Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:09

    ***
    —Eso que dice del cordero no es así, señor, no habrá nada semejante allí, señor, ni
    debe haberlo, si hay plena justicia —observó, solemne, Smerdiakov.
    —¿Qué quieres decir con eso de que «si hay plena justicia»? —gritó Fiódor
    Pávlovich aún más alegre, dando un golpe con la rodilla a Aliosha.
    —¡Es un canalla, eso es lo que es! —soltó Grigori. Iracundo, lo miró fijamente a los
    ojos.
    —En cuanto a lo de canalla, tómeselo con un poco de calma, Grigori Vasílievich —
    replicó Smerdiakov, demostrando temple y contención—. Piense más bien que, si yo
    cayera en manos de esos que torturan a los cristianos y me viera impelido por ellos a
    maldecir el nombre de Dios y renegar de mi santo bautismo, mi propia razón me
    autorizaría plenamente a hacerlo, pues no habría pecado alguno en ello.
    —¡Esto ya lo has dicho, no seas tan prolijo y demuéstralo! —gritó Fiódor Pávlovich.
    —¡Marmitón! —susurró Grigori con desdén.
    —Respecto a eso de marmitón, espere también un poco y, antes de insultar, juzgue
    usted mismo, Grigori Vasílievich. Porque, en cuanto les dijera a mis verdugos: «No, no
    soy cristiano, ¡maldigo al verdadero Dios!», en ese mismo momento, por el tribunal
    supremo de Dios, inmediata y específicamente, sería anatema a los ojos de la justicia
    divina, quedaría maldito y excluido de la Santa Iglesia, como un pagano, de modo que
    en el instante de proferir estas palabras, qué digo, solo ya con pensar en pronunciarlas,
    resulto excomulgado, ¿es cierto o no, Grigori Vasílievich? —se dirigía con evidente
    satisfacción a Grigori, contestando en esencia solo a las preguntas de Fiódor Pávlovich,
    y se daba perfecta cuenta de ello, pero fingía creer que era Grigori quien se las había
    formulado.
    —¡Iván! —gritó de repente Fiódor Pávlovich—. Inclínate, arrima el oído. Ha
    arreglado todo esto para ti, quiere ganarse tus elogios. Adelante, dale esa alegría.
    Iván Fiódorovich escuchó con total seriedad el anuncio exaltado de su padre.
    —Espera, Smerdiakov, cállate un rato —gritó de nuevo Fiódor Pávlovich—. Iván,
    arrima otra vez el oído.
    Iván Fiódorovich volvió a inclinarse, con el aspecto más serio del mundo.
    —Te quiero tanto como a Aliosha. No creas que no te quiero. ¿Un poco de coñac?
    —Sí —Iván Fiódorovich miró a su padre mientras pensaba: «Has empinado el codo
    a base de bien». A Smerdiakov lo observaba con mucha curiosidad.
    —Tú ya estás maldito y anatematizado —estalló Grigori—, ¿cómo te atreves a
    hablar después de eso, canalla, si…?
    —¡No insultes, Grigori, no insultes! —le interrumpió Fiódor Pávlovich.
    —Paciencia, Grigori Vasílievich, un poco más de paciencia y siga escuchando, que
    todavía no he acabado. Porque en el mismo momento en que sea maldito por Dios,
    inmediatamente, en ese momento, es decir, en el momento supremo, me convierto en
    pagano, se me borra el bautismo y no se me imputa nada, ¿no es así?



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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:09

    ***


    —Ve acabando, hermano, date prisa y concluye —lo apremió Fiódor Pávlovich,
    sorbiendo con placer de su copita.
    —Pues bien, si no soy ya cristiano, no miento a los verdugos cuando me preguntan:
    «¿Eres cristiano o no?», pues yo ya había sido privado de mi cristiandad por el propio
    Dios, sin otra causa que mi intención y antes incluso de que pudiese decir una palabra
    a mis verdugos. Bien, si he perdido mi condición de cristiano, ¿cómo y con qué
    derecho podrán pedirme cuentas en el otro mundo, en tanto que cristiano, por haber
    abjurado de Cristo, cuando por mi mera premeditación yo ya había sido desposeído
    del bautismo? Si no soy ya cristiano, no puedo abjurar de Cristo, porque eso ya sería
    cosa hecha. ¿Quién, entonces, allí en el cielo, pediría cuentas a un vil tártaro por no
    haber nacido cristiano, quién lo castigaría por ello, teniendo en cuenta que no se
    puede desollar a un buey dos veces? Si Dios omnipotente pide cuentas a un tártaro
    cuando éste muere, he de creer que lo hará para castigarlo levemente (visto que no es
    posible que no lo castigue en absoluto), considerando que al fin y al cabo no era culpa
    suya si nació sucio, de padre y madre sucios. El Señor Dios no puede tomar a un
    tártaro por la fuerza y afirmar que también él era cristiano, ¿no? Eso significaría que el
    Omnipotente está diciendo una gran mentira. ¿Y acaso puede el todopoderoso Señor
    del cielo y la tierra decir una mentira, aunque sea con una sola palabra, señor?
    Grigori estaba atónito y miraba al orador con los ojos desorbitados. Aunque no
    comprendía muy bien lo que se estaba diciendo, de pronto asimiló algo de todo aquel
    galimatías y se quedó parado con el aspecto de un hombre que acaba de golpearse la
    frente contra una pared. Fiódor Pávlovich apuró la copita y soltó una ruidosa carcajada.
    —¡Alioshka, Alioshka! ¿Has oído eso? ¡Ay, eres un casuista! Eso es que ha estado
    con los jesuitas en alguna parte, Iván. Ah, jesuita maloliente, ¿quién te ha enseñado
    eso? Pero mientes, casuista, mientes, mientes y mientes. No llores, Grigori, ahora
    mismo lo reduciremos a polvo y humo. Contesta a esto, burra: ante tus torturadores
    puedes tener razón, pero tú mismo has renegado de tu fe y dices que en ese justo
    momento estás anatematizado y eres maldito y, si estás anatematizado, no te van a
    obsequiar con caricias en el infierno. ¿Qué dices a esto, mi bello jesuita?
    —No cabe duda, señor, que dentro de mí he abjurado, pero aun así no hay en esto
    un pecado especial y, si hubo un pequeño pecado, fue de lo más corriente, señor.
    —¿Cómo, de lo más corriente?
    —¡Mientes, maldiiito! —silbó Grigori.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:10

    ***


    —Juzgue por sí mismo, Grigori Vasílievich —siguió diciendo Smerdiakov con voz
    grave y sosegada, consciente de su victoria, pero dando como muestras de
    magnanimidad con el adversario derrotado—, juzgue por sí mismo: está dicho en las
    Escrituras que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a esta montaña: «Vete de
    aquí y arrójate al mar», y será hecho enseguida, a la primera orden. Pues bien, Grigori
    Vasílievich, si yo no soy creyente y usted lo es tanto que me injuria sin cesar, intente
    136
    decir, señor, a esa montaña no que se arroje al mar (porque el mar queda lejos de
    aquí) sino que se desplace hasta nuestro riachuelo hediondo, el que discurre detrás de
    nuestro huerto, y en ese instante verá que nada se mueve, señor, que todo sigue en el
    mismo orden de antes, intacto, por mucho que usted grite, señor. Y esto significa que
    usted, Grigori Vasílievich, tampoco cree del modo conveniente, y que no hace sino
    insultar a los demás de todas las maneras posibles. Y, teniendo en cuenta, además,
    que nadie en nuestro tiempo, no solo usted, señor, sino decididamente nadie,
    empezando por las personalidades más elevadas y acabando por el último de los
    campesinos, puede hacer que se arroje una montaña al mar, salvo quizá una persona
    en toda la tierra, dos a lo sumo, y que tal vez se encuentren salvando su alma en
    secreto en algún desierto egipcio, de manera que nadie pueda encontrarlos, y, si eso
    es así, señor, si todos los demás se revelan como incrédulos, ¿es posible que el resto,
    es decir, la población de toda la tierra, excepto ese par de ermitaños del desierto, sean
    malditos por el Señor y, en su misericordia, tan conocida, no perdone a nadie? Por
    eso, también, tengo la esperanza de que, aun habiendo dudado una vez, seré
    perdonado cuando derrame lágrimas de arrepentimiento.
    —¡Espera! —gritó Fiódor Pávlovich en una apoteosis de exaltación—. ¿Así que aún
    supones que existen dos hombres capaces de mover montañas? Iván, toma nota,
    escríbelo: ¡en estas palabras se manifiesta todo el hombre ruso!
    —Su observación es del todo justa, éste es un rasgo de la fe popular —asintió Iván
    Fiódorovich con una sonrisa de aprobación.
    —¡Así que estás de acuerdo! ¡Bueno, pues debe de ser así, si hasta tú estás de
    acuerdo! Alioshka, es verdad, ¿no? Así es la fe rusa, ¿no crees?
    —No, la fe de Smerdiakov no es rusa en absoluto —dijo Aliosha con seriedad y
    firmeza.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:12

    ***

    —No me refiero a su fe sino a ese rasgo, a esos dos ermitaños del desierto, solo a
    ese detalle: ¿no es eso ruso, muy ruso?
    —Sí, ese detalle es completamente ruso —sonrió Aliosha.
    —Tu palabra, burra, vale una moneda de oro y te la mandaré hoy mismo, pero, aun
    así, en cuanto a todo lo demás, mientes, mientes y mientes; debes saber, tonto, que si
    aquí no creemos es únicamente por frivolidad, porque no tenemos tiempo: primero,
    nos abruman las ocupaciones y, segundo, Dios nos ha dado poco tiempo, solo
    veinticuatro horas al día, así que ni siquiera nos alcanza para dormir lo suficiente, no
    digo ya para arrepentirnos. ¡Mientras que tú abjuras ante tus torturadores cuando no
    puedes pensar en otra cosa más que en la fe y precisamente cuando hay que
    manifestarla! ¿No es eso un pecado, hermano?
    —Serlo lo es, pero juzgue por sí mismo, Grigori Vasílievich, eso no hace sino
    volverlo más leve. Porque, si entonces yo hubiera creído en la verdad absoluta como
    es debido, habría pecado realmente al no aceptar el martirio por mi fe y al convertirme
    137
    a la sucia fe de Mahoma. Pero no habría llegado al martirio en ese momento, señor,
    porque me habría bastado con decir en ese mismo instante a la montaña: «Muévete y
    aplasta a mi torturador», para que se moviera y lo aplastase como una cucaracha, y yo
    me habría marchado como si nada, cantando y glorificando a Dios. Pero, si justo en
    ese momento yo intentara todo eso y deliberadamente gritase a la montaña: «Aplasta
    a estos torturadores», y ésta no los aplastara, díganme, ¿cómo no habría de dudar
    entonces, en esa terrible hora de gran miedo mortal? De todos modos, yo ya sabría
    que no iba a alcanzar plenamente el reino de los cielos (pues, si la montaña no se ha
    movido ante mis palabras, eso es que no deben de dar mucho crédito a mi palabra allí
    y que no me aguarda una gran recompensa en el otro mundo). ¿Para qué, entonces,
    he de dejar, por encima de todo y sin provecho alguno, que me desuellen vivo? Pues,
    aunque me hubiesen despellejado ya la mitad de la espalda, esa montaña seguiría sin
    moverse ante mis palabras y mis gritos. En un momento así, no solo pueden asaltarlo a
    uno las dudas sino que incluso puede perder la cabeza del miedo. Por tanto, ¿de qué
    sería especialmente culpable si, al no ver provecho ni recompensa aquí ni allí, al menos
    pusiera a salvo mi piel? Y por eso, confiando mucho en la misericordia de Dios,
    alimento la esperanza de ser completamente perdonado, señor…






