Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Dom 08 Sep 2024, 08:48

    ***

    —¿Qué?
    —Que no volveré nunca más a su lado y que la saludo con una reverencia.
    —Pero ¿es eso posible?
    —Por eso te mando a ti, en lugar de ir yo personalmente, porque es imposible.
    ¿Cómo iba a poder decírselo yo mismo?
    —Pero ¿adónde irás?
    —Al callejón.
    —O sea, ¡con Grúshenka! —exclamó Aliosha con tristeza, juntando las manos—.
    ¿Será posible que Rakitin haya dicho realmente la verdad? Pensaba que habías ido a
    verla alguna vez y nada más
    .
    —¿Cómo iba a ir yo, estando prometido? ¿Con una novia como ella, y a la vista de
    todo el mundo? Aún me queda sentido del honor, después de todo. Desde que
    empecé a verme con Grúshenka, dejé de estar comprometido y de ser hombre de
    bien, lo entiendo perfectamente. ¿Qué miras? La primera vez fui a verla solo con ánimo
    de golpearla. Me había enterado, y ahora lo sé de buena tinta, de que Grúshenka
    había recibido de ese capitán, apoderado de nuestro padre, un pagaré a mi nombre
    para que actuase contra mí, con la esperanza de que me calmara y diera el asunto por
    zanjado. Querían asustarme. Yo iba, pues, a darle una paliza a Grúshenka. Ya la había
    visto antes de pasada. Nada impresionante. Sabía del viejo comerciante que, ahora,
    además, está enfermo, postrado en la cama, pero aun así le dejará una buena suma de
    dinero. Sabía también que le gustaba hacer dinero, que se lo procuraba a base de
    bien, prestándolo a usura, la muy pícara, la granuja, sin piedad alguna. Iba decidido a
    zurrarla y allí me quedé. Se desencadenó una tormenta, se declaró la peste, me
    contagié y sigo contagiado, sé que todo ha terminado y que nunca habrá nada más. El
    ciclo del tiempo se ha consumado. Ésta es mi situación. Y de repente, como hecho a
    propósito, en mi bolsillo de mendigo aparecieron tres mil rublos. Nos fuimos los dos
    hasta Mókroie, a veinticinco verstas de aquí. Conseguí cíngaras, champán, emborraché
    a todos los campesinos con champán, a todas las mujeres del pueblo y a las
    muchachas; dilapidé los tres mil rublos. Al cabo de tres días estaba pelado, pero como
    un halcón. ¿Crees que consiguió algo este halcón? Ella no me enseñó nada, ni siquiera
    de lejos. Te lo digo: es sinuosa. Esa granuja de Grúshenka tiene una sinuosidad en el
    cuerpo, incluso se le refleja en el pie, hasta en el dedo meñique de su pie izquierdo.
    Se lo vi y lo besé, pero eso es todo, ¡lo juro! Me dijo: «Si quieres, me casaré contigo,
    aunque seas pobre. Dime que no me pegarás y que me dejarás hacer lo que quiera y
    entonces, quizá, me case contigo», se echó a reír. Y todavía se está riendo.
    Dmitri Fiódorovich se alzó, presa de una especie de furor. De repente parecía que
    estuviera borracho. Los ojos, al instante, se le inyectaron en sangre








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    Mensaje por Maria Lua Dom 08 Sep 2024, 08:49

    ***

    —¿Realmente quieres casarte con ella?
    —Si ella consiente, de inmediato; si se niega, me quedaré de todos modos. Seré
    barrendero en el patio de su casa. Tú… tú… Aliosha… —Se detuvo delante de él y,
    agarrándolo por los hombros, se puso a zarandearlo con fuerza—. Sabes, criatura
    inocente, que todo esto es un delirio, un delirio inconcebible, ¡porque hay una
    tragedia! Debes saber, Aliosha, que puedo ser un calavera, un hombre de bajas
    pasiones, sin salvación, pero Dmitri Karamázov nunca será un ladrón, un ratero, un
    ladronzuelo. Pues bien, ahora has de saber que soy un ladrón, un ratero y un
    ladronzuelo. Cuando me dirigía a zurrar a Grúshenka, esa misma mañana, Katerina
    Ivánovna me mandó llamar y, en el más terrible secreto, para que por el momento
    nadie lo supiera (no sé por qué, pero así, por lo visto, era como ella lo quería), me
    pidió que fuera a la capital de la provincia y que desde allí enviara tres mil rublos a
    Agafia Ivánovna en Moscú, para que nadie se enterara en la ciudad. Y esos tres mil
    rublos eran los que tenía en el bolsillo cuando fui a ver a Grúshenka y con ellos fuimos
    a Mókroie. Luego fingí que había ido corriendo a la capital, pero no le presenté el
    125
    resguardo de correos; dije que había enviado el dinero y que le llevaría el recibo, pero
    aún no se lo he llevado, como por olvido. Bueno, ¿qué te parece si hoy vas a verla y le
    dices: «La saluda con una reverencia»? Ella te dirá: «¿Y el dinero?». Y tú podrás decirle:
    «Es un lujurioso infame, una criatura vil con pasiones irrefrenables. No envió su dinero
    aquella vez, se lo gastó porque no pudo dominarse, como un animal»; y, acto seguido,
    podrás añadir: «Pero no es ningún ladrón, aquí tiene sus tres mil rublos, se los
    devuelve, envíeselos usted misma a Agafia Ivánovna; y me ha encargado que la salude
    con una reverencia». Aunque, claro, si de repente te pregunta: «Pero ¿dónde está el
    dinero?».
    —¡Mitia, eres un desgraciado, sí! Pero no tanto como te piensas. No te mates de
    desesperación, ¡no lo hagas!
    —¿Qué crees? ¿Que me pegaré un tiro si no consigo devolver los tres mil rublos?
    Ésa es la cuestión: no me lo pegaré. No soy capaz de hacerlo ahora; más tarde, quizá,
    pero ahora iré a ver a Grúshenka… Total, ya estoy perdido.
    —¿Y luego qué?
    —Seré su marido, tendré el honor de ser su marido y, cuando un amante vaya a
    verla, yo me iré a otra habitación. Limpiaré los chanclos sucios de sus amigos, les
    calentaré el samovar, les haré los recados…
    —Katerina Ivánovna lo entenderá todo —dijo de repente con solemnidad Aliosha—
    . Comprenderá toda la profundidad que hay en esta infelicidad y la aceptará. Tiene un
    espíritu elevado y no se puede ser más desgraciado que tú, ella lo verá por sí misma.
    —No lo aceptará todo —sonrió burlonamente Mitia—. Hay algo en esto, hermano,
    que ninguna mujer puede aceptar. ¿Sabes qué sería lo mejor?
    —¿Qué?
    —Devolverle los tres mil rublos.
    —Pero ¿de dónde podemos sacarlos? Escucha, yo tengo dos mil, Iván también
    aportará mil, eso ya son tres, tómalos y devuélveselos.
    —Pero ¿cuándo llegarán esos tres mil rublos tuyos, Aliosha? Además, tú todavía
    eres menor de edad, y es necesario, totalmente necesario, que vayas a verla hoy y me
    despidas de ella, con dinero o sin dinero, porque no puedo esperar más, tal y como
    están las cosas. Mañana ya sería tarde, demasiado tarde. Ve a ver a nuestro padre.









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    Mensaje por Maria Lua Dom 08 Sep 2024, 08:49

    ***
    —¿A nuestro padre?
    —Sí, ve a verlo antes que a ella. Pídele a él los tres mil.
    —Pero, Mitia, si él no los dará…
    —Claro que no los dará, lo sé muy bien. Alekséi, ¿sabes lo que es la
    desesperación?
    —Sí.
    —Escucha, jurídicamente nuestro padre no me debe nada. Se lo he sacado todo
    ya, todo, lo sé. Pero moralmente está en deuda conmigo, ¿no? Con los veintiocho mil
    126
    rublos de mi madre ganó cien mil. Que me dé solo tres mil de esos veintiocho mil, solo
    tres, y salvará mi alma del infierno y muchos pecados le serán perdonados. Con estos
    tres mil, te doy mi palabra sagrada, lo daré todo por zanjado, y no volverá a oír hablar
    de mí. Por última vez le doy la oportunidad de ser mi padre. Dile que es Dios mismo
    quien le manda esta oportunidad.
    —Mitia, no los dará por nada del mundo.
    —Sé que no los dará, ¡estoy seguro! Y sobre todo ahora. Porque hay más: ahora, en
    estos últimos días, quizá solo desde ayer, supo por primera vez en serio (subraya esto:
    en serio) que Grúshenka realmente no bromeaba y que quiere casarse conmigo. Él
    conoce bien su carácter, conoce a esa gata. ¿Cómo va a darme dinero, para favorecer
    la boda, cuando él mismo está loco por ella? Pero eso no es todo, puedo decirte
    todavía más: sé que hace unos cinco días ha apartado tres mil rublos en billetes de
    cien y los ha metido en un gran sobre, cerrado con cinco sellos de lacre, atado en cruz
    con una cinta roja. ¡Ya ves qué detalles conozco! Y escrito en el sobre está: «A mi ángel
    Grúshenka, por si tiene a bien venir». Él mismo lo garabateó en silencio y en secreto y
    nadie sabe que tiene este dinero, excepto su criado Smerdiakov, en cuya honradez
    cree como en sí mismo. Desde hace tres o cuatro días espera a Grúshenka, con la
    esperanza de que vaya a recoger el sobre; él se lo hizo saber y ella le respondió:
    «Quizá vaya». Pero, si va a casa del viejo, ¿cómo podría casarme yo con ella?
    ¿Comprendes ahora por qué estoy aquí escondido y al acecho de quién?
    —¿De ella?
    —Sí. Las mujerzuelas que son dueñas de esta casa le alquilan un cuchitril a Fomá.
    Fomá es un hombre de por aquí, un antiguo soldado de nuestra guarnición. Está al
    servicio de ellas, por la noche vigila la casa y de día caza urogallos, de eso vive. Me he
    instalado en su habitación; tanto él como las propietarias ignoran mi secreto, es decir,
    no saben que estoy aquí vigilando.
    —¿Solo lo sabe Smerdiakov?
    —Solo él. Y él me advertirá si ella se presenta a ver al viejo.
    —¿Es él quien te ha explicado lo del sobre?
    —Sí. Es un gran secreto. Ni siquiera Iván está al corriente del dinero ni de lo otro. El
    viejo quiere mandar a Iván de paseo a Chermashniá por dos o tres días; ha aparecido
    un posible comprador para el bosque, le dará ocho mil rublos por talarlo, y el viejo no
    deja de pedirle a Iván: «Ayúdame, ve




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    Mensaje por Maria Lua Dom 08 Sep 2024, 08:51

