Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Vie 09 Feb 2024, 16:42

    ***
    —Ahora todo lo veo claro —dijo dirigiéndose a Lebeziatnikof—. Desde el
    principio del incidente me he olido que había en todo esto alguna innoble
    intriga. Esta sospecha se fundaba en ciertas circunstancias que sólo yo
    conozco y que ahora mismo voy a revelar a ustedes. En ellas está la clave del
    asunto. Gracias a su detallada exposición, Andrés Simonovitch, se ha hecho la
    luz en mi mente. Ruego a todo el mundo que preste atención. Este señor —
    señalaba a Lujine pidió en fecha reciente la mano de una joven, hermana mía,
    cuyo nombre es Avdotia Romanovna Raskolnikof; pero cuando llegó a
    Petersburgo, hace poco, y tuvimos nuestra primera entrevista, discutimos, y de
    tal modo, que acabé por echarle de mi casa, escena que tuvo dos testigos, los
    cuales pueden confirmar mis palabras. Este hombre es todo maldad. Yo no
    sabía que se hospedaba en su casa, Andrés Simonovitch. Así se comprende
    que pudiera ver anteayer, es decir, el mismo día de nuestra disputa, que yo,
    como amigo del difunto, entregaba dinero a la viuda para que pudiera atender
    a los gastos del entierro. El señor Lujine escribió en seguida una carta a mi
    madre, en que le decía que yo había entregado dinero no a Catalina Ivanovna,
    sino a Sonia Simonovna. Además, hablaba de esta joven en términos en
    extremo insultantes, dejando entrever que yo mantenía relaciones íntimas con
    ella. Su finalidad, como ustedes pueden comprender, era indisponerme con mi
    madre y con mi hermana, haciéndoles creer que yo despilfarraba
    ignominiosamente el dinero que ellas se sacrificaban en enviarme. Ayer por la
    noche, en presencia de mi madre, de mi hermana y de él mismo, expuse la
    verdad de los hechos, que este hombre había falseado. Dije que había
    entregado el dinero a Catalina Ivanovna, a la que entonces no conocía aún, y
    añadí que Piotr Petrovitch Lujine, con todos sus méritos, valía menos que el
    dedo meñique de Sonia Simonovna, de la que hablaba tan mal. Él me preguntó
    entonces si yo sería capaz de sentar a Sonia Simonovna al lado de mi hermana,
    y yo le respondí que ya lo había hecho aquel mismo día. Furioso al ver que mi
    madre y mi hermana no reñían conmigo fundándose en sus calumnias, llegó al
    extremo de insultarlas groseramente. Se produjo la ruptura definitiva y lo
    pusimos en la puerta. Todo esto ocurrió anoche. Ahora les ruego a ustedes que
    me presten la mayor atención. Si el señor Lujine hubiera conseguido presentar
    como culpable a Sonia Simonovna, habría demostrado a mi familia que sus
    sospechas eran fundadas y que tenía razón para sentirse ofendido por el hecho
    de que permitiera a esta joven alternar con mi hermana, y, en fin, que,
    atacándome a mí, defendía el honor de su prometida. En una palabra, esto
    suponía para él un nuevo medio de indisponerme con mi familia, mientras él
    reconquistaba su estimación. Al mismo tiempo, se vengaba de mí, pues tenía
    motivos para pensar que la tranquilidad de espíritu y el honor de Sonia
    Simonovna me afectaban íntimamente. Así pensaba él, y esto es lo que yo he
    deducido. Tal es la explicación de su conducta: no es posible hallar otra.
    Así, poco más o menos, terminó Raskolnikof su discurso, que fue
    interrumpido frecuentemente por las exclamaciones de la atenta concurrencia.
    Hasta el final su acento fue firme, sereno y seguro. Su tajante voz, la
    convicción con que hablaba y la severidad de su rostro impresionaron
    profundamente al auditorio.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 09 Feb 2024, 16:43

    ***


    —Sí, sí, eso es; no cabe duda de que es eso —se apresuró a decir
    Lebeziatnikof, entusiasmado—. Prueba de ello es que, cuando Sonia
    Simonovna ha entrado en la habitación, él me ha preguntado si estaba usted
    aquí, si yo le había visto entre los invitados de Catalina Ivanovna. Esta
    pregunta me la ha hecho en voz baja y después de llevarme junto a la ventana.
    O sea que deseaba que usted fuera testigo de todo esto. Sí, sí; no cabe duda de
    que es eso.
    Lujine guardaba silencio y sonreía desdeñosamente. Pero estaba pálido
    como un muerto. Evidentemente, buscaba el modo de salir del atolladero. De
    buena gana se habría marchado, pero esto no era posible por el momento.
    Marcharse así habría representado admitir las acusaciones que pesaban sobre
    él y reconocer que había calumniado a Sonia Simonovna.
    Por otra parte, los asistentes se mostraban sumamente excitados por las
    excesivas libaciones. El de intendencia, aunque era incapaz de forjarse una
    idea clara de lo sucedido, era el que más gritaba, y proponía las medidas más
    desagradables para Lujine.
    La habitación estaba llena de personas embriagadas, pero también habían
    acudido huéspedes de otros aposentos, atraídos por el escándalo. Los tres
    polacos estaban indignadísimos y no cesaban de proferir en su lengua insultos
    contra Piotr Petrovitch, al que llamaban, entre otras cosas, pane ladak.
    Sonia escuchaba con gran atención, pero no parecía acabar de comprender
    lo que pasaba: su estado era semejante al de una persona que acaba de salir de
    un desvanecimiento. No apartaba los ojos de Raskolnikof, comprendiendo que
    sólo él podía protegerla. La respiración de Catalina Ivanovna era silbante y
    penosa. Estaba completamente agotada. Pero era Amalia Ivanovna la que tenía
    un aspecto más grotesco, con su boca abierta y su cara de pasmo. Era evidente
    que no comprendía lo que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era que Piotr
    Petrovitch se hallaba en una situación comprometida.
    Raskolnikof intentó volver a hablar, pero en seguida renunció a ello al ver
    que los inquilinos se precipitaban sobre Lujine y, formando en torno de él un
    círculo compacto, le dirigían toda clase de insultos y amenazas. Pero Lujine no
    se amilanó. Comprendiendo que había perdido definitivamente la partida,
    recurrió a la insolencia.
    —Permítanme, señores, permítanme. No se pongan así. Déjenme pasar —
    dijo mientras se abría paso—. No se molesten ustedes en intentar
    amedrentarme con sus amenazas. Tengan la seguridad de que no adelantarán
    nada, pues no soy de los que se asustan fácilmente. Por el contrario, les
    advierto que tendrán que responder de la cooperación que han prestado a un
    acto delictivo. La culpabilidad de la ladrona está más que probada, y
    presentaré la oportuna denuncia. Los jueces no están ciegos…ni bebidos. Por
    eso rechazarán el testimonio de dos impíos, de dos revolucionarios que me
    calumnian por una cuestión de venganza personal, como ellos mismos han
    tenido la candidez de reconocer. Permítanme, señores.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 11 Feb 2024, 18:06

    ***

    —No podría soportar ni un minuto más su presencia en mi habitación —le
    dijo Andrés Simonovitch—. Haga el favor de marcharse. No quiero ningún
    trato con usted. ¡Cuando pienso que he estado dos semanas gastando saliva
    para exponerle…!
    —Andrés Simonovitch, recuerde que hace un rato le he dicho que me
    marchaba y usted trataba de retenerme. Ahora me limitaré a decirle que es
    usted un tonto de remate y que le deseo se cure de la cabeza y de los ojos.
    Permítanme, señores…
    Y consiguió terminar de abrirse paso. Pero el de intendencia no quiso
    dejarle salir de aquel modo. Considerando que los insultos eran un castigo
    insuficiente para él, cogió un vaso de la mesa y se lo arrojó con todas sus
    fuerzas. Desgraciadamente, el proyectil fue a estrellarse contra Amalia
    Ivanovna, que empezó a proferir grandes alaridos, mientras el de intendencia,
    que había perdido el equilibrio al tomar impulso para el lanzamiento, caía
    pesadamente sobre la mesa.
    Piotr Petrovitch logró llegar a su aposento, y, una hora después, había
    salido de la casa.
    Antes de esta aventura, Sonia, tímida por naturaleza, se sentía más
    vulnerable que las demás mujeres, ya que cualquiera tenía derecho a ultrajarla.
    Sin embargo, había creído hasta entonces que podría contrarrestar la
    malevolencia a fuerza de discreción, dulzura y humildad. Pero esta ilusión se
    había desvanecido y su decepción fue muy amarga. Era capaz de soportarlo
    todo con paciencia y sin lamentarse, y el golpe que acababa de recibir no
    estaba por encima de sus fuerzas, pero en el primer momento le pareció
    demasiado duro. A pesar del triunfo de su inocencia en el asunto del billete,
    transcurridos los primeros instantes de terror, y al poder darse cuenta de las
    cosas, sintió que su corazón se oprimía dolorosamente ante la idea de su
    abandono y de su aislamiento en la vida. Sufrió una crisis nerviosa y, sin poder
    contenerse, salió de la habitación y corrió a su casa. Esta huida casi coincidió
    con la salida de Lujine.
    Amalia Ivanovna, cuando recibió el proyectil destinado a Piotr Petrovitch
    en medio de las carcajadas de los invitados, montó en cólera y su indignación
    se dirigió contra Catalina Ivanovna, sobre la que se arrojó vociferando como si
    la hiciera responsable de todo lo ocurrido.
    —¡Fuera de aquí en seguida! ¡Fuera!
    Y, al mismo tiempo que gritaba, cogía todos los objetos de la inquilina que
    encontraba al alcance de la mano y los arrojaba al suelo. La pobre viuda, que
    se había tenido que echar en la cama, exhausta y rendida por el sufrimiento,
    saltó del lecho y se arrojó sobre la patrona. Pero las fuerzas eran tan
    desiguales, que Amalia Ivanovna la rechazó tan fácilmente como si luchara
    con una pluma.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 13 Feb 2024, 19:37

    ***



    —¡Es el colmo! ¡No contenta con calumniar a Sonia, ahora la toma
    conmigo! ¡Me echa a la calle el mismo día de los funerales de mi marido!
    ¡Después de haber recibido mi hospitalidad, me pone en medio del arroyo con
    mis pobres huérfanos! ¿Adónde iré?
    Y la pobre mujer sollozaba, en el límite de sus fuerzas. De pronto sus ojos
    llamearon y gritó desesperadamente:
    —¡Señor! ¿Es posible que no exista la justicia aquí abajo? ¿A quién
    defenderás si no nos defiendes a nosotros…? En fin, ya veremos. En la tierra
    hay jueces y tribunales. Presentaré una denuncia. Prepárate, desalmada…
    Poletchka, no dejes a los niños. Volveré en seguida. Si es preciso, esperadme
    en la calle. ¡Ahora veremos si hay justicia en este mundo!
    Catalina Ivanovna se envolvió la cabeza en aquel trozo de paño verde de
    que había hablado Marmeladof, atravesó la multitud de inquilinos
    embriagados que se hacinaban en la estancia y, gimiendo y bañada en
    lágrimas, salió a la calle. Estaba resuelta a que le hicieran justicia en el acto y
    costara lo que costase. Poletchka, aterrada, se refugió con los niños en un
    rincón, junto al baúl. Rodeó con sus brazos a sus hermanitos y así esperó la
    vuelta de su madre. Amalia Ivanovna iba y venía por la habitación como una
    furia, rugiendo de rabia, lamentándose y arrojando al suelo todo lo que caía en
    sus manos.
    Entre los inquilinos reinaba gran confusión: unos comentaban a grandes
    voces lo ocurrido, otros discutían y se insultaban y algunos seguían entonando
    canciones.
    «Ha llegado el momento de marcharse —pensó Raskolnikof—. Vamos a
    ver qué dice ahora Sonia Simonovna.»
    Y se dirigió a casa de Sonia.