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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:25

    ***

    VIII. Ante una copita de coñac



    La discusión terminó pero, extrañamente, Fiódor Pávlovich, que antes se había
    divertido tanto, acabó de pronto con el ceño fruncido. Y con el ceño fruncido se atizó
    otra copita de coñac, que estaba ya totalmente de más.
    —¡Largo de aquí, jesuitas, fuera! —gritó a los criados—. Vete, Smerdiakov. Hoy te
    mandaré la moneda de oro prometida. No llores, Grigori, vete con Marfa, ella te
    consolará y te acostará. Esos canallas no le dejan a uno un minuto de tranquilidad
    después de la comida —dijo bruscamente y con despecho una vez que los criados se
    hubieron retirado, acatando su orden al instante—. Smerdiakov ahora siempre se
    planta aquí después de la comida, ¿es en ti en quien tiene tanto interés? ¿Con qué lo
    habrás engatusado? —añadió dirigiéndose a Iván Fiódorovich.
    —Con nada en absoluto —contestó éste—. Se le ha ocurrido respetarme; es un
    lacayo y un patán. Por lo demás, será carne de cañón de vanguardia cuando llegue el
    momento.
    —¿De vanguardia?
    —Habrá otros y mejores, pero también de este tipo. Primero irán éstos y luego los
    mejores.
    —Y ¿cuándo llegará el momento?
    —El cohete arderá, pero quizá no hasta el final. Al pueblo, por ahora, no le gusta
    demasiado escuchar a estos pinches de cocina.
    —Así es, hermano, una burra de Balaam como él piensa y piensa, y el diablo sabe
    hasta dónde pueden llevarlo sus pensamientos.
    —Acumula ideas —dijo Iván con una sonrisa burlona.
    —Verás, sé muy bien que a mí no me soporta, como tampoco soporta a todos los
    demás, a ti incluido, aunque creas que «se le ha ocurrido respetarte». Y todavía menos
    a Aliosha, a quien desprecia. Aunque no roba, ésa es la cuestión, ni es chismoso; calla,
    no airea los trapos sucios, prepara unas empanadas magníficas; por lo demás, que se
    vaya al diablo, a decir verdad, ¿de qué sirve hablar de él?
    —De nada, desde luego.
    —Y, en cuanto a lo que puede llegar a imaginar, al campesino ruso, hablando en
    general, hay que azotarlo. Siempre lo he afirmado. Nuestro campesino es un estafador,
    no hay que compadecerlo, y está muy bien que, incluso ahora, de vez en cuando se
    lleve una zurra. La tierra rusa es fuerte por sus abedules. Si se destruyen los bosques,
    será el fin para la tierra rusa. Yo estoy a favor de la gente inteligente. Nosotros, con
    gran inteligencia, hemos dejado de golpear a los campesinos, y ellos mismos siguen
    139
    azotándose entre sí. Y hacen bien. Con la misma medida con que medís, os medirán a
    vosotros, ¿se dice así? En una palabra, os medirán. Y Rusia es una porquería. Amigo
    mío, si supieras cómo odio Rusia… Es decir, no Rusia, sino todos estos vicios… y quizá
    Rusia, también. Tout cela c’est de la cochonnerie. ¿Sabes lo que me gusta? Me gusta
    el ingenio











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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:26

    ***

    —Se ha bebido otra copita. Debería parar.
    —Espera, me beberé una más y luego otra, entonces pararé. No, espera, me has
    interrumpido. Al pasar por Mókroie pregunté a un viejo, y me dijo: «Lo que más nos
    gusta es sentenciar a las muchachas al castigo de azotes, y dejamos a todos los mozos
    que den los latigazos. Y después, a la que ha recibido el castigo el mozo la toma por
    esposa, así que ahora, para las propias chicas, se ha convertido en una costumbre».
    Una especie de marqueses de Sade, ¿no? Di lo que quieras, pero es ingenioso. ¿Por
    qué no nos acercamos y echamos un vistazo, eh? Alioshka, ¿te has puesto rojo? No te
    avergüences, hijo. Es una pena que, hace un rato, cuando estaba con el padre
    higúmeno, no esperase a estar en la mesa para hablarles a los monjes de las chicas de
    Mókroie. Aliosha, no te enfades por que haya ofendido a tu higúmeno hace un rato. La
    rabia se apodera de mí, hermano. Porque, si hay Dios, si existe, bueno, entonces, por
    supuesto, soy culpable y responderé por ello, pero, si no existe en absoluto, ¿qué se
    merecen entonces esos padres tuyos? No basta con cortarles la cabeza, porque frenan
    el progreso. ¿Me crees, Iván, que esto desgarra mis sentimientos? No, no me crees, lo
    veo en tus ojos. Crees lo que dice la gente, que soy solo un bufón. Aliosha, ¿crees que
    no soy solo un bufón?
    —Creo que no es solo un bufón.
    —Creo que lo crees y que hablas con sinceridad. Miras con sinceridad y hablas con
    sinceridad. No como Iván. Iván es altivo… Pero, con todo, yo acabaría con ese
    pequeño monasterio tuyo. Tomaría todo ese misticismo de una tacada de toda la tierra
    rusa y lo eliminaría, para hacer entrar en razón de una vez por todas a todos esos
    imbéciles. ¡Y cuánta plata y cuánto oro entrarían en la casa de la moneda!
    —¿Y para qué eliminarlo? —preguntó Iván.
    —Para que resplandezca más pronto la verdad, para eso.
    —Pero, si esta verdad resplandece, usted sería el primero en ser saqueado y
    luego… eliminado.
    —¡Bah! Quizá tengas razón tú. ¡Ah, qué burro soy! —gritó de repente Fiódor
    Pávlovich, dándose una leve palmada en la frente—. Bueno, pues en ese caso, que
    siga en pie tu pequeño monasterio, Alioshka. Y nosotros, gente inteligente, estaremos
    a resguardo, bien calientes, tomando coñac. ¿Sabes, Iván, que debió de ser Dios quien
    estableció las cosas de este modo a propósito? Dime, Iván: ¿existe Dios o no? Espera:
    ¡di la verdad, habla en serio! ¿Por qué te ríes otra vez?
    —Me río porque usted mismo, hace un momento, ha hecho una ingeniosa
    observación sobre la fe de Smerdiakov en la existencia de esos dos eremitas que
    pueden hacer que se muevan las montañas.
    —¿Acaso hay semejanza con lo de ahora?
    —Mucha.
    —Bueno, eso es que yo también soy un hombre ruso y tengo un rasgo ruso, y a ti,
    filósofo, puedo encontrarte también un rasgo del mismo género. ¿Quieres que lo
    haga? Apuesto a que mañana mismo lo encuentro. Pero dime: ¿existe Dios, sí o no?
    ¡En serio! En este momento necesito que lo digas en serio.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:27

    ***
    —No, Dios no existe.
    —Alioshka, ¿existe Dios?
    —Sí.
    —Iván, y ¿existe la inmortalidad, sea la que sea, incluso la más pequeña, la más
    diminuta?
    —No, la inmortalidad tampoco existe.
    —¿Ninguna?
    —Ninguna.
    —¿Cero absoluto? ¿O hay algo? ¿Es posible que al menos exista algo? ¡No dirás
    que no hay nada!
    —Cero absoluto.
    —Aliosha, ¿existe la inmortalidad?
    —Sí.
    —¿Y Dios y la inmortalidad?
    —Tanto Dios como la inmortalidad. La inmortalidad está en Dios.
    —Hum. Probablemente Iván tenga razón. Señor, y ¡pensar todo lo que el hombre
    ha entregado a la fe, todas las fuerzas que ha gastado en balde en nombre de este
    sueño y desde hace tantos miles de años! Pero ¿quién se ríe del hombre de ese
    modo? ¿Iván? Por última vez, definitivamente: ¿existe Dios o no? ¡Te lo pregunto por
    última vez!
    —Y por última vez digo que no.
    —Pero, entonces, ¿quién se ríe de la gente, Iván?
    —Debe de ser el demonio. —Iván Fiódorovich se sonrió burlonamente.
    —¿Y el demonio existe?
    —No, el demonio tampoco existe.
    —Lástima. Que el diablo me lleve, ¡lo que le haría, después de esto, al primero que
    inventó a Dios! ¡Sería poco colgarlo de un triste álamo!
    —No existiría civilización alguna de no haberse inventado Dios.
    —¿No existiría? ¿Sin Dios?
    —Así es. Y el coñac tampoco. Con todo, ya va siendo hora de retirárselo a usted.
    141
    —Espera, espera, espera, querido mío, una copita más. He ofendido a Aliosha. ¿No
    estás enfadado conmigo, Alekséi? ¡Mi querido Alekséichik, mi Alekséichik!
    —No, no estoy enfadado. Sé cuáles son sus pensamientos. Tiene mejor corazón
    que cabeza.
    —¿Que tengo mejor corazón que cabeza? Señor, ¿y eres tú quien dice eso? Iván,
    ¿quieres a Aliosha?
    —Lo quiero.
    —Quiérelo. —Fiódor Pávlovich estaba ya borracho como una cuba—. Escucha,
    Aliosha, hace un rato cometí una grosería con tu stárets. Pero estaba excitado. Dime,
    ese stárets tiene ingenio, ¿no te parece, Iván?
    —Quizá sí.
    —Lo tiene, lo tiene, il y a du Piron là-dedans. Es un jesuita, ruso, quiero decir.
    Como en toda criatura honrada, bulle una indignación oculta en él, porque debe
    representar un papel… por el aire de santidad que tiene que darse.
    —Pero él cree en Dios.
    —Ni por asomo. ¿No lo sabías? Pero si él mismo se lo dice a todos; bueno, no a
    todos, sino a todas las personas inteligentes que van a visitarlo. Al gobernador Schultz
    le soltó directamente: credo, pero no sé en qué.
    —¿De verdad?
    —Así es. Pero lo respeto. Hay algo mefistofélico en él o, mejor, de Un héroe de
    nuestro tiempo… ¿Cómo se llama? ¿Arbenin? En definitiva, es un lujurioso; lo es hasta
    tal punto que incluso ahora me daría miedo que mi hija o mi mujer fueran a confesarse
    con él. ¿Sabes? Cuando se pone a contar historias… Hace tres años nos invitó a tomar
    el té, con un licorcito también (las señoras le mandan licores), y cuando se puso a
    pintar su pasado nos partíamos de risa… Sobre todo cómo había curado a una
    paralítica. «Si no me dolieran las piernas, os enseñaría un bailecito.» Qué tipo, ¿eh?
    «En mis días hice bastantes santas locuras», dijo. Una vez le birló sesenta mil rublos al
    comerciante Demídov.
    —¿Cómo? ¿Se los robó?
    —Demídov se los llevó creyendo que era un hombre decente: «Guárdamelos,
    hermano, mañana vendrán a hacerme un registro». Y él se los guardó. «Los has
    donado a la Iglesia, ¿no?», le dijo. Y yo le digo: «Eres un canalla». «No —me
    responde—, no soy un canalla, sino un hombre desprendido…» Aunque no se trataba
    de él… Se trataba de otro. Lo he confundido con otro… y no me había dado cuenta.
    Bueno, una copita más y basta; llévate la botella, Iván. Estaba mintiendo, ¿por qué no
    me has frenado, Iván…? ¿Por qué no me has dicho que estaba mintiendo?
    —Sabía que se frenaría usted mismo.
    —Mientes, lo has hecho por maldad, solo por maldad. Me desprecias. Has venido a
    mí y en mi propia casa me desprecias.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:49

