Aires de Libertad

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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Dom 01 Sep 2024, 13:24

    Eduardo Lizalde


    Poeta, narrador y ensayista mexicano nacido en Ciudad de México en 1929.
    Estudió Filosofía y música en la Universidad Nacional Autónoma de México.
    Es uno de los grandes exponentes de la actual poesía mexicana. Ha ocupado diversos cargos en el campo universitario,
    artístico y cultural. Hizo parte del grupo poético fundado en compañía de Enrique González Rojo y Marco Antonio
    Montes de Oca. Fue director de la Casa del Lago de la UNAM, director general de Publicaciones y Medios de la Secretaría
    de Educación Pública, y director de Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes. Actualmente dirige la Biblioteca
    Nacional de México.
    Su obra poética iniciada con "La mala hora" en 1956, fue seguida por otras publicaciones entrelas que se destacan,
    "Cada cosa es Babel" en 1966, "El tigre en la casa" en 1970, "La zorra enferma" en 1974, "Caza mayor" en 1979,
    "Tabernarios y eróticos" en 1989, "Rosas" en 1994 y "Otros tigres" en 1995.
    En 1984 le fue concedida la beca de la Fundación John Simon Guggenheim.
    Su obra ha sido distinguida con importantes galardones: el Premio Xavier Villaurrutia en 1969, el Premio Nacional
    de Poesía Aguascalientes en 1974, el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1988, y el Premio Iberoamericano
    de Poesía Ramón López Velarde en 2002


    *****************


    Dos viñetas de un cándido

    1. Bajo el cielo tenebroso
    el rehilete se abre en el jardín.
    La fiesta del gorrión que danza, canta
    -se vuelve flor su trino,
    fruto su aleteo-,
    se baña bajo el líquido haz de chispas.
    Pura felicidad en el pequeño prado,
    el agua limpia -hubiera dicho el santo-,
    es la sonrisa de Dios.


    * * *


    2. Buenos días, mundo.
    Me alegra verte afuera al despertar.
    Celebro que no hayas
    -la ocasión la pintan calva-
    aprovechado el manto de la noche maldita
    para irte por siempre al inframundo.
    También me reconforta
    que aún te habiten pájaros cantores,
    meistersinger del bosque en el jardín;
    que el sol severo nos escalde aún
    y nos torture el rudo ozono
    -como todos los días-.

    Soñé que te habías ido,
    conmigo hacia el infierno
    y que se habían quedado aquí
    sin mundo todas las demás criaturas:
    piedras, grajos, insectos o personas.
    Te veo tan grande y bello,
    que me río de los siniestros solipsistas
    de antaño.
    No has de esfumarte cuando yo me extinga.
    Canto tu salud de hierro,
    tu verde corazón y tu estructura
    de granito.
    Buenos días, querido, hermoso mundo.







    El sexo en siete lecciones

    1. Gozo y tortura
    que el Tártaro yel Cielo
    -uña de carne- desempeñan.

    Al sexo y su desorden milagroso,
    a su perfecto matrimonio; ,
    de beso y abrelatas, sucumbimos.

    A la gloria del sexo,
    a su desenfrenado latrocinio,
    su avaricia impecable,
    alto, cedemos.

    * * *

    2. Y por estar a flote,
    por ser la superficie de la espuma en la piel,
    por ser lo más visible y general,
    por ser el más común lugar del paraíso visitado,
    el sexo, lo evidente,
    lo que a todos iguala,
    lo esencial-sabia era Eva,
    ingenuo Segismundo-,
    por ser el sexo algo tan real,
    lo único real acaso,
    sólo se existe y vive a su merced.

    No es reducible el sexo a números ni a ciencia,
    no es cosa comprensible,
    no es natural ni humano
    y la divinidad lo desconoce.

    Lo real no está sujeto a inquisición.

    * * *

    3. El tiempo escaso por costumbre
    y, por la costumbre, frágil,
    no basta para el amor
    y es demasiado para el sexo.

    Pero si en sexo se midiera el tiempo
    si el sexo -el gozo, mejor dicho- fuera
    una unidad de tiempo,
    sería la más pequeña
    que el reloj pudiera imaginar,
    la apenas registrable,
    el átomo del tiempo.

    * * *

    4. Ni el denodado goce de los cuerpos,
    ni el carnívoro roce de las bocas,
    ni las fieras sensuales de los dedos,
    ni las mejillas ardorosas,
    ni el sudor refrescante de los pechos
    -su rima encantadora-,
    ni el tacto delicioso de los muslos,
    ni la plata del pubis,
    ni las caudas azules y viriles,
    son suficientes para el sexo.

    La plena saciedad misma, no basta.
    Lacios los cuerpos tras el goce, exhaustos,
    bebidos uno a otro hasta las plantas,
    sueñan, despiertos, con el sexo.
    Sólo han probado, sólo empiezan a hervir.
    La saciedad más absoluta
    es siempre, apenas, el principio.

    * * *

    5. El cuerpo es siempre virgen para el sexo.
    El cuerpo siempre, Paul, recomenzando.
    Y el cuerpo eterno, el fiero eterno cuerpo
    muere antes que el sexo.

    * * *

    6. Y nada de que el sexo
    sólo con amor es sexo.
    El sexo es siempre amor,
    nunca el amor es sexo.
    El amor no es amor,
    el sexo es el amor.
    No hay sexo sin amor
    pero hay amor sin sexo, y no lo es.
    Todo amor sin sexo es corruptible.
    Sólo una advertencia:
    es ya desgracia conocida
    que el sexo y el amor no sean posibles
    sino con personas,
    con almas y con cuerpos de cuatro dimensiones,
    con seres existentes,
    y nunca con fantasmas o sombras pasajeras,
    mucho menos con plantas o gallinas.

    7 (y última). El sexo es una cosa
    que se embellece cuando se la mira.
    Y la prostitución es su magnífico revés,
    su negación perfecta,
    su ausencia depresiva.
    El sexo es este Dios moldeado
    por su más portentosa y vil creatura.







    Amor

    La regla es ésta:
    dar lo absolutamente imprescindible,
    obtener lo más,
    nunca bajar la guardia,
    meter el jab a tiempo,
    no ceder,
    y no pelear en corto,
    no entregarse en ninguna circunstancia
    ni cambiar golpes con la ceja herida;
    jamás decir "te amo", en serio,
    al contrincante.
    Es el mejor camino
    para ser eternamente desgraciado
    y triunfador
    sin riesgos aparentes.







    El tigre real, el amo, el solo, el sol...

    El tigre real, el amo, el solo, el sol
    de los carnívoros, espera,
    está herido y hambriento,
    tiene sed de carne,
    hambre de agua.
    Acecha fijo, suspenso en su materia,
    como detenido por el lápiz
    que lo está dibujando,
    trastornada su pinta majestuosa
    por la extrema quietud.
    Es una roca amarilla:
    se fragua el aire mismo de su aliento
    y el fulgor cortante de sus ojos
    cuaja y cesa al punto de la hulla.
    Veteado por las sombras,
    doblemente rayado,
    doblemente asesino,
    sueña en su presa improbable,
    la paladea de lejos, la inventa
    como el artista que concibe un crimen
    de pulpas deliciosas.
    Escucha, huele, palpa y adivina
    los menores espasmos, los supuestos crujidos,
    los vientos más delgados.
    Al fin, la víctima se acerca,
    estruendosa y sinfónica.
    El tigre se incorpora, otea, apercibe
    sus veloces navajas y colmillos,
    desamarra
    la encordadura recia de sus músculos.
    Pero la bestia, lo que se avecina
    es demasiado grande
    -el tigre de los tigres-.
    Es la muerte
    y el gran tigre es la presa.







    Esto es falso, esto es bueno...

    Esto es falso, esto es bueno
    y aquello rubio cobre.

    Qué ciencia, hermanos,
    cómo saben todo eso.

    ¿No hay más azul, ni falso ni magenta
    que el sol del que los mira?

    ¿No florecemos, no estamos
    comprendidos
    entre los seres del reino
    -oh solipsistas, oh videntes, oh magos-?

    Sólo somos el muro que retiene al jardín.







    Martirio de Narciso

    Al verterse en los charcos la apostura
    del que delgado está, pues disemina
    sus reflejos, el agua femenina
    se hiela por guardar cada figura.

    El revés del cristal nos asegura
    su espalda contener: allí camina
    la sangre que en Narciso se origina
    cada vez que un espejo se fractura.

    Pulida tempestad en los cristales
    impide que navegue su reflejo;
    le da ceguera un Tántalo cercano,

    quien dice amordazando manantiales:
    aquel que aprisionar logra un espejo
    puede apretar el mundo con la mano.







    No puedes, rosa, coincidir con tu rosa...

    ...alle Rosen sind entweder gelb oder
    rot...

    No puedes, rosa, coincidir con tu rosa.

    La rosa es amarilla, o no:
    la rosa es roja, es blanca, es rosa.
    ¿Son sus hermanas todas amarillas
    o blancas?
    ¿Rosadas, color vino?

    Lo verdadero no es un callo
    de este aparador,
    ni lo falso una grieta
    de su espalda de encino.

    Rosa, no es prenda tuya
    la verdad
    de tu amarillo o de tu rojo.
    No es un pétalo más esa rojez
    que es sólo sangre de tu realidad
    y trampa y muerte
    del ojo que te observa
    con sus tintas.

    No, rosa,
    no eres verdad como rosa
    de tal o cual textura,
    no se empatan las voces, al cantar,
    del crecer y el vivir.
    En innúmeras vidas
    te deshojas al tiempo en que maduras,
    palideces o alientas,

    Rosa, no puedes
    coincidir con tu rosa.







    Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses...

    Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
    que se pierda
    tanto increíble amor.
    Que nada quede, amigos,
    de esos mares de amor,
    de estas verduras pobres de las eras
    que las vacas devoran
    lamiendo el otro lado del césped,
    lanzando a nuestros pastos
    las manadas de hidras y langostas
    de sus lenguas calientes.

    Como si el verde pasto celestial,
    el mismo océano, salado como arenque,
    hirvieran.
    Que tanto y tanto amor
    y tanto vuelo entre unos cuerpos
    al abordaje apenas de su lecho se desplome.

    Que una sola munición de estaño luminoso,
    una bala pequeña,
    un perdigón inocuo para un pato,
    derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
    y desgarre el cielo con sus plumas.

    Que el oro mismo estalle sin motivo.
    Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
    se destroce.

    Que tanto y tanto amor, una vez más, y tanto,
    tanto imposible amor inexpresable,
    nos vuelva tontos, monos sin sentido.

    Que tanto amor queme sus naves
    antes de llegar a tierra.

    Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
    niños, animales domésticos, señores,
    lo que duele.







    Vaca y niña

    Los niños de las ciudades
    conocen bien el mar,
    mas no la tierra.
    La niña que no había visto,
    nunca, una vaca
    se la encontró en el prado
    y le gustó.
    La vaca no sonreía
    -está contra sus costumbres-.
    La niña se le acercó, pasos menudos,
    como a una fuente materna
    de leche y miel y cebada.
    La vaca a su vez,
    rumiando dulce pastura,
    miró a la pequeña triste,
    como a un becerro perdido,
    y la saludó contenta:
    la cola en alta alegría,
    látigo amable
    que festejaban las moscas.

    De "La zorra enferma" 1974


    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Lun 02 Sep 2024, 16:26

    Ramón López Velarde


    Poeta y escritor mexicano nacido en Jerez de García Salinas, Zacatecas, en 1888.
    Desde muy joven empezó a incursionar en el campo de la literatura escribiendo en algunas revistas de su provincia.
    Recibió su título de Abogado en 1911, radicándose en Ciudad de México donde se dedicó de lleno a colaborar
    con poemas, ensayos y crónicas en revistas importantes de la capital. Contribuyó al cambio y orientación
    de la poesía mexicana, convirtiéndose en uno de los precursores de la poesía contemporánea de su país.
    A su primer libro, «La sangre devota» publicado en 1916, le siguieron «Zozobra» en 1919 y poco antes de morir,
    «La suave Patria» en 1921.
    Después de su muerte, acaecida en 1921, su obra fue recogida en dos importantes publicaciones:
    «Son del corazón» y «El minutero»


    A la traición de una hermosa

    Tú que prendiste ayer los aurorales
    fulgores del amor en mi ventana;
    tú, bella infiel, adoración lejana
    madona de eucologios y misales:

    Tú, que ostentas reflejos siderales
    en el pecho enjoyado, grave hermana,
    y en tus ojos, con lumbre sobrehumana,
    brillan las tres virtudes teologales:

    No pienses que tal vez te guardo encono
    por tus nupcias de hoy. Que te bendiga
    mi señor Jesucristo. Yo perdono

    tu flaqueza, y esclavo de tu hechizo
    de tu primer hijuelo, dulce amiga,
    celebraré en mis versos el bautizo.







    A las vírgenes

    ¡Oh vírgenes rebeldes y sumisas:
    convertidme en el fiel reclinatorio
    de vuestros oídos y vuestras sonrisas
    y en la fragua sangrienta del holgorio
    en que quieren quemarse vuestras prisas!...
    ¡Oh botones baldíos en el huerto
    de una resignación llena de abrojos:
    lloráis un bien que, sin nacer, ha muerto,
    y a vuestra pura lápida concierto
    los fraternales llantos de mis ojos!...

    ¡Hermanas mías, todas,
    las que, contentas con el limpio daño
    de la virginidad, casi en las bodas
    celestes, por llevar sobre las finas
    y litúrgicas palmas y en el paño
    de la eterna Pasión, clavos y espinas;
    y vosotras también, las de la hoguera
    carnal en la vendimia y el chubasco,
    en el invierno y en la primavera;
    las del nítido viaje de Damasco
    y las que en la renuncia llana y lisa
    de la tarde, salís a los balcones
    a que beban la brisa
    los sexos, cual sañudos escorpiones!

    ¡El tiempo se desboca; el torbellino
    os arrastra al fatal despeñadero
    de la Muerte; en las sombras adivino
    vuestro desnudo encanto volandero;
    y os quisieran ceñir mis manos fieles
    por detener vuestra caída oscura
    con un lúbrico lazo de claveles
    lazado a cada virginal cintura!

    Vírgenes fraternales: ¡me consumo
    en el álgido afán de ser el humo
    que se alza en vuestro aceite
    a hora ya deshora,
    y de encarnar vuestro primer deleite
    cuando se filtra la modesta aurora,
    por la jactancia de la bugambilia,
    en las sábanas de vuestra vigilia!







    A Sara

    A mi paso, y al azar, te desprendiste
    como el fruto más profano
    que pudiera concederme la benévola
    actitud de este verano.

    Blonda Sara, uva en sazón: mi leal apego
    a tu persona, hoy me incita
    a burlarme de mi ayer, por la inaudita
    buena fe con que creí mi sospechosa
    vocación la de un levita.

    Sara, Sara, eres flexible cual la honda
    de David, y contundente
    como el lírico guijarro del mancebo;
    y das paralelamente,
    una tortura de hielo y una combustión de pira;
    y si en vértigo de abismo tu pelo se desmadeja,
    todavía, con brazo heroico
    y en caída acelerada, sostiene a su pareja.

    Sara, Sara, golosina de horas muelles;
    racimo copioso y magno de promisión que fatigas
    el dorso de dos hebreos:
    siempre te sean amigas
    la llamarada del sol y del clavel: si tu brava
    arquitectura se rompe como un hilo inconsistente,
    que bajo la tierra lóbrega
    esté incólume tu frente;
    y que refulja tu blonda melena, como un tesoro
    escondido; y que se guarden indemnes, como real sello,
    tus brazos y la columna
    de tu cuello.







    A un imposible

    Me arrancaré, mujer, el imposible
    amor de melancólica plegaria
    y aunque se quede el alma solitaria
    huirá la fe de mi pasión risible.

