojos un instante ...
    "-Esta mosca es azul-:" se dijo y tragó entonces con fuerza...!



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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 2:45

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    CUENTOS




    La oportunidad

    Al salir de su casa pasó involuntariamente la vista por encima del calendario: 22 de diciembre, una buena fecha para tratar de cambiar un poco y olvidar algunas cosas que francamente no importaban tanto si es que uno va a aceptar que sólo son importantes aquellas cosas cuyo recuerdo no podemos evitar. Aspiró fuertemente el humo de su cigarrillo, rectificó el nudo de la corbata, se sacudió el saco tomándolo por las solapas, y finalmente puso el pie derecho sobre la acera, un paso más, otro, y ya era un transeúnte más en la calle que ascendía gradual-
    mente hacia la otra parte de la ciudad.
    En los días de la guerra él no hubiera ensayado ninguno de estos gestos. En verdad era un tiempo diferente. Nadie con cierto nivel de sinceridad en sus actos lo hubiera hecho tampoco. No obstante él comprendía que había algunos que sí lo hacían aún en aquel tiempo, y hasta recordaba al muchacho vestido de kaki que se ajustaba un sombrero negro, ligeramente inclinado sobre la ceja derecha y caminaba por los alrededores del cuartel general sonando fuerte y rítmicamente sus tacones. Cierta vez él pensó que se trataba de algo así como un cow boy venido a América en busca de aventuras.
    Pero hoy era otro tiempo. Ahora había que tener los pies en otra tierra. Lo importante ahora era defenderse.
    La defensa, le había dicho, es algo importante que puede tener en cada caso un sentido diferente. En la guerra, por ejemplo, la defensa está íntimamente ligada a la obligación de atacar. Es decir, defenderse es llevar la ofensiva. Ahora, en el otro tiempo, no es así. Defenderse hoy significa esquivar los ataques de los otros, evitarlos, bajar la guardia, esconder muchas cosas, en fin, ceder, ceder, o lo que es lo mismo: "Poner los pies en [a tierra" como decía alguien.
    El era un hombre con los pies en la tierra, según este concepto.
    A las ocho de la mañana se había levantado, entró al baño, tarareó cuatro o cinco notas de cualquier canción, salió fresco, afeitado, se sentó a la mesa, tomó el desayuno, y escogió un traje en el armario.
    El color más adecuado era el gris claro. Ni muy serio ni demasiado ligero. La corbata debía ser a rayas de acuerdo con los últimos dictados del buen gusto, las medias, claro está, de seda transparente, zapatos negros, lustrosos y un toque de colonia para acabar el detalle. Todo correcto.
    Ahora estaba en la calle, la caja de cigarrillos del lado izquierdo de la camisa, la caja de fósforos en el bolsillo derecho del saco, los lentes ahumados firmes sobre el puente de la nariz. Todo correcto.
    Al llegar a esta esquina debía detenerse un poco al borde de la acera hasta que el último auto de la fila pasara velozmente. Luego ya se podía cruzar, eso sí, con rapidez. Estas y otras cosas son las que hacen sudar a las personas en la ciudad. Ya estaba sobre el parque. La grama hermosa en los canteros, árboles frondosos, hojas desparramadas sobre el cemento, hombres, mujeres, paquetes, colores, mariposas, bocinazos, es decir, el parque...
    Allí al frente está la farmacia, más allá el salón de belleza, sobre la pared el cartel sobre una función benéfica, letras, manchas, paredes...


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 2:47

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    CUENTOS




    La oportunidad

    (cont.)

    Esta es la calle principal. Son las 9:45 . La cita es exactamente a las diez, ni un minuto menos. En una compañía de seguros el tiempo es cosa importante, es cuestión de sistema...
    El sudor le había opacado un poco el cristal de los espejuelos.
    Se los quitó con cuidado, extrajo el pañuelo del bolsillo trasero del pantalón y se disponía a limpiarlos cuando de pronto observó la muchedumbre que avanzaba en sentido contrario, a unas cuantas esquinas. Se acercaba rápidamente, a grandes zancadas, dando palmadas. Un gran cartel con letras rojas, dos banderas de diferentes colores, muchachos con cuadernos, muchachas con grandes bultos, y bullicio, un gran bullício que crecía rítmicamente a medida que avanzaba la muchedumbre.
    El sintió una rápida y extraña alegría que se tornó de pronto en una especie de dulce temor, un rápido relámpago que le estremeció.
    Un año atrás él estaría de seguro entre ellos. Es más, sería de los primeros, de los que vienen al frente con los puños cerrados, con la vista fija hacia adelante gritando estentóreamente: "¡Fuera!" " ¡No!"
    "¡.. .0 Muerte!"
    Un año atrás solamente.
    Pero han pasado muchas cosas. El gran enfrentamiento bajo las lenguas del fuego, los largos días cercados, el valor a duras y tensas pruebas, la cerrazón, el agitado furor de días y noches, las muertes de unos y de otros, sobre todo la muerte, mucha muerte, tal vez demasiada muerte...
    Al fin y al cabo todo concluyó. Todos salieron de la trampa.
    La muchedumbre avanzaba a grandes zancadas, se podía ver los rostros de algunos, los más expresivos, los más fogosos...
    Volvió el rostro automáticamente y observó la patrulla policial avanzando a sus espaldas, el coche celular detenido junto al parque.
    Miró otra vez hacia adelante, cuatro edificios y el letrero grande en el segundo piso: "UN/ON AMERICANA DE SEGUROS" . . . La cita era exactamente a las diez, ni un minuto más. Era una buena oportunidad para un buen empleo, bien remunerado, con seguridades, buenas perspectivas, una compañía con bases bien sentadas desde Nueva York hasta toda la América.
    Volvió a mirar hacia atrás rápidamente. Rastrillar de armas, porras negras en alto ya, hombres de rostros secos, un minuto más y chocarían. Miró hacia adelante, cuatro pasos más y el edificio con el letrero en el segundo piso. Titubeó un segundo, miró la muchedumbre, se colo-có los espejuelos ahumados y entró rápidamente, tomó las escaleras, subió a grandes zancadas, un grito grande fuera, cuatro disparos seguidos, sacó el pañuelo, se lo estrujó en la frente y siguió hacia arriba. Al entrar en las oficinas sus ojos cayeron sobre el reloj grande y redondo:
    Eran exactamente las diez de la mañana. Había llegado en el momento justo. Tenía la oportunidad.



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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:07

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    CUENTOS





    El cuarto

    Retrocedió de pronto en sus pensamientos y se vio sumido en el oscuro cuarto que fue su niñez. Un pequeño avión con alas de color zapote, un tren que lanzaba chispazos y bramaba igual que los barcos bajo la tormenta a la entrada del puerto, dos o tres mariposas recientemente pisoteadas, y el retrato de su Madre con largos y finos bigotes que él solía pintarle con verdadero y ardoroso cuidado.
    Se sintió con un poco de fiebre y algo molesto con la franelita a grandes rayas que le había encargado a Estados Unidos la tía Carmita.

    La ropa se le pegaba al cuerpo. Respiró el olor de algunos medicamentos, aquellas pomadas de olor muy penetrante que su Madre le frotaba en el pecho con insistencia cuando le agarraba la gripe. El tenía que permanecer encerrado en su habitación, escuchando a veces el golpe de la lluvia en el techo, las voces de los otros muchachos en la calle. Permanecía con la vista clavada la mayor parte del tiempo en las paredes, en las vigas del techo, en el piso de lustroso cemento gris, demasiado gris.
    El conocía bien esta fiebre, sabía que ella significaba meterse en la cama por muchos días, acostarse boca abajo y recibir los pinchazos de las inyecciones. Hacia la noche le frotarían el pecho y la espalda y apagarían la luz de la habitación. Todo quedaba entonces envuelto en una pesada atmósfera de malestar. Los ojos ardientes, la soledad, los pasos de la gente en la acera, los perros ladrando detrás de la casa...
    Jugaba a chocar el avión de alas color zapote con su tren de duros y filosos faroles cuando de repente se metió como una pedrada rápida y oscura la voz de la Madre. Sintió un trágico estremecimiento. Como si se despedazara el espejo de luz plomiza que colgaba en la pared del cuarto. La misma sensación del día aquel en que se le cayó de las manos el vaso en que tomaba la leche; desde entonces no había podido olvidar la boca y los ojos de la Madre, aquella boca alargándose, cerrándose, lúnchándose. Los ojos detenidos furiosamente.
    Miró hacia la puerta semientornada que daba al corredor y comprendió que era alrededor de las 3:30 de la tarde, hora en que debía comer dos galletas de soda y tomar cuatro sorbos de Kresto. Se sintió más febril aún y la voz de la Madre volvió a causarle escalofríos.
    Al punto entró, tras el chirrido de la puerta, María, muchacha negra y amasada, de redondos brazos y muslos hermosos, también redondos, que inspiraba automáticos deseos de tirarla al suelo y acostársele encima. El lo había intentado ya varias veces sin conseguir otra cosa que redondas carcajadas de María y quedarse por mucho tiempo con el peculiar olor de ella encima. Por eso cada vez se proponía no volver a intentarlo, después de todo eso no conducía a nada, era inútil. ¡Estaba probado! Ella no lo tomaría nunca en serio, además su Madre podría llegar a saberlo y esto lo llenaba de vergüenza. Lo avergonzaba también y lo hacía sentir demasiado impotente la risa de María.
    Tomó cuatro sorbos de Kresto y comió dos galletas de soda mirando los muslos y el vientre de la muchacha.


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:08

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    CUENTOS





    El cuarto

    (cont.)