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    Mensaje por Maria Lua Mar 13 Feb 2024, 19:38

    ***

    CAPÍTULO 4
    Aunque llevaba su propia carga de miserias y horrores en el corazón,
    Raskolnikof había defendido valientemente y con destreza la causa de Sonia
    ante Lujine. Dejando aparte el interés que sentía por la muchacha y que le
    impulsaba a defenderla, había sufrido tanto aquella mañana, que había acogido
    con verdadera alegría la ocasión de ahuyentar aquellos pensamientos que
    habían llegado a serle insoportables.
    Por otra parte, la idea de su inmediata entrevista con Sonia le preocupaba y
    le colmaba de una ansiedad creciente. Tenía que confesarle que había matado a
    Lisbeth. Presintiendo la tortura que esta declaración supondría para él, trataba
    de apartarla de su pensamiento. Cuando se había dicho, al salir de casa de
    Catalina Ivanovna: «Vamos a ver qué dice ahora Sonia Simonovna», se
    hallaba todavía bajo los efectos del ardoroso y retador entusiasmo que le había
    producido su victoria sobre Lujine. Pero —cosa singular— cuando llegó al
    departamento de Kapernaumof, esta entereza de ánimo le abandonó de súbito
    y se sintió débil y atemorizado. Vacilando, se detuvo ante la puerta y se
    preguntó:
    «¿Es necesario que revele que maté a Lisbeth?»
    Lo extraño era que, al mismo tiempo que se hacía esta pregunta, estaba
    convencido de que le era imposible no sólo eludir semejante confesión, sino
    retrasarla un solo instante. No podía explicarse la razón de ello, pero sentía
    que era así y sufría horriblemente al darse cuenta de que no tenía fuerzas para
    luchar contra esta necesidad.
    Para evitar que su tormento se prolongara se apresuró a abrir la puerta.
    Pero no franqueó el umbral sin antes observar a Sonia. Estaba sentada ante su
    mesita, con los codos apoyados en ella y la cara en las manos. Cuando vio a
    Raskolnikof, se levantó en el acto y fue hacia él como si lo estuviese
    esperando.
    —¿Qué habría sido de mí sin usted? —le dijo con vehemencia, al
    encontrarse con él en medio de la habitación.
    Al parecer, sólo pensaba en el servicio que le había prestado, y ansiaba
    agradecérselo. Luego adoptó una actitud de espera. Raskolnikof se acercó a la
    mesa y se sentó en la silla que ella acababa de dejar. Sonia permaneció en pie
    a dos pasos de él, exactamente como el día anterior.
    —Bueno, Sonia —dijo Raskolnikof, y notó de pronto que la voz le
    temblaba—; ya se habrá dado usted cuenta de que la acusación se basaba en su
    situación y en los hábitos ligados a ella.
    El rostro de Sonia tuvo una expresión de sufrimiento.
    —Le ruego que no me hable como ayer. No, se lo suplico. Ya he sufrido
    bastante.
    Y se apresuró a sonreír, por temor a que este reproche hubiera herido a
    Raskolnikof.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 13 Feb 2024, 19:39

    ***

    —He salido corriendo como una loca. ¿Qué ha pasado después? He estado
    a punto de volver, pero luego he pensado que usted vendría y…
    Raskolnikof le explicó que Amalia Ivanovna había despedido a su familia
    y que Catalina Ivanovna se había marchado en busca de justicia no sabía
    adónde.
    —¡Dios mío! —exclamó Sonia—. ¡Vamos, vamos en seguida!
    Y cogió apresuradamente el pañuelo de la cabeza.
    —¡Siempre lo mismo! —exclamó Raskolnikof, indignado—. No piensa
    usted más que en ellos. Quédese un momento conmigo.
    —Pero Catalina Ivanovna…
    —Catalina Ivanovna no la olvidará: puede estar segura —dijo Raskolnikof,
    molesto—. Como ha salido, vendrá aquí, y si no la encuentra, se arrepentirá
    usted de haberse marchado.
    Sonia se sentó, presa de una perplejidad llena de inquietud. Raskolnikof
    guardó silencio, con la mirada fija en el suelo. Parecía reflexionar.
    —Tal vez Lujine no tenía hoy intención de hacerla detener, porque no le
    interesaba. Pero si la hubiese tenido y ni Lebeziatnikof ni yo hubiéramos
    estado allí, usted estaría ahora en la cárcel, ¿no es así?
    —Sí —respondió Sonia con voz débil y sin poder prestar demasiada
    atención a lo que Raskolnikof le decía, tal era la ansiedad que la dominaba.
    —Pues bien, habría sido muy fácil que yo no estuviera allí, y en cuanto a
    Lebeziatnikof, ha sido una casualidad que fuese.
    Sonia no contestó.
    —Y si la hubieran metido en la cárcel, ¿qué habría pasado? ¿Se acuerda de
    lo que le dije ayer?
    Ella seguía guardando silencio. El esperó unos segundos. Después siguió
    diciendo, con una risa un tanto forzada:




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    Mensaje por Maria Lua Mar 13 Feb 2024, 19:40

    ***

    —Creía que me iba usted a repetir que no le hablara de estas cosas…
    ¿Qué? —preguntó tras una breve pausa—. ¿Insiste usted en no abrir la boca?
    Sin embargo, necesitamos un tema de conversación. Por ejemplo, me gustaría
    saber cómo resolvería cierta cuestión…, como diría Lebeziatnikof —añadió,
    notando que empezaba a perder la sangre fría—. No, no hablo en broma.
    Supongamos, Sonia, que usted conoce por anticipado todos los proyectos de
    Lujine y sabe que estos proyectos sumirían definitivamente en el infortunio a
    Catalina Ivanovna, a sus hijos y, por añadidura, a usted…, y digo «por
    añadidura» porque a usted sólo se la puede considerar como cosa aparte. Y
    supongamos también que, a consecuencia de esto, Poletchka haya de verse
    obligada a llevar una vida como la que usted lleva. Pues bien, si en estas
    circunstancias estuviera en su mano hacer que Lujine pereciera, con lo que
    salvaría a Catalina Ivanovna y a su familia, o dejar que Lujine viviera y
    llevase a cabo sus infames propósitos, ¿qué partido tomaría usted? Ésta es la
    pregunta que quiero que me conteste.
    Sonia le miró con inquietud. Aquellas palabras, pronunciadas en un tono
    vacilante, parecían ocultar una segunda intención.
    —Ya sabía yo que iba a hacerme una pregunta extraña —dijo la joven
    dirigiéndole una mirada penetrante.
    —Eso poco importa. Diga: ¿qué decisión tomaría usted?
    —¿A qué viene hacer esas preguntas absurdas? —repuso Sonia con un
    gesto de desagrado.
    —Dígame: ¿dejaría usted que Lujine viviera y pudiese cometer sus
    desafueros? ¿Es que ni siquiera tiene valor para tomar una decisión en teoría?
    —Yo no conozco las intenciones de la Divina Providencia. ¿Por qué me
    interroga sobre hechos que no existen? ¿A qué vienen esas preguntas inútiles?
    ¿Acaso es posible que la existencia de un hombre dependa de mi voluntad?
    ¿Cómo puedo erigirme en árbitro de los destinos humanos, de la vida y de la
    muerte?
    —Si hace usted intervenir a la Providencia divina, no hablemos más —dijo
    Raskolnikof en tono sombrío.
    Sonia respondió con acento angustiado:
    —Dígame francamente qué es lo que desea de mí…Sólo oigo de usted
    alusiones. ¿Es que ha venido usted con el propósito de torturarme?
    Sin poder contenerse, se echó a llorar. Él la miró tristemente, con una
    expresión de angustia. Hubo un largo silencio.
    Al fin, Raskolnikof dijo en voz baja:
    —Tienes razón, Sonia.
    Se había producido en él un cambio repentino. Su ficticio aplomo y el tono
    insolente que afectaba momentos antes habían desaparecido. Hasta su voz
    parecía haberse debilitado.
    —Te dije ayer que no vendría hoy a pedirte perdón, y he aquí que he
    comenzado esta conversación poco menos que excusándome. Al hablarte de
    Lujine y de la Providencia pensaba en mí mismo, Sonia, y me excusaba.
    Trató de sonreír, pero sólo pudo esbozar una mueca de impotencia. Luego
    bajó la cabeza y ocultó el rostro entre las manos.


