Aires de Libertad

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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep - 21:17

    ***

    —Está débil, lo vence la somnolencia —comunicó en un susurro el padre Paísi a
    Aliosha, después de darle su bendición—. Incluso resulta difícil despertarlo. Pero no
    hay por qué hacerlo. Ha estado despierto unos cinco minutos, pidió que se mandara a
    los hermanos su bendición y les rogó que lo tuvieran presente en sus plegarias
    nocturnas. Por la mañana a primera hora tiene intención de comulgar otra vez. Te ha
    mencionado, Alekséi, ha preguntado si habías salido y le hemos dicho que estabas en
    la ciudad. «Le he dado mi bendición para que se fuera; su lugar está allí y no aquí
    todavía», eso es lo que dijo de ti. Te ha recordado con afecto, con preocupación; ¿te
    das cuenta del honor que supone para ti? Pero ¿por qué te ha ordenado vivir durante
    un tiempo en el mundo? ¡Debe de haber previsto algo en tu destino! Entiende,
    Alekséi, que si vuelves al mundo será para llevar a cabo la tarea que te ha asignado tu
    stárets y no para abandonarte a la frívola vanidad ni a los placeres mundanos…
    El padre Paísi salió. De que el stárets estaba agonizando Aliosha ya no tenía duda,
    aunque aún podía vivir uno o dos días más. Aliosha decidió con ardor y firmeza que, a
    pesar de la promesa que había hecho de ir a ver a su padre, a las Jojlakova, a su
    hermano y a Katerina Ivánovna, no dejaría el monasterio en todo el día siguiente, sino
    que permanecería al lado de su stárets hasta su deceso. Su corazón se inflamó de amor
    y se reprochó amargamente haber sido capaz, por un momento, en la ciudad, de
    olvidar a aquel que había dejado en el monasterio en su lecho de muerte, a aquel a
    166
    quien veneraba más que a nadie en el mundo. Entró en el dormitorio del stárets, se
    arrodilló y se inclinó hasta el suelo delante de su maestro dormido. Éste estaba sumido
    en un sueño apacible, inmóvil, con una respiración regular y casi imperceptible. Su
    rostro estaba sereno.
    De vuelta en la otra habitación, la misma en la que el stárets había recibido a sus
    visitas por la mañana, Aliosha, casi sin desvestirse y quitándose únicamente las botas,
    se tendió en el pequeño diván de cuero, estrecho y duro, en el que siempre había
    dormido, desde hacía mucho tiempo, todas las noches, llevando consigo solo una
    almohada. El jergón al que había aludido su padre a gritos hacía mucho tiempo que se
    olvidaba de extenderlo. Solo se quitaba la sotana y se cubría con ella en lugar de con
    una manta. Pero, antes de dormir, se puso de rodillas y rezó un buen rato. En su
    ardiente plegaria no pedía a Dios que resolviera su confusión, solo tenía sed de una
    humildad gozosa, de esa humildad que antes siempre visitaba su alma después de
    haber alabado y glorificado a Dios, y en eso consistía por lo general su plegaria
    nocturna. Esa alegría que lo visitaba le procuraba un sueño ligero y tranquilo. Ahora,
    mientras estaba rezando, de pronto notó por casualidad en su bolsillo el sobrecito rosa
    que le había entregado la criada de Katerina Ivánovna tras darle alcance en la calle. Se
    quedó turbado, pero acabó la plegaria. Luego, después de cierta vacilación, abrió el
    sobre. Dentro había una cartita dirigida a él, firmada por Lise, esa jovencita, hija de la
    señora Jojlakova, que por la mañana se había reído tanto de él en presencia del
    stárets.





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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep - 21:20

    ***
    Alekséi Fiódorovich —decía—, le escribo en secreto de todo el mundo, e incluso de
    mamá, y sé que está mal. Pero no puedo seguir viviendo sin decirle lo que ha nacido
    en mi corazón y que nadie, salvo nosotros dos, debe saber por el momento. Pero
    ¿cómo le diré lo que tanto deseo decirle? El papel, dicen, no se ruboriza: le aseguro
    que no es verdad y que se ruboriza exactamente como yo en este momento, toda
    entera. Querido Aliosha, le amo, le amo desde niña, desde Moscú, cuando usted era
    tan diferente de ahora y le amo para toda la vida. Le he escogido en mi corazón para
    unirme a usted y en la vejez acabar juntos nuestra vida. A condición, por supuesto, de
    que deje el monasterio. Por lo que respecta a nuestra edad, esperaremos a lo
    estipulado por la ley. Para entonces, estaré restablecida del todo, caminaré y bailaré.
    Eso está fuera de toda duda.
    Como ve, he pensado en todo. Hay una sola cosa que no puedo imaginar: ¿qué
    pensará de mí cuando lea esto? Río y bromeo siempre, como hoy cuando le hice
    enfadarse, pero le aseguro que ahora, antes de tomar la pluma, he rezado ante el
    icono de la Madre de Dios, y también ahora estoy rezando y al borde de las lágrimas.
    Mi secreto está en sus manos; mañana, cuando venga, no sé cómo le miraré. Ah,
    Alekséi Fiódorovich, ¿qué pasará si de nuevo, como una estúpida, no puedo
    contenerme y, cuando le mire, me pongo a reír como he hecho esta mañana? Me
    tomará por una perversa burlona y no creerá mi carta. Por eso le suplico, querido mío,
    si se compadece un poco de mí, que no me mire demasiado a los ojos mañana,
    cuando venga por aquí, porque, cuando se crucen con los suyos, quizá no pueda evitar
    echarme a reír, y usted, además, llevará esa vestidura larga… Incluso ahora siento frío
    en todo mi ser cuando lo pienso; por eso, cuando entre, durante unos instantes, no me
    mire en absoluto, mire a mamá o mire por la ventana…
    Así que le he escrito una carta de amor, ¡oh, Dios mío, qué he hecho! Aliosha, no
    me desprecie, si he obrado mal y le he ofendido, perdóneme. Ahora el secreto de mi
    reputación, quizá arruinada para siempre, está en sus manos.
    Hoy no dejaré de llorar en todo el día. Hasta mañana, hasta ese terrible mañana.
    LISE



    P. S. ¡Aliosha, venga usted sin falta, sin falta, sin falta! Lise.



    Aliosha leyó la carta con estupor, la leyó dos veces, se detuvo a pensar, luego se echó
    a reír en voz baja, dulcemente. Tuvo un sobresalto: esa risa le pareció pecaminosa.
    Pero un instante después volvió a reírse del mismo modo, en voz baja y feliz. Metió
    lentamente la carta en el sobrecito, hizo la señal de la cruz y se acostó. La agitación
    que sentía en el alma de repente se disipó. «Señor, ten piedad de todos ellos, protege
    a estas almas infelices y tempestuosas, guíalas. Tuyos son los caminos: llévalos por
    esos caminos y sálvalos. Tú eres amor. ¡Tú les mandarás alegría a todos!», murmuró
    Aliosha, persignándose y cayendo en un sueño plácido.






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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep - 21:21