    Cada tarde jugaba hasta la hora del baño en este cuarto cerrado y sórdido. El avión con alas de color zapote, el tren que bramaba como los barcos bajo la lluvia del puerto, una caja de talco en la que guardaba algunas mariposas muertas. A veces le gustaba pescar, entonces tomaba
    algún pedazo de alambre, lo ataba al extremo de un cordel y lo lanzaba a un rincón del cuarto. Esperaba un buen rato, lo traía lentamente hacia sí y volvía a lanzarlo con cierta tristeza que nunca se explicó.
    Al cabo de un tiempo se cansaba del juego, entonces le daban deseos de rayar algún libro, o la pared, y se iba calladamente al baño.
    Siempre era igual, se desnudaba, abría rápidamente el grifo y se estrujaba los pies, el uno sobre el otro, bajo el grueso chorro; transcurrían unos diez minutos y luego venía la Madre. Desde ese momento comenzaba a sentirse zarandeado, registrado, exprimido. Le estrujaban cuidadosamente, le hurgaban dentro de las orejas, le llenaban los ojos de jabón, le estregaban las rodillas fuertemente, y con un palillo de dientes le extraían el sucio de dentro de las uñas, cosa que le causaba gran molestia. A veces lloraba y se resistía a seguir soportándolo, entonces la Madre le agarraba fuertemente la mano bajo regaños hasta concluir su labor. El no sabía por qué, pero en ese momento, más que en ningún otro, se sentía atacado, hostigado, agredido, y esto le volvía rabiosamente indefenso. Finalmente le colocaban bajo el chorro. Era el mejor instante para él. Sentía el jabón resbalando encima del cuerpo, el agua cayendo sobre sus cabellos, sobre los hombros, hasta los pies. En ese instante se sentía solo, no oía las voces, no escuchaba la respiración de los demás, no veía las paredes de la casa. No había lugar a dudas. Era su mejor momento.
    Pero desafortunadamente duraba poco. Cerraban el grifo, lo agarraban por los codos y ya sabía lo demás: Un saltito y estaba sobre el borde de la bañera. Entonces era cubierto con una gruesa toalla cuyo olor ya conocía, después era cuidadosamente depositado sobre la cama y pacientemente se dejaba poner una descolorida pijama que la Madre extraía de un vetusto y opaco gavetero que en otros días había pertenecido a su abuela materna. Desde ese momento, 5:45 de la tarde, tenía que esforzarse en dormir plácidamente.
    Volvió en sí mismo cuando la pobre mujer encanecida emitió un grave y hondo quejido. El médico soltó el brazo de la anciana con un gesto fatalmente impotente.
    - "Ha muerto "- murmuró con sequedad.
    El se encogió ligeramente de hombros. Sintió como si aquella pequeña habitación en la que jugaba cada tarde se hubiese iluminado de pronto...



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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:12

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    CUENTOS





    A la vista de todos

    Bélgica, este relato comienza de este modo porque realmente, por más que lo he pensado, ninguna forma me ha parecido la justa, habiéndome decidido finalmente a hacerlo de la manera más fácil, más simple, más común, así, sencillamente: Bélgica. Y comenzar a contar, a dejar en libertad la imaginación trayéndote a la vida, a mi vida, como si en verdad existieras y hubieras hecho las cosas que no han ocurrido realmente en ningún otro dominio que en el de mi propia fantasía, que no es mi fantasía, Bélgica, sino tu fantasía, porque una vez que ya estás
    aquí, yo quedo relegado al plano del simple narrador y paso a ser mitad tu amigo y mitad tu enemigo, pero al fin y al cabo, la única persona que te comprenderá en el mundo.
    Te encontraré detrás de un mostrador de cristal en donde se exhiben alfileres, collares, pendientes, llaveros y otros artículos por el estilo; será de mañana, porque ya intuyo que eres un personaje algo desolado, quizás un poco dado a entregarse a esas largas horas vacías en que uno parece flotar en una atmósfera inútil y entristecida por la propia realidad de nuestra vaga conciencia del fracaso. Tienes una mirada pobre, inintencionada, y tus manos, demasiado delgadas, carecen de expresión alguna aún cuando apoyas el codo sobre el cristal y cierras el puño contra la boca.
    Estás ahí, a la vista de todos, mirando a la calle El Conde, que hoy lunes ha empezado a llenarse con la brisa fría de diciembre. Pasan los carros, las gentes, y tú a veces, absorta en esa realidad, tienes la impresión lamentable de que estás ahí destruyéndote despedazándote minuto tras minuto, sin salvación alguna en un mundo fatal en el que cada manifestación, cada movimiento cada ruido es ofensivo en el sentido de que no son otra cosa que signos gravesy fríos de un tiempo que rueda misterioso hacia la muerte.
    Es obvio que te coloco expresamente en una despiadada atmósfera de soledad, de espantoso abandono, con tal de hacer de ti el personaje que me permitirá relatar una historia extrañamente triste. Un cuento quiero decir, eso que uno hace poniendo un papel en la máquina y dejando que corra la imaginación, la fantástica realidad que sólo en el torturante mundo del escritor discurre y es sufrida hasta la más desesperada y cruel agonía. Por eso esto no ocurrirá en ninguna parte. Tú no existirás más que dentro de los rigurosos límites de este relato; aquí naciste para quedarte prisionera, viviendo sólo en virtud de un perfecto mecanismo de palabras en el que voy creándote sin que tú puedas rebelarte, condenada a un comportamiento rígidamente literario en pago a tu pecado original de personaje de cuento. Por eso, antes que nada, te impongo un nombre: Bélgica.
    Y estás ahí, mirando hacia la calle con una vaga expresión de aburrida incertidumbre. Llegaste a las ocho menos cuarto, justamente cuando el viejo de cabello cano y leontina giraba la llave en la cerradura "Buenos días", debe haber Sido tu expresión cuando, parada en la acera, cruzaste los brazos en espera de que el viejo se guardara ceremoniosamente las llaves en el bolsillo, empujara la puerta de pesado cristal "Push ", y se dispusiera a borrarte del mapa, del día, de la acera, con su primera despreciativa mirada de hoy lunes 3, mirada de bilis, de pesadilla nocturna, de canales 4,9,2,7 y 11 de TV, de Westclox en el centro de la esfera y Hot en el grifo del baño. Esa es la mirada, pero tú no sabes nada de estas cosas, para ti es solamente ese gesto de pretencioso labio inferior caído y espejuelos de concha, que no acaba nunca en gruñido, en rezongo, en rugido, en nada.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:15

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    CUENTOS





    A la vista de todos

    (cont.)

    Pones el pie sobre el mosaico, cuadrito blanco cuadrito negro, cortejo fúnebre, he ahí el entierro del grillo muerto de un golpe fenomenal contra la pared, imaginas, contra la viga de ébano, supones, contra el grueso cristal del jarrón verde hermoso adorno de sala (lenguaje de anuncio de prensa a un cuarto de página en la tirada del sábado, "En 'El Encanto' verdaderas maravillas en accesorios y artículos de lujo ", se lo llevan, diligentes y silenciosas las hormigas sobre el cuadro negro, sobre el cuadro blanco, te quedarías mirando, ojos redondos, fijos, el acto solemne, pero no hay paz para semejante ceremonia, la desordenas, vienes, cubo rodando por el suelo en el cuarto de atrás, a desatar la represión, la espantosa confusión creada con el primer golpe de escoba, flecos de guano, azotes, polvillo suave por el rayo de sol, ascendiendo, y terror de hormigas en tropel, alas duras, brillantes, a escobazos sacudes, sacas el grillo lo tiras a la acera y te vuelves para mirar el piso reluciente, "que se puede comer en él", lus zapatos de suela gorda echan a andar, vienen y van se quedan quietos, se pierden, suena la registradora, alzas la vista $0.00 centavos bailarina negra labrada en madera, artículo de gift-shop, caminas, vas detrás del mostrador "¿usted chequeó la cinta... ?"Callas.
    Leche en polvo, la de Cáritas, apretón de manos y escudo, Alianza para el Progreso; lata de las grandes, cucharadas, cucharadas, se revuelve con el agua "Anoche no pude dormir con la bendita tos!", "Cuando cobre te compro un jarabe" Dos panes mojados en el café con leche, se
    inflan en el estómago, se esponjan, se llena uno, Virgencita de Altagracia, que me hiciste el milagro", "Diez pesos mensuales, ¿quiere el trabajo?" Cuatro esquinas por la Padre Castellanos, se sale a San Martín diariamente, o después de la taza de café con leche, mirando la figura magra de tu madre que se muerde las uñas y golpea el piso con la chancleta, caminas por la acera, llegas a la San Martín "No tire la puerta", "Buenos Días" Chofer de carro público que habla hasta por los codos, toma el paño rojo, de lanilla, limpia el cristal, frenazo, semáforo de la calle Barahona, .....y se cruzó con unos billetes, lo trancaron, le echaron dos meses, no pudo ablandar al juez con las lagrimitas y el cuento de la hijita vomitando sangre" subes el cristal para no despeinarte, pagas, quince cheles, restas de una vez, nueve con ochenta y cinco te quedan del sueldo, "Son diez pesos semanales, ¿quiere el trabajo?" "Virgencita de Altagracia, me hiciste el milagro!' .....y me la puso hermano, me puso la multa; por un bombillo nada más, por la lucecita de la placa, lo digo que son abusadores!" Parque Independencia, parque Independencia, parque Independencia, árboles y más árboles están adornando el parque, pintan los bancos, desyerban, "LLEVE SUS NIÑOS AL JARDÍN ZOOLÓGICO", lo están poniendo bonito: sí, se te soltó la tablilla, se zafó, se te rompió el zapato, hilo y aguja, para las Pascuas te compras un par con el doble sueldo, ¡qué coincidencia!
    "Cosas de la tierra mía en tiempos de navidad... " "Ahora las emisoras de radio se han vuelto todo anuncios... es de los buenos, un Punto Azul, suena como una consola, hasta frecuencia modulada tiene, mírala, FM, es un tiro, lo hicieron los blancos peje...l" Aquí te quedas, "No tire la puerta", recuerdas; se quedó medio abierta, "Caramba, qué cosa, se quedó medio abierta la puerta!" Tu sombrilla negra y blanca, por si el sol, por si el agua, y llegas como un reloj, a las ocho menos cuarto; ahí está el viejo de pelo cano, girando la llave en la cerradura, guardándose ceremoniosamente el llavero en el bolsillo, se dispone a desaparecerte del mapa con su mirada despreciativa e insultante. Bajas la vista, entras, vas al cuarto de atrás, tomas la escoba, "una barridita nada más, así, por encimita, para echar el polvo solamente!':
    "¿Tienen aquí los medallones Hippies?" pregunta necia esa, si está mirándolos ahí, grandotes, "Qué preciosidad, ¡ay mira este Martha, qué chulérico!" Cinco cuarenta marcó la caja, envuelto en papel con hojitas verdes y frutitas rojas, navidad, navidad, tanto dinero por esta hojalata, la mitad de tu sueldo, eso es, pero ella se lo lleva "fas-ci-nada, estoy fascinada con mi medallón! ¿Con mi pull-over verde? ¡un atraco! ¡Un ángel de discoteque, eso es lo que parezco!" con la mitad de tu sueldo dándole hierrazos en el pecho; se pondrá a bailar, a menear las caderas. Tú con tu cabellito así, chorreando, y ella que va a sacudir esa cabellera shampoo "Palette" como en los anuncios de la Pepsi-Cola; tú no eres de esa generación porque tendrías que gastar medio sueldo en un medallón y todavía te faltaban los zapatitos de punta cuadrada.


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:18

    REPÚBLICA DOMINICANA

    RENÉ DEL RISCO BERMÚDEZ

    (1937 - 1972)


    CUENTOS





    A la vista de todos

    (cont.)