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    Mensaje por Maria Lua Mar 13 Feb 2024, 19:41

    ***

    De súbito, una extraña y sorprendente sensación de odio hacia Sonia le
    traspasó el corazón. Asombrado, incluso aterrado de este descubrimiento
    inaudito, levantó la cabeza y observó atentamente a la joven. Vio que fijaba en
    él una mirada inquieta y llena de una solicitud dolorosa, y al advertir que
    aquellos ojos expresaban amor, su odio se desvaneció como un fantasma. Se
    había equivocado acerca de la naturaleza del sentimiento que experimentaba:
    lo que sentía era, simplemente, que el momento fatal había llegado.
    Bajó de nuevo la cabeza y otra vez ocultó el rostro entre las manos. De
    pronto palideció, se levantó, miró a Sonia y sin pronunciar palabra, fue
    maquinalmente a sentarse en el lecho. Su impresión en aquel momento era
    exactamente la misma que había experimentado el día en que, de pie a
    espaldas de la vieja, había sacado el hacha del nudo corredizo, mientras se
    decía que no había que perder ni un segundo.
    —¿Qué le ocurre? —preguntó Sonia, llena de turbación.
    Raskolnikof no pudo pronunciar ni una palabra. Había pensado dar «la
    explicación» en circunstancias completamente distintas y no comprendía lo
    que estaba ocurriendo en su interior.
    Sonia se acercó paso a paso, se sentó a su lado, en el lecho, y, sin apartar
    de él los ojos, esperó. Su corazón latía con violencia. La situación se hacía
    insoportable. Él volvió hacia la joven su rostro, cubierto de una palidez mortal.
    Sus contraídos labios eran incapaces de pronunciar una sola palabra. Entonces
    el pánico se apoderó de Sonia.
    —¿Qué le pasa? —volvió a preguntarle, apartándose un poco de él.
    —Nada, Sonia. No te asustes…Es una tontería…Sí, basta pensar en ello un
    instante para ver que es una tontería —murmuró como delirando—. No sé por
    qué he venido a atormentarte —añadió, mirándola—. En verdad, no lo sé. ¿Por
    qué? ¿Por qué? No ceso de hacerme esta pregunta, Sonia.
    Tal vez se la había hecho un cuarto de hora antes, pero en aquel momento
    su debilidad era tan extrema que apenas se daba cuenta de que existía. Un
    continuo temblor agitaba todo su cuerpo.
    —¡Cómo se atormenta usted! —se lamentó Sonia, mirándole.
    —No es nada, no es nada…He aquí lo que te quería decir…
    Una sombra de sonrisa jugueteó unos segundos en sus labios.
    —¿Te acuerdas de lo que quería decirte ayer?
    Sonia esperó, visiblemente inquieta.
    —Cuando me fui, te dije que tal vez te decía adiós para siempre, pero que
    si volvía hoy te diría quién mató a Lisbeth.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:17

    ***

    De pronto, todo el cuerpo de Sonia empezó a temblar.
    —Pues bien, he venido a decírtelo.
    —Así, ¿hablaba usted en serio? —balbuceó Sonia haciendo un gran
    esfuerzo—. Pero ¿cómo lo sabe usted? —preguntó vivamente, como si
    acabara de volver en sí.
    Apenas podía respirar. La palidez de su rostro aumentaba por momentos.
    —El caso es que lo sé.
    Sonia permaneció callada un momento.
    —¿Lo han encontrado? —preguntó al fin, tímidamente.
    —No, no lo han encontrado.
    —Entonces, ¿cómo sabe usted quién es? —preguntó la joven tras un nuevo
    silencio y con voz casi imperceptible.
    Él se volvió hacia ella y la miró fijamente, con una expresión singular.
    —¿Lo adivinas?
    Una nueva sonrisa de impotencia flotaba en sus labios. Sonia sintió que
    todo su cuerpo se estremecía.
    —Pero usted me…—balbuceó ella con una sonrisa infantil—. ¿Por qué
    quiere asustarme?
    —Para saber lo que sé —dijo Raskolnikof, cuya mirada seguía fija en la de
    ella, como si no tuviera fuerzas para apartarla—, es necesario que esté
    «ligado» a «él» …Él no tenía intención de matar a Lisbeth…La asesinó sin
    premeditación…Sólo quería matar a la vieja…y encontrarla sola…Fue a la
    casa…De pronto llegó Lisbeth…, y la mató a ella también.
    Un lúgubre silencio siguió a estas palabras. Los dos jóvenes se miraban
    fijamente.
    —Así, ¿no lo adivinas? —preguntó de pronto.
    Tenía la impresión de que se arrojaba desde lo alto de una torre.
    —No —murmuró Sonia con voz apenas audible.
    —Piensa.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:18

    ***

    En el momento de pronunciar esta palabra, una sensación ya conocida por
    él le heló el corazón. Miraba a Sonia y creía estar viendo a Lisbeth.
    Conservaba un recuerdo imborrable de la expresión que había aparecido en el
    rostro de la pobre mujer cuando él iba hacia ella con el hacha en alto y ella
    retrocedía hacia la pared, como un niño cuando se asusta y, a punto de echarse
    a llorar, fija con terror la mirada en el objeto que provoca su espanto. Así
    estaba Sonia en aquel momento. Su mirada expresaba el mismo terror
    impotente. De súbito extendió el brazo izquierdo, apoyó la mano en el pecho
    de Raskolnikof, lo rechazó ligeramente, se puso en pie con un movimiento
    repentino y empezó a apartarse de él poco a poco, sin dejar de mirarle. Su
    espanto se comunicó al joven, que miraba a Sonia con el mismo gesto
    despavorido, mientras en sus labios se esbozaba la misma triste sonrisa
    infantil.
    —¿Has comprendido ya? —murmuró.
    —¡Dios mío! —gimió, horrorizada.
    Luego, exhausta, se dejó caer en su lecho y hundió el rostro en la
    almohada.
    Pero un momento después se levantó vivamente, se acercó a Raskolnikof,
    le cogió las manos, las atenazó con sus menudos y delgados dedos y fijó en él
    una larga y penetrante mirada.
    Con esta mirada, Sonia esperaba captar alguna expresión que le demostrase
    que se había equivocado. Pero no, no cabía la menor duda: la simple
    suposición se convirtió en certeza.
    Más adelante, cuando recordaba este momento, todo le parecía extraño,
    irreal. ¿De dónde le había venido aquella certeza repentina de no equivocarse?
    Porque en modo alguno podía decir que había presentido aquella confesión.
    Sin embargo, apenas le hizo él la confesión, a ella le pareció haberla
    adivinado.
    —Basta, Sonia, basta. No me atormentes.
    Había hecho esta súplica amargamente. No era así como él había previsto
    confesar su crimen: la realidad era muy distinta de lo que se había imaginado.
    Sonia estaba fuera de sí. Saltó del lecho. De pie en medio de la habitación,
    se retorcía las manos. Luego volvió rápidamente sobre sus pasos y de nuevo se
    sentó al lado de Raskolnikof, tan cerca que sus cuerpos se rozaban. De pronto
    se estremeció como si la hubiera asaltado un pensamiento espantoso, lanzó un
    grito y, sin que ni ella misma supiera por qué, cayó de rodillas delante de
    Raskolnikof.
    —¿Qué ha hecho usted? Pero ¿qué ha hecho usted? —exclamó,
    desesperada.
    De pronto se levantó y rodeó fuertemente con los brazos el cuello del
    joven.
    Raskolnikof se desprendió del abrazo y la contempló con una triste sonrisa.



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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:18

    ***

    —No lo comprendo, Sonia. Me abrazas y me besas después de lo que te
    acabo de confesar. No sabes lo que haces.
    Ella no le escuchó. Gritó, enloquecida:
    —¡No hay en el mundo ningún hombre tan desgraciado como tú!
    Y prorrumpió en sollozos.
    Un sentimiento ya olvidado se apoderó del alma de Raskolnikof. No se
    pudo contener. Dos lágrimas brotaron de sus ojos y quedaron pendientes de
    sus pestañas.
    —¿No me abandonarás, Sonia? —preguntó, desesperado.
    —No, nunca, en ninguna parte. Te seguiré adonde vayas. ¡Señor, Señor!
    ¡Qué desgraciada soy…! ¿Por qué no te habré conocido antes? ¿Por qué no
    has venido antes? ¡Dios mío!
    —Pero he venido.
    —¡Ahora…! ¿Qué podemos hacer ahora? ¡Juntos, siempre juntos! —
    exclamó Sonia volviendo a abrazarle—. ¡Te seguiré al presidio!
    Raskolnikof no pudo disimular un gesto de indignación. Sus labios
    volvieron a sonreír como tantas veces habían sonreído, con una expresión de
    odio y altivez.
    —No tengo ningún deseo de ir a presidio, Sonia.
    Tras los primeros momentos de piedad dolorosa y apasionada hacia el
    desgraciado, la espantosa idea del asesinato reapareció en la mente de la joven.
    El tono en que Raskolnikof había pronunciado sus últimas palabras le
    recordaron de pronto que estaba ante un asesino. Se quedó mirándole
    sobrecogida. No sabía aún cómo ni por qué aquel joven se había convertido en
    un criminal. Estas preguntas surgieron de pronto en su imaginación, y las
    dudas le asaltaron de nuevo. ¿Él un asesino? ¡Imposible!
    —Pero ¿qué me pasa? ¿Dónde estoy? —exclamó profundamente
    sorprendida y como si le costara gran trabajo volver a la realidad—. Pero
    ¿cómo es posible que un hombre como usted cometiera…? Además, ¿por qué?
    —Para robar, Sonia —respondió Raskolnikof con cierto malestar.
    Sonia se quedó estupefacta. De pronto, un grito escapó de sus labios.
    —¡Estabas hambriento! ¡Querías ayudar a tu madre! ¿Verdad?
    —No, Sonia, no —balbuceó el joven, bajando y volviendo la cabeza—. No
    estaba hambriento hasta ese extremo…Ciertamente, quería ayudar a mi madre,
    pero no fue eso todo…No me atormentes, Sonia.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:19

    ***

    Sonia se oprimía una mano con la otra.
    —Pero ¿es posible que todo esto sea real? ¡Y qué realidad, Dios mío!
    ¿Quién podría creerlo? ¿Cómo se explica que usted se quede sin nada por
    socorrer a otros habiendo matado por robar…?
    De pronto le asaltó una duda.
    —¿Acaso ese dinero que dio usted a Catalina Ivanovna…, ese dinero,
    Señor, era…?
    —No, Sonia —le interrumpió Raskolnikof—, ese dinero no procedía de
    allí. Tranquilízate. Me lo había enviado mi madre por medio de un agente de
    negocios y lo recibí durante mi enfermedad, el día mismo en que lo di…
    Rasumikhine es testigo, pues firmó el recibo en mi nombre…Ese dinero era
    mío y muy mío.
    Sonia escuchaba con un gesto de perplejidad y haciendo grandes esfuerzos
    por comprender.
    —En cuanto al dinero de la vieja, ni siquiera sé si tenía dinero —dijo en
    voz baja, vacilando—. Desaté de su cuello una bolsita de pelo de camello, que
    estaba llena, pero no miré lo que contenía…Sin duda no tuve tiempo…Los
    objetos: gemelos, cadenas, etc., los escondí, así como la bolsa, debajo de una
    piedra en un gran patio que da a la avenida V***. Todo está allí todavía.
    Sonia le escuchaba ávidamente.
    —Pero ¿por qué, si mató usted para robar, según dice…, por qué no cogió
    nada? —dijo la joven vivamente, aferrándose a una última esperanza.
    —No lo sé. Todavía no he decidido si cogeré ese dinero o no —dijo
    Raskolnikof en el mismo tono vacilante. Después, como si volviera a la
    realidad, sonrió y siguió diciendo—: ¡Qué estúpido soy! ¡Contar estas cosas!
    Entonces un pensamiento atravesó como un rayo la mente de Sonia.
    «¿Estará loco?» Pero desechó esta idea en seguida. «No, no lo está.»
    Realmente, no comprendía nada.
    Él exclamó, como en un destello de lucidez:
    —Oye, Sonia, oye lo que voy a decirte.
    Y continuó, subrayando las palabras y mirándola fijamente, con una
    expresión extraña pero sincera:
    —Si el hambre fuese lo único que me hubiera impulsado a cometer el
    crimen, me sentiría feliz, sí, feliz. Pero ¿qué adelantarías —exclamó en
    seguida, en un arranque de desesperación—, qué adelantarías si yo te
    confesara que he obrado mal? ¿Para qué te serviría este inútil triunfo sobre
    mí? ¡Ah, Sonia! ¿Para esto he venido a tu casa?