    ***



    —Me voy: el coñac se le sube a la cabeza.
    —Te he suplicado en nombre de Cristo que fueras a Chermashniá… un día o dos, y
    tú no vas.
    —Iré mañana, si insiste tanto.
    —No irás. Quieres quedarte aquí para espiarme, eso es lo que quieres, alma
    pérfida; por eso no te vas, ¿eh?
    El viejo no se calmaba. Había llegado a ese punto de embriaguez en que ciertos
    borrachos, hasta entonces tranquilos, de repente quieren enfurecerse y alardear.
    —¿Qué haces mirándome así? ¿Qué ojos son ésos? Tus ojos me miran y me dicen:
    «Cerdo borracho». Ojos suspicaces, ojos desdeñosos… Has venido aquí con algo en la
    cabeza. Aliosha me mira y sus ojos brillan. Aliosha no me desprecia. Alekséi, no quieras
    a Iván…
    —¡No la tome con mi hermano! Deje de ofenderlo —dijo de repente Aliosha con
    firmeza.
    —Está bien, como quieras. Huy, me duele la cabeza. Llévate el coñac, Iván, es la
    tercera vez que te lo digo. —Se quedó pensativo y bruscamente asomó a sus labios
    una sonrisa larga y astuta—. No te enfades, Iván, con este viejo enclenque. Sé que no
    me quieres, pero no te enfades. No hay motivos para quererme. Irás a Chermashniá,
    luego yo iré a buscarte y te llevaré un regalo. Te enseñaré allí a una chica a la que le
    tengo echado el ojo hace tiempo. Ahora va descalza. No tengas miedo de las chicas
    descalzas, no las desprecies: ¡son perlas! —Y se dio un sonoro beso en la punta de los
    dedos—. Para mí —se reanimó de pronto todo él, como si por un momento, al tocar
    su tema preferido, se le hubiera pasado la borrachera—, para mí… ¡Ay, muchachos!
    Hijos míos, cerditos míos, para mí… ¡En toda mi vida no ha habido una mujer fea, ésa
    es mi norma! ¿Podéis entenderlo? ¿Cómo vais a entenderlo, vosotros? Todavía tenéis
    leche en las venas en lugar de sangre, ¡no habéis salido del cascarón! Conforme a mi
    norma, en cada mujer se puede encontrar, maldita sea, algo de extraordinario interés,
    algo que no encontrarás en ninguna otra: solo hay que saber encontrarlo, ¡ése es el
    truco! ¡Es un talento! Para mí, no hay mujeres feas: el mero hecho de que una mujer
    sea mujer ya es la mitad de todo… Pero ¡cómo vais a entenderlo vosotros! Incluso en
    las solteronas a veces se encuentra algo que te hace maravillarte de todos los
    imbéciles que las han dejado envejecer sin haberse percatado hasta entonces. Con
    una descalza y una fea lo primero que hay que hacer es sorprenderla, así es como hay
    que abordarla. ¿No lo sabías? Hay que asombrarla hasta que esté eufórica,
    impresionada, avergonzada de que semejante señor se haya enamorado de una
    criatura mugrienta como ella. Es verdaderamente magnífico que siempre haya habido
    y siempre vaya a haber granujas y señores en el mundo, y que siempre haya habido,
    por tanto, una fregona, y siempre con su señor, y ¡esto es lo único que uno necesita en
    la vida para ser feliz!





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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:50

    ***


    Espera… Escucha, Alioshka, a tu difunta madre yo siempre la
    sorprendía, aunque el resultado era distinto. No solía acariciarla, pero de repente,
    cuando llegaba el momento, todo yo me desmoronaba ante ella, me arrastraba de
    rodillas, le besaba los pies, y cada vez, cada vez (me acuerdo aún como si fuera hoy) le
    causaba una risita convulsa, timbrada, no fuerte, nerviosa, especial. La única manera de
    reír que ella tenía. Sabía que así era como solía manifestarse su enfermedad, que al día
    siguiente se pondría a gritar como una histérica y que la risita de aquel momento no
    era ningún signo de entusiasmo, sino solo una apariencia de entusiasmo. ¡Eso es lo
    que significa saber encontrar en cada cosa el punto bueno! Un día, Beliavski (un
    hombre apuesto y adinerado que le hacía la corte y había empezado a hacerme visitas)
    de pronto vino y me dio un bofetón en la cara, delante de ella. Y pensé que ella,
    aunque era como una ovejita, me zurraría por ese bofetón, por cómo la emprendió
    conmigo: «Te ha pegado, te ha pegado —decía—. ¡Te ha dado un bofetón! Querías
    venderme a él… —decía—. ¿Cómo se ha atrevido a pegarte en mi presencia? ¡Y tú no
    te atrevas a acercarte a mí nunca más, nunca! ¡Ahora, corre y rétalo a duelo…!». La
    llevé entonces al monasterio, para calmarla, los santos padres la reprendieron. Pero lo
    juro ante Dios, Aliosha, ¡nunca maltraté a mi pequeña histérica! Excepto una vez,
    todavía era el primer año: ella rezaba mucho entonces, observaba especialmente las
    fiestas de la Madre de Dios, y entonces me echaba de la habitación y me mandaba al
    despacho. «¡Ya verás cómo te curo de este misticismo!» pensé. «Mira —le dije—, aquí
    tienes tu icono, aquí está, y ahora lo descuelgo. Ahora mira. ¡Tú crees que es
    milagroso, pero ahora le escupiré delante de ti y no me pasará nada…!» Cuando lo
    vio, Señor, pensé que iba a matarme; pero solo se puso de pie de un salto, juntó las
    manos, luego se cubrió repentinamente el rostro, comenzó a temblar y cayó al suelo…
    Se desplomó… ¡Aliosha, Aliosha! ¿Qué tienes, qué te pasa?
    El viejo saltó de su asiento, presa del pánico. Desde el momento en que había
    empezado a hablar de su madre, la expresión de Aliosha había ido mudando poco a
    poco. Se ruborizó, empezaron a arderle los ojos, se le estremecieron los labios… El
    viejo borracho siguió farfullando y no se dio cuenta de nada hasta el momento en que
    algo muy extraño le ocurrió a su hijo, lo mismo que acababa de contar sobre la
    «histérica» se repitió en él punto por punto. Aliosha saltó de repente de detrás de la
    mesa, exactamente igual que había hecho su madre según el relato de Fiódor
    Pávlovich, juntó las manos, luego se cubrió con ellas el rostro, se desmoronó en la silla
    mientras todo él se ponía a temblar, sacudido por un ataque histérico de lágrimas
    repentinas, convulsas y silenciosas. Fue el extraordinario parecido con la madre lo que
    impresionó sobre todo al viejo.
    —¡Iván, Iván! ¡Rápido, traedle agua! ¡Es como ella, exactamente igual que ella, su
    madre hizo lo mismo aquella vez! Rocíalo con agua de tu boca, así hacía yo con ella. Es
    por su madre, es por su madre… —le murmuraba a Iván.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:51


    ***





    —Pero su madre, creo, también era la mía, ¿no le parece? —estalló Iván con un
    irrefrenable y colérico desprecio. El destello de sus ojos sobresaltó al viejo. Pero
    entonces sucedió algo muy extraño, aunque solo por un segundo: pareció que el viejo
    hubiera olvidado de verdad que la madre de Aliosha también era la madre de Iván…
    —¿Qué quieres decir con eso de tu madre? —balbuceó sin entender—. ¿De qué
    hablas…? ¿La madre de quién…? ¿Es que ella…? ¡Ah, diablo! ¡Claro que también es la
    tuya! ¡Ah, diablo! ¿Sabes, amigo? La cabeza nunca se me había ofuscado tanto.
    Perdona, Iván, pensaba… ¡Je, je, je!
    Se detuvo. Una larga sonrisa de borracho, casi estúpida, le deformaba el rostro. Y
    de pronto, en ese mismo instante, resonó en la entrada una algarabía y un estruendo
    tremendo, se oyeron gritos furiosos, la puerta se abrió de par en par y en la sala
    irrumpió Dmitri Fiódorovich. El viejo, aterrorizado, se precipitó sobre Iván.
    —¡Me matará! ¡Me matará! ¡No me dejes, no me dejes! —gritaba aferrado al faldón
    del abrigo de Iván Fiódorovich.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:51

    ***
    IX. Los lujuriosos
    Justo detrás de Dmitri Fiódorovich irrumpieron también en la sala Grigori y
    Smerdiakov. Ya en la entrada habían forcejeado con él para no dejarlo pasar (siguiendo
    instrucciones dadas por el propio Fiódor Pávlovich algunos días antes). Aprovechando
    que Dmitri Fiódorovich, después de entrar impetuosamente en la sala, se había
    detenido un minuto buscando algo con la mirada, Grigori corrió al otro lado de la
    mesa, cerró los dos batientes de la puerta de enfrente, la que conducía a las
    habitaciones interiores, y se apostó delante de la puerta cerrada con los brazos
    cruzados sobre el pecho, dispuesto a defender la entrada, por decirlo así, hasta su
    última gota de sangre. Al verlo, Dmitri lanzó no ya un grito sino un aullido y se
    abalanzó sobre Grigori.
    —¡Así que está ahí! ¡La han escondido ahí! ¡Fuera, canalla!
    Quiso apartar a Grigori, pero éste lo empujó hacia atrás. Fuera de sí de rabia,
    Dmitri hizo un movimiento amplio con el brazo y lo golpeó con todas sus fuerzas. El
    viejo cayó de bruces contra el suelo, y Dmitri, saltando por encima de él, forzó la
    puerta. Smerdiakov no se había movido del otro extremo de la sala, pálido y trémulo,
    apretándose contra Fiódor Pávlovich.
    —Ella está aquí —gritaba Dmitri Fiódorovich—, la acabo de ver doblando la
    esquina, pero no he podido alcanzarla. ¿Dónde está? ¿Dónde está?
    Ese grito, el de: «¡Ella está aquí!», causó un efecto increíble en Fiódor Pávlovich.
    Toda su sensación de miedo se evaporó.
    —¡Detenedlo, detenedlo! —vociferó y se lanzó corriendo detrás de Dmitri
    Fiódorovich.
    Grigori, entretanto, se había levantado del suelo, pero todavía estaba aturdido.
    Iván Fiódorovich y Aliosha corrieron detrás de su padre. En la tercera habitación se oyó
    de pronto que algo caía al suelo y se hacía añicos: era un gran jarrón de cristal (de
    escaso valor) sobre un pedestal de mármol que Dmitri Fiódorovich había volcado al
    pasar corriendo.
    —¡Cogedlo! —se desgañitaba el viejo—. ¡Ayuda!
    Iván Fiódorovich y Aliosha alcanzaron finalmente al viejo y a la fuerza lo hicieron
    volver al salón.
    —¿Por qué lo persigue? ¡Si cae usted en sus manos lo matará! —gritó, enfurecido,
    Iván Fiódorovich a su padre.
    —Vánechka, Lióshechka, ella debe de estar aquí, Grúshenka está aquí. Él mismo ha
    dicho que la ha visto pasar…



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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:52