    Cuánta tontería, cuánta gallareta con los cinco dedos marcados en la cara, ¿qué le parece este alfiler? ¿Verdad que es de los más nicey", palabritas en inglés, eso es lo gracioso y tú que no resolverás el problema con ese "made in USA" impreso en las cajas que llegan de la aduana;
    son cosas que se caen por sí solas: faldita corta, cabello largo, naricita parada y lo más natural: "any way, me quedo con éste': Fascinante, te cayó gas; Luisito, cobrador en "Siglo Veinte", motocicleta Honda por esas calles y así le dicen, te cuenta él, vuelva el día quince" y ¿por qué no le pagan esos malditos ricos? Mucho gavetero, mucho sillón de extensión, mucho muebles daneses, mucho mándeme ese dormitorio Luis XV, y entonces lo dejan plantado a tu novio con los pagarés; pero se gastan el dinero, se dan gusto "O key, me lo llevo, envuelto para regalo, por favor “y Bélgica, como si no fuera de carne y hueso haciendo lindos paquetitos, poniendo lazos, pegando sellitos "El Encanto-novedades ", restándole quince cheles a su sueldo cada vez que sube un carro, ahí parada poniendo cara feliz "¿saludos, qué deseas?" ráfagas de perfume, de fijador de "¿será o no será?", respira que respira, humillada, hija de mamá que necesita un jarabe y "qué cosa es una cisterna don Andrés?"
    Entonces, para colmo, ahora ponen esa vellonera en la esquina, que no te deja dormir: "Que ilusión un nido levanté... lO tú en la cama "ese es Adamo O, Aldhemar Dutra, Manzanero, Los Magos del Ritmo, ¡vaya! cultura de Radio Mil, de radito portátil, y de sueño nada, "esos tigres son el diablo, a estas horas pidiendo más cerveza con una bocaza que se oye en todo el barrio lO, con el dedo gordo encontraste un hoyo en la sábana y el tipo que pidió 'Criolla" protesta porque no está fría; "no seas pendejo, Escalante", grita y de momento se confunde con la música, con la retreta esa que "no va a acabar hasta que nos juntemos todos y mandemos una carta a los periódicos y los noticiarios':
    dice papá, pero él sólo pelea los jueves cuando ha perdido en las carreras, se cae siempre con los mejores caballos y después dice que es un robo, que no se lleva más de "orejas" y la semana que viene está nuevamente haciendo líos para sellar su cuadro, de todos modos es un abuso ese escándalo que no deja dormir a la gente en el vecindario, uno que tiene que levantarse temprano para ir a trabajar, tan cansado que llega uno a su casa después de todo el santo día dando lástima, "Comprela, comprela", esto es casi pesadilla ¿tú no crees? el ruido del agua en el callejón, la gota en la piedra, "es un problema de zapatillas" no se puede dormir, y la música por dentro, en los oídos, que no le bastan plumas de gallina, verdaderos ríos de plumas saliendo por el hoyito poniéndose flaca la almohada, mete la cabeza ahí, no vale la pena, incómoda noche que se alarga en sábana rota siempre, en ajustar cuentas, en pensar, en volver a verlo todo sin querer, casi pesadilla ¿tú no crees? Así debe ser; tenía la pulsera de ámbar la maldita, la miraba entre los dedos, casi junto a sus dientes, "¿qué le parece, joven, qué le parece" iba y venía, se dilataba cada vez más y sacundiéndola en tu nariz, piedrecitas de ámbar, pajaritos muertos, insectos petrificados "bella, bella, bella, ¿no le parece?., manchas, jaspeaduras, parecen gotitas de sangre, "hermosa piedra" cuidadosamente sujetadas todas por hilitos de oro, racimo de ámbar, tenía ella la pulsera entre los dedos, se la llevaba casi a la boca, la ponía sobre el cristal, la retomaba, "es cara, sí, pero qué cara, es tan bella!" se la llevó, se la llevaba, dijo, papeletas de diez pesos, con la cara de Mella, el trabucazo, Bélgica, para la Independencia, 1844 decían en la escuela que los Haitianos y los Trinitario') y vino Mella y disparó en La Misericordia, en el Baluarte, cosas de la Historia Patria, Bélgica, y mira el trabucazo que te dan en plena cara, una pulsera veinte pesos el dinero tiene alas, la compró la mujer limpiándose la nariz con Kleenex y tú no puedes ("estamos en la lona, qué miseria!") pagar la casa, y los zapatos rotos, ia trabilla cosida ahí, como sea a hilo y aguja, no se puede coger el sueño bien, ¡qué barbaridad! La vellonera tiene de mala noche al barrio y uno trata de dormirse pensando cosas que en verdad parecen pesadilla, ¿tú no crees?
    "Sujétate la lengua, Mario que de momento te la cortan!" El techo de tu casa cruje a veces con el calor de todo el día, afuera, alineadas junto a la acera, amarillas, tablas; pintadas, verde gris, puertas abiertas, barandillas, despeinada "con esas greñas como alambre, muchacha vete a peinar': sentada en mecedora de palitos, las casas del barrio van cerrando la curva de la calle por un lado, y por el otro renquean hasta retratarse en el perpetuo charco de la esquina. Sabes perfectamente que el terremoto fue el domingo 4 de agosto de 1946 y que "El padre Lynch opina falla Milwakee causa sismo" porque te acostumbraste a leerlo en la división que pusieron entre tu cuarto y el de Mario recuerdas que decía "La Nación oye, ve y dice toda la actualidad mundial"; siempre ha entrado la luz del sol desde temprano por las rendijas de la pared que da al callejón donde las lombrices rojas se enroscan debajo de las piedras en la humedad del suelo. Recuerdas que tus pies se marcaban en ese lodo, charquitos de agua jabonosa dejaban, agua azulosa del lavado, "huella, te digo que eso se llama huella': pero hace tanto tiempo.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 11.07.20 3:21

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    A la vista de todos

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    Ahora te arreglas los cabellos, te quitas los rulos, te sueltas el pelo ante el espejito colgado de un clavo, mordiendo los pinchos y pasando el peine de gruesos dientes mientras inclinas la cabeza sobre tu hombro izquierdo. Oyes a Mario rabiar, acabar con el gobierno, con los ladrones y los guardias, con los yanquis "...por eso, coño, hay que meterles bombas, acabar a bombazo limpio con este maldito gobierno! ", y tú, que oyes a tu madre, mortificada, diciendo cosas por lo bajo, miras al fondo del espejo como si miraras a través del cristal y gritas" ¡Sujétate la lengua, Mario que de momento te la cortan! ", entonces sigues pensando, te dices que en realidad las cosas han venido mal desde siempre en tu casa, que ahora Mario perdió hace poco su trabajo en el Ayuntamiento pero que la situación no es nada nueva, es lo que has visto desde que tienes memoria y si no recuerda cuando aquella noche, durmiéndote en sus piernas, tu padre pasó su mano por tu frente diciéndote con cierta dificultad: "oye, Bélgica, no esperes que los Reyes te traigan esas cosas; nosotros somos pobres, hija, y a los pobres los reyes no les hacen mucho caso... ", si tienes buena memoria recordarás que tus ojitos se quedaron mirando hacia el final de la calle, unos muchachos jugaban a saltar por encima del charco mientras te decías para tus adentros que nunca más volverías a buscar en el cielo las tres estrellas esas que hace un rato hiciste que tu padre te mostrara por encima del techo de la casa de Gladys. En ese momento empezaste a ver que toda la gente no era igual, que habían pobres, que ustedes eran pobres, y empezaste a buscarle el sentido a aquellas palabras que decía tu madre hablando a veces con alguna vecina: "Imagínate, Felipe todavía sin trabajo!':
    Por eso has conservado demasiado fijas en el recuerdo ciertas cosas, por ejemplo aquella botella de "Malta Corona" en que comprabas el gas para la lámpara todas las tardes, tú, descalza, que apenas alcanzabas para mirar por encima del mostrador de la pulpería, viendo a Euclides medir el gas con un embudo, sí, un embudo, lo recuerdas perfectamente porque un día alguien en la tienda comentó que qué bien estaba eso de "la ley del embudo"; tienes en la memoria la fatiga de tu madre planchando camisas blancas "ve lávate esas manos, vamos a llevar esta ropa a la calle Pasteur" y también recuerdas el gesto grave con que ella, alguna vez envolvía las planchas en papel de periódicos y decía secamente a tu padre: "Voy a empeñarlas': Eso ha sido lo de siempre.
    Entonces piensas que esa rabia de Mario está bien, que no hay razón para pensar de otro modo, mucho menos cuando en el barrio los muchachos están como aburridos, siempre diciendo cosas por ahí, malhumorados, cayendo presos a veces o teniendo que esconderse porque la policía les tiene el ojo puesto encima desde que mataron por aquí a un capitán y ya casi no pueden reunirse en grupos en la esquina; es difícil vivir por aquí, pero mucho más difícil y molesto es ese trabajo tuyo, en "El Encanto", todo el día bajo la mirada ofensiva del viejo con leontina de plata, respirándole el perfume caro a las señoras que te restriegan en la nariz sus polvos, sus shampoos, su tintineo de pulseras y collares, te miran sin importancia, te pasan billetes de a cinco, de diez, de veinte, se ponen todas esas cosas que no pueden ser tuyas porque eso significaría tu sueldo, tu par de zapatos, la medicina de tu madre, 'y ahora Mario que no tiene trabajo, mucho peor"; total, para cobrar diez pesos, cuarenta pesos al mes, pero es algo. ¿Y qué más?, tú no eres secretaria de nadie, no eres "Bilingüe'; no estudiaste en el "Gregg", nunca te paseaste por la avenida Independencia, bajo los álamos pasando por la acera del "Lina, cocina internacional" con tus libros y esas cosas que llevan las muchachas de allá abajo, tú no eres nada, Bélgica, tú te peinas ahí, mirándote en un espejito colgando en un clavo y eres novia de Luis que los domingos viene a tu casa con un tocadiscos portátil para oír discos de Manzanero y después te lleva en su motor a pasear por la avenida Kennedy; Luisito es buen muchacho, Bélgica, es cobrador de una tienda de muebles y a lo mejor le fían unos de tres piezas para cuando se casen ustedes a ver si no te sientas más en butaca de palitos, si hubiera ganado el PRD entonces quizá ya estarían casados porque a Luis le ofrecieron un empleo en una secretaría pero aquí las cosas salen al revés, aunque nadie sabe si, como dice Mario, "se arma una vaina de momento" y entonces uno respira por fin.
    Por eso, mientras te peinas dificultosamente, mientras caminas, mientras esperas a que el viejo guarde ceremoniosamente el llavero en su bolsillo, mientras apoyas los codos en la vidriera, estás pensando cosas de tu vida, estás mirando tu mundo, interpretándolo, buscándole la vuelta a todo eso; y piensas porque tienes derecho a hacerlo, porque nadie te lo puede impedir mientras tú eres una muestra, una referencia, una prueba de lo que está pasando a tu alrededor, a mi alrededor, entre nosotros.
    Entonces no valdrá nada, podré yo cambiar palabras, elegir a jugar Cortázar, con todo este lenguaje; Cortázar batra la gualen, circunloquia las insulsias, quiere partir de nada, del cero, ochenta vueltas alrededor del día, ochenta días, ochenta días volteando el mundo, y todos los juegos, en cambio, el mismo fuego y resulta que no hay ningún fuego. Se hace magia todo, la realidad sólo es la magia y la magia sólo vive del absurdo, de los zapatos viejos, de las botellas, porque nadie existe sino por obra de la fantasía, la fuerza del lenguaje, el mundo entero en la fantasía, la magia es El Aleph y vivir es jugar a La Rayuela, lo que quiere el escritor.
    Entonces yo he querido hacerte un personaje. Para perderte, confundirte, luego en un desorden de palabras, de miedos, de falsedades, de egoísmos; pero resulta que antes que yo existe el mundo y está ahí, lleno de tiendas, de dinero, de sangre, de barrios, y tú vives ese mundo de pasmosa autenticidad de donde no podrá sacarte nadie para hacerte un simple personaje de cuento.
    Por eso estás ahí, a la vista de todos, mirando tu mundo, pensando en tu vida, considerando lo que pasa a tu alrededor. Carne y hueso, cabello y jugo gástrico, vestido feo, mirando.
    Entonces Bélgica, un escritor, sólo debe entrar a tu mundo para contar verdades.