    ***
    SEGUNDA PARTE


    LIBRO CUARTO


    I. El padre Ferapont
    Muy temprano, antes del amanecer, avisaron a Aliosha. El stárets se había despertado
    y se sentía muy débil, si bien había preferido levantarse de la cama y sentarse en el
    sillón. Estaba plenamente consciente; aunque extremadamente fatigado, su rostro
    reflejaba placidez, casi alegría, y su mirada resultaba gozosa, afable, estimulante. «Es
    posible que no pase de este día que llega», le dijo a Aliosha; a continuación manifestó
    su deseo de confesarse y comulgar de inmediato. Su confesor siempre había sido el
    padre Paísi. Después de administrarle estos dos sacramentos, procedió a la
    extremaunción. Acudieron los hieromonjes, poco a poco la celda fue llenándose de
    eremitas. Entretanto, se hizo de día. Empezó también a llegar gente del monasterio. Al
    terminar el oficio, el stárets quiso despedirse de todos y besó a todos los presentes.
    Dada la estrechez de la celda, los que habían llegado primero tuvieron que salir y dejar
    su sitio a otros. Aliosha estaba al lado del stárets, que había vuelto a sentarse en su
    sillón. Hablaba y aleccionaba en la medida de sus fuerzas; su voz, aunque frágil, seguía
    siendo bastante firme.
    —He dedicado tantos años a instruiros y, por tanto, a hablar en alta voz que he
    adquirido la costumbre de hablar y, al hablar, de instruir, hasta el punto de que callar
    casi me resultaría más difícil que hablar, padres y hermanos queridos, incluso ahora, a
    pesar de mi debilidad —bromeó, mirando con ternura a quienes se arremolinaban a su
    alrededor.
    Aliosha recordaría más tarde algo de lo que dijo entonces el stárets. Pero, aunque
    habló de manera inteligible y con voz firme, su discurso resultó un tanto confuso.
    Habló de muchas cosas, parecía como si quisiera decirlo todo, volver a manifestar, a
    las puertas de la muerte, todo cuanto no había acabado de decir a lo largo de su vida,
    y no solo por su afán de instruir, sino por su deseo de compartir su alegría y su
    entusiasmo con todo el mundo, de abrir su corazón una vez más…
    —Amaos los unos a los otros, padres —los exhortaba el stárets (así lo recordó más
    tarde Aliosha)—. Amad al pueblo de Dios. Pues no somos nosotros más santos que los
    171
    legos por haber venido aquí y habernos enclaustrado entre estas paredes; al contrario,
    aquel que viene aquí, si ha venido, es precisamente por saberse peor que cualquier
    lego y que todo lo que existe en la tierra… Y, cuanto más tiempo habite después el
    monje entre estas paredes, más claramente lo reconocerá. Pues, en caso contrario, no
    tenía por qué haber venido aquí. Así pues, cuando comprenda que no solo es peor
    que cualquier lego, sino que es culpable por todos y por todo ante todo el mundo, por
    todos los pecados del hombre, individuales y colectivos, únicamente entonces habrá
    alcanzado el fin por el que se unió a nosotros. Pues habéis de saber, amados
    hermanos, que cada uno de nosotros es culpable, incuestionablemente, por todos y
    por todo cuanto hay en la tierra, no solo en virtud de la culpa colectiva del mundo,
    sino personalmente por todos y cada uno de los hombres de la tierra. Esta conciencia
    es la culminación de la senda monacal, pero también de cada ser humano en este
    mundo. Pues los monjes no son hombres distintos de los demás, sino que son,
    sencillamente, tal y como deberían ser todos los hombres en la tierra. Solo entonces se
    fundirán nuestros corazones en el amor infinito, universal, que nunca se sacia. Entonces
    cada uno de vosotros tendrá la fuerza suficiente para convertir al mundo entero por
    medio del amor y para lavar con sus lágrimas los pecados del mundo… No os alejéis
    ninguno de vuestro corazón, confesaos todos sin descanso. No tengáis miedo de
    vuestro pecado, ni aun teniendo conciencia de él, siempre y cuando estéis
    arrepentidos; pero no pongáis condiciones a Dios.







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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep - 21:22

    ***


    Y os digo una vez más: no os sintáis
    orgullosos. No os sintáis orgullosos ante los pequeños, no os sintáis orgullosos
    tampoco ante los grandes. No odiéis ni a quienes renieguen de vosotros, a quienes os
    difamen, a quienes os insulten ni a quienes os calumnien. No odiéis a los ateos, a
    quienes predican el mal, a los materialistas, ni siquiera a los malvados, por no hablar ya
    de los buenos, pues hay entre ellos mucha gente buena, especialmente en nuestros
    tiempos. Tenedlos presentes en vuestras oraciones, diciendo: «Salva, Señor, a todos
    aquellos que no tienen quien rece por ellos, salva también a aquellos que no quieren
    rezarte». Y añadid acto seguido: «No es el orgullo lo que me mueve a elevar esta
    plegaria, Señor, pues yo también soy un miserable, el peor de los miserables»… Amad
    al pueblo de Dios, no permitáis que los forasteros os arrebaten el rebaño, pues si os
    dormís por culpa de la pereza y del altivo orgullo o, peor aún, por culpa del egoísmo,
    vendrán de todas las naciones y os arrebatarán vuestro rebaño. Predicad a la gente el
    Evangelio sin desmayar… No incurráis en simonía… No améis la plata ni el oro, no los
    poseáis… Creed y alzad vuestra bandera. Levantadla bien alta…
    Hay que decir que el stárets hablaba de forma más entrecortada de lo que aquí se
    ha mostrado y de como lo anotó más tarde Aliosha. A veces se callaba, como tratando
    de cobrar fuerzas, se sofocaba, pero estaba en éxtasis. Lo escuchaban emocionados,
    aunque muchos estaban sorprendidos de sus palabras y veían algo oscuro en ellas…
    Más tarde todos las recordarían. Aliosha tuvo que salir un momento, y se quedó
    172
    impresionado al descubrir la agitación general y la expectación de la comunidad que
    se agolpaba dentro de la celda y en sus inmediaciones. Había quienes aguardaban casi
    con inquietud, otros lo hacían solemnemente. Todos esperaban que ocurriera algo
    inminente y grandioso apenas falleciera el stárets. Semejante expectativa, desde cierto
    punto de vista, resultaba casi frívola, pero hasta los padres más severos participaban
    de ella. La expresión más grave era la del hieromonje Paísi. La razón de que Aliosha se
    ausentara de la celda fue que, por medio de uno de los monjes, lo había hecho llamar
    de forma enigmática Rakitin, recién vuelto de la ciudad con una extraña carta de la
    señora Jojlakova. Ésta le comunicaba a Aliosha una curiosa noticia que no podía llegar
    en un momento más oportuno. La víspera, entre las devotas del pueblo llano que
    habían acudido a presentarle sus respetos al stárets y a recibir su bendición, se
    encontraba una viejecilla, vecina de nuestra ciudad, llamada Projórovna, viuda de un
    suboficial. Esta mujer le había preguntado al stárets si entre los difuntos por cuyo
    descanso eterno se reza en la iglesia podría incluir a su hijo Vásenka, que se había
    trasladado por razones del servicio a la lejana Irkutsk, en Siberia, y del que no tenía
    noticias desde hacía un año. El stárets había replicado a la anciana con severidad,
    prohibiéndole hacer tal cosa y asegurando que esa clase de plegarias eran poco
    menos que brujería. Pero a continuación, disculpándola por su ignorancia, añadió, a
    modo de consuelo, «como quien mira en el libro del futuro —así se expresaba en su
    carta la señora Jojlakova—, que su hijo Vasia estaba vivo, sin sombra de duda, y que o
    bien estaría muy pronto de vuelta o bien le mandaría una carta, de modo que ella
    debía volver a casa a esperarlo.








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    Mensaje por Maria Lua Mar 17 Sep - 21:23

    ***

    Y ¿qué es lo que ha pasado? —añadía alborozada la
    señora Jojlakova—. Pues que la profecía se ha cumplido al pie de la letra, y más aún».
    Nada más llegar a casa, a la anciana le entregaron una carta de Siberia dirigida a ella. Y
    no solo eso: en esa carta, escrita ya de camino, desde Ekaterimburgo, su hijo Vasia le
    comunicaba que estaba viajando de regreso a Rusia, en compañía de un funcionario, y
    «esperaba abrazar a su madre» unas tres semanas después de que ésta hubiera
    recibido la carta. La señora Jojlakova rogaba insistente y fervientemente a Aliosha que
    informara al padre higúmeno y a toda la comunidad de este nuevo «milagro
    profético». «¡Tiene que saberlo todo el mundo, todo el mundo!», exclamaba en su
    carta, a modo de conclusión. La carta la había escrito deprisa y corriendo, y en cada
    línea se reflejaba la emoción de la autora. Pero Aliosha no tenía nada que comunicar a
    los monjes, porque éstos ya estaban al corriente de lo ocurrido: Rakitin, cuando mandó
    al monje que avisara a Aliosha, le encargó de paso que «transmitiera con todo respeto
    al reverendo padre Paísi que él, Rakitin, tenía una noticia que darle a conocer, tan
    importante que no se atrevía a esperar ni un minuto, y que le pedía humildemente
    perdón por su osadía». Dado que el monje había trasladado la petición de Rakitin
    antes al padre Paísi que a Aliosha, cuando éste volvió a la celda ya solo le quedaba
    leer la misiva y mostrársela acto seguido al padre Paísi en calidad de mero documento.
    173
    Y lo cierto es que ni siquiera este hombre seco y desconfiado, al leer con el ceño
    fruncido la noticia del «milagro», pudo reprimir por completo sus sentimientos más
    íntimos. Los ojos le brillaban, una sonrisa grave y penetrante se dibujó de pronto en
    sus labios.
    —¡Qué no veremos! —se le escapó inopinadamente.
    —¡Qué no veremos aún, qué no veremos! —repitieron a coro los monjes, si bien el
    padre Paísi, frunciendo nuevamente el ceño, les pidió a todos ellos que, por el
    momento, no comentaran nada de lo sucedido, al menos hasta que acabara de
    confirmarse la noticia. «Hay mucha frivolidad entre los legos, y este caso ha podido
    ocurrir de forma natural», añadió cauteloso, como queriendo tranquilizar su conciencia,
    aunque casi ni él mismo se creía sus propias reservas, algo que advirtieron
    perfectamente quienes le estaban escuchando. A esa misma hora, desde luego, el
    «milagro» lo conocía ya todo el monasterio y muchos de los seglares que habían
    acudido allí para la liturgia. Con todo, nadie parecía más asombrado del milagro que el
    humilde monje de San Silvestre, ese pequeño monasterio de Obdorsk, en el lejano
    norte. La víspera se había postrado ante el stárets, en presencia de la señora Jojlakova,
    y, señalando a la hija «curada» de esta dama, le había preguntado con verdadero
    interés: «¿Cómo se atreve usted a hacer cosas así?»




