—Pues a mí me han dicho que usted la echó de la casa.
Lebeziatnikof montó en cólera.
—¡Nueva calumnia! —bramó—. Las cosas no ocurrieron así, ni mucho
menos. ¡No, no, de ningún modo! Catalina Ivanovna lo ha contado todo como
le ha parecido, porque no ha comprendido nada. Yo no he buscado nunca los
favores de Sonia Simonovna. Yo procuré únicamente ilustrarla del modo más
desinteresado, esforzándome en despertar en ella el espíritu de protesta…Esto
era todo lo que yo deseaba. Ella misma se dio cuenta de que no podía
permanecer aquí.
—Supongo que la habrá invitado usted a formar parte de la commune.
—Permítame que le diga que usted todo lo toma a broma y que ello me
parece lamentable. Usted no comprende nada. La commune no admite ciertas
situaciones personales; precisamente se ha fundado para suprimirlas. El papel
de esa joven perderá su antigua significación dentro de la commune: lo que
ahora nos parece una torpeza, entonces nos parecerá un acto inteligente, y lo
que ahora se considera una corrupción, entonces será algo completamente
natural. Todo depende del medio, del ambiente. El medio lo es todo, y el
hombre nada. En cuanto a Sonia Simonovna, mis relaciones con ella no
pueden ser mejores, lo que demuestra que esa joven no me ha considerado
jamás como enemigo. Verdad es que yo me esfuerzo por atraerla a nuestra
agrupación, pero con intenciones completamente distintas a las que usted
supone… ¿De qué se ríe? Nosotros tenemos el propósito de establecer nuestra
propia commune sobre bases más sólidas que las precedentes; nosotros vamos
más lejos que nuestros predecesores. Rechazamos muchas cosas. Si
Dobroliubof saliera de la tumba, discutiría con él. En cuanto a Bielinsky,
remacharé el clavo que él ha clavado. Entre tanto, sigo educando a Sonia
Simonovna. Tiene un natural hermoso.
—Y usted se aprovecha de él, ¿no? ¡Je, je!
—De ningún modo; todo lo contrario.
—Dice que todo lo contrario. ¡Je, je! lo que es a usted, palabras no le
faltan.
—Pero ¿por qué no me cree? ¿Por qué razón he de engañarle, dígame? Le
aseguro que…, y yo soy el primer sorprendido…, ella se muestra conmigo
extremadamente, casi morbosamente púdica.
—Y usted, naturalmente, sigue ilustrándola. ¡Je, je, je! Usted procura
hacerle comprender que todos esos pudores son absurdos. ¡Je, je, je!
cont
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