    Iré muy lejos de tu vista grata
    y morirás sin mi cariño tierno,
    como en las noches del helado invierno
    se extingue la llorosa serenata.

    Entonces, al caer desfallecido
    con el fardo de todos mis pesares,
    guardaré los marchitos azahares
    entre los pliegues del nupcial vestido.







    Alma en pena

    A fuerza de quererte
    me he convertido, amor, en alma en pena.

    ¿Por qué, Fuensanta mía,
    si mi pasión de ayer está ya muerta
    y en tu rostro se anuncian los estragos
    de la vejez temida que se acerca,
    tu boca es una invitación al beso
    como lo fue en lejanas primaveras?

    Es que mi desencanto nada puede
    contra mi condición de ánima en pena
    si a pesar de tus párpados exangües
    y las blancuras de tu faz anémica,
    aun se tiñen tus labios
    con el color sangriento de las fresas.

    A fuerza de quererte
    me he convertido, amor, en alma en pena,
    y con el candor angélico de tu alma
    seré una sombra eterna.







    Día trece

    Mi corazón retrógrado
    ama desde hoy la temerosa fecha
    en que surgiste con aquel vestido
    de luto y aquel rostro de ebriedad.

    Día trece en que el filo de tu rostro
    llevaba la embriaguez como un relámpago
    y en que tus lúgubres arreos daban
    una luz que cegaba al sol de agosto,
    así como se nubla el sol ficticio
    en las decoraciones
    de los calvarios de los Viernes Santos.

    Por enlutada y ebria simulaste,
    en la superstición de aquel domingo,
    una fúlgida cuenta de abalorio
    humedecida en un licor letárgico.

    ¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
    para que así pudiesen
    narcotizarlo todo?
    Tu tiniebla
    guiaba mis latidos, cual guiaba
    la columna de fuego al israelita.

    Adivinaba mi acucioso espíritu
    tus blancas y fulmíneas paradojas:
    el centelleo de tus zapatillas,
    la llamarada de tu falda lúgubre,
    el látigo incisivo de tus cejas
    y el negro luminar de tus cabellos.

    Desde la fecha de superstición
    en que colmaste el vaso de mi júbilo,
    mi corazón obscurantista clama
    a la buena bondad del mal agüero;
    que si mi sal se riega, irán sus granos
    trazando en el mantel tus iniciales;
    y si estalla mi espejo en un gemido,
    fenecerá diminutivamente
    como la desinencia de tu nombre.

    Superstición, consérvame el radioso
    vértigo del minuto perdurable
    en que su traje negro devoraba
    la luz desprevenida del cenit,
    y en que su falda lúgubre era un bólido
    por un cielo de hollín sobrecogido...







    El adiós

    Fuensanta, dulce amiga,
    Blanca y leve mujer,
    Dueña ideal de mi primer suspiro
    Y mis copiosas lágrimas de ayer;
    Enlutada que un día de entusiasmo
    Soñé condecorar,
    Prendiendo, en la alborada de las nupcias,
    En el negro mobiliario de tu pecho
    Una fecunda rama de azahar.
    Dime ¿es verdad que ha muerto mi quimera,
    El idólatra de tu palidez
    No volverá a soñar con el milagro
    De la diáfana rosa de tu tez?
    (Así interrogo en la profunda noche
    mientras las nubes van
    cual pesadillas lóbregas, y gimen,
    a distancia, unos huérfanos sin pan.)
    De las cercanas torres
    bajo el fúnebre son
    de un toque de difuntos, y Fuensanta
    clama en un gesto de desolación:

    "¿No escuchas las esquilas agoreras?
    ¡Tocan a muerto por nuestra ilusión!
    Me duele ser el cruel
    y quitar de tus labios
    la última gota de la vieja miel.
    "Mas el cadáver del amor con alas
    con que en horas de infancia me quitaste,
    yo lo he de estrechar
    contra mi pecho fiel, y en una urna
    presidirá los lutos de mi hogar."
    Hemos callado porque nuestras almas
    Están bien enclavadas en su cruz.

    Me despido... Ella guía,
    Llevando, en un trasunto de Evangelio,
    En las frágiles manos una luz.
    Pero apenas llegados al umbral,
    Suspiro de alma en pena
    O soplo del Espíritu del mal,
    Un golpe de aire marea la bujía...
    Aúlla un perro en la calma sepulcral...
    Fue así como Fuensanta y el idólatra
    Nos dijimos adiós en las tinieblas
    De la noche fatal.







    El candil

    A Alejandro Quijano

    En la cúspide radiante
    que el metal de mi persona
    dilucida y perfecciona,
    y en que una mano celeste
    y otra de tierra me fincan
    sobre la sien la corona;
    en la orgía matinal
    en que me ahogo en azul
    y soy como un esmeril
    y central y esencial como el rosal;
    en la gloria en que melifluo
    soy activamente casto
    porque lo vivo y lo inánime
    se me ofrece gozoso como pasto;
    en esta mística gula
    en que mi nombre de pila
    es una candente cábala
    que todo lo engrandece y lo aniquila;
    he descubierto mi símbolo
    en el candil en forma de bajel
    que cuelga de las cúpulas criollas
    su cristal sabio y su plegaria fiel.

    Oh candil, oh bajel, frente al altar
    cumplimos, en dúo recóndito,
    un solo mandamiento: venerar!

    Embarcación que iluminas
    a las piscinas divinas:
    en tu irisada presencia
    mi humanidad se esponja y se anaranja,
    porque en la muda eminencia
    están anclados contigo
    el vuelo de mis gaviotas
    y el humo sollozante de mis flotas.

    ¡Oh candil, oh bajel: Dios ve tu pulso
    y sabe que anonadas
    en las cúpulas sagradas
    no por decrépito ni por insulso!
    Tu alta oración animas
    con el genio de los climas.

    Tú no conoces el espanto
    de las islas de leprosos,
    el domicilio polar
    de los donjuanescos osos,
    la magnética bahía
    de los deliquios venéreos,
    las garzas ecuatoriales
    cual escrúpulos aéreos,
    y por ello ante el Señor
    paralizas tu experiencia
    como el olor que da tu mejor flor.

    Paralelo a tu quimera,
    cristalizo sin sofismas
    las brasas de mi ígnea primavera,
    enarbolo mi jubilo y mi mal
    y suspendo mis llagas como prismas.

    Candil, que vas como yo
    enfermo de lo absoluto,
    y enfilas la experta proa
    a un dorado archipiélago sin luto;
    candil, hermético esquife:
    mis sueños recalcitrantes enmudecen cual un cero
    en tu cristal marinero,
    inmóviles excelsos y adornantes.







    El piano de Genoveva

    Piano llorón de Genoveva, doliente piano
    que en tus teclas resumes de la vida el arcano;
    piano llorón, tus teclas son blancas y son negras,
    como mis días negros, como mis blancas horas;
    piano de Genoveva que en la alta noche lloras,
    que hace muchos inviernos crueles que no te alegras:
    tu música es historia de poéticos males,
    habla de encantamientos y de princesas reales,
    de los pequeños novios que por robar los nidos
    una tarde nublada se quedaron perdidos
    en el bosque; y nos cuenta de la niña agraciada
    que recibió regalos de sus once madrinas,
    que no invitó a la otra a sus bodas divinas
    y que sufrió por ello los enojos del hada.

    Me pareces, ¡oh piano!, por tu voz lastimera,
    una caja de lágrimas, y tu oscura madera
    me evoca la visita del primer ataúd
    que recibí en mi casa en plena juventud.

    Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
    de tu alma a todo el mundo revelas el secreto;
    cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.

    Piano llorón, la hermosa más hermosa del valle,
    se nos ha vuelto triste porque tiene treinta años
    y no hay por todo el pueblo quien ronde por su calle.

    Genoveva, regálame tu amor crepuscular:
    esos dulces treinta años yo los puedo adorar.
    Ruégale tú que al menos, pobre piano llorón,
    con sus plantas minúsculas me pise el corazón.







    El son del corazón

    Una música íntima no cesa
    porque transida en un abrazo de oro
    la Caridad con el Amor se besa.

    ¿Oyes el diapasón del corazón?
    Oye en su nota múltiple el estrépito
    de los que fueron y de los que no son.

    Mis hermanos de todas las centurias
    reconocen en mi su pausa igual,
    sus mismas quejas y sus propias furias.

    Soy la fronda parlante en que se mece
    el pecho germinal del bardo druida
    con la selva por diosa y por querida.

    Soy la alberca lumínica en que nada,
    como perla debajo de una lente,
    debajo de las linfas. Scherezada.

    Y soy el suspirante cristianismo
    al hojear las bienaventuranzas
    de la virgen que fue mi catecismo.

    Y la nueva delicia, que acomoda
    sus hipnotismos de color de tango
    al figurín y al precio de la moda.

    La redondez de la Creación atrueno
    cortejando a las hembras y a las cosas
    con un clamor pagano y nazareno.

    ¡Oh, Psiquis, oh mi alma: suena a son
    moderno, a son de selva, a son de orgía
    y a son marino, el son del corazón!







    El sueño de los guantes negros

    Soñé que la ciudad estaba dentro
    del más bien muerto de los mares muertos.
    Era una madrugada del invierno
    y lloviznaban gotas de silencio.

    No más señal viviente, que los ecos
    de una llamada a misa, en el misterio
    de una capilla oceánica, a lo lejos.

    De súbito me sales al encuentro,
    resucitada y con tus guantes negros.

    Para volar a ti, le dio su vuelo
    el Espíritu Santo a mi esqueleto.

    Al sujetarme con tus guantes negros
    me atrajiste al océano de tu seno,
    y nuestras cuatro manos se reunieron
    en medio de tu pecho y de mi pecho,
    como si fueran los cuatro cimientos
    de la fábrica de los universos.

    ¿Conservabas tu carne en cada hueso?
    El enigma de amor se veló entero
    en la prudencia de tus guantes negros.

    ¡Oh, prisionera del valle de México!
    Mi carne...* de tu ser perfecto
    quedarán ya tus huesos en mis huesos;
    y el traje, el traje aquel, con que tu cuerpo
    fue sepultado en el Valle de México;
    y el figurín aquel, de pardo género
    que compraste en un viaje de recreo...

    Pero en la madrugada de mi sueño,
    nuestras manos, en un circuito eterno
    la vida apocalíptica vivieron.

    Un fuerte... como en un sueño
    libre como cometa, y en su vuelo
    la ceniza y... del cementerio
    gusté cual rosa...

    *Los puntos suspensivos indican palabras ilegibles en el original.







    Elogio a Fuensanta

    Tú no eres en mi huerto la pagana
    rosa de los ardores juveniles;
    te quise como a una dulce hermana

    y gozoso dejé mis quince abriles
    cual un moño de flores de pureza
    entre tus manos blancas y gentiles.

    Humilde te ha rezado mi tristeza
    como en los pobres templos parroquiales
    el campesino ante la Virgen reza.

    Antífona es tu voz, y en los corales
    de tu mística boca he descubierto
    el sabor de los besos maternales.

    Tus ojos tristes, de mirar incierto,
    recuérdanme dos lámparas prendidas
    en la penumbra de un altar desierto.

    Las palmas de tus manos son ungidas
    por mí, que provocando tus asombros
    las beso en las ingratas despedidas.

    Soy débil, y al marchar por entre escombros
    me dirige la fuerza de tu planta
    y reclino las sienes en tus hombros.

    Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta
    que en tus brazos beatíficos me duermo
    como sobre los senos de una Santa.

    ¡Quién me otorgara en mi retiro yermo
    tener, Fuensanta, la condescendencia
    de tus bondades a mi amor enfermo
    como plenaria y última indulgencia!









    En el reinado de la primavera

    A Josefa de los Santos
    *17de marzo de 1880
    +7 de mayo de 1917

    Amada, es primavera.
    Fuensanta, es que florece
    la eclesiástica unción de la cuaresma.
    Hay un alivio dulce
    en las almas enfermas,
    porque abril con sus auras les va dando
    la sensación de la convalecencia.

    Se viste el cielo del mejor azul
    y de rosas la tierra,
    y yo me visto con tu amor... ¡Oh gloria
    de estar enamorado, enamorado,
    ebrio de amor a ti, novia perpetua,
    enloquecidamente enamorado,
    como quince años, cual pasión primera!

    Y con la dicha de palomas que huyen
    del convento en que estaban prisioneras
    y se ven lejos, bajo la promesa
    azul del firmamento
    y sobre la florida de la tierra,
    así vuelan a verte en otros climas
    ¡oh santa, amadísima, oh enferma!
    estos versos de infancia que brotaron
    bajo el imperio de la Primavera
    de amor y buenaventura
    en estas noches lluviosas.
    Y nuestro dulce noviazgo
    será, Fuensanta, una flor
    con un pétalo de enigma
    y otro pétalo de amor.

    Tú me dirás del enigma,
    yo te diré del amor!
    ¡Ay de Dios, que tu palabra
    me tiene embrujada el alma.





    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Mar 03 Sep 2024, 17:17

    Orietta Lozano


    Poeta y novelista colombiana nacida en Cali en 1956.
    Pertenece a la nueva generación de poetas colombianas con una marcada inclinación hacia los temas eróticos.
    Es directora de la Biblioteca del Centenario de la ciudad de Cali donde ha desarrollado una importante gestión.
    Obtuvo el Premio Nacional de Poesía 1986 con «El vampiro esperado» y ganó además el concurso
    Mejor poema erótico colombiano.
    Entre sus publicaciones se destacan: «Fuego secreto» 1980, «Poesía para amantes», «Memoria de los espejos»
    en 1983, «El vampiro esperado» y «Agua ebria», traducido al francés



    A este triste animal que me soporta...

    A este triste animal que me soporta
    le duele el vuelo de mi espíritu,
    la sagacidad de mi garganta
    que huye de la soga,
    la escueta salud de mis microbios,
    el juego lúgubre de mi carne.
    La recolecta está hecha,
    la oreja de Van Gogh, para un poema
    de agua y de dolor,
    un rayo de sol para mi ombligo.
    Todos me dieron la palabra
    plena de sutiles formas,
    todos me dieron el ayuno pleno de sus bocas,
    ahora, mis brazos fatigados
    recogen las flores funerarias
    esparcidas en mi alcoba.






    Amo en ti lo que en otros...

    Amo en ti lo que en otros
    hubiera despreciado:
    tus pasos algo tardos,
    tus pies casi pesados;
    tu cabeza inclinada hacia la frente;
    tu madurez,
    y tu cansancio.
    Amo el gesto de tus labios,
    tus sonrisas,
    trago a trago.
    Tu traje también lo amo:
    es tu presencia;
    sus arrugas son la marca
    de tus luchas.
    Tus zapatos son un signo de mi espera,
    cuando van tristemente hacia tus calles.
    ¿Por qué tienes
    las manos desatadas?
    ¿Quieres llevar la frente levantada
    y estar firme,
    y regresar a tu voz
    hoy, y mañana,
    con la misma palabra
    decantada?
    Te hallarías
    inundado de fango,
    enturbiadas tus manos,
    y los hombros
    agobiados de pronto por un peso
    acerbo
    tan intenso
    que te arrastraría encadenado hacia los años
    venideros.
    Un sabor cáustico de acíbar
    purifica mis labios.
    Tengo envenenada la garganta.
    Gritaría con rabia,
    tumbaría mis puertas, mis techos, mis aldabas,
    destruiría sin conciencia mi casa y tu casa,
    para romper las ataduras
    de tu alianza.
    Pero sería la derrota de lo que vale adentro,
    y estarías
    empequeñecido por ti frente a tus ojos,
    débil para la lucha de los odios
    no tan grande, no tan fiero, no tan alto,
    cuando tu cruz se levante
    sobre el altar de tus años.