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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:42

    ***



    El caso es que ahora este humilde monje estaba perplejo y casi no sabía qué creer.
    El día anterior, a la caída de la tarde, había estado visitando en el monasterio al padre
    Ferapont, en la celda retirada que éste ocupaba detrás del colmenar, y se había
    quedado asombrado con esa visita, que le había producido una impresión
    extraordinaria y terrible. El padre Ferapont era ese anciano monje, estricto ayunador y
    observante del voto de silencio, al que ya hemos aludido como rival del stárets Zosima
    y, sobre todo, del stárchestvo, que consideraba una novedad frívola y perniciosa. Se
    trataba de un rival extremadamente peligroso, a pesar de que, en virtud del voto de
    silencio, prácticamente no cambiaba una palabra con nadie. Pero era peligroso, sobre
    todo, porque una parte importante de los miembros de la comunidad compartían
    plenamente sus opiniones, y muchos de los seglares que acudían al monasterio lo
    veneraban como a un hombre justo y lo tenían por un asceta, a pesar de ver en él a un
    evidente yuródivy. Pero era eso mismo lo que los cautivaba. El padre Ferapont nunca
    visitaba al stárets Zosima. Aunque residía en el asceterio, apenas lo importunaban con
    las reglas que allí regían, pues se comportaba, en efecto, como un auténtico yuródivy.
    Tenía unos setenta y cinco años, si no más, y vivía detrás del colmenar del asceterio, en
    una de las esquinas del recinto, en una vieja celda de madera, muy desvencijada, que
    había sido construida hacía muchísimo tiempo, en el siglo pasado, para otro monje
    que, como él, había sido un gran ayunador y había observado el voto de silencio, el
    padre Iona, que había vivido hasta los ciento cinco años y de cuyos grandes hechos
    aún circulaban muchos relatos curiosísimos por el monasterio y sus alrededores. El
    174
    padre Ferapont había conseguido, hacía unos siete años, que lo alojaran también a él
    en esa celda apartada, que era en definitiva una isba, aunque recordaba mucho a una
    capilla, pues tenía una cantidad enorme de iconos donados al monasterio, ante los
    cuales ardían permanentemente lamparillas votivas; era como si hubieran instalado allí
    al padre Ferapont para que se ocupara de ellas y las mantuviera encendidas. No
    consumía, según se contaba —y era verdad—, más que dos librasde pan cada tres
    días, eso era todo; se lo llevaba cada tres días el colmenero que vivía allí mismo, en el
    colmenar, pero incluso a este colmenero que le prestaba tal servicio el padre Ferapont
    apenas le dirigía la palabra. Esas cuatro libras de pan, junto con el prósforon de los
    domingos, que tras la última misa le mandaba indefectiblemente el padre higúmeno al
    bienaventurado, constituían todo su alimento semanal. En cuanto al agua del jarro, se
    la cambiaban a diario. Raramente asistía a misa.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:43

    ***

    Sus admiradores veían cómo a veces
    aguantaba todo el día rezando, arrodillado y sin levantar la cabeza. Si, a pesar de todo,
    alguna vez entablaba conversación con ellos, se mostraba lacónico y hablaba de forma
    entrecortada, extraña y un tanto grosera. No obstante, muy ocasionalmente
    conversaba con los visitantes, pero por lo general se limitaba a dejar caer alguna
    palabra misteriosa que constituía un profundo enigma para ellos, y después, por más
    que le insistían, no ofrecía ninguna explicación. No tenía rango de sacerdote, era un
    simple monje. Corría un rumor muy singular, si bien entre la gente más oscura, según
    el cual el padre Ferapont estaba en contacto con los espíritus celestes y solo hablaba
    con ellos, motivo por el cual callaba en presencia de la gente. El monjecillo de
    Obdorsk, que había entrado en el colmenar siguiendo las instrucciones del colmenero,
    otro monje igualmente callado y sombrío, se dirigió hacia el rincón donde se
    encontraba la pequeña celda del padre Ferapont. «A lo mejor se decide a hablar con
    un forastero como tú, pero también es posible que no le saques una sola palabra», le
    previno el colmenero. Se acercó el monje, según contó él mismo más tarde, muerto de
    miedo. Era bastante tarde ya. En esta ocasión, el padre Ferapont estaba sentado
    delante de la puerta de su celda, en un banco muy bajo. Un enorme olmo viejo
    susurraba suavemente por encima de él. Se había levantado un aire fresco vespertino.
    El monje de Obdorsk se postró ante el beato y le pidió su bendición.
    —¿Acaso pretendes, monje, que caiga yo también de rodillas ante ti? —dijo el
    padre Ferapont—. ¡Levántate!
    El monjecillo se puso de pie.
    —Al bendecir, eres tú el bendito; siéntate a mi lado. ¿De dónde vienes?
    Lo que más sorprendió al pobre monje fue que el padre Ferapont, a pesar de sus
    prolongados ayunos y de su avanzada edad, tenía todo el aspecto de ser un viejo
    fuerte, alto, que andaba siempre erguido, con el rostro fresco y saludable, aunque
    enjuto. Tampoco cabía duda de que conservaba una fuerza física considerable. Era de
    constitución atlética. A pesar de sus muchos años, ni siquiera había encanecido del
    todo y conservaba abundantes y espesas la cabellera y la barba, completamente
    negras en otros tiempos. Tenía los ojos grises, grandes y brillantes, pero
    extremadamente prominentes, tanto que llamaban la atención. Hablaba marcando con
    claridad la «o». Vestía un largo armiak rojizo, de ese paño ordinario que antes llamaban
    de presidiario, ceñido con una gruesa cuerda. El cuello y el pecho los llevaba al aire.
    Por debajo del armiak asomaba una camisa de tela muy basta, casi totalmente negra
    después de no habérsela cambiado en meses. Se decía que llevaba bajo el armiak
    unas cadenas de asceta que pesaban treinta libras. Calzaba unos viejos zapatos, casi
    deshechos, sobre los pies desnudos.
    —Del modesto cenobio de San Silvestre, en Obdorsk —respondió humildemente el
    monje, mirando al ermitaño con sus ojillos vivos y curiosos, aunque un tanto asustados.
    —He estado en ese San Silvestre tuyo. He vivido allí. ¿Cómo va todo? —El
    monjecillo se turbó—. ¡Mira que sois torpes! ¿Cómo observáis el ayuno?





