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    Mensaje por Maria Lua Vie 26 Ene 2024, 19:19

    ***

    PARTE 5



    CAPÍTULO 1


    Al día siguiente de la noche fatal en que había roto con Dunia y Pulqueria
    Alejandrovna, Piotr Petrovitch se despertó de buena mañana. Sus
    pensamientos se habían aclarado, y hubo de reconocer, muy a pesar suyo, que
    lo ocurrido la víspera, hecho que le había parecido fantástico y casi imposible
    entonces, era completamente real e irremediable. La negra serpiente del amor
    propio herido no había cesado de roerle el corazón en toda la noche. Lo
    primero que hizo al saltar de la cama fue ir a mirarse al espejo: temía haber
    sufrido un derrame de bilis.
    Afortunadamente, no se había producido tal derrame. Al ver su rostro
    blanco, de persona distinguida, y un tanto carnoso, se consoló
    momentáneamente y tuvo el convencimiento de que no le sería difícil
    reemplazar a Dunia incluso con ventaja; pero pronto volvió a ver las cosas tal
    como eran, y entonces lanzó un fuerte salivazo, lo que arrancó una sonrisa de
    burla a su joven amigo y compañero de habitación Andrés Simonovitch
    Lebeziatnikof. Piotr Petrovitch, que había advertido esta sonrisa, la anotó en él
    debe, ya bastante cargado desde hacía algún tiempo, de Andrés Simonovitch.
    Su cólera aumentó, y se dijo que no debió haber confiado a su compañero
    de hospedaje el resultado de su entrevista de la noche anterior. Era la segunda
    torpeza que su irritación y la necesidad de expansionarse le habían llevado a
    cometer. Para colmo de desdichas, el infortunio le persiguió durante toda la
    mañana. En el Senado tuvo un fracaso al debatirse su asunto. Un último
    incidente colmó su mal humor. El propietario del departamento que había
    alquilado con miras a su próximo matrimonio, departamento que había hecho
    reparar a costa suya, se negó en redondo a rescindir el contrato. Este hombre
    era extranjero, un obrero alemán enriquecido, y reclamaba el pago de los
    alquileres estipulados en el contrato de arrendamiento, a pesar de que Piotr
    Petrovitch le devolvía la vivienda tan remozada que parecía nueva. Además, el
    mueblista pretendía quedarse hasta el último rublo de la cantidad anticipada
    por unos muebles que Piotr Petrovitch no había recibido todavía.
    «¡No voy a casarme sólo por tener los muebles!», exclamó para sí mientras
    rechinaba los dientes. Pero, al mismo tiempo, una última esperanza, una loca
    ilusión, pasó por su pensamiento. «¿Es verdaderamente irremediable el mal?
    ¿No podría intentarse algo todavía?» El seductor recuerdo de Dunetchka le
    atravesó el corazón como una aguja, y si en aquel momento hubiera bastado
    un simple deseo para matar a Raskolnikof, no cabe duda de que Piotr
    Petrovitch lo habría expresado.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 26 Ene 2024, 19:19

    ***

    «Otro error mío ha sido no darles dinero —siguió pensando mientras
    regresaba, cabizbajo, al rincón de Lebeziatnikof—. ¿Por qué demonio habré
    sido tan judío? Mis cálculos han fallado por completo. Yo creía que,
    dejándolas momentáneamente en la miseria, las preparaba para que luego
    vieran en mí a la providencia en persona. Y se me han escapado de las
    manos…Si les hubiera dado…, ¿qué diré yo?, unos mil quinientos rublos para
    el ajuar, para comprar esas telas y esos menudos objetos, esas bagatelas, en
    fin, que se venden en el bazar inglés, me habría conducido con más habilidad
    y el negocio me habría ido mejor. Ellas no me habrían soltado tan fácilmente.
    Por su manera de ser, después de la ruptura se habrían creído obligadas a
    devolverme el dinero recibido, y esto no les habría sido ni grato ni fácil.
    Además, habría entrado en juego su conciencia. Se habrían dicho que cómo
    podían romper con un hombre que se había mostrado tan generoso y delicado
    con ellas. En fin, que he cometido una verdadera pifia.»
    Y Piotr Petrovitch, con un nuevo rechinar de dientes, se llamó imbécil a sí
    mismo.
    Después de llegar a esta conclusión, volvió a su alojamiento más irritado y
    furioso que cuando había salido. Sin embargo, al punto despertó su curiosidad
    el bullicio que llegaba de las habitaciones de Catalina Ivanovna, donde se
    estaba preparando la comida de funerales. El día anterior había oído decir algo
    de esta ceremonia. Incluso se acordó de que le habían invitado, aunque sus
    muchas preocupaciones le habían impedido prestar atención.
    Se apresuró a informarse de todo, preguntando a la señora Lipevechsel,
    que, por hallarse ausente Catalina Ivanovna (estaba en el cementerio), se
    cuidaba de todo y correteaba en torno a la mesa, ya preparada para la colación.
    Así se enteró Piotr Petrovitch de que la comida de funerales sería un acto
    solemne. Casi todos los inquilinos, incluso algunos que ni siquiera habían
    conocido al difunto, estaban invitados. Andrés Simonovitch Lebeziatnikof se
    sentaría a la mesa, no obstante, su reciente disgusto con Catalina Ivanovna. A
    él, Piotr Petrovitch, se le esperaba como al huésped distinguido de la casa.
    Amalia Ivanovna había recibido una invitación en toda regla a pesar de sus
    diferencias con Catalina Ivanovna. Por eso ahora se preocupaba de la comida
    con visible satisfacción. Se había arreglado como para una gran solemnidad:
    aunque iba de luto, lucía orgullosamente un flamante vestido de seda.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Ene 2024, 12:14

    ***

    Todos estos informes y detalles inspiraron a Piotr Petrovitch una idea que
    ocupaba su magín mientras regresaba a su habitación, mejor dicho, a la de
    Andrés Simonovitch Lebeziatnikof.
    Andrés Simonovitch había pasado toda la mañana en su aposento, no sé
    por qué motivo. Entre éste y Piotr Petrovitch se habían establecido unas
    relaciones sumamente extrañas, pero fáciles de explicar. Piotr Petrovitch le
    odiaba, le despreciaba profundamente, casi desde el mismo día en que se había
    instalado en su habitación; pero, al mismo tiempo, le temía. No era
    únicamente la tacañería lo que le había llevado a hospedarse en aquella casa a
    su llegada a Petersburgo. Este motivo era el principal, pero no el único.
    Estando aún en su localidad provinciana, había oído hablar de Andrés
    Simonovitch, su antiguo pupilo, al que se consideraba como uno de los
    jóvenes progresistas más avanzados de la capital, e incluso como un miembro
    destacado de ciertos círculos, verdaderamente curiosos, que gozaban de
    extraordinaria reputación. Esto había impresionado a Piotr Petrovitch.
    Aquellos círculos todopoderosos que nada ignoraban, que despreciaban y
    desenmascaraban a todo el mundo, le infundían un vago terror. Claro que, al
    estar alejado de estos círculos, no podía formarse una idea exacta acerca de
    ellos. Había oído decir, como todo el mundo, que en Petersburgo había
    progresistas, nihilistas y toda suerte de enderezadores de entuertos, pero, como
    la mayoría de la gente, exageraba el sentido de estas palabras del modo más
    absurdo. Lo que más le inquietaba desde hacía ya tiempo, lo que le llenaba de
    una intranquilidad exagerada y continua, eran las indagaciones que realizaban
    tales partidos. Sólo por esta razón había estado mucho tiempo sin decidirse a
    elegir Petersburgo como centro de sus actividades.
    Estas sociedades le inspiraban un terror que podía calificarse de infantil.
    Varios años atrás, cuando comenzaba su carrera en su provincia, había visto a
    los revolucionarios desenmascarar a dos altos funcionarios con cuya
    protección contaba. Uno de estos casos terminó del modo más escandaloso en
    contra del denunciado; el otro había tenido también un final sumamente
    enojoso. De aquí que Piotr Petrovitch, apenas llegado a Petersburgo, procurase
    enterarse de las actividades de tales asociaciones: así, en caso de necesidad,
    podría presentarse como simpatizante y asegurarse la aprobación de las nuevas
    generaciones. Para esto había contado con Andrés Simonovitch, y que se había
    adaptado rápidamente al lenguaje de los reformadores lo demostraba su visita
    a Raskolnikof.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Ene 2024, 12:15

    ***

    Pero en seguida se dio cuenta de que Andrés Simonovitch no era sino un
    pobre hombre, una verdadera mediocridad. No obstante, ello no alteró sus
    convicciones ni bastó para tranquilizarle. Aunque todos los progresistas
    hubieran sido igualmente estúpidos, su inquietud no se habría calmado.
    Aquellas doctrinas, aquellas ideas, aquellos sistemas (con los que Andrés
    Simonovitch le llenaba la cabeza) no le impresionaban demasiado. Sólo
    deseaba poder seguir el plan que se había trazado, y, en consecuencia,
    únicamente le interesaba saber cómo se producían los escándalos citados
    anteriormente y si los hombres que los provocaban eran verdaderamente
    todopoderosos. En otras palabras, ¿tendría motivos para inquietarse si se le
    denunciaba cuando emprendiera algún negocio? ¿Por qué actividades se le
    podía denunciar? ¿Quiénes eran los que atraían la atención de semejantes
    inspectores? Y, sobre todo, ¿podría llegar a un acuerdo con tales
    investigadores, comprometiéndolos, al mismo tiempo, en sus asuntos, si eran
    en verdad tan temibles? ¿Sería prudente intentarlo? ¿No se les podría incluso
    utilizar para llevar a cabo los propios proyectos? Piotr Petrovitch se habría
    podido hacer otras muchas preguntas como éstas…
    Andrés Simonovitch era un hombrecillo enclenque, escrofuloso, que
    pertenecía al cuerpo de funcionarios y trabajaba en una oficina pública. Su
    cabello era de un rubio casi blanco y lucía unas pobladas patillas de las que se
    sentía sumamente orgulloso. Casi siempre tenía los ojos enfermos. En el
    fondo, era una buena persona, pero su lenguaje, de una presunción que rayaba
    en la pedantería, contrastaba grotescamente con su esmirriada figura. Se le
    consideraba como uno de los inquilinos más distinguidos de Amalia Ivanovna,
    ya que no se embriagaba y pagaba puntualmente el alquiler.
    Pese a todas estas cualidades, Andrés Simonovitch era bastante necio. Su
    afiliación al partido progresista obedeció a un impulso irreflexivo. Era uno de
    esos innumerables pobres hombres, de esos testarudos ignorantes que se
    apasionan por cualquier tendencia de moda, para envilecerla y desacreditarla
    en seguida. Estos individuos ponen en ridículo todas las causas, aunque a
    veces se entregan a ellas con la mayor sinceridad.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 28 Ene 2024, 12:16