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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:20

    ***

    Sonia quiso decir algo, pero no pudo.
    —Si te pedí ayer que me siguieras es porque no tengo a nadie más que a ti.
    —¿Seguirte…? ¿Para qué? —preguntó la muchacha tímidamente.
    —No para robar ni matar, tranquilízate —respondió él con una sonrisa
    cáustica—. Somos distintos, Sonia. Sin embargo…Oye, Sonia, hace un
    momento que me he dado cuenta de lo que yo pretendía al pedirte que me
    siguieras. Ayer te hice la petición instintivamente, sin comprender la causa.
    Sólo una cosa deseo de ti, y por eso he venido a verte… ¡No me abandones!
    ¿Verdad que no me abandonarás?
    Ella le cogió la mano, se la oprimió…
    Un segundo después, Raskolnikof la miró con un dolor infinito y lanzó un
    grito de desesperación.
    —¿Por qué te habré dicho todo esto? ¿Por qué te habré hecho esta
    confesión…? Esperas mis explicaciones, Sonia, bien lo veo; esperas que te lo
    cuente todo…Pero ¿qué puedo decirte? No comprenderías nada de lo que te
    dijera y sólo conseguiría que sufrieras por mí todavía más…Lloras, vuelves a
    abrazarme. Pero dime: ¿por qué? ¿Porque no he tenido valor para llevar yo
    solo mi cruz y he venido a descargarme en ti, pidiéndote que sufras conmigo,
    ya que esto me servirá de consuelo? ¿Cómo puedes amar a un hombre tan
    cobarde?
    —¿Acaso no sufres tú también? —exclamó Sonia.
    Otra vez se apoderó del joven un sentimiento de ternura.
    —Sonia, yo soy un hombre de mal corazón. Tenlo en cuenta, pues esto
    explica muchas cosas. Precisamente porque soy malo he venido en tu busca.
    Otros no lo habrían hecho, pero yo…yo soy un miserable y un cobarde. En fin,
    no es esto lo que ahora importa. Tengo que hablarte de ciertas cosas y no me
    siento con fuerzas para empezar.
    Se detuvo y quedó pensativo.
    —Desde luego, no nos parecemos en nada; somos muy diferentes… ¿Por
    qué habré venido? Nunca me lo perdonaré.
    —No, no; has hecho bien en venir —exclamó Sonia—. Es mejor que yo lo
    sepa todo, mucho mejor.
    Raskolnikof la miró amargamente.
    —Bueno, al fin y al cabo, ¡qué importa! —exclamó, decidido a hablar—.
    He aquí cómo ocurrieron las cosas. Yo quería ser un Napoleón: por eso maté.





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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:21

    ***

    ¿Comprendes?
    —No —murmuró Sonia, ingenua y tímidamente—. Pero no importa:
    habla, habla. —Y añadió, suplicante—: Haré un esfuerzo y comprenderé, lo
    comprenderé todo.
    —¿Lo comprenderás? ¿Estás segura? Bien, ya veremos.
    Hizo una larga pausa para ordenar sus ideas.
    —He aquí el asunto. Un día me planteé la cuestión siguiente: «¿Qué habría
    ocurrido si Napoleón se hubiese encontrado en mi lugar y no hubiera tenido,
    para tomar impulso en el principio de su carrera, ni Tolón, ni Egipto, ni el paso
    de los Alpes por el Mont Blanc, sino que, en vez de todas estas brillantes
    hazañas, sólo hubiera dispuesto de una detestable y vieja usurera, a la que
    tendría que matar para robarle el dinero…, en provecho de su carrera,
    entiéndase? ¿Se habría decidido a matarla no teniendo otra alternativa? ¿No se
    habría detenido al considerar lo poco que este acto tenía de heroico y lo mucho
    que ofrecía de criminal…?» Te confieso que estuve mucho tiempo
    torturándome el cerebro con estas preguntas, y me sentí avergonzado cuando
    comprendí repentinamente que no sólo no se habría detenido, sino que ni
    siquiera le habría pasado por el pensamiento la idea de que esta acción pudiera
    ser poco heroica. Ni siquiera habría comprendido que se pudiera vacilar. Por
    poco que hubiera sido su convencimiento de que ésta era para él la única
    salida, habría matado sin el menor escrúpulo. ¿Por qué había de tenerlo yo? Y
    maté, siguiendo su ejemplo…He aquí exactamente lo que sucedió. Te parece
    esto irrisorio, ¿verdad? Sí, te lo parece. Y lo más irrisorio es que las cosas
    ocurrieron exactamente así.
    Pero Sonia no sentía el menor deseo de reír.
    —Preferiría que me hablara con toda claridad y sin poner ejemplos —dijo
    con voz más tímida aún y apenas perceptible.
    Raskolnikof se volvió hacia ella, la miró tristemente y la cogió de la mano.
    —Tienes razón otra vez, Sonia. Todo lo que te he dicho es absurdo, pura
    charlatanería…La verdad es que, como sabes, mi madre está falta de recursos
    y que mi hermana, que por fortuna es una mujer instruida, se ha visto obligada
    a ir de un sitio a otro como institutriz. Todas sus esperanzas estaban
    concentradas en mí. Yo estudiaba, pero, por falta de medios, hube de
    abandonar la universidad. Aun suponiendo que hubiera podido seguir
    estudiando, en el mejor de los casos habría podido obtener dentro de diez o
    doce años un puesto como profesor de instituto o una plaza de funcionario con
    un sueldo anual de mil rublos —parecía estar recitando una lección aprendida
    de memoria—, pero entonces las inquietudes y las privaciones habrían
    acabado ya con la salud de mi madre. Para mi hermana, las cosas habrían
    podido ir todavía peor… ¿Y para qué verse privado de todo, dejar a la propia
    madre en la necesidad, presenciar el deshonor de una hermana? ¿Para qué todo
    esto? ¿Para enterrar a los míos y fundar una nueva familia destinada
    igualmente a perecer de hambre…? En fin, todo esto me decidió a apoderarme
    del dinero de la vieja para poder seguir adelante, para terminar mis estudios
    sin estar a expensas de mi madre. En una palabra, decidí emplear un método
    radical para empezar una nueva vida y ser independiente…Esto es todo.
    Naturalmente, hice mal en matar a la vieja…, ¡pero basta ya!






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    Mensaje por Maria Lua Vie 16 Feb 2024, 11:22

    ***

    Al llegar al fin de su discurso bajó la cabeza: estaba agotado.
    —¡No, no! —exclamó Sonia, angustiada—. ¡No es eso! ¡No es posible!
    Tiene que haber algo más.
    —Creas lo que creas, te he dicho la verdad.
    —¡Pero qué verdad, Dios mío!
    —Al fin y al cabo, Sonia, yo no he dado muerte más que a un vil y
    malvado gusano.
    —Ese gusano era una criatura humana.
    —Cierto, ya sé que no era gusano —dijo Raskolnikof, mirando a Sonia
    con una expresión extraña—. Además, lo que acabo de decir no es de sentido
    común. Tienes razón: son motivos muy diferentes los que me impulsaron a
    hacer lo que hice…Hace mucho tiempo que no había dirigido la palabra a
    nadie, Sonia, y por eso sin duda tengo ahora un tremendo dolor de cabeza.
    Sus ojos tenían un brillo febril. Empezaba a desvariar nuevamente, y una
    sonrisa inquieta asomaba a sus labios. Bajo su animación ficticia se percibía
    una extenuación espantosa. Sonia comprendió hasta qué extremo sufría
    Raskolnikof. También ella sentía que una especie de vértigo la iba
    dominando… ¡Qué modo tan extraño de hablar! Sus palabras eran claras y
    precisas, pero…, pero ¿era aquello posible? ¡Señor, Señor…! Y se retorcía las
    manos, desesperada.
    —No, Sonia, no es eso —dijo, levantando de súbito la cabeza, como si sus
    ideas hubiesen tomado un nuevo giro que le impresionaba y le reanimaba—.
    No, no es eso. Lo que sucede…, sí, esto es…, lo que sucede es que soy
    orgulloso, envidioso, perverso, vil, rencoroso y…, para decirlo todo ya que he
    comenzado…, propenso a la locura. Acabo de decirte que tuve que dejar la
    universidad. Pues bien, a decir verdad, podía haber seguido en ella. Mi madre
    me habría enviado el dinero de las matrículas y yo habría podido ganar lo
    necesario para comer y vestirme. Sí, lo habría podido ganar. Habría dado
    lecciones. Me las ofrecían a cincuenta kopeks. Así lo hace Rasumikhine. Pero
    yo estaba exasperado y no acepté. Sí, exasperado: ésta es la palabra. Me
    encerré en mi agujero como la araña en su rincón. Ya conoces mi tabuco,
    porque estuviste en él. Ya sabes, Sonia, que el alma y el pensamiento se
    ahogan en las habitaciones bajas y estrechas. ¡Cómo detestaba aquel
    cuartucho! Sin embargo, no quería salir de él. Pasaba días enteros sin
    moverme, sin querer trabajar. Ni siquiera me preocupaba la comida. Estaba
    siempre acostado. Cuando Nastasia me traía algo, comía. De lo contrario, no
    me alimentaba. No pedía nada. Por las noches no tenía luz, y prefería
    permanecer en la oscuridad a ganar lo necesario para comprarme una bujía.