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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:44

    ***


    —El hermano encargado del refectorio lo dispone todo según la vieja regla
    eremítica: durante la Cuaresma no se sirven comidas los lunes, miércoles y viernes. Los
    martes y los jueves la comunidad toma pan blanco, una decocción con miel, mora de
    los pantanos o col salada y papilla de avena. Los sábados, sopa de coles, fideos con
    guisantes, kasha con jugo, todo con aceite. Los domingos, a la sopa de coles se le
    añade pescado seco y kasha. En Semana Santa, desde el lunes hasta el sábado por la
    noche, seis días, solo hay pan, agua y verduras sin cocer, y aun esto con moderación;
    además, no lo tomamos a diario, sino según lo dicho para la primera semana. El
    Viernes Santo no se come nada, e igualmente ayunamos el Sábado Santo hasta las tres
    de la tarde, y entonces solo podemos tomar un poco de pan remojado en agua y
    beber una copa de vino. El Jueves Santo tomamos únicamente comida hervida, sin
    aceite, aunque bebemos vino con algunos frutos secos. Pues el concilio de Laodicea
    dice del Jueves Santo: «No se debe interrumpir el ayuno el jueves de la última semana,
    deshonrando de ese modo toda la Cuaresma». Así procedemos en nuestro
    monasterio. Pero ¡qué es esto en comparación con lo que usted hace, eximio padre —
    añadió el monje, animándose—, que se alimenta todo el año, incluida la santa Pascua,
    únicamente a base de pan y agua! El pan que nosotros consumimos en dos días le
    basta a usted para toda una semana. Es en verdad admirable su gran frugalidad.
    —¿Y los hongos? —preguntó de repente el padre Ferapont, aspirando la ge,
    pronunciándola casi como una jota—. ¿Los níscalos?
    —¿Los níscalos? —repitió la pregunta el monjecillo, asombrado.
    —Eso es. Yo puedo renunciar al pan, no lo necesito para nada; si me fuera a vivir al
    bosque, podría alimentarme a base de níscalos y bayas, pero los de aquí son incapaces
    de prescindir del pan, y eso quiere decir que están atados al diablo. Hoy en día, hay
    gente despreciable que asegura que no sirve de nada tanto ayuno. Altivo y
    despreciable, así es este juicio.
    176
    —Oh, es cierto —exclamó el monje.
    —¿Ha visto a los demonios en casa de ésos? —preguntó el padre Ferapont.
    —¿En casa de quiénes? —replicó tímidamente el monje.
    —El año pasado subí a ver al higúmeno por Pentecostés, y no he vuelto desde
    entonces. Vi que uno tenía un diablo en el pecho, escondido bajo la sotana, apenas le
    asomaban los cuernos; otro lo llevaba en el bolsillo, y me miraba asustado, con ojos
    inquietos; a otro se le había metido en la barriga, en su sucio vientre; y alguno lo
    llevaba colgado del cuello, bien agarrado, aunque no podía verlo.
    —Usted… ¿los ve? —preguntó el monje.



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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:45

    ***




    Usted… ¿los ve? —preguntó el monje.
    —Ya te lo he dicho: los veo, los veo con toda claridad. Cuando ya me disponía a
    salir del aposento del higúmeno, me fijé en que había uno de ellos detrás de la puerta,
    escondiéndose de mí; era bien grande, mediría un arshín y medio de altura, si no más,
    con una cola gruesa y larga, de color pardo, que tenía la punta metida en la rendija de
    la puerta; pero yo no soy tonto, así que cerré de golpe, dando un portazo, y le pillé la
    cola. Empezó a chillar y a rebullirse, pero yo le hice la señal de la cruz, así hasta tres
    veces. Y en ese momento reventó como una araña pisoteada. Seguro que ahora ese
    rincón está podrido y apesta, pero ésos ni lo ven ni lo huelen. Llevo un año sin ir. Solo
    a ti, como eres forastero, puedo revelarte este secreto.
    —¡Son terribles sus palabras! Y entonces, padre eximio y bienaventurado —el
    monjecillo iba cobrando cada vez más valor—, ¿es cierta esa inmensa fama, que se
    extiende hasta tierras lejanas, según la cual usted está en comunicación permanente
    con el Espíritu Santo?
    —Viene volando. Así es.
    —Y ¿cómo viene volando? ¿En qué forma?
    —En forma de pájaro.
    —¿El Espíritu Santo en forma de paloma?
    —Una cosa es el Espíritu Santo y otra el Santo Espíritu. El Santo Espíritu es distinto,
    éste puede descender en forma de otros pájaros: en forma de golondrina, de jilguero
    o incluso de carbonero.
    —¿Cómo lo distingue de un simple carbonero?
    —Habla.
    —¿Cómo que habla? ¿En qué lengua?
    —En la humana.
    —¿Y qué le dice?
    —Pues hoy precisamente me ha anunciado que vendría a visitarme un imbécil a
    preguntarme cosas que no debe. Mucho pretendes saber, monje.
    —Son terribles sus palabras, padre santísimo y bienaventurado. —El monje sacudía
    la cabeza. En sus asustadizos ojos se vislumbró, de todos modos, cierta incredulidad.
    177
    —¿Ves ese árbol? —preguntó el padre Ferapont, después de callar unos
    momentos.
    —Lo veo, bienaventurado padre.
    —Para ti es un olmo; pero para mí es otra cosa.
    —Y ¿qué es? —El monjecillo se quedó en silencio, esperando una respuesta en
    vano.
    —Suele ocurrir de noche. ¿Ves esas dos ramas? Pues de noche Cristo extiende sus
    brazos hacia mí y sus manos me buscan, yo lo veo con toda claridad y me echo a
    temblar. ¡Es terrible! ¡Terrible!
    —¿Qué tiene de terrible, tratándose de Cristo?
    —Puede agarrarme y llevarme.
    —¿Vivo?
    —¿Acaso no has oído hablar del espíritu y la gloria de Elías? Me abrazará y me
    llevará…



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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:46

    ***



    Aunque el monje de Obdorsk, después de esta conversación, regresó bastante
    perplejo a la celda que le habían asignado —la de uno de los miembros de la
    comunidad—, su corazón seguía estando más próximo, indudablemente, al padre
    Ferapont que al padre Zosima. El monje de Obdorsk era, ante todo, partidario del
    ayuno, y no era extraño que un ayunador tan colosal como el padre Ferapont pudiera
    «ver prodigios». Sus palabras, sin duda, resultaban un tanto disparatadas, pero solo el
    Señor sabía lo que en ellas se encerraba, y todos los iluminados por el amor de Cristo
    hacen y dicen cosas de ese tenor. En cuanto a lo de la cola del diablo pillada con la
    puerta, estaba dispuesto a admitirlo con toda el alma y de muy buen grado, no solo en
    sentido figurado, sino al pie de la letra. Aparte de eso, ya antes de su llegada al
    monasterio venía experimentando una profunda animadversión contra el stárchestvo,
    que hasta entonces solo conocía de oídas, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, lo
    tenía por una novedad decididamente perniciosa. En el tiempo que llevaba en el
    monasterio, ya había podido percibir el disimulado murmullo de algunos hermanos
    superficiales, descontentos con los startsy. Por lo demás, era un monje inconstante e
    inquieto por naturaleza, con una inmensa curiosidad por todo. Por eso mismo, la
    impresionante noticia del nuevo «milagro» del stárets Zosima lo dejó enormemente
    perplejo. Más tarde, Aliosha recordaría cómo, entre los monjes que se agolpaban junto
    al stárets o se reunían en las inmediaciones de la celda, había pasado repetidas veces
    por su lado, husmeando en todos los corrillos, la figura del curioso visitante de
    Obdorsk, que procuraba estar al corriente de todo e interrogaba a todo el mundo.
    Pero en esos momentos apenas le había prestado atención y solo más tarde se
    acordaría de todo aquello…
    La verdad es que no estaba Aliosha como para ocuparse del monje: el stárets
    Zosima había vuelto a sentirse fatigado y se había acostado de nuevo, cuando de
    pronto, poniendo los ojos en blanco, se acordó de él y lo mandó llamar. Aliosha
    acudió de inmediato. En ese preciso instante, junto al stárets solo se encontraban el
    padre Paísi, el hieromonje Iósif y el novicio Porfiri. El stárets, abriendo los ojos
    cansados y mirando fijamente a Aliosha, le preguntó de pronto:
    —¿Te esperan los tuyos, hijo? —Aliosha se turbó—. ¿No necesitan de ti? ¿No le
    prometiste ayer a ninguno de ellos que irías hoy a verlo?
    —Se lo prometí… a mi padre… a mis hermanos… también a otras personas…
    —¿Lo ves? Tienes que ir sin falta. No estés triste. Debes saber que no voy a morir
    antes de haber pronunciado en tu presencia mis últimas palabras en la tierra. A ti te
    diré esas palabras, hijo, a ti te las legaré. A ti, hijo mío querido, pues tú me amas. Pero,
    por ahora, ve con ellos, ya que se lo prometiste.
    Aliosha accedió enseguida, aunque se le hacía muy duro irse. Pero la promesa de
    que oiría las últimas palabras terrenales del stárets y, sobre todo, de que iban a serle
    legadas a él, había llenado su alma de gozo. Se apresuró, con ánimo de terminar
    pronto todo lo que tenía que hacer en la ciudad y regresar cuanto antes. En ese
    momento, el padre Paísi le dijo unas palabras de despedida que le causaron,
    inesperadamente, una profunda impresión. Ambos habían salido ya de la celda del
    stárets