    ***

    —Sí. Es un gran secreto. Ni siquiera Iván está al corriente del dinero ni de lo otro. El
    viejo quiere mandar a Iván de paseo a Chermashniá por dos o tres días; ha aparecido
    un posible comprador para el bosque, le dará ocho mil rublos por talarlo, y el viejo no
    deja de pedirle a Iván: «Ayúdame, ve tú en mi lugar»; serán dos o tres días. Quiere que
    Grúshenka vaya cuando él no esté.
    —¿Es que la espera ya hoy?
    —No, hoy no vendrá, a juzgar por ciertos indicios. ¡Seguro que no! —gritó de
    pronto Mitia—. Y Smerdiakov piensa lo mismo. Nuestro padre se está emborrachando,
    sentado a la mesa con Iván. Ve, Alekséi, pídele estos tres mil…
    127
    —Mitia, querido, ¿qué te pasa? —exclamó Aliosha, levantándose de un salto y
    mirando fijamente al exaltado Dmitri Fiódorovich. Por un momento pensó que se había
    vuelto loco.
    —¿Qué te pasa a ti? No he perdido el juicio —dijo con la mirada fija y casi
    solemne—. No, cuando te digo que vayas a ver a padre, sé lo que me digo: creo en un
    milagro.
    —¿En un milagro?
    —En un milagro de la divina Providencia. Dios conoce mi corazón, ve toda mi
    desesperación. Ve todo el cuadro. ¿Es que dejará que suceda este horror? Aliosha,
    creo en un milagro. ¡Ve!
    —Iré. Dime, ¿esperarás aquí?
    —Sí. Entiendo que llevará su tiempo, que no puedes ir así, y de repente… ¡zas!
    Ahora está borracho. Esperaré tres horas, cuatro, cinco, seis, siete, pero has de saber
    que hoy, aunque sea a medianoche, tienes que ir a casa de Katerina Ivánovna, con
    dinero o sin dinero, y decirle: «Me ha pedido que la salude con una reverencia».
    Quiero que le digas precisamente ese verso: «Me ha pedido que la salude con una
    reverencia».
    —¡Mitia! ¿Y si Grúshenka viene hoy…? ¿Y si no hoy, mañana o pasado mañana?
    —¿Grúshenka? Estaré atento, irrumpiré en la casa, lo impediré…
    —¿Y si…?
    —Si hay un si, mataré. No lo soportaría.
    —¿A quién matarás?
    —Al viejo. A ella, no.
    —¡Hermano, qué dices!
    —No lo sé, no lo sé… Quizá no lo mate o quizá sí. Tengo miedo de que en ese
    momento su cara se vuelva odiosa para mí. Odio la nuez de su garganta, su nariz, sus
    ojos, su sonrisa obscena. Siento repugnancia física. Eso es lo que me da miedo. No
    podré contenerme…
    —Allá voy, Mitia. Creo que Dios lo arreglará como mejor sepa, así que no habrá
    ningún horror.
    —Me quedaré aquí y esperaré un milagro. Pero, si no se cumple, entonces…
    Aliosha, pensativo, se encaminó a casa de su padre.






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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:04

    ***

    VI. Smerdiakov



    De hecho, encontró a su padre todavía a la mesa. Y la mesa, como de costumbre,
    estaba puesta en la sala, aunque en la casa también había un auténtico comedor. Esta
    sala era la estancia más grande de la casa, amueblada con cierta pretensión pasada de
    moda. Los muebles, muy antiguos, eran blancos y estaban tapizados con una tela roja
    raída, mitad seda, mitad algodón. Espejos con marcos rebuscados de talla antigua,
    también blancos y dorados, colgaban en los espacios entre las ventanas. En las
    paredes, donde el empapelado blanco estaba roto en muchos lugares, resaltaban dos
    grandes retratos: uno de cierto príncipe, que treinta años antes había sido gobernador
    general de la provincia, y otro de un obispo, también fallecido hacía tiempo. En el
    rincón de cara a la puerta de entrada había varios iconos ante los cuales se encendía
    una lamparilla por la noche… menos por devoción que por dejar iluminada la estancia.
    Fiódor Pávlovich se acostaba muy tarde, sobre las tres o cuatro de la madrugada, y
    hasta entonces se paseaba por la sala o se sentaba en una butaca y meditaba. Se
    había convertido en su costumbre. A menudo pasaba la noche completamente solo en
    casa, después de despachar a los criados a su pabellón, pero la mayoría de las veces
    se quedaba con él el criado Smerdiakov, que dormía en la antesala sobre un gran baúl.
    La comida ya había acabado cuando entró Aliosha, pero aún tomaban el café y la
    confitura. A Fiódor Pávlovich le gustaban los dulces y el coñac después de la comida.
    Iván Fiódorovich estaba a la mesa y también tomaba café. Los criados Grigori y
    Smerdiakov estaban de pie junto a la mesa. Tanto amos como criados se sentían
    visiblemente animados y llenos de una felicidad extraordinaria. Fiódor Pávlovich reía
    con sonoras carcajadas. Aliosha, ya desde el vestíbulo, oyó su risa estridente que
    conocía tan bien y enseguida concluyó, por el tono de sus risotadas, que su padre,
    todavía lejos de estar borracho, solo daba rienda suelta a su buen humor.
    —¡Aquí está, aquí lo tenemos! —gritó Fiódor Pávlovich, terriblemente contento de
    pronto de ver a Aliosha—. Ven a sentarte con nosotros, toma un café. Es sin azúcar, sin
    azúcar, pero está caliente y es muy bueno. No te ofrezco coñac porque haces ayuno,
    pero si quieres un poco… ¿Quieres? No, mejor será que te dé un licor, ¡es de
    excelente calidad! Smerdiakov, ve al armario, el segundo estante a la derecha, toma la
    llave, ¡rápido!
    Aliosha se negó enseguida a aceptar el licor.
    —Lo serviremos de todos modos, si no para ti, para nosotros —dijo Fiódor
    Pávlovich, radiante—. Pero espera, ¿has comido?








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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:05

    ***
    —Sí —respondió Aliosha que, a decir verdad, solo había tomado un trozo de pan y
    un vaso de kvas en la cocina del padre higúmeno—. Pero tomaré de buena gana un
    café caliente.
    —¡Bravo, querido! Tomará un poco de café. ¿Habrá que calentarlo? ¡Ah, no, si está
    hirviendo! Es un café de primera, preparado por Smerdiakov. Con el café y las
    empanadas mi Smerdiakov es un artista, sí, y con la sopa de pescado, tres cuartos de
    lo mismo. Ven a probarla alguna vez, avisa con tiempo… Pero espera, espera, ¿no te
    dije esta mañana que te trasladaras aquí con el jergón y la almohada? ¿Has traído el
    jergón? ¡Je, je, je!
    —No, no lo he traído —contestó Aliosha con una sonrisa.
    —Ah, te has asustado antes, ¿verdad? Te has asustado. Oh, querido mío, ¿acaso
    podría yo ofenderte? Escucha, Iván, no puedo resistirme cuando me mira así a los ojos
    y se ríe. Hasta mis entrañas empiezan a reírse con él, ¡lo quiero! Aliosha, acércate, deja
    que te dé mi bendición paterna. —Aliosha se levantó, pero Fiódor Pávlovich ya había
    cambiado de idea—. No, no, por ahora solo te haré la señal de la cruz, así que
    siéntate. Bueno, ahora te vas a divertir, y precisamente con tu tema. Te vas a reír a
    base de bien. Nuestra burra de Balaam se ha puesto a hablar, ¡y cómo habla, cómo!
    La burra de Balaam resultó ser el lacayo Smerdiakov. Todavía joven, de unos
    veinticuatro años, era terriblemente insociable y taciturno. No es que fuera un salvaje o
    que se avergonzara de algo: no, al contrario, era de natural arrogante y parecía
    despreciar a todos. Pero precisamente en este punto no es posible seguir adelante sin
    decir de él aunque sean dos palabras. Le criaron Marfa Ignátievna y Grigori Vasílievich,
    pero el niño creció «sin ninguna gratitud» o, según la expresión de Grigori, como un
    niño salvaje que miraba el mundo desde un rincón. De niño le encantaba ahorcar gatos
    y luego los enterraba con gran ceremonia. Para esto, se cubría con una sábana, a guisa
    de sotana, y cantaba y agitaba algo sobre el gato muerto, como un incensario. Todo
    esto lo hacía a escondidas, con el mayor misterio. Grigori le sorprendió un día en este
    ejercicio y le propinó una buena ración de azotes. El niño se fue a un rincón y allí se
    pasó una semana, mirando de reojo. «No nos quiere este monstruo —decía Grigori a
    Marfa Ignátievna—. Por lo demás, no quiere a nadie.» «¿De veras eres un ser humano?
    —le preguntó una vez directamente a Smerdiakov—. No, tú no eres un ser humano,
    naciste de la humedad de una bania, eso eres tú…» Smerdiakov, como se vio más
    tarde, nunca pudo perdonarle estas palabras. Grigori le enseñó a leer y escribir y,
    cuando cumplió doce años, empezó a enseñarle las Escrituras. Pero resultó un fracaso.
    Un día, en la segunda o tercera lección, el niño de pronto sonrió sardónicamente.
    —¿Qué te pasa? —le preguntó Grigori, mirándolo amenazante por encima de sus
    gafas.
    —Nada, señor. En el primer día creó Dios la luz, y el sol, la luna y las estrellas, en el
    cuarto. ¿De dónde salía la luz el primer día?



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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:05

    ***


    Grigori se quedó estupefacto. El chico miraba con aire burlón al maestro. Incluso
    había en su mirada algo de arrogancia. Grigori no pudo contenerse. «¡Ya te diré a ti de
    dónde!», gritó y abofeteó con rabia a su pupilo. El niño aguantó el golpe sin decir una
    palabra, pero volvió a refugiarse en un rincón varios días. Una semana después, se le
    declaró por primera vez el mal caduco, enfermedad que ya no lo abandonaría el resto
    de su vida. Al saberlo, Fiódor Pávlovich pareció cambiar repentinamente de opinión
    sobre el muchacho. Antes, lo miraba con una especie de indiferencia, si bien nunca lo
    reñía, y cuando se lo encontraba siempre le daba un kopek. Cuando estaba de buen
    humor, le mandaba algunos dulces de sobremesa. Pero entonces, después de
    enterarse de la enfermedad, empezó a preocuparse decididamente por él, mandó
    llamar a un doctor, probaron un tratamiento, pero resultó que la cura no era posible.
    Tenía, como promedio, un ataque cada mes, a intervalos irregulares. Los ataques
    también variaban de intensidad, tan pronto eran suaves como virulentos. Fiódor
    Pávlovich prohibió estrictamente a Grigori cualquier castigo corporal contra el
    muchacho y empezó a dejarlo subir a sus aposentos. Prohibió también que, por el
    momento, le hicieran estudiar cualquier cosa. Un día, cuando el chico tenía ya quince
    años, Fiódor Pávlovich lo descubrió rondando cerca de la biblioteca y leyendo los
    títulos a través del cristal. En la casa había bastantes libros, como un centenar de
    tomos, pero nadie había visto nunca a Fiódor Pávlovich con uno entre las manos.
    Enseguida le dio la llave de la librería a Smerdiakov: «Bueno, lee, serás mi
    bibliotecario; en lugar de estar ganduleando por el patio, siéntate y lee. Toma, lee
    esto», y Fiódor Pávlovich le dio Las veladas de Dikanka.
    El muchacho lo leyó pero se quedó insatisfecho, no rio ni una vez, al contrario,
    acabó la lectura con el ceño fruncido.
    —¿Qué? ¿No es divertido? —preguntó Fiódor Pávlovich.
    Smerdiakov callaba.
    —Responde, imbécil.
    —Todo lo que está escrito aquí son mentiras —masculló Smerdiakov con una
    sonrisa irónica.
    —Vete al diablo, alma de lacayo. Espera, toma la Historia universal de Smarágdov.
    Aquí todo es verdad, lee.
    Pero Smerdiakov no leyó más de diez páginas de Smarágdov; le pareció aburrido.
    Así que la biblioteca volvió a cerrarse con llave. Muy pronto, Marfa y Grigori
    informaron a Fiódor Pávlovich de que Smerdiakov de pronto estaba empezando a dar
    muestras de una terrible aprensión: ante la sopa, tomaba la cuchara y exploraba en el
    caldo, inclinado sobre ella, la examinaba, sacaba la cuchara y la inspeccionaba a la luz.
    —¿Qué es, una cucaracha? —le preguntaba Grigori.
    —Quizá una mosca —observaba Marfa.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:06