    Ascendiendo hacia el olvido

    Redimí mi carne, la inmolé en el sagrado
    bebedizo de la poesía
    y me lavé en sus aguas de yerbas perfumadas.
    Me liberté en el mítico olor del lenguaje
    que me poseyó en los sueños.
    Todo será conmigo en la hora inviolable,
    todo se irá conmigo, el polvo de la luna,
    tus uñas desgarrando mi fastidio,
    el olor inviolable del deseo.
    Los perros hambrientos del lenguaje
    han dejado su presa abandonada en el silencio.
    -Me duele el lenguaje que agoniza tercamente
    entre mis carnes-
    Olvídame
    con tu recuerdo me desciendes,
    me detienes.
    -Lo perdido nunca más será hallado-
    Déjame en la edad del olvido.
    Un día me uní a esta violenta caravana
    y la destrocé como a una jaula de gorilas,
    destrocé la nave en que se detuvo el desespero,
    la incineré como carne sagrada y su polvo
    me dio la dimensión del tiempo y de la muerte.
    Déjame en la edad de la nada.
    Déjame ascender hacia el olvido.







    Danza

    Qué voz hace crujir el vestido de seda
    de esta noche y entreabrir los muslos tiernamente
    y desnudar su espalda de mujer?
    Parece ser el canto ebrio de bacantes
    o el susurro lejano de una viuda
    o la lluvia entrecortada de una novia.
    ¿Qué voz extraña hace que el perro se levante y dance,
    y la luna galope en el lomo de un caballo,
    y el lago abra su ojo cristalino más que nunca?
    ¡Levántate, amor! La noche espera ser ungida
    de vinos y perfumes,
    sacrificada como una diosa frágil
    entre los brazos de la tierra.







    Despojada

    Dónde despertar, en qué momento,
    lo inmediato duele, quema,
    explota bruscamente entre mis cejas.
    La búsqueda se ha perdido,
    el tiempo cayó goteando por tus ojos
    todo crimen quedó estático en mis sienes,
    yo me hundo en cada flor como la abeja
    y ningún fruto se perfila.
    Me he despojado de todo encuentro,
    sobre mi hombro se posa el pájaro del silencio
    y a veces, sólo a veces, la carcajada del delirio,
    viene a perforar los huesos a mi hastío.







    Día

    El sol se enreda en mis pestañas,
    y tú asistes al rito cotidiano del agua y del espejo,
    henchido, vaporoso, con tu rostro esculpido de sueño
    y de deseo,
    como si fueras a un congreso de dioses azulados,
    o al territorio de esperma del poeta.
    El día danza complaciente y tu garganta sin sonido
    como un espejo mágico, brindando el sí desnudo a mí
    pregunta.
    Tú buscas incansable el color de mi tristeza,
    el agua matutina entre mis dedos,
    el control de la luz sobre mi cuerpo,
    las horas que se yerguen como caballos musicales.
    Yo palpo mi deseo tirada como una fruta seca
    y me interno entre los fragmentos que va
    dejando el día.
    La ruta de cigarras fluye circundada de atardecidos cantos.







    Esta noche

    Como duelen los vientos esta noche
    cuando lejos los tambores de la guerra
    se acarician tristemente y pedazos de cielo
    se desprenden podridos, fatigados.
    Esta noche en la habitación con aroma de durazno
    los amantes susurran como soldados heridos
    y recuerdan su primer beso como una suave bala.
    En los vejados divanes, los abuelos de risa lánguida
    sólo esperan la fría caricia de la muerte
    y se entretienen, tejiendo, sus horas de recuerdos.
    La noche avanza como un gran dios que hechiza en el
    miedo
    más allá de los bosques y las sombrías trampas,
    más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
    En esta noche de mirada de lobo
    cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
    detrás de los cristales de las casas.








    Estallido

    El poema estaba por salir
    pero las rejas milimétricas, las rejas metafísicas
    las nerviosas rejas
    lo sostenían en el lado horizontal de la memoria .
    ... El estallido se produce,
    la línea horizontal deviene multitud de líneas
    y el poema baja hasta la más tranquila hoja.







    Intimidad

    La noche vuelve secreta
    a tantear mi cuerpo,
    me penetra lenta y suave
    me abro
    como una flor nocturna.







    La amante

    Soy la amante
    que estrenas,
    la nueva, la eterna,
    la de muslos trigueños,
    columnas seguras
    que se abren perfectamente
    para dar paso
    a tu mar ancho y espeso.
    Soy la de paralelas montañas,
    erectas, duras,
    por donde han caminado
    pájaros heridos de amor.

    Soy la amante nocturna,
    la de noctámbulos besos,
    ( mis ojos, túneles profundos
    donde se pierde la soledad).

    Soy la de siempre, la eterna,
    la que te arranca el hastío
    de cada costado,
    la que se tiende plácidamente,
    la que se para,
    la que te sorprende,
    la que se quita las vestiduras
    y se lava en tu río claro.
    Soy la que te crucifica
    con mis ojos, con mi lengua,
    la que se pierde
    en tu mirada lela,
    la que infatigable
    recorre tu cuerpo,
    la que vibra con devoción
    en tu silencioso mundo.
    Soy ella, la eterna,
    la antigua, la nueva,
    la de siempre
    la que se cierra
    la que se abre
    la de ambivalentes tardes.
    Soy la que renace,
    la que se abre
    la que se cierra.







    Ojos habitados

    Ven, ciérrame los ojos con un beso
    para que no pueda ver mi cielo,
    y de nuevo
    ábreme los ojos con un beso
    para que así no pueda verlo entre mi sueño.
    Oblígame al secreto
    para que nada diga de los besos,
    y pídeme que cante
    para que pueda hablarte.
    Eres el que puso en mis labios
    la voz, desde hace mucho tiempo,
    y has habitado
    mis manos
    desde que mi sangre sólo estaba creciendo.
    Ibas a preguntarme
    por mi cadena insomne,
    y era mayor el hambre de mi acecho
    y la estructura de mis huesos
    estaba decayendo.
    Ven, ciérrame los ojos
    para que pueda descansar mi ruego.







    Palabras

    Fui lenta, vaporosa,
    alegre espectadora
    de un noctámbulo teatro
    a mirar risueñamente
    a la cantante calva
    cuyos cabellos había dejado
    suspendidos
    en la intimidad del tiempo.







    Palabras lejanas

    A Alejandro Pluma

    Soy la antigua amiga de la correspondencia lejana
    de cartas delirantes enredadas en los sueños.
    Apenas te acordarás de las secretas frases
    entre sedas vaporosas que vestía la curva de mi vientre.
    y hoy cuando el sol ha bajado hasta los árboles
    y los pájaros circundan la autopista
    te imagino tan duro y tan flexible
    entre los fragmentos dejados por mis dedos.
    Yo, la que te enviaba las estrellas entrega inmediata
    y con fugitivo aire de poeta
    merodeaba el correo y al librero de cabellos blancos.
    Yo, a quien después de tanto conoces poco,
    he dejado mi vocación de errante,
    mis secretas corrientes de aire
    por donde escapaba mi soledad.
    Te conozco allí donde pareces más lejano
    en la transparencia de tu sonido.
    Pobre poeta malhumorado de largas barbas,
    ¿vendrán tus palabras a dispersar mi angustia?
    Yo, la que intentaba en tediosas noches
    dejar mi rostro en fugaces cuerpos
    para quedarme sola con el agua y los espejos,
    me miro ahora en la palabra de tu carta más amada,
    y esta vez no habrá intentos de suicidios
    a cambio de tu fruta indescifrable.
    Sólo destellos de silencio.







    Pensamiento II

    A Alejandra Pizarnik

    Vengo del silencio,
    mis ojos se secaron como el agua de hace siglos.
    Me lancé al vértigo de lo extraño y accesible
    al final fantástico, al comienzo.
    Senté a la muerte en mi silla paralela,
    nos miramos y supimos que estábamos perdidas
    supimos de la cita misteriosa,
    todo lugar era el exacto, cualquier hora la precisa.
    Los hombres la miraban como una doncella condenada,
    la contemplaban indecisos, la injuriaban,
    y ella la de tantas muertes, se protegía el rostro
    con mis manos.
    Ella siempre supo de mi sueño,
    que la buscaba a lo largo de un pasillo,
    en lo oscuro de una cueva,
    en la geometría de las casas;
    y con el miedo de una niña pálida
    que acude a su primera cita, a su primera muerte
    se aposentó en mi regazo suavemente
    buscando para su juego el final fantástico,
    el comienzo.







    Pensamiento oculto

    Por qué no vienes hacia mí
    y posas tu palabra en mi desnuda carne
    y renuevas mi sangre y la calientas.
    Juguemos con la lunática noche
    a dibujar mi voz en tu boca
    a danzar con música de agua.
    ... Me crispa este sutil secreto
    mientras amablemente hablamos
    de las mil noches y una noche.







    Perdiéndome en tu cuerpo

    Mi boca de poca risa
    parte alegre hacia tu boca
    y como siempre voy hacia tu cuerpo
    estoy sin voz
    a la hora de los besos.
    Me detengo un minuto
    en el silencio
    para componer un canto a tus caricias
    y voy perdiéndome en tu cuerpo.
    La noche me envuelve lentamente
    y las llaves de la casa
    me recuerdan el regreso.







    Poema agonizante

    Déjame agonizar en el centro de tu carne.
    Delgada casi etérea aparezco
    como en una sesión de espiritistas
    para translucir mi pesadilla.
    He terminado mi ronda, entre purpúreas vasijas
    oxidando mi garganta, recogiendo el vuelo de los pájaros,
    exhibiendo milímetro a milímetro mi cuerpo,
    desplegando mis olores.
    Mi tiempo no medido por relojes
    corre húmedo, grasiento
    a finalizar la curva peligrosa.
    En el antiguo espejo de mi casa de arcilla
    ya no veré mi rostro tatuado por el agua.







    Poema para inventar un Dios

    Vas y vienes como delicioso mensajero
    enviado por los dioses
    y me oyes hablar y hablar
    con esa deliciosa curvatura de tus labios,
    dispuesto a corregir con armonioso acierto.
    Tu rozas el delicado tobillo del amor
    con la agilidad de un gato.
    Alargas tus ojos hacia los lechos purpúreos de sueños
    mientras enciendes tu cotidiano cigarrillo
    como una luciérnaga que ilumina para capturar la noche.
    Me parece que estás poseído, ya no hablas,
    tu lengua se ha secado y tu risa luce
    como un pequeño regalo envuelto en alas
    de delgadas mariposas.
    Ebrio más que Baco deslizas tus movimientos
    a través de mi cintura.
    Lentamente, abandonados, somos un par de astros
    que estallan en la dimensión de un lecho.







    Predestinada a la tristeza

    Ya no soy yo amado,
    y no sé quién soy, si todavía permanezco,
    si estoy aquí y lo que toco está.
    Las palabras me caen como agua fresca,
    la tristeza se riega en mi música ensangrentada.
    En mi corazón se anida un animal herido
    y mis versos preferidos los dije a la noche
    que aguarda el beso caliente del amante
    y el rumor perecedero de la piedra.
    Ya no soy yo amado,
    y no sé si estoy aquí, si mis miembros se cierran
    o se abren,
    si la muerte es un mal sueño dilatándose en mis venas,
    recordando como una voz antigua,
    mi no permanecer, ni fugaz sentir, mi antiguo malestar
    caído de la duda.







    Quiero un viernes...

    I
    Quiero un viernes
    para morir de olvido.
    Un viernes
    de silencio
    que talle mi muerte.
    Quiero un viernes
    de luna clara y ancha
    para anclar mi cuerpo
    sin prisa alguna.
    Un viernes frío
    que tale el árbol
    De mi vida infértil.
    Un viernes frío
    frío
    que hiele
    mi cuerpo estéril.
    un viernes
    de César Vallejo
    y voz herida,
    de hombre
    ebrio de angustia...
    Quiero morir un viernes
    despacio, despacio
    para reírme del día
    que se lleva
    mi cuerpo herido.
    Quiero un viernes frío,
    frío
    de muerte, frío!

    II
    Nosotros
    los de abajo
    y la sonrisa triste
    los de la voz fuerte
    y la rabia contenida.
    Nosotros
    los de las noches
    con olor a aguardiente
    y mañana de pan duro.
    nosotros
    los que fundimos la esperanza
    en las manos
    los que sabemos que la tierra
    está preñada de una fértil venganza.
    Nosotros
    los que nunca tuvimos oportunidad
    de nada
    arrancamos en un grito
    la voz de todos
    cada mañana.







    Ritual secreto

    Amante mío, estoy desnuda, más fresca que el agua azul
    para tu noche de amor.
    Cada extremo de mi boca,
    cada esquina de mis miembros
    se apresuran como ágiles peces
    hacia tus tibias aguas.
    Amante mío, yo deseo la mordedura de tus dientes
    y me encamino temblorosa hacia cada uno de tus dedos,
    me detengo a mirar tu cuerpo a través de oscura cerradura
    e incontenible deseo se posa en mis húmedos senos.
    Por ti se escapa la sequedad de mi boca,
    mi mirada de brújula perdida en tus rincones,
    floto voluptuosa en tus profundas aguas
    y me abro como flor nocturna a tu plácida noche.
    Mi cuerpo, fiesta fértil y lasciva.
    Paséeme solitaria, desnuda ante tu noche,
    siémbrame semillas olorosas a sal.
    Mírame desnuda
    con la hermosa sospecha
    que mi vientre será fértil a tu salada lluvia.
    Mi caverna, tibia y silenciosa, guarida perfecta
    de tu solitario cuerpo,
    Mi boca es suave entre tus dientes,
    mi lengua, pájaro que anida en tu boca.
    Por mi carne fluye sudor de hierro
    y me prendo
    como alga marina a tu confuso mar.
    Soy la obra inconclusa
    con infinitas posibilidades para un final.
    Me entrego fácil a tus brazos,
    con el misterioso encanto de un ritual.







    Te espero

    Te espero
    en la última hora de la tarde
    con el deseo de dejarte
    destrenzar mis cabellos en el aire.

    Y te quiero
    con mi último amor entretejido
    en la sombra del sauce.

    Esta es la hora azul
    de mi ventana,
    y aquella es la campana
    de mis tardes.
    Todavía
    puedo cantar tu lejanía
    con la misma ansiedad
    de aquellos días disueltos en la infancia.
    Todos mis días fueron
    como murciélagos
    ciegos;
    fueron como voces
    gritadas en el agua;
    lo mismo que canciones
    no escuchadas.
    Pero ahora,
    lejos de tu mirada,
    comprendo tanta luz que me cegaba.
    Y en esta hora azul,
    la de mi llama renovada,
    puedo decirte que te espero
    con aquella canción interminada.


    _________________



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Empty Re: POETAS LATINOAMERICANOS

    Mensaje por Maria Lua Jue 05 Sep 2024, 21:14

    Manuel Magallanes


    Poeta chileno nacido en La Serena en 1878.
    Desde muy corta edad mostró una marcada preferencia por la poesía y las letras, constituyéndose con el correr
    del tiempo en una destacada figura del panorama literario de su país.
    Perteneció al Grupo de los Diez, pequeño círculo de intelectuales de variadas actividades, cuya creación artística
    se inspiraba en los postulados de León Tolstoi.
    Aunque falleció a la edad de 48 años, dejó una amplia obra poética reunida en «Facetas», «La casa junto al mar»
    y «Florilegio».



    Adoración

    Tus manos presurosas se afanaron y luego,
    como un montón de sombra, cayó el traje a tus pies,
    y confiadamente, con divino sosiego,
    surgió ante mí tu virgen y suave desnudez.

    Tu cuerpo fino, elástico, su esbelta gracia erguía.
    Eras en la penumbra como una claridad.
    Era un cálido velo que toda te envolvía,
    la inefable dulzura de tu serenidad.

    Con el alma en los ojos te contemplé extasiado.
    Fui a pronunciar tu nombre y me quedé sin voz....
    Y por mi ser entero pasó un temblor sagrado,
    como si en ti, desnuda, se me mostrara Dios.