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    Mensaje por Lluvia Abril 12.07.20 2:50

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    Se me fue poniendo triste, Andrés
    (A mis padres, a mi hermano)


    - "Pedro Juan, tu Negrita se está por morir':
    Eso fue todo, Andrés. Y yo me le quedé mirando, mirándole los ojos que se le ponían de vidrio de botella de Malta. Así de quemados y oscuros. Después, ya el cuarto se iba llenando de pesados celajes, las paredes comenzaron a ablandarse para que allí la luz de la vela se pegara temblorosa y yo viera la sombra de su cabeza parpadeando sobre las tablas manchadas por los aguaceros. Ella no dijo una palabra más, sino que hizo como si mirara las vigas del techo, y las gotas de sudor se le quedaron en la frente como si por dentro le estuvieran hirviendo los pensamientos, los recuerdos, las tristezas de tanta vida de apuros y trabajos. Yo la miré largamente, me clavé los codos encima de las rodillas y me puse a mirarla y a pensar sin querer, dejando que la cabeza se embobara con todo lo vivido, con esos largos días nuestros que los malos espíritus no se cansaron de enredar desde aquella tarde en que pedí a la Negrita que se viniera conmigo y ella apareció en el vano de esa puerta, trayendo una funda con su ropa y enseñando una sonrisa suave, que no era casi una sonrisa, sino ese gesto dulce que tienen algunas santas de las que sacan en procesión ciertos domingos por el pueblo.
    Yo me quedé mirándola y recordando cosas. La vi cruzar la habitación, yéndose a sentar debajo de la ventana por donde se metía el aire húmedo del río y el apagado chasquido de las aguas en los pilotillos del muelle. Allí se quedó entre lejana y resignada, como si todavía no se diera cuenta de que en esta casa, a la que acababa de entrar, ya su presencia nos estaba obligando a compartirlo todo, el silencio, el espacio, el tiempo, todo.
    Cuando regresé con los plátanos para la cena, ella aún se miraba las manos, juntas sobre la rodilla, y encajaba los tacos de los zapatos en el barrote de la silla verde. Tuve entonces que ponerle la mano en el hombro y decirle confianzudamente "es usted la mujer, en el anafe hay carbón y hay tres huevos en el guardacomidas " Nunca más tuve que repetirle esto, ni siquiera por broma. Negrita comprendió desde entonces el destino y por eso aquella misma noche, antes de acostarnos, sin decirme nada tomó diez centavos de encima del pasamanos y regresó con azúcar y café. En 10 adelante, cada vez que yo miraba a la Negrita, tenía que encontrar ese mismo gesto que se me fue metiendo en el alma y que muchas veces me dio ganas de llorar, cuando encogiendo los hombros, me decía "¿ y qué? Yo casi no tengo hambre ", y tenía que obligarla para que tragara un pedazo de yuca o para que probara el pan con salchichón. "Tú eres el que afana': decía, "es justo que te compres siquiera un pantalón, yo con los trapos que tengo estoy bien, total que no salgoa ninguna parte".
    ¡Y yo que la conocí por casualidad! fue en los tiempos en que yo tenía la "Mercedes", que era una yola grande y liviana pintada de blanco y rojo, con el bronce de los remos siempre tan brillante que los muchachos de "Villa Duarte" me conocían desde que yo salía del atracadero de aquel lado, "¡A que esa es la "Mercedes!", apostaban.
    Una mañana vino la Negrita y me dijo que iba a la ciudad a buscar un dinero, que me pagaba de regreso, y yo, que no sé por qué la miré de una vez con picardía, le dije que sí que subiera, y comencé a remar, mirándole los ojos que se le entretenían en la espuma que corría junto a la "Mercedes':
    Ya de regreso yo no quise aceptarle su dinero. Que se comprara caramelos, le dije, y seguí mirándola cuando ella hacía girar la sombrilla detrás de su cabeza, moliendo la luz del sol entre las varillas negruzcas, abiertas como una telaraña sobre el río. Ella venía sentada en la popa de la "Mercedes" y yo silbaba algo del Trío Reynoso. No dijimos una palabra, pero yo sé que por dentro de 10 que yo silbaba iba caminando el gusanito de la mala intención, para hacerle cosquillas en el oído a la Negrita, Yo no me estaba dando cuenta, hasta que me sorprendí repasando el pedacito ése, Andrés el de "baila mi merengue que entre las mujeres tú eres mi derriengue". Pero la Negrita no estaba en eso aquella mañana, ella traía los ojos en el agua y su silencio era como si viniera del fondo del río. Y es que ella era así, tenía esa manera de quejarse lejos, que obligaba a uno a reparar en su presencia, porque ella misma se iba, dejaba por su cuenta su lugar y entonces uno comprendía que lo estaba haciendo para dejamos vivir, para que yo no tuviera esa mañana el lastre de su misterio que estaba ahí, en la popa de la "Mercedes", y pudiera escuchar el chapoteo de los remos sobre su silencio profundo, en el que bogaban hojas, papeles, pedazos de ese mundo que la Negrita hacía difícil y cercano, inexplicable. Quizás ese merengue de los Reynoso era lo único que verdaderamente vivía en
    ese instante sobre el río. No porque yo lo silbara, porque vivía solo aún cuando nadie lo silbara, porque permanecía oculto en la caja de los acordeones esperando siempre la mano del que fuera a tocarlo, del que viniera a echarlo fuera, a ponerlo en los labios de alguien, que como yo, no sabía claramente por qué lo silbaba con la intención de que pudiera escucharlo quien ya no estaba ahí, porque te juro, Andrés, que la Negrita desde entonces se había ido en el silencio y aquel merengue la buscaba sin llamarla, sin yo querer, sin ninguna palabra. Tuve entonces que decirle 'ya llegamos", cuando sentí la arena contra el fondo de la yola, y ella tuvo que bajar, quizás sin quererlo también, como si comprendiera que los dos ya estábamos juntos en algún sitio que no era en esa orilla. ¿En el destino, Andrés, así se llama? Yo no lo sé. Porque tendría que averiguar si el destino es antes, o después.
    Fíjate Andrés cómo es la vida, después de aquello como que se achicaba el mundo, ya nos encontrábamos como tú tienes que encontrar esta cama, ese vaso, aquella ponchera, ese San Miguel en la pared, si es que te pones a dar vueltas en el cuarto. Por eso en el bar de Vicente ella me puso la mano en el hombro aquella noche de Año Nuevo, y yo me di cuenta de que sus palabras nada tenían que ver con el gesto de sus ojos. Me saludó como siempre "¿Pedro Juan, cómo le va?" pero su mirada estaba lejana como si no me viera en este mundo, sino en otro mundo en el que yo no hacía nada con aquel trago de "Jacas" en la mano, porque dejaría ese trago, y ya le hablaría riendo, ya caminaríamos hacia un lado del bar, ya bailaríamos cerca de la vellonera, y ese era el que importaba a sus ojos, el que estaba dentro y lejos de mí, el que ya estaba con ella en algún sitio mientras la Negrita reía con su vestido de flores y yo la soltaba y le daba vueltas para que los muchachos aplaudieran con el fuego del ron en los ojos, mirando las caderas y mi mano que rodaba a veces sobre su espalda mojada. Tal vez fue esa noche cuando mejor lo comprendimos los dos. Por eso cuando Candito trató de echarle el brazo, ella se dejó caer sobre mi hombro y yo seguí hablándole como si nada a la cara arrugada de "el ñato ': que del otro lado de la mesa hacía por entenderme entre los humos de la borrachera, achicando los ojos y repitiendo como hipnotizado "así es, así es, así es':

    (cont.)


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    Se me fue poniendo triste, Andrés
    (A mis padres, a mi hermano)


    (cont.)