    ***


    Digamos además que Lebeziatnikof, a pesar de su buen carácter, empezaba
    también a no poder soportar a su huésped y antiguo tutor Piotr Petrovitch: la
    antipatía había surgido espontánea y recíprocamente por ambas partes. Por
    poco perspicaz que fuera, Andrés Simonovitch se había dado cuenta de que
    Piotr Petrovitch no era sincero con él y le despreciaba secretamente; en una
    palabra, que tenía ante sí a un hombre distinto del que Lujine aparentaba ser.
    Había intentado exponerle el sistema de Fourier y la teoría de Darwin, pero
    Piotr Petrovitch le escuchaba con un gesto sarcástico desde hacía algún
    tiempo, y últimamente incluso le respondía con expresiones insultantes. En
    resumen, que Lujine se había dado cuenta de que Andrés Simonovitch era,
    además de un imbécil, un charlatán que no tenía la menor influencia en el
    partido. Sólo sabía las cosas por conductos sumamente indirectos, e incluso en
    su misión especial, la de la propaganda, no estaba muy seguro, pues solía
    armarse verdaderos enredos en sus explicaciones. Por consiguiente, no era de
    temer como investigador al servicio del partido.
    Digamos de paso que Piotr Petrovitch, al instalarse en casa de
    Lebeziatnikof, sobre todo en los primeros días, aceptaba de buen grado los
    cumplimientos, verdaderamente extraños, de su patrón, o, por lo menos, no
    protestaba cuando Andrés Simonovitch le consideraba dispuesto a favorecer el
    establecimiento de una nueva commune en la calle de los Bourgeois, o a
    consentir que Dunetchka tuviera un amante al mes de casarse con ella, o a
    comprometerse a no bautizar a sus hijos. Le halagaban de tal modo las
    alabanzas, fuera cual fuere su condición, que no rechazaba estos
    cumplimientos.
    Aquella mañana había negociado varios títulos y, sentado a la mesa,
    contaba los fajos de billetes que acababa de recibir. Andrés Simonovitch, que
    casi siempre andaba escaso de dinero, se paseaba por la habitación, fingiendo
    mirar aquellos papeles con una indiferencia rayana en el desdén. Desde luego,
    Piotr Petrovitch no admitía en modo alguno la sinceridad de esta indiferencia,
    y Lebeziatnikof, además de comprender esta actitud de Lujine se decía, no sin
    amargura, que aun se complacía en mostrarle su dinero para mortificarle,
    hacerle sentir su insignificancia y recordarle la distancia que los bienes de
    fortuna establecían entre ambos.
    Andrés Simonovitch advirtió que aquella mañana su huésped apenas le
    prestaba atención, a pesar de que él había empezado a hablarle de su tema
    favorito: el establecimiento de una nueva commune.

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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:11

    ***


    Las objeciones y las lacónicas réplicas que lanzaba de vez en cuando
    Lujine sin interrumpir sus cuentas parecían impregnadas de una consciente
    ironía que se confundía con la falta de educación. Pero Andrés Simonovitch
    atribuía estas muestras de mal humor al disgusto que le había causado su
    ruptura con Dunetchka, tema que ardía en deseos de abordar. Consideraba que
    podía exponer sobre esta cuestión puntos de vista progresistas que consolarían
    a su respetable amigo y prepararían el terreno para su posterior filiación al
    partido.
    —¿Sabe usted algo de la comida de funerales que da esa viuda vecina
    nuestra? —preguntó Piotr Petrovitch, interrumpiendo a Lebeziatnikof en el
    punto más interesante de sus explicaciones.
    —Pero ¿no se acuerda de que le hablé de esto ayer y le di mi opinión sobre
    tales ceremonias…? Además, la viuda le ha invitado a usted. Incluso habló
    usted con ella ayer.
    —Es increíble que esa imbécil se haya gastado en una comida de funerales
    todo el dinero que le dio ese otro idiota: Raskolnikof. Me he quedado
    estupefacto al ver hace un rato, al pasar, esos preparativos, esas bebidas…Ha
    invitado a varias personas. El diablo sabrá por qué lo hace.
    Piotr Petrovitch parecía haber abordado este asunto con una intención
    secreta. De pronto levantó la cabeza y exclamó:
    —¡Cómo! ¿Dice que me ha invitado también a mí? ¿Cuándo? No
    recuerdo…No pienso ir… ¿Qué papel haría yo en esa casa? Yo sólo crucé
    unas palabras con esa mujer para decirle que, como viuda pobre de un
    funcionario, podría obtener en concepto de socorro una cantidad equivalente a
    un año de sueldo del difunto. ¿Me habrá invitado por eso? ¡Je, je!
    —Yo tampoco pienso ir —dijo Lebeziatnikof.
    —Sería el colmo que fuera usted. Después de haber dado una paliza a esa
    señora, comprendo que no se atreva a ir a su casa. ¡Je, je, je!
    —¿Qué yo le di una paliza? ¿Quién se lo ha dicho? —exclamó
    Lebeziatnikof, turbado y enrojeciendo.
    —Me lo contaron ayer: hace un mes o cosa así, usted golpeó a Catalina
    Ivanovna… ¡Así son sus convicciones! Usted dejó a un lado su feminismo por
    un momento. ¡Je, je, je!
    Piotr Petrovitch, que parecía muy satisfecho después de lo que acababa de
    decir, volvió a sus cuentas.







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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:12

    ***


    —Eso son estúpidas calumnias —replicó Andrés Simonovitch, que temía
    que este incidente se divulgara—. Las cosas no ocurrieron así. ¡No, ni mucho
    menos! lo que le han contado es una verdadera calumnia. Yo no hice más que
    defenderme. Ella se arrojó sobre mí con las uñas preparadas. Casi me arranca
    una patilla…Yo considero que los hombres tenemos derecho a defendernos.
    Por otra parte, yo no toleraré jamás que se ejerza sobre mí la menor
    violencia…Esto es un principio…Lo contrario sería favorecer el despotismo.
    ¿Qué quería usted que hiciera: que me dejase golpear pasivamente? Yo me
    limité a rechazarla.
    Lujine dejó escapar su risita sarcástica.
    —¡Je, je, je!
    —Usted quiere molestarme porque está de mal humor. Y dice usted cosas
    que no tienen nada que ver con la cuestión del feminismo. Usted no me ha
    comprendido. Yo me dije que si se considera a la mujer igual al hombre
    incluso en lo que concierne a la fuerza física (opinión que empieza a
    extenderse), la igualdad debía existir también en el campo de la contienda.
    Como es natural, después comprendí que no había lugar a plantear esta
    cuestión, ya que la sociedad futura estaría organizada de modo que las
    diferencias entre los seres humanos no existirían…Por lo tanto, es absurdo
    buscar la igualdad en lo que concierne a las riñas y a los golpes. Claro que no
    estoy ciego y veo que las querellas existen todavía…, pero, andando el tiempo
    no existirán, y si ahora existen… ¡Demonio! Uno pierde el hilo de sus ideas
    cuando habla con usted…Si no asisto a la comida de funerales no es por el
    incidente que estamos comentando, sino por principio, por no aprobar con mi
    presencia esa costumbre estúpida de celebrar la muerte con una comida…
    Cierto que habría podido acudir por diversión, para reírme…Y habría ido si
    hubiesen asistido popes; pero, por desgracia, no asisten.
    —Es decir, que usted aceptaría la hospitalidad que le ofrece una persona y
    se sentaría a su mesa para burlarse de ella y escupirle, por decirlo así, si no he
    entendido mal.







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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:13

    ***


    —Nada de escupir. Se trata de una simple protesta. Yo procedo con vistas a
    una finalidad útil. Así puedo prestar una ayuda indirecta a la propaganda de las
    nuevas ideas y a la civilización, lo que representa un deber para todos. Y este
    deber tal vez se cumple mejor prescindiendo de los convencionalismos
    sociales. Puedo sembrar la idea, la buena semilla. De esta semilla germinarán
    hechos. ¿En qué ofendo a las personas con las que procedo así? Empezarán
    por sentirse heridas, pero después verán que les he prestado un servicio. He
    aquí un ejemplo: se ha reprochado a Terebieva, que ahora forma parte de la
    commune y que ha dejado a su familia para…entregarse libremente, que haya
    escrito una carta a sus padres diciéndoles claramente que no quería vivir ligada
    a los prejuicios y que iba a contraer una unión libre. Se dice que ha sido
    demasiado dura, que debía haber tenido piedad y haberse conducido con más
    diplomacia. Pues bien, a mí me parece que este modo de pensar es absurdo,
    que en este caso las fórmulas están de más y se impone una protesta clara y
    directa. Otro caso: Ventza ha vivido siete años con su marido y lo ha
    abandonado con sus dos hijos, enviándole una carta en la que le ha dicho
    francamente: «Me he dado cuenta de que no puedo ser feliz a tu lado. No te
    perdonaré jamás que me hayas engañado, ocultándome que hay otra
    organización social: la commune. Me ha informado de ello últimamente un
    hombre magnánimo, al que me he entregado y al que voy a seguir para fundar
    con él una commune. Te hablo así porque me parecería vergonzoso engañarte.
    Tú puedes hacer lo que quieras. No esperes que vuelva a tu lado: ya no es
    posible. Te deseo que seas muy feliz.» Así se han de escribir estas cartas.
    —Oiga: esa Terebieva, ¿no es aquella de la que usted me dijo que andaba
    por la tercera unión libre?
    —Bien mirado, sólo era la segunda. Pero aunque fuese la cuarta o la
    decimoquinta, esto tiene muy poca importancia. Ahora más que nunca siento
    haber perdido a mi padre y a mi madre. ¡Cuántas veces he soñado en mi
    protesta contra ellos! Ya me las habría arreglado para provocar la ocasión de
    decirles estas cosas. Estoy seguro de que les habría convencido. Los habría
    anonadado. Créame que siento no tener a nadie a quien…
    —Anonadar. ¡Je, je, je! En fin, dejemos esto. Oiga: ¿conoce usted a la hija
    del difunto, esa muchachita delgaducha? ¿Verdad que es cierto lo que se dice
    de ella?
    —¡He aquí un asunto interesante! A mi entender, es decir, según mis
    convicciones personales, la situación de esa joven es la más normal de la
    mujer. ¿Por qué no? Es decir, distinguons. En la sociedad actual, ese género de
    vida no es normal, desde luego, pues se adopta por motivos forzosos, pero lo
    será en la sociedad futura, donde se podrá elegir libremente. Por otra parte,
    ella tenía perfecto derecho a entregarse. Estaba en la miseria. ¿Por qué no
    había de disponer de lo que constituía su capital, por decirlo así?
    Naturalmente, en la sociedad futura, el capital no tendría razón de ser, pero el
    papel de la mujer galante tomará otra significación y será regulado de un
    modo racional. En lo que concierne a Sonia Simonovna, yo considero sus
    actos en el momento actual como una viva protesta, una protesta simbólica
    contra el estado de la sociedad presente. Por eso siento por ella especial
    estimación, tanto, que sólo de verla experimento una gran alegría.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:14