    ***

    Balbuceaba. No esperaba a Grúshenka esta vez y, de pronto, la noticia de que
    estaba allí le hizo perder por completo la cabeza. Temblaba todo él, como si hubiese
    enloquecido.
    —Pero ¡si usted mismo ha visto que no ha venido! —gritaba Iván.
    —¿Quizá por esa entrada?
    —Pero si está cerrada y usted tiene la llave…
    Dmitri de pronto apareció otra vez en el salón. Por supuesto, había encontrado esa
    puerta cerrada, y la llave, en efecto, estaba guardada en el bolsillo de Fiódor
    Pávlovich. Todas las ventanas de todas las habitaciones estaban también cerradas; no
    había modo, por tanto, de que Grúshenka hubiese podido entrar ni tampoco salir de
    allí.
    —¡Cogedlo! —gritó Fiódor Pávlovich en cuanto divisó de nuevo a Dmitri—. ¡Me
    está robando el dinero que tenía en el dormitorio!
    Y, zafándose de Iván, volvió a abalanzarse sobre Dmitri. Pero éste alzó las manos,
    agarró al viejo por los dos últimos mechones de pelo que le quedaban en las sienes, le
    dio un tirón y lo lanzó con estruendo contra el suelo. Todavía tuvo tiempo de golpear
    dos o tres veces al caído en la cara con el tacón. El viejo empezó a gemir
    ruidosamente. Iván Fiódorovich, aun no siendo tan fuerte como su hermano Dmitri, lo
    agarró con los dos brazos y, con todas sus fuerzas, logró separarlo del viejo. Aliosha
    también ayudó con sus exiguas fuerzas, sujetando a su hermano por delante.
    —¡Loco, lo has matado! —gritó Iván.
    —¡Es lo que se merece! —exclamó, jadeante, Dmitri—. Y si no lo he matado esta
    vez, volveré para matarlo. ¡No podréis salvarlo!
    —¡Dmitri! ¡Sal de aquí ahora mismo, fuera! —gritó Aliosha con tono autoritario.
    —¡Alekséi! Dímelo tú, solo a ti te creeré: ¿ha estado ella aquí sí o no? La he visto
    con mis ojos hace un momento, venía del callejón hacia aquí, pegada a la valla. La he
    llamado, y se ha ido corriendo…
    —Te juro que no ha estado y que nadie la esperaba aquí.
    —Pero si la he visto… Así que ella… Ahora mismo descubriré dónde está… ¡Adiós,
    Alekséi! A Esopo, ahora, ni una palabra sobre el dinero, ve enseguida a ver a Katerina
    Ivánovna, sin falta: «Me manda que la salude con una reverencia, me manda que la
    salude con una reverencia, ¡con una reverencia! ¡Precisamente con una reverencia, y se
    despide de usted!». Descríbele la escena.
    Entretanto, Iván y Grigori habían levantado al viejo para sentarlo en una butaca.
    Tenía el rostro ensangrentado, pero estaba consciente y escuchaba con avidez los
    gritos de Dmitri. Seguía imaginando que Grúshenka estaba de veras en algún lugar de
    la casa. Dmitri Fiódorovich le lanzó una mirada de odio al marcharse.














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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:48


    —¡No tengo remordimientos por tu sangre! —exclamó—. Vete con cuidado, viejo,
    ¡acaricia tu sueño porque yo también tengo el mío! Soy yo quien te maldice y reniega
    de ti para siempre…
    Y salió corriendo.
    —¡Está aquí, seguro que está aquí! Smerdiakov, Smerdiakov —ronqueó con una
    voz apenas audible el viejo, mientras llamaba a Smerdiakov con un dedo.
    —No está aquí, no, viejo loco —le gritó Iván con rabia—. ¡Y ahora le da un
    desmayo! ¡Agua, una toalla! ¡Muévete, Smerdiakov!
    Smerdiakov se fue corriendo en busca de agua. Acabaron por desvestir al viejo, lo
    llevaron al dormitorio y lo metieron en la cama. Le envolvieron la cabeza con una toalla
    húmeda. Debilitado por el coñac, por las fuertes impresiones y por los golpes, en
    cuanto rozó la almohada cerró los ojos y se durmió en un instante. Iván Fiódorovich y
    Aliosha volvieron al salón. Smerdiakov recogía los fragmentos del jarrón roto, y Grigori
    estaba junto a la mesa, con la cabeza gacha y un aire sombrío.
    —¿No sería mejor que te refrescaras la cabeza y también te acostaras? —le dijo
    Aliosha a Grigori—. Lo cuidaremos nosotros; mi hermano te ha pegado de un modo
    horrible y doloroso… en la cabeza.
    —¡Ha osado conmigo! —pronunció de un modo lúgubre y con énfasis.
    —¡También «ha osado» con padre, no solo contigo! —observó, torciendo la boca,
    Iván Fiódorovich.
    —Y yo, que lo lavaba en la tina… ¡Ha osado conmigo! —repetía Grigori.
    —Diablo, si no lo aparto quizá lo hubiese matado. ¿Es que se necesita mucho para
    acabar con ese Esopo? —musitó Iván Fiódorovich a Aliosha.
    —¡Dios no lo quiera! —exclamó Aliosha.
    —¿Por qué no va a quererlo? —siguió diciendo en un susurro Iván, con el rostro
    contraído por la rabia—. Un reptil devorará a otro reptil, ¡ni más ni menos lo que se
    merecen!
    Aliosha se estremeció.
    —No permitiré que se cometa un asesinato, desde luego, como no lo he permitido
    hace un momento. Quédate aquí, Aliosha, mientras salgo a pasear por el patio.
    Empieza a dolerme la cabeza.
    Aliosha fue al dormitorio de su padre y pasó cerca de una hora sentado a la
    cabecera de la cama, detrás de un biombo. El viejo de pronto abrió los ojos y estuvo
    un buen rato mirando a Aliosha en silencio, tratando visiblemente de hacer memoria y
    reordenar las ideas. De repente se reflejó una insólita agitación en su rostro.
    —Aliosha —susurró, temeroso—, ¿dónde está Iván?
    —En el patio, le duele la cabeza. Vela por nosotros.
    —¡Dame el espejito, está ahí, dámelo!








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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:49

    ***
    Aliosha le alcanzó un espejito redondo y plegable que estaba en la cómoda. El
    viejo se miró: se le había hinchado bastante la nariz y tenía en la frente, sobre la ceja
    izquierda, un gran moratón.
    —¿Qué dice Iván? Aliosha, querido mío, mi único hijo, tengo miedo de Iván. Tengo
    más miedo de él que del otro. Al único que no tengo miedo es a ti…
    —No tenga miedo de Iván tampoco. Iván se enfada, pero le protegerá.
    —¿Y qué pasa con el otro, Aliosha? ¡Se ha ido corriendo con Grúshenka! Querido
    ángel, dime la verdad: ¿ha estado aquí antes Grúshenka, o no?
    —Nadie la ha visto. Es un engaño, ¡no ha estado aquí!
    —Pero ¡es que Mitka quiere casarse con ella, casarse!
    —Ella no consentirá.
    —¡No consentirá, no lo hará, no lo hará, por nada del mundo…! —El viejo se
    estremeció de alegría con todo su ser, como si en ese instante no pudieran decirle
    nada más agradable. Eufórico, cogió la mano de Aliosha y la estrechó con fuerza
    contra su corazón. Incluso las lágrimas brillaron en sus ojos.
    —Ese pequeño icono, el de la Madre de Dios, ése del que te hablaba antes,
    tómalo y llévatelo. Y te permito que vuelvas al monasterio… Antes bromeaba, no te
    enfades. Me duele la cabeza, Aliosha… Liosha, calma mi corazón, sé un ángel, ¡dime la
    verdad!
    —¿Se refiere a si ella ha estado o no aquí? —preguntó Aliosha con tristeza.
    —No, no, no, te creo, pero escucha: pasa a ver a Grúshenka o arréglatelas para
    verla; pregúntaselo cuanto antes y trata de adivinarlo con tus propios ojos: ¿a quién
    prefiere, a mí o a él? ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Puedes hacerlo o no?
    —Si la veo, se lo preguntaré —murmuró Aliosha, turbado.
    —No, ella no te lo dirá —lo interrumpió el viejo—. Es muy lista. Empezará a besarte
    y te dirá que quiere casarse contigo. Es una embustera, una desvergonzada. No, no
    debes ir a verla, no debes.
    —Y no estaría nada bien, padre, nada bien.
    —¿Adónde te mandaba él hace un rato, cuando te gritaba: «Ve», mientras se iba
    corriendo?
    —A casa de Katerina Ivánovna.
    —¿Por dinero? ¿Quiere dinero?
    —No, no por dinero.
    —Él no tiene dinero, ni una moneda. Escucha, Aliosha, me pasaré la noche
    acostado dándole vueltas a la cabeza. Puedes irte. Quizá te la encuentres… Pero ven a
    verme mañana por la mañana sin falta; sin falta. Mañana te diré una cosita, ¿te pasarás?
    —Sí.
    —Si vienes, haz como si hubiera sido idea tuya venir a visitarme. No le digas a
    nadie que te he llamado yo. No le digas ni una palabra a Iván.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:50

    ***

    —Está bien.
    —Adiós, ángel mío, hace un momento has intercedido por mí, nunca lo olvidaré. Te
    diré una cosita mañana… Solo tengo que reflexionar un poco más…
    —Pero, ahora, ¿cómo se siente?
    —Mañana, mañana mismo me levantaré en perfecto estado. ¡Muy bien, muy bien,
    muy bien!
    Al pasar por el patio, Aliosha se encontró con su hermano Iván en un banco junto a
    la puerta. Escribía algo en su cuaderno con un lápiz. Aliosha le dijo a Iván que el viejo
    se había despertado, que estaba consciente y que le dejaba pasar la noche en el
    monasterio.
    —Aliosha, sería un placer verte mañana por la mañana —dijo con amabilidad Iván
    mientras se levantaba. Esa amabilidad pilló totalmente desprevenido a su hermano.
    —Mañana iré a casa de las Jojlakova —respondió Aliosha—. Quizá también vaya a
    casa de Katerina Ivánovna, si no la encuentro ahora…
    —¿Así que ahora vas a casa de Katerina Ivánovna? A «saludarla con una
    reverencia», ¿no es así? —Iván sonrió de repente.
    Aliosha se turbó.
    —Creo haberlo entendido todo por esas exclamaciones de hace un rato y por
    ciertas cosas que pasaron antes. Dmitri seguramente te haya pedido que vayas a verla
    y le digas que… Bueno… Bueno, en pocas palabras, ¡que le dice adiós con una
    reverencia!
    —¡Hermano! ¿Cómo terminará todo este horror entre padre y Dmitri? —exclamó
    Aliosha.
    —Es imposible hacer pronósticos certeros. Quizá todo quede en nada: la historia se
    irá esfumando. Esa mujer es una fiera. En cualquier caso, hay que impedir que el viejo
    salga de casa, y a Dmitri no hay que dejarlo entrar.
    —Hermano, deja que te pregunte algo más: ¿es posible que un hombre tenga
    derecho a decidir, mirando al resto de la humanidad, quién es digno de vivir y quién
    no?
    —¿Por qué mezclar en esto el criterio de si se es digno o no? Esta cuestión se suele
    decidir en el corazón de los hombres no en virtud de los méritos sino de otras razones
    mucho más naturales. En cuanto al derecho, dime, ¿quién no tiene derecho a desear?
    —Pero ¡no la muerte de otro!
    —¿Y si fuese incluso la muerte? ¿Para qué mentirnos a nosotros mismos cuando
    todo el mundo vive así y quizá ni siquiera se puede vivir de otro modo? ¿Me lo
    preguntas por lo que he dicho antes, lo de que «un reptil devorará a otro reptil»? En
    ese caso, déjame que te pregunte: ¿me consideras capaz, como Dmitri, de verter la
    sangre de Esopo, bueno, de matarlo? ¿Eh?







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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:51

    ***


    —¡Qué dices, Iván! ¡Nunca he pensado nada semejante! Y a Dmitri tampoco lo
    considero…
    —Gracias, aunque solo sea por esto —Iván le sonrió—. Que sepas que yo siempre
    lo defenderé. En cuanto a mis deseos, sin embargo, me reservo en este caso plena
    libertad. Nos vemos mañana. No me condenes ni me mires como si fuera un villano —
    añadió con una sonrisa.
    Se estrecharon la mano con fuerza, como nunca. Aliosha tuvo la sensación de que
    su hermano había dado un primer paso hacia él y de que lo había hecho por alguna
    razón, sin duda con algún propósito.