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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:47

    ***
    —Ten siempre presente, joven —así, directamente, sin más preámbulos, había
    comenzado el padre Paísi—, que la ciencia profana, que, en conjunto, ha adquirido
    una fuerza enorme, se ha dedicado a examinar, especialmente en este último siglo,
    todo lo celestial que se nos había legado en los libros sagrados y, después de un
    implacable análisis, los sabios de este mundo no han preservado nada de lo que antes
    era un santuario. Pero lo que han analizado han sido las partes, perdiendo de vista el
    todo, demostrando así una ceguera que causa asombro. Mientras tanto, el todo se alza
    inmutable ante sus ojos, igual que antes, «y las puertas del Hades no prevalecerán
    contra él». ¿Acaso no ha vivido diecinueve siglos, acaso no sigue viviendo en los
    movimientos de las almas individuales y en los movimientos de las masas populares?
    ¡Hasta en los movimientos de las almas de esos mismos ateos, que todo lo destruyen,
    sigue viviendo como vivía antes, inmutable! Pues incluso quienes reniegan del
    cristianismo y se rebelan contra él son, en esencia, imagen del propio Cristo; así lo han
    sido y así lo siguen siendo, ya que hasta hoy ni su sabiduría ni el ardor de su corazón
    les han permitido crear una imagen más elevada del hombre y de su dignidad que la
    imagen que Cristo nos señaló en otro tiempo. Sus tentativas solo han dado origen a
    monstruosidades. Ten esto muy presente, joven, pues tu stárets, en el momento de su
    partida, te destina al mundo. Es posible que, cuando evoques este gran día, no olvides
    tampoco mis palabras, que te he brindado de todo corazón a modo de despedida,
    pues eres joven y las tentaciones del mundo son poderosas y tus fuerzas no bastarán
    para resistirlas. Y ahora ponte en camino, huérfano.
    179
    Dicho lo cual, el padre Paísi le dio su bendición. Al salir del monasterio, mientras
    reflexionaba sobre aquellas insólitas palabras, Aliosha comprendió de repente que en
    ese monje, hasta entonces tan estricto y severo con él, había encontrado un nuevo e
    inesperado amigo y un nuevo guía, que le brindaba su ferviente amor; era como si el
    stárets Zosima se lo hubiera encomendado en la hora de la muerte. «Cabe la
    posibilidad de que, en efecto, se hayan puesto de acuerdo», pensó Aliosha. En
    particular, las imprevistas y sabias reflexiones que acababa de escuchar daban
    testimonio del fervor del padre Paísi: se había apresurado a armar sin demora aquella
    mente juvenil para el combate contra las tentaciones, y a proteger el alma juvenil que
    se le había confiado con la muralla más fuerte que era capaz de concebir.


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    Mensaje por Maria Lua Miér 18 Sep - 18:47

    ***

    II. En casa de su padre



    Lo primero que hizo Aliosha fue ir a ver a su padre. Al llegar, se acordó de que la
    víspera éste le había insistido mucho en que entrara a hurtadillas, sin que se enterase
    su hermano Iván. «Pero ¿por qué? —se dijo Aliosha en ese momento—. Aun
    suponiendo que mi padre pretenda decirme algo a mí solo, en privado, ¿por qué
    tengo que entrar sin ser visto? Lo más seguro es que ayer quisiera decirme otra cosa y,
    alterado como estaba —concluyó—, no acertara a hacerlo.» De todos modos, se
    alegró mucho cuando Marfa Ignátievna, que acudió a abrirle la cancela (por lo visto,
    Grigori había caído enfermo y guardaba cama en su pabellón), le comunicó, en
    respuesta a una pregunta suya, que Iván Fiódorovich había salido dos horas antes.
    —¿Y mi padre?
    —Se ha levantado, está tomando un café —respondió con cierta sequedad Marfa
    Ignátievna.
    Aliosha entró en la casa. El viejo estaba solo, sentado a la mesa, en zapatillas y con
    un abrigo raído, y se entretenía revisando unas cuentas, sin prestarles tampoco
    demasiada atención. No había nadie más en toda la casa (Smerdiakov también había
    salido a comprar provisiones para la comida). Pero no eran las cuentas lo que le
    preocupaban. Aunque se había levantado de la cama a primera hora y procuraba
    animarse, parecía fatigado y débil. Le habían salido por la noche unos enormes
    moratones en la frente, por lo que la tenía envuelta en un pañuelo rojo. También se le
    había hinchado visiblemente la nariz y, aunque los hematomas que se le habían
    formado en ella no eran muy grandes, aquellas manchas le daban al rostro un aspecto
    especialmente siniestro e iracundo. El viejo lo sabía y recibió a Aliosha con una mirada
    escasamente acogedora.
    —El café está frío —le chilló con brusquedad—, así que no te ofrezco. Ya ves, hoy
    solo tomo sopa de vigilia y no invito a nadie. ¿A qué has venido?
    —A interesarme por su salud —dijo Aliosha.
    —Sí. Y, aparte de eso, yo mismo te mandé ayer que vinieras. Esto es absurdo. Te
    has molestado en vano. Aunque yo ya sabía que te presentarías enseguida…
    Lo dijo en un tono de manifiesta hostilidad. Entretanto se había levantado de la
    mesa y se miraba, preocupado, la nariz en el espejo (acaso por cuadragésima vez en
    toda la mañana). Empezó asimismo a colocarse con más prestancia el pañuelo rojo de
    la frente.
    —Menos mal que es rojo: los pañuelos blancos parecen de hospital —comentó en
    tono sentencioso—. Bueno, ¿cómo te va? ¿Qué hay de tu stárets?





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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep - 19:00

    ***



    —Está muy mal, es posible que fallezca hoy mismo —respondió Aliosha, pero su
    padre no le hizo ni caso; de hecho, nada más hacerle la pregunta ya se había olvidado
    de ella.
    —Iván ha salido —dijo de pronto—. Pone todo su empeño en quitarle la novia a
    Mitka, ésa es la razón de que viva aquí —añadió maliciosamente y, torciendo la boca,
    miró a Aliosha.
    —No me diga que le ha dicho a usted eso —dijo Aliosha.
    —Sí, y hace ya tiempo. ¿Qué te pensabas? Hará unas tres semanas que me lo dijo.
    ¿No habrá venido con la intención de degollarme en secreto? Porque para algo habrá
    venido…
    —¡Qué cosas tiene! ¿Por qué dice eso? —Aliosha se quedó muy turbado.
    —La verdad es que no me pide dinero, aunque a mí no iba a sacarme nada de
    nada. Sepa usted, mi querido Alekséi Fiódorovich, que yo tengo intención de vivir en
    este mundo todo el tiempo que sea posible; por eso, me hace falta hasta el último
    kopek y, cuanto más tiempo viva, más falta me hará —siguió diciendo, mientras
    paseaba por la estancia, con las manos metidas en los bolsillos de su amplio y
    grasiento abrigo amarillo, confeccionado en tela ligera de calamaco—. De momento, a
    pesar de todo, aún soy un hombre, solo tengo cincuenta y cinco años, pero pretendo
    conservarme otros veinte años en mi línea varonil; sin embargo, a medida que me vaya
    haciendo viejo, me volveré repulsivo y las mujeres ya no se acercarán a mí de buena
    gana, de modo que mi dinerito me vendrá muy bien. Así pues, sepa usted, mi querido
    hijo Alekséi Fiódorovich, que ahora voy acumulando cada vez más y más, y solo para
    mí, pues deseo seguir viviendo hasta el fin de mis días hundido en el lodazal del vicio,
    para que lo sepa. Nada es tan dulce como el vicio: todo el mundo lo reprueba, pero
    todos viven en él, solo que lo hacen en secreto, y yo lo hago abiertamente. Y resulta
    que, por esta candidez mía, se me han echado encima todos los viciosos. Y es que a tu
    paraíso, Alekséi Fiódorovich, que sepas que no quiero ir, aparte de que sería impropio
    de un hombre decente ir a ese paraíso tuyo, suponiendo que exista. En mi opinión, un
    día te duermes y ya no te despiertas, y se acabó; entiéndeme si quieres, y si no vete al
    diablo. Ésa es mi filosofía. Ayer Iván habló muy bien aquí, aunque estábamos todos
    borrachos. Iván es un fanfarrón, y no es precisamente ningún sabio… ni tiene tampoco
    ninguna formación especial; se queda callado y se ríe de la gente sin necesidad de
    abrir la boca. Y a eso le saca partido. —Aliosha escuchaba, pero no decía nada—. ¿Por
    qué no habla conmigo? Y, si habla, siempre está con remilgos; ¡valiente sinvergüenza
    es tu Iván! Pues con Grushka me pienso casar en cuanto se me antoje. Porque con
    dinero se consigue todo lo que uno quiere, Alekséi Fiódorovich. Precisamente eso es
    lo que le da miedo a Iván: que yo me case.