    Yo recuerdo cada fecha, Andrés, porque las cosas se iban sucediendo de manera que no podían evitarse. Era como si te leyeran la taza y te dijeran que vas a hacer un viaje y después tú, en medio de ese viaje, pensaras que cuando te leyeron la taza te lo avisaron. Sólo que a nosotros nadie nos anunciaba nada, sino que sucedían las cosas ellas solas, pero sucedían así, como suceden esas cosas que se anuncian, que se dicen antes, y que nadie puede evitar después que ya se han visto en una taza, o lo han dicho las barajas. Ya nosotros, Andrés, nos pasaban las cosas así mismo.
    Después de aquella noche de Año Nuevo, en el bar de Vicente, con Candito y "el ñato" ya yo sabía que la Negrita y yo éramos peces en un mismo chinchorro, por eso, cuando al atardecer del cinco de enero, la vi bajar por la escalera del puente viejo, le dije al señor vestido de blanco que me perdonara, pero que yo tenía el viaje comprometido, y justo cuando se apagó la última nube sobre el malecón y comenzaron a brillar los faroles de los carros sobre el puente, yo había amarrado la "Mercedes" a un pilotillo del muelle y subíamos la cuesta de la Calle Atarazana, la Negrita hablando de los hijos de su hermana Carmen, que ya no creían en los Reyes y yo diciéndole que no importaba, que les compráramos esa muñeca y ese trompo porque en el fondo a todos los niños les gusta jugar aunque no les importe el Día de Reyes. Te cuento eso, para que veas por qué me acuerdo de las fechas, porque cuando regresamos de la ciudad, justamente pasando bajo la puerta de San Diego, la Negrita hizo como si quisiera tragarse el cielo por la nariz, echó la cara hacia atrás, cerró los ojos y respiró muy hondo, tan hondo, que yo oí su respiración creyendo que lloraba o algo así, y la vi pegada a las piedras, entreabriendo ahora los ojos y diciéndome que esa soledad la había hecho sentirse de repente feliz y me tocó en el hombro con su mano extendida. A la verdad que en aquel momento, Andrés, todo parecía haberse detenido. Sólo faltaba que yo me le acercara como lo hice, con la boca abierta, y me le apretara ahí, entre las piernas, sintiendo que ella se me amarraba con sus muslos duros y ahí, pegados a esas piedras de San Diego, yo vi cómo la noche se iba abriendo poco a poco y la escuchaba a ella como hablándome desde muy hondo, diciéndome que me quería y que ella sabía bien que esto tenía que pasar porque algo se lo estaba diciendo en el oído desde hacía mucho tiempo, y yo diciéndole que sí, que yo también lo sabía y que por eso, cuando la vi bajar esa tarde por la escalera del puente viejo le dije al hombre que tenía el viaje comprometido, y entonces recordé cuando se apagó la última nube sobre el malecón y vi los carros con los faroles encendidos en el puente, y me le pegué bien fuerte a la Negrita, bien adentro, y así me estuve hasta que comenzaron a ladrar los perros por esas calles que bajan del Alcázar y yo me retiraba un poco a cerrarme el pantalón, mientras ella se agachaba a recoger el paquete con la muñeca, y el trompo. Y te digo que todo esto pasaba como si estuviera escrito, como si fuera algo que se cumplía según estaba dispuesto, porque ni ella ni yo, te lo aseguro, hicimos nunca lo más mínimo por llegar a nada. Y ella mucho menos que yo, que por lo menos dejaba que las cosas fueran pasando. Pero la Negrita ni siquiera eso porque ella insistía en negarse a la realidad y sólo actuaba casi como si fuera en un sueño, como si fuera sonámbula. Así como cerró los ojos aquella noche bajando por San Diego, cuando empezó a sentirse sola, lo hizo siempre, siempre igual, en el bar cuando Candito quiso echarle el brazo, en la popa de la "Mercedes" cuando se quedaba callada y ausente, en la playita del Isabela cuando algún sábado por la tarde nos fuimos río arriba mirando los barrios en la orilla, siempre lo hizo igual, así, dejándose hacer, desprendiéndose de ahí, de su lugar, dejando espacio al misterio que nos empujaba, que nos separaba de los demás, y nos juntaba inevitablemente, Andrés.
    Por eso llegó el día en que los dos creímos que ya todo estaba decidido, y así, sin pensarlo, como si me lo hubieran ordenado, le pedí a la Negrita que se viniera conmigo a esta casa que tú sabes que estuvo siempre sola, porque yo no había tenido nunca antes a nadie en quien confiar hasta el punto de creer que su compañía podía hacerme sentir mejor. Y como te conté, esa misma tarde ella se apareció en el vano de esa puerta, con la sonrisa suya que no era casi sonrisa sino una manera de parecerse a las santas que hay en la iglesia de Villa Duarte, y yo la vi ahí, como me está pareciendo verla ahora mismo, ahí parada la Negrita, llenando desde entonces esta casa con ese gesto de gente buena que tenía y que hacía que uno la quisiera sin decírselo, porque hasta eso creía uno que podía avergonzarla. Desde ese día, Andrés, desde esa tarde, todo fue tan triste y tan duro, que sólo la buena voluntad de la Negrita pudo darle fuerzas a uno para llevarlo con resignación y con un poco de fe hasta el día de hoy, en que te estoy contando todo esto, pensando en que lo único que me da valor para hacerlo todavía es ese recuerdo de ella. esa sombra de ella ahí en el vano de la puerta como el primer día, su cabeza ahí en la pared, sus pies ahí en los barrotes de la silla, el recuerdo de su voz que se deja correr a veces desde el patio, los celajes de su imagen que cruza todavía por delante de la cama y viene a sentarse aquí, a mi lado, sin hablar.
    Nuestra vida fue dura, Andrés. Primero fue un tiempo de lluvias que se metió y llovía entonces sin parar día y noche y yo me estaba sintiendo ya mortificado porque la gente no quería cruzar en yola a la ciudad en esos días, sino que preferían hacerlo en un carrito por el puente, y la Negrita pasaba las de Caín teniendo que hacer las cosas de la casa con lo poco que podía yo traerle en esos días, veinticinco centavos unas veces, cuarenta otras y así. Entonces fue que vino el ciclón ese, "Inés" (ya tú no estabas aquí para ese tiempo) y comenzaron a decir por el radio que venía a cruzar por Macorís y que se iba a llevar la capital. Como yo conozco lo que le gusta alarmar a la gente que habla por el radio, le dije a ella que no se apurara, que eso no venía para acá, que los ciclones se van a morir por Barahona o se meten a Haití, pero cuando a media mañana volvía a la casa, ella me esperó con los ojos muy grandes, diciéndome que en el ventorrillo de doña Pura le enseñaron un "Listín" con un mapa que tenía una flecha diciendo por dónde venía "Inés" y que a las ocho de la noche esto no se iba entender. Yo le dije que lo mejor era comprarse algo para no pasarlo así y le pregunté si tenía suficiente gas para la lámpara.


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    Se me fue poniendo triste, Andrés
    (A mis padres, a mi hermano)


    (cont.)


    Volvimos a la casa con plátanos y café y una botella de gas, y la Negrita empezó a tapar con periódicos viejos todos los huecos en las paredes. Ya a las cuatro de la tarde la gente por aquí se había puesto a creerle demasiado a los del radio y fue entonces cuando llegó una guagüita de la Defensa Civil, vociferando que no se salvaría nadie dentro de su casa, que las inundaciones nos arrastrarían inevitablemente porque la fuerza del ciclón era terrible y había que trasladarse a un refugio que había más arriba del puente, en una escuela. Te repito que yo nunca le he creído a esas gentes que vociferan cosas, Andrés, como si quisieran meter miedo, y por eso me le encaré a la Negrita cuando quiso meterme en la romería que se armó, entre una cantidad de tontos que empezaron a irse de sus casas sólo con lo que llevaban encima, y le dije que no, que ni siquiera le haría caso a la orden de la comandancia, de llevar las yolas un poco más arriba, que eso no pasaría por aquí. Y me dio mucha pena después cuando la vi llorosa, temblando de miedo en un rincón, y me puse a contarle que cuando San Zenón fue otra cosa, que ahora no pasaría lo mismo porque la gente lo que tenía que hacer era no salir a la calle a emborracharse, que yo no iba a aconsejarle lo malo para ella. Ya la tenía convencida, cuando al oscurecer, se presentó un camión de guardias que llegaban a las casas golpeando con los fusiles en las puertas y diciendo improperios "porque el Gobierno nos quería hacer un favor y estos muertos del hambre estaban de mal agradecidos" y así fue como nos fueron obligando a todos los que estábamos en nuestras casas, a subir a los camiones.
    Estaba lloviendo muy fuerte, Andrés, y yo recuerdo que cuando cargué a la Negrita y la ayudé a agarrarse de la baranda, me viré a recoger la colchoneta que ella había dejado en el suelo, fue entonces cuando oí como un resbalón y de una vez un golpe seco, cuando vino a gritar ya estaba yo agarrándola y veía su cara rota, llenándose de sangre que le corría con la fuerza de la lluvia por el pecho y los brazos.
    La Negrita me miraba con unos ojos desesperados debajo de la herida gruesa como un labio, "me caí, me caí, Pedro JUiW" me dijo y yo le puse mi camisa apretada en su frente, ya caminando el camión, porque los guardias dijeron que allá en el refugio se ocuparían de ella los que tenían que ver con eso. No te voy a contar lo que pasamos esa vez en aquel edificio con las ventanas rotas, por donde se metía todo el aguacero y el viento y donde no había un solo escalón para sentarse la Negrita con su dolor de cabeza y su fiebre, a tomar un trago de café caliente que yo le había conseguido. Nos pasamos la noche pegados a la pared, oyendo la lluvia y la gritería de los niños, porque el ciclón no vino esa vez.
    Desde entonces ella sentía esos dolores de cabeza que le quitaban el sueño muchas veces. Pero ella me lo ocultaba, me decía que no, que no le dolía, que para qué comprar calmantes si con cinco centavos se podía traer salsa de tomates y azúcar. Pero yo la sorprendía de vez en cuando apretándose las sienes con los puños, o aquí acostada, de cara a la pared., crujiéndole los dientes de tanto aguantar el dolor. Yo sé que tú me dirías que exagero, pero te aseguro que ya para entonces, yo presentía todo esto, era como que yo lo había leído en algún sitio, que lo de nosotros no se quedaba así nada más; pero tú vas a decir que yo exagero seguramente. Pues la verdad, Andrés, es que todo vino tal mal que sólo para algo mejor pudo haber sido.
    Te imaginas ahora por qué vendí la "Mercedes" ¿Sabes cuántas radiografías le hicieron a la Negrita con ochenta pesos? Total que como quiera hubiera tenido que salir de esa yola, porque desde el día en que al hijo de Anjito se le ocurrió ponerle motor y techo a la suya, la gente no se subió más a una yola corriente. Entonces fue que vino la protesta de los que no teníamos dinero para comprar un motor y nos estábamos muriendo del hambre, y por eso es que ahora se turnan, las de motor un día y otro día las sin motor. Pero como quiera ya no es lo mismo, Andrés, no fue lo mismo. La gravedad de la Negrita vino precisamente cuando ya no se trabajaba todos los días en el río porque ya habían aparecido las yolas con motor. Yo sé que tal vez, ganando más dinero, se hubiera podido salvar a la Negrita, yo no sé, pero quizás. Sólo que después que un hombre se ha pasado la vida cruzando por encima de ese río, cómo diablos encontrar un chele en tierra que no sea haciendo lo mal hecho, Andrés? Y yo no hice lo mal hecho, ni la Negrita hubiera vivido un minuto de más por un dinero sucio.


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 12.07.20 2:57

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    (1937 - 1972)


    CUENTOS




    Se me fue poniendo triste, Andrés
    (A mis padres, a mi hermano)


    (cont.)


