CAPÍTULO 1
Al día siguiente de la noche fatal en que había roto con Dunia y Pulqueria
Alejandrovna, Piotr Petrovitch se despertó de buena mañana. Sus
pensamientos se habían aclarado, y hubo de reconocer, muy a pesar suyo, que
lo ocurrido la víspera, hecho que le había parecido fantástico y casi imposible
entonces, era completamente real e irremediable. La negra serpiente del amor
propio herido no había cesado de roerle el corazón en toda la noche. Lo
primero que hizo al saltar de la cama fue ir a mirarse al espejo: temía haber
sufrido un derrame de bilis.
Afortunadamente, no se había producido tal derrame. Al ver su rostro
blanco, de persona distinguida, y un tanto carnoso, se consoló
momentáneamente y tuvo el convencimiento de que no le sería difícil
reemplazar a Dunia incluso con ventaja; pero pronto volvió a ver las cosas tal
como eran, y entonces lanzó un fuerte salivazo, lo que arrancó una sonrisa de
burla a su joven amigo y compañero de habitación Andrés Simonovitch
Lebeziatnikof. Piotr Petrovitch, que había advertido esta sonrisa, la anotó en él
debe, ya bastante cargado desde hacía algún tiempo, de Andrés Simonovitch.
Su cólera aumentó, y se dijo que no debió haber confiado a su compañero
de hospedaje el resultado de su entrevista de la noche anterior. Era la segunda
torpeza que su irritación y la necesidad de expansionarse le habían llevado a
cometer. Para colmo de desdichas, el infortunio le persiguió durante toda la
mañana. En el Senado tuvo un fracaso al debatirse su asunto. Un último
incidente colmó su mal humor. El propietario del departamento que había
alquilado con miras a su próximo matrimonio, departamento que había hecho
reparar a costa suya, se negó en redondo a rescindir el contrato. Este hombre
era extranjero, un obrero alemán enriquecido, y reclamaba el pago de los
alquileres estipulados en el contrato de arrendamiento, a pesar de que Piotr
Petrovitch le devolvía la vivienda tan remozada que parecía nueva. Además, el
mueblista pretendía quedarse hasta el último rublo de la cantidad anticipada
por unos muebles que Piotr Petrovitch no había recibido todavía.
«¡No voy a casarme sólo por tener los muebles!», exclamó para sí mientras
rechinaba los dientes. Pero, al mismo tiempo, una última esperanza, una loca
ilusión, pasó por su pensamiento. «¿Es verdaderamente irremediable el mal?
¿No podría intentarse algo todavía?» El seductor recuerdo de Dunetchka le
atravesó el corazón como una aguja, y si en aquel momento hubiera bastado
un simple deseo para matar a Raskolnikof, no cabe duda de que Piotr
Petrovitch lo habría expresado.
cont
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