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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep - 19:01

    ***


    e. Por eso me vigila y empuja a Mitka a
    casarse con Grushka: de ese modo pretende apartarme de ella (¡como si fuera a
    dejarle el dinero a él si no me caso con Grushka!), y, por otra parte, si Mitka se casa
    182
    con Grushka, él a su vez se quedará con la novia rica de su hermano, ¡ésos son sus
    cálculos! ¡Valiente sinvergüenza es tu Iván!
    —Qué irritable está usted. Eso es por lo de ayer; debería acostarse —dijo Aliosha.
    —Mira, tú puedes decirme eso —comentó de pronto el viejo, como si fuera la
    primera vez que se le ocurría semejante idea—; si me lo dices tú, yo no me enfado
    contigo; pero eso mismo, si me lo dijera Iván, me sentaría mal. Solo estando a tu lado
    he tenido algunos momentos de bondad, porque lo cierto es que soy una mala
    persona.
    —No es usted una mala persona, lo que pasa es que se ha echado a perder —dijo
    Aliosha con una sonrisa.
    —Escucha, a ese bandido de Mitka hoy mismo he querido hacer que lo encerraran,
    y aún no sé qué decisión tomar. Desde luego, en estos tiempos se ha puesto de moda
    ver como un prejuicio el respeto a padres y madres, pero tengo entendido que, de
    acuerdo con la ley, aún no está permitido arrastrar del pelo a tu anciano padre, ni
    arrojarlo al suelo y romperle la cara a taconazos en su propia casa, ni jactarse de que
    uno piensa volver para matarlo, y todo eso en presencia de testigos, señor mío. Yo, si
    quisiera, podría hacerle agachar la cabeza y mandarlo a la cárcel ahora mismo por lo
    ocurrido ayer.
    —Pero no piensa usted denunciarlo, ¿verdad?
    —Iván me lo ha desaconsejado. A mí, lo que diga Iván me trae sin cuidado, pero
    hay algo que no se me escapa… —E, inclinándose hacia Aliosha, prosiguió en tono
    confidencial, casi en un susurro—: Si hago que encierren a ese sinvergüenza, ella se va
    a enterar de que ha sido cosa mía y enseguida va a ir corriendo a su lado. En cambio,
    si hoy se entera de que ha molido a golpes a su padre, un anciano indefenso, a lo
    mejor rompe con él y viene a verme… Ya ves qué carácter el nuestro: solo sabemos
    llevar la contraria. ¡A ésa me la conozco como la palma de mi mano! ¿Qué, no te
    apetece un poco de coñac? Tómate un café frío, ya le añado yo unas gotitas de coñac,
    eso le da muy buen sabor.
    —No, gracias, no hace falta. Lo que sí me voy a llevar es este panecillo, con su
    permiso —dijo Aliosha y, cogiendo un chusco de tres kopeks, se lo guardó en el
    bolsillo de la sotana—. Tampoco usted debería tomar coñac —le aconsejó
    tímidamente, mirando al viejo a la cara.
    —Tienes razón, me irrita en lugar de calmarme. Pero por una copita… De ese que
    guardo en el armarito…
    Abrió el armarito con la llave, se sirvió una copa, se la bebió, después cerró el
    armarito y volvió a guardarse la llave en el bolsillo.
    —Y ya basta, tampoco voy a espichar por una copita.
    —Mire, ahora hasta se ha vuelto usted mejor persona —dijo Aliosha con una
    sonrisa..



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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep - 19:02

    ***


    —¡Hum! Yo a ti te quiero hasta sin coñac, pero con los canallas yo soy también un
    canalla. Vanka no piensa ir a Chermashniá, ¿por qué? Lo que quiere es espiarme:
    quiere saber si es mucho lo que le doy a Grúshenka, en caso de que venga. ¡Son todos
    unos sinvergüenzas! A Iván no hay quien lo reconozca. ¿A quién habrá salido ése? No
    tiene nuestra alma, ni mucho menos. Ni que fuera a dejarle algo. Que sepáis que no
    voy a hacer testamento. Y a Mitka lo aplastaré como a una cucaracha. Yo a las
    cucarachas negras las aplasto de noche con la zapatilla: cuando las pisas, crujen. Así va
    a crujir tu Mitka. Tu Mitka, porque tú lo quieres. Fíjate: tú lo quieres, pero a mí no me
    da miedo que lo quieras. En cambio, si Iván lo quisiera, sí que me daría miedo. Pero
    Iván no quiere a nadie, Iván no es uno de los nuestros; los que son como Iván, amigo
    mío, no son de los nuestros, esa gente es como una polvareda… Sopla el viento y se
    lleva el polvo… Ayer se me ocurrió una tontería cuando te pedí que vinieras hoy:
    quería que averiguaras si por mil rublos, bueno, o por un par de miles, habría que
    echar cuentas, ese miserable de Mitka, ese pedigüeño, estaría dispuesto a largarse de
    aquí de una vez por todas, y no volver en cinco años, o mejor en treinta y cinco.
    Naturalmente, sin Grushka y renunciando a ella para siempre, ¿eh?
    —Yo… ya le preguntaré —farfulló Aliosha—. Si fueran tres mil, es posible que él…
    —¡No digas cosas absurdas! Ahora ya no hace falta preguntar, ¡ninguna falta! Me lo
    he pensado mejor. Lo de ayer fue una simpleza. No voy a darle nada, pero nada de
    nada, ese dinerito me viene muy bien a mí —el viejo agitó un brazo—. De todos
    modos, puedo aplastarlo como a una cucaracha. No le digas nada, no vaya a hacerse
    ilusiones. Esa novia suya, la tal Katerina Ivánovna, a la que ha procurado, con tanto
    empeño, tener escondida de mí, ¿se va a casar o no se va a casar con él? Tú ayer fuiste
    a verla, ¿a que sí?
    —Ella no quiere dejarlo de ninguna manera.
    —Ya ves de quiénes se enamoran esas tiernas damiselas: ¡de vividores y canallas!
    No valen nada, hazme caso, esas señoritas paliduchas; nada que ver con… ¡Bah! Si
    tuviera yo ahora sus años, y la cara de entonces (porque con veintiocho años yo era
    mucho más guapo que él), yo también saldría ganando, exactamente igual que él.
    ¡Valiente canalla! Pero a Grúshenka, en cualquier caso, no se la lleva, no, señor, no se
    la lleva… ¡Voy a hundirlo en el fango! —Volvió a enfurecerse al pronunciar estas
    palabras—. Lárgate tú también, hoy no tienes nada que hacer en esta casa —concluyó
    con brusquedad.
    Aliosha se acercó para despedirse y lo besó en el hombro.
    —¿A qué viene esto? —El viejo se quedó un tanto sorprendido—. Todavía
    volveremos a vernos. ¿O es que te crees que no vamos a vernos?
    —Nada de eso; lo he hecho sin ninguna intención.
    —No importa; también yo, también yo lo he dicho sin pensar… —El viejo se quedó
    mirando a Aliosha—. Escucha, escucha —le gritó según se marchaba—, ven cuando
    184
    quieras, no tardes en volver, y haré que te preparen una buena sopa de pescado, no
    como la de hoy, ¡ven sin falta! Mañana mismo, ¿me oyes? ¡Ven mañana!