    Por eso te digo que no exagero, eso tenía que pasar para que fuera mejor porque lo nuestro no se quedaba así, porque era como si lo hubieran dicho en las barajas.
    Y se me fue poniendo triste, Andrés. Los ojos se le fueron perdiendo entre las fiebres y ya la Negrita no veía ni escuchaba nada sino que vivía con un panal de avispas bravas en la cabeza, con una bulla que la tenía aturdida, y sudaba, se le perdían las manos en la cama (ahí andan sus manos Andrés, la sombra de sus dos manos solas) y se callaba, encogida como un pájaro muerto.
    Yo cerré la ventana, Andrés, para que la luz no la asustara más, para que se quedara aquí sobre las sábanas como un montón de oscuridad, para que siguiéramos ella y yo lo que habíamos empezado sin saber y que no podía terminar (no te exagero). La Negrita se me fue poniendo triste y ya no sonrió otra vez, ni dijo nada, ni se movió jamás, hasta que aquella noche, con la luz de la vela temblando en la pared, con un silencio parecido a este, se volvió hacia mí con la más dolorosa dulzura:
    - "Pedro Juan, tu Negrita se está por morir".
    Eso fue todo, Andrés. Y yo me le quedé mirando, la miré largamente, me puse a mirarla y a pensar sin querer, dejando que la cabeza se embobara con todo lo vivido.
    Ahora te he llamado a ti, Andrés, porque siento que esto ya va a seguir y necesito a alguien que me guíe. Nadie mejor que tú que tanto me quisiste, que me conociste tanto como yo a ti porque estuvimos juntos desde aquellos días en que bracéabamos desnudos en el río, cuando el viejo Payano nos enseñaba a remar y a achicar la yola con un jarro. Por eso te he llamado, Andrés, porque crecimos juntos y nos hicimos hombres en esta vida, llevando gente de un lado al otro, navegando esta misma agua, cruzando este mismo río. Por eso, Andrés, porque asimismo también te vi morir un día cuando no aguantaste más el hambre y me dijiste 'no doy un viaje más: y dejaste la yola a medio varar y después te vi flotando debajo del puente, con los ojos amarillos e hinchados. Por eso, Andrés, porque te conocí, porque sé que donde estás debes haber visto llegar a la Negrita, porque tú sabes donde está, donde me espera. Porque me voy a morir, por eso te he llamado, Andrés, y te lo he dicho todo. Mira, ya empiezo a morirme.
    Me estoy alejando de esta cama, voy a cerrar los ojos. Silbaré aquel merengue del Trío Reynoso, ¿sabes cuál es Andrés? Entonces tú me tomas las manos y me llevas dónde está la Negrita, quieres?


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    Mensaje por Lluvia Abril 13.07.20 1:03

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    Esta noche acabará dentro de poco

    Yo que voy arreando mis chivas, procurando sacarlas de este cañón al que ellas vienen cada día buscando de beber, porque en muchas leguas a la redonda no hay sino el agua amarga de este arroyo que por años nos ha servido, sin embargo, para regar las papas y para tomar nosotros y los pocos animales que se pueden criar por estos caminos pelados y pedregosos. El sol está en mitad del cielo lo que quiere decir que es mediodía y debo llegarme a la casa porque Ana, que no se puede mover la pobrecita, debe estar mareada de hambre. Esta mañana, muy poco después del amanecer, tomó una gota del té que preparé antes de salir yeso es todo 10 que se ha echado a la barriga en lo que va del día; ya se sabe que los sábados Eugenia es la que queda atendiendo las cosas del rancho pues hoy se cierra la semana y el trabajo en el conuco y con los animales tiene que ser duro, mucho más en estos tiempos en que las cosas se han puesto tan feas por aquí.
    Si no se anda ligero vienen los del ejército y revuelven los sembrados, se lo llevan todo y hasta matan "las chivas, porque ellos dicen que esto está lleno de unos guerrilleros muy peligrosos, que en tiempos de guerra las cosas se hacen de la manera en que a ellos les conviene. Yo, en verdad, no he visto todavía a nadie con cara de bandido por aquí, a pesar de que los soldados no son locos para estar malpasando en estos montes sin motivo ninguno, además, anteanoche se oyeron unos tiros por allá arriba y me dijo Ana que en la madrugada ella escuchó unas gentes que cuchicheaban como patos y que uno de ellos parecía quejarse cada vez que daba un paso. Después, por la mañana, yo encontré unas gotas de sangre cerca de la casa; pero nada más. Esos pudieron ser los guerrilleros de que me hablan los soldados, pero yo nos los he visto, es la verdad. Lo que sí he oído durante la noche es a los perros ladrando; pero pienso que puede ser por los del ejército, que se están regando por toda la región. Ellos dicen que hay un tipo muy malo, que es el jefe de los que andan persiguiendo, que si lo agarran lo van a liquidar, hasta me dieron un papel con el retrato de un hombre con barbas, diciéndome que ese es y que ahí estaba escrito que daban qué sé yo cuántos pesos al que dijera dónde estaba ese hombre. Dios me libre a mí encontrármelo, Yo no quiero ni un centavo teniendo que decir dónde está nadie para que vengan a matarlo y después me quede eso en la conciencia; además yo soy una mujer muy vieja que puedo morirme con un susto así, si es que no me matan los guerrilleros, porque me dijo un soldado hace unos días, mientras yo le preparaba café en casa, que esas son gentes muy malas que andan robando y matando y lo que quieren es quitamos lo poquito que tenemos, que para eso están los del ejército aquí, para defendemos, y por eso hay que darles a ellos todo lo que necesiten y contárselo todo. Estas son cosas que vienen a contrariarle la vida a uno. Ahora tenemos que estar al salto de la pulga: los guardias por un lado y por el otro el miedo de venir a caer en manos de esa otra gente, que lo que quiere es abusar de uno.
    Ya se está haciendo tarde, así que tengo que apurarme para sacar estas chivas de aquí. Lo malo es que las malditas son tan mañosas que ahora les ha cogido con venirse hasta la parte más honda del cañón, por allá abajo, por donde se van poniendo más negras las aguas y hay
    unas rocas grandes, llenas de limo, que forman cuevas muy oscuras y húmedas (de momento por ahí me sale algo malo), entonces esto por aquí, más pedregoso que ninguna parte, hace que uno se sofoque y se maltrate los pies, dando cada resbalón y tropezando a cada paso, suerte que he encontrado un buen palo que corto ahora con mi cuchillo y cuando siga caminando ya voy mejor, apoyándome en él, y con todo yeso estas desgraciadas chivas me están haciendo sudar hoy más que nunca; tengo que buscarlas por todas partes, aunque la garganta del cañón se vaya estrechando y yo oiga el ruido del agua entre las piedras, como si estuvieran gritando debajo de la corriente muchos ahogados, muertos que todavía se creen vivos y vocean debajo del agua que corre negra y amarga por este lugar, haciendo ese ruido, ese rún-rún que se va, se devuelve, se queda dando vueltas entre los muros de tierra que se enfrían a medida que yo voy entrando más y más, buscando mis chivas que este sábado, con todo el miedo que yo llevo y que me hace temblar, se han metido, brincando, hasta la parte más peligrosa y ya me parece a mí como si no fuera de día, sino que de repente se oscurece y una noche que nadie esperaba se ha metido entre los muros, ya yo creo que una vaina rara me está pasando y Santa Clara y San Miguel me acompañen y el Ángel de la Guarda porque qué vaina la necesidad tiene cara de hereje y yo no puedo dejar estas condenadas chivas que después de todo me dan muchísimos dolores de cabeza pero por estos montes uno no tiene nada más de qué vivir sino que la miseria se está comiendo a uno y Dios mío qué es esto con este sol de mediodía uno sudando así y sofocándose que casi no puede andar entre las piedras una mujer tan vieja y ahora venir a caer en algo tan grande y peligroso que me corre el sudor por la espalda y ya que vi esa huella de un zapato grande y las chivas van trepando mira esa maldita le voy a dar un palo porque no vendrán los guardias a salvarme después que les he dado tanta comida y Eugenia les prepara café a veces por la tarde cuando ellos vienen bajando por allí detrás de la casa y ahora metida yo en esta vaina que no voy a salir más de aquí y mira qué negra se ha puesto el agua estoy en una trampa miraré hacia arriba a esa roca sobre mi cabeza y ahí está ese hombre con la cara sucia con una barba negra como de clavos mirándome con unos ojos como candela y si yo me quiero devolver oigo el ruido de la escopeta y él diciéndome algo que me sacude y qué terrible esto Dios señor yo me arrodillo "ando buscando chivas que las malditas se me ') me callo" yo no sé nada hay un camino por alli" [me van a matar/ ay no me maten que yo no grito ya si es verdad si oyen a uno yo no diré nada no he visto a Ana se llaman Ana y Eugenia podemos irsi quieren" leste es el hombre que estaba en el papel/ sí señor soy una vieja a dos leguas de aquí si es amarga pero no hay otro arroyo" leste que se queja de un dolor/
    "Sí están en un hoyo aquí pueden venir y yo ya por qué no me dejan ir" [están hablando y me van a matar/ me siento SI' en esta piedra [temblando Dios mi Padre Nuestro que estás en mi cabeza está dando vueltas y me siento con fiebre me lo decían los del ejército/ "Yo no los he visto nunca se lo juro si estoy presa no andaba curioseando por allá adelante se baja" /se están muriendo de hambre/ "sí se lo juro hay un camino que sale más abajo por entre dos hijas que tengo nada más y yo que trabajo en el conuco los campesinos por aquí estamos mal señor se murió mi marido hace dos años de una liebre les dejo estas chivas si ustedes"] me están mirando todos aquél con toda la ropa rota está cansado se derrumba contra ese tronco de almácigo se quita la gorra y tira el rifle y éste con los cabellos largos como una mujer mira a todas partes y se rasca los bigotes todos hieden como el demonio y llevan vendas en los brazos y en las piernas y en la barriga "Coño" dice ese resoplando de rabia y de cansado que está toman como locos el agua del arroyo y se van a mear por entre el matorral llaman a un tal
    Arúceto no parecen gentes que quieren matamos sino que andan huyendo de algo por algo que han hecho en la, ciudad y seguro que por eso los guardias les andan detrás pero ellos me dicen que están por hacemos bien y cómo diablos van a hacer nada por uno si tienen en contra a los del ejército y al Presidente que son la gente que tienen los cuartos y le pueden regalar a uno aunque nunca han venido por aquí a damos nada pero mi compadre Prieto que es alcalde siempre me ha dicho que el gobierno tiene buenas intenciones y cuando se lo pregunté al Padre Luciano me contestó que Dios ilumina al Presidente al alcalde y a los dueños de muchas tierras para que nos defiendan a nosotros que no tenemos nada me dijo que rezara siempre por los que gobiernan en la capital y por los ricos para que nos den trabajo por eso yo siempre digo oraciones cuando oigo los tiros por la noche para que no maten a la guardia aunque ellos me piden mucho y a veces casi nunca me lo piden sino que lo cogen ellos mismos pero es tiempo de guerra dicen ellos y estos hombres con barbas están metidos en un berenjenal porque como quiera los agarran y se los van a echar a los perros yo lo que quiero es que no los maten aquí mismo porque no quiero ver eso que se los lleven por allá abajo después de todo no tenían que ponerse en contra de los que están arriba porque nunca con la fuerza se logra nada dice el Padre Luciano que sabe mucho de la vida y dice que con las oraciones es que todo viene del cielo a aquel le dicen doctor ¿y cómo un doctor anda con esta gente?, parece que ese es un apodo porque los doctores trabajan con los americanos que vinieron un día y le sacaron una muela a Ana y le dieron dos pastillas para la fiebre los doctores no andan cayéndoseles la ropa arriba huyéndoles a los guardias sino que tienen una bata blanca y andan en un yipesito que vino un día hace ya mucho tiempo a aquel parece que le cortaron un brazo y la camisa está llena de la sangre negra todavía se ve que no son muy jovencitos porque la cara de todos es como si pero puede ser la mala vida que han tenido por estos montes porque la gente del pueblo no se puede quedar mucho tiempo en el' campo que es muy duro y hay que saber vivirlo por eso tienen los pies hinchados de caminar entre los pedregales y las lomas aquel está malo del pecho yo le hiciera un té pero me da miedo decírselo puede que no sean mala gente aunque parece que algo malo han hecho por ahí me dijeron que pelean para que yo tenga más tierra y mis animales no sean sólo estas cinco chivas malditas que me han metido en esta jodienda eso debe ser para que yo se lo crea solamente y no vaya a decirle nada al capitán porque ya están recogiendo sus cosas y las meten en unos bultos grandes de tela del color de la ropa de los guardias y mandaron a dos de ellos para que borraran las señales de la candela y la marca de los pies en la tierra por eso también cuentan ahora las balas y dicen que esta noche después de la una se van a ir para otro lado caminando por ese camino que yo les digo ahora /"sí señor ese camino es verdad váyanse bien oscuro en la noche calladitos bajando pegado a la barranca no cojan otro trillo sólo por ése de alante nada más; ¿y por qué no quieren las chivas? muchas gracias ahorita cae la noche ya me voy no diga nada cuídense mucho vuelvan pronto ahí yo vivo solo subiendo el trillo ése Dios se lo pague y la virgen y los bendiga la virgen de los guardias no vienen señor señor ya me voy qué bueno es usted con mis chivas me voy hasta otro día".