    Alma mía, pobre alma mía...

    Alma mía, pobre alma mía,
    tan solitaria en tu dolor.
    Enferma estás de poesía,
    alma mía llena de amor.

    Crees que la vida es un cuento,
    crees que vivir es soñar...
    Pobre alma sin entendimiento,
    hora es esta de razonar.

    Ve que la vida no es aquella
    que te forjaste en tu candor:
    la vida con amor es bella,
    pero es más bella sin amor.

    Ve, alma mía, pobre alma mía
    ve y empéñate en comprender
    que el amor es melancolía
    y es amargura la mujer.

    Sin amor y sin sentimiento
    serás fuerte, podrás triunfar.
    Alma, la vida no es un cuento;
    alma, el vivir no es el soñar.

    Que en ti el vivir no deje huella
    ni de placer ni de dolor:
    la vida con amor es bella,
    pero es más bella sin amor.

    Sé cauta, sé diestra, sé fría;
    no te dejes enternecer
    que es el amor a la mujer
    por tu amor a la Poesía.

    Coge, alma, la flor del momento
    y no la quieras conservar.
    Si se marchita, échala al viento,
    que lo demás fuera soñar.

    Esta mujer es como aquélla:
    todas son fuente de dolor.
    Alma mía, la vida es bella,
    pero es más bella sin amor.

    Y mi alma dijo: «En mi embeleso
    oí tu voz como un cantar.
    ¿Sabes? Soñaba con un beso
    robado a orillas de la mar.







    Amor

    Amor que vida pones en mi muerte
    como una milagrosa primavera:
    ido ya te creí, porque en la espera,
    amor, desesperaba de tenerte.

    era el sueño tan largo y tan inerte,
    que si con vigor tanto no sintiera
    tu renacer, dudara, y te creyera,
    amor, sólo un engaño de la suerte.

    Mas te conozco bien, y tan sabido
    mi corazón, te tiene, que, dolido,
    sonríe y quiere huirte y no halla modo.

    Amor que tornas, entra. Te aguardaba.
    Temía tu regreso, y lo deseaba.
    Toma, no pidas, porque tuyo es todo.







    Ansiedad

    Ella:
    Sus ojos suplicantes me pidieron
    una tierna mirada, y por piedad
    mis ojos se posaron en los suyos...
    Pero él me dijo : ¡más!

    Sus ojos suplicantes me pidieron
    una dulce sonrisa, y por piedad
    mis labios sonrieron a sus ojos...
    Pero él me dijo : ¡más!

    Sus manos suplicantes me pidieron
    que les diera las mías, y en mi afán
    de contentarlo, le entregué mis manos...
    Pero él me dijo : ¡más!

    Sus labios suplicantes me pidieron
    que les diera mi boca, y por gustar
    sus besos, le entregué mi boca trémula...
    Pero él me dijo : ¡más!

    Su ser, en una súplica suprema,
    me pidió toda, ¡toda!, y por saciar
    mi devorante sed fui toda suya
    Pero él me dijo: ¡más!

    Él:
    La pedí una mirada, y al mirarme
    brillaba en sus pupilas la piedad,
    y sus ojos parece que decían:
    ¡No puedo darte más!

    La pedí una sonrisa. Al sonreírme
    sonreía en sus labios la piedad,
    y sus ojos parece que decían:
    ¡No puedo darte más!

    La pedí que sus manos me entregara
    y al oprimir las mías con afán,
    parece que en la sombra me decía:
    ¡No puedo darte más!

    La pedí un beso, ¡un beso!, y al dejarme
    sobre sus labios el amor gustar,
    me decía su boca toda trémula:
    ¡No puedo darte más!

    La pedí en una súplica suprema,
    que me diera su ser..., y al estrechar
    su cuerpo contra el mío, me decía:
    ¡No puedo darte más!







    Apaisement

    Tus ojos y mis ojos se contemplan
    en la quietud crepuscular.
    Nos bebemos el alma lentamente
    y se nos duerme el desear.

    Como dos niños que jamás supieron
    de los ardores del amor,
    en la paz de la tarde nos miramos
    con novedad de corazón.

    Violeta era el color de la montaña.
    Ahora azul, azul está.
    Era una soledad el cielo. Ahora
    por él la luna de oro va.

    Me sabes tuyo, te recuerdo mía.
    Somos el hombre y la mujer.
    Conscientes de ser nuestros nos miramos
    en el sereno atardecer.

    Son del color del agua tus pupilas:
    del color del agua del amar.
    Desnuda, en ellas se sumerge mi alma,
    con sed de amor y eternidad.







    Aquella tarde única se ha quedado en mi alma...

    Aquella tarde única se ha quedado en mi alma.
    Su luz flota en la sombra de mi noche interior.

    Sólo una fugitiva vislumbre en la ventana,
    sólo un azul reflejo, nada más que un vapor
    de luz que se filtraba por las breves junturas,
    sólo un vaho de cielo, no más que una ilusión
    de claridad fluyendo por entre los postigos.
    Nada más que el ensueño de aquel suave fulgor.

    Sólo esa fugitiva vislumbre en la ventana.
    No más. Y en la penumbra, libres al fin, tú y yo.
    En silencio llegaba yo al fondo de la dicha;
    con infantil dulzura, tú gemías de amor.

    Sólo el azul reflejo de aquella tarde única...
    ¿No ves tú en la ventana? ¿No ves tú? Quizá no.
    Acaso no lo viste, porque cuando yo inmóvil
    me quedé contemplando aquel suave fulgor,
    tú en aquellos momentos de lánguido reposo
    dormías dulcemente sobre mi corazón.

    Veo la fugitiva vislumbre en la ventana,
    oigo el ritmo apacible de tu respiración.
    Te siento. En la penumbra te siento. Eres tú misma
    que te duermes, ya mía, sobre mi corazón.







    De mis días tristes

    Quedo, muy quedo penetré a tu alcoba
    y ahogando el rumor de mis pisadas.

    Avancé...

    Ya la luz desfallecía.
    El aposento sumergido estaba
    en una claridad tenue y dudosa;
    y era esa claridad así tan lánguida
    como la suave luz de tus pupilas
    cuando mi boca febriciente y ávida
    muerde la dulce carne de tus labios...
    Entonces languidecen tus miradas
    con desfallecimientos de crepúsculo.

    En el limpio cristal de la ventana
    agonizan reflejos purpurinos
    y las sombras germinan en la estancia.
    como un florecimiento de tristezas
    en los pliegues recónditos de un alma.

    Flota un vago perfume... Así el perfume
    de tu alma de mujer enamorada.
    Así tan leve, así tan vago... Acaso
    este perfume delicioso es tu alma!

    Acaso este perfume es el espíritu
    de aquellas pobres rosas deshojadas
    que por buscar el sol del vaso huyeron
    y sin sol se quedaron y sin agua...
    Acaso este perfume delicioso
    así tan leve, así tan vago, es tu alma!

    Aquí la mesa pequeñita en donde
    llorando escribes tus amantes cartas:
    allí tu traje rosa, cuya seda
    el tibio aroma de tu cuerpo guarda;
    allá en el muro, hundida en la penumbra,
    la silueta borrosa de una santa;
    acá el vacío espejo de Venecia
    como un pozo de sombra, y de la estancia
    en un ángulo oscuro, el blanco lecho,
    como un altar de albura inmaculada!

    De rodillas caí junto a aquel lecho
    y convulso de amor besé la almohada,
    y el tibio aroma de tu carne virgen
    busqué, besando las revueltas sábanas
    que ajé ardorosamente en mi locura...

    Y hallé las dulces huellas que buscaba
    y el tibio aroma de tu cuerpo amado
    llegó hasta el fondo mismo de mi alma.

    Y lloré de placer y de amargura,
    y amoroso besé, mordí con rabia
    y fué un delirio enorme y angustioso...

    Temblé.

    Miré en redor y mi mirada
    se hundió en la negra sombra de la noche.

    Sentí fuego en los ojos... Eran lágrimas.
    Tambaleando salí, como un demente,
    y abierta y sola se quedó tu estancia...







    El baño

    A Pedro Gil

    En un rincón discreto del parque legendario
    sus muros que recubren viejas enredaderas
    alza el baño, al través de las brumas ligeras
    que suben de la tierra como de un incensario.

    Dentro de la vacía piscina un solitario
    sauce va dejando caer sus postrimeras
    hojas. mientras los sapos desde sus madrigueras
    gargarizan las notas de un vibrante rosario.

    Dentro de la vacía piscina un solitario
    sauce va dejando caer sus postrimeras
    hojas, mientras los sapos desde sus madrigueras
    gargarizan las notas de un vibrante rosario.

    Flota en aquel recinto misterioso el ensueño
    de las blancas mujeres que con reír sonoro
    se hundieron en el agua de la piscina aquella.

    Todo habla de caricias, y hasta un rayo risueño
    del sol poniente, vuela como un beso de oro
    que buscara una boca para posarse en ella.







    El buen olvido

    ¡Hace ya tanto tiempo! Te creí tan distante,
    tan perdida en el hondo sendero del olvido,
    y ha bastado esta noche tranquila e inquietante,
    y han bastado este aroma en el aire doemido,
    y estas sombras profundas y este vago claror
    de la luna en creciente, para que yo te tienda
    mi alma a través de todo, como una buena senda
    lunada de esperanza y olorosa de amor.

    Porque olvidé tus besos, tengo sed de tu boca,
    porque olvidé tu acento, tengo ansias de tu voz,
    porque olvidé tu alma, mi alma ahora te evoca
    al pie de la montaña, bajo el cielo de dios.

    Amada, ¿ves la luna? Dame, dame tu mano.
    Dame también tus labios. seremos como hermano
    y hermana. Nos iremos por el vago sendero
    que se interna en la noche. Nos seguirá un austero
    silencio, y poco a poco será el buen recordar.

    roces, palabras, besos. ¡Te creí tan distante!
    Y en la pálida noche, el placer fulgurante
    de sentirnos de nuevo, de volvernos a hallar.







    El paseo solitario

    Ya estoy solo, mi amor. Tras el penoso
    ascender por atajos y quebradas
    domino la extensión del mar ruidoso,
    cuyas olas se rompen en cascadas
    al pie del farellón en que reposo.

    El mar, la soledad... Allá la ardiente
    fulguración del sol que ya declina,
    y abajo un remover de espuma hirviente
    y un chorrear de agua cristalina
    que está corriendo interminablemente.

    El mar y el cielo en lo alto separados
    poco a poco se acercan, se confunden,
    cual dos enormes cuerpos enarcados
    y ya en el horizonte, ambos se funden
    como en un beso dos enamorados.

    * * *

    Ya estoy solo, mi amor. Estar contigo
    en esta soledad fuera mi anhelo;
    solos ante el océano, al abrigo
    de estas rocas y bajo este áureo cielo
    que alegre ríe como un rostro amigo.

    Tener sobre mi hombro reclinada
    tu cabeza y posar en tus pupilas
    mis ojos y beber la luz dorada
    de tus pupilas verdes y tranquilas
    que miran como un mar hecho mirada.

    Tenerte aquí mientras el mar desflora
    sus espumas jugando entre las peñas;
    tenerte aquí, sobre esta erguida roca
    y preguntarte suavemente: -¿sueñas?
    y unir después mi boca con tu boca

    * * *

    Para decirte lo que mi alma amante
    callada guarda, pues no halló el momento
    de decírtelo a solas y anhelante
    contarle todo, todo lo que siento,
    quisiera estar contigo en este instante.

    Aquí en la soledad, a la difusa
    claridad del crepúsculo marino,
    encendida en amor mi alma y confusa
    de placer, te hablaría en el divino
    idioma en que el poeta habla a su musa.

    Aquí en la soledad, de este paraje
    donde ojos no hay que miren a hurtadillas
    ni oídos prestos al espionaje,
    yo a tus pies caería de rodillas
    como cae ante el ídolo el salvaje...

    * * *

    Ya estoy solo, mi amor. El viento azota
    las olas que en rebaños tumultuosos
    atropelladas van. Un barco flota
    y abre y cierra sus remos luminosos
    en un blanco aleteo de gaviota.

    Y prefiero estar solo, amada mía,
    porque allá al lado tuyo está el tormento
    de ver que en todo hay un mirar que espía,
    de hallar en todo un escuchar atento
    que oye cuanto mi boca te confía.

    Sí! Prefiero estar lejos del encanto
    que de tu ser divino se desprende
    y recordar tu imagen que amo tanto
    mientras resuena el mar y el cielo enciende
    las luminosas flores de su manto.

    * * *

    Porque en la soledad amplia y desnuda
    que me envuelve, mi boca se liberta
    de la mordaza que la tiene muda
    y con gran voz te llama y no despierta
    ni un eco hostil mi voz ardiente y ruda.

    Porque en la soledad te llamo y vienes
    ya mí te acercas llena de ternura
    y me dejas besar tus blancas sienes
    y el prodigio admirar de tu hermosura
    sin que las ansias de mi amor refrenes.

    Porque en la soledad con alegría,
    vienes al lado mío y soy tu dueño;
    porque en la soledad mi fantasía
    realiza en ti su más soñado sueño
    y en mis brazos te estrecho, y eres mía!

    * * *

    Va la luna bogando como una
    barca que se tumbó del lado izquierdo.
    Volveré por aquella blanca duna
    y alumbrarán mi senda tu recuerdo
    y la luz misteriosa de la luna.







    El regreso

    Me detuve en la entreabierta
    puerta de mi oscuro hogar
    y besó mi boca yerta
    aquella bendita puerta
    que me convidaba a entrar.

    Mi corazón fatigado
    de luchar y de sufrir,
    cuando escuchó el sosegado
    rumor del hogar amado
    de nuevo empezó a latir.

    Fue como el lento regreso
    de la muerte hacia la vida,
    como quien despierta ileso
    tras fatal caída al beso
    de alguna boca querida.

    Adentro una voz serena
    decía cosas triviales
    y había un dejo de pena
    en esa voz suave y llena
    de cadencias musicales.

    La voz suave de la esposa
    despertó mi corazón,
    aquella voz amorosa
    que en otra edad venturosa
    me arrulló con su canción.

    Desfallecido de tanto
    batallar y padecer,
    llevando en los ojos llanto
    y en el alma desencanto
    llegué ante aquella mujer.

    Caí junto a su regazo
    y en él mi cabeza hundí,
    y unidos en mudo abrazo
    de nuevo atamos el lazo
    que en mi locura rompí.

    Ni reproches ni gemidos...
    sólo frases de perdón
    brotaron de esos queridos
    labios empalidecidos
    por tanta y tanta aflicción.

    «Llora, llora -me decía-.
    Yo sé que llorar es bueno»...
    Mudo mi llanto caía
    y ella mi llanto bebía
    y me estrechaba a su seno.

    Nunca, nunca he de olvidar
    sus palabras de cariño
    ni el amoroso cantar
    con que tras lento llorar
    me hizo dormir como a un niño.







    El rompimiento

    En un chispazo de orgullo,
    o de dignidad (y creo
    que quizás fue de amor propio)
    la eché en cara mi desprecio.

    Ello quiso disculparse,
    quiso defenderse, pero
    yo no lo escuché y entonces
    su boca guardó silencio.

    Calló su boca y hablaron
    sus ojos. ¡Lo que dijeron
    esos adorados ojos
    en su mirar altanero!

    Aún me parece mirarlos.
    Me parece que aún siento
    cómo rasgo mi alma el filo
    de esa mirada de hielo.

    Y nos separamos. Ella,
    dominando en un esfuerzo
    de valentía el desmayo
    de su alma y de su cuerpo.

    Yo con las pupilas húmedas
    y con un nudo en el pecho,
    sin saber adonde iría,
    tambaleando como un ebrio.