    ***

    —Pues a mí me han dicho que usted la echó de la casa.
    Lebeziatnikof montó en cólera.
    —¡Nueva calumnia! —bramó—. Las cosas no ocurrieron así, ni mucho
    menos. ¡No, no, de ningún modo! Catalina Ivanovna lo ha contado todo como
    le ha parecido, porque no ha comprendido nada. Yo no he buscado nunca los
    favores de Sonia Simonovna. Yo procuré únicamente ilustrarla del modo más
    desinteresado, esforzándome en despertar en ella el espíritu de protesta…Esto
    era todo lo que yo deseaba. Ella misma se dio cuenta de que no podía
    permanecer aquí.
    —Supongo que la habrá invitado usted a formar parte de la commune.
    —Permítame que le diga que usted todo lo toma a broma y que ello me
    parece lamentable. Usted no comprende nada. La commune no admite ciertas
    situaciones personales; precisamente se ha fundado para suprimirlas. El papel
    de esa joven perderá su antigua significación dentro de la commune: lo que
    ahora nos parece una torpeza, entonces nos parecerá un acto inteligente, y lo
    que ahora se considera una corrupción, entonces será algo completamente
    natural. Todo depende del medio, del ambiente. El medio lo es todo, y el
    hombre nada. En cuanto a Sonia Simonovna, mis relaciones con ella no
    pueden ser mejores, lo que demuestra que esa joven no me ha considerado
    jamás como enemigo. Verdad es que yo me esfuerzo por atraerla a nuestra
    agrupación, pero con intenciones completamente distintas a las que usted
    supone… ¿De qué se ríe? Nosotros tenemos el propósito de establecer nuestra
    propia commune sobre bases más sólidas que las precedentes; nosotros vamos
    más lejos que nuestros predecesores. Rechazamos muchas cosas. Si
    Dobroliubof saliera de la tumba, discutiría con él. En cuanto a Bielinsky,
    remacharé el clavo que él ha clavado. Entre tanto, sigo educando a Sonia
    Simonovna. Tiene un natural hermoso.
    —Y usted se aprovecha de él, ¿no? ¡Je, je!
    —De ningún modo; todo lo contrario.
    —Dice que todo lo contrario. ¡Je, je! lo que es a usted, palabras no le
    faltan.
    —Pero ¿por qué no me cree? ¿Por qué razón he de engañarle, dígame? Le
    aseguro que…, y yo soy el primer sorprendido…, ella se muestra conmigo
    extremadamente, casi morbosamente púdica.
    —Y usted, naturalmente, sigue ilustrándola. ¡Je, je, je! Usted procura
    hacerle comprender que todos esos pudores son absurdos. ¡Je, je, je!







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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:15

    ***

    —¡De ningún modo, de ningún modo; se lo aseguro…! ¡Oh, qué sentido
    tan grosero y, perdóneme, tan estúpido da a la palabra «cultura»! Usted no
    comprende nada. ¡Qué poco avanzado está usted todavía, Dios mío! Nosotros
    deseamos la libertad de la mujer, y usted, usted sólo piensa en esas cosas…
    Dejando a un lado las cuestiones de la castidad y el pudor femeninos, que a mi
    entender son absurdos e inútiles, admito la reserva de esa joven para conmigo.
    Ella expresa de este modo su libertad de acción, que es el único derecho que
    puede ejercer. Desde luego, si ella viniera a decirme: «Te quiero», yo me
    sentiría muy feliz, pues esa muchacha me gusta mucho, pero en las
    circunstancias actuales nadie se muestra con ella más respetuoso que yo. Me
    limito a esperar y confiar.
    —Sería más práctico que le hiciera usted un regalito. Estoy seguro de que
    no ha pensado en ello.
    —Usted no comprende nada, se lo repito. La situación de esa muchacha le
    autoriza a pensar así, desde luego; pero no se trata de eso, no, de ningún modo.
    Usted la desprecia sin más ni más. Aferrándose a un hecho que le parece,
    erróneamente, despreciable, se niega a considerar humanamente a un ser
    humano. Usted no sabe cómo es esa joven. Lo que me contraría es que en
    estos últimos tiempos ha dejado de leer. Ya no me pide libros, como hacía
    antes. También me disgusta que, a pesar de toda su energía y de todo el
    espíritu de protesta que ha demostrado, dé todavía pruebas de cierta falta de
    resolución, de independencia, por decirlo así; de negación, si quiere usted, que
    le impide romper con ciertos prejuicios…, con ciertas estupideces. Sin
    embargo, esa muchacha comprende perfectamente muchas cosas. Por ejemplo
    se ha dado exacta cuenta de lo que supone la costumbre de besar la mano,
    mediante la cual el hombre ofende a la mujer, puesto que le demuestra que no
    la considera igual a él. He debatido esta cuestión con mis compañeros y he
    expuesto a la chica los resultados del debate. También me escuchó
    atentamente cuando le hablé de las asociaciones obreras de Francia. Ahora le
    estoy explicando el problema de la entrada libre en las casas particulares en
    nuestra sociedad futura.
    —¿Qué es eso?
    —En estos últimos tiempos se ha debatido la cuestión siguiente: un
    miembro de la commune, ¿tiene derecho a entrar libremente en casa de otro
    miembro de la commune, a cualquier hora y sea este miembro varón o
    mujer…? La respuesta a esta pregunta ha sido afirmativa.
    —¿Aun en el caso de que ese hombre o esa mujer estén ocupados en una
    necesidad urgente? ¡Je, je, je!
    Andrés Simonovitch se enfureció.










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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:16

    ***

    —¡No tiene usted otra cosa en la cabeza! ¡Sólo piensa en esas malditas
    necesidades! ¡Qué arrepentido estoy de haberle expuesto mi sistema y haberle
    hablado de esas necesidades prematuramente! ¡El diablo me lleve! ¡Ésa es la
    piedra de toque de todos los hombres que piensan como usted! Se burlan de
    una cosa antes de conocerla. ¡Y todavía pretenden tener razón! Adoptan el aire
    de enorgullecerse de no sé qué. Yo siempre he sido de la opinión de que estas
    cuestiones no pueden exponerse a los novicios más que al final, cuando ya
    conocen bien el sistema, en una palabra, cuando ya han sido convenientemente
    dirigidos y educados. Pero, en fin, dígame, se lo ruego, qué es lo que ve usted
    de vergonzoso y vil en…las letrinas, llamémoslas así. Yo soy el primero que
    está dispuesto a limpiar todas las letrinas que usted quiera, y no veo en ello
    ningún sacrificio. Por el contrario, es un trabajo noble, ya que beneficia a la
    sociedad, y desde luego superior al de un Rafael o un Pushkin, puesto que es
    más útil.
    —Y más noble, mucho más noble. ¡Je, je, je!
    —¿Qué quiere usted decir con eso de «más noble»? Yo no comprendo esas
    expresiones cuando se aplican a la actividad humana. Nobleza…,
    magnanimidad…Estos conceptos no son sino absurdas estupideces, viejas
    frases dictadas por los prejuicios y que yo rechazo. Todo lo que es útil a la
    humanidad es noble. Para mí sólo tiene valor una palabra: utilidad. Ríase usted
    cuanto quiera, pero es así.
    Piotr Petrovitch se desternillaba de risa. Había terminado de contar el
    dinero y se lo había guardado, dejando sólo algunos billetes en la mesa. El
    tema de las letrinas, pese a su vulgaridad, había motivado más de una
    discusión entre Piotr Petrovitch y su joven amigo.
    Lo gracioso del caso era que Andrés Simonovitch se enfadaba de verdad.
    Lujine no veía en ello sino un pasatiempo, y entonces sentía el deseo especial
    de ver a Lebeziatnikof encolerizado.
    —Usted está tan nervioso y cizañero por su fracaso de ayer —se atrevió a
    decir Andrés Simonovitch, que, pese a toda su independencia y a sus gritos de
    protesta, no osaba enfrentarse abiertamente con Piotr Petrovitch, pues sentía
    hacia él, llevado sin duda de una antigua costumbre, cierto respeto.
    —Dígame una cosa —replicó Lujine en un tono de grosero desdén—:
    ¿podría usted…? Mejor dicho, ¿tiene usted la suficiente confianza en esa
    joven para hacerla venir un momento? Me parece que ya han regresado todos
    del cementerio. Los he oído subir. Necesito ver un momento a esa muchacha.
    —¿Para qué? —preguntó Andrés Simonovitch, asombrado.
    —Tengo que hablarle. Me marcharé pronto de aquí y quisiera hacerle saber
    que…Pero, en fin; usted puede estar presente en la conversación. Esto será lo
    mejor, pues, de otro modo, sabe Dios lo que usted pensaría.
    —Yo no pensaría absolutamente nada. No he dado a mi pregunta la menor
    importancia. Si usted tiene que tratar algún asunto con esa joven, nada más
    fácil que hacerla venir. Voy por ella, y puede estar usted seguro de que no les
    molestaré.