    X. Las dos juntas




    Pero Aliosha salió de la casa de su padre más abatido y decaído que cuando había
    entrado. Tenía la cabeza, también, como fragmentada y dispersa y, al mismo tiempo,
    sentía miedo de unir lo disperso y sacar una conclusión general de todas las dolorosas
    contradicciones experimentadas aquel día. Había algo que casi rayaba en la
    desesperación y que nunca había sentido el corazón de Aliosha. Y por encima de todo
    se alzaba, como una montaña, esa cuestión importante, fatídica e irresoluble: ¿cómo
    acabaría todo entre su padre y su hermano Dmitri con esa terrible mujer? Ahora él
    mismo había sido testigo. Había estado presente y los había visto al uno frente al otro.
    Por lo demás, solo su hermano Dmitri podía resultar desdichado, completa y
    terriblemente desdichado: le acechaba una desgracia innegable. Además, había otras
    personas involucradas en todo ese asunto y quizá mucho más de lo que le había
    parecido antes. Incluso resultaba algo enigmático. Su hermano Iván había dado un
    paso hacia él, algo que Aliosha llevaba mucho tiempo deseando, pero ahora, por
    algún motivo, sentía miedo de ese acercamiento. ¿Y aquellas mujeres? Era extraño:
    poco antes se encaminaba a casa de Katerina Ivánovna con gran turbación, pero ahora
    ya no sentía ninguna; al contrario, había apretado el paso, como si esperase recibir
    alguna indicación de ella. Pero transmitirle el mensaje era ahora, a todas luces, más
    difícil que antes: el problema de los tres mil rublos se había zanjado de manera
    definitiva, y su hermano Dmitri, sintiéndose ahora vil y desesperanzado, sin duda ya no
    se detendría ante ninguna caída. Además, le había ordenado que informara a Katerina
    Ivánovna de la escena que acababa de producirse en casa del padre.
    Eran ya las siete de la tarde y oscurecía cuando Aliosha entró en casa de Katerina
    Ivánovna, una casa muy confortable y espaciosa en la calle Mayor. Aliosha sabía que
    vivía con dos tías. Una de ellas, en realidad, solo era tía de su hermana Agafia
    Ivánovna; era aquella persona silenciosa que, junto a su hermana, la había cuidado en
    casa de su padre a su regreso del instituto. La otra tía, en cambio, era una elegante y
    majestuosa señora de Moscú, aunque pobre. Corría la voz de que ambas se
    subordinaban en todo a Katerina Ivánovna y vivían con ella solo por guardar las
    apariencias. Katerina Ivánovna, por su parte, se sometía únicamente a su bienhechora,
    la viuda del general, que seguía viviendo en Moscú a causa de su enfermedad y a la
    que estaba obligada a enviarle dos cartas por semana con noticias detalladas.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:53

    ***

    Cuando Aliosha entró en el vestíbulo y pidió a la doncella que le acababa de abrir
    que anunciara su presencia, en el salón, por lo visto, ya estaban al corriente de su
    llegada (quizá lo hubiesen visto por la ventana), pues Aliosha enseguida oyó un ruido,
    algunos pasos de mujer apresurados, el frufrú de vestidos, como si dos o tres mujeres
    se alejaran a toda prisa. A Aliosha le pareció extraño que su llegada pudiera causar
    tanto revuelo. Sin embargo, enseguida lo hicieron pasar al salón. Era una pieza amplia,
    adornada con muebles elegantes y copiosos, para nada a la moda provinciana. Había
    muchos sofás, divanes, sillones, mesas pequeñas y grandes; había cuadros en las
    paredes, jarrones y lámparas en las mesas y muchas flores, incluso un acuario junto a
    una ventana. Debido al crepúsculo el salón estaba un poco oscuro. En un sofá donde
    evidentemente alguien había estado sentado Aliosha vio abandonada una mantilla de
    seda y en la mesa situada enfrente del sofá dos tazas de chocolate a medio tomar,
    bizcochos, un plato de cristal con pasas negras y otro con bombones. Habían recibido
    a un invitado. Aliosha intuyó que había llegado cuando tenían visita y frunció el ceño.
    Pero en ese instante se levantó un cortinón y, con pasos rápidos, apresurados, entró
    Katerina Ivánovna, con una sonrisa radiante y extasiada, alargando las dos manos a
    Aliosha. En el mismo instante entró una criada y puso sobre la mesa dos velas
    encendidas.
    —¡Gracias a Dios que por fin ha venido! ¡He rezado todo el día a Dios para que
    viniese! Siéntese.
    La belleza de Katerina Ivánovna ya había impresionado a Aliosha anteriormente,
    cuando su hermano Dmitri, tres semanas antes, lo había llevado a la casa de la joven
    por primera vez para hacer las presentaciones y que se conocieran, por expreso e
    insistente deseo de ella. En aquel encuentro, no obstante, no habían conversado.
    Suponiendo que Aliosha se sentiría muy confundido, Katerina Ivánovna, en cierto
    modo, se había apiadado de él y se había pasado todo el rato hablando con Dmitri
    Fiódorovich. Aliosha había guardado silencio, pero se había percatado de muchas
    cosas. Le sorprendió el carácter imperioso, la orgullosa desenvoltura y el aplomo de la
    arrogante muchacha. Y todo eso era incuestionable. Aliosha sintió que no estaba
    exagerando. Le pareció que sus grandes y ardientes ojos negros eran magníficos y que
    armonizaban especialmente con su cara alargada y pálida, incluso de una lividez un
    poco amarillenta. Pero en esos ojos, lo mismo que en el contorno de sus encantadores
    labios, había algo de lo que su hermano, por supuesto, podía enamorarse locamente,
    aunque quizá no amar por mucho tiempo. Casi le había expuesto directamente lo que
    pensaba a Dmitri, cuando éste, después de la visita, lo apremió para que no le
    escondiera cuáles eran sus impresiones después de ver a su novia.
    —Serás feliz con ella, pero quizá… no con una felicidad serena.
    —Así es, hermano, las mujeres como ella no cambian, no se resignan al destino.
    ¿Así que crees que no la amaré eternamente?
    —No, es posible que la ames eternamente, pero quizá no seas siempre feliz con
    ella.











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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:55

    ***

    Aliosha dio entonces su opinión, ruborizándose y sintiéndose molesto consigo
    mismo por haberse rendido ante los ruegos de su hermano y haber expresado
    aquellos «estúpidos» pensamientos. Porque su opinión a él mismo se le antojó
    terriblemente estúpida en cuanto la hubo expresado. Y se avergonzó de haber
    manifestado un juicio tan categórico sobre una mujer. Tanto mayor fue su estupor
    cuando se dio cuenta, apenas posó la mirada sobre Katerina Ivánovna, que acudía
    solícita a su encuentro, de que quizá aquel día hubiese cometido un error garrafal. Esta
    vez su rostro resplandecía con una amabilidad genuina y sencilla, con sinceridad
    efusiva y directa. De todo el «orgullo y arrogancia» que tanto le habían impresionado
    entonces ¡ahora solo quedaba una energía audaz y noble y una fe clara y poderosa en
    sí misma! Aliosha comprendió, desde la primera mirada, desde las primeras palabras,
    que toda la tragedia de su situación respecto al hombre que tanto amaba ya no era en
    absoluto un misterio para ella y que quizá lo supiera ya todo, decididamente todo. Sin
    embargo, a pesar de eso, había tanta luz en su rostro, tanta fe en el futuro, que Aliosha
    de repente se sintió grave y conscientemente culpable delante de ella. Fue vencido y
    cautivado al mismo tiempo. Notó, en cambio, desde sus primeras palabras, que
    Katerina Ivánovna era presa de una fuerte excitación, quizá muy poco común en ella:
    una excitación que incluso casi parecía una especie de éxtasis.
    —¡Le he esperado tanto, porque solo por usted puedo saber ahora toda la verdad,
    por usted y por nadie más!
    —He venido… —musitó Aliosha, confundiéndose—, yo… Él me ha mandado…
    —¡Ah, él le ha mandado! Bueno, tenía el presentimiento. ¡Ahora lo sé todo, todo!
    —exclamó Katerina Ivánovna y de pronto le brillaron los ojos—. Espere, Alekséi
    Fiódorovich, antes que nada le explicaré por qué le esperaba con tanta impaciencia.
    Verá, quizá yo sepa incluso muchas más cosas que usted; lo que necesito de usted no
    son noticias. Esto es lo que necesito: tengo que conocer su impresión personal, su
    última impresión de él, necesito que me diga sin el menor disimulo y con total
    claridad, incluso con crudeza (¡oh, con toda la crudeza que quiera!), cómo lo ve usted
    ahora y cómo ve su situación después de haberse encontrado hoy con él. Quizá sería
    mejor si yo misma, a quien él ya no desea volver a ver, pudiera hablar con él
    personalmente. ¿Entiende lo que quiero de usted? Ahora dígame con qué mensaje le
    envió a mí (¡sabía que le mandaría a usted!): dígamelo sin más, hasta la última
    palabra…
    —Dice que… la saluda con una reverencia y que nunca volverá… y que la salude
    con una reverencia.
    —¿Que me saluda con una reverencia? ¿Lo ha dicho así, lo ha expresado de esa
    manera?
    —Sí!





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:56

    ***



    —¿No lo habrá dicho como de pasada, por casualidad, no habrá utilizado una
    palabra equivocada en lugar de la que correspondía?
    —No, me ha ordenado precisamente que le transmitiera esas palabras: «la saluda
    con una reverencia». Me lo ha pedido como tres veces, para que no se me olvidara.
    Katerina Ivánovna se ruborizó.
    —Ayúdeme ahora, Alekséi Fiódorovich, ahora necesito también su ayuda. Le diré lo
    que pienso y usted simplemente dígame si es cierto o no. Escuche, si él le hubiese
    pedido que me saludara con una reverencia, como de pasada, sin insistir en esas
    palabras, sin subrayarlas, sería que todo… ¡Que todo ha terminado! Pero, si ha
    insistido de un modo especial, si le ha encargado de un modo especial que no se
    olvidara de transmitirme esa reverencia, ¿no estaría él, quizá, muy excitado y fuera de
    sí? ¡Ha tomado una decisión y se ha asustado de ella! No se ha apartado de mí con
    paso firme, sino que se ha despeñado por una montaña. La insistencia en esa palabra
    quizá solo indique una fanfarronada…
    —¡Así es, así es! —confirmó Aliosha con ímpetu—. También yo tengo ahora esta
    impresión.
    —¡Si es así, aún no está perdido! Solo está desesperado, pero todavía puedo
    salvarlo. Espere: ¿le ha dicho algo de dinero, de tres mil rublos?
    —No solo es que me lo dijera, sino que quizá eso es lo que más le torturaba. Decía
    que ahora carecía de honor y que todo le era indiferente —respondió Aliosha,
    acalorado, sintiendo con toda el alma que la esperanza afluía a su corazón y que, en
    realidad, había salida y salvación para su hermano—. Pero es que… ¿usted sabe lo del
    dinero? —añadió y de pronto se detuvo en seco.
    —Hace tiempo que lo sé, y con certeza. Mandé un telegrama a Moscú para
    preguntarlo y hace tiempo que sé que no recibieron el dinero. Él no lo mandó, pero yo
    no dije nada. La semana pasada me enteré de cuánto necesitaba el dinero y de que
    aún necesita más… Me he puesto un solo objetivo en todo esto: que sepa a quién
    dirigirse, quién es su amigo más fiel. No, no quiere creer que yo soy su amigo más fiel;
    nunca ha querido conocerme, me mira solo como mujer. Durante toda la semana me
    ha atormentado una terrible preocupación: ¿qué hacer para que no se avergüence de
    mí por haber gastado esos tres mil rublos? Que se avergüence ante todos, y también
    ante sí mismo, pero no ante mí. A Dios se lo dice todo sin avergonzarse. ¿Por qué,
    entonces, no sabe aún cuánto puedo sufrir por él? ¿Por qué, por qué no me conoce?
    ¿Cómo se atreve a no conocerme después de todo lo que hubo? Quiero salvarlo para
    siempre. ¡Que olvide que soy su prometida! ¡Y ahora tiene miedo ante mí por su
    honor! No tuvo miedo de abrirse ante usted, ¿verdad, Alekséi Fiódorovich? ¿Por qué
    no he merecido yo todavía lo mismo?
    Las últimas palabras las pronunció con lágrimas; acababan de anegarse en lágrimas
    sus ojos.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:56