    Y poco a poco, a medida
    que caminaba y más lejos
    veía su casa muda,
    más crecía mi tormento.

    Era un dolor crüel, como
    si me arrancaran los nervios.
    Era como si mi alma
    se hubiera quedado dentro

    de aquella casa querida
    y al alejarse mi cuerpo
    tirara de ella y sus fibras
    fuera una a una rompiendo!

    * * *

    Pasan y pasan los días
    y no pasa mi tormento:
    mi alma sigue allá prendida
    y tira de ella mi cuerpo.

    Y es una angustia constante,
    y es un padecer eterno
    y es un sufrir sin alivio
    y es un dolor sin consuelo.

    Continuamente en mis labios
    está el sabor de sus besos;
    continuamente me embriaga
    el aroma de su cuerpo.

    Para ella, al despertar,
    es mi primer pensamiento:
    y estoy en ella pensando
    a toda hora y momento.

    Cuando por la noche apago
    la lámpara, en ella pienso
    y en el fondo de la sombra
    la ven mis ojos abiertos.

    La ven mis ojos, erguido
    el alto y hermoso cuerpo,
    tan bella como la Virgen
    María que está en los cielos.

    Y hallo que mi almohada es dura
    y helada, helada la siento
    porque una vez mi cabeza
    recliné sobre su seno.

    Y cuando desfallecido
    de sufrir los ojos cierro,
    mi espíritu está con ella
    y ella está en todos mis sueños.

    * * *

    Maldito orgullo y maldita
    dignidad de aquel momento!
    Creí que ya no la amaba
    y estoy por su amor muriendo...







    El vendimiador a su amada

    En los frescos lagares duerme el zumo oloroso
    de las uvas maduras. Turbador, amoroso,
    es el vapor que sube de los frescos lagares.

    ¡Y tu aliento oloroso como los azahares!

    Ayer, cuando en la viña cogías los maduros
    racimos, yo observaba los finos, los seguros
    perfiles de tus amplias caderas y los llenos
    contornos de tus breves y poderosos senos.

    El sol quemaba el aire, y caía, caía
    sobre mí, y en mi alma no sé qué florecía.
    Algo en mí germinaba; algo ardiente, algo rudo.

    ¡Y tus ojos brillantes y tu cuello desnudo!

    * * *

    Ayer, cuando en la viña bañada en sol cogías
    los racimos maduros, advertí que reías
    con una risa nueva. Tus labios se esponjaban
    húmedos, deliciosos... Y los míos temblaban.
    En torno a ti agrupábanse todas tus compañeras.

    ¡Y la sencilla falda ciñendo tus caderas!

    * * *

    Cuando me quedé solo bajo el sol irritante
    descubrieron mis ojos aquel bosque distante
    de amarillentos álamos. Nunca había advertido
    que existiera aquel bello bosque desconocido.

    Caminando por entre las vides deshojadas,
    ahuyentando a mi paso las sonoras bandadas
    de los pájaros, fuime hacia aquel bosquecillo.
    Como oro al sol brillaba su follaje amarillo.

    Allí, en aquel boscaje, todo, todo es amable.
    Allí las zarzas tejen un muro impenetrable
    y se esparcen las hojas por el suelo, formando
    como un alfombra de oro. ¡Si supieras qué blando
    tapiz es el que forman las hojas amarillas!

    Allí hay rumor de insectos y cantos de avecillas
    pero nada perturba la calma deseada...

    ¡Y tus labios henchidos cual fruta sazonada!

    * * *

    Me interné todo trémulo por aquel bosquecillo
    y allí oculto, allí estuve hasta que cantó el grillo
    ¿Por qué te esperé tanto? ¿Por qué creí que irías?

    * * *

    Al regreso las sendas todas eran sombrías...







    Jamás

    Ante nosotros las olas
    corren, corren sin cesar,
    como si algo persiguieran
    sin alcanzarlo jamás.

    Dice la esposa: ¿No es cierto
    que nunca habrás de tornar
    junto a esa mujer lejana?
    Y yo contesto: ¡Jamás!

    Ella pregunta: ¿No es cierto
    que ya nunca volverás
    a celebrar su hermosura?
    Y yo contesto: ¡Jamás!

    Ella interroga: ¿No es cierto
    que nunca habrás de soñar
    con sus fatales caricias?
    Y yo respondo: ¡Jamás!

    Las olas, mientras hablamos,
    corren, corren sin cesar,
    como si algo persiguieran
    sin alcanzarlo jamás.

    Dice la esposa: ¿No es cierto
    que nunca me has de olvidar
    para pensar sólo en ella?
    Y yo le digo: ¡Jamás!

    Ella pregunta: ¿No es cierto
    que ya nunca la amarás
    como la amaste hasta ahora?
    Y yo contesto: ¡Jamás!

    Ella interroga: ¿No es cierto
    que su imagen borrarás
    de tu mente y de tu alma?
    Y yo murmuro: ¡Jamás...!

    Los dos callamos. Las olas
    corren, corren sin cesar,
    como si algo persiguieran
    sin alcanzarlo jamás.






    La niña jadeante

    Te llegas junto a mí, toda agitada
    como tras de un divino y largo esfuerzo.

    Es un cansancio alegre el que te inquieta,
    como el cansancio alegre del que alcanza
    con porfiada labor un regocijo.

    Tus labios me sonríen entreabiertos
    y por ellos se escapa el fuerte soplo
    de tu respiración, y cuando luego
    tus labios se reúnen, se dilatan
    los nerviosos y finos agujeros
    de tu nariz.

    Con tu cansancio alegre.
    con el ondear de tus redondos senos,
    con el rodar de tus sedosas trenzas,
    con el fuego de vida en que está envuelto
    todo tu ser, pareces, niña ingenua,
    una bacante de vestir moderno.

    Seductora inconsciente, encantadora
    que ignoras, castamente, los efectos
    de tus vivos encantos, tus pupilas
    miran con limpidez, sin ver que dentro
    de las mías se yergue amenazante
    una hambrienta manada de deseos.







    Mañana gris

    Flota la niebla sobre el mar.
    Flota la niebla
    y es como un sueño blanco y misterioso
    vagando sobre un alma entristecida;
    como el vapor de un sueño melancólico
    al aclarar de un triste día.
    Flota
    la niebla.

    Sobre el mar la niebla es como
    un ensueño flotando sobre una alma:
    un ensueño muy íntimo, muy hondo
    y muy blanco, por cuya blanca bruma
    fuera temblando un desfilar borroso
    de pensamientos tristes, como sombras
    al través de la niebla; y en el fondo
    de aquel ensueño blanco, lentas, lentas
    van las barcas. Aquellas que ni al soplo
    del viento, ni al empuje formidable
    del vapor abandonan su reposo.

    Aquellas que se mueven solamente
    cuando se arquean los fornidos torsos
    de los barqueros, y los remos se hunden
    en el inflado vientre tembloroso
    del agua.

    Van las
    barcas y el prodigio
    de la niebla agiganta sus contornos.
    Envueltas en la bruma van las barcas.
    Van como pensamientos dolorosos
    que huyeran al través de un sueño blanco.

    Y mudas como en un cinematógrafo
    se encogen y alargan las siluetas
    de los que van remando con monótono,
    pausado compás.

    Aquellas barcas.
    con su deslizamiento silencioso,
    parecen los espectros de las naves
    que el océano atrajo hasta su fondo.
    Son como lenta procesión de sombras
    tras la bruma de un velo tembloroso.

    Del blanco abismo de la blanca niebla
    se escapan grifos prolongados, chorros
    de sonidos que vibran en el aire
    con rumor de aletazos. Un sonoro
    silbido arranca y de onda en onda vuela
    como un grito salvaje.

    Sobre el dorso
    del infinito mar, la blanca niebla
    duerme su sueño inmóvil.

    Poco a poco
    se deslizan las barcas como espectros
    al través de un ensueño melancólico.







    Marina

    Tus ojos me han llamado.
    Hacia ti has atraído mis deseos,
    como la luna atrae
    las olas de la mar.
    Tus ojos buenos
    me han dicho «ven, acércate» y en mi alma
    las alas han abierto
    los impulsos de amor, como gaviotas
    que ya emprenden el vuelo.

    En torno a ti, mi amada,
    vuelan mis sentimientos
    en ronda infatigable.
    Pájaros de la mar parecen ellos.
    Pájaros de la mar, que en dilatado
    círculo giran, giran, sin sosiego.

    Cuando las veas descender, acógelos
    con amor y en silencio.
    Deja a la banda de nerviosos pájaros
    posarse sobre ti.
    Seas en medio
    del mar enorme, cual peñón desnudo
    que brilla al sol. vibrante de aleteos.







    Nadie ve, ni tú misma...

    Como el rayo de sol que envuelve al árbol
    y que hace florecer todas sus ramas;
    como la onda de agua cristalina
    que da al rugoso tronco fresca savia,
    así en redor de mí, como un divino
    efluvio que hace florecer mi alma,
    así como la onda cristalina,
    dándome un vigor nuevo estás, mi amada.

    Como la flor su aroma, como el rayo
    de sol su aura ardiente, como el agua
    su frescura vital, así te llevo
    conmigo, así de mí nunca te apartas.
    Ante mi vista erguida te hallo siempre,
    siempre estás al final de mis miradas:
    te ven mis ojos cuando estoy despierto,
    y si dormido estoy te ve mi alma.

    Aunque nunca se unieron nuestras bocas
    y nunca nuestros brazos en guirnalda
    de amor entrelazáronse mis labios
    están sobre tu boca perfumada
    continuamente. Nadie, ni tú misma,
    nadie ve con qué dulce, con qué blanda
    suavidad van mis labios oprimiendo
    tu boca tan pequeña y tan amada...

    Nadie ve, nadie ve cómo rodean
    mis brazos tu cintura delicada;
    cómo mi cuerpo roza el cuerpo tuyo,
    cómo te estrecho a mí, cómo te palpan
    mis manos temblorosas. Nadie advierte
    cómo, ávido de ti, caigo a tus plantas!
    Nadie ve, ni tú misma, que te adoro
    con toda la ternura de mi alma...






    Por la orilla del mar

    A la caída del sol,
    por la playa inmensa y sola,
    de frente al viento marino
    nuestros caballos galopan.

    Es el horizonte de oro,
    oro es la mar y oro arrojan
    los cascos de los caballos
    al chapotear en las olas.

    En blancos grupos contemplan
    caer el sol las gaviotas;
    mas, al acercarnos, vuelan
    en bandadas tumultuosas.

    Pesadamente se alejan
    sobre las revueltas olas
    y abátense a la distancia
    trazando una curva airosa.

    Alcance pronto les damos
    y ellas, de nuevo en derrota,
    a volar, siempre adelante,
    por sobre la mar sonora.

    Por la arena húmeda y firme
    nuestros caballos galopan.
    Al fuerte viento marino
    cabelleras y almas flotan.

    A la caída del sol,
    en la playa inmensa y sola
    tu alma se entregó a mi lama,
    tu boca se dio a mi boca.

    No se sabe de qué hablar
    cuando la emoción es honda.
    por la orilla de la mar
    nuestros caballos galopan.







    ¿Recuerdas?

    ¿Recuerdas? Una linda mañana de verano.
    La playa sola. El vuelo de alas grandes y lerdas.
    Sol y viento. Florida...el mar azul. ¿Recuerdas?
    Mi mano suavemente oprimía tu mano.

    Después, a un tiempo mismo, nuestras lentas miradas
    posáronse en la sombra de un barco que surgía
    sobre el cansado límite de la azul lejanía,
    recortando en el cielo sus velas desplegadas.

    Cierro ahora los ojos; la realidad se aleja,
    y la visión de aquella mañana luminosa
    en el cristal oscuro de mi alma se refleja.

    Veo la playa, el mar, el velero lejano,
    y es tan viva, tan viva la ilusión prodigiosa,
    que a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.







    Sobremesa alegre

    La viejecita ríe como una muchachuela,
    contándonos la historia de sus días más bellos.
    Dice la viejecita: «¡Oh, qué tiempos aquellos
    cuando yo enamoraba a ocultas de la abuela!»

    La viejecita ríe como una picaruela
    y en sus ojillos brincan maliciosos destellos
    ¡Qué bien luce la plata de sus blancos cabellos
    sobre su tez rugosa de color de canela!

    La viejecita olvida todo cuanto la agobia
    y ríen las arrugas de su cara bendita
    y corren por su cuerpo deliciosos temblores.

    Y mi novia me mira y yo miro a mi novia,
    y reímos, reímos... mientras la viejecita
    nos refiere la historia blanca de sus amores.


    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Vie 06 Sep 2024, 19:37

    José Martí



    Hijo de padres españoles, de clase humilde, radicados en Cuba, nació en la Habana el 28 de enero de 1853.
    Estudió bajo el cuidado del poeta Rafael María de Mendive quien detectó muy pronto su gran talento.
    A los dieciséis años fue encarcelado por sus ideas revolucionarias y posteriormente indultado y deportado
    a España. Continuó su educación en la Universidad de Zaragoza donde se licenció en las carreras de Filosofía
    y Letras y en Derecho, ambas en 1874.
    Vivió luego en México y Guatemala, regresando a Cuba de donde fue nuevamente desterrado en 1879.
    Durante su exilio en EE.UU. se dedicó al periodismo y fundó el Partido Revolucionario Cubano en 1892.
    Como escritor fue el precursor del modernismo latinoamericano, representado en numerosas obras entre las que
    se destacan, «Ismaelillo» 1882, «Versos sencillos»1891 y «Versos libres» en 1892.
    Murió en combate en 1895 durante su lucha contra las tropas españolas en Dos Ríos, actual provincia de Granma,
    en el oriente cubano. ©



    Versos libres:

    A los espacios
    Al buen Pedro
    Allí despacio
    Árbol de mi alma
    Baile
    Bosque de rosas
    Contra el verso retórico
    Dormida
    En ti pensaba...
    En un dulce sopor...
    Homagno
    La copa envenenada
    La niña de Guatemala
    Mujeres
    No, música tenaz!
    Noche de baile
    ¡Oh, Margarita!
    ¡Oh, nave...!
    Pollice verso
    Pomona
    Por donde abunda la malva
    Sé, mujer para mí...
    Sed de belleza
    Siempre que hundo la mente
    Una virgen espléndida
    Vino el amor mental
    Y te busqué

    Puedes escuchar su poesía en: De viva voz

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    Versos sencillos:


    I - Yo soy un hombre sincero...

    Yo soy un hombre sincero
    De donde crece la palma,
    Y antes de morirme quiero
    Echar mis versos del alma.

    Yo vengo de todas partes,
    Y hacia todas partes voy:
    Arte soy entre las artes,
    En los montes, monte soy.

    Yo sé los nombres extraños
    De las yerbas y las flores,
    Y de mortales engaños,
    Y de sublimes dolores.

    Yo he visto en la noche oscura
    Llover sobre mi cabeza
    Los rayos de lumbre pura
    De la divina belleza.

    Alas nacer vi en los hombros
    De las mujeres hermosas:
    Y salir de los escombros,
    Volando las mariposas.

    He visto vivir a un hombre
    Con el puñal al costado,
    Sin decir jamás el nombre
    De aquella que lo ha matado.

    Rápida, como un reflejo,
    Dos veces vi el alma, dos:
    Cuando murió el pobre viejo,
    Cuando ella me dijo adiós.

    Temblé una vez -en la reja,
    A la entrada de la viña,-
    Cuando la bárbara abeja
    Picó en la frente a mi niña.

    Gocé una vez, de tal suerte
    Que gocé cual nunca: -cuando
    La sentencia de mi muerte
    Leyó el alcaide llorando.

    Oigo un suspiro, a través
    De las tierras y la mar,
    Y no es un suspiro, -es
    Que mi hijo va a despertar.

    Si dicen que del joyero
    Tome la joya mejor,
    Tomo a un amigo sincero
    Y pongo a un lado el amor.