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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep - 19:03

    ***
    En cuanto Aliosha hubo salido por la puerta, el viejo volvió a acercarse al armarito y
    se ventiló otra media copita.
    —¡Ya es la última! —farfulló, tras aclararse la garganta. Después volvió a cerrar el
    armario, se guardó la llave en el bolsillo, se dirigió acto seguido al dormitorio, se
    tumbó en la cama, sin fuerzas, y se quedó dormido en un instante.





    III. Se encuentra con unos escolares



    «Gracias a Dios que no me ha preguntado por Grúshenka —pensó Aliosha, por su
    parte, en el momento en que salía de casa de su padre y se dirigía a ver a la señora
    Jojlakova—, pues de otro modo no habría tenido más remedio que hablarle del
    encuentro que tuvimos ayer. —Aliosha lamentaba vivamente que a lo largo de la
    noche los combatientes hubieran cobrado nuevas fuerzas y sus corazones se hubieran
    endurecido con el nuevo día—: Mi padre está irritado y tiene muy malas intenciones;
    algo andará tramando y no va a dar su brazo a torcer. ¿Y Dmitri? Ése también se habrá
    fortalecido por la noche, seguro que también está irritado y, a no dudarlo, trama algo
    siniestro… En fin, hoy mismo, sin falta, tengo que encontrar tiempo para ir a buscarlo,
    pase lo que pase»…
    Pero Aliosha no pudo seguir reflexionando mucho más tiempo: por el camino tuvo
    un incidente, no muy importante en apariencia, pero que le causó una profunda
    impresión. Nada más atravesar la plaza y doblar por la calleja que da a la calle
    Mijáilovskaia, paralela a la calle Mayor, de la que tan solo la separa una zanja (toda
    nuestra ciudad está surcada de zanjas), vio más abajo, delante de una pasarela, a un
    pequeño grupo de escolares, niños todos ellos de corta edad, de diez a doce años
    como mucho. Volvían a casa después de haber terminado las clases, unos con sus
    mochilas a la espalda, otros con sus sacos de cuero colgados del hombro; algunos
    llevaban una chaquetilla, otros un abrigo ligero, y había quienes calzaban botas altas
    con pliegues en las cañas, esas botas de las que les gusta presumir a los niños
    mimados de familias acomodadas. Todo el grupo charlaba animadamente, discutiendo
    algún asunto. Aliosha era incapaz de pasar por delante de unos chiquillos sin fijarse en
    ellos; en Moscú ya le solía ocurrir, y, aunque los que más le llamaban la atención eran
    los críos como de tres años, también le gustaban los escolares de diez u once años.
    Por eso, a pesar de sus muchas preocupaciones, le entraron ganas de acercarse a
    aquellos niños para entablar conversación. A medida que se aproximaba, iba
    observando sus caritas sonrosadas, llenas de vida, hasta que de repente reparó en que
    todos los muchachos tenían una piedra en la mano, si es que no eran dos. Al otro lado
    de la zanja, a unos treinta pasos del grupo, había otro chiquillo, un colegial como ellos,
    con su correspondiente saco al costado; tendría, a juzgar por su estatura, diez años a
    lo sumo, tal vez menos incluso; era un niño paliducho, enfermizo, de ojillos negros y
    brillantes. Estaba muy pendiente del grupo de seis escolares: eran, por lo visto,
    compañeros suyos, con los que acababa de salir de la escuela, pero, evidentemente,
    186
    habían reñido. Al llegar, Aliosha se dirigió a un muchacho rubio, de pelo crespo y tez
    sonrosada, que llevaba una chaquetilla negra, y le dijo, mirándolo:












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    Mensaje por Maria Lua Jue 19 Sep - 19:04

    ***

    —Cuando tenía vuestra edad, solíamos llevar el saco en el costado izquierdo, para
    alcanzarlo más fácilmente con la mano derecha; vosotros lo lleváis en el lado derecho,
    y así resulta más incómodo.
    Aliosha, sin ninguna malicia, empezó con esa observación práctica; lo cierto es que
    para un adulto no hay mejor manera de abordar a un niño, y ya no digamos a todo un
    grupo de niños, si quiere ganarse su confianza. Hay que empezar hablando, en tono
    muy serio, de cuestiones prácticas, para así situarse en un plano de igualdad; Aliosha
    era consciente de eso por puro instinto.
    —Es que es zurdo —replicó de inmediato otro chiquillo, de unos once años,
    decidido, de aspecto sanote. Los otros cinco niños clavaron los ojos en Aliosha.
    —Hasta las piedras las tira con la izquierda —observó un tercero.
    En ese preciso instante una piedra cayó sobre el grupo: tras rozar levemente al
    chaval zurdo, acabó pasando de largo, aunque la habían lanzado con fuerza y con
    destreza. La había arrojado el niño que estaba al otro lado de la zanja.
    —¡Dale, Smúrov! ¡A por él! —gritaron todos.
    Pero a Smúrov, el zurdo, no le hacía ninguna falta que le metieran prisa, y no tardó
    en responder: le tiró una piedra al que estaba al otro lado de la zanja, pero no atinó, y
    el proyectil fue a parar al suelo. Su rival replicó de inmediato, arrojando otra piedra
    contra el grupo, aunque esta vez le dio de lleno a Aliosha, lastimándole un hombro.
    Aquel chico tenía los bolsillos repletos de piedras: se notaba a treinta pasos de
    distancia por el bulto que le hacían en el abrigo.
    —Se la ha tirado a usted, a usted; le ha apuntado a propósito. Porque usted es un
    Karamázov, ¿verdad? ¿A que es usted un Karamázov? —gritaban los chiquillos, entre
    risas—. ¡Venga, todos a una! ¡A ver quién le acierta!
    Y seis piedras salieron volando del grupo al mismo tiempo. Una de ellas alcanzó al
    otro niño en la cabeza, derribándolo, pero se levantó en un santiamén y empezó a
    responder con auténtica furia. Comenzó un intercambio incesante de pedradas en
    ambos sentidos; la mayoría de los integrantes del grupo también llevaban piedras
    preparadas en los bolsillos.
    —Pero ¡qué hacen! ¿No les da vergüenza, señores? Seis contra uno, ¡lo van a matar!
    —exclamó Aliosha.
    De un salto, se interpuso en la trayectoria de las piedras, con intención de proteger
    con su cuerpo al chico que estaba al otro lado de la zanja. Tres o cuatro chavales del
    grupo dejaron de tirar piedras por unos instantes.





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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:52

    ***


    —Pero ¡qué hacen! ¿No les da vergüenza, señores? Seis contra uno, ¡lo van a matar!
    —exclamó Aliosha.
    De un salto, se interpuso en la trayectoria de las piedras, con intención de proteger
    con su cuerpo al chico que estaba al otro lado de la zanja. Tres o cuatro chavales del
    grupo dejaron de tirar piedras por unos instantes.
    —¡Ha empezado él! —gritó, con irritada voz infantil, un muchacho de camisa roja—.
    Es un desgraciado; hace un rato, en clase, ha pinchado a Krasotkin con un
    cortaplumas, le ha hecho sangre. Lo que pasa es que Krasotkin no ha querido chivarse,
    pero ése se va a enterar…
    —Pero ¿por qué? Seguro que vosotros lo hacéis rabiar…
    —¿Lo ve? Acaba de tirarle otra piedra por la espalda. Sabe quién es usted —
    gritaron los niños—. Ahora le está tirando a usted, no a nosotros. Venga, otra vez,
    todos contra él. ¡No falles, Smúrov!
    Se reanudó la pedrea, pero ahora con muy mala intención. Al chico que estaba al
    otro lado de la zanja una piedra le acertó en el pecho; dejó escapar un grito, se echó a
    llorar y salió corriendo cuesta arriba, hacia la calle Mijáilovskaia. Los del grupo
    empezaron a dar voces:
    —¡Eh, cobardica, ha salido corriendo! ¡Estropajo!
    —No sabe usted, Karamázov, lo malo que es; matarlo es poco —insistió, con los
    ojos encendidos, el chico de la chaquetilla, que parecía el mayor de todos ellos.
    —Pero ¿qué es lo que hace? —preguntó Aliosha—. ¿Es un chivato?
    Los chavales se miraron con cierto aire burlón.
    —¿Va usted en esa misma dirección, por la calle Mijáilovskaia? —siguió diciendo el
    chico—. Pruebe a alcanzarlo… ¿Lo ve? Ha vuelto a detenerse, parece como si estuviera
    esperándole, y no hace más que mirarle.
    —¡Le está mirando, le está mirando! —dijeron a coro los demás niños.
    —Pues pregúntele si le gusta el estropajo deshilachado. Hágame caso,
    pregúnteselo.
    Estallaron todos en una carcajada. Aliosha se quedó mirándolos, y los chavales lo
    miraron a él.
    —No vaya usted, le hará daño —lo previno Smúrov, gritando.
    —Señores, no pienso preguntarle por ningún estropajo, porque seguro que lo
    único que quieren es burlarse de él; lo que sí voy a hacer es pedirle que me explique a
    qué viene tanto odio…
    —Que se lo explique, que se lo explique —dijeron entre risas los chiquillos.
    Aliosha cruzó la pasarela y empezó a subir cuesta arriba, a lo largo de la valla, en
    busca del muchacho caído en desgracia.
    —Tenga cuidado —le advirtieron a su espalda—, que ése no le tiene ningún
    miedo; lo mismo le acuchilla a traición… como hizo con Krasotkin.
