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    Mensaje por Maria Lua Mar 30 Ene 2024, 07:17

    ***

    Efectivamente, al cabo de cinco minutos, Lebeziamikof llegaba con
    Sonetchka. La joven estaba, como era propio de ella, en extremo turbada y
    sorprendida. En estos casos, se sentía siempre intimidada: las caras nuevas le
    producían verdadero terror. Era una impresión de la infancia, que había ido
    acrecentándose con el tiempo.
    Piotr Petrovitch le dispensó un cortés recibimiento, no exento de cierta
    jovial familiaridad, que parecía muy propia de un hombre serio y respetable
    como él que se dirigía a una persona tan joven y, en ciertos aspectos tan
    interesante. Se apresuró a instalarla cómodamente ante la mesa y frente a él.
    Cuando se sentó, Sonia paseó una mirada en torno de ella: sus ojos se posaron
    en Lebeziatnikof, después en el dinero que había sobre la mesa y finalmente
    en Piotr Petrovitch, del que ya no pudieron apartarse. Se diría que había
    quedado fascinada. Lebeziatnikof se dirigió a la puerta.
    Piotr Petrovitch se levantó, dijo a Sonia por señas que no se moviese y
    detuvo a Andrés Simonovitch en el momento en que éste iba a salir.
    —¿Está abajo Raskolnikof? —le preguntó en voz baja—. ¿Ha llegado ya?
    —¿Raskolnikof? Sí, está abajo. ¿Por qué? Sí, lo he visto entrar. ¿Por qué lo
    pregunta?
    —Le ruego que permanezca aquí y que no me deje solo con esta…señorita.
    El asunto que tenemos que tratar es insignificante, pero sabe Dios las
    conclusiones que podría extraer de nuestra entrevista esa gente…No quiero
    que Raskolnikof vaya contando por ahí… ¿Comprende lo que quiero decir?
    —Comprendo, comprendo— dijo Lebeziatnikof con súbita lucidez—. Está
    usted en su derecho. Sus temores respecto a mí son francamente exagerados,
    pero…Tiene usted perfecto derecho a obrar así. En fin, me quedaré. Me iré al
    lado de la ventana y no los molestaré lo más mínimo. A mi juicio, usted tiene
    derecho a…
    Piotr Petrovitch volvió al sofá y se sentó frente a Sonia. La miró
    atentamente, y su semblante cobró una expresión en extremo grave, incluso
    severa. «No vaya usted a imaginarse tampoco cosas que no son», parecía decir
    con su mirada. Sonia acabó de perder la serenidad.
    —Ante todo, Sonia Simonovna, transmita mis excusas a su honorable
    madre…No me equivoco, ¿verdad? Catalina Ivanovna es su señora madre, ¿no
    es cierto?
    Piotr Petrovitch estaba serio y amabilísimo. Evidentemente abrigaba las
    más amistosas relaciones respecto a Sonia.
    —Sí —repuso ésta, presurosa y asustada—, es mi segunda madre.
    —Pues bien, dígale que me excuse. Circunstancias ajenas a mi voluntad
    me impiden asistir al festín. Me refiero a esa comida de funerales a que ha
    tenido la gentileza de invitarme.












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    Mensaje por Maria Lua Miér 31 Ene 2024, 19:27

    ***

    —Se lo voy a decir ahora mismo.
    Y Sonetchka se puso en pie en el acto.
    —Tengo que decirle algo más —le advirtió Piotr Petrovitch, sonriendo
    ante la ingenuidad de la muchacha y su ignorancia de las costumbres sociales
    —. Sólo quien no me conozca puede suponerme capaz de molestar a otra
    persona, de hacerle venir a verme, por un motivo tan fútil como el que le
    acabo de exponer y que únicamente tiene interés para mí. No, mis intenciones
    son otras.
    Sonia se apresuró a volver a sentarse. Sus ojos tropezaron de nuevo con los
    billetes multicolores, pero ella los apartó en seguida y volvió a fijarlos en
    Lujine. Mirar el dinero ajeno le parecía una inconveniencia, sobre todo en la
    situación en que se hallaba…Se dedicó a observar los lentes de montura de oro
    que Piotr Petrovitch tenía en su mano izquierda, y después fijó su mirada en la
    soberbia sortija adornada con una piedra amarilla que el caballero ostentaba en
    el dedo central de la misma mano. Finalmente, no sabiendo adónde mirar, fijó
    la vista en la cara de Piotr Petrovitch. El cual, tras un majestuoso silencio,
    continuó:
    —Ayer tuve ocasión de cambiar dos palabras con la infortunada Catalina
    Ivanovna, y esto me bastó para darme cuenta de que se halla en un estado…
    anormal, por decirlo así.
    —Cierto: es un estado anormal —se apresuró a repetir Sonia.
    —O, para decirlo más claramente, más exactamente, en un estado
    morboso.
    —Sí, sí, más claramente…, morboso.
    —Pues bien; llevado de un sentimiento humanitario y…y de compasión,
    por decirlo así, yo desearía serle útil, en vista de la posición extremadamente
    difícil en que forzosamente se ha de encontrar. Porque tengo entendido que es
    usted el único sostén de esa desventurada familia.
    Sonia se levantó súbitamente.
    —Permítame preguntarle —dijo— si usted le habló ayer de una pensión.
    Ella me dijo que usted se encargaría de conseguir que se la dieran. ¿Es eso
    verdad?




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    Mensaje por Maria Lua Miér 31 Ene 2024, 19:28

    ***

    —¡No, no, ni remotamente! Eso es incluso absurdo en cierto sentido. Yo
    sólo le hablé de un socorro temporal que se le entregaría por su condición de
    viuda de un funcionario muerto en servicio, y le advertí que tal socorro sólo
    podría recibirlo si contaba con influencias. Por otra parte, me parece que su
    difunto padre no solamente no había servido tiempo suficiente para tener
    derecho al retiro, sino que ni siquiera prestaba servicio en el momento de su
    muerte. En resumen, que uno siempre puede esperar, pero que en este caso la
    esperanza tendría poco fundamento pues no existe el derecho de percibir
    socorro alguno… ¡Y ella soñaba ya con una pensión! ¡Je, je, je! ¡Qué
    imaginación posee esa señora!
    —Sí, esperaba una pensión…, pues es muy buena y su bondad la lleva a
    creerlo todo…, y es…, sí, tiene usted razón…Con su permiso.
    Sonia se dispuso a marcharse.
    —Un momento. No he terminado todavía.
    —¡Ah! Bien —balbuceó la joven.
    —Siéntese, haga el favor.
    Sonia, desconcertada, se sentó una vez más.
    —Viendo la triste situación de esa mujer, que ha de atender a niños de
    corta edad, yo desearía, como ya le he dicho, serle útil en la medida de mis
    medios…Compréndame, en la medida de mis medios y nada más. Por
    ejemplo, se podría organizar una suscripción, o una rifa, o algo análogo, como
    suelen hacer en estos casos los parientes o las personas extrañas que desean
    acudir en ayuda de algún desgraciado. Esto es lo que quería decir. La cosa me
    parece posible.
    —Sí, está muy bien…Dios se lo…—balbuceó Sonia sin apartar los ojos de
    Piotr Petrovitch.
    —La cosa es posible, sí, pero…dejémoslo para más tarde, aunque hayamos
    de empezar hoy mismo. Nos volveremos a ver al atardecer, y entonces
    podremos establecer las bases del negocio, por decirlo así. Venga a eso de las
    siete. Confío en que Andrés Simonovitch querrá acompañarnos…Pero hay un
    punto que desearía tratar con usted previamente con toda seriedad. Por eso
    principalmente me he permitido llamarla, Sonia Simonovna. Yo creo que el
    dinero no debe ponerse en manos de Catalina Ivanovna. La comida de hoy es
    buena prueba de ello. No teniendo, como quien dice, un pedazo de pan para
    mañana, ni zapatos que ponerse, ni nada, en fin, hoy ha comprado ron de
    Jamaica, e incluso creo que café y vino de Madeira, lo he visto al pasar.
    Mañana toda la familia volverá a estar a sus expensas y usted tendrá que
    procurarles hasta el último bocado de pan. Esto es absurdo. Por eso yo opino
    que la suscripción debe organizarse a espaldas de esa desgraciada viuda, para
    que sólo usted maneje el dinero. ¿Qué le parece?
    —Pues…no sé…Ella es así sólo hoy…, una vez en la vida…Tenía en
    mucho poder honrar la memoria…Pero es muy inteligente. Además, usted
    puede hacer lo que le parezca, y yo le quedaré muy…muy…, y todos ellos
    también…Y Dios le…le…, y los huerfanitos…




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    Mensaje por Maria Lua Vie 02 Feb 2024, 10:50

    ***
    Sonia no pudo terminar: se lo impidió el llanto.
    —Entonces no se hable más del asunto. Y ahora tenga la bondad de aceptar
    para las primeras necesidades de su madre esta cantidad, que representa mi
    aportación personal. Es mi mayor deseo que mi nombre no se pronuncie para
    nada en relación con este asunto. Aquí tiene. Como mis gastos son muchos,
    aun sintiéndolo de veras, no puedo hacer más.
    Y Piotr Petrovitch entregó a Sonia un billete de diez rublos después de
    haberlo desplegado cuidadosamente. Sonia lo tomó, enrojeció, se levantó de
    un salto, pronunció algunas palabras ininteligibles y se apresuró a retirarse.
    Piotr Petrovitch la acompañó con toda cortesía hasta la puerta. Ella salió de la
    habitación a toda prisa, profundamente turbada, y corrió a casa de Catalina
    Ivanovna, presa de extraordinaria emoción.
    Durante toda esta escena, Andrés Simonovitch, a fin de no poner al diálogo
    la menor dificultad, había permanecido junto a la ventana, o había paseado en
    silencio por la habitación; pero cuando Sonia se hubo retirado, se acercó a
    Piotr Petrovitch y le tendió la mano con gesto solemne.
    —Lo he visto todo y todo lo he oído —dijo, recalcando esta última palabra
    —. Lo que usted acaba de hacer es noble, es decir, humano. Ya he visto que
    usted no quiere que le den las gracias. Y aunque mis principios particulares me
    prohíben, lo confieso, practicar la caridad privada, pues no sólo es insuficiente
    para extirpar el mal, sino que, por el contrario, lo fomenta, no puedo menos de
    confesarle que su gesto me ha producido verdadera satisfacción. Sí, sí; su
    gesto me ha impresionado.
    —¡Bah! No tiene importancia —murmuró Piotr Petrovitch un poco
    emocionado y mirando a Lebeziatnikof atentamente.
    —Sí, sí que tiene importancia. Un hombre que como usted se siente
    ofendido, herido, por lo que ocurrió ayer, y que, no obstante, es capaz de
    interesarse por la desgracia ajena: un hombre así, aunque sus actos constituyan
    un error social, es digno de estimación. No esperaba esto de usted, Piotr
    Petrovitch, sobre todo teniendo en cuenta sus ideas, que son para usted una
    verdadera traba, ¡y cuán importante! ¡Ah, cómo le ha impresionado el
    incidente de ayer! —exclamó el bueno de Andrés Simonovitch, sintiendo que
    volvía a despertarse en él su antigua simpatía por Piotr Petrovitch—. Pero
    dígame: ¿por qué da usted tanta importancia al matrimonio legal, mi muy
    querido y noble Piotr Petrovitch? ¿Por qué conceder un puesto tan alto a esa
    legalidad? Pégueme si quiere, pero le confieso que me siento feliz, sí, feliz, de
    ver que ese compromiso se ha roto; de saber que es usted libre y de pensar que
    usted no está completamente perdido para la humanidad…Sí, me siento feliz:
    ya ve usted que le soy franco.