    ***


    El impecable joven nunca respondía, pero procedía de la misma manera con el
    pan, la carne y toda la comida: levantaba un trozo con el tenedor y lo estudiaba a la luz
    como con un microscopio y, después de tomarse mucho rato para decidir, se decidía a
    llevárselo a la boca. «Vaya un señorito nos ha salido», murmuraba Grigori, mirándolo.
    Fiódor Pávlovich, puesto al corriente de esta nueva cualidad de Smerdiakov, determinó
    al instante que sería cocinero y lo envió a Moscú a aprender el oficio. Allí pasó varios
    años y volvió muy cambiado de aspecto. De pronto envejeció de una manera insólita,
    estaba arrugado de un modo totalmente desproporcionado para su edad, se puso
    todo amarillo y empezó a parecer un skópets. Moralmente, era casi el mismo que
    antes de irse; seguía siendo huraño y rehuía el trato, no sentía la menor necesidad de
    compañía. En Moscú también, como después supieron, siempre estaba callado; la
    ciudad en sí misma le interesó muy poco, aprendió alguna que otra cosa y a lo demás
    no le prestó la menor atención. Una vez incluso fue al teatro, pero volvió silencioso y
    descontento a casa. En cambio, regresó de Moscú muy bien vestido, con una levita
    limpia y ropa blanca, cepillaba su vestimenta escrupulosamente dos veces al día sin
    falta y le encantaba lustrar sus botas elegantes, de piel de becerro, con un betún inglés
    especial, para que relucieran como un espejo. Como cocinero resultó excelente.
    Fiódor Pávlovich le asignó un salario, y Smerdiakov lo empleaba casi íntegramente en
    comprar ropa, pomadas, perfumes, etcétera. Parecía desdeñar al sexo femenino tanto
    como al masculino y se comportaba solemnemente, casi de modo inaccesible, con él.
    Fiódor Pávlovich empezó a mirarlo desde otro punto de vista. El caso es que sus
    ataques de mal caduco iban a más, y en esos días quien preparaba la comida era
    Marfa Ignátievna, lo que no le convenía de ningún modo.
    —¿Cómo es que ahora tienes ataques más a menudo? —preguntaba a veces,
    mirando de soslayo al nuevo cocinero y estudiando su rostro—. Ojalá te casaras con
    alguien, ¿quieres que te busque mujer?
    Pero Smerdiakov, ante esos discursos, solo palidecía del enfado y no respondía
    nada. Fiódor Pávlovich se iba, dejándolo por imposible. Lo esencial es que estaba
    convencido de su honradez; de una vez por todas se había convencido de que nunca
    le cogería ni le robaría nada. Una vez Fiódor Pávlovich, ligeramente borracho, perdió
    en el patio de su casa, en el barro, tres billetes de cien rublos que acababa de recibir y
    no se dio cuenta hasta el día siguiente: justo cuando se puso a rebuscar en los bolsillos
    de pronto vio los tres billetes encima de la mesa. ¿De dónde habían salido?
    Smerdiakov los había recogido y llevado allí la víspera. «Tipos como tú, hermano, no
    había visto nunca», dijo bruscamente Fiódor Pávlovich y le regaló diez rublos. Cabe
    añadir que no solo estaba convencido de la honradez de Smerdiakov, sino que por
    alguna razón incluso le profesaba amor, aunque el chico también a él lo miraba de
    reojo, como a los demás, y siempre guardaba silencio. Eran contadas las ocasiones en
    las que decía algo.



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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:07

    ***
    Si entonces a alguien se le hubiera ocurrido preguntar, mirándolo,
    132
    qué interesaba a ese joven y qué tenía en la cabeza, por su cara no se habría podido
    intuir de ninguna de las maneras. Sin embargo, a veces, en la casa, o bien en el patio o
    en la calle, se detenía meditabundo y se quedaba así unos buenos diez minutos. Un
    fisionomista, tras estudiarlo, habría dicho que su cara no expresaba ni pensamiento ni
    reflexión, sino solo cierta contemplación. El pintor Kramskói tiene un cuadro notable
    titulado El contemplador que representa un bosque en invierno y, en el bosque,
    vestido con un pequeño caftán y calzado con zuecos de corteza de tilo,
    completamente solo en el mundo, en la soledad más profunda, hay un pequeño
    campesino extraviado; está allí parado como si estuviera reflexionando, pero no
    reflexiona, sino que «contempla» algo. Si le dieras un empujón, se estremecería y se
    quedaría mirándote como si acabara de despertarse, pero sin entender nada. Es
    verdad que volvería en sí al instante pero, si se le preguntase en qué había estado
    pensando todo ese rato allí parado, lo más probable es que no recordara nada,
    aunque de seguro guardaría para sí la impresión en la que estaba sumido en su
    contemplación. Estas impresiones, queridas para él, a buen seguro, las acumula de
    modo imperceptible e incluso sin darse cuenta, sin saber tampoco con qué finalidad y
    por qué. Un día, quizá, después de haber acumulado estas impresiones a lo largo de
    muchos años, lo deje todo y parta a Jerusalén a peregrinar y buscar su salvación, o
    quizá prenda fuego de repente a su aldea natal, o tal vez suceda lo uno y lo otro. Hay
    muchos contempladores entre el pueblo. Smerdiakov era sin duda uno de esos
    contempladores y él también iba acumulando impresiones con avidez, casi sin saber
    por qué.





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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:08

    ***


    VII. Una controversia
    Pero la burra de Balaam de pronto se puso a hablar. Y el tema resultó extraño: Grigori,
    por la mañana, al recoger unas mercancías en la tienda del comerciante Lukiánov,
    había oído la historia de un soldado ruso que, prisionero de los asiáticos en una lejana
    región fronteriza, fue constreñido, bajo amenaza de una muerte inmediata y terrible, a
    abjurar del cristianismo y convertirse al islam, pero se negó a traicionar su fe y aceptó
    el suplicio, se dejó desollar vivo y murió alabando y glorificando a Cristo, hazaña que
    se relataba justamente en el periódico recibido ese día. De esto habló Grigori en la
    mesa. A Fiódor Pávlovich siempre le había gustado, al término de cada comida, a la
    hora de los postres, reír y charlar, aunque fuera con Grigori. Aquel día se encontraba
    en un estado de ánimo agradable, se sentía ligero y especialmente expansivo.
    Sorbiendo coñac y después de haber escuchado hasta el final la noticia, observó que
    ese soldado merecía ser hecho enseguida santo y que esa piel arrancada había que
    donarla a algún monasterio: «La de gente y dinero que atraería». Grigori frunció el
    entrecejo al ver que Fiódor Pávlovich no se había conmovido lo más mínimo y que,
    según su costumbre habitual, empezaba a blasfemar. En ese momento, Smerdiakov,
    que estaba en la puerta, sonrió con ironía. Ya hacía tiempo que se le permitía estar a
    menudo de pie junto a la mesa, es decir, después de la comida. Y, desde que llegó
    Iván Fiódorovich a nuestra ciudad, se presentaba a la hora de la comida casi todos los
    días.
    —¿Qué te pasa? —preguntó Fiódor Pávlovich, reparando enseguida en su sonrisa y
    comprendiendo que iba dirigida a Grigori.
    —En el caso del que se está hablando —dijo de repente Smerdiakov, de manera
    sorprendente y con voz estentórea—, y aunque la hazaña de este encomiable soldado
    ha sido muy grande, señor, tampoco habría sido pecado, en mi opinión, si en una
    ocasión semejante hubiese repudiado el nombre de Cristo y su propio bautismo para
    salvar la vida y luego la hubiese dedicado a hacer buenas acciones con las que expiar,
    a lo largo de los años, esa cobardía.
    —¿Cómo que no habría sido pecado? Mientes y por esto irás de cabeza al infierno,
    donde te asarán como un cordero —replicó Fiódor Pávlovich.
    Fue entonces cuando entró Aliosha. Fiódor Pávlovich, como hemos visto, se alegró
    enormemente al verlo.
    —¡Un tema tuyo, un tema tuyo! —exclamaba soltando risillas socarronas, invitando
    a Aliosha a que se sentara a escuchar.




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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:09

    ***
    —Eso que dice del cordero no es así, señor, no habrá nada semejante allí, señor, ni
    debe haberlo, si hay plena justicia —observó, solemne, Smerdiakov.
    —¿Qué quieres decir con eso de que «si hay plena justicia»? —gritó Fiódor
    Pávlovich aún más alegre, dando un golpe con la rodilla a Aliosha.
    —¡Es un canalla, eso es lo que es! —soltó Grigori. Iracundo, lo miró fijamente a los
    ojos.
    —En cuanto a lo de canalla, tómeselo con un poco de calma, Grigori Vasílievich —
    replicó Smerdiakov, demostrando temple y contención—. Piense más bien que, si yo
    cayera en manos de esos que torturan a los cristianos y me viera impelido por ellos a
    maldecir el nombre de Dios y renegar de mi santo bautismo, mi propia razón me
    autorizaría plenamente a hacerlo, pues no habría pecado alguno en ello.
    —¡Esto ya lo has dicho, no seas tan prolijo y demuéstralo! —gritó Fiódor Pávlovich.
    —¡Marmitón! —susurró Grigori con desdén.
    —Respecto a eso de marmitón, espere también un poco y, antes de insultar, juzgue
    usted mismo, Grigori Vasílievich. Porque, en cuanto les dijera a mis verdugos: «No, no
    soy cristiano, ¡maldigo al verdadero Dios!», en ese mismo momento, por el tribunal
    supremo de Dios, inmediata y específicamente, sería anatema a los ojos de la justicia
    divina, quedaría maldito y excluido de la Santa Iglesia, como un pagano, de modo que
    en el instante de proferir estas palabras, qué digo, solo ya con pensar en pronunciarlas,
    resulto excomulgado, ¿es cierto o no, Grigori Vasílievich? —se dirigía con evidente
    satisfacción a Grigori, contestando en esencia solo a las preguntas de Fiódor Pávlovich,
    y se daba perfecta cuenta de ello, pero fingía creer que era Grigori quien se las había
    formulado.
    —¡Iván! —gritó de repente Fiódor Pávlovich—. Inclínate, arrima el oído. Ha
    arreglado todo esto para ti, quiere ganarse tus elogios. Adelante, dale esa alegría.
    Iván Fiódorovich escuchó con total seriedad el anuncio exaltado de su padre.
    —Espera, Smerdiakov, cállate un rato —gritó de nuevo Fiódor Pávlovich—. Iván,
    arrima otra vez el oído.
    Iván Fiódorovich volvió a inclinarse, con el aspecto más serio del mundo.
    —Te quiero tanto como a Aliosha. No creas que no te quiero. ¿Un poco de coñac?
    —Sí —Iván Fiódorovich miró a su padre mientras pensaba: «Has empinado el codo
    a base de bien». A Smerdiakov lo observaba con mucha curiosidad.
    —Tú ya estás maldito y anatematizado —estalló Grigori—, ¿cómo te atreves a
    hablar después de eso, canalla, si…?
    —¡No insultes, Grigori, no insultes! —le interrumpió Fiódor Pávlovich.
    —Paciencia, Grigori Vasílievich, un poco más de paciencia y siga escuchando, que
    todavía no he acabado. Porque en el mismo momento en que sea maldito por Dios,
    inmediatamente, en ese momento, es decir, en el momento supremo, me convierto en
    pagano, se me borra el bautismo y no se me imputa nada, ¿no es así?