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 13.07.20 1:08

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    CUENTOS




    Esta noche acabará dentro de poco

    (cont.)



    Con las manos rotas de ir abriendo trochas a machete limpio, tú, Cesáreo Escalante, llegarás a un punto esta noche. Y ahí te detendrás con el ánimo tenso, alerta al más apagado ruido del monte. La noche vasta y desconocida, te cercará por completo y no tendrás otra razón de hallarte sobre la tierra que la de responder a la misión que te impone la realidad de ese fusil M-1, que ahora al descansar sobre esa piedra, apunta entre tus manos hacia una estrella sordo-muda en el espacio. ¿Tu ficha? Cesáreo Esclante, 28 años, nacido el 11 de abril de 1940 en Sabana Higüeras. Raso. Ahí estás. Y tú, Flores Comprés, de ojos canelos y rabiosos, aburrido de todo esto y desconfiado, tocarás la punta de los dedos de tu adolorido pie derecho, bostezarás, te calzarás nuevamente tus botas y quedarás ahí, con los codos apoyados sobre la roca, detrás de tu FAL al borde del desfiladero, tal Como te lo ha ordenado el capitán. Y ustedes dos, Inoa y Campos Pérez, subirán por detrás de aquel cerro, respirando olor de cabras y raíces, revisado minuciosamente todo, el cerrojo, el magazine de la pistola, y los peines cogidos de dos en dos con cinta adhesiva. Así tu, Maríñez, y ustedes Vásquez, Sena, Samboy, Del Toro, Cruz, uno por uno, los 250. No importan grados, castañeteo de lentes, flojera intestinal, fecha de ingreso, edad, retaguardia, posta, hoja de servicio, Certero, Experto, nada le importó a usted, Belisario Carrasco, ventrudo y con papada. Lo importante era abrir todo el espacio minuciosamente estudiado en los mapas, con el grueso de sus hombres. Cuando consultó al reloj eran justamente las 7:15 P.M., la operación comenzaría con la movilización gradual de las fuerzas cada vez en número discreto, para que a la timorata curiosidad de los lugareños no resultara sino una rutinaria caminata más, otra rectificación de posiciones, merced a las cuales desde hace un tiempo se han llenado de huellas y rumores las noches peligrosas de la sierra. ¿Y qué es la noche para usted, Belisario Carrasco? Las lonas del campamento, las comunicaciones por radio, las anotaciones, la consignación de las bajas, los pedidos de tropas suplementarias, las reprimendas, el conteo de los disparos lejanos e ilocalizables, las maldiciones, la rabia, el semi-sueño temeroso e intranquilo? No. Esta noche no ha habido lugar para nada, ha sido cortado el tiempo, al cortar el curso de ese arroyo en el mapa. Ahora la noche tiene 250 cabezas que le pertenecen a usted decisivamente.
    Debe mandarlas, dominarlas, distribuirlas, situarlas convenientemente para probar que son bien merecidas las botellas de whisky, el Dodge negro con cortina de seda, el piso de granito, sus dos hijos en Canadá, los gruesos metes con salsa inglesa, sanguinolentos aún a cada corte del cuchillo; esta noche se acabará dentro de poco y el tiempo restante exige decisiones puntuales y exactas en cada movimiento. ¿Será verdad lo de aquellas arengas, el comandante al frente, el sable en alto en el primer caballo? ..¡me cago en la Historia!", dirá usted, Capitán Belisario Carrasco.

    Lo digo y lo cumplo. Uno nunca sabe cuándo estos malditos campesinos están diciendo verdad; pero al que me falla a mí le arreglo su mundo, no me ha temblado el pulso cuantas veces he tenido que hacerlo y por eso se confía en mí más que por ninguna otra cosa.
    No soy hombre de sentimentalismos pendejos, 10 que debe hacerse se hace y nada más. Esa es la razón por la que el General ha dicho en los periódicos que la zona está bajo control; él debe saberlo, y si no, sería suficiente con preguntar qué les pasó a los tres cabrones que vendieron sus mulas a la guerrilla o al que los ayudó a cruzar por los Montones hasta el vado del río, a ese y a su tío que se las debía al gobierno desde la época de las elecciones, según me contó el alcalde.
    Esa es mi manera de resolver las cosas, partiéndoles el pescuezo a los que de cualquier forma ayudan al enemigo. De modo que ahora, después de un año justo de estar andándole atrás a estos bandidos, poniéndoseles a boca de jarro para que se dieran banquete con los guardias, me mandan a mí y en cuestión de días hemos llegado al punto en que los tengo acorralados. Ahora, la vaina no está en eso, sino en lograr que estos pendejos le hagan frente a la guerrilla como deben, después de tanto de malpasar, día y noche arrasando estos montes, rompiéndose los pies, atragantándose de manteca pesada y carne manida, tragando sulfa para parar la diarrea y frenados a cada rato en algún recodo o en un poblado por las historias que refieren los campesinos y los propios prisioneros dejados por ellos en libertad.
    En un mes y quince días que llevo por aquí, nunca busqué por mi cuenta este choque; pero ya que me han dicho que no son más que un grupito de muertos de sed y de hambre, que saldrán en las primeras horas de la mañana justamente por el corte de ese cañón, pegados al muro de rocas buscando trepar nuevamente por las crestas, he dispuesto esta operación que comenzó justo al meterse la noche y que espero se esté cumpliendo bien, aunque desde aquí atrás no tendrá ningún control de nada; pero, ya que agarremos a alguno vivo, va a saber lo que es haberme sacado de mi casa a joderme entre estas malditas lomas que debíamos pelar con gredas y napalm, para que a ningún hijo de puta se le ocurra en lo adelante venir a meterse por aquí, a desgraciarle la vida a uno que la pasa tan bien en la ciudad, haciendo requisa los sábados por la mañana en el Cuartel General y llevando vacas a la finca para quedar con algo cuando sea hora de retirarse. Pero así se la he preparado; tengo hombres en un número casi diez veces mayor que el de ellos, según me han dicho, los estoy regando como verdolaga para caerles encima, para que sepan lo que es dar fuego a la lata hasta que bote el fondo.
    Es verdad que tengo a muchos que son pendejos como gallinas, que se abrirán tal vez sólo con verles la cara; pero cuento con el cabo Escalante, con hombres como Maríñez y Samboy, y Sena y Cruz, que las rayas que tienen las han ganado con la bayoneta y no comiendo mierda con los civiles por ahí. Ahora todo dependerá de que los informes que tengo sean verdaderos y si no lo son se fuñirá la vieja, ya lo dije y lo cumplo como un reloj; no podrá decirme que se equivocó porque cuando le apreté los tornillos esta tarde, después de que la agarramos en el cruce de los dos caminos con sus chivas me lo contó muy claro, con pelos y señales, de manera que si falla esta vez la van a encontrar sin lengua por una de esas barrancas, y será otro escarmiento.