    ***

    —Debo informarla —dijo Aliosha, con la voz también trémula— de lo que acaba de
    pasar con mi padre. —Y le contó toda la escena, le contó que lo habían mandado a
    pedir dinero, que su hermano había irrumpido en el salón y que había golpeado a su
    padre, para luego pedirle a él, una vez más y con particular y apremiante insistencia,
    que fuera a «saludarla con una reverencia»—. Se fue a ver a esa mujer… —añadió en
    voz baja Aliosha.
    —¿Y usted cree que no soportaré a esa mujer? ¿Cree él que no la soportaré? Pero
    no se casará con ella. —Y rompió a reír con nerviosismo—. ¿Puede un Karamázov arder
    con semejante pasión eternamente? Es pasión, no amor. No se casará, porque ella no
    consentirá… —Katerina Ivánovna de pronto volvió a sonreír de una manera extraña.
    —Quizá se case con ella —dijo Aliosha con tristeza, bajando la mirada.
    —¡No se casará con ella, se lo digo! Esa chica es un ángel, ¿lo sabía? Pues ¡sépalo!
    —exclamó con repentino e insólito ardor Katerina Ivánovna—. ¡La más fantástica de
    todas las criaturas fantásticas! Sé lo seductora que es, pero también que es buena,
    firme y noble. ¿Por qué me mira de esa manera, Alekséi Fiódorovich? ¿Se sorprende
    de mis palabras? ¿No me cree, tal vez? ¡Agrafiona Aleksándrovna, ángel mío! —gritó
    de repente mirando a la otra habitación—. Venga con nosotros. Hay una persona muy
    gentil, Aliosha, que está al corriente de todos nuestros asuntos. ¡Déjese ver!
    —Estaba aquí detrás de la cortina, solo esperaba a que me llamase —pronunció
    una voz tierna, un poco melosa incluso, de mujer.
    El cortinón se levantó y… Grúshenka en persona, risueña y jovial, se acercó a la
    mesa. Aliosha pareció estremecerse. Clavó los ojos en ella, no podía apartar la mirada.
    Ahí estaba ella, esa terrible mujer, esa «fiera», como había dicho arrebatadamente su
    hermano Iván media hora antes. Y, no obstante, tenía delante lo que, a primera vista,
    parecía ser la criatura más sencilla y corriente: una mujer buena, agradable, digamos
    que bella, aunque muy parecida a todas las otras mujeres bellas, pero «corrientes». Lo
    cierto es que era bella, muy bella incluso, con esa belleza rusa que muchos hombres
    aman hasta el frenesí. Era una mujer bastante alta, aunque un poco menos que
    Katerina Ivánovna (que era excepcionalmente alta), de formas generosas y
    movimientos suaves, incluso silenciosos, y también como lánguidos, por una especie
    de refinamiento particularmente dulzón, y así era también su voz. No se acercó como
    Katerina Ivánovna, con andares enérgicos y resueltos, sino de modo inaudible. Sus
    pasos eran completamente silenciosos. Se dejó caer suavemente en la butaca, con un
    crujido de su fastuoso vestido de seda negra, envolviendo con delicadeza su cuello,
    blanco como la espuma, y sus hombros anchos con un costoso chal negro de lana.
    Tenía veintidós años y su cara representaba exactamente esa edad. Tenía la tez muy
    blanca, con un delicado matiz sonrosado en las mejillas. La forma del rostro era
    demasiado ancha y la mandíbula inferior incluso un poco protuberante.

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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:57

    ***

    El labio
    superior era sutil, si bien el inferior, un poco más abombado, era el doble de carnoso y
    156
    estaba como hinchado. Pero su prodigiosa y exuberante cabellera de color castaño
    oscuro, sus oscuras cejas cebellinas y sus admirables ojos de un azul tirando a gris, con
    largas pestañas, habrían obligado a detenerse ante esa cara y recordarla por mucho
    tiempo hasta al hombre más indiferente y distraído, aunque estuviera apretujado en
    medio de la muchedumbre, un día de mercado. Lo que más impresionó a Aliosha de
    ese rostro fue su expresión infantil, ingenua. Su mirada era como la de una niña,
    parecía alegrarse como una niña, y así se acercó precisamente a la mesa,
    «alegrándose», como si estuviera aguardando algo con la curiosidad infantil más
    confiada e impaciente. Su mirada alegraba el alma, y Aliosha lo percibió. Sin embargo,
    había en ella algo más que no habría podido o sabido definir, pero que quizá también
    advertía de manera inconsciente, y era precisamente esa suavidad, esa dulzura de los
    movimientos del cuerpo, el silencio felino con el que se movía. Y, sin embargo, su
    cuerpo era poderoso y exuberante. Debajo del chal se intuían sus hombros anchos,
    llenos, y el busto alto, del todo juvenil. Ese cuerpo prometía quizá las formas de una
    Venus de Milo, aunque se presentía que las proporciones, sin duda, eran un poco
    exageradas. Los conocedores de la belleza femenina rusa habrían podido predecir con
    certeza, al ver a Grúshenka, que esa belleza fresca y aún juvenil, al aproximarse a la
    treintena, perdería su armonía y se deformaría; que el rostro se le abotargaría, que le
    aparecerían arruguitas en el contorno de los ojos y en la frente con extraordinaria
    rapidez, que se le marchitaría la tez y quizá adquiriría una tonalidad purpúrea; en pocas
    palabras, era una belleza efímera, una belleza fugaz que a menudo se encuentra
    precisamente en la mujer rusa. Aliosha, por supuesto, no estaba pensando en eso,
    pero, aunque fascinado, se preguntaba, con cierta sensación de desagrado y como
    con pesar, por qué esa mujer arrastraba tanto las palabras en lugar de hablar con
    naturalidad. Era evidente que Grúshenka encontraba en esa cadencia alargada y en
    esas sílabas y sonidos exageradamente almibarados algo bello. Era, por supuesto, una
    mala costumbre, de pésimo gusto, que testimoniaba poca educación y un concepto
    vulgar de las buenas maneras adquirido en la infancia. Y, sin embargo, esa manera de
    pronunciar y de entonar las palabras a Aliosha le parecía una contradicción casi
    imposible con la expresión ingenuamente infantil y jubilosa del rostro, con el
    resplandor de los ojos, dulce y feliz, como los de un recién nacido. Al instante, Katerina
    Ivánovna la hizo sentarse en una butaca frente a Aliosha y, entusiasmada, la besó varias
    veces en sus sonrientes labios. Parecía que estuviese enamorada de ella.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 16 Sep 2024, 10:02

    ***



    onocerla hace tiempo, verla, ir a su casa, pero en cuanto ha sabido que éste era mi
    deseo ha venido ella por sí misma. Sabía que juntas lo resolveríamos todo, ¡todo! Así
    lo presentía mi corazón… Trataron de convencerme de que no diera este paso, pero
    yo presentía el resultado y no me equivocaba. Grúshenka me lo ha explicado todo,
    157
    todas sus intenciones; como un ángel bueno, ha bajado volando hasta aquí y me ha
    traído paz y alegría…
    —Usted no me ha despreciado, mi querida y digna señorita —dijo Grúshenka
    arrastrando las palabras con voz cantarina y la misma sonrisa agradable y encantadora.
    —¡No se atreva a decirme semejantes palabras, cautivadora, hechicera!
    ¿Despreciarla a usted? Le besaré el labio inferior una vez más. Parece un poco
    hinchado, así se le hinchará más, y más, y más… Mire cómo se ríe, Alekséi Fiódorovich.
    El corazón se alegra al ver a este ángel…
    Aliosha se ruborizó y fue presa de un temblor ligero, imperceptible.
    —Me mima, querida señorita, y quizá no sea digna de sus caricias.
    —¡No es digna! ¡Que no es digna de esto! —volvió a exclamar con idéntico fervor
    Katerina Ivánovna—. Debe saber, Alekséi Fiódorovich, que tenemos una cabecita
    fantástica, que tenemos un corazoncito caprichoso pero lleno de orgullo. Somos
    nobles, Alekséi Fiódorovich, somos generosas, ¿lo sabía? ¡Solo hemos sido
    desdichadas! Estábamos demasiado dispuestas a hacer todo tipo de sacrificios por un
    hombre indigno, quizá, o frívolo. Había uno, que también era oficial, de quien nos
    enamoramos, se lo ofrecimos todo, de esto hace mucho tiempo, unos cinco años, pero
    él se olvidó de nosotras, se casó. Ahora ha enviudado, ha escrito que viene hacia
    aquí… ¡Y sepa que lo amamos solo a él, a él y a nadie más, y que lo amaremos toda la
    vida! Él vendrá, y Grúshenka volverá a ser feliz, pues en todos estos cinco años ha sido
    desdichada. Pero ¿quién podrá hacerle algún reproche, quién podrá jactarse de haber
    obtenido su benevolencia? Solo ese viejo comerciante postrado en la cama, pero él ha
    sido más bien un padre, un amigo y un protector para nosotras. Él nos encontró presas
    de la desesperación, de tormentos, abandonadas por aquel a quien amábamos
    tanto… ¡Sí, entonces ella quería ahogarse, y fue ese viejo quien la salvó, la salvó!
    —Me defiende usted demasiado, querida señorita; se da mucha prisa en todo —
    alargó de nuevo las palabras Grúshenka.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 16 Sep 2024, 10:03