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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:09

    ***


    —Ve acabando, hermano, date prisa y concluye —lo apremió Fiódor Pávlovich,
    sorbiendo con placer de su copita.
    —Pues bien, si no soy ya cristiano, no miento a los verdugos cuando me preguntan:
    «¿Eres cristiano o no?», pues yo ya había sido privado de mi cristiandad por el propio
    Dios, sin otra causa que mi intención y antes incluso de que pudiese decir una palabra
    a mis verdugos. Bien, si he perdido mi condición de cristiano, ¿cómo y con qué
    derecho podrán pedirme cuentas en el otro mundo, en tanto que cristiano, por haber
    abjurado de Cristo, cuando por mi mera premeditación yo ya había sido desposeído
    del bautismo? Si no soy ya cristiano, no puedo abjurar de Cristo, porque eso ya sería
    cosa hecha. ¿Quién, entonces, allí en el cielo, pediría cuentas a un vil tártaro por no
    haber nacido cristiano, quién lo castigaría por ello, teniendo en cuenta que no se
    puede desollar a un buey dos veces? Si Dios omnipotente pide cuentas a un tártaro
    cuando éste muere, he de creer que lo hará para castigarlo levemente (visto que no es
    posible que no lo castigue en absoluto), considerando que al fin y al cabo no era culpa
    suya si nació sucio, de padre y madre sucios. El Señor Dios no puede tomar a un
    tártaro por la fuerza y afirmar que también él era cristiano, ¿no? Eso significaría que el
    Omnipotente está diciendo una gran mentira. ¿Y acaso puede el todopoderoso Señor
    del cielo y la tierra decir una mentira, aunque sea con una sola palabra, señor?
    Grigori estaba atónito y miraba al orador con los ojos desorbitados. Aunque no
    comprendía muy bien lo que se estaba diciendo, de pronto asimiló algo de todo aquel
    galimatías y se quedó parado con el aspecto de un hombre que acaba de golpearse la
    frente contra una pared. Fiódor Pávlovich apuró la copita y soltó una ruidosa carcajada.
    —¡Alioshka, Alioshka! ¿Has oído eso? ¡Ay, eres un casuista! Eso es que ha estado
    con los jesuitas en alguna parte, Iván. Ah, jesuita maloliente, ¿quién te ha enseñado
    eso? Pero mientes, casuista, mientes, mientes y mientes. No llores, Grigori, ahora
    mismo lo reduciremos a polvo y humo. Contesta a esto, burra: ante tus torturadores
    puedes tener razón, pero tú mismo has renegado de tu fe y dices que en ese justo
    momento estás anatematizado y eres maldito y, si estás anatematizado, no te van a
    obsequiar con caricias en el infierno. ¿Qué dices a esto, mi bello jesuita?
    —No cabe duda, señor, que dentro de mí he abjurado, pero aun así no hay en esto
    un pecado especial y, si hubo un pequeño pecado, fue de lo más corriente, señor.
    —¿Cómo, de lo más corriente?
    —¡Mientes, maldiiito! —silbó Grigori.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:10

    ***


    —Juzgue por sí mismo, Grigori Vasílievich —siguió diciendo Smerdiakov con voz
    grave y sosegada, consciente de su victoria, pero dando como muestras de
    magnanimidad con el adversario derrotado—, juzgue por sí mismo: está dicho en las
    Escrituras que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a esta montaña: «Vete de
    aquí y arrójate al mar», y será hecho enseguida, a la primera orden. Pues bien, Grigori
    Vasílievich, si yo no soy creyente y usted lo es tanto que me injuria sin cesar, intente
    136
    decir, señor, a esa montaña no que se arroje al mar (porque el mar queda lejos de
    aquí) sino que se desplace hasta nuestro riachuelo hediondo, el que discurre detrás de
    nuestro huerto, y en ese instante verá que nada se mueve, señor, que todo sigue en el
    mismo orden de antes, intacto, por mucho que usted grite, señor. Y esto significa que
    usted, Grigori Vasílievich, tampoco cree del modo conveniente, y que no hace sino
    insultar a los demás de todas las maneras posibles. Y, teniendo en cuenta, además,
    que nadie en nuestro tiempo, no solo usted, señor, sino decididamente nadie,
    empezando por las personalidades más elevadas y acabando por el último de los
    campesinos, puede hacer que se arroje una montaña al mar, salvo quizá una persona
    en toda la tierra, dos a lo sumo, y que tal vez se encuentren salvando su alma en
    secreto en algún desierto egipcio, de manera que nadie pueda encontrarlos, y, si eso
    es así, señor, si todos los demás se revelan como incrédulos, ¿es posible que el resto,
    es decir, la población de toda la tierra, excepto ese par de ermitaños del desierto, sean
    malditos por el Señor y, en su misericordia, tan conocida, no perdone a nadie? Por
    eso, también, tengo la esperanza de que, aun habiendo dudado una vez, seré
    perdonado cuando derrame lágrimas de arrepentimiento.
    —¡Espera! —gritó Fiódor Pávlovich en una apoteosis de exaltación—. ¿Así que aún
    supones que existen dos hombres capaces de mover montañas? Iván, toma nota,
    escríbelo: ¡en estas palabras se manifiesta todo el hombre ruso!
    —Su observación es del todo justa, éste es un rasgo de la fe popular —asintió Iván
    Fiódorovich con una sonrisa de aprobación.
    —¡Así que estás de acuerdo! ¡Bueno, pues debe de ser así, si hasta tú estás de
    acuerdo! Alioshka, es verdad, ¿no? Así es la fe rusa, ¿no crees?
    —No, la fe de Smerdiakov no es rusa en absoluto —dijo Aliosha con seriedad y
    firmeza.


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    Mensaje por Maria Lua Lun 09 Sep 2024, 09:12

    ***

    —No me refiero a su fe sino a ese rasgo, a esos dos ermitaños del desierto, solo a
    ese detalle: ¿no es eso ruso, muy ruso?
    —Sí, ese detalle es completamente ruso —sonrió Aliosha.
    —Tu palabra, burra, vale una moneda de oro y te la mandaré hoy mismo, pero, aun
    así, en cuanto a todo lo demás, mientes, mientes y mientes; debes saber, tonto, que si
    aquí no creemos es únicamente por frivolidad, porque no tenemos tiempo: primero,
    nos abruman las ocupaciones y, segundo, Dios nos ha dado poco tiempo, solo
    veinticuatro horas al día, así que ni siquiera nos alcanza para dormir lo suficiente, no
    digo ya para arrepentirnos. ¡Mientras que tú abjuras ante tus torturadores cuando no
    puedes pensar en otra cosa más que en la fe y precisamente cuando hay que
    manifestarla! ¿No es eso un pecado, hermano?
    —Serlo lo es, pero juzgue por sí mismo, Grigori Vasílievich, eso no hace sino
    volverlo más leve. Porque, si entonces yo hubiera creído en la verdad absoluta como
    es debido, habría pecado realmente al no aceptar el martirio por mi fe y al convertirme
    137
    a la sucia fe de Mahoma. Pero no habría llegado al martirio en ese momento, señor,
    porque me habría bastado con decir en ese mismo instante a la montaña: «Muévete y
    aplasta a mi torturador», para que se moviera y lo aplastase como una cucaracha, y yo
    me habría marchado como si nada, cantando y glorificando a Dios. Pero, si justo en
    ese momento yo intentara todo eso y deliberadamente gritase a la montaña: «Aplasta
    a estos torturadores», y ésta no los aplastara, díganme, ¿cómo no habría de dudar
    entonces, en esa terrible hora de gran miedo mortal? De todos modos, yo ya sabría
    que no iba a alcanzar plenamente el reino de los cielos (pues, si la montaña no se ha
    movido ante mis palabras, eso es que no deben de dar mucho crédito a mi palabra allí
    y que no me aguarda una gran recompensa en el otro mundo). ¿Para qué, entonces,
    he de dejar, por encima de todo y sin provecho alguno, que me desuellen vivo? Pues,
    aunque me hubiesen despellejado ya la mitad de la espalda, esa montaña seguiría sin
    moverse ante mis palabras y mis gritos. En un momento así, no solo pueden asaltarlo a
    uno las dudas sino que incluso puede perder la cabeza del miedo. Por tanto, ¿de qué
    sería especialmente culpable si, al no ver provecho ni recompensa aquí ni allí, al menos
    pusiera a salvo mi piel? Y por eso, confiando mucho en la misericordia de Dios,
    alimento la esperanza de ser completamente perdonado, señor…






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    138


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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:25

    ***

    VIII. Ante una copita de coñac



    La discusión terminó pero, extrañamente, Fiódor Pávlovich, que antes se había
    divertido tanto, acabó de pronto con el ceño fruncido. Y con el ceño fruncido se atizó
    otra copita de coñac, que estaba ya totalmente de más.
    —¡Largo de aquí, jesuitas, fuera! —gritó a los criados—. Vete, Smerdiakov. Hoy te
    mandaré la moneda de oro prometida. No llores, Grigori, vete con Marfa, ella te
    consolará y te acostará. Esos canallas no le dejan a uno un minuto de tranquilidad
    después de la comida —dijo bruscamente y con despecho una vez que los criados se
    hubieron retirado, acatando su orden al instante—. Smerdiakov ahora siempre se
    planta aquí después de la comida, ¿es en ti en quien tiene tanto interés? ¿Con qué lo
    habrás engatusado? —añadió dirigiéndose a Iván Fiódorovich.
    —Con nada en absoluto —contestó éste—. Se le ha ocurrido respetarme; es un
    lacayo y un patán. Por lo demás, será carne de cañón de vanguardia cuando llegue el
    momento.
    —¿De vanguardia?
    —Habrá otros y mejores, pero también de este tipo. Primero irán éstos y luego los
    mejores.
    —Y ¿cuándo llegará el momento?
    —El cohete arderá, pero quizá no hasta el final. Al pueblo, por ahora, no le gusta
    demasiado escuchar a estos pinches de cocina.
    —Así es, hermano, una burra de Balaam como él piensa y piensa, y el diablo sabe
    hasta dónde pueden llevarlo sus pensamientos.
    —Acumula ideas —dijo Iván con una sonrisa burlona.
    —Verás, sé muy bien que a mí no me soporta, como tampoco soporta a todos los
    demás, a ti incluido, aunque creas que «se le ha ocurrido respetarte». Y todavía menos
    a Aliosha, a quien desprecia. Aunque no roba, ésa es la cuestión, ni es chismoso; calla,
    no airea los trapos sucios, prepara unas empanadas magníficas; por lo demás, que se
    vaya al diablo, a decir verdad, ¿de qué sirve hablar de él?
    —De nada, desde luego.
    —Y, en cuanto a lo que puede llegar a imaginar, al campesino ruso, hablando en
    general, hay que azotarlo. Siempre lo he afirmado. Nuestro campesino es un estafador,
    no hay que compadecerlo, y está muy bien que, incluso ahora, de vez en cuando se
    lleve una zurra. La tierra rusa es fuerte por sus abedules. Si se destruyen los bosques,
    será el fin para la tierra rusa. Yo estoy a favor de la gente inteligente. Nosotros, con
    gran inteligencia, hemos dejado de golpear a los campesinos, y ellos mismos siguen
    139
    azotándose entre sí. Y hacen bien. Con la misma medida con que medís, os medirán a
    vosotros, ¿se dice así? En una palabra, os medirán. Y Rusia es una porquería. Amigo
    mío, si supieras cómo odio Rusia… Es decir, no Rusia, sino todos estos vicios… y quizá
    Rusia, también. Tout cela c’est de la cochonnerie. ¿Sabes lo que me gusta? Me gusta
    el ingenio











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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:26