    Con estos campesinos muertos de hambre no se puede andar con contemplaciones, porque cuando viene uno a ver están ellos dándoles cajeta junto con los perros esos. Esa es mi manera de pensar y me ha dado buen resultado hasta ahora. Por eso, desde que entró la noche estoy moviendo mis hombres, no me importa.
    Empezaron a moverse a contraluz. Cruzándose con los delgados troncos, por el borde mismo del arroyo. El calcañar llagoso, atenazado por un dolor hincado como mordida de perro, duro el camino, la última luz, insoportable bajo el lumbago, detrás del aliento sarroso. Cólico, solamente cólico y falta de fuerzas para repartir perfectamente el tiempo entre estos segundos veloces, voraces, que destripan este cadáver hediondo, hinchado y terrible, de la tarde. La pisada, los movimientos del codo, tos papeles, la respiración, todo es molesto y conforma el punto más detestable de este infierno ganado batalla tras batalla, sudor sobre sudor, sangre y sacrificio junto al caliente cañón del arma.
    Empezaron a moverse justamente un año atrás y en algún momento llevaron botellas llenas de manteca para un poco de sopa. Ahora no sería el momento más oportuno para recordar el nombre de aquel cazador con escopeta de pistón, que los espantó con un disparo casi a quemarropa entre las plantas rastreras de un conuco cercano. Sólo se tiene conciencia de los detalles más inmediatos: de esta falta de azúcar, del último parte del ejército que los ubica en un lugar muy próximo al sitio en donde en realidad se han refugiado y la necesidad de ir siempre rodeando las zonas donde hay agua, arrastrando penosamente al de la herida en la pierna y obligados a controlar la más mínima porción de las cosas que aún restan: Alcohol-ISO para uso externo solamente. Aspirina, 0.33 gramos, útil para aliviar el malestar causado por dolor de cabeza, neuralgias, resfriados y dolores musculares. 300 grageas Veracolate -Colagogo eficaz- Nestle -Condensed Milk-8. O.Z.
    Ahora no se puede pensar en desmadejar, paso por paso, esta marcha accionada desde el primer momento por un esfuerzo resueltamente encaminado a lograr la más perseverante y depurada conciencia del maltrato propio como única condición del combate. Esas laderas rocosas, esos copos de sombra cayendo desde los árboles, ese aliento enemigo que se descubre fácilmente en cada porción del aire: eso y las pústulas, las alucinaciones, las rutas extraviadas, este desesperado desplazamiento reiniciado ahora, en el atardecer, y que a la media noche será una marcha firme a ojo de vanguardia, a olfato de posta: todo es lo empeñado, la inevitable apuesta sobre la mesa, el "cara o cruz" en que te juegas el chance a disparar hasta siempre, hasta la victoria.
    Ahora ha oscurecido definitivamente. Hemos iniciado nuestro movimiento guardando las elementales precauciones y disponiendo una formación lo más correctamente que permiten nuestras condiciones, hoy deterioradas al punto de no contar prácticamente con ningún recurso confiable.

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 14.07.20 1:14

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    Esta noche acabará dentro de poco

    (cont.)




    Paso revista a mis hombres: Moro, un poco dislocado en su terquedad de mula, insiste en que lo más conveniente sería trepar por esos cortes; Pablo está firme: Aurelío y Trigo muestran un profundo desgano muy peligroso para todos; Remigio se me cayó desde hace días reducido a la más completa inutilidad; Willy es el más desmoralizado del grupo y pienso que podría alzar el vuelo en cualquier descuido; Chino y Raúl sencillamente no dan más. Cuando hemos ganado la orilla opuesta del arroyo reparamos en una circunstancia realmente grave: hemos perdido el radiorreceptor, con lo que quedamos totalmente aislados del resto del mundo, esto unido a la casi absoluta postración de Chino y Raúl, y a la gradual pérdida de fuerzas de parte de los demás, nos hace caer en una condición definitivamente crítica para enfrentar nuestras responsabilidades, hoy más que nunca impredecibles.
    La noche tiene cara de bromista pesada. Hecha de claroscuros, traslúcida a veces, mueve sus fantasmas vegetales, sus grandes hojas y tallos y despunta crepitante y pretenciosa en una lejana y delicada estrella, ajena ahora a nuestro tacto, pero no inconquistable. Resulta curioso advertir el reinado de una extraña conjunción de enemistades aparentemente inútil: hay alguien que es nuestro enemigo afectivamente, y para quien, a su vez, somos el enemigo. Es decir, no hay amigos. Los que pudieran serlo se han mantenido por el momento ajenos a nuestra razón. Para éstos la cuestión es bien simple, aunque dramática: ellos no cuentan, sólo hay dos enemigos entre sí. Ellos están apagando sus lámparas de gas. Se disponen a dormir. Extienden sus hamacas, mueven trastos, atisban por las rendijas algún escándalo de aves en el corral, dan fuego a su cachimbo, quedarán bocarriba fumando, indiferentes ...
    ¿cuál será entonces el sentido de esta lucha que se resigna a dos posiciones medidamente, sistemáticamente, dogmáticamente hostiles, sólo válida y apta para quienes enfrentan y asumen sus azares? Me pregunto hasta qué punto será correcto el acierto, y pienso, de modo automático en la vieja que pastoreaba sus chivas esta tarde.
    Estudié la esencia de sus reacciones, quise penetrar tras la tapia de desconfianza de sus ojos y hubo un punto en que vi brillar la autenticidad de su comportamiento, la primitiva razón de su no participación en un evento que sólo siglos de civilización y sacrificio han podido reservar a su condición mísera y humilde: Quizás somos los hombres educados, los más capacitados, quienes nos hemos enajenado la proximidad y el calor de las demás criaturas; felizmente, ello no quiere decir que nos sean inconquistables. Todo depende del grado de dolor que seamos capaces de aceptar, del grado de despersonalización a que seamos capaces de llegar, de la desnudez en que quedemos por el renunciamiento. Es una cuota a pagar el que suscitemos piedad, el que seamos una viva y palpable encarnación del dolor de la humanidad, que es, al fin y al cabo, el hilo de Ariadna que nos ayudará a salir a otras edades; por el conocimiento, por la participación en el sufrimiento, será como lleguemos a conquistar esa pretenciosa, lejana, delicada estrella que despunta, ajena a nuestro tacto ahora, pero no negada por completo.
    Esa mujer estará en este minuto en su lecho, atenta al roce de las hojas en el tejado, al ladrido de los perros, a los movimientos del ejército, oyendo nuestras pisadas como un tambor dentro de su corazón, en su conciencia lacerada por el horror y la compasión; recordará la herida en el brazo de Aurelio, la pierna inservible de Chino, la peste de nuestros cuerpos magros y curtidos, yeso bastará para borrar el engañoso sentido de una lucha aparentemente reducida a la superficialidad de un inútil dogma de hostilidad, fruto del intelecto simple y puro, cerrado e incomprensible para otros.


    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 14.07.20 1:16

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    (1937 - 1972)


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    Esta noche acabará dentro de poco

    (cont.)



    Existe un punto justo en el que un hecho cualquiera, por insignifícante que parezca, tiende a contraer el mundo a los límites precisos de quien o quienes realizan ese hecho, para luego retornar las inflnitas, concéntricas dimensiones de sus también infinitas realidades. Cuando yo decido encender mi pipa, por ejemplo, en ese justo instante de decidirme y cumplirlo, el mundo ciegamente se halla determinado por el valor y el sentido de esa decisión, circunscrito a mi necesidad; luego, cuando el rayaso del fósforo se hace apenas audible, cuando la llama ilumina mi rostro, el tronco del árbol en que me apoyo, cuando el humo y el olor del tabaco comienzan a esparcirse suscitando reacciones, sensaciones, trascendiendo, en ese instante el mundo vuelve a expandirse en sus concéntricos e incalculables dominios y proyecciones, entonces yo y mi acto quedamos encadenados al fluir incesante de la vida, reforzados por el sentido de todos los actos realizados hasta entonces por todos los hombres, unidos a la acción simultánea de todos los vivos, definitiva y fatalmente proyectados al destino de los próximos segundos y milenios. Esta noche, en algún instante, asistiremos a una de esas dramáticas contracciones del mundo. Habrá un momento en que todo el sentido del universo y de la vida estarán contenidos en un acto indistinto y simultáneo: una pisada, una mirada al espacio, una rozadura a una rama, un pensamiento, una palmada en el hombro, un alto. En ese contra punto el mundo se reducirá a nosotros. Tendremos un pie en cada hemisferio. El sol de medianoche sobre nuestras cabezas.
    Las doradas frutas del trópico a nuestro alrededor. Los enterrados templos de Creta bajo las plantas. Las nieves de Bariloche. La muralla de China. Las estepas rusas. El Golfo de Persia. La selva de América: el escenario de la humanidad en un extraño Edén: en un Principio que durará un segundo. Después, cumplida esa impredecible integración de realidades, mitos, luchas y distancias, estaremos unidos a la acción simultánea de todos los vivos, reafirmando el sentido de todo acto humano hasta entonces, definitiva y fatalmente proyectados a los próximos milenios.
    Ahora, mientras una primitiva conciencia vela y se proyecta como brasa escondida bajo el pajonal, la noche cierra los ojos, los aprieta, se hace amenazadoramente oscura y tenebrosa. Casi se siente fluir la sombra y a veces se tiene la impresión de que en el próximo paso se va a quedar con el vientre en el cañón de un fusil enemigo.
    Estamos en la oscuridad inicial. Antes de que el hombre iluminara el espacio con sus pupilas. Seres originales y mínimos en un mar de penumbras, vamos soñando con ver incorporarse al Hombre erecto, el Homus Libre... La noche aprieta los sentidos, se hace peligrosa y fantástica, desenrolla pergaminos de leyendas...

    (cont.)


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    Mensaje por Lluvia Abril 14.07.20 1:17

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    CUENTOS



    Esta noche acabará dentro de poco

    (cont.)



    En tanto, yo siempre encuentro un hueco por donde buscar al mundo. Y me hallo con que la vida se me viene en ráfagas, en viento, a bocanadas. A veces me sorprende entre los troncos y me retoza en las greñas, entre las barbas, se me pone bromista la muy puta y me anega los ojos, sólo por eso, por chancear, por verme muchachón, sin cartucheras, y luego me acaricia los recuerdos que traigo entre las sienes.
    Es entonces, cuando sobre esta pisada dificultosa que arrastro, me detengo, saco mi calidoscopio de algún lugar, de algún baúl del prestidigitador que ha dormido siempre debajo de mi cama: Y me divierto mirando toda la vida vivida, la muchachada, el cometa enredado entre los hilos eléctricos, los guantes de boxeo, el compás y los lápices, los disparates, los viajes, la vida ambulante, los compañeros, la hora más sacrificada y heroica, los hijos... y me repito, que bien vale todo esto quedar de algún modo esparcido, generalizado, integrado a todo y a todos: hongo sobre la piedra: aliento agrio en el espacio: acto comprometido y provocador. ..
    Hemos salido al camino en este instante. La noche acabará dentro de poco.



    FIN





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    Mensaje por Lluvia Abril 14.07.20 1:23

    Y hasta aquí hemos llegado con los cuentos de René del Risco, historias, paisajes de la vida misma, que la verdad, se hace muy corto el recorrido, por la manera amena y fluida, no sé si es la palabra correcta, pero así veo y así me parece su manera de contar "historias"
    ¡Es muy bueno! Como poeta, como escritor en general.
    Gracias



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez 12.09.20 23:39

    Estos autores y autoras del siglo XIX, no deberían pasar desapercibidos. Habría que darles una oportunidad. O hacemos una POESÍA CONSAGRADA o hacemos UN POESÍA DE TODOS Y PARA TODOS ( EL SIGLO XIX ES EL GRAN OLVIDADO DE LA POESÍA ESPAÑOLA)


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