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    Mensaje por Maria Lua Sáb 17 Feb 2024, 17:28

    ***

    »En vez de trabajar, vendí mis libros. Todavía hay un dedo de polvo en mi
    mesa, sobre mis cuadernos y mis papeles. Prefería pensar tendido en mi diván.
    Pensar siempre…Mis pensamientos eran muchos y muy extraños…Entonces
    empecé a imaginar…No, no fue así. Tampoco ahora cuento las cosas como
    fueron…Entonces yo me preguntaba continuamente: "Ya que ves la estupidez
    de los demás, ¿por qué no buscas el modo de mostrarte más inteligente que
    ellos?" Más adelante, Sonia, comprendí que esperar a que todo el mundo fuera
    inteligente suponía una gran pérdida de tiempo. Y después me convencí de que
    este momento no llegaría nunca, que los hombres no podían cambiar, que no
    estaba en manos de nadie hacerlos de otro modo. Intentarlo habría sido perder
    el tiempo. Sí, todo esto es verdad. Es la ley humana. La ley, Sonia, y nada
    más. Y ahora sé que quien es dueño de su voluntad y posee una inteligencia
    poderosa consigue fácilmente imponerse a los demás hombres; que el más
    osado es el que más razón tiene a los ojos ajenos; que quien desafía a los
    hombres y los desprecia conquista su respeto y llega a ser su legislador. Esto
    es lo que siempre se ha visto y lo que siempre se verá. Hay que estar ciego
    para no advertirlo.
    Raskolnikof, aunque miraba a Sonia al pronunciar estas palabras, no se
    preocupaba por saber si ella le comprendía. La fiebre volvía a dominarle y era
    presa de una sombría exaltación (en verdad, hacía mucho tiempo que no había
    conversado con ningún ser humano). Sonia comprendió que aquella trágica
    doctrina constituía su ley y su fe.
    —Entonces me convencí, Sonia —continuó el joven con ardor—, de que
    sólo posee el poder aquel que se inclina para recogerlo. Está al alcance de
    todos y basta atreverse a tomarlo. Entonces tuve una idea que nadie, ¡nadie!,
    había tenido jamás. Vi con claridad meridiana que era extraño que nadie hasta
    entonces, viendo los mil absurdos de la vida, se hubiera atrevido a sacudir el
    edificio en sus cimientos para destruirlo todo, para enviarlo todo al diablo…
    Entonces yo me atreví y maté…Yo sólo quería llevar a cabo un acto de
    audacia, Sonia. No quería otra cosa: eso fue exclusivamente lo que me
    impulsó.
    —¡Calle, calle! —exclamó Sonia fuera de sí—. Usted se ha apartado de
    Dios, y Dios le ha castigado, lo ha entregado al demonio.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:10

    ***

    —Así, Sonia, ¿tú crees que cuando todas estas ideas acudían a mí en la
    oscuridad de mi habitación era que el diablo me tentaba?
    —¡Calle, ateo! No se burle… ¡Señor, Señor! No comprende nada…
    —Óyeme, Sonia; no me burlo. Estoy seguro de que el demonio me
    arrastró. Óyeme, óyeme —repitió con sombría obstinación—. Sé todo,
    absolutamente todo lo que tú puedas decirme. He pensado en todo eso y me lo
    he repetido mil veces cuando estaba echado en las tinieblas… ¡Qué luchas
    interiores he librado! Si supieras hasta qué punto me enojaban estas inútiles
    discusiones conmigo mismo. Mi deseo era olvidarlo todo y empezar una nueva
    vida. Pero especialmente anhelaba poner fin a mis soliloquios…No creas que
    fui a poner en práctica mis planes inconscientemente. No, lo hice todo tras
    maduras reflexiones, y eso fue lo que me perdió. Créeme que yo no sabía que
    el hecho de interrogarme a mí mismo acerca de mi derecho al poder
    demostraba que tal derecho no existía, puesto que lo ponía en duda. Y que
    preguntarme si el hombre era un gusano demostraba que no lo era para mí.
    Estas cosas sólo son aceptadas por el hombre que no se plantea tales preguntas
    y sigue su camino derechamente y sin vacilar. El solo hecho de que me
    preguntara: «¿Habría matado Napoleón a la vieja?» demostraba que yo no era
    un Napoleón…Sobrellevé hasta el final el sufrimiento ocasionado por estos
    desatinos y después traté de expulsarlos. Yo maté no por cuestiones de
    conciencia, sino por un impulso que sólo a mí me atañía. No quiero
    engañarme a mí mismo sobre este punto. Yo no maté por acudir en socorro de
    mi madre ni con la intención de dedicar al bien de la humanidad el poder y el
    dinero que obtuviera; no, no, yo sólo maté por mi interés personal, por mí
    mismo, y en aquel momento me importaba muy poco saber si sería un
    bienhechor de la humanidad o un vampiro de la sociedad, una especie de araña
    que caza seres vivientes con su tela. Todo me era indiferente. Desde luego, no
    fue la idea del dinero la que me impulsó a matar. Más que el dinero necesitaba
    otra cosa…Ahora lo sé…Compréndeme…Si tuviera que volver a hacerlo, tal
    vez no lo haría…Era otra la cuestión que me preocupaba y me impulsaba a
    obrar. Yo necesitaba saber, y cuanto antes, si era un gusano como los demás o
    un hombre, si era capaz de franquear todos los obstáculos, si osaba inclinarme
    para asir el poder, si era una criatura temerosa o si procedía como el que ejerce
    un derecho.
    —¿Derecho a matar? —exclamó la joven, atónita.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:11

    ***

    —¡Calla, Sonia! —exclamó Rodia, irritado. A sus labios acudió una
    objeción, pero se limitó a decir—: No me interrumpas. Yo sólo quería decirte
    que el diablo me impulsó a hacer aquello y luego me hizo comprender que no
    tenía derecho a hacerlo, puesto que era un gusano como los demás. El diablo
    se burló de mí. Si estoy en tu casa es porque soy un gusano; de lo contrario, no
    te habría hecho esta visita…Has de saber que cuando fui a casa de la vieja, yo
    solamente deseaba hacer un experimento.
    —Usted mató.
    —Pero ¿cómo? No se asesina como yo lo hice. El que comete un crimen
    procede de modo muy distinto…Algún día lo contaré todo detalladamente…
    ¿Fue a la vieja a quien maté? No, me asesiné a mí mismo, no a ella, y me perdí
    para siempre…Fue el diablo el que mató a la vieja y no yo.
    Y de pronto exclamó con voz desgarradora:
    —¡Basta, Sonia, basta! ¡Déjame, déjame!
    Raskolnikof apoyó los codos en las rodillas y hundió la cabeza entre sus
    manos, rígidas como tenazas.
    —¡Qué modo de sufrir! —gimió Sonia.
    —Bueno, ¿qué debo hacer? Habla —dijo el joven, levantando la cabeza y
    mostrando su rostro horriblemente descompuesto.
    —¿Qué debes hacer? —exclamó la muchacha.
    Se arrojó sobre él. Sus ojos, hasta aquel momento bañados en lágrimas,
    centellaron de pronto.
    —¡Levántate!
    Le había puesto la mano en el hombro. Él se levantó y la miró, estupefacto.
    —Ve inmediatamente a la próxima esquina, arrodíllate y besa la tierra que
    has mancillado. Después inclínate a derecha e izquierda, ante cada persona
    que pase, y di en voz alta: «¡He matado!» Entonces Dios te devolverá la vida.
    Temblando de pies a cabeza, le asió las manos convulsivamente y le miró
    con ojos de loca.
    —¿Irás, irás? —le preguntó.
    Raskolnikof estaba tan abatido, que tanta exaltación le sorprendió.
    —¿Quieres que vaya a presidio, Sonia? —preguntó con acento sombrío—.
    ¿Pretendes que vaya a presentarme a la justicia?
    —Debes aceptar el sufrimiento, la expiación, que es el único medio de
    borrar tu crimen.
    —No, no iré a presentarme a la justicia, Sonia.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:11

    ***

    —¿Y tu vida qué? —exclamó la joven—. ¿Cómo vivirás? ¿Podrás vivir
    desde ahora? ¿Te atreverás a dirigir la palabra a tu madre…? ¿Qué será de
    ellas…? Pero ¿qué digo? Ya has abandonado a tu madre y a tu hermana. Bien
    sabes que las has abandonado… ¡Señor…! Él ya ha comprendido lo que esto
    significa… ¿Se puede vivir lejos de todos los seres humanos? ¿Qué va a ser de
    ti?
    —No seas niña, Sonia —respondió dulcemente Raskolnikof—. ¿Quién es
    esa gente para juzgar mi crimen? ¿Qué podría decirles? Su autoridad es pura
    ilusión. Dan muerte a miles de hombres y ven en ello un mérito. Son unos
    bribones y unos cobardes, Sonia…No iré. ¿Qué quieres que les diga? ¿Que he
    escondido el dinero debajo de una piedra por no atreverme a quedármelo? —Y
    añadió, sonriendo amargamente—: Se burlarían de mí. Dirían que soy un
    imbécil al no haber sabido aprovecharme. Un imbécil y un cobarde. No
    comprenderían nada, Sonia, absolutamente nada. Son incapaces de
    comprender. ¿Para qué ir? No, no iré. No seas niña, Sonia.
    —Tu vida será un martirio —dijo la joven, tendiendo hacia él los brazos en
    una súplica desesperada.
    —Tal vez me haya calumniado a mí mismo —dijo, absorto y con acento
    sombrío—. Acaso soy un hombre todavía, no un gusano, y me he precipitado
    al condenarme. Voy a intentar seguir luchando.
    Y sonrió con arrogancia.
    —¡Pero llevar esa carga de sufrimiento toda la vida, toda la vida…!
    —Ya me acostumbraré —dijo Raskolnikof, todavía triste y pensativo.
    Pero un momento después exclamó:
    —¡Bueno, basta de lamentaciones! Hay que hablar de cosas más
    importantes. He venido a decirte que me siguen la pista de cerca.
    —¡Oh! —exclamó Sonia, aterrada.
    —Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué gritas? Quieres que vaya a presidio, y ahora
    te asustas. ¿De qué? Pero escucha: no me dejaré atrapar fácilmente. Les daré
    trabajo. No tienen pruebas. Ayer estuve verdaderamente en peligro y me creí
    perdido, pero hoy el asunto parece haberse arreglado. Todas las pruebas que
    tienen son armas de dos filos, de modo que los cargos que me hagan puedo
    presentarlos de forma que me favorezcan, ¿comprendes? Ahora ya tengo
    experiencia. Sin embargo, no podré evitar que me detengan. De no ser por una
    circunstancia imprevista, ya estaría encerrado. Pero aunque me encarcelen,
    habrán de dejarme en libertad, pues ni tienen pruebas ni las tendrán, te doy mi
    palabra, y por simples sospechas no se puede condenar a un hombre…Anda,
    siéntate…Sólo te he dicho esto para que estés prevenida…En cuanto a mi
    madre y a mi hermana, ya arreglaré las cosas de modo que no se inquieten ni
    sospechen la verdad…Por otra parte, creo que mi hermana está ahora al abrigo
    de la necesidad y, por lo tanto, también mi madre…Esto es todo. Cuento con
    tu prudencia. ¿Vendrás a verme cuando esté detenido?