    ***

    —Se ha bebido otra copita. Debería parar.
    —Espera, me beberé una más y luego otra, entonces pararé. No, espera, me has
    interrumpido. Al pasar por Mókroie pregunté a un viejo, y me dijo: «Lo que más nos
    gusta es sentenciar a las muchachas al castigo de azotes, y dejamos a todos los mozos
    que den los latigazos. Y después, a la que ha recibido el castigo el mozo la toma por
    esposa, así que ahora, para las propias chicas, se ha convertido en una costumbre».
    Una especie de marqueses de Sade, ¿no? Di lo que quieras, pero es ingenioso. ¿Por
    qué no nos acercamos y echamos un vistazo, eh? Alioshka, ¿te has puesto rojo? No te
    avergüences, hijo. Es una pena que, hace un rato, cuando estaba con el padre
    higúmeno, no esperase a estar en la mesa para hablarles a los monjes de las chicas de
    Mókroie. Aliosha, no te enfades por que haya ofendido a tu higúmeno hace un rato. La
    rabia se apodera de mí, hermano. Porque, si hay Dios, si existe, bueno, entonces, por
    supuesto, soy culpable y responderé por ello, pero, si no existe en absoluto, ¿qué se
    merecen entonces esos padres tuyos? No basta con cortarles la cabeza, porque frenan
    el progreso. ¿Me crees, Iván, que esto desgarra mis sentimientos? No, no me crees, lo
    veo en tus ojos. Crees lo que dice la gente, que soy solo un bufón. Aliosha, ¿crees que
    no soy solo un bufón?
    —Creo que no es solo un bufón.
    —Creo que lo crees y que hablas con sinceridad. Miras con sinceridad y hablas con
    sinceridad. No como Iván. Iván es altivo… Pero, con todo, yo acabaría con ese
    pequeño monasterio tuyo. Tomaría todo ese misticismo de una tacada de toda la tierra
    rusa y lo eliminaría, para hacer entrar en razón de una vez por todas a todos esos
    imbéciles. ¡Y cuánta plata y cuánto oro entrarían en la casa de la moneda!
    —¿Y para qué eliminarlo? —preguntó Iván.
    —Para que resplandezca más pronto la verdad, para eso.
    —Pero, si esta verdad resplandece, usted sería el primero en ser saqueado y
    luego… eliminado.
    —¡Bah! Quizá tengas razón tú. ¡Ah, qué burro soy! —gritó de repente Fiódor
    Pávlovich, dándose una leve palmada en la frente—. Bueno, pues en ese caso, que
    siga en pie tu pequeño monasterio, Alioshka. Y nosotros, gente inteligente, estaremos
    a resguardo, bien calientes, tomando coñac. ¿Sabes, Iván, que debió de ser Dios quien
    estableció las cosas de este modo a propósito? Dime, Iván: ¿existe Dios o no? Espera:
    ¡di la verdad, habla en serio! ¿Por qué te ríes otra vez?
    —Me río porque usted mismo, hace un momento, ha hecho una ingeniosa
    observación sobre la fe de Smerdiakov en la existencia de esos dos eremitas que
    pueden hacer que se muevan las montañas.
    —¿Acaso hay semejanza con lo de ahora?
    —Mucha.
    —Bueno, eso es que yo también soy un hombre ruso y tengo un rasgo ruso, y a ti,
    filósofo, puedo encontrarte también un rasgo del mismo género. ¿Quieres que lo
    haga? Apuesto a que mañana mismo lo encuentro. Pero dime: ¿existe Dios, sí o no?
    ¡En serio! En este momento necesito que lo digas en serio.



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    Mensaje por Maria Lua Mar 10 Sep 2024, 10:27

    ***
    —No, Dios no existe.
    —Alioshka, ¿existe Dios?
    —Sí.
    —Iván, y ¿existe la inmortalidad, sea la que sea, incluso la más pequeña, la más
    diminuta?
    —No, la inmortalidad tampoco existe.
    —¿Ninguna?
    —Ninguna.
    —¿Cero absoluto? ¿O hay algo? ¿Es posible que al menos exista algo? ¡No dirás
    que no hay nada!
    —Cero absoluto.
    —Aliosha, ¿existe la inmortalidad?
    —Sí.
    —¿Y Dios y la inmortalidad?
    —Tanto Dios como la inmortalidad. La inmortalidad está en Dios.
    —Hum. Probablemente Iván tenga razón. Señor, y ¡pensar todo lo que el hombre
    ha entregado a la fe, todas las fuerzas que ha gastado en balde en nombre de este
    sueño y desde hace tantos miles de años! Pero ¿quién se ríe del hombre de ese
    modo? ¿Iván? Por última vez, definitivamente: ¿existe Dios o no? ¡Te lo pregunto por
    última vez!
    —Y por última vez digo que no.
    —Pero, entonces, ¿quién se ríe de la gente, Iván?
    —Debe de ser el demonio. —Iván Fiódorovich se sonrió burlonamente.
    —¿Y el demonio existe?
    —No, el demonio tampoco existe.
    —Lástima. Que el diablo me lleve, ¡lo que le haría, después de esto, al primero que
    inventó a Dios! ¡Sería poco colgarlo de un triste álamo!
    —No existiría civilización alguna de no haberse inventado Dios.
    —¿No existiría? ¿Sin Dios?
    —Así es. Y el coñac tampoco. Con todo, ya va siendo hora de retirárselo a usted.
    141
    —Espera, espera, espera, querido mío, una copita más. He ofendido a Aliosha. ¿No
    estás enfadado conmigo, Alekséi? ¡Mi querido Alekséichik, mi Alekséichik!
    —No, no estoy enfadado. Sé cuáles son sus pensamientos. Tiene mejor corazón
    que cabeza.
    —¿Que tengo mejor corazón que cabeza? Señor, ¿y eres tú quien dice eso? Iván,
    ¿quieres a Aliosha?
    —Lo quiero.
    —Quiérelo. —Fiódor Pávlovich estaba ya borracho como una cuba—. Escucha,
    Aliosha, hace un rato cometí una grosería con tu stárets. Pero estaba excitado. Dime,
    ese stárets tiene ingenio, ¿no te parece, Iván?
    —Quizá sí.
    —Lo tiene, lo tiene, il y a du Piron là-dedans. Es un jesuita, ruso, quiero decir.
    Como en toda criatura honrada, bulle una indignación oculta en él, porque debe
    representar un papel… por el aire de santidad que tiene que darse.
    —Pero él cree en Dios.
    —Ni por asomo. ¿No lo sabías? Pero si él mismo se lo dice a todos; bueno, no a
    todos, sino a todas las personas inteligentes que van a visitarlo. Al gobernador Schultz
    le soltó directamente: credo, pero no sé en qué.
    —¿De verdad?
    —Así es. Pero lo respeto. Hay algo mefistofélico en él o, mejor, de Un héroe de
    nuestro tiempo… ¿Cómo se llama? ¿Arbenin? En definitiva, es un lujurioso; lo es hasta
    tal punto que incluso ahora me daría miedo que mi hija o mi mujer fueran a confesarse
    con él. ¿Sabes? Cuando se pone a contar historias… Hace tres años nos invitó a tomar
    el té, con un licorcito también (las señoras le mandan licores), y cuando se puso a
    pintar su pasado nos partíamos de risa… Sobre todo cómo había curado a una
    paralítica. «Si no me dolieran las piernas, os enseñaría un bailecito.» Qué tipo, ¿eh?
    «En mis días hice bastantes santas locuras», dijo. Una vez le birló sesenta mil rublos al
    comerciante Demídov.
    —¿Cómo? ¿Se los robó?
    —Demídov se los llevó creyendo que era un hombre decente: «Guárdamelos,
    hermano, mañana vendrán a hacerme un registro». Y él se los guardó. «Los has
    donado a la Iglesia, ¿no?», le dijo. Y yo le digo: «Eres un canalla». «No —me
    responde—, no soy un canalla, sino un hombre desprendido…» Aunque no se trataba
    de él… Se trataba de otro. Lo he confundido con otro… y no me había dado cuenta.
    Bueno, una copita más y basta; llévate la botella, Iván. Estaba mintiendo, ¿por qué no
    me has frenado, Iván…? ¿Por qué no me has dicho que estaba mintiendo?
    —Sabía que se frenaría usted mismo.
    —Mientes, lo has hecho por maldad, solo por maldad. Me desprecias. Has venido a
    mí y en mi propia casa me desprecias.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:49

    ***



    —Me voy: el coñac se le sube a la cabeza.
    —Te he suplicado en nombre de Cristo que fueras a Chermashniá… un día o dos, y
    tú no vas.
    —Iré mañana, si insiste tanto.
    —No irás. Quieres quedarte aquí para espiarme, eso es lo que quieres, alma
    pérfida; por eso no te vas, ¿eh?
    El viejo no se calmaba. Había llegado a ese punto de embriaguez en que ciertos
    borrachos, hasta entonces tranquilos, de repente quieren enfurecerse y alardear.
    —¿Qué haces mirándome así? ¿Qué ojos son ésos? Tus ojos me miran y me dicen:
    «Cerdo borracho». Ojos suspicaces, ojos desdeñosos… Has venido aquí con algo en la
    cabeza. Aliosha me mira y sus ojos brillan. Aliosha no me desprecia. Alekséi, no quieras
    a Iván…
    —¡No la tome con mi hermano! Deje de ofenderlo —dijo de repente Aliosha con
    firmeza.
    —Está bien, como quieras. Huy, me duele la cabeza. Llévate el coñac, Iván, es la
    tercera vez que te lo digo. —Se quedó pensativo y bruscamente asomó a sus labios
    una sonrisa larga y astuta—. No te enfades, Iván, con este viejo enclenque. Sé que no
    me quieres, pero no te enfades. No hay motivos para quererme. Irás a Chermashniá,
    luego yo iré a buscarte y te llevaré un regalo. Te enseñaré allí a una chica a la que le
    tengo echado el ojo hace tiempo. Ahora va descalza. No tengas miedo de las chicas
    descalzas, no las desprecies: ¡son perlas! —Y se dio un sonoro beso en la punta de los
    dedos—. Para mí —se reanimó de pronto todo él, como si por un momento, al tocar
    su tema preferido, se le hubiera pasado la borrachera—, para mí… ¡Ay, muchachos!
    Hijos míos, cerditos míos, para mí… ¡En toda mi vida no ha habido una mujer fea, ésa
    es mi norma! ¿Podéis entenderlo? ¿Cómo vais a entenderlo, vosotros? Todavía tenéis
    leche en las venas en lugar de sangre, ¡no habéis salido del cascarón! Conforme a mi
    norma, en cada mujer se puede encontrar, maldita sea, algo de extraordinario interés,
    algo que no encontrarás en ninguna otra: solo hay que saber encontrarlo, ¡ése es el
    truco! ¡Es un talento! Para mí, no hay mujeres feas: el mero hecho de que una mujer
    sea mujer ya es la mitad de todo… Pero ¡cómo vais a entenderlo vosotros! Incluso en
    las solteronas a veces se encuentra algo que te hace maravillarte de todos los
    imbéciles que las han dejado envejecer sin haberse percatado hasta entonces. Con
    una descalza y una fea lo primero que hay que hacer es sorprenderla, así es como hay
    que abordarla. ¿No lo sabías? Hay que asombrarla hasta que esté eufórica,
    impresionada, avergonzada de que semejante señor se haya enamorado de una
    criatura mugrienta como ella. Es verdaderamente magnífico que siempre haya habido
    y siempre vaya a haber granujas y señores en el mundo, y que siempre haya habido,
    por tanto, una fregona, y siempre con su señor, y ¡esto es lo único que uno necesita en
    la vida para ser feliz!