    Yo he visto al águila herida
    Volar al azul sereno,
    Y morir en su guarida
    La víbora del veneno.

    Yo sé bien que cuando el mundo
    Cede, lívido, al descanso,
    Sobre el silencio profundo
    Murmura el arroyo manso.

    Yo he puesto la mano osada,
    De horror y júbilo yerta,
    Sobre la estrella apagada
    Que cayó frente a mi puerta.

    Oculto en mi pecho bravo
    La pena que me lo hiere:
    El hijo de un pueblo esclavo
    Vive por él, calla y muere.

    Todo es hermoso y constante,
    Todo es música y razón,
    Y todo, como el diamante,
    Antes que luz es carbón.

    Yo sé que el necio se entierra
    Con gran lujo y con gran llanto.
    Y que no hay fruta en la tierra
    Como la del camposanto.

    Callo, y entiendo, y me quito
    La pompa del rimador:
    Cuelgo de un árbol marchito
    Mi muceta de doctor.







    IV - Yo visitaré anhelante...

    Yo visitaré anhelante
    Los rincones donde a solas
    Estuvimos yo y mi amante
    Retozando con las olas.

    Solos los dos estuvimos,
    Solos, con la compañía
    De dos pájaros que vimos
    Meterse en la gruta umbría.

    Y ella, clavando los ojos,
    En la pareja ligera,
    Deshizo los lirios rojos
    Que le dio la jardinera.

    La madreselva olorosa
    Cogió con sus manos ella,
    Y una madama graciosa,
    Y un jazmín como una estrella.

    Yo quise, diestro y galán,
    Abrirle su quitasol;
    Y ella me dijo: "¡Qué afán!
    ¡Si hoy me gusta ver el sol!"

    "Nunca más altos he visto
    Estos nobles robledales:
    Aquí debe estar el Cristo,
    Porque están las catedrales."

    "Ya sé dónde ha de venir
    Mi niña a la comunión;
    De blanco la he de vestir
    Con un gran sombrero alón."

    Después, del calor al peso,
    Entramos por el camino,
    Y nos dábamos un beso
    En cuanto sonaba un trino.

    ¡Volveré, cual quien no existe,
    Al lago mudo y helado:
    Clavaré la quilla triste:
    Posaré el remo callado!







    V - Si ves un monte de espumas...

    Si ves un monte de espumas,
    Es mi verso lo que ves:
    Mi verso es un monte, y es
    Un abanico de plumas.

    Mi verso es como un puñal
    Que por el puño echa flor:
    Mi verso es un surtidor
    Que da un agua de coral.

    Mi verso es de un verde claro
    Y de un carmín encendido:
    Mi verso es un ciervo herido
    Que busca en el monte amparo.

    Mi verso al valiente agrada:
    Mi verso, breve y sincero,
    Es del vigor del acero
    Con que se funde la espada.







    VI - Si quieren que de este mundo...

    Si quieren que de este mundo
    Lleve una memoria grata,
    Llevaré, padre profundo,
    Tu cabellera de plata.

    Si quieren, por gran favor,
    Que lleve más, llevaré
    La copia que hizo el pintor
    De la hermana que adoré.

    Si quieren que a la otra vida
    Me lleve todo un tesoro,
    ¡Llevo la trenza escondida
    Que guardo en mi caja de oro!







    VIII - Yo tengo un alnigo muerto...

    Yo tengo un alnigo muerto
    que suele venirme a ver:
    Ini alnigo se sienta y canta;
    canta en voz que ha de doler:

    "En un ave de dos alas
    bogo por el cielo azul:
    un ala del ave es negra,
    otra de oro Caribú.

    El corazón es un loco
    que no sabe de un color:
    o es su amor de dos colores,
    o dice que no es amor.

    Hay una loca más fiera
    que el corazón infeliz:
    la que le chupó la sangre
    y se echó luego a reír.

    Corazón que lleva rota
    el ancla fiel del hogar,
    va como barca perdida,
    que no sabe a dónde va. "

    En cuanto llega a esta angustia
    rompe el Inuerto a maldecir:
    le amanso el cráneo: lo acuesto:
    acuesto el muerto a dormir.







    IX - Quiero, a la sombra de un ala...

    Quiero, a la sombra de un ala,
    Contar este cuento en flor:
    La niña de Guatemala,
    La que se murió de amor.

    Eran de lirios los ramos,
    Y las orlas de reseda
    Y de jazmín: la enterramos
    En una caja de seda.

    ...Ella dio al desmemoriado
    Una almohadilla de olor:
    El volvió, volvió casado:
    Ella se murió de amor.

    Iban cargándola en andas
    Obispos y embajadores:
    Detrás iba el pueblo en tandas,
    Todo cargado de flores.

    ...Ella, por volverlo a ver,
    Salió a verlo al mirador:
    El volvió con su mujer:
    Ella se murió de amor.

    Como de bronce candente
    Al beso de despedida
    Era su frente ¡la frente
    Que más he amado en mi vida!

    ...Se entró de tarde en el río,
    La sacó muerta el doctor:
    Dicen que murió de frío:
    Yo sé que murió de amor.

    Allí, en la bóveda helada,
    La pusieron en dos bancos:
    Besé su mano afilada,
    Besé sus zapatos blancos.

    Callado, al oscurecer,
    Me llamó el enterrador:
    ¡Nunca más he vuelto a ver
    A la que murió de amor!







    X - El alma trémula y sola...

    El alma trémula y sola
    Padece al anochecer:
    Hay baile; vamos a ver
    La bailarina española

    Han hecho bien en quitar
    El banderín de la acera;
    Porque si está la bandera,
    No sé, yo no puedo entrar.

    Ya llega la bailarina:
    Soberbia y pálida llega:
    ¿Cómo dicen que es gallega?
    Pues dicen mal: es divina.

    Lleva un sombrero torero
    Y una capa carmesí:
    ¡Lo mismo que un alelí
    Que se pusiese un sombrero!

    Se ve, de paso, la ceja,
    Ceja de mora traidora:
    Y la mirada, de mora:
    Y como nieve la oreja.

    Preludian, bajan la luz
    Y sale en bata y mantón,
    La virgen de la Asunción
    Bailando un baile andaluz.

    Alza, retando, la frente;
    Crúzase al hombro la manta:
    En arco el brazo levanta:
    Mueve despacio el pie ardiente.

    Repica con los tacones
    El tablado zalamera,
    Como si la tabla fuera
    Tablado de corazones.

    Y va el convite creciendo
    En las llamas de los ojos,
    Y el manto de flecos rojos
    Se va en el aire meciendo.

    Súbito, de un salto arranca:
    Húrtase, se quiebra, gira:
    Abre en dos la cachemira,
    Ofrece la bata blanca.

    Han hecho bien en quitar
    El banderín de la acera;
    Porque si está la bandera,
    No sé, yo no puedo entrar.

    Ya llega la bailarina:
    Soberbia y pálida llega:
    ¿Cómo dicen que es gallega?
    Pues dicen mal: es divina.

    Lleva un sombrero torero
    Y una capa carmesí:
    ¡Lo mismo que un alelí
    Que se pusiese un sombrero!

    Se ve, de paso, la ceja,
    Ceja de mora traidora:
    Y la mirada, de mora:
    Y como nieve la oreja.

    Preludian, bajan la luz
    Y sale en bata y mantón,
    La virgen de la Asunción
    Bailando un baile andaluz.

    Alza, retando, la frente;
    Crúzase al hombro la manta:
    En arco el brazo levanta:
    Mueve despacio el pie ardiente.

    Repica con los tacones
    El tablado zalamera,
    Como si la tabla fuera
    Tablado de corazones.

    Y va el convite creciendo
    En las llamas de los ojos,
    Y el manto de flecos rojos
    Se va en el aire meciendo.

    Súbito, de un salto arranca:
    Húrtase, se quiebra, gira:
    Abre en dos la cachemira,
    Ofrece la bata blanca.

    El cuerpo cede y ondea;
    La boca abierta provoca;
    Es una rosa la boca:
    Lentamente taconea.

    Recoge, de un débil giro,
    El manto de flecos rojos:
    Se va, cerrando los ojos,
    Se va, como en un suspiro...

    Baila muy bien la española;
    Es blanco y rojo el mantón:
    ¡Vuelve, fosca, a su rincón
    El alma trémula y sola!







    XI - Yo tengo un paje muy fiel...

    Yo tengo un paje muy fiel
    que me cuida y que me gruñe,
    y al salir, me limpia y bruñe
    mi corona de laurel.
    Yo tengo un paje ejemplar
    que no come, que no duerme
    y que se acurruca a verme
    trabajar y sollozar.
    Salgo, y el vil se desliza
    y en mi bolsillo aparece;
    vuelvo, y el terco me ofrece
    una taza de ceniza.
    Si duermo, al rayar el día
    se sienta junto a mi cama;
    si escribo, sangre derrama
    mi paje en la escribanía.
    Mi paje, hombre de respeto,
    al andar castañetea:
    hiela mi paje, y chispea:
    mi paje es un esqueleto.







    XVII - Es rubia: el cabello suelto...

    Es rubia: el cabello suelto
    Da más luz al ojo moro:
    Voy, desde entonces, envuelto
    En un torbellino de oro.

    La abeja estival que zumba
    Más ágil por la flor nueva,
    No dice, como antes, «tumba»:
    «Eva» dice: todo es «Eva».

    Bajo, en lo oscuro, al temido
    Raudal de la catarata:
    ¡Y brilla el iris, tendido
    Sobre las hojas de plata!

    Miro, ceñudo, la agreste
    Pompa del monte irritado:
    ¡Y en el alma azul celeste
    Brota un jacinto rosado!

    Voy, por el bosque, a paseo
    A la laguna vecina:
    Y entre las ramas la veo,
    Y por el agua camina.

    La serpiente del jardín
    Silba, escupe, y se resbala
    Por su agujero: el clarín
    Me tiende, trinando, el ala.

    ¡Arpa soy, salterio soy
    Donde vibra el Universo:
    Vengo del sol, y al sol voy:
    Soy el amor: soy el verso!







    XVIII - El alfiler de Eva loca...

    El alfiler de Eva loca
    Es hecho del oro oscuro
    Que le sacó un hombre puro
    Del corazón de una roca.

    Un pájaro tentador
    Le trajo en el pico ayer
    Un relumbrante alfiler
    De pasta y de similar.

    Eva se prendió al oscuro
    Talle el diamante embustero:
    Y echó en el alfiletero
    El alfiler de oro puro.







    XIX - Por tus ojos encendidos...

    Por tus ojos encendidos
    Y lo mal puesto de un broche.
    Pensé que estuviste anoche
    Jugando a juegos prohibidos.

    Te odié por vil y alevosa:
    Te odié con odio de muerte:
    Náusea me daba de verte
    Tan villana y tan hermosa.

    Y por la esquela que vi
    Sin saber cómo ni cuándo.
    Sé que estuviste llorando
    Toda la noche por mí.







    XX - Mi amor del aire se azora...

    Mi amor del aire se azora;
    Eva es rubia, falsa es Eva:
    Viene una nube, y se lleva
    Mi amor que gime y que llora.

    Se lleva mi amor que llora
    Esa nube que se va:
    Eva me ha sido traidora:
    ¡Eva me consolará!







    XXI - Ayer la vi en el salón...

    Ayer la vi en el salón
    De los pintores, y ayer
    Detrás de aquella mujer
    Se me saltó el corazón.

    Sentada en el suelo rudo
    Está en el lienzo: dormido
    Al pie, el esposo rendido:
    Al seno el niño desnudo.

    Sobre unas briznas de paja
    Se ven mendrugos mondados:
    Le cuelga el manto a los lados,
    Lo mismo que una mortaja.

    No nace en el torvo suelo
    Ni una viola, ni una espiga:
    ¡Muy lejos, la casa amiga,
    Muy triste y oscuro el cielo!...

    ¡Ésa es la hermosa mujer
    Que me robó el corazón
    En el soberbio salón
    De los pintores de ayer!







    XXII - Estoy en el baile extraño...

    Estoy en el baile extraño
    De polaina y casaquín
    Que dan, del año hacia el fin,
    Los cazadores del año.

    Una duquesa violeta
    Va con un frac colorado:
    Marca un vizconde pintado
    El tiempo en la pandereta.

    Y pasan las chupas rojas,
    Pasan los tules de fuego,
    Como delante de un ciego
    Pasan volando las hojas.







    XXIV - Sé de un pintor atrevido...

    Sé de un pintor atrevido
    Que sale a pintar contento
    Sobre la tela del viento
    Y la espuma del olvido.

    Yo sé de un pintor gigante,
    El de divinos colores,
    Puesto a pintarle las flores
    A una corbeta mercante.

    Yo sé de un pobre pintor
    Que mira el agua al pintar,
    -El agua ronca del mar,-
    Con un entrañable amor.







    XXXV - Qué importa que tu puñal...

    ¿Qué importa que tu puñal
    Se me clave en el riñón?
    ¡Tengo mis versos, que son
    Más fuertes que tu puñal!

    ¿Qué importa que este dolor
    Seque el mar, y nuble el cielo?
    El verso, dulce consuelo,
    Nace alado del dolor.







    XXXVII - Aquí está el pecho, mujer...

    Aquí está el pecho, mujer,
    Que ya sé que lo herirás;
    ¡Mas grande debiera ser,
    Para que lo hirieses más!

    Porque noto, alma torcida,
    Que en mi pecho milagroso,
    Mientras más honda la herida,
    Es mi canto más hermoso.







    XXXIX - Cultivo una rosa blanca...

    Cultivo una rosa blanca,
    En julio como en enero,
    Para el amigo sincero
    Que me da su mano franca.

    Y para el cruel que me arranca
    El corazón con que vivo,
    Cardo ni ortiga cultivo:
    Cultivo la rosa blanca.







    XLIII - Mucho, señora, daría...

    Mucho, señora, daría
    Por tender sobre tu espalda
    Tu cabellera bravía,
    Tu cabellera de gualda:
    Despacio la tendería,
    Callado la besaría.

    Por sobre la oreja fina
    Baja lujoso el cabello,
    Los mismo que una cortina
    Que se levanta hacia el cuello.
    La oreja es obra divina
    De porcelana de China.

    Mucho, señora, te diera
    Por desenredar el nudo
    De tu roja cabellera
    Sobre tu cuello desnudo:
    Muy despacio la esparciera,
    Hilo por hilo la abriera.







    XLVI - Vierte, corazón, tu pena...

    Vierte, corazón, tu pena
    Donde no se llegue a ver,
    Por soberbia, y por no ser
    Motivo de pena ajena.

    Yo te quiero, verso amigo,
    Porque cuando siento el pecho
    Ya muy cargado y deshecho,
    Parto la carga contigo.

    Tú me sufres, tú aposentas
    En tu regazo amoroso,
    Todo mi amor doloroso,
    Todas mis ansias y afrentas.

    Tú, porque yo pueda en calma
    Amar y hacer bien, consientes
    En enturbiar tus corrientes
    Con cuanto me agobia el alma.

    Tú, porque yo cruce fiero
    La tierra, y sin odio, y puro,
    Te arrastras, pálido y duro,
    Mi amoroso compañero.

    Mi vida así se encamina
    Al cielo limpia y serena,
    Y tú me cargas mi pena
    Con tu paciencia divina.

    Y porque mi cruel costumbre
    De echarme en ti te desvía
    De tu dichosa armonía
    Y natural mansedumbre;

    Porque mis penas arrojo
    Sobre tu seno, y lo azotan,
    Y tu corriente alborotan,
    Y acá lívido, allá rojo,

    Blanco allá como la muerte,
    Ora arremetes y ruges,
    Ora con el peso crujes
    De un dolor más que tú fuerte,

    ¿Habré, como me aconseja
    Un corazón mal nacido,
    De dejar en el olvido
    A aquel que nunca me deja?