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    Mensaje por Maria Lua Vie 02 Feb 2024, 10:54

    ***


    —Yo doy importancia al matrimonio legal porque no quiero llevar cuernos
    —repuso Lujine, que parecía preocupado por decir algo— y porque tampoco
    quiero educar hijos de los que no sería yo el padre, como ocurre con
    frecuencia en las uniones libres que usted predica.
    —¿Los hijos? ¿Ha dicho usted los hijos? —exclamó Andrés Simonovitch,
    estremeciéndose como un caballo de guerra que oye el son del clarín—. Desde
    luego, es una cuestión social de la más alta importancia, estamos de acuerdo,
    pero que se resolverá mediante normas muy distintas de las que rigen ahora.
    Algunos llegan incluso a no considerarlos como tales, del mismo modo que no
    admiten nada de lo que concierne a la familia…Pero ya hablaremos de eso
    más adelante. Ahora analicemos tan sólo la cuestión de los cuernos. Le
    confieso que es mi tema favorito. Esta expresión baja y grosera difundida por
    Pushkin no figurará en los diccionarios del futuro. Pues, en resumidas cuentas,
    ¿qué es eso de los cuernos? ¡Oh, qué aberración! ¡Cuernos…! ¿Por qué? Eso
    es absurdo, no lo dude. La unión libre los hará desaparecer. Los cuernos no
    son sino la consecuencia lógica del matrimonio legal, su correctivo, por
    decirlo así…, un acto de protesta…Mirados desde este punto de vista, no
    tienen nada de humillantes. Si alguna vez…, aunque esto sea una suposición
    absurda…, si alguna vez yo contrajera matrimonio legal y llevara esos
    malditos cuernos, me sentiría muy feliz y diría a mi mujer: «Hasta este
    momento, amiga mía, me he limitado a quererte; pero ahora te respeto por el
    hecho de haber sabido protestar…» ¿Se ríe…? Eso prueba que no ha tenido
    usted valor para romper con los prejuicios… ¡El diablo me lleve…!
    Comprendo perfectamente el enojo que supone verse engañado cuando se está
    casado legalmente; pero esto no es sino una mísera consecuencia de una
    situación humillante y degradante para los dos cónyuges. Porque cuando a uno
    le ponen los cuernos con toda franqueza, como sucede en las uniones libres, se
    puede decir que no existen, ya que pierden toda su significación, e incluso el
    nombre de cuernos. Es más, en este caso, la mujer da a su compañero una
    prueba de estimación, ya que le considera incapaz de oponerse a su felicidad y
    lo bastante culto para no intentar vengarse del nuevo esposo… ¡El diablo me
    lleve…! Yo me digo a veces que si me casase, si me uniese a una mujer, legal
    o libremente, que eso poco importa, y pasara el tiempo sin que mi mujer
    tuviera un amante, se lo llevaría yo mismo y le diría: «Amiga mía, te amo de
    veras, pero lo que más me importa es merecer tu estimación.» ¿Qué le parece?
    ¿Tengo razón o no la tengo?
    Piotr Petrovitch sonrió burlonamente pero con gesto distraído. Su
    pensamiento estaba en otra parte, cosa que Lebeziatnikof no tardó en notar,
    además de leer la preocupación en su semblante.
    Lujine parecía afectado y se frotaba las manos con aire pensativo. Andrés
    Simonovitch recordaría estos detalles algún tiempo después.













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    Mensaje por Maria Lua Vie 02 Feb 2024, 10:55

    ***


    CAPÍTULO 2



    No es fácil explicar cómo había nacido en el trastornado cerebro de
    Catalina Ivanovna la idea insensata de aquella comida. En ella había invertido
    la mitad del dinero que le había entregado Raskolnikof para el entierro de
    Marmeladof. Tal vez se creía obligada a honrar convenientemente la memoria
    del difunto, a fin de demostrar a todos los inquilinos, y sobre todo a Amalia
    Ivanovna, que él valía tanto como ellos, si no más, y que ninguno tenía
    derecho a adoptar un aire de superioridad al compararse con él. Acaso aquel
    proceder obedecía a ese orgullo que en determinadas circunstancias, y
    especialmente en las ceremonias públicas ineludibles para todas las clases
    sociales, impulsa a los pobres a realizar un supremo esfuerzo y sacrificar sus
    últimos recursos solamente para hacer las cosas tan bien como los demás y no
    dar pábulo a comadreos.
    También podía ser que Catalina Ivanovna, en aquellos momentos en que su
    soledad y su infortunio eran mayores, experimentara el deseo de demostrar a
    aquella «pobre gente» que ella, como hija de un coronel y persona educada en
    una noble y aristocrática mansión, no sólo sabía vivir y recibir, sino que no
    había nacido para barrer ni para lavar por las noches la ropa de sus hijos. Estos
    arrebatos de orgullo y vanidad se apoderan a veces de las más míseras
    criaturas y cobran la forma de una necesidad furiosa e irresistible. Por otra
    parte, Catalina Ivanovna no era de esas personas que se aturden ante la
    desgracia. Los reveses de fortuna podían abrumarla, pero no abatir su moral ni
    anular su voluntad.
    Tampoco hay que olvidar que Sonetchka afirmaba, y no sin razón, que no
    estaba del todo cuerda. Esto no era cosa probada, pero últimamente, en el
    curso de todo un año, su pobre cabeza había tenido que soportar pruebas
    especialmente rudas. En fin, también hay que tener en cuenta que, según los
    médicos, la tisis, en los períodos avanzados de su evolución, perturba las
    facultades mentales.
    Las botellas no eran numerosas ni variadas. No se veía en la mesa vino de
    Madeira: Lujine había exagerado. Había, verdad es, otros vinos, vodka, ron,
    oporto, todo de la peor calidad, pero en cantidad suficiente. El menú,
    preparado en la cocina de Amalia Ivanovna, se componía, además del kutia
    ritual, de tres o cuatro platos, entre los que no faltaban los populares crêpes.
    Además, se habían preparado dos samovares para los invitados que
    quisieran tomar té o ponche después de la comida.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 03 Feb 2024, 21:21

    ***

    Catalina Ivanovna se había encargado personalmente de las compras
    ayudada por un inquilino de la casa, un polaco famélico que habitaba, sólo
    Dios sabía por qué, en el departamento de la señora Lipevechsel y que desde
    el primer momento se había puesto a disposición de la viuda. Desde el día
    anterior había demostrado un celo extraordinario. A cada momento y por la
    cuestión más insignificante iba a ponerse a las órdenes de Catalina Ivanovna, y
    la perseguía hasta los Gostiny Dvor, llamándola pani comandanta. De aquí
    que, después de haber declarado que no habría sabido qué hacer sin este
    hombre, Catalina Ivanovna acabara por no poder soportarlo. Esto le ocurría
    con frecuencia: se entusiasmaba ante el primero que se presentaba a ella, lo
    adornaba con todas las cualidades imaginables, le atribuía mil méritos
    inexistentes, pero en los que ella creía de todo corazón, para sentirse de pronto
    desencantada y rechazar con palabras insultantes al mismo ante el cual se
    había inclinado horas antes con la más viva admiración. Era de natural alegre
    y bondadoso, pero sus desventuras y la mala suerte que la perseguía le hacían
    desear tan furiosamente la paz y el bienestar, que el menor tropiezo la ponía
    fuera de sí, y entonces, a las esperanzas más brillantes y fantásticas sucedían
    las maldiciones, y desgarraba y destruía todo cuanto caía en sus manos, y
    terminaba por dar cabezadas en las paredes.
    Amalia Feodorovna adquirió una súbita y extraordinaria importancia a los
    ojos de Catalina Ivanovna y el puesto que ocupaba en su estimación se amplió
    considerablemente, tal vez por el solo motivo de haberse entregado en alma y
    vida a la organización de la comida de funerales. Se había encargado de poner
    la mesa, proporcionando la mantelería, la vajilla y todo lo demás, amén de
    preparar los platos en su propia cocina.
    Catalina Ivanovna le había delegado sus poderes cuando tuvo que ir al
    cementerio, y Amalia Feodorovna se había mostrado digna de esta confianza.
    La mesa estaba sin duda bastante bien puesta. Cierto que los platos, los vasos,
    los cuchillos, los tenedores no hacían juego, porque procedían de aquí y de
    allá; pero a la hora señalada todo estaba a punto, y Amalia Feodorovna,
    consciente de haber desempeñado sus funciones a la perfección, se pavoneaba
    con un vestido negro y un gorro adornado con flamantes cintas de luto. Y así
    ataviada recibía a los invitados con una mezcla de satisfacción y orgullo.
    Este orgullo, aunque legítimo, contrarió a Catalina Ivanovna, que pensó:
    «¡Cualquiera diría que nosotros no habríamos podido poner la mesa sin su
    ayuda!» El gorro adornado con cintas nuevas le chocó también. «Esta estúpida
    alemana estará diciéndose que, por caridad, ha venido en socorro nuestro,
    pobres inquilinos. ¡Por caridad! ¡Habrase visto!» En casa del padre de Catalina
    Ivanovna, que era coronel y casi gobernador, se reunían a veces cuarenta
    personas en la mesa, y aquella Amalia Feodorovna, mejor dicho, Ludwigovna,
    no habría podido figurar entre ellas de ningún modo.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:11