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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:50

    ***


    Espera… Escucha, Alioshka, a tu difunta madre yo siempre la
    sorprendía, aunque el resultado era distinto. No solía acariciarla, pero de repente,
    cuando llegaba el momento, todo yo me desmoronaba ante ella, me arrastraba de
    rodillas, le besaba los pies, y cada vez, cada vez (me acuerdo aún como si fuera hoy) le
    causaba una risita convulsa, timbrada, no fuerte, nerviosa, especial. La única manera de
    reír que ella tenía. Sabía que así era como solía manifestarse su enfermedad, que al día
    siguiente se pondría a gritar como una histérica y que la risita de aquel momento no
    era ningún signo de entusiasmo, sino solo una apariencia de entusiasmo. ¡Eso es lo
    que significa saber encontrar en cada cosa el punto bueno! Un día, Beliavski (un
    hombre apuesto y adinerado que le hacía la corte y había empezado a hacerme visitas)
    de pronto vino y me dio un bofetón en la cara, delante de ella. Y pensé que ella,
    aunque era como una ovejita, me zurraría por ese bofetón, por cómo la emprendió
    conmigo: «Te ha pegado, te ha pegado —decía—. ¡Te ha dado un bofetón! Querías
    venderme a él… —decía—. ¿Cómo se ha atrevido a pegarte en mi presencia? ¡Y tú no
    te atrevas a acercarte a mí nunca más, nunca! ¡Ahora, corre y rétalo a duelo…!». La
    llevé entonces al monasterio, para calmarla, los santos padres la reprendieron. Pero lo
    juro ante Dios, Aliosha, ¡nunca maltraté a mi pequeña histérica! Excepto una vez,
    todavía era el primer año: ella rezaba mucho entonces, observaba especialmente las
    fiestas de la Madre de Dios, y entonces me echaba de la habitación y me mandaba al
    despacho. «¡Ya verás cómo te curo de este misticismo!» pensé. «Mira —le dije—, aquí
    tienes tu icono, aquí está, y ahora lo descuelgo. Ahora mira. ¡Tú crees que es
    milagroso, pero ahora le escupiré delante de ti y no me pasará nada…!» Cuando lo
    vio, Señor, pensé que iba a matarme; pero solo se puso de pie de un salto, juntó las
    manos, luego se cubrió repentinamente el rostro, comenzó a temblar y cayó al suelo…
    Se desplomó… ¡Aliosha, Aliosha! ¿Qué tienes, qué te pasa?
    El viejo saltó de su asiento, presa del pánico. Desde el momento en que había
    empezado a hablar de su madre, la expresión de Aliosha había ido mudando poco a
    poco. Se ruborizó, empezaron a arderle los ojos, se le estremecieron los labios… El
    viejo borracho siguió farfullando y no se dio cuenta de nada hasta el momento en que
    algo muy extraño le ocurrió a su hijo, lo mismo que acababa de contar sobre la
    «histérica» se repitió en él punto por punto. Aliosha saltó de repente de detrás de la
    mesa, exactamente igual que había hecho su madre según el relato de Fiódor
    Pávlovich, juntó las manos, luego se cubrió con ellas el rostro, se desmoronó en la silla
    mientras todo él se ponía a temblar, sacudido por un ataque histérico de lágrimas
    repentinas, convulsas y silenciosas. Fue el extraordinario parecido con la madre lo que
    impresionó sobre todo al viejo.
    —¡Iván, Iván! ¡Rápido, traedle agua! ¡Es como ella, exactamente igual que ella, su
    madre hizo lo mismo aquella vez! Rocíalo con agua de tu boca, así hacía yo con ella. Es
    por su madre, es por su madre… —le murmuraba a Iván.


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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:51


    ***





    —Pero su madre, creo, también era la mía, ¿no le parece? —estalló Iván con un
    irrefrenable y colérico desprecio. El destello de sus ojos sobresaltó al viejo. Pero
    entonces sucedió algo muy extraño, aunque solo por un segundo: pareció que el viejo
    hubiera olvidado de verdad que la madre de Aliosha también era la madre de Iván…
    —¿Qué quieres decir con eso de tu madre? —balbuceó sin entender—. ¿De qué
    hablas…? ¿La madre de quién…? ¿Es que ella…? ¡Ah, diablo! ¡Claro que también es la
    tuya! ¡Ah, diablo! ¿Sabes, amigo? La cabeza nunca se me había ofuscado tanto.
    Perdona, Iván, pensaba… ¡Je, je, je!
    Se detuvo. Una larga sonrisa de borracho, casi estúpida, le deformaba el rostro. Y
    de pronto, en ese mismo instante, resonó en la entrada una algarabía y un estruendo
    tremendo, se oyeron gritos furiosos, la puerta se abrió de par en par y en la sala
    irrumpió Dmitri Fiódorovich. El viejo, aterrorizado, se precipitó sobre Iván.
    —¡Me matará! ¡Me matará! ¡No me dejes, no me dejes! —gritaba aferrado al faldón
    del abrigo de Iván Fiódorovich.



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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:51

    ***
    IX. Los lujuriosos
    Justo detrás de Dmitri Fiódorovich irrumpieron también en la sala Grigori y
    Smerdiakov. Ya en la entrada habían forcejeado con él para no dejarlo pasar (siguiendo
    instrucciones dadas por el propio Fiódor Pávlovich algunos días antes). Aprovechando
    que Dmitri Fiódorovich, después de entrar impetuosamente en la sala, se había
    detenido un minuto buscando algo con la mirada, Grigori corrió al otro lado de la
    mesa, cerró los dos batientes de la puerta de enfrente, la que conducía a las
    habitaciones interiores, y se apostó delante de la puerta cerrada con los brazos
    cruzados sobre el pecho, dispuesto a defender la entrada, por decirlo así, hasta su
    última gota de sangre. Al verlo, Dmitri lanzó no ya un grito sino un aullido y se
    abalanzó sobre Grigori.
    —¡Así que está ahí! ¡La han escondido ahí! ¡Fuera, canalla!
    Quiso apartar a Grigori, pero éste lo empujó hacia atrás. Fuera de sí de rabia,
    Dmitri hizo un movimiento amplio con el brazo y lo golpeó con todas sus fuerzas. El
    viejo cayó de bruces contra el suelo, y Dmitri, saltando por encima de él, forzó la
    puerta. Smerdiakov no se había movido del otro extremo de la sala, pálido y trémulo,
    apretándose contra Fiódor Pávlovich.
    —Ella está aquí —gritaba Dmitri Fiódorovich—, la acabo de ver doblando la
    esquina, pero no he podido alcanzarla. ¿Dónde está? ¿Dónde está?
    Ese grito, el de: «¡Ella está aquí!», causó un efecto increíble en Fiódor Pávlovich.
    Toda su sensación de miedo se evaporó.
    —¡Detenedlo, detenedlo! —vociferó y se lanzó corriendo detrás de Dmitri
    Fiódorovich.
    Grigori, entretanto, se había levantado del suelo, pero todavía estaba aturdido.
    Iván Fiódorovich y Aliosha corrieron detrás de su padre. En la tercera habitación se oyó
    de pronto que algo caía al suelo y se hacía añicos: era un gran jarrón de cristal (de
    escaso valor) sobre un pedestal de mármol que Dmitri Fiódorovich había volcado al
    pasar corriendo.
    —¡Cogedlo! —se desgañitaba el viejo—. ¡Ayuda!
    Iván Fiódorovich y Aliosha alcanzaron finalmente al viejo y a la fuerza lo hicieron
    volver al salón.
    —¿Por qué lo persigue? ¡Si cae usted en sus manos lo matará! —gritó, enfurecido,
    Iván Fiódorovich a su padre.
    —Vánechka, Lióshechka, ella debe de estar aquí, Grúshenka está aquí. Él mismo ha
    dicho que la ha visto pasar…



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    Mensaje por Maria Lua Jue 12 Sep 2024, 08:52

    ***

    Balbuceaba. No esperaba a Grúshenka esta vez y, de pronto, la noticia de que
    estaba allí le hizo perder por completo la cabeza. Temblaba todo él, como si hubiese
    enloquecido.
    —Pero ¡si usted mismo ha visto que no ha venido! —gritaba Iván.
    —¿Quizá por esa entrada?
    —Pero si está cerrada y usted tiene la llave…
    Dmitri de pronto apareció otra vez en el salón. Por supuesto, había encontrado esa
    puerta cerrada, y la llave, en efecto, estaba guardada en el bolsillo de Fiódor
    Pávlovich. Todas las ventanas de todas las habitaciones estaban también cerradas; no
    había modo, por tanto, de que Grúshenka hubiese podido entrar ni tampoco salir de
    allí.
    —¡Cogedlo! —gritó Fiódor Pávlovich en cuanto divisó de nuevo a Dmitri—. ¡Me
    está robando el dinero que tenía en el dormitorio!
    Y, zafándose de Iván, volvió a abalanzarse sobre Dmitri. Pero éste alzó las manos,
    agarró al viejo por los dos últimos mechones de pelo que le quedaban en las sienes, le
    dio un tirón y lo lanzó con estruendo contra el suelo. Todavía tuvo tiempo de golpear
    dos o tres veces al caído en la cara con el tacón. El viejo empezó a gemir
    ruidosamente. Iván Fiódorovich, aun no siendo tan fuerte como su hermano Dmitri, lo
    agarró con los dos brazos y, con todas sus fuerzas, logró separarlo del viejo. Aliosha
    también ayudó con sus exiguas fuerzas, sujetando a su hermano por delante.
    —¡Loco, lo has matado! —gritó Iván.
    —¡Es lo que se merece! —exclamó, jadeante, Dmitri—. Y si no lo he matado esta
    vez, volveré para matarlo. ¡No podréis salvarlo!
    —¡Dmitri! ¡Sal de aquí ahora mismo, fuera! —gritó Aliosha con tono autoritario.
    —¡Alekséi! Dímelo tú, solo a ti te creeré: ¿ha estado ella aquí sí o no? La he visto
    con mis ojos hace un momento, venía del callejón hacia aquí, pegada a la valla. La he
    llamado, y se ha ido corriendo…
    —Te juro que no ha estado y que nadie la esperaba aquí.
    —Pero si la he visto… Así que ella… Ahora mismo descubriré dónde está… ¡Adiós,
    Alekséi! A Esopo, ahora, ni una palabra sobre el dinero, ve enseguida a ver a Katerina
    Ivánovna, sin falta: «Me manda que la salude con una reverencia, me manda que la
    salude con una reverencia, ¡con una reverencia! ¡Precisamente con una reverencia, y se
    despide de usted!». Descríbele la escena.
    Entretanto, Iván y Grigori habían levantado al viejo para sentarlo en una butaca.
    Tenía el rostro ensangrentado, pero estaba consciente y escuchaba con avidez los
    gritos de Dmitri. Seguía imaginando que Grúshenka estaba de veras en algún lugar de
    la casa. Dmitri Fiódorovich le lanzó una mirada de odio al marcharse.














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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:48


    —¡No tengo remordimientos por tu sangre! —exclamó—. Vete con cuidado, viejo,
    ¡acaricia tu sueño porque yo también tengo el mío! Soy yo quien te maldice y reniega
    de ti para siempre…
    Y salió corriendo.
    —¡Está aquí, seguro que está aquí! Smerdiakov, Smerdiakov —ronqueó con una
    voz apenas audible el viejo, mientras llamaba a Smerdiakov con un dedo.
    —No está aquí, no, viejo loco —le gritó Iván con rabia—. ¡Y ahora le da un
    desmayo! ¡Agua, una toalla! ¡Muévete, Smerdiakov!
    Smerdiakov se fue corriendo en busca de agua. Acabaron por desvestir al viejo, lo
    llevaron al dormitorio y lo metieron en la cama. Le envolvieron la cabeza con una toalla
    húmeda. Debilitado por el coñac, por las fuertes impresiones y por los golpes, en
    cuanto rozó la almohada cerró los ojos y se durmió en un instante. Iván Fiódorovich y
    Aliosha volvieron al salón. Smerdiakov recogía los fragmentos del jarrón roto, y Grigori
    estaba junto a la mesa, con la cabeza gacha y un aire sombrío.
    —¿No sería mejor que te refrescaras la cabeza y también te acostaras? —le dijo
    Aliosha a Grigori—. Lo cuidaremos nosotros; mi hermano te ha pegado de un modo
    horrible y doloroso… en la cabeza.
    —¡Ha osado conmigo! —pronunció de un modo lúgubre y con énfasis.
    —¡También «ha osado» con padre, no solo contigo! —observó, torciendo la boca,
    Iván Fiódorovich.
    —Y yo, que lo lavaba en la tina… ¡Ha osado conmigo! —repetía Grigori.
    —Diablo, si no lo aparto quizá lo hubiese matado. ¿Es que se necesita mucho para
    acabar con ese Esopo? —musitó Iván Fiódorovich a Aliosha.
    —¡Dios no lo quiera! —exclamó Aliosha.
    —¿Por qué no va a quererlo? —siguió diciendo en un susurro Iván, con el rostro
    contraído por la rabia—. Un reptil devorará a otro reptil, ¡ni más ni menos lo que se
    merecen!
    Aliosha se estremeció.
    —No permitiré que se cometa un asesinato, desde luego, como no lo he permitido
    hace un momento. Quédate aquí, Aliosha, mientras salgo a pasear por el patio.
    Empieza a dolerme la cabeza.
    Aliosha fue al dormitorio de su padre y pasó cerca de una hora sentado a la
    cabecera de la cama, detrás de un biombo. El viejo de pronto abrió los ojos y estuvo
    un buen rato mirando a Aliosha en silencio, tratando visiblemente de hacer memoria y
    reordenar las ideas. De repente se reflejó una insólita agitación en su rostro.
    —Aliosha —susurró, temeroso—, ¿dónde está Iván?
    —En el patio, le duele la cabeza. Vela por nosotros.
    —¡Dame el espejito, está ahí, dámelo!