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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:12

    ***

    —¡Sí, sí!
    Allí estaban los dos, tristes y abatidos, como náufragos arrojados por el
    temporal a una costa desolada. Raskolnikof miraba a Sonia y comprendía lo
    mucho que lo amaba. Pero —cosa extraña— esta gran ternura produjo de
    pronto al joven una impresión penosa y amarga. Una sensación extraña y
    horrible. Había ido a aquella casa diciéndose que Sonia era su único refugio y
    su única esperanza. Había ido con el propósito de depositar en ella una parte
    de su terrible carga, y ahora que Sonia le había entregado su corazón se sentía
    infinitamente más desgraciado que antes.
    —Sonia —le dijo—, será mejor que no vengas a verme cuando esté
    encarcelado.
    Ella no contestó. Lloraba. Transcurrieron varios minutos.
    De pronto, como obedeciendo a una idea repentina, Sonia preguntó:
    —¿Llevas alguna cruz?
    Él la miró sin comprender la pregunta.
    —No, no tienes ninguna, ¿verdad? Toma, quédate ésta, que es de madera
    de ciprés. Yo tengo otra de cobre que fue de Lisbeth. Hicimos un cambio: ella
    me dio esta cruz y yo le regalé una imagen. Yo llevaré ahora la de Lisbeth y tú
    la mía. Tómala —suplicó—. Es una cruz, mi cruz…Desde ahora sufriremos
    juntos, y juntos llevaremos nuestra cruz.
    —Bien, dame —dijo Raskolnikof.
    Quería complacerla, pero de pronto, sin poderlo remediar, retiró la mano
    que había tendido.
    —Más adelante, Sonia. Será mejor.
    —Sí, será mejor —dijo ella, exaltada—. Te la pondrás cuando empiece tu
    expiación. Entonces vendrás a mí y la colgaré en tu cuello. Rezaremos juntos
    y después nos pondremos en marcha.
    En este momento sonaron tres golpes en la puerta.
    —¿Se puede pasar, Sonia Simonovna? —preguntó cortésmente una voz
    conocida.
    Sonia corrió hacia la puerta, llena de inquietud. La abrió y la rubia cabeza
    de Lebeziatnikof apareció junto al marco.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:13

    ***

    CAPÍTULO 5



    Lebeziatnikof daba muestras de una turbación extrema. —Vengo por usted,
    Sonia Simonovna. Perdone…No esperaba encontrarlo aquí —dijo de pronto,
    dirigiéndose a Raskolnikof—. No es que vea nada malo en ello, entiéndame;
    es, sencillamente, que no lo esperaba.
    Se volvió de nuevo hacia Sonia y exclamó:
    —Catalina Ivanovna ha perdido el juicio.
    Sonia lanzó un grito.
    —Por lo menos —dijo Lebeziatnikof— lo parece. Claro que…Pero es el
    caso que no sabemos qué hacer…Les contaré lo ocurrido. Después de
    marcharse ha vuelto. A mí me parece que le han pegado…Ha ido en busca del
    jefe de su marido y no lo ha encontrado: estaba comiendo en casa de otro
    general. Entonces ha ido al domicilio de ese general y ha exigido ver al jefe de
    su esposo, que estaba todavía a la mesa. Ya pueden ustedes figurarse lo que ha
    ocurrido. Naturalmente, la han echado, pero ella, según dice, ha insultado al
    general e incluso le ha arrojado un objeto a la cabeza. Esto es muy posible. Lo
    que no comprendo es que no la hayan detenido. Ahora está describiendo la
    escena a todo el mundo, incluso a Amalia Ivanovna, pero nadie la entiende,
    tanto grita y se debate…Dice que ya que todos la abandonan, cogerá a los
    niños y se irá con ellos a la calle a tocar el órgano y pedir limosna, mientras
    sus hijos cantan y bailan. Y que irá todos los días a pedir ante la casa del
    general, a fin de que éste vea a los niños de una familia de la nobleza, a los
    hijos de un funcionario, mendigando por las calles. Les pega y ellos lloran.
    Enseña a Lena a cantar aires populares y a los otros dos a bailar. Destroza sus
    ropas y les confecciona gorros de saltimbanqui. Como no tiene ningún
    instrumento de música, está dispuesta a llevarse una cubeta para golpearla a
    manera de tambor. No quiere escuchar a nadie. Ustedes no se pueden imaginar
    lo que es aquello.
    Lebeziatnikof habría seguido hablando de cosas parecidas y en el mismo
    tono si Sonia, que le escuchaba anhelante, no hubiera cogido de pronto su
    sombrero y su chal y echado a correr. Raskolnikof y Lebeziatnikof salieron
    tras ella.
    —No cabe duda de que se ha vuelto loca —dijo Andrés Simonovitch a
    Raskolnikof cuando estuvieron en la calle—. Si no lo he asegurado ha sido tan
    sólo para no inquietar demasiado a Sonia Simonovna. Desde luego, su locura
    es evidente. Dicen que a los tísicos se les forman tubérculos en el cerebro.
    Lamento no saber medicina. Yo he intentado explicar el asunto a la enfermera,
    pero ella no ha querido escucharme.
    —¿Le ha hablado usted de tubérculos?


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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:14

    ***
    —No, no; si le hubiera hablado de tubérculos, ella no me habría
    comprendido. Lo que quiero decir es que, si uno consigue convencer a otro,
    por medio de la lógica, de que no tiene motivos para llorar, no llorará. Esto es
    indudable. ¿Acaso usted no opina así?
    —Yo creo que si tuviera usted razón, la vida sería demasiado fácil.
    —Permítame. Desde luego, Catalina Ivanovna no comprendería fácilmente
    lo que le voy a decir. Pero usted… ¿No sabe que en Paris se han realizado
    serios experimentos sobre el sistema de curar a los locos sólo por medio de la
    lógica? Un doctor francés, un gran sabio que ha muerto hace poco, afirmaba
    que esto es posible. Su idea fundamental era que la locura no implica lesiones
    orgánicas importantes, que sólo es, por decirlo así, un error de lógica, una falta
    de juicio, un punto de vista equivocado de las cosas. Contradecía
    progresivamente a sus enfermos, refutaba sus opiniones, y obtuvo excelentes
    resultados. Pero como al mismo tiempo utilizaba las duchas, no ha quedado
    plenamente demostrada la eficacia de su método…Por lo menos, esto es lo que
    opino yo.
    Pero Raskolnikof ya no le escuchaba. Al ver que habían Llegado frente a
    su casa, saludó a Lebeziatnikof con un movimiento de cabeza y cruzó el
    portal. Andrés Simonovitch se repuso en seguida de su sorpresa y, tras dirigir
    una mirada a su alrededor, prosiguió su camino.
    Raskolnikof entró en su buhardilla, se detuvo en medio de la habitación y
    se preguntó:
    —¿Para qué habré venido?
    Y su mirada recorría las paredes, cuyo amarillento papel colgaba aquí y
    allá en jirones…, y el polvo…, y el diván…
    Del patio subía un ruido seco, incesante: golpes de martillo sobre clavos.
    Se acercó a la ventana, se puso de puntillas y estuvo un rato mirando con gran
    atención…El patio estaba desierto; Raskolnikof no vio a nadie. En el ala
    izquierda había varias ventanas abiertas, algunas adornadas con macetas, de
    las que brotaban escuálidos geranios. En la parte exterior se veían cuerdas con
    ropa tendida…Era un cuadro que estaba harto de ver. Dejó la ventana y fue a
    sentarse en el diván. Nunca se había sentido tan solo.
    Experimentó de nuevo un sentimiento de odio hacia Sonia. Sí, la odiaba
    después de haberla atraído a su infortunio. ¿Por qué habría ido a hacerla
    llorar? ¿Qué necesidad tenía de envenenar su vida? ¡Qué cobarde había sido!
    —Permaneceré solo —se dijo de pronto, en tono resuelto—, y ella no
    vendrá a verme a la cárcel.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:15

    ***

    Cinco minutos después levantó la cabeza y sonrió extrañamente. Acababa
    de pasar por su cerebro una idea verdaderamente singular. «Acaso sea verdad
    que estaría mejor en presidio.»
    Nunca sabría cuánto duró aquel desfile de ideas vagas.
    De pronto se abrió la puerta y apareció Avdotia Romanovna. La joven se
    detuvo en el umbral y estuvo un momento observándole, exactamente igual
    que había hecho él al llegar a la habitación de Sonia. Después Dunia entró en
    el aposento y fue a sentarse en una silla frente a él, en el sitio mismo en que se
    había sentado el día anterior. Raskolnikof la miró en silencio, con aire
    distraído.
    —No te enfades, Rodia —dijo Dunia—. Estaré aquí sólo un momento.
    La joven estaba pensativa, pero su semblante no era severo. En su clara
    mirada había un resplandor de dulzura. Raskolnikof comprendió que era su
    amor a él lo que había impulsado a su hermana a hacerle aquella visita.
    —Oye, Rodia: lo sé todo…, ¡todo! Me lo ha contado Dmitri Prokofitch.
    Me ha explicado hasta el más mínimo detalle. Te persiguen y te atormentan
    con las más viles y absurdas suposiciones. Dmitri Prokofitch me ha dicho que
    no corres peligro alguno y que no deberías preocuparte como te preocupas. En
    esto no estoy de acuerdo con él: comprendo tu indignación y no me extrañaría
    que dejara en ti huellas imborrables. Esto es lo que me inquieta. No te puedo
    reprochar que nos hayas abandonado, y ni siquiera juzgaré tu conducta.
    Perdóname si lo hice. Estoy segura de que también yo, si hubiera tenido una
    desgracia como la tuya, me habría alejado de todo el mundo. No contaré nada
    de todo esto a nuestra madre, pero le hablaré continuamente de ti y le diré que
    tú me has prometido ir muy pronto a verla. No te inquietes por ella: yo la
    tranquilizaré. Pero tú ten piedad de ella: no olvides que es tu madre. Sólo he
    venido a decirte —y Dunia se levantó— que si me necesitases para algo,
    aunque tu necesidad supusiera el sacrificio de mi vida, no dejes de llamarme.
    Vendría inmediatamente. Adiós.
    Se volvió y se dirigió a la puerta resueltamente.
    —¡Dunia! —la llamó su hermano, levantándose también y yendo hacia ella
    —. Ya habrás visto que Rasumikhine es un hombre excelente.
    Un leve rubor apareció en las mejillas de Dunia.
    —¿Por qué lo dices? —preguntó, tras unos momentos de espera.
    —Es un hombre activo, trabajador, honrado y capaz de sentir un amor
    verdadero…Adiós, Dunia.
    La joven había enrojecido vivamente. Después su semblante cobró una
    expresión de inquietud.