    ***
    Catalina Ivanovna decidió no manifestar sus sentimientos en seguida, pero
    se prometió parar los pies aquel mismo día a aquella impertinente que sabe
    Dios lo que se habría creído. Por el momento se limitó a mostrarse fría con
    ella.
    Otra circunstancia contribuyó a irritar a Catalina Ivanovna. Excepto el
    polaco, ningún inquilino había ido al cementerio. Pero en el momento de
    sentarse a la mesa acudió la gente más mísera e insignificante de la casa.
    Algunos incluso se presentaron vestidos de cualquier modo. En cambio, las
    personas un poco distinguidas parecían haberse puesto de acuerdo para no
    presentarse, empezando por Lujine, el más respetable de todos.
    El mismo día anterior, por la noche, Catalina Ivanovna había explicado a
    todo el mundo, es decir, a Amalia Feodorovna, a Poletchka, a Sonia y al
    polaco, que Piotr Petrovitch era un hombre noble y magnánimo, y además rico
    y superiormente relacionado, que había sido amigo de su primer esposo y
    había frecuentado la casa de su padre. Y afirmó que le había prometido dar los
    pasos necesarios para que le asignaran una importante pensión. A propósito de
    esto hay que decir que cuando Catalina Ivanovna se hacía lenguas de la
    fortuna o las relaciones de alguien y se envanecía de ello, no lo hacía por
    interés personal, sino simplemente para realzar el prestigio de la persona que
    era objeto de sus alabanzas.
    Como Lujine, y seguramente por seguir su ejemplo, faltaba aquel tunante
    de Lebeziatnikof. ¿Qué idea se habría forjado de sí mismo aquel hombre? Ella
    le había invitado solamente porque compartía la habitación de Piotr Petrovitch
    y habría sido un desaire no hacerlo. Tampoco habían acudido una gran señora
    y su hija, no ya demasiado joven, que vivían desde hacía sólo dos semanas en
    casa de la señora Lipevechsel, pero que habían tenido tiempo para quejarse
    más de una vez de los ruidos y los gritos procedentes de la habitación de los
    Marmeladof, sobre todo cuando el difunto llegaba bebido. Como es de
    suponer, Catalina Ivanovna había sido informada inmediatamente de ello por
    Amalia Ivanovna en persona, que, en el calor de sus disputas, había llegado a
    amenazarla con echarla a la calle con toda su familia por turbar —así lo decía
    a voz en grito— el reposo de unos inquilinos tan honorables que los
    Marmeladof no eran dignos ni siquiera de atarles los cordones de los zapatos.
    Catalina Ivanovna había tenido especial interés en invitar a aquellas dos
    damas «a las que ni siquiera merecía atar los cordones de los zapatos», sobre
    todo porque le habían vuelto la cabeza desdeñosamente cada vez que se habían
    encontrado con ella. Catalina Ivanovna se decía que su invitación era un modo
    de demostrarles que era superior a ellas en sentimientos y que sabía perdonar
    las malas acciones. Por otra parte, las invitadas tendrían ocasión de
    convencerse de que ella no había nacido para vivir como vivía. Catalina
    Ivanovna tenía la intención de explicarles todo esto en la mesa, hablándoles
    también de las funciones de gobernador desempeñadas en otros tiempos por su
    padre. Y entonces, de paso, les diría que no había motivo para que le volviesen
    la cabeza cuando se cruzaban con ella y que tal proceder era sencillamente
    ridículo


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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:11

    ***
    También faltaba un grueso teniente coronel (en realidad no era más que un
    capitán retirado), pero se supo que estaba enfermo y obligado a guardar cama
    desde el día anterior.
    En fin, que sólo asistieron, además del polaco, un miserable empleadillo,
    de aspecto horrible, vestido con ropas grasientas, que despedía un olor
    nauseabundo y, por añadidura, era mudo como un poste; un viejecillo sordo y
    casi ciego que había sido empleado de correos y cuya pensión en casa de
    Amalia Ivanovna corría a cargo, desde tiempo inmemorial y sin que nadie
    supiera por qué, de un desconocido; un teniente retirado, o, mejor dicho,
    empleado de intendencia…
    Este último entró del modo más incorrecto, lanzando grandes carcajadas.
    ¡Y sin chaleco!
    Apareció otro invitado, que fue a sentarse a la mesa directamente, sin ni
    siquiera saludar a Catalina Ivanovna. Y, finalmente, se presentó un individuo
    en bata. Esto era demasiado, y Amalia Ivanovna lo hizo salir con ayuda del
    polaco. Éste había traído a dos compatriotas que nadie de la casa conocía,
    porque jamás habían vivido en ella.
    Todo esto irritó profundamente a Catalina Ivanovna, que juzgó que no
    valía la pena haber hecho tantos preparativos. Por temor a que faltara espacio,
    había dispuesto los cubiertos de los niños no en la mesa común, que ocupaba
    casi toda la habitación, sino en un rincón sobre un baúl. Los dos más pequeños
    estaban sentados en una banqueta, y Poletchka, como niña mayor, había de
    cuidar de ellos, hacerles comer, sonarlos, etc.
    Dadas las circunstancias, Catalina Ivanovna se creyó obligada a recibir a
    sus invitados con la mayor dignidad e incluso con cierta altanería. Les dirigió,
    especialmente a algunos, una mirada severa y los invitó desdeñosamente a
    sentarse a la mesa. Achacando, sin que supiera por qué, a Amalia Ivanovna la
    culpa de la ausencia de los demás invitados, empezó de pronto a tratarla con
    tanta descortesía, que la patrona no tardó en advertirlo y se sintió
    profundamente ofendida.
    La comida comenzó bajo los peores auspicios. Al fin todo el mundo se
    sentó a la mesa. Raskolnikof había aparecido en el momento en que
    regresaban los que habían ido al cementerio. Catalina Ivanovna se mostró
    encantada de verle, en primer lugar porque, entre todos los presentes, él era la
    única persona culta (lo presentó a sus invitados diciendo que dos años después
    sería profesor de la universidad de Petersburgo), y en segundo lugar, porque se
    había excusado inmediatamente y en los términos más respetuosos de no haber
    podido asistir al entierro, pese a sus grandes deseos de no faltar.







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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:12

    ***


    Catalina Ivanovna se arrojó sobre él y lo sentó a su izquierda, ya que
    Amalia Ivanovna se había sentado a su derecha, e inmediatamente empezó a
    hablar con él en voz baja, a pesar del bullicio que había en la habitación y de
    sus preocupaciones de dueña de casa que quería ver bien servido a todo el
    mundo, y, además, pese a la tos que le desgarraba el pecho. Catalina Ivanovna
    confió a Raskolnikof su justa indignación ante el fracaso de la comida,
    indignación cortada a cada momento por las más incontenibles y mordaces
    burlas contra los invitados y especialmente contra la patrona.
    —La culpable de todo es esa detestable lechuza, de ella y sólo de ella. Ya
    sabe usted de quién hablo.
    Catalina Ivanovna le indicó a la patrona con un movimiento de cabeza y
    continuó:
    —Mírela. Se da cuenta de que estamos hablando de ella, pero no puede oír
    lo que decimos: por eso abre tanto los ojos. ¡La muy lechuza! ¡Ja, ja, ja! —Un
    golpe de tos y continuó—: ¿Qué perseguirá con la exhibición de ese gorro? —
    Tosió de nuevo—. ¿Ha observado usted que pretende hacer creer a todo el
    mundo que me protege y me hace un honor asistiendo a esta comida? Yo le
    rogué que invitara a personas respetables, tan respetables como lo soy yo
    misma, y que diera preferencia a los que conocían al difunto. Y ya ve usted a
    quién ha invitado: a una serie de patanes y puercos. Mire ese de la cara sucia.
    Es una porquería viviente…Y a esos polacos nadie los ha visto nunca aquí. Yo
    no tengo la menor idea de quiénes son ni de dónde han salido… ¿Para qué
    demonio habrán venido? Mire qué quietecitos están… ¡Eh, pane! —gritó de
    pronto a uno de ellos—. ¿Ha comido usted crêpes? ¡Coma más! ¡Y beba
    cerveza! ¿Quiere vodka…? Fíjese: se levanta y saluda. Mire, mire…Deben de
    estar hambrientos los pobres diablos. ¡Que coman! Por lo menos, no arman
    bulla…Pero temo por los cubiertos de la patrona, que son de plata…Oiga,
    Amalia Ivanovna —dijo en voz bastante alta, dirigiéndose a la señora
    Lipevechsel—, sepa usted que si se diera el caso de que desaparecieran sus
    cubiertos, yo me lavaría las manos. Se lo advierto.
    Y se echó a reír a carcajadas, mirando a Raskolnikof e indicando a la
    patrona con movimientos de cabeza. Parecía muy satisfecha de su ocurrencia.
    —No se ha enterado, todavía no se ha enterado. Ahí está con la boca
    abierta. Mírela: parece una lechuza, una verdadera lechuza adornada con
    cintas nuevas… ¡Ja, ja, ja!
    Esta risa terminó en un nuevo y terrible acceso de tos que duró varios
    minutos. Su pañuelo se manchó de sangre y el sudor cubrió su frente. Mostró
    en silencio la sangre a Raskolnikof, y cuando hubo recobrado el aliento,
    empezó a hablar nuevamente con gran animación, mientras rojas manchas
    aparecían en sus pómulos.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:13

    ***

    —óigame, yo le confié la misión delicadísima, sí, verdaderamente
    delicada, de invitar a esa señora y a su hija…Ya sabe usted a quién me
    refiero…Había que proceder con sumo tacto. Pues bien, ella cumplió el
    encargo de tal modo, que esa estúpida extranjera, esa orgullosa criatura, esa
    mísera provinciana, que, en su calidad de viuda de un mayor, ha venido a
    solicitar una pensión y se pasa el día dando la lata por los despachos oficiales,
    con un dedo de pintura en cada mejilla, ¡a los cincuenta y cinco años…!; esa
    cursi, no sólo no se ha dignado aceptar mi invitación, sino que ni siquiera ha
    juzgado necesario excusarse, como exige la más elemental educación.
    Tampoco comprendo por qué ha faltado Piotr Petrovitch…Pero ¿qué le habrá
    pasado a Sonia? ¿Dónde estará…? ¡Ah, ya viene…! ¿Qué te ha ocurrido,
    Sonia? ¿Dónde te has metido? Debiste arreglar las cosas de modo que pudieras
    acudir puntualmente a los funerales de tu padre…Rodion Romanovitch, hágale
    sitio a su lado…Siéntate, Sonia, y coge lo que quieras. Te recomiendo esta
    carne en gelatina. En seguida traerán los crêpes… ¿Ya están servidos los
    niños? ¿No te hace falta nada, Poletchka…? Pórtate bien, Lena; y tú, Kolia, no
    muevas las piernas de ese modo. Compórtate como un niño de buena
    familia… ¿Qué hay, Sonetchka?
    Sonia se apresuró a transmitirle las excusas de Piotr Petrovitch, levantando
    la voz cuanto pudo, a fin de que todos la oyeran, y exagerando las expresiones
    de respeto de Lujine. Añadió que Piotr Petrovitch le había dado el encargo de
    decirle que vendría a verla tan pronto como le fuera posible para hablar de
    negocios, ponerse de acuerdo sobre los pasos que había de dar, etc.
    Sonia sabía que estas palabras tranquilizarían a Catalina Ivanovna y, sobre
    todo, que serían un bálsamo para su amor propio. Se había sentado al lado de
    Raskolnikof y le había dirigido una mirada rápida y curiosa; pero durante el
    resto de la comida evitó mirarle y hablarle.
    Al mismo tiempo que distraída, parecía estar atenta a descubrir el menor
    deseo en el semblante de su madrastra. Ninguna de las dos iba de luto, por no
    tener vestido negro. Sonia llevaba un trajecito pardo, y Catalina Ivanovna un
    vestido de indiana oscuro, a rayas, que era el único que tenía.
    Las excusas de Piotr Petrovitch produjeron excelente impresión. Después
    de haber escuchado las palabras de Sonia con grave semblante, Catalina
    Ivanovna se informó con la misma dignidad de la salud de Piotr Petrovitch. En
    seguida dijo a Raskolnikof, casi en voz alta, que habría sido verdaderamente
    chocante ver un hombre tan serio y respetable como Lujine en aquella extraña
    sociedad, y que se comprendía que no hubiera acudido, a pesar de los lazos de
    amistad que le unían a su familia.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:14