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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:49

    ***
    Aliosha le alcanzó un espejito redondo y plegable que estaba en la cómoda. El
    viejo se miró: se le había hinchado bastante la nariz y tenía en la frente, sobre la ceja
    izquierda, un gran moratón.
    —¿Qué dice Iván? Aliosha, querido mío, mi único hijo, tengo miedo de Iván. Tengo
    más miedo de él que del otro. Al único que no tengo miedo es a ti…
    —No tenga miedo de Iván tampoco. Iván se enfada, pero le protegerá.
    —¿Y qué pasa con el otro, Aliosha? ¡Se ha ido corriendo con Grúshenka! Querido
    ángel, dime la verdad: ¿ha estado aquí antes Grúshenka, o no?
    —Nadie la ha visto. Es un engaño, ¡no ha estado aquí!
    —Pero ¡es que Mitka quiere casarse con ella, casarse!
    —Ella no consentirá.
    —¡No consentirá, no lo hará, no lo hará, por nada del mundo…! —El viejo se
    estremeció de alegría con todo su ser, como si en ese instante no pudieran decirle
    nada más agradable. Eufórico, cogió la mano de Aliosha y la estrechó con fuerza
    contra su corazón. Incluso las lágrimas brillaron en sus ojos.
    —Ese pequeño icono, el de la Madre de Dios, ése del que te hablaba antes,
    tómalo y llévatelo. Y te permito que vuelvas al monasterio… Antes bromeaba, no te
    enfades. Me duele la cabeza, Aliosha… Liosha, calma mi corazón, sé un ángel, ¡dime la
    verdad!
    —¿Se refiere a si ella ha estado o no aquí? —preguntó Aliosha con tristeza.
    —No, no, no, te creo, pero escucha: pasa a ver a Grúshenka o arréglatelas para
    verla; pregúntaselo cuanto antes y trata de adivinarlo con tus propios ojos: ¿a quién
    prefiere, a mí o a él? ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Puedes hacerlo o no?
    —Si la veo, se lo preguntaré —murmuró Aliosha, turbado.
    —No, ella no te lo dirá —lo interrumpió el viejo—. Es muy lista. Empezará a besarte
    y te dirá que quiere casarse contigo. Es una embustera, una desvergonzada. No, no
    debes ir a verla, no debes.
    —Y no estaría nada bien, padre, nada bien.
    —¿Adónde te mandaba él hace un rato, cuando te gritaba: «Ve», mientras se iba
    corriendo?
    —A casa de Katerina Ivánovna.
    —¿Por dinero? ¿Quiere dinero?
    —No, no por dinero.
    —Él no tiene dinero, ni una moneda. Escucha, Aliosha, me pasaré la noche
    acostado dándole vueltas a la cabeza. Puedes irte. Quizá te la encuentres… Pero ven a
    verme mañana por la mañana sin falta; sin falta. Mañana te diré una cosita, ¿te pasarás?
    —Sí.
    —Si vienes, haz como si hubiera sido idea tuya venir a visitarme. No le digas a
    nadie que te he llamado yo. No le digas ni una palabra a Iván.








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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:50

    ***

    —Está bien.
    —Adiós, ángel mío, hace un momento has intercedido por mí, nunca lo olvidaré. Te
    diré una cosita mañana… Solo tengo que reflexionar un poco más…
    —Pero, ahora, ¿cómo se siente?
    —Mañana, mañana mismo me levantaré en perfecto estado. ¡Muy bien, muy bien,
    muy bien!
    Al pasar por el patio, Aliosha se encontró con su hermano Iván en un banco junto a
    la puerta. Escribía algo en su cuaderno con un lápiz. Aliosha le dijo a Iván que el viejo
    se había despertado, que estaba consciente y que le dejaba pasar la noche en el
    monasterio.
    —Aliosha, sería un placer verte mañana por la mañana —dijo con amabilidad Iván
    mientras se levantaba. Esa amabilidad pilló totalmente desprevenido a su hermano.
    —Mañana iré a casa de las Jojlakova —respondió Aliosha—. Quizá también vaya a
    casa de Katerina Ivánovna, si no la encuentro ahora…
    —¿Así que ahora vas a casa de Katerina Ivánovna? A «saludarla con una
    reverencia», ¿no es así? —Iván sonrió de repente.
    Aliosha se turbó.
    —Creo haberlo entendido todo por esas exclamaciones de hace un rato y por
    ciertas cosas que pasaron antes. Dmitri seguramente te haya pedido que vayas a verla
    y le digas que… Bueno… Bueno, en pocas palabras, ¡que le dice adiós con una
    reverencia!
    —¡Hermano! ¿Cómo terminará todo este horror entre padre y Dmitri? —exclamó
    Aliosha.
    —Es imposible hacer pronósticos certeros. Quizá todo quede en nada: la historia se
    irá esfumando. Esa mujer es una fiera. En cualquier caso, hay que impedir que el viejo
    salga de casa, y a Dmitri no hay que dejarlo entrar.
    —Hermano, deja que te pregunte algo más: ¿es posible que un hombre tenga
    derecho a decidir, mirando al resto de la humanidad, quién es digno de vivir y quién
    no?
    —¿Por qué mezclar en esto el criterio de si se es digno o no? Esta cuestión se suele
    decidir en el corazón de los hombres no en virtud de los méritos sino de otras razones
    mucho más naturales. En cuanto al derecho, dime, ¿quién no tiene derecho a desear?
    —Pero ¡no la muerte de otro!
    —¿Y si fuese incluso la muerte? ¿Para qué mentirnos a nosotros mismos cuando
    todo el mundo vive así y quizá ni siquiera se puede vivir de otro modo? ¿Me lo
    preguntas por lo que he dicho antes, lo de que «un reptil devorará a otro reptil»? En
    ese caso, déjame que te pregunte: ¿me consideras capaz, como Dmitri, de verter la
    sangre de Esopo, bueno, de matarlo? ¿Eh?







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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:51

    ***


    —¡Qué dices, Iván! ¡Nunca he pensado nada semejante! Y a Dmitri tampoco lo
    considero…
    —Gracias, aunque solo sea por esto —Iván le sonrió—. Que sepas que yo siempre
    lo defenderé. En cuanto a mis deseos, sin embargo, me reservo en este caso plena
    libertad. Nos vemos mañana. No me condenes ni me mires como si fuera un villano —
    añadió con una sonrisa.
    Se estrecharon la mano con fuerza, como nunca. Aliosha tuvo la sensación de que
    su hermano había dado un primer paso hacia él y de que lo había hecho por alguna
    razón, sin duda con algún propósito.




    X. Las dos juntas




    Pero Aliosha salió de la casa de su padre más abatido y decaído que cuando había
    entrado. Tenía la cabeza, también, como fragmentada y dispersa y, al mismo tiempo,
    sentía miedo de unir lo disperso y sacar una conclusión general de todas las dolorosas
    contradicciones experimentadas aquel día. Había algo que casi rayaba en la
    desesperación y que nunca había sentido el corazón de Aliosha. Y por encima de todo
    se alzaba, como una montaña, esa cuestión importante, fatídica e irresoluble: ¿cómo
    acabaría todo entre su padre y su hermano Dmitri con esa terrible mujer? Ahora él
    mismo había sido testigo. Había estado presente y los había visto al uno frente al otro.
    Por lo demás, solo su hermano Dmitri podía resultar desdichado, completa y
    terriblemente desdichado: le acechaba una desgracia innegable. Además, había otras
    personas involucradas en todo ese asunto y quizá mucho más de lo que le había
    parecido antes. Incluso resultaba algo enigmático. Su hermano Iván había dado un
    paso hacia él, algo que Aliosha llevaba mucho tiempo deseando, pero ahora, por
    algún motivo, sentía miedo de ese acercamiento. ¿Y aquellas mujeres? Era extraño:
    poco antes se encaminaba a casa de Katerina Ivánovna con gran turbación, pero ahora
    ya no sentía ninguna; al contrario, había apretado el paso, como si esperase recibir
    alguna indicación de ella. Pero transmitirle el mensaje era ahora, a todas luces, más
    difícil que antes: el problema de los tres mil rublos se había zanjado de manera
    definitiva, y su hermano Dmitri, sintiéndose ahora vil y desesperanzado, sin duda ya no
    se detendría ante ninguna caída. Además, le había ordenado que informara a Katerina
    Ivánovna de la escena que acababa de producirse en casa del padre.
    Eran ya las siete de la tarde y oscurecía cuando Aliosha entró en casa de Katerina
    Ivánovna, una casa muy confortable y espaciosa en la calle Mayor. Aliosha sabía que
    vivía con dos tías. Una de ellas, en realidad, solo era tía de su hermana Agafia
    Ivánovna; era aquella persona silenciosa que, junto a su hermana, la había cuidado en
    casa de su padre a su regreso del instituto. La otra tía, en cambio, era una elegante y
    majestuosa señora de Moscú, aunque pobre. Corría la voz de que ambas se
    subordinaban en todo a Katerina Ivánovna y vivían con ella solo por guardar las
    apariencias. Katerina Ivánovna, por su parte, se sometía únicamente a su bienhechora,
    la viuda del general, que seguía viviendo en Moscú a causa de su enfermedad y a la
    que estaba obligada a enviarle dos cartas por semana con noticias detalladas.