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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:15

    ***

    —¿Es que nos dejas para siempre, Rodia? Me has hablado como quien
    hace testamento.
    —Adiós, Dunia.
    Se apartó de ella y se fue a la ventana. Dunia esperó un momento, lo miró
    con un gesto de intranquilidad y se marchó llena de turbación.
    Sin embargo, Rodia no sentía la indiferencia que parecía demostrar a su
    hermana. Durante un momento, al final de la conversación, incluso había
    deseado ardientemente estrecharla en sus brazos, decirle así adiós y contárselo
    todo. No obstante, ni siquiera se había atrevido a darle la mano.
    «Más adelante, al recordar mis besos, podría estremecerse y decir que se
    los había robado.»
    Y se preguntó un momento después:
    «Además, ¿tendría la entereza de ánimo necesaria para soportar semejante
    confesión? No, no la soportaría; las mujeres como ella no son capaces de
    afrontar estas cosas.»
    Sonia acudió a su pensamiento. Un airecillo fresco entraba por la ventana.
    Declinaba el día. Cogió su gorra y se marchó.
    No se sentía con fuerzas para preocuparse por su salud, ni experimentaba
    el menor deseo de pensar en ella. Pero aquella angustia continua, aquellos
    terrores, forzosamente tenían que producir algún efecto en él, y si la fiebre no
    le había abatido ya era precisamente porque aquella tensión de ánimo, aquella
    inquietud continua, le sostenían y le infundían una falsa animación.
    Erraba sin rumbo fijo. El sol se ponía. Desde hacía algún tiempo,
    Raskolnikof experimentaba una angustia completamente nueva, no aguda ni
    demasiado penosa, pero continua e invariable. Presentía largos y mortales años
    colmados de esta fría y espantosa ansiedad. Generalmente era al atardecer
    cuando tales sensaciones cobraban una intensidad obsesionante.
    Con estos estúpidos trastornos provocados por una puesta de sol —se dijo
    malhumorado— es imposible no cometer alguna tontería. Uno se siente capaz
    de ir a confesárselo todo no sólo a Sonia, sino a Dunia.»
    Oyó que le llamaban y se volvió. Era Lebeziatnikof, que corría hacia él.
    —Vengo de su casa. He ido a buscarle. Esa mujer ha hecho lo que se
    proponía: se ha marchado de casa con los niños. A Sonia Simonovna y a mí
    nos ha costado gran trabajo encontrarla. Golpea con la mano una sartén y
    obliga a los niños a cantar. Los niños lloran. Catalina Ivanovna se va parando
    en las esquinas y ante las tiendas. Los sigue un grupo de imbéciles. Venga
    usted.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:16

    ***


    —¿Y Sonia? —preguntó, inquieto, Raskolnikof, mientras echaba a andar al
    lado de Lebeziatnikof a toda prisa.
    —Está completamente loca…Bueno, me refiero a Catalina Ivanovna, no a
    Sonia Simonovna. Ésta está trastornada, desde luego; pero Catalina Ivanovna
    está verdaderamente loca, ha perdido el juicio por completo. Terminarán por
    detenerla, y ya puede usted figurarse el efecto que esto le va a producir. Ahora
    está en el malecón del canal, cerca del puente de N, no lejos de casa de Sonia
    Simonovna, que está cerca de aquí.
    En el malecón, cerca del puente y a dos pasos de casa de Sonia
    Simonovna, había una verdadera multitud, formada principalmente por
    chiquillos y rapazuelos. La voz ronca y desgarrada de Catalina Ivanovna
    llegaba hasta el puente. En verdad, el espectáculo era lo bastante extraño para
    atraer la atención de los transeúntes. Catalina Ivanovna, con su vieja bata y su
    chal de paño, cubierta la cabeza con un mísero sombrero de paja ladeado sobre
    una oreja, parecía presa de su verdadero acceso de locura. Estaba rendida y
    jadeante. Su pobre cara de tísica nunca había tenido un aspecto tan lamentable
    (por otra parte, los enfermos del pecho tienen siempre peor cara en la calle, en
    pleno día, que en su casa). Pero, a pesar de su debilidad, Catalina Ivanovna
    parecía dominada por una excitación que iba en continuo aumento. Se arrojaba
    sobre los niños, los reñía, les enseñaba delante de todo el mundo a bailar y
    cantar, y luego, furiosa al ver que las pobres criaturas no sabían hacer lo que
    ella les decía, empezaba a azotarlos.
    A veces interrumpía sus ejercicios para dirigirse al público. Y cuando veía
    entre la multitud de curiosos alguna persona medianamente vestida, le decía
    que mirase a qué extremo habían llegado los hijos de una familia noble y casi
    aristocrática. Si oía risas o palabras burlonas, se encaraba en el acto con los
    insolentes y los ponía de vuelta y media. Algunos se reían, otros sacudían la
    cabeza, compasivos, y todos miraban con curiosidad a aquella loca rodeada de
    niños aterrados.
    Lebeziatnikof debía de haberse equivocado en lo referente a la sartén. Por
    lo menos, Raskolnikof no vio ninguna. Catalina Ivanovna se limitaba a llevar
    el compás batiendo palmas con sus descarnadas manos cuando obligaba a
    Poletchka a cantar y a Lena y Kolia a bailar. A veces se ponía a cantar ella
    misma; pero pronto le cortaba el canto una tos violenta que la desesperaba.
    Entonces empezaba a maldecir de su enfermedad y a llorar. Pero lo que más la
    enfurecía eran las lágrimas y el terror de Lena y de Kolia.





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    Mensaje por Maria Lua Dom 18 Feb 2024, 14:17

    ***

    Había intentado vestir a sus hijos como cantantes callejeros. Le había
    puesto al niño una especie de turbante rojo y blanco, con lo que parecía un
    turco. Como no tenía tela para hacer a Lena un vestido, se había limitado a
    ponerle en la cabeza el gorro de lana, en forma de casco, del difunto Simón
    Zaharevitch, al que añadió como adorno una pluma de avestruz blanca que
    había pertenecido a su abuela y que hasta entonces había tenido guardada en
    su baúl como una reliquia de familia. Poletchka llevaba su vestido de siempre.
    Miraba a su madre con una expresión de inquietud y timidez y no se apartaba
    de ella. Procuraba ocultarle sus lágrimas; sospechaba que su madre no estaba
    en su juicio, y se sentía aterrada al verse en la calle, en medio de aquella
    multitud. En cuanto a Sonia, se había acercado a su madrastra y le suplicaba
    llorando que volviera a casa. Pero Catalina Ivanovna se mostraba inflexible.
    —¡Basta, Sonia! —exclamó, jadeando y sin poder continuar a causa de la
    tos—. No sabes lo que me pides. Pareces una niña. Ya lo he dicho que no
    volveré a casa de esa alemana borracha. Que todo el mundo, que todo
    Petersburgo vea mendigar a los hijos de un padre noble que ha servido leal y
    fielmente toda su vida y que ha muerto, por decirlo así, en su puesto de
    trabajo.
    Aquel trastornado cerebro había urdido esta fantasía, y Catalina Ivanovna
    creía en ella ciegamente.
    —Que ese bribón de general vea esto. Además, tú no te das cuenta de una
    cosa, Sonia. ¿De dónde vamos a sacar ahora la comida? Ya te hemos
    explotado bastante y no quiero que esto continúe…
    En esto vio a Raskolnikof y corrió hacia él.
    —¿Es usted, Rodion Romanovitch? Haga el favor de explicarle a esta tonta
    que la resolución que he tomado es la más conveniente. Bien se da limosna a
    los músicos ambulantes. A nosotros nos reconocerán en seguida: verán que
    somos una familia noble caída en la miseria, y ese detestable general será
    expulsado del ejército: ya lo verá usted. Iremos todos los días a pedir bajo sus
    ventanas. Y cuando pase el emperador, me arrojaré a sus pies y le mostraré a
    mis hijos. «Protéjame, señor», le diré. Es un hombre misericordioso, un padre
    para los huérfanos, y nos protegerá, ya lo verá usted. Y ese detestable
    general…Lena, tenez—vous droite. Tú, Kolia, vas a volver a bailar en
    seguida. Pero ¿por qué lloras? ¿De qué tienes miedo, so tonto? Señor, ¿qué
    puedo hacer con ellos? Le hacen perder a una la paciencia, Rodion
    Romanovitch.
    Y entre lágrimas (lo que no le impedía hablar sin descanso) mostraba a
    Raskolnikof sus desconsolados hijos.









