«Napoleón, las Pirámides, Waterloo por un lado, y por otro una vieja y
enjuta usurera que tiene debajo de la cama un arca forrada de tafilete rojo…
¿Cómo admitir que puede haber una semejanza entre ambas cosas? ¿Cómo
podría admitirlo un Porfirio Petrovitch, por ejemplo? Completamente
imposible: sus sentimientos estéticos se oponen a ello… ¡Un Napoleón
introducirse debajo de la cama de una vieja…! ¡Inconcebible!»
De vez en cuando experimentaba una exaltación febril y creía desvariar.
«La vieja no significa nada —se dijo fogosamente—. Esto tal vez sea un
error, pero no se trata de ella. La vieja ha sido sólo un accidente. Yo quería
salvar el escollo rápidamente, de un salto. No he matado a un ser humano, sino
un principio. Y el principio lo he matado, pero el salto no lo he sabido dar. Me
he quedado a la parte de aquí; lo único que he sabido ha sido matar. Y ni
siquiera esto lo he hecho bien del todo, al parecer…Un principio… ¿Por qué
ese idiota de Rasumikhine atacará a los socialistas? Son personas laboriosas,
hombres de negocios que se preocupan por el bienestar general…Sin embargo,
sólo se vive una vez, y yo no quiero esperar esa felicidad universal. Ante todo,
quiero vivir. Si no sintiese este deseo, sería preferible no tener vida. Al fin y al
cabo, lo único que he hecho ha sido negarme a pasar por delante de una madre
hambrienta, con mi rublo bien guardado en el bolsillo, esperando la llegada de
la felicidad universal. Yo aporto, por decirlo así, mi piedra al edificio común, y
esto es suficiente para que me sienta en paz… ¿Por qué, por qué me dejasteis
partir? Tengo un tiempo determinado de vida y quiero también… ¡Ah! Yo no
soy más que un gusano atiborrado de estética. Sí, un verdadero gusano y nada
más.»
Al pensar esto estalló en una risa de loco. Y se aferró a esta idea y empezó
a darle todas las vueltas imaginables, con un acre placer.
«Sí, lo soy, aunque sólo sea, primero, porque me llamo gusano a mí
mismo, y segundo, porque llevo todo un mes molestando a la Divina
Providencia al ponerla por testigo de que yo no hacía aquello para procurarme
satisfacciones materiales, sino con propósitos nobles y grandiosos. ¡Ah!, y
también porque decidí observar la más rigurosa justicia y la más perfecta
moderación en la ejecución de mi plan. En primer lugar elegí el gusano más
nocivo de todos, y, en segundo, al matarlo, estaba dispuesto a no quitarle sino
el dinero estrictamente necesario para emprender una nueva vida. Nada más y
nada menos (el resto iría a parar a los conventos, según la última voluntad de
la vieja) …En fin, lo cierto es que soy un gusano, de todas formas —añadió
rechinando los dientes—. Porque soy tal vez más vil e innoble que el gusano
al que asesiné y porque yo presentía que, después de haberlo matado, me diría
esto mismo que me estoy diciendo… ¿Hay nada comparable a este horror?
¡Cuánta villanía! ¡Cuánta bajeza…! ¡Qué bien comprendo al Profeta, montado
en su caballo y empuñando el sable! "¡Alá lo ordena! Sométete, pues,
miserable y temblorosa criatura." Tiene razón, tiene razón el Profeta cuando
alinea sus tropas en la calle y mata indistintamente a los culpables y a los
justos, sin ni siquiera dignarse darles una explicación. Sométete, pues,
miserable y temblorosa criatura, y guárdate de tener voluntad. Esto no es cosa
tuya… ¡Oh! Jamás, jamás perdonaré a la vieja.»
cont
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