    ¡Verso, nos hablan de un Dios
    Adonde van los difuntos:
    Verso, o nos condenan juntos,
    O nos salvamos los dos!









    _________________



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 19:38

    Hugo Mujica


    Poeta y ensayista argentino nacido en Buenos Aires en 1942.
    Desde pequeño se aficionó a la lectura, estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología.
    Viajó a Estados Unidos en 1961 donde desempeñó varios oficios y posteriormente ingresó a un monasterio trapense
    cerca a Boston. En 1970 regresó a Buenos Aires como monje, viajó por varios países europeos, se ordenó como
    sacerdote, y empezó a publicar su obra a partir de 1983.
    Entre sus principales libros de ensayos se cuentan "Kyrie Eleison" 1991, "La palabra inicial" 1995, "Flecha en la niebla"
    en 1997 y "Poéticas del vacío" en 2002.
    De su obra poética merecen mencionarse "Brasa blanca" en 1983, "Sonata de violoncello y lilas" en 1987,
    "Escrito en un reflejo"en 1987, "Paraíso vacío" en 1993, "Para albergar una ausencia" en 1995, "Noche abierta" en 1999,
    "Sed adentro" en 2001 y "Casi en silencio" 2004..


    ****************


    ria

    Es noche, es frío

    y en lo lejano
    el canto de una mujer
    parece acunar la vida.

    La voz, no el silencio,
    es la desnudez de las palabras.







    Descalzo

    Noche sin luna,

    alguien, descalzo,
    cruza el desierto.

    Hay huellas que la noche vela,
    hay desnudeces que la luz apaga.







    Desnudez

    ni la ruina de un muro
    sobre el que apoyar las palmas, sobre el
    que descansar la gente

    nada, salvo polvo que el viento alza,

    viento
    borrando ruinas
    una sábana blanca
    ondea en el viento

    ceremonia de nada,
    gesto de nadie,

    nadie, nada o las huellas más tenues
    o tal vez un llamado


    el viento
    la desnudez en la que viene y huye:

    la huella, que borrando traza.







    En plena noche

    También en plena noche
    la nieve
    se derrite blanca

    y la lluvia
    cae
    sin perder su transparencia.

    Es ella, la noche,
    la que nos libra de los reflejos,

    la que nos expande
    las pupilas.

    Lo que busca con su bastón
    el ciego es la luz, no el camino.







    Entre la noche y el alba

    Entre el tejado y el cielo

    hay un vacío de
    pájaros,

    una nostalgia de lluvias.

    Entre la noche y
    el alba

    la cita imposible de cada vida:
    la ausencia que el alma abraza.








    Entre latidos

    En las dunas
    todo es silencio,

    salvo el soplo
    del viento
    que lentamente las forma
    y lentamente las deshace.

    En su cama de hospital
    un moribundo escucha como
    uno a uno van callando
    sus latidos.

    Todo es silencio y entre latido
    y latido

    se cumple el azar o la esperanza:
    lo que al final vence,
    sin dejar vencidos.







    Formas blancas

    En un baldío,
    sobre el polvo y la
    hojarasca

    un pájaro moribundo
    aquieta sus alas.

    Una nube, impasible,
    juega
    sus formas blancas.

    Al final también mi boca se llenará
    de tierra,

    al final siempre se besa
    aquello que desertamos.







    Hay un alma


    apenas la sed
    descubre sin cubrir, apenas el agua
    acaricia el borde
    sin extender la herida,

    es lo ausente lo que más
    se muestra,
    lo olvidado lo que más se espera.
    hay un alma

    lo dice la sed y
    el agua

    lo calle el olvido, la herida
    abierta entre el sueño
    y la vigilia

    el naufragio de todo reflejo
    en la transparencia olvidada.








    Horizonte

    Es la hora más lenta,

    es crepúsculo
    y un par de relámpagos
    destellan un horizonte.

    Descalzo, sobre la arena
    tibia,
    un niño corre tratando
    de atrapar gaviotas.

    En la noche,
    la lluvia borrará las huellas,
    iniciará un desierto,
    regalará el olvido.








    La espera

    Como un mantel
    a la espera de la fiesta

    las manos
    ya están desnudas.

    Falta la brisa
    que las desborde y el afuera
    que las cobije,

    falta el hueco de ellas mismas,
    falta olvidar la limosna.







    Lluvia sobre la lluvia

    Al fondo,
    sobre una mesa, debajo de
    un árbol desnudo,

    una taza
    desborda la lluvia.

    Desborda, cae, y dibuja un charco,
    un espejo, una vida.







    Lo abierto

    Cae quieta la lluvia,
    lo abierto mana.

    Cae la lluvia, cae sobre
    la espera,

    en la caída la lluvia es su camino
    y el camino su llegada.

    Hay que osar lo abierto y la caída:
    el desierto de la sed
    no la sed del desierto.







    Lo imposible

    Llueve sobre
    el silencio de un plato vacío,

    llueve
    y se desborda lluvia.

    Hay que derramarse hasta
    lo imposible de uno mismo:

    la herida sin decirse sangre,
    el alma sin saberse alma.







    Lo humano

    Un viento límpido
    recorre la noche.

    En las calles,

    un hombre
    apura sus pasos, cumple su rito:
    inclina su nada;

    deja el temblor que a veces queda
    donde hubo vida y ahora hay olvido.










    Orillas

    afuera ladra un perro
    a una sombra, o a su eco
    o a la luna
    para hacer menos cruel la distancia
    siempre es para huir
    que cerramos una puerta,
    es desierto la desnudez que no es promesa
    la lejanía
    de estar cerca sin tocarse

    como bordes de la misma herida
    adentro no cabe adentro,
    no son mis ojos
    los que pueden mirarme a los ojos,
    son siempre los labios de otro
    los que me anuncian mi nombre.







    Primavera

    Es el mismo
    árbol
    de tantos otros años,
    de algún que otro poema;

    el mismo que otra vez
    reverdece en mi ventana.

    Es la misma savia que, año tras año,
    se dice más callada en mis latidos.







    Página tras página

    Serena, sin despertar
    los sueños

    la noche va dando
    a luz su alba.

    Inclinado sobre un libro,
    leo,

    página tras página
    se encienden la vida y
    algunas palabras.

    Atrás queda
    lo que el alba no despierta:
    lo que ya ha muerto
    sin pronunciar su nombre.







    Resplandor

    Ya noche,
    caminando,

    vi el instante de un relámpago
    sobre el charco de una calle,

    cerré los ojos
    y, blanca e inmensa, y a la vez serena,
    se encendía un alba.







    Temblor

    Una hoja, rojiza,
    tiembla,

    es otoño
    y el sol va entristeciendo su paso
    por mi ventana.

    Algo,
    cada instante se detiene,
    algo es ya siempre nunca;

    el final es siempre un combate:
    el de no aferrarse a las armas.







    Transparencia

    Noche sin cielo
    y lo más alto
    es el nacer de la lluvia.

    Sin un antes
    ni un después,
    en su puro ahora

    cae la lluvia;

    cae sobre el mundo
    y algo,
    algo otro que la duda o la certeza,
    se transparenta sobre sus aguas.



    _________________



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 15:21

    Andrés Neuman


    Poeta, ensayista y novelista hispano-argentino nacido en Buenos Aires en 1977.
    Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, ha impartido clases de literatura hispanoamericana
    en la misma universidad, es columnista de importantes diarios españoles y latinoamericanos, y autor de guiones para
    tiras cómicas del periódico Ideal. Es también autor del libro de aforismos El equilibrista 2005, y de la colección
    de haikus: "Alfileres de luz" 1999, Premio García Lorca, en colaboración con Ramón Repiso.
    Su obra poética está contenida en los siguientes volúmenes: "Métodos de la noche" 1998, Premio Antonio Carvajal;
    "El jugador de billar" 2000; "El tobogán" 2002, Premio Hiperión; "La canción del antílope" 2003, "Gotas negras" 2003;
    "Sonetos del extraño" 2007; "Mística abajo" 2008 y "Década", poesía 1997-2007.
    Entre los premios obtenidos, sobresalen el Premio Alfaguara y el Premio Nacional de la Crítica en 2010.



    *****************


    De "Métodos de la noche" 1997-1998

    Canción del insomne

    Todo se vuelve oscuro
    y es mentira la luz que nadie ve.
    Nos deslumbran, nos ciegan.
    Un café.
    Es lo que necesito.
    No es la sed.
    Podré tocar la noche
    y no temer su beso de una vez.
    Que acudan otros héroes a los sueños:
    yo prefiero quemar la lucidez
    mientras duren mis párpados. Café.

    * * * * *

    La noche entre paréntesis

    Para Bur

    La noche entre paréntesis
    y su adictivo roce
    bastaron para hacerme conocer
    el ansia elemental,
    latidos de unas ropas,
    la rápida tristeza de una vela,
    música cómplice, un rincón,
    el peso y la medida del olvido.


    * * * * *

    Monólogo a dos voces

    -Como un lento jarabe
    que calienta la bóveda celeste,
    la luz trama su incendio
    y vuelven los colores a mis ojos.
    ¡Amanece! Éste es el primer día.

    -Pero, idiota, qué asombro va a quedarnos
    siendo el día que es: el siglo de los siglos,
    ya se sabe, final de un gran banquete.
    Miro por la ventana
    y desde mi sensata finitud
    no veo más que el sol
    reemplazando a la noche, como siempre.

    -¡Esa inmensa naranja
    será limón después en las alturas.'
    Puedo oler el rocío evaporarse,
    los pájaros lo absorben mientras vuelan.
    Me parece que estoy viendo un milagro.
    Ha llegado el momento de dejarse morir
    para nacer.

    -Tranquilo, por favor, no desvariemos.
    A poco que se estudie el curso de las cosas
    se entiende que el milagro es una farsa.
    En cuanto a la belleza,
    hay un amanecer-digamos que sin nubes-
    y nada en absoluto. Salvo morirse, claro.
    Mejor sigamos con los pajaritos.

    -¿ No tiene el alba un gesto
    de diosa empedernida, muda, virgen?
    En cuanto se fecunden sus resquicios
    el mundo quedará alumbrado
    y un ritmo nuevo empezará a estirar
    sus versos como músculos.

    -¡Hay que soltar los cirios,
    la luz es un asunto de la tierra!
    y de paso templemos un poco ese lenguaje:
    bastante nos costó vestido de paisano.

    -Como un jarabe hirviendo,
    como el milagro de un poema...

    -En fin...

    * * * * *

    Ropajes

    Decirte que te amo es una historia
    de mustias obviedades.
    Sería preferible que leyeses
    amores novedosos,
    canciones que mitiguen por las noches
    tus raptos de inocencia.

    Mis trajes de soldado no son más
    que miedo a la batalla.
    Y peores mis trajes de turista,
    como si la aventura de las calles
    pudiera seducirme.
    Por si no lo sabías nunca logré emigrar,
    sigo habitando en sábanas, las mismas
    que humedecí de niño
    cuando aún no te amaba y todavía
    no había mojado tus sábanas.
    Mi única destreza es protegerme.

    Decirte que me ames es un pleito
    de lenguajes más hábiles que el mío.
    No sé nada de espejos,
    no entiendo una sonata,
    callar es la virtud que no merezco.
    Ojalá te bastasen las delicias
    de los mundos y las tardes
    que no me pertenecen.

    Decir te amo suele ser asunto
    de obvias melancolías.







    De "El tobogán" 1998-2001

    Claudia en la Biblioteca

    Para Rafael Espejo

    Rebuscas en los libros
    con un extraño afán de jardinera.
    Delicada y ansiosa, de perfil me pareces
    distinta cuando curvas las rodillas
    y se tensan tus muslos
    debajo del vaquero. Muerte lenta
    contemplar, sin tocado,
    el pequeño tatuaje en tu cintura.
    Será mejor sufrir que describir los pechos:
    ¿quién se atreve a cruzar los toboganes
    que unen la palabra con su tema?

    Así que huyo
    y finjo distracción.
    Si volvieras la vista a quien te escribe
    desaparecerías, y es demasiado pronto.
    Sigue leyendo, Claudia.
    Haces bien en amarte.

    * * * * *

    Iluminación

    El alma existe.
    Y huele
    a sales y calor,
    lleva un silbido impuro,
    arde como la menta
    y se pliega y se ciñe
    a tu vientre.

    * * * * *

    Las orillas

    Para Leopoldo Brizuela

    Me es hermoso el desgarro porque une las orillas,
    nos concentra
    en desdoblamos siempre para poder ser uno.
    (Es un número, el uno, que traiciona
    cuando finge ser punto de partida).
    Necesario el desgarro,
    porque renuncia a hundirse
    pero ama los pozos
    y nos tiende sus manos como dos hemisferios.

    Con el pulso ambidiestro
    navego celebrando los puntos cardinales
    que mudarán mi origen,
    y sucede el naufragio porque debe
    y la vida es el barco
    y yo soy el ahogado y el mismo que me salva.

    * * * * *

    Líneas aéreas

    Igual que cada vez al tocar tierra
    confirmamos la vida
    así, cuando te toco,
    recomienza el amor.

    Y así, tocando un lápiz, me son nuevos
    el amar, la existencia,
    las líneas en el cielo de una página,
    el suave aterrizaje sobre un nombre.







    De "Mística abajo" 2001-2007

    Para Delia, mi madre
    Para Erika, mi suelo

    Casa fugaz

    Somos iguales, tienes
    la exacta fortaleza
    que me hace en parte débil.
    Sigue siendo difícil
    en la casa terrena desnudarse.
    ¿Trascender? Eso intentan los solemnes,
    como si dominasen el misterio
    de habitar hasta el fondo este lugar
    sin cederle terreno a las alturas.

    Si te toco, artesana,
    ¿querrás estar aquí enteramente?
    Durando en lo fugaz,
    así transcurriría nuestra entrega.
    Desconociendo cómo,
    así nos buscaríamos.
    Iguales en la duda. Enamorados
    de la fragilidad de estas paredes.


    * * * * *

    Elogio del minuto

    Aquí
    por fin
    descanso,
    mi atención
    no debe disiparse.
    Un poco de distancia
    tal vez la estiraría,
    pero si apreso el pasmo
    y fuerzo demasiado las poleas
    la emoción dejará de trasladar
    estas pequeñas cajas con visiones.

    Miro el pájaro próximo a la casa:
    tembloroso en la fuente recomienda
    beber con él sin vuelo.

    * * * * *

    Principio de la carne

    Necesito la carne para amarte,
    la carne enamorada, pero no
    más allá de la tumba sino contra la tumba.
    Tendido entre nosotros el temor
    ha vencido su insomnio y se remansa.
    ¿Qué pensará la muerte ante la fiesta?
    ¿Pierde la compostura, suspende sus trabajos?

    ¡Antídoto, entusiasmo, derríbale las leyes,
    ofrécele estos pechos de artesana
    que señalan el norte y piden viaje!
    Es lógico perderse, los guías se equivocan.
    A veces el destino es blando y tibio y mueve
    dos remos terrenales
    que remontan la risa hasta el principio,
    hasta el punto final de los comienzos.


    * * * * *

    Reloj de mar

    Rotas horas, las olas.
    Se anticipan,
    se empujan,
    se disgregan.
    Recomienzan el cielo permanente.
    En su justo engranaje nos emulan:
    detrás alguien
    siempre mira morir a alguien que mira.


    * * * * *

    Vaivén de gracias

    ¡Estar aún aquí
    tan pegado a este suelo y respirando!
    ¿Cómo corresponder
    la generosidad de los instantes?
    Es posible que nunca alcance el don
    de habitados sin más, ligeramente,
    pero apenas el borde
    ¡qué dichoso me insiste, cómo, inmenso!
    No he sabido llorar cuanto debía
    y así voy viendo este vaivén de horas
    sin saber dar las gracias, siempre en vilo.