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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:53

    ***

    El muchacho seguía esperándolo, sin moverse del sitio. Al llegar a él, Aliosha se
    encontró con un niño que no tendría más de nueve años, uno de esos niños débiles y
    menudos de carita flaca, pálida y alargada, con unos ojos grandes y oscuros que lo
    miraban con rabia. Llevaba puesto un abriguito viejo, bastante ajado, que le quedaba
    pequeño y le daba un aspecto grotesco. Los brazos desnudos le sobresalían de las
    mangas. En la rodilla derecha del pantalón había un gran remiendo, y en la puntera de
    la bota diestra, a la altura del dedo gordo, se veía un considerable agujero que habían
    intentado disimular a base de tinta. Los dos abultados bolsillos del abrigo estaban
    llenos de piedras. Aliosha se detuvo a dos pasos de él y lo miró con aire inquisitivo. El
    pequeño, comprendiendo enseguida por la mirada de Aliosha que éste no venía a
    pegarle, depuso su actitud hostil y hasta se decidió a hablar.
    —Yo soy solo uno, y ellos son seis… Pero puedo con todos —dijo de sopetón, con
    los ojos brillantes.
    —Una de las pedradas ha tenido que hacerle mucho daño —observó Aliosha.
    —¡Pues a Smúrov le he dado en la cabeza! —exclamó el niño.
    —Esos otros chicos me han dicho que usted me conoce y que tenía motivos para
    apedrearme, ¿es verdad? —preguntó Aliosha. El chico le dirigió una mirada sombría—.
    Yo a usted no le conozco. ¿De verdad me conoce usted a mí? —insistió Aliosha.
    —¡Déjeme en paz! —gritó el niño de pronto, irritado; no obstante, seguía sin
    moverse, como si estuviera esperando alguna cosa, y los ojos volvieron a brillarle con
    rabia.
    —Muy bien, me marcho —dijo Aliosha—, pero ya le digo que no le conozco, y no
    voy a burlarme de usted. Me han dicho cómo puedo hacerle rabiar, pero no me
    apetece. ¡Adiós!
    —¡Monje con pantalones de seda! —le gritó el chico, siguiendo sus pasos con la
    misma mirada irritada y retadora, al tiempo que se ponía en guardia, convencido de
    que, finalmente, Aliosha se le echaría encima sin falta.
    Pero éste volvió la cabeza, lo miró y siguió su camino. No obstante, apenas había
    dado tres pasos cuando sintió en la espalda el doloroso impacto de una pedrada: le
    había caído encima el canto más grande de todos cuantos guardaba el muchacho en
    los bolsillos.
    —¿Conque por la espalda? Entonces, debe de ser verdad eso que dicen de que
    usted ataca a traición… —Aliosha se dio otra vez la vuelta, y el muchacho, con toda su
    rabia, volvió a tirarle una piedra, en esta ocasión dirigida a la cara; Aliosha, sin
    embargo, logró cubrirse a tiempo y la piedra le dio en el codo—. ¿No le da
    vergüenza? ¿Qué le he hecho yo? —gritó.





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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:54

    ***


    El chiquillo, sin decir palabra, en actitud desafiante, solo esperaba que Aliosha se
    lanzara de una vez contra él; pero, viendo que no se inmutaba, se enrabietó como una
    fierecilla y él mismo se abalanzó sobre Aliosha; sin darle tiempo a apartarse, el
    muchacho agachó la cabeza, le cogió con ambas manos la mano izquierda y, con toda
    su mala intención, le mordió el dedo corazón, haciéndole mucho daño. Le hincó los
    dientes y no soltó a su presa en diez segundos. Aliosha gritó de dolor, tirando del
    dedo con todas sus fuerzas. Por fin el chico lo dejó y se apartó de un salto, situándose
    a la misma distancia de antes. La mordedura del dedo, al lado de la uña, era seria,
    profunda, llegaba hasta el hueso; salía mucha sangre. Aliosha sacó su pañuelo y se
    envolvió la mano herida, apretando con fuerza. Estuvo así apretando casi un minuto. El
    niño, expectante, no se movió en todo ese tiempo. Por fin, Aliosha levantó hacia él su
    mirada serena.
    —Muy bien —dijo—, ya ha visto el daño que me ha hecho. Ya es suficiente, ¿no?
    Ahora dígame, ¿yo qué le he hecho? —El muchacho lo miró con asombro—. Yo no le
    conozco de nada y es la primera vez que le veo —continuó Aliosha, con la misma
    tranquilidad—, pero es imposible que no le haya hecho nada… No iba a hacerme
    usted tanto daño así porque sí. Entonces, ¿por qué no me dice qué es lo que le he
    hecho y de qué soy culpable?
    Por toda respuesta, el chiquillo rompió a llorar desconsoladamente, y de pronto se
    alejó corriendo de Aliosha. Éste lo siguió, sin perder la calma, hasta la calle
    Mijáilovskaia, y durante un buen rato lo vio correr a lo lejos, sin aflojar el ritmo, sin
    volver la cabeza: seguramente seguiría llorando con idéntico desconsuelo. Aliosha
    tomó la firme decisión de ir a buscar, en cuanto tuviera tiempo, a aquel chiquillo, con
    ánimo de aclarar ese enigma tan desconcertante. Pero aquél no era el mejor
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    y en ese vuelo y en ese sueño
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    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:55

    ***


    IV. En casa de las Jojlakova


    No tardó en llegar a casa de las Jojlakova, una hermosa casa independiente, de dos
    plantas, construida en piedra: una de las mejores de la ciudad. Aunque la señora
    Jojlakova pasaba la mayor parte del año en otra provincia, donde poseía una hacienda,
    o en Moscú, donde también tenía casa propia, había conservado igualmente su
    residencia en nuestra ciudad, herencia de sus padres y abuelos. Además, la hacienda
    que tenía en nuestro distrito era la mayor de sus tres propiedades, a pesar de lo cual
    en el pasado había visitado nuestra provincia en contadas ocasiones.
    La señora Jojlakova salió precipitadamente al vestíbulo a recibir a Aliosha.
    —¿Ha recibido la carta donde le hablo del nuevo milagro? ¿La ha recibido? —dijo a
    toda prisa, nerviosa.
    —Sí, la he recibido.
    —¿La ha dado a conocer? ¿Se la ha enseñado a todo el mundo? ¡Le ha devuelto el
    hijo a esa madre!
    —Va a morir hoy mismo —dijo Aliosha.
    —Sí, ya lo sé, me lo han dicho. ¡Oh, qué ganas tengo de hablar con usted! Con
    usted o con quien sea, de todo esto. ¡No, no, con usted, con usted! Y ¡qué pena me da
    no poder ir a verlo! Toda la ciudad está conmovida, todos están expectantes. Pero
    ahora… ¿sabe que está aquí en casa Katerina Ivánovna?
    —¡Ah, qué suerte! —exclamó Aliosha—. Así voy a poder verla aquí, en esta casa;