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    Mensaje por Maria Lua Vie 13 Sep 2024, 16:53

    ***

    Cuando Aliosha entró en el vestíbulo y pidió a la doncella que le acababa de abrir
    que anunciara su presencia, en el salón, por lo visto, ya estaban al corriente de su
    llegada (quizá lo hubiesen visto por la ventana), pues Aliosha enseguida oyó un ruido,
    algunos pasos de mujer apresurados, el frufrú de vestidos, como si dos o tres mujeres
    se alejaran a toda prisa. A Aliosha le pareció extraño que su llegada pudiera causar
    tanto revuelo. Sin embargo, enseguida lo hicieron pasar al salón. Era una pieza amplia,
    adornada con muebles elegantes y copiosos, para nada a la moda provinciana. Había
    muchos sofás, divanes, sillones, mesas pequeñas y grandes; había cuadros en las
    paredes, jarrones y lámparas en las mesas y muchas flores, incluso un acuario junto a
    una ventana. Debido al crepúsculo el salón estaba un poco oscuro. En un sofá donde
    evidentemente alguien había estado sentado Aliosha vio abandonada una mantilla de
    seda y en la mesa situada enfrente del sofá dos tazas de chocolate a medio tomar,
    bizcochos, un plato de cristal con pasas negras y otro con bombones. Habían recibido
    a un invitado. Aliosha intuyó que había llegado cuando tenían visita y frunció el ceño.
    Pero en ese instante se levantó un cortinón y, con pasos rápidos, apresurados, entró
    Katerina Ivánovna, con una sonrisa radiante y extasiada, alargando las dos manos a
    Aliosha. En el mismo instante entró una criada y puso sobre la mesa dos velas
    encendidas.
    —¡Gracias a Dios que por fin ha venido! ¡He rezado todo el día a Dios para que
    viniese! Siéntese.
    La belleza de Katerina Ivánovna ya había impresionado a Aliosha anteriormente,
    cuando su hermano Dmitri, tres semanas antes, lo había llevado a la casa de la joven
    por primera vez para hacer las presentaciones y que se conocieran, por expreso e
    insistente deseo de ella. En aquel encuentro, no obstante, no habían conversado.
    Suponiendo que Aliosha se sentiría muy confundido, Katerina Ivánovna, en cierto
    modo, se había apiadado de él y se había pasado todo el rato hablando con Dmitri
    Fiódorovich. Aliosha había guardado silencio, pero se había percatado de muchas
    cosas. Le sorprendió el carácter imperioso, la orgullosa desenvoltura y el aplomo de la
    arrogante muchacha. Y todo eso era incuestionable. Aliosha sintió que no estaba
    exagerando. Le pareció que sus grandes y ardientes ojos negros eran magníficos y que
    armonizaban especialmente con su cara alargada y pálida, incluso de una lividez un
    poco amarillenta. Pero en esos ojos, lo mismo que en el contorno de sus encantadores
    labios, había algo de lo que su hermano, por supuesto, podía enamorarse locamente,
    aunque quizá no amar por mucho tiempo. Casi le había expuesto directamente lo que
    pensaba a Dmitri, cuando éste, después de la visita, lo apremió para que no le
    escondiera cuáles eran sus impresiones después de ver a su novia.
    —Serás feliz con ella, pero quizá… no con una felicidad serena.
    —Así es, hermano, las mujeres como ella no cambian, no se resignan al destino.
    ¿Así que crees que no la amaré eternamente?
    —No, es posible que la ames eternamente, pero quizá no seas siempre feliz con
    ella.











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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:55

    ***

    Aliosha dio entonces su opinión, ruborizándose y sintiéndose molesto consigo
    mismo por haberse rendido ante los ruegos de su hermano y haber expresado
    aquellos «estúpidos» pensamientos. Porque su opinión a él mismo se le antojó
    terriblemente estúpida en cuanto la hubo expresado. Y se avergonzó de haber
    manifestado un juicio tan categórico sobre una mujer. Tanto mayor fue su estupor
    cuando se dio cuenta, apenas posó la mirada sobre Katerina Ivánovna, que acudía
    solícita a su encuentro, de que quizá aquel día hubiese cometido un error garrafal. Esta
    vez su rostro resplandecía con una amabilidad genuina y sencilla, con sinceridad
    efusiva y directa. De todo el «orgullo y arrogancia» que tanto le habían impresionado
    entonces ¡ahora solo quedaba una energía audaz y noble y una fe clara y poderosa en
    sí misma! Aliosha comprendió, desde la primera mirada, desde las primeras palabras,
    que toda la tragedia de su situación respecto al hombre que tanto amaba ya no era en
    absoluto un misterio para ella y que quizá lo supiera ya todo, decididamente todo. Sin
    embargo, a pesar de eso, había tanta luz en su rostro, tanta fe en el futuro, que Aliosha
    de repente se sintió grave y conscientemente culpable delante de ella. Fue vencido y
    cautivado al mismo tiempo. Notó, en cambio, desde sus primeras palabras, que
    Katerina Ivánovna era presa de una fuerte excitación, quizá muy poco común en ella:
    una excitación que incluso casi parecía una especie de éxtasis.
    —¡Le he esperado tanto, porque solo por usted puedo saber ahora toda la verdad,
    por usted y por nadie más!
    —He venido… —musitó Aliosha, confundiéndose—, yo… Él me ha mandado…
    —¡Ah, él le ha mandado! Bueno, tenía el presentimiento. ¡Ahora lo sé todo, todo!
    —exclamó Katerina Ivánovna y de pronto le brillaron los ojos—. Espere, Alekséi
    Fiódorovich, antes que nada le explicaré por qué le esperaba con tanta impaciencia.
    Verá, quizá yo sepa incluso muchas más cosas que usted; lo que necesito de usted no
    son noticias. Esto es lo que necesito: tengo que conocer su impresión personal, su
    última impresión de él, necesito que me diga sin el menor disimulo y con total
    claridad, incluso con crudeza (¡oh, con toda la crudeza que quiera!), cómo lo ve usted
    ahora y cómo ve su situación después de haberse encontrado hoy con él. Quizá sería
    mejor si yo misma, a quien él ya no desea volver a ver, pudiera hablar con él
    personalmente. ¿Entiende lo que quiero de usted? Ahora dígame con qué mensaje le
    envió a mí (¡sabía que le mandaría a usted!): dígamelo sin más, hasta la última
    palabra…
    —Dice que… la saluda con una reverencia y que nunca volverá… y que la salude
    con una reverencia.
    —¿Que me saluda con una reverencia? ¿Lo ha dicho así, lo ha expresado de esa
    manera?
    —Sí!





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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:56

    ***



    —¿No lo habrá dicho como de pasada, por casualidad, no habrá utilizado una
    palabra equivocada en lugar de la que correspondía?
    —No, me ha ordenado precisamente que le transmitiera esas palabras: «la saluda
    con una reverencia». Me lo ha pedido como tres veces, para que no se me olvidara.
    Katerina Ivánovna se ruborizó.
    —Ayúdeme ahora, Alekséi Fiódorovich, ahora necesito también su ayuda. Le diré lo
    que pienso y usted simplemente dígame si es cierto o no. Escuche, si él le hubiese
    pedido que me saludara con una reverencia, como de pasada, sin insistir en esas
    palabras, sin subrayarlas, sería que todo… ¡Que todo ha terminado! Pero, si ha
    insistido de un modo especial, si le ha encargado de un modo especial que no se
    olvidara de transmitirme esa reverencia, ¿no estaría él, quizá, muy excitado y fuera de
    sí? ¡Ha tomado una decisión y se ha asustado de ella! No se ha apartado de mí con
    paso firme, sino que se ha despeñado por una montaña. La insistencia en esa palabra
    quizá solo indique una fanfarronada…
    —¡Así es, así es! —confirmó Aliosha con ímpetu—. También yo tengo ahora esta
    impresión.
    —¡Si es así, aún no está perdido! Solo está desesperado, pero todavía puedo
    salvarlo. Espere: ¿le ha dicho algo de dinero, de tres mil rublos?
    —No solo es que me lo dijera, sino que quizá eso es lo que más le torturaba. Decía
    que ahora carecía de honor y que todo le era indiferente —respondió Aliosha,
    acalorado, sintiendo con toda el alma que la esperanza afluía a su corazón y que, en
    realidad, había salida y salvación para su hermano—. Pero es que… ¿usted sabe lo del
    dinero? —añadió y de pronto se detuvo en seco.
    —Hace tiempo que lo sé, y con certeza. Mandé un telegrama a Moscú para
    preguntarlo y hace tiempo que sé que no recibieron el dinero. Él no lo mandó, pero yo
    no dije nada. La semana pasada me enteré de cuánto necesitaba el dinero y de que
    aún necesita más… Me he puesto un solo objetivo en todo esto: que sepa a quién
    dirigirse, quién es su amigo más fiel. No, no quiere creer que yo soy su amigo más fiel;
    nunca ha querido conocerme, me mira solo como mujer. Durante toda la semana me
    ha atormentado una terrible preocupación: ¿qué hacer para que no se avergüence de
    mí por haber gastado esos tres mil rublos? Que se avergüence ante todos, y también
    ante sí mismo, pero no ante mí. A Dios se lo dice todo sin avergonzarse. ¿Por qué,
    entonces, no sabe aún cuánto puedo sufrir por él? ¿Por qué, por qué no me conoce?
    ¿Cómo se atreve a no conocerme después de todo lo que hubo? Quiero salvarlo para
    siempre. ¡Que olvide que soy su prometida! ¡Y ahora tiene miedo ante mí por su
    honor! No tuvo miedo de abrirse ante usted, ¿verdad, Alekséi Fiódorovich? ¿Por qué
    no he merecido yo todavía lo mismo?
    Las últimas palabras las pronunció con lágrimas; acababan de anegarse en lágrimas
    sus ojos.




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    Mensaje por Maria Lua Sáb 14 Sep 2024, 14:56

    ***

    —Debo informarla —dijo Aliosha, con la voz también trémula— de lo que acaba de
    pasar con mi padre. —Y le contó toda la escena, le contó que lo habían mandado a
    pedir dinero, que su hermano había irrumpido en el salón y que había golpeado a su
    padre, para luego pedirle a él, una vez más y con particular y apremiante insistencia,
    que fuera a «saludarla con una reverencia»—. Se fue a ver a esa mujer… —añadió en
    voz baja Aliosha.
    —¿Y usted cree que no soportaré a esa mujer? ¿Cree él que no la soportaré? Pero
    no se casará con ella. —Y rompió a reír con nerviosismo—. ¿Puede un Karamázov arder
    con semejante pasión eternamente? Es pasión, no amor. No se casará, porque ella no
    consentirá… —Katerina Ivánovna de pronto volvió a sonreír de una manera extraña.
    —Quizá se case con ella —dijo Aliosha con tristeza, bajando la mirada.
    —¡No se casará con ella, se lo digo! Esa chica es un ángel, ¿lo sabía? Pues ¡sépalo!
    —exclamó con repentino e insólito ardor Katerina Ivánovna—. ¡La más fantástica de
    todas las criaturas fantásticas! Sé lo seductora que es, pero también que es buena,
    firme y noble. ¿Por qué me mira de esa manera, Alekséi Fiódorovich? ¿Se sorprende
    de mis palabras? ¿No me cree, tal vez? ¡Agrafiona Aleksándrovna, ángel mío! —gritó
    de repente mirando a la otra habitación—. Venga con nosotros. Hay una persona muy
    gentil, Aliosha, que está al corriente de todos nuestros asuntos. ¡Déjese ver!
    —Estaba aquí detrás de la cortina, solo esperaba a que me llamase —pronunció
    una voz tierna, un poco melosa incluso, de mujer.
    El cortinón se levantó y… Grúshenka en persona, risueña y jovial, se acercó a la
    mesa. Aliosha pareció estremecerse. Clavó los ojos en ella, no podía apartar la mirada.
    Ahí estaba ella, esa terrible mujer, esa «fiera», como había dicho arrebatadamente su
    hermano Iván media hora antes. Y, no obstante, tenía delante lo que, a primera vista,
    parecía ser la criatura más sencilla y corriente: una mujer buena, agradable, digamos
    que bella, aunque muy parecida a todas las otras mujeres bellas, pero «corrientes». Lo
    cierto es que era bella, muy bella incluso, con esa belleza rusa que muchos hombres
    aman hasta el frenesí. Era una mujer bastante alta, aunque un poco menos que
    Katerina Ivánovna (que era excepcionalmente alta), de formas generosas y
    movimientos suaves, incluso silenciosos, y también como lánguidos, por una especie
    de refinamiento particularmente dulzón, y así era también su voz. No se acercó como
    Katerina Ivánovna, con andares enérgicos y resueltos, sino de modo inaudible. Sus
    pasos eran completamente silenciosos. Se dejó caer suavemente en la butaca, con un
    crujido de su fastuoso vestido de seda negra, envolviendo con delicadeza su cuello,
    blanco como la espuma, y sus hombros anchos con un costoso chal negro de lana.
    Tenía veintidós años y su cara representaba exactamente esa edad. Tenía la tez muy
    blanca, con un delicado matiz sonrosado en las mejillas. La forma del rostro era
    demasiado ancha y la mandíbula inferior incluso un poco protuberante.

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