    Otros poemas

    Ahora que no estoy...

    Ahora que no estoy
    me gusta más el viento cuando late
    y la savia transcurre por los surcos,
    me llega su apetito,
    sus ondas abultadas
    por cada objeto hermoso que atraviesan,
    esos tímidos cuerpos musicales.
    Pero no es más que un eco,
    el eco en los jardines posteriores.
    Hará falta alegrar esta canción,
    por eso quiero fiesta en vuestro lado.

    * * * * *

    Aquellos dedos tuyos...

    Aquellos dedos tuyos,
    dormidos como en lana,
    urdían la caricia y sus efectos.
    ¡Tocar era tan fácil
    y tanto me abrigaba
    desnudar esos dedos
    para tejer muñecos temporales!
    Ahora tejo tu sombra,
    que no es poco tejer cuando se ha amado.


    * * * * *

    En la línea lejana del deseo...

    En la línea lejana del deseo,
    superficie de luces y corrientes,
    se mantiene un velero a la deriva.
    De ti depende el viaje o la zozobra,
    su pesca o su destino,
    la distancia que logre.

    Izada, interrogándote, habrá siempre
    una vela aguardando a que la mires.


    * * * * *

    Se parece a bucear, no tengas miedo...

    Se parece a bucear, no tengas miedo.
    Al fondo de las olas transparentes
    hallarás más descanso que dolores.
    Vibrarás en la nota de las aguas
    y, como el diapasón de tu minuto,
    podrás enumerar cada concepto.
    Verás lo que no has hecho y sí deseaste
    yeso perturbará la travesía.
    Verás cuanto ofreciste o te ofrecieron
    y todo volverá a dormir despacio
    como el mar que te invade y se retira,
    como el mar que se mueve y nunca pasa.


    * * * * *

    Te pesan las costillas y la nuca...

    Te pesan las costillas y la nuca
    y te pesan las horas, el aire trepa y cae por tu pecho,
    se enreda en espirales, tu mano imprime surcos en la piel arenosa.
    ¡No te estás extinguiendo! Estás tan vivo
    que has comprendido el hueco de la pérdida.
    Igual que un casco
    volcado por el gesto repentino de un soldado al que asombra
    la música de sangre de su propia metralla,
    así pierdes el odio y queda a tus espaldas entre el fango.
    Tus costillas, antílope, esconden un reloj:
    te preguntas quién pudo darle cuerda.


    * * * * *

    Y que rápido vamos...

    Y que rápido vamos,
    ligera recompensa,
    qué prisa iluminada.
    El penúltimo paso es el más dulce.
    Ojalá todos fueran el penúltimo.







    Haikus

    De dos en dos
    me rodean los faros.
    Perplejidad.

    *

    Redonda, quieta
    en el raíl del metro
    una paloma.

    *

    En el cristal
    del coche, gotas frágiles.
    Nunca entrarán.

    *

    Abrazo inútil
    busca la joven hiedra
    en el cemento.

    *

    Hoja caída
    sobre el cristal del coche.
    Envejecer.

    *

    Abandonado
    zapato de tacón.
    Mañana fría.

    *

    Un móvil suena
    y nadie en la avenida.
    Un móvil suena.

    *

    Breve llovizna.
    El pavimento nuevo
    abre pulmones.

    *

    Luna rodando
    entre las azoteas.
    ¡Una ranura!

    *

    Una rodilla
    se agita, descubierta.
    Invitación.

    *

    Persecución.
    En el retrovisor
    la luna llena.

    *

    Aquí y allá
    luz de mañana azul.
    Son varios mares.


    _________________



    POETAS LATINOAMERICANOS  - Página 9 Marialuaf


    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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    Mensaje por Maria Lua Ayer a las 19:51

    Elias Nandino



    Poeta mexicano nacido en Cocula, Jalisco, en 1900.
    Además de su labor como médico, Nandino apoyó a muchos jóvenes poetas desde las revistas que fundó y dirigió.
    Editó la colección de cuadernos «México Nuevo», dirigió «Estaciones» y de 1960 a 1964 fue director de «Cuadernos
    de Bellas Artes».
    En 1979 recibió el Premio Nacional de Literatura y el Premio de Poesía de Aguascalientes.
    Cada uno de sus poemas contiene un fragmento de tiempo. Poeta soñador, que une la vida y la muerte, el amor y el odio,
    con un puente indestructible de palabras, sueños y realidades.
    «Naufragio de la duda» en 1950, «Triángulo de silencios» en 1953, «Nocturna summa» en 1955, «Eternidad del polvo»
    en 1970, y «Nocturna palabra» en 1976, constituyen una muestra significativa de su obra como poeta.
    Murió en Guadalajara, México, en 1993.



    Amor sin muerte

    Polvo serán, mas polvo enamorado.
    Quevedo

    Amo y al amar yo siento
    que existo, que tengo vida
    y soy mi fuga encendida
    en constante nacimiento.

    Amo y en cada momento
    amar, es mi muerte urgida,
    por un amor sin medida
    en incesante ardimiento.

    Mas cuando amar ya no intente
    porque mi cuerpo apagado
    vuelva a la tierra absorbente:

    todo será devorado,
    pero no el amor ardiente
    de mi polvo enamorado.







    Atmósfera de ausencia

    Vivir la tempestad de los silencios
    de tu ausencia inmortal,
    palpar tu imagen cóncava, sitiando
    mi enardecida espera
    con el temblor constante
    de no ser y de ser al mismo tiempo.

    Delgada sepultura de zozobra
    que se ajusta a mi cuerpo
    como traje de pulso,
    piel a piel confundida;
    que camina conmigo a todas partes
    sin estorbar mis pasos,
    y forma con su tacto de vacío
    el idioma del roce
    que con mi muda soledad conversa.

    Transparencia desnuda
    de tu semblante en viento derramado,
    que con muros de aroma
    encarcela mi cuerpo
    y me obliga a vivir, hombro con hombro,
    del molde palpitante
    de tu ternura muerta,
    que de cerca me mira
    con sus ojos de helada lejanía...

    Latidos invisibles de tu fuga
    acosando mi angustia
    que, desolada, aspira
    el zumo virgen de un llegar a solas
    que toma forma, se define en brisa,
    me toca, me conmueve, me abandona,
    y no deja de estar, huyendo siempre,
    pero abrazado de mi pensamiento.

    En el vaso febril de mi delirio
    la vida exacta de tu ausencia cae
    como gota de luz que no se agota
    y, de tanto caer, forma una línea
    que hiere mi tiniebla
    y enciende la obsesión
    de sentir que respiro tu presencia.

    El aire te pronuncia
    con sílabas de asedio,
    y estoy seguro que a mi lado vive,
    incorpórea y precisa,
    la huella misteriosa de tu forma
    alumbrando la noche
    del profundo universo de mi sangre.







    Aventura

    No sé cómo viniste hasta mis manos
    a llenar las tinieblas de mi lecho,
    y a juntar tus encantos con mi pecho
    realizando las horas que gozamos.
    Aventura perfecta que libamos
    en un secreto, bajo el mismo techo,
    hasta llegar al goce satisfecho
    y sin saber porqué nos encontramos.
    ¡Vibración de contacto sin historia;
    un recuerdo grabado en la memoria
    ignorando con quién fue compartido;
    porque llegaste al beso de la noche
    calmaste mi pasión con tu derroche
    y te fuiste dejándome dormido.






    Búsqueda espacial

    I
    Antes de haber nacido, cuando apenas
    en las galaxias era calofrío,
    o sed en rotación por el vacío,
    o sangre sin la cárcel de las venas;
    antes de ser en túnica de arenas
    un angustiado palpitar sombrío,
    antes, mucho antes que este cuerpo mío
    supiera de esperanzas y de penas:
    ya buscaba tu nombre, tu semblante,
    el disperso latir de tu vivencia,
    tu mirada en las nubes esparcida;
    porque, desde el asomo delirante
    de mis instintos ciegos, tu existencia
    era ya por mis ansias presentida.

    II
    ¿Cuántas transmutaciones has pasado?
    ¿cuántos siglos de luz, cuántos colores,
    nebulosas, crepúsculos y flores
    para llegar a ser, has transitado?
    ¿En qué constelaciones has brillado?
    ¿Después de cuántas muertes y dolores,
    de huracanes, relámpagos y albores
    la forma corporal has conquistado?
    No puedo concebir mi pensamiento
    esa edad atmosférica que hicimos
    en giratoria espera; mas yo siento
    que milenios de lumbres anduvimos
    esperanzados en el firmamento,
    hasta unir este amor con que existimos.







    Casi a la orilla

    Al poeta José Emilio Pacheco

    Después de lo gozado
    y lo sufrido,
    después de lo ganado
    y lo perdido,
    siento
    que existo aún
    porque ya,
    casi a la orilla
    de mi vida,
    puedo recordar
    y gozar
    enloquecido:
    en lo que he sido,
    en lo que es ido...







    Con mi soledad a solas

    Amorosamente mi soledad desnuda
    me cubre
    como sábana de tierna sombra tibia.
    Confundidos somos el orbe
    donde la palabra impronunciada
    construye el diálogo
    que el pensamiento escucha.
    Su compañía es el regazo
    de un amor a oscuras
    que, sobre mi piel esperanzada,
    inventa la resurrección de los recuerdos.
    Junto a sus ojos abro mi conciencia
    y leemos los biográficos pasos
    que caminan hacia atrás de nuestra historia:
    fuegos fatuos, diseños, rostros, ecos,
    en inquemante desfile momentáneo
    que brota de los olvidos insepultos.

    Estoy solo,
    con mi soledad a solas,
    amoldado a ella
    como el vino a los muros de la copa,
    y viviendo la íntima galaxia
    parpadeante,
    de una conversación en las tinieblas.







    Crimen

    ¡Qué puñalada
    le ha propinado el viento
    a la granada!

    1928







    Debo llegar...

    Para el poeta Carlos Montemayor

    Cuento las horas: fuga indetenible,
    vendado navegar en mar sin agua:
    incesante caer de vida inerte
    en el hambre insaciable del vacío,

    Cuento las horas: gotas agotadas,
    creciente angustia en resignado avance
    que rueda en la cascada del olvido;
    rostros que emigran y no vuelven nunca.

    Ya se acerca el final. ¡Playa a la vista!
    La orden de bajar vibra en el aire.
    Debo llegar... Pero llegar ¿a dónde?
    y si llego sin mí... ¿para qué llego?

    Crece mi duda ante el dilema trágico
    en que debo sufrir el desenlace:
    de abandonar mi cuerpo a la deriva,
    o morirme con él, eternamente.

    Sin mi cuerpo no hubiera yo tenido
    el infierno carnal que me dio temple,
    por eso en él me quedo, hasta que juntos,
    al mismo tiempo nos volvamos tierra.







    Décimas de amor

    I
    Amor, amor traicionado
    por mí -que tanto te quiero-
    al imponerte el sendero
    en que has sido desdichado.
    Amor, por mí atormentado:
    ya no puedo remediar
    mi culpa y hacer llegar
    lo que tu anhelo esperaba.
    Amor, mi vida se acaba,
    ya no es tiempo de empezar.

    II
    Amor: avidez errante,
    torbellino incontenible,
    esencia de lo terrible
    en incendio alucinante.
    Con tu codicia incesante
    en mí vives arraigado
    y exiges que, enamorado
    me entregue cuando me doy.
    Amor: ¿no sabes que estoy
    sólo de ti enamorado?

    III
    Eres, amor: sed y anhelo,
    hambre, delirio, locura,
    azúcar de la amargura
    y amargura del desvelo.
    Eres infierno, eres cielo,
    la esperanza enardecida,
    el desangre sin herida,
    lo que nos forma y deshace.
    Eres la muerte que nace
    continuamente en la vida.

    IV
    Amor: has amado tanto
    y sin embargo te siento
    férvido, puro, sediento,
    sin decepción ni quebranto.
    No te mina el desencanto
    por lo que has sufrido ya,
    ni te importa si será
    mentira lo venidero:
    porque eres como el venero
    que existe por lo que da.

    V
    Amor, inaudita hoguera
    e la entraña del invierno
    de mi vida, atroz infierno:
    ¡cómo crecerte quisiera!,
    mas sin dicha y sin espera
    a mi muerte me adelanto
    y preso en el desencanto
    es mi corazón senil:
    hielo en martirio febril
    descongelándose en llanto.







    Décimas al corazón

    I
    Corazón: no te atormentes
    porque traicionen tu amor,
    espera un tiempo mejor
    y jamás te desalientes.
    Soporta el dolor que sientes
    hasta que tu vida obtenga
    la rebelión que te abstenga
    de añorar lo que se fue,
    y a solas medita que
    no hay mal que por bien no venga .

    II
    Corazón: no estoy cansado
    de tanto querer amar
    y de amar para buscar
    el amor que no ha llegado.
    Sigue conmigo enraizado
    en un pacto que persista
    mientras la esperanza exista,
    que aunque Suframos engaños
    no hay mal que dure cien años
    ni cuerpo que lo resista.

    III
    Corazón: ¡cómo has sufrido
    por mi culpa! , yo lo sé;
    pero no pierdas la fe
    ni ya te des por vencido.
    El amor que no ha venido
    pronto vendrá, ten confianza,
    y sin medir la tardanza
    que en mí tu vigor perdure:
    que mientras la vida dure
    lugar tiene la esperanza.

    IV
    Antes, al verte sufrir,
    corazón, yo no entendía,
    y aunque tus penas veía
    nunca las pude asumir.
    En cambio, hoy sé compartir
    el suplicio que te enciende,
    porque ya mi vida entiende
    que existen, en conclusión:
    razones del corazón
    que la razón no comprende.







    Dentro de mí

    Con los ojos
    altamente asomados a la noche
    contemplo las estrellas
    y, dentro de mí,
    en el río incansable de mi sangre,
    las siento y las descubro
    reflejadas,
    luminosas y hondas,
    como si mi entraña fuera
    el mismo cielo
    en donde están ardiendo.







    Desasosiego

    El fuego quemo y consume.
    El hielo quemo y conservo.

    I
    Esta inquietud indomable
    de estar sin querer estar
    y al pisar otro lugar
    regresar inconsolable.

    Este anhelar incansable
    de partir para llegar
    sin nunca poder llenar
    mi soledad inmutable.

    Este meditar extremo
    que inquiere, desesperado,
    a lo invisible que temo.

    Y en mi fuego, congelado
    solo y a solas me queme
    en deshielo enamorado...

    II
    Esta esperanza encendida
    que me lanza a caminar
    en un constante buscar
    la emoción desconocida.

    Esta lucha sumergida
    de creer y de dudar
    y, a mi juventud perdida,
    sin que la pueda olvidar.

    Este pensar que no sabe
    nada de nada y que quiere
    que ya la vida se acabe,

    y la muerte que no hiere,
    y el alma que ya no cabe
    y en lenta asfixia se muere.







    En la sombra

    Era sed de muchos años
    retenida por mi cuerpo,
    palabras encadenadas
    que nunca pude decir
    sino en los labios del sueño.

    Era la tierra agrietada,
    reseca, sin una planta,
    que espera sentir la lluvia
    en un afán de caricia
    que le sacie la garganta.

    Era yo vuelto hacia ti
    que nunca te conocía,
    porque fuiste de mil modos
    en los sueños, en las horas
    y en los ojos de la vida.

    Eras todo lo que encierra
    una expresión de belleza:
    la rosa , el fruto, los ríos;
    el color de los paisajes
    y la savia de los pinos.

    Y de pronto, junto a mí,
    al alcance de mi mano,
    como manojo de trigo
    que pudiera retener
    sobre mi pecho guardado.

    ¡Todo tu cuerpo en mi cuerpo,
    por el sueño maniatados,
    y tan cerca de la muerte
    que la vida no sabía
    cómo volver a encontrarnos!





    _________________



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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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