    ***
    —¿Que la defiendo? ¿Quiénes somos para defenderla y cómo nos íbamos a atrever
    a defenderla? Grúshenka, ángel, deme su manita. Mire esta mano pequeña, regordeta
    y encantadora, Alekséi Fiódorovich. ¿La ve? Me ha traído la felicidad y me ha
    resucitado, y ahora voy a besarla, por delante y por detrás, ¡así, así y así!
    Y, presa de una especie de éxtasis, besó tres veces la manita realmente
    encantadora, quizá demasiado regordeta, de Grúshenka. Ésta, en cambio, después de
    haberle tendido su mano con una risita nerviosa, vibrante y cautivadora, se puso a
    observar a la «querida señorita», visiblemente complacida de que le besaran la mano
    de ese modo. «Quizá sea excesivo ese entusiasmo», se le pasó por la mente a Aliosha.
    Se ruborizó. Todo ese rato había sentido como un desasosiego especial en el corazón.
    —No me avergüence, querida señorita, besándome así la mano delante de Alekséi
    Fiódorovich.
    158
    —Pero ¿acaso he querido avergonzarla? —dijo un poco sorprendida Katerina
    Ivánovna—. ¡Ah, querida mía, qué mal me comprende!
    —Quizá usted tampoco me comprenda del todo, querida señorita. Quizá yo sea
    mucho peor de lo que usted piensa. Tengo mal corazón, soy caprichosa. Si seduje
    entonces al pobre Dmitri Fiódorovich fue solo para burlarme de él.
    —Pero ahora será usted quien lo salve. Me ha dado su palabra. Usted lo hará entrar
    en razón, le confesará que hace tiempo que ama a otro, que ahora pide su mano…
    —¡Oh, no! No le he prometido nada semejante. Ha sido usted la que me ha dicho a
    mí todo eso, pero yo no le he dado mi palabra.
    —Quizá entonces no la haya entendido —dijo en voz baja Katerina Ivánovna
    palideciendo un poco—. Usted prometió…
    —Oh, no, señorita, ángel mío, no he prometido nada —la interrumpió Grúshenka
    con suavidad y calma, con la misma expresión de alegría e inocencia—. Ahora ve,
    digna señorita, qué mala y autoritaria soy con usted. Haré lo que me apetezca. Quizá
    hace un momento le haya prometido algo, pero ahora me lo estoy volviendo a pensar:
    ¿y si de repente me vuelve a gustar? Me refiero a Mitia. Me gustó mucho ya una vez,
    durante casi una hora entera. Así que quizá vaya ahora y le diga que se quede
    conmigo a partir de hoy… Ya ve si soy inconstante.
    —Hace un momento decía… algo completamente diferente —susurró a duras
    penas Katerina Ivánovna.
    —¡Oh, hace un momento! Pero tengo un corazón tierno, soy una tonta. ¡Cuando
    pienso lo que ha sufrido por mí! Si llego a casa y de pronto me compadezco de él,
    ¿qué va a pasar?
    —No esperaba…
    —¡Ay, señorita, qué buena y noble es usted conmigo! Quizá ahora deje de
    quererme, tonta de mí, al ver mi carácter. Deme su adorada manita, señorita, ángel
    mío —suplicó con ternura y, con una especie de veneración, tomó la mano de Katerina
    Ivánovna—. Ahora, querida señorita, tomo su mano y se la beso, como ha hecho usted
    conmigo. Usted me la ha besado tres veces, pero yo debería besar la suya por lo
    menos trescientas para saldar mi deuda con usted. Por ahora que así sea y luego Dios
    dirá: quizá sea su completa esclava y quiera complacerla en todo como tal. Que ocurra
    lo que Dios quiera, sin pactos ni promesas entre nosotras. Qué manita, qué adorable
    manita tiene, ¡qué manita! ¡Mi querida señorita, mi belleza imposible!





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    Mensaje por Maria Lua Lun 16 Sep 2024, 10:04

    ***

    Se llevó en silencio esa manita a los labios, aunque con un extraño propósito: el de
    «saldar su deuda» con sus besos. Katerina Ivánovna no retiró la mano: con una tímida
    esperanza, escuchó la última promesa de Grúshenka, aunque expresada también de
    una manera muy extraña, la de complacerla como una «esclava»; la miraba
    intensamente a los ojos: veía en esos ojos la misma expresión sencilla y confiada, la
    misma serena alegría… «¡Quizá sea demasiado ingenua!», y un soplo de esperanza
    159
    atravesó el corazón de Katerina Ivánovna. Entretanto, Grúshenka, como admirando esa
    «querida manita», se la llevó despacio a los labios. Pero, con ella ya en sus labios, de
    pronto vaciló dos o tres segundos, como si estuviera meditando.
    —¿Sabe, ángel mío? —dijo de pronto, arrastrando las palabras con la más tierna y
    acaramelada de las voces—, ¿sabe? No voy a besar su manita. —Y estalló en una risita
    menuda y jubilosa.
    —Como quiera… ¿Qué le pasa? —se sobresaltó Katerina Ivánovna.
    —Y no se olvide de que usted besó mi mano, pero yo no la suya. —Algo refulgió
    de pronto en sus ojos. Miraba a Katerina Ivánovna con una persistencia terrible.
    —¡Descarada! —dijo de pronto Katerina Ivánovna, como si de golpe hubiese
    entendido algo. Toda ella se encendió, saltó de su sitio. Grúshenka también se
    levantó, sin prisa.
    —Ahora mismo le contaré a Mitia que usted me besó la mano pero yo a usted no la
    suya. ¡Cómo se va a reír!
    —¡Mujerzuela, fuera de aquí!
    —¡Oh, qué vergüenza, señorita, qué vergüenza! Incluso dichas por usted
    semejantes palabras resultan indecentes, querida señorita.
    —¡Largo de aquí, vendida! —gritó Katerina Ivánovna. Todos los músculos
    temblaban en su cara, completamente desfigurada.
    —¿Vendida yo? Usted misma, de jovencita, visitaba caballeros al anochecer, ofrecía
    su belleza a cambio de dinero, lo sé.
    Katerina Ivánovna lanzó un grito y a punto estaba ya de abalanzarse sobre ella,
    pero Aliosha la retuvo con todas sus fuerzas:
    —¡Ni un paso, ni una palabra! No hable, no diga nada, se irá, ¡se irá ahora mismo!
    En ese instante las dos tías de Katerina Ivánovna, al oír su grito, también
    irrumpieron en la sala. Fueron corriendo hacia ella.
    —Me voy —dijo Grúshenka, cogiendo la mantilla del diván—. ¡Aliosha, querido,
    acompáñame!
    —¡Váyase, váyase cuanto antes! —le suplicó Aliosha, con las manos juntas.
    —Alióshenka, querido, ¡acompáñame! Y te diré algo muy, pero que muy agradable
    por el camino. Ha sido por ti, Alióshenka, por quien he montado esta escena.
    Acompáñame, tesoro, no te arrepentirás.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 16 Sep 2024, 10:04

    ***


    —Me voy —dijo Grúshenka, cogiendo la mantilla del diván—. ¡Aliosha, querido,
    acompáñame!
    —¡Váyase, váyase cuanto antes! —le suplicó Aliosha, con las manos juntas.
    —Alióshenka, querido, ¡acompáñame! Y te diré algo muy, pero que muy agradable
    por el camino. Ha sido por ti, Alióshenka, por quien he montado esta escena.
    Acompáñame, tesoro, no te arrepentirás.
    Aliosha le dio la espalda, retorciéndose las manos. Grúshenka, riendo sonoramente,
    salió de la casa.
    Katerina Ivánovna fue presa de una crisis de nervios. Sollozaba, los espasmos la
    ahogaban. Todos se afanaban a su alrededor.
    —Ya la advertí —le decía la tía mayor—, ya la advertí de que no diera este paso…
    Es usted demasiado impetuosa… ¡Cómo pudo dar semejante paso! Usted no conoce a
    160
    esas criaturas, y ésta, según dicen, es la peor de todas… ¡No, es usted demasiado
    caprichosa!
    —¡Es un tigre! —gritó Katerina Ivánovna—. ¿Por qué me retuvo, Alekséi
    Fiódorovich? ¡Le habría pegado, sí, pegado!
    No podía contenerse delante de Aliosha y quizá ni siquiera lo deseara.
    —¡Debería ser azotada en un patíbulo, por un verdugo, en público!
    Aliosha retrocedió hacia la puerta.
    —Pero ¡Dios mío! —exclamó de repente Katerina Ivánovna, levantando las manos—
    . ¡Y él! ¡Cómo ha podido ser tan vil, tan inhumano! ¡Le ha contado a esa criatura lo que
    pasó ese día fatídico, maldito, eternamente maldito! «Iba a vender su belleza, querida
    señorita.» ¡Ella lo sabe! ¡Su hermano es un canalla, Alekséi Fiódorovich!
    Aliosha quería decir algo, pero no encontraba ni una sola palabra. El dolor le
    oprimía el corazón.
    —¡Váyase, Alekséi Fiódorovich! ¡Qué vergüenza, qué espanto! Mañana… Se lo
    suplico de rodillas, venga mañana. No me juzgue, perdone, ¡no sé qué será de mí!
    Aliosha salió a la calle como tambaleándose. Como ella, él también tenía ganas de
    llorar. De pronto, lo alcanzó la criada.
    —La señorita se ha olvidado de entregarle esta carta de parte de la señora
    Jojlakova. Está aquí desde la hora de comer.
    Aliosha cogió maquinalmente el sobrecito rosa y, casi sin darse cuenta, se lo metió
    en el bolsillo.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 16 Sep 2024, 10:05

    ***


    XI. Otra reputación arruinada
    Desde la ciudad hasta el monasterio había una versta, o poco más. Aliosha apresuró el
    paso por el camino, desierto a esa hora. Ya casi era de noche, resultaba difícil
    distinguir los objetos a treinta pasos. A mitad del camino había una encrucijada. En
    aquel punto, bajo un sauce solitario, se vislumbraba una silueta. Apenas llegó allí
    Aliosha, la silueta saltó sobre él y, con una voz histérica, gritó:
    —¡La bolsa o la vida!
    —¡Ah, eres tú, Mitia! —exclamó Aliosha que, después de haberse llevado un gran
    susto, se quedó sorprendido.
    —¡Ja, ja, ja! No me esperabas, ¿eh? Me preguntaba dónde podía esperarte. ¿Cerca
    de la casa de ella? Desde allí salen tres caminos y podía perderte. Al final decidí
    esperarte aquí porque tenías que pasar por fuerza, es el único camino que lleva al
    monasterio. Bueno, dime la verdad, aplástame como a una cucaracha… Pero ¿qué
    tienes?
    —Nada, hermano… Es que me has asustado. ¡Ah, Dmitri! La sangre de nuestro
    padre, hace poco… —Aliosha se deshizo en lágrimas, hacía tiempo que tenía ganas de
    llorar y ahora era como si de repente algo se le desgarrara en el alma—. Por poco no
    lo matas… Lo has maldecido… Y ahora… Aquí… Te da por hacer bromas… ¡La bolsa o
    la vida!
    —Bueno, ¿y qué? ¿Es indecoroso? ¿No es adecuado a la situación?
    —No… Solo que…
    —Espera. Mira la noche, mira qué noche tan lúgubre, ¡qué nubes y qué viento se
    ha levantado! Me he escondido aquí, bajo el sauce, te esperaba, y de pronto he
    pensado (¡Dios es testigo!): ¿para qué atormentarse, para qué esperar? Aquí hay un
    sauce, tengo un pañuelo, una camisa, ahora mismo puedo hacer una cuerda, además
    también tengo unos tirantes y… dejar de fatigar a la tierra, de deshonrarla con mi
    innoble presencia. Y de pronto te oigo venir. Señor, como si bajase algo del cielo
    sobre mí: existe, después de todo, una persona a la que quiero, ahí está, ese
    hombrecito, mi hermanito querido, a quien quiero más que a nadie en el mundo, ¡la
    única persona a la que quiero! Y he sentido tanto amor por ti, en este minuto te he
    querido tanto que he pensado: «¡Ahora me arrojaré a su cuello!». Pero luego se me
    ocurrió una idea estúpida: «Voy a divertirlo un poco, le daré un susto». Y me he puesto
    a gritar como un cretino: «¡La bolsa!». Perdona por mi tontería: es solo una estupidez,
    pero lo que llevo en mi alma… también es decente… Bueno, al diablo, dime, ¿qué ha
    162
    pasado? ¿Qué ha dicho ella? ¡Aplástame, derríbame, no te apiades de mí! ¿Se ha
    puesto fuera de sí?