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    Mensaje por Maria Lua Lun 19 Feb 2024, 07:58

    ***
    El joven intentó convencerla de que volviera a su habitación, diciéndole
    (creía que levantaría su amor propio) que no debía ir por las calles como los
    organilleros, cuando estaba en vísperas de ser directora de un pensionado para
    muchachas nobles.
    —¿Un pensionado? ¡Ja, ja, ja! ¡Ésa es buena! —exclamó Catalina
    Ivanovna, a la que acometió un acceso de tos en medio de su risa—. No,
    Rodion Romanovitch: ese sueño se ha desvanecido. Todo el mundo nos ha
    abandonado. Y ese general…Sepa usted, Rodion Romanovitch, que le arrojé a
    la cabeza un tintero que había en una mesa de la antecámara, al lado de la hoja
    donde han de poner su nombre los visitantes. No escribí el mío, le arrojé el
    tintero a la cabeza y me marché. ¡Cobardes! ¡Miserables…! Pero ahora me río
    de ellos. Me encargaré yo misma de la alimentación de mis hijos y no me
    humillaré ante nadie. Ya la hemos explotado bastante —señalaba a Sonia—.
    Poletchka, ¿cuánto dinero hemos recogido? A ver. ¿Cómo? ¿Dos kopeks nada
    más? ¡Qué gente tan miserable! No dan nada. Lo único que hacen es venir
    detrás de nosotros como idiotas. ¿De qué se reirá ese cretino? —señalaba a
    uno del grupo de curiosos—. De todo esto tiene la culpa Kolia, que no
    entiende nada. La saca a una de quicio… ¿Qué quieres, Poletchka? Háblame
    en francés, parle—moi français. Te he dado lecciones; sabes muchas frases. Si
    no hablas en francés, ¿cómo sabrá la gente que perteneces a una familia noble
    y que sois niños bien educados y no músicos ambulantes? Nosotros no
    cantaremos cancioncillas ligeras, sino hermosas romanzas. Bueno, vamos a
    ver qué cantamos ahora. Haced el favor de no interrumpirme…Oiga, Rodion
    Romanovitch nos hemos detenido aquí para escoger nuestro repertorio…
    Necesitamos un aire que pueda bailar Kolia…Ya comprenderá usted que no
    tenemos nada preparado. Primero hay que ensayar, y cuando ya podamos
    presentar un trabajo de conjunto, nos iremos a la avenida Nevsky, por donde
    pasa mucha gente distinguida, que se fijará en nosotros inmediatamente. Lena
    sabe esa canción que se llama La casita de campo, pero ya la conoce todo el
    mundo y resulta una lata. Necesitamos un repertorio de más calidad. Vamos,
    Polia, dame alguna idea; ayuda a tu madre… ¡Ah, esta memoria mía! ¡Cómo
    me falla! Si no me fallase, ya sabría yo lo que tenemos que cantar. Pues no es
    cosa de que cantemos El húsar apoyado en su sable… ¡Ah, ya sé! Cantaremos
    en francés Cinq sous. Vosotros sabéis esta canción porque os la he enseñado, y
    como es una canción francesa, la gente verá en seguida que pertenecéis a una
    familia noble y se conmoverá También podríamos cantar Marlborough s'en va
    —t—en guerre, que es una canción infantil que se canta en todas las casas
    aristocráticas para dormir a los niños.
    »Marlborough s'en va—t—en guerre, ne sait quand reviendra.
    Había empezado a cantar, pero en seguida se interrumpió.
    —No, es mejor que cantemos Cinq sous…Anda, Kolia: las manos en las
    caderas, y a moverse vivamente. Y tú, Lena, da vueltas también, pero en
    sentido contrario. Poletchka y yo cantaremos y batiremos palmas.
    »Cinq sous, cinq sous Pour monter notre ménage.
    La acometió un acceso de dos.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 19 Feb 2024, 07:59

    ***
    —Poletchka —dijo sin cesar de toser—, arréglate el vestido. Las
    hombreras te cuelgan. Ahora vuestro porte debe ser especialmente digno y
    distinguido, a fin de que todo el mundo pueda ver que pertenecéis a la nobleza.
    Ya decía yo que tu corpiño debía ser más largo. Mira el resultado: esta niña es
    una caricatura… ¿Otra vez llorando? Pero ¿qué os pasa, estúpidos? Vamos,
    Kolia, empieza ya. ¡Anda! Animo. ¡Oh, qué criatura tan insoportable!
    »Cinq sous, cinq sous. » ¿Ahora un soldado? ¿A qué vienes?
    Era un gendarme, que se había abierto paso entre la muchedumbre. Pero, al
    mismo tiempo, se había acercado un señor de unos cincuenta años y aspecto
    imponente, que llevaba uniforme de funcionario y una condecoración
    pendiente de una cinta que rodeaba su cuello (lo cual produjo gran satisfacción
    a Catalina Ivanovna y causó cierta impresión al gendarme). El caballero, sin
    desplegar los labios, entregó a la viuda un billete de tres rublos, mientras su
    semblante reflejaba una compasión sincera. Catalina Ivanovna aceptó el
    obsequio y se inclinó ceremoniosamente.
    —Muchas gracias, señor —dijo en un tono lleno de dignidad—. Las
    razones que nos han impulsado a…Toma el dinero, Poletchka. Ya ves que
    todavía hay en el mundo hombres generosos y magnánimos prestos a socorrer
    a una dama de la nobleza caída en el infortunio. Los huérfanos que ve ante
    usted, señor, son de origen noble, e incluso puede decirse que están
    emparentados con la más alta aristocracia…Ese miserable general estaba
    comiendo perdices…Empezó a golpear el suelo con el pie, contrariado por mi
    presencia, y yo le dije: «Excelencia, usted conocía a Simón Zaharevitch.
    Proteja a sus huérfanos. El mismo día de su entierro, su hija ha tenido que
    soportar las calumnias del más miserable de los hombres…» ¿Todavía está
    aquí este soldado?
    Y gritó, dirigiéndose al funcionario:
    —Protéjame, señor. ¿Por qué me acosa este soldado? Ya hemos tenido que
    librarnos de uno en la calle de los Burgueses… ¿Qué quieres de mí, imbécil?



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    Mensaje por Maria Lua Lun 19 Feb 2024, 08:00

    ***

    —Está prohibido armar escándalo en la calle. Haga el favor de
    comportarse con más corrección.
    —¡Tú sí que eres incorrecto! Yo no hago sino lo que hacen los músicos
    ambulantes. ¿Por qué te has de ensañar conmigo?
    —Los músicos ambulantes necesitan un permiso. Usted no lo tiene y
    provoca escándalos en la vía pública. ¿Dónde vive usted?
    —¿Un permiso? —exclamó Catalina Ivanovna—. ¡He enterrado hoy a mi
    marido! ¿Qué permiso puedo tener?
    —Cálmese, señora —dijo el funcionario—. Venga, la acompañaré a su
    casa. Usted no es persona para estar entre esta gente. Está usted enferma…
    —¡Señor, usted no conoce nuestra situación! —dijo Catalina Ivanovna—.
    Tenemos que ir a la avenida Nevsky… ¡Sonia, Sonia…! ¿Dónde estás?
    ¿También tú lloras? Pero ¿qué os pasa a todos…? Kolia, Lena, ¿adónde vais?
    —exclamó, súbitamente aterrada—. ¡Qué niños tan estúpidos! ¡Kolia, Lena!
    ¿Adónde vais?
    Lo ocurrido era que los niños, ya asustados por la multitud que los rodeaba
    y por las extravagancias de su madre, habían sentido verdadero terror al ver
    acercarse al gendarme dispuesto a detenerlos y habían huido a todo correr.
    La infortunada Catalina Ivanovna se había lanzado en pos de ellos,
    gimiendo y sollozando. Era desgarrador verla correr jadeando y entre sollozos.
    Sonia y Poletchka salieron en su persecución.
    —¡Cógelos, Sonia! ¡Qué niños tan estúpidos e ingratos! ¡Detenlos, Polia!
    Todo lo he hecho por vosotros.
    En su carrera tropezó con un obstáculo y cayó.
    —¡Se ha herido! ¡Está cubierta de sangre! ¡Dios mío!
    Y mientras decía esto, Sonia se había inclinado sobre ella.
    La gente se apiñó en torno de las dos mujeres. Raskolnikof y Lebeziatnikof
    habían sido de los primeros en llegar, así como el funcionario y el gendarme.
    —¡Qué desgracia! —gruñó este último, presintiendo que se hallaba ante un
    asunto enojoso.
    Luego trató de dispersar a la multitud que se hacinaba en torno de él.
    —¡Circulen, circulen!
    —Se muere —dijo uno.
    —Se ha vuelto loca —afirmó otro.
    —¡Piedad para ella, Señor! —dijo una mujer santiguándose—. ¿Se ha
    encontrado a los niños? Sí, ahí vienen; los trae la niña mayor. ¡Qué desgracia,
    Dios mío!






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    Mensaje por Maria Lua Lun 19 Feb 2024, 08:00

    ***

    Al examinar atentamente a Catalina Ivanovna se pudo ver que no se había
    herido, como creyera Sonia, sino que la sangre que teñía el pavimento salía de
    su boca.
    —Yo sé lo que es eso —dijo el funcionario en voz baja a Raskolnikof y
    Lebeziatnikof—. Está tísica. La sangre empieza a salir y ahoga al enfermo. Yo
    he presenciado un caso igual en una parienta mía. De pronto echó vaso y
    medio de sangre. ¿Qué podemos hacer? Se va a morir.
    —¡Llévenla a mi casa! —suplicó Sonia—. Vivo aquí mismo…Aquella
    casa, la segunda… ¡A mi casa, pronto…! Busquen un médico… ¡Señor!
    Todo se arregló gracias a la intervención del funcionario. El gendarme
    incluso ayudó a transportar a Catalina Ivanovna. La depositaron medio muerta
    en la cama de Sonia. La hemorragia continuaba, pero la enferma se iba
    recobrando poco a poco.
    En la habitación, además de Sonia, habían entrado Raskolnikof,
    Lebeziatnikof, el funcionario y el gendarme, que obligó a retirarse a algunos
    curiosos que habían llegado hasta la puerta. Apareció Poletchka con los
    fugitivos, que temblaban y lloraban. De casa de Kapernaumof llegaron
    también, primero el mismo sastre, con su cojera y su único ojo sano, y que
    tenía un aspecto extraño con sus patillas y cabellos tiesos; después su mujer,
    cuyo semblante tenía una expresión de espanto, y en pos de ellos algunos de
    sus niños, cuyas caras reflejaban un estúpido estupor. Entre toda esta multitud
    apareció de pronto el señor Svidrigailof. Raskolnikof le contempló con un
    gesto de asombro. No comprendía de dónde había salido: no recordaba haberlo
    visto entre la multitud.
    Se habló de llamar a un médico y a un sacerdote. El funcionario murmuró
    al oído de Raskolnikof que la medicina no podía hacer nada en este caso, pero
    no por eso dejó de aprobar la idea de que se fuera a buscar un doctor.
    Kapernaumof se encargó de ello.
    Entre tanto, Catalina Ivanovna se había reanimado un poco. La hemorragia
    había cesado. La enferma dirigió una mirada llena de dolor, pero penetrante, a
    la pobre Sonia, que, pálida y temblorosa, le limpiaba la frente con un pañuelo.
    Después pidió que la levantaran. La sentaron en la cama y le pusieron
    almohadas a ambos lados para que pudiera sostenerse.



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
    (Hánjel)





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