    ***

    —He aquí por qué le agradezco especialmente, Rodion Romanovitch, que
    no haya despreciado mi hospitalidad, aunque usted está en condiciones
    parecidas —añadió en voz lo bastante alta para que todos la oyeran—. Estoy
    segura de que sólo la gran amistad que le unía a mi pobre esposo ha podido
    inducirle a mantener su palabra.
    Acto seguido recorrió las caras de todos los invitados con una mirada
    ceñuda, y de pronto, de un extremo a otro de la mesa, preguntó al viejo sordo
    si no quería más asado y si había bebido oporto. El viejecito no contestó y
    tardó un buen rato en comprender lo que le preguntaban, aunque sus vecinos
    habían empezado a zarandearlo para reírse a su costa. Él no hacía más que
    mirar confuso en todas direcciones, lo que llevaba al colmo la alegría general.
    —¡Qué estúpido! —exclamó Catalina Ivanovna, dirigiéndose a
    Raskolnikof—. ¡Fíjese! ¿Por qué le habrán traído? En cuanto a Piotr
    Petrovitch, siempre he estado segura de él, y en verdad puede decirse —ahora
    se dirigía a Amalia Ivanovna y con un gesto tan severo que la patrona se sintió
    intimidada— que no se parece en nada a sus quisquillosas provincianas. Mi
    padre no las habría querido ni para cocineras, y si mi difunto esposo les
    hubiera hecho el honor de recibirlas, habría sido tan sólo por su excesiva
    bondad.
    —¡Y cómo le gustaba beber! —exclamó de pronto el antiguo empleado de
    intendencia mientras vaciaba su décima copa de vodka—. ¡Tenía verdadera
    debilidad por la bebida!
    Catalina Ivanovna se revolvió al oír estas palabras.
    —Mi difunto marido tenía ciertamente ese defecto, nadie lo ignora, pero
    era un hombre de gran corazón que amaba y respetaba a su familia. Su
    desgracia fue que, llevado de su bondad excesiva, alternaba con todo el
    mundo, y sólo Dios sabe los desarrapados con que se reuniría para beber. Los
    individuos con que trataba valían menos que su dedo meñique. Figúrese usted,
    Rodion Romanovitch, que encontraron en su bolsillo un gallito de mazapán.
    Ni siquiera cuando estaba embriagado olvidaba a sus hijos.
    —¿Un gaaallito? —exclamó el ex empleado de intendencia—. ¿Ha dicho
    usted un ga…gallito?
    Catalina Ivanovna no se dignó contestar. Estaba pensativa. De pronto lanzó
    un suspiro.
    Luego dijo, dirigiéndose a Raskolnikof:
    —Usted creerá, sin duda, como cree todo el mundo, que yo era demasiado
    severa con él. Pues no. Él me respetaba, me respetaba profundamente. Tenía
    un hermoso corazón y yo le compadecía a veces. Cuando, sentado en su
    rincón, levantaba los ojos hacia mí, yo me conmovía de tal modo, que sentía la
    tentación de mostrarme cariñosa con él. Pero me retenía la idea de que
    inmediatamente empezaría a beber de nuevo. Tenía que ser rigurosa, pues éste
    era el único modo de frenarlo.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:14

    ***

    —Sí —dijo el de intendencia, apurando una nueva copa de vodka—, había
    que tirarle de los pelos. Y muchas veces.
    —Hay imbéciles —replicó vivamente Catalina Ivanovna —a los que no
    sólo habría que tirar del pelo, sino también que echarlos a la calle a
    escobazos…, y no me refiero al difunto precisamente.
    Sus mejillas enrojecían cada vez más, la ahogaba la rabia y parecía a punto
    de estallar. Algunos invitados reían disimuladamente: al parecer, les divertía la
    escena. No faltaban los que incitaban al de intendencia, hablándole en voz
    baja: eran los eternos cizañeros.
    —Per…mí…tame preguntarle a…quién se re…fiere usted —dijo el ex
    empleado—. Pero no…, no vale la pena…La cosa no tiene importancia…Una
    viuda…Una pobre viuda…La per…perdono…No se hable más del asunto.
    Y se bebió otra copa de vodka.
    Raskolnikof escuchaba todo esto en silencio y con una expresión de
    disgusto. Sólo comía por no desairar a Catalina Ivanovna, limitándose a
    mordisquear los manjares con que ella le llenaba continuamente el plato. Toda
    su atención estaba concentrada en Sonia. Ésta temblaba, dominada por una
    inquietud creciente, pues presentía que la comida terminaría mal, y seguía con
    la vista, aterrada, los progresos de la exasperación de Catalina Ivanovna. Sabía
    muy bien que ella misma, Sonia, había sido la causa principal del insultante
    desaire con que las dos damas habían respondido a la invitación de su
    madrastra. Se había enterado por Amalia Ivanovna de que la madre incluso se
    había sentido ofendida y había preguntado a la patrona: «¿Cree usted que yo
    puedo sentar a mi hija junto a esa…señorita?» La joven sospechaba que su
    madrastra estaba enterada de ello, en cuyo caso este insulto la mortificaría más
    que una afrenta dirigida contra ella misma, contra sus hijos y contra la
    memoria de su padre. En fin, que Catalina Ivanovna, ante el terrible ultraje, no
    descansaría hasta haber dicho a aquellas provincianas que las dos eran unas…,
    etc., etc.
    Para colmo de desdichas, uno de los invitados que se sentaba en el otro
    extremo de la mesa envió a Sonia un plato donde se veían dos corazones
    traspasados por una flecha, modelados con pan de centeno. Catalina Ivanovna,
    en un súbito arranque de cólera, manifestó a voz en grito que el autor de
    semejante broma era seguramente un asno borracho.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:15

    ***

    Amalia Ivanovna, presa también de los peores presentimientos acerca del
    desenlace de la comida y, por otra parte, herida profundamente por la aspereza
    con que la trataba Catalina Ivanovna, se propuso dar un giro a la atención
    general y, al mismo tiempo, hacerse valer a los ojos de todos los presentes.
    Para ello empezó a contar de pronto que un amigo suyo, que era farmacéutico
    y se llamaba Karl, había tomado una noche un simón cuyo cochero había
    intentado asesinarle.
    —Y Karl le suplicó que no le matara, y se echó a llorar con las manos
    enlazadas. Tan aterrado estaba, que él también sintió su corazón traspasado.
    Aunque esta historia le hizo sonreír, Catalina Ivanovna dijo que Amalia
    Ivanovna no debía contar anécdotas en ruso. La alemana se sintió
    profundamente ofendida y respondió que su Vater aus Berlin fue un hombre
    muy importante que paseaba todo el día las manos por los bolsillos.
    La burlona Catalina Ivanovna no pudo contenerse y lanzó tal carcajada,
    que Amalia Ivanovna acabó por perder la paciencia y hubo de hacer un gran
    esfuerzo para no saltar.
    —¿Ha oído usted a esa vieja lechuza? —siguió diciendo en voz baja
    Catalina Ivanovna a Raskolnikof—. Ha querido decir que su padre se paseaba
    con las manos en los bolsillos, y todo el mundo habrá creído que se estaba
    registrando los bolsillos a todas horas. ¡Ji, ji! ¿Ha observado usted, Rodion
    Romanovitch, que, por regla general, los extranjeros establecidos en
    Petersburgo, especialmente los alemanes, que llegan de Dios sabe dónde, son
    bastante menos inteligentes que nosotros? Dígame usted si no es una necedad
    contar una historia como esa del farmacéutico cuyo corazón estaba traspasado
    de espanto. El muy mentecato, en vez de echarse sobre el cochero y atarlo,
    enlaza las manos y llora y suplica… ¡Ah, qué mujer tan estúpida! Cree que
    esta historia es conmovedora y no se da cuenta de su necedad. A mi juicio, ese
    alcohólico que fue empleado de intendencia es más inteligente que ella.
    Cuando menos, se ve en seguida que está dominado por la bebida y que hasta
    el último destello de su lucidez ha naufragado en alcohol…En cambio, todos
    esos que están tan serios y callados…Pero fíjese cómo abre los ojos esa mujer.
    Está enojada… ¡Ja, ja, ja! Está que trina…
    Catalina Ivanovna, con alegre entusiasmo, habló de otras mil cosas
    insignificantes, y de improviso anunció que tan pronto como obtuviera la
    pensión se retiraría a T***, su ciudad natal, para abrir un centro de enseñanza
    que se dedicaría a la educación de muchachas nobles. Aún no había hablado
    de este proyecto a Raskolnikof, y se lo expuso con todo detalle. Como por arte
    de magia, exhibió aquel diploma de que Marmeladof había hablado a
    Raskolnikof cuando le contó en una taberna que Catalina Ivanovna, al salir del
    pensionado, había bailado en presencia del gobernador y de otras
    personalidades la danza del chal. Podría creerse que Catalina Ivanovna
    utilizaba este diploma para demostrar su derecho a abrir un pensionado, pero
    su verdadero fin había sido otro: había pensado utilizarlo para confundir a
    aquellas provincianas endomingadas en el caso de que hubieran asistido a la
    comida de funerales, demostrándoles así que ella pertenecía a una de las
    familias más nobles, que era hija de un coronel y, en fin, que valía mil veces
    más que todas las advenedizas que en los últimos tiempos se habían
    multiplicado de un modo exorbitante.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:16