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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep 2024, 16:10

    ***


    —No, no es eso… No ha pasado nada de eso, Mitia. Allí… Me encontré a las dos
    juntas.
    —¿A qué dos?
    —A Grúshenka y a Katerina Ivánovna.
    Dmitri Fiódorovich se quedó de una pieza.
    —¡Imposible! —exclamó—. ¡Estás delirando! ¿Grúshenka en su casa?
    Aliosha le contó todo lo que le había ocurrido desde el momento en que llegó a
    casa de Katerina Ivánovna. Estuvo hablando unos diez minutos, no se puede decir que
    su relato resultara muy fluido y ordenado, pero al parecer habló con claridad, captando
    las palabras principales, los gestos más importantes, y expresó con nitidez, a menudo
    con un solo trazo, sus propios sentimientos. Su hermano Dmitri lo escuchaba en
    silencio, lo miraba fijamente con una quietud espantosa, pero para Aliosha estaba
    claro que lo había entendido todo y captado el sentido de todo el episodio. Pero su
    rostro, a medida que avanzaba el relato, se volvía no ya sombrío sino más bien
    amenazante. Dmitri frunció las cejas, apretó los dientes, su mirada fija se hizo aún más
    fija, más terca, más horrible… Tanto más sorprendente fue cuando, con una rapidez
    inimaginable, toda su cara, hasta entonces enojada y feroz, cambió por completo de
    expresión, sus labios fruncidos se abrieron, y soltó una incontenible y auténtica
    carcajada. Se desternillaba de risa, literalmente, y durante mucho rato ni siquiera pudo
    hablar.
    —¡Así que no le besó la mano! ¡No se la besó y se fue! —gritaba con una especie
    de morboso entusiasmo que hasta podría parecer insolente de no ser tan natural—. ¡Y
    la otra le gritaba que es un tigre! ¡Y lo es, de verdad! ¿Que habría que llevarla al
    patíbulo? Sí, sí, se lo merecería, se lo merece, yo también lo creo, se lo merece, hace
    tiempo que se lo merece. Verás, hermano, que vaya al patíbulo, pero primero es
    necesario que yo me cure. Entiendo a esa reina de la insolencia, todo lo que ella es
    está expresado en lo de la mano. ¡Una mujer infernal! ¡Es la reina de todas las criaturas
    infernales, de todas las que se pueden imaginar en el mundo! ¡En su género, es
    inigualable! ¿Así que se fue corriendo a casa? Entonces yo… Ah… ¡Corro a verla!
    Aliosha, no me culpes, es verdad, estoy de acuerdo, estrangularla sería poco…
    —¡Y Katerina Ivánovna! —exclamó con tristeza Aliosha




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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep 2024, 16:12

    ***

    A ella también la veo, veo a través de ella, la veo mejor que nunca! Es el
    descubrimiento de los cuatro continentes del mundo, de los cinco, quiero decir. ¡Un
    acto así! Es la misma Kátenka, la misma colegiala que, en el generoso intento de salvar
    a su padre, no tuvo miedo de correr a casa de un oficial grosero y estúpido, a riesgo
    de sufrir un terrible ultraje. Pero ¡qué orgullo, qué imprudencia, qué desafío al destino,
    llevado hasta el infinito! ¿Dices que la tía trataba de disuadirla? ¿Sabes? Esa tía es
    163
    también una mujer despótica: es la hermana de la generala de Moscú y era incluso más
    arrogante que ella, pero su marido fue condenado por desfalco y lo perdió todo, la
    finca y todo lo demás; la orgullosa esposa de pronto bajó el tono y desde entonces no
    lo ha levantado. Así que trató de disuadir a Katia, pero ésta no la escuchó. «Puedo
    conquistarlo todo, todo está en mi poder; puedo cautivar a Grúshenka, también, si
    quiero», y estaba segura de sí misma, se ha pavoneado ante sí misma, de modo que
    ¿quién tiene la culpa? ¿Crees que ha besado primero la mano de Grúshenka con algún
    propósito, por un cálculo astuto? No, lo hizo sinceramente, enamorada de verdad de
    Grúshenka o, mejor dicho, no de Grúshenka, sino de su propio sueño, de su delirio,
    porque ése era mi sueño, mi delirio. Mi querido Aliosha, ¿cómo has podido escaparte,
    con dos mujeres como ellas? ¿Echaste a correr con la sotana recogida? ¡Ja, ja, ja!
    —Hermano, pareces no darte cuenta de hasta qué punto has ofendido a Katerina
    Ivánovna al contarle a Grúshenka lo de aquel día. Ella inmediatamente le echó en cara
    que «visitaba en secreto a caballeros para vender su belleza». Hermano, ¿existe mayor
    ofensa que ésa? —A Aliosha lo que más le atormentaba era la idea de que su hermano
    parecía complacido ante la humillación de Katerina Ivánovna, aunque, por supuesto,
    no podía ser así.
    —¡Bah! —dijo Dmitri Fiódorovich, frunciendo de repente el ceño de una manera
    espantosa y dándose una palmada en la frente. Solo entonces comprendió, aunque
    Aliosha se lo acababa de contar todo en orden, la ofensa y el grito de Katerina
    Ivánovna: «¡Su hermano es un canalla!»—. Sí, es verdad, es posible que le contara a
    Katerina Ivánovna lo de aquel «día fatídico», como dice Katia. ¡Sí, se lo conté, ahora
    me acuerdo! Fue ese día, en Mókroie, yo estaba borracho, las cíngaras cantaban…
    Pero yo sollozaba, yo mismo sollozaba ese día, estaba de rodillas y rezaba ante la
    imagen de Katia, y Grúshenka lo entendía. Entonces ella lo entendió todo, me
    acuerdo, también ella lloraba… ¡Ah, demonios! Pero ¡no podía ser de otro modo!
    Entonces lloraba, pero ahora… ¡Ahora «una puñalada en el corazón»! Así son las
    mujeres. —Agachó la cabeza y se quedó pensativo—. ¡Sí, soy un canalla! ¡Sin duda, un
    canalla! —exclamó de pronto con voz lúgubre—. ¡Da igual si lloraba o no, sigo siendo
    un canalla! Dile que acepto el título si eso sirve de consuelo. Bueno, ya basta, adiós,
    ¡es inútil seguir hablando de eso! No es divertido. Sigue tu camino, yo seguiré el mío.
    No quiero que nos volvamos a ver, al menos no hasta que llegue el ultimísimo minuto.
    ¡Adiós, Alekséi!













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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep 2024, 16:12

    ***

    Estrechó con fuerza la mano de Aliosha y, con la cabeza todavía gacha, sin levantar
    la mirada, como si se arrancara a sí mismo de allí, se encaminó rápidamente hacia la
    ciudad. Aliosha lo seguía con la mirada, sin creer que se fuera así, de repente, del
    todo.
    —Espera, Alekséi, una confesión más, ¡a ti solo! —Dmitri Fiódorovich retrocedió de
    repente—. Mírame, mírame bien: aquí mismo, ¿lo ves?, aquí mismo se prepara una
    164
    infamia espantosa. —Al decir «aquí mismo», Dmitri Fiódorovich se golpeaba el pecho
    con el puño y con un aire muy extraño, como si la infamia se encontrara y la guardara
    justamente ahí, en su pecho, en algún lugar, quizá en un bolsillo o cosida y colgada de
    su cuello—. Ya me conoces: soy un canalla, ¡un reconocido canalla! Pero debes saber
    que, de cuanto haya hecho antes o pueda hacer de ahora en adelante, nada, nada
    puede compararse en bajeza con la infamia que justamente ahora, justamente en este
    minuto, llevo aquí, en mi pecho, aquí, mira, aquí, una infamia que actúa y que se
    cumple, y que yo soy totalmente libre de detener: puedo detenerla o cometerla, ¡toma
    nota! Pues bien, debes saber que la cometeré, que no le pondré freno. Hace poco te
    lo he contado todo, excepto esto, porque ¡incluso a mí me falta desfachatez! Todavía
    puedo detenerme; si me detengo, mañana podría recuperar una mitad entera del
    honor perdido, pero no me detendré, cometeré mi vil proyecto y ¡tú serás testigo de
    que te hablé de él anticipadamente y con plena conciencia! ¡Oscuridad y perdición! No
    tengo nada que explicar, te enterarás a su debido tiempo. ¡Callejón inmundo y mujer
    infernal! Adiós. No reces por mí, no me lo merezco y no es necesario, no es en
    absoluto necesario… ¡No lo necesito para nada! ¡Fuera…!
    Y de pronto se alejó, esta vez definitivamente. Aliosha se dirigió al monasterio.
    «¿Qué querría decir? ¿Qué significa que no lo volveré a ver? ¿De qué estaría
    hablando? —se preguntaba con frenesí—. No, mañana sin falta lo veré y lo encontraré,
    lo buscaré expresamente. ¡Qué cosas dice!»
    Bordeó el monasterio y, a través del pinar, se dirigió directamente al asceterio. Le
    abrieron la puerta, aunque a esa hora ya no dejaban pasar a nadie. Se le estremecía el
    corazón mientras entraba en la celda del stárets. «¿Por qué, por qué había salido? ¿Por
    qué lo había mandado “al mundo”? Aquí, paz. Aquí, santidad. Y allí, confusión,
    oscuridad en la que enseguida uno se pierde y se extravía…»




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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep 2024, 16:13

    ***
    En la celda se encontraban el novicio Porfiri y el hieromonje Paísi, que se había
    presentado a cada hora del día para preguntar por la salud del padre Zosima, cuyo
    estado, según supo Aliosha con espanto, iba empeorando más y más. Esta vez ni
    siquiera pudo celebrarse el habitual coloquio vespertino con la comunidad. Por lo
    general, cada día después del oficio vespertino, antes de retirarse a dormir, los monjes
    del monasterio solían reunirse en la celda del stárets y cada uno le confesaba en voz
    alta los pecados de la jornada, sus sueños pecaminosos, sus pensamientos, sus
    tentaciones, incluso las disputas con otros monjes, si es que se habían producido.
    Algunos se confesaban de rodillas. El stárets absolvía, reconciliaba, exhortaba, imponía
    penitencias, bendecía y despedía. Contra estas «confesiones» fraternales se
    sublevaban los adversarios del stárchestvo, alegando que esta práctica profanaba la
    confesión como sacramento, que era casi una blasfemia, aunque se trataba de algo
    totalmente diferente. Incluso habían expuesto a las autoridades diocesanas que tales
    confesiones no solo no daban buenos frutos sino que, en realidad, inducían
    165
    intencionadamente al pecado y a la tentación. A muchos monjes, por ejemplo, les
    pesaba acudir a confesarse a la celda del stárets e iban allí a la fuerza, porque todos lo
    hacían, para que no los consideraran orgullosos y rebeldes. Contaban que algunos de
    los hermanos, al dirigirse a la confesión vespertina, se ponían de acuerdo entre sí de
    antemano: «Yo diré que esta mañana me he enfadado contigo y tú confírmalo»; de ese
    modo tenían algo que decir, solo para acabar más rápido. Aliosha sabía que, de
    hecho, así sucedía algunas veces. Sabía también que había hermanos de lo más
    enfadados por la costumbre de que incluso las cartas de familiares, que recibían los
    ermitaños, primero eran llevadas al stárets para que las abriera y las leyese antes que
    sus destinatarios. Se suponía, por descontado, que todo eso debía efectuarse en
    libertad y con franqueza, sin reservas, en nombre de una humildad libre y de una
    edificación salvadora, pero, en realidad, resultaba que a veces se hacía de una manera
    muy poco sincera y, por el contrario, artificiosa y falsa. Pero los hermanos mayores, los
    que atesoraban más experiencia, decían que «para quien hubiese entrado entre
    aquellas paredes con el afán de salvarse, todas esas obediencias y hazañas resultaban
    sin duda salvadoras y de gran utilidad; aquellos que, por el contrario, encontraran
    penosas tales pruebas y murmurasen contra ellas, no eran verdaderos monjes y se
    habían equivocado al entrar en el monasterio, su lugar estaba en el mundo. Del
    pecado y del demonio, además, uno nunca está a salvo, ni en el mundo ni en el
    templo; por tanto, no había que ser demasiado indulgente con los pecados».







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