    ***

    El diploma dio la vuelta a la mesa. Los invitados lo pasaban de mano en
    mano, sin que Catalina Ivanovna se opusiera a ello, ya que aquel papel la
    presentaba en toutes lettres como hija de un consejero de la corte, de un
    caballero, lo que la autorizaba a considerarse hija de un coronel. Después, la
    viuda, inflamada de entusiasmo, empezó a hablar de la existencia tranquila y
    feliz que pensaba llevar en T***. Incluso se refirió a los profesores que
    llamaría para instruir a sus alumnas, citando al señor Mangot, viejo y
    respetable francés que le había enseñado a ella este idioma. Entonces estaba
    pasando los últimos años de su vida en T*** y no vacilaría en ingresar como
    profesor de su pensionado por un módico sueldo. Finalmente, anunció que
    Sonia la acompañaría y la ayudaría a dirigir el centro de enseñanza, lo cual
    produjo una risa ahogada en un extremo de la mesa.
    Catalina Ivanovna fingió no haberla oído, pero, levantando de pronto la
    voz, empezó a enumerar las cualidades incontables que permitirían a Sonia
    Simonovna secundarla en su empresa. Ensalzó su dulzura, su paciencia, su
    abnegación, su nobleza de alma, su vasta cultura; dicho lo cual, le dio un
    golpecito cariñoso en la mejilla y se levantó para besarla, cosa que hizo dos
    veces. Sonia enrojeció y Catalina Ivanovna, hecha un mar de lágrimas, dijo de
    pronto que era una tonta que se dejaba impresionar demasiado por los
    acontecimientos y que, ya que la comida había terminado, iba a servir el té.
    Entonces Amalia Ivanovna, molesta por el hecho de no haber podido
    pronunciar una sola palabra en la conversación precedente, y también al ver
    que nadie le prestaba atención, decidió arriesgarse nuevamente y, aunque
    dominada por cierta inquietud, hizo a Catalina Ivanovna la sabia observación
    de que debería prestar atención especialísima a la ropa interior de las alumnas
    (die Wasche) y de contratar una mujer para que se cuidara exclusivamente de
    ello (die Dame), y, en fin, que sería una medida prudente vigilar a las
    muchachas, de modo que no pudieran leer novelas por las noches. Catalina
    Ivanovna, que se hallaba bajo los efectos estimulantes de la animada
    ceremonia, le respondió ásperamente que sus observaciones eran desatinadas y
    que no entendía nada, que el cuidado de la Wasche incumbía al ama de llaves
    y no a la directora de un pensionado de muchachas nobles. En cuanto a la
    observación relacionada con la lectura de novelas, le parecía simplemente una
    inconveniencia. Todo esto equivalía a decirle que se callase.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 05 Feb 2024, 09:17

    ***

    De pronto, Amalia Ivanovna enrojeció y replicó agriamente que ella
    siempre había dado muestras de las mejores intenciones y que hacía ya
    bastante tiempo que no recibía Geld por el alquiler de la habitación de
    Catalina Ivanovna. Ésta le replicó que mentía al hablar de buenas intenciones,
    pues el mismo día anterior, cuando el difunto estaba todavía en el aposento, se
    había presentado para reclamarle con malos modos el dinero del alquiler.
    Entonces la patrona dijo que había invitado a las dos damas y que éstas no
    habían aceptado porque era nobles y no podían ir a casa de una mujer que no
    era noble. A lo cual repuso Catalina Ivanovna que, como ella no era nada, no
    estaba capacitada para juzgar a la verdadera nobleza. Amalia Ivanovna no
    pudo soportar esta insolencia y declaró que su Vater aus Berlin era un hombre
    muy importante que siempre iba con las manos en los bolsillos y haciendo
    «¡puaf, puaf!» Y para dar una idea más exacta de cómo era el tal Vater, la
    señora Lipevechsel se levantó, introdujo las dos manos en sus bolsillos, hinchó
    los carrillos y empezó a imitar el «¡puaf, puaf!» paterno, en medio de las risas
    de todos los inquilinos, cuya intención era alentarla, con la esperanza de asistir
    a una batalla entre las dos mujeres.
    Catalina Ivanovna, incapaz de seguir conteniéndose, declaró a voz en grito
    que seguramente Amalia Ivanovna no había tenido nunca Vater, que era una
    vulgar finesa de Petersburgo, una borracha que había sido cocinera o algo
    peor.
    La señora Lipevechsel se puso tan roja como un pimiento y replicó a
    grandes voces que era Catalina Ivanovna la que no había tenido Vater, pero
    que ella tenía un Vater aus Berlin que llevaba largos redingotes y siempre iba
    haciendo «¡puaf, puaf!»
    Catalina Ivanovna respondió desdeñosamente que todo el mundo conocía
    su propio origen y que en su diploma se decía con caracteres de imprenta que
    era hija de un coronel, mientras que el padre de Amalia Ivanovna, en el caso
    de que existiera, debía de ser un lechero finés; pero que era más que probable
    que ella no tuviera padre, ya que nadie sabía aún cuál era su patronímico, es
    decir, si se llamaba Amalia Ivanovna o Amalia Ludwigovna.
    Al oír estas palabras, la patrona, fuera de sí, empezó a golpear con el puño
    la mesa mientras decía a grandes gritos que ella era Ivanovna y no
    Ludwigovna, que su Vater se llamaba Johann y era bailío, cosa que no había
    sido jamás el Vater de Catalina Ivanovna.
    Ésta se levantó en el acto y, con una voz cuya calma contrastaba con la
    palidez de su semblante y la agitación de su pecho, dijo a Amalia Ivanovna
    que si osaba volver a comparar, aunque sólo fuera una vez, a su miserable
    Vater con su padre, le arrancaría el gorro y se lo pisotearía.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 09 Feb 2024, 16:32

    ***

    Al oír esto, Amalia Ivanovna empezó a ir y venir precipitadamente por la
    habitación, gritando con todas sus fuerzas que ella era la dueña de la casa y
    que Catalina Ivanovna debía marcharse inmediatamente.
    Acto seguido se arrojó sobre la mesa y empezó a recoger sus cubiertos de
    plata.
    A esto siguió una confusión y un alboroto indescriptibles. Los niños se
    echaron a llorar. Sonia se abalanzó sobre su madrastra para intentar retenerla,
    pero cuando Amalia Ivanovna aludió a la tarjeta amarilla, la viuda rechazó a la
    muchacha y se fue derecha a la patrona con la intención de poner en práctica
    su amenaza.
    En este momento se abrió la puerta y apareció en el umbral Piotr
    Petrovitch Lujine, que paseó una mirada atenta y severa por toda la
    concurrencia.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 09 Feb 2024, 16:35

    ***


    CAPÍTULO 3


    Piotr Petrovitch —exclamó Catalina Ivanovna—, protéjame. Haga
    comprender a esta mujer estúpida que no tiene derecho a insultar a una noble
    dama abatida por el infortunio, y que hay tribunales para estos casos…Me
    quejaré ante el gobernador general en persona y ella tendrá que responder de
    sus injurias…En memoria de la hospitalidad que recibió usted de mi padre,
    defienda a estos pobres huérfanos.
    —Permítame, señora, permítame —respondió Piotr Petrovitch, tratando de
    apartarla—. Yo no he tenido jamás el honor, y usted lo sabe muy bien, de
    tratar a su padre. Perdone, señora —alguien se echó a reír estrepitosamente—,
    pero no tengo la menor intención de mezclarme en sus continuas disputas con
    Amalia Ivanovna…Vengo aquí para un asunto personal. Deseo hablar
    inmediatamente con su hijastra Sonia Simonovna. Se llama así, ¿no es cierto?
    Permítame…
    Y Piotr Petrovitch, pasando por el lado de Catalina Ivanovna, se dirigió al
    extremo opuesto de la habitación, donde estaba Sonia.
    Catalina Ivanovna quedó clavada en el sitio, como fulminada. No
    comprendía por qué Piotr Petrovitch negaba que había sido huésped de su
    padre. Esta hospitalidad creada por su fantasía había llegado a ser para ella un
    artículo de fe. Por otra parte, le sorprendía el tono seco, altivo y casi
    desdeñoso con que le había hablado Lujine.
    Ante la aparición de Piotr Petrovitch se había ido restableciendo el silencio
    poco a poco. Aun dejando aparte que la gravedad y la corrección de aquel
    hombre de negocios contrastaba con el aspecto desaliñado de los inquilinos de
    la señora Lipevechsel, todos ellos comprendían que sólo un motivo de
    excepcional importancia podía justificar la presencia de Lujine en aquel lugar
    y, en consecuencia, esperaban un golpe teatral.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 09 Feb 2024, 16:35

    ***


    Raskolnikof, que estaba al lado de Sonia, se apartó para dejar el paso libre
    a Piotr Petrovitch, el cual, al parecer, no advirtió su presencia.
    Transcurrido un instante, apareció Lebeziatnikof, pero no entró en la
    habitación, sino que se quedó en el umbral. En su semblante se mezclaban la
    curiosidad y la sorpresa, y prestó atención a lo que allí se decía, demostrando
    un vivo interés, pero con el gesto del que nada comprende.
    —Perdónenme que les interrumpa —dijo Piotr Petrovitch sin dirigirse a
    nadie particularmente—, pero me he visto obligado a venir por un asunto de
    gran importancia. Además, celebro poder hablar ante testigos. Amalia
    Ivanovna, le ruego que, en su calidad de propietaria de la casa, preste atención
    al diálogo que voy a mantener con Sonia Simonovna.
    Y volviéndose hacia la joven, que daba muestras de profunda sorpresa y
    estaba atemorizada, continuó:
    —Sonia Simonovna, inmediatamente después de su visita he advertido la
    desaparición de un billete de Banco de cien rublos que estaba sobre una mesa
    en la habitación de mi amigo Andrés Simonovitch Lebeziatnikof. Si usted sabe
    dónde está ese billete y me lo dice, le doy palabra de honor, en presencia de
    todos estos testigos, de que el asunto no pasará adelante. En el caso contrario,
    me veré obligado a tomar medidas más serias, y entonces no tendrá derecho a
    quejarse sino de usted misma.
    Un gran silencio siguió a estas palabras. Incluso los niños dejaron de llorar.
    Sonia, pálida como una muerta, miraba a Lujine sin poder pronunciar
    palabra. Daba la impresión de no haber comprendido. Transcurrieron unos
    segundos.
    —Bueno, decídase —le dijo Piotr Petrovitch, mirándola fijamente.
    —Yo no sé…, yo no sé nada —repuso Sonia con voz débil.
    —¿De modo que no sabe usted nada?
    Dicho esto, Lujine dejó pasar varios segundos más. Luego continuó, en
    tono severo:
    —Piénselo bien, señorita. Le doy tiempo para que reflexione. Comprenda
    que si no estuviera completamente seguro de lo que digo, me guardaría mucho
    de acusarla tan formalmente como lo estoy haciendo. Tengo demasiada
    experiencia para exponerme a un proceso por difamación…Esta mañana he
    negociado varios títulos por un valor nominal de unos tres mil rublos. La suma
    exacta consta en mi cuaderno de notas. Al regresar a mi casa he contado el
    dinero: Andrés Simonovitch es testigo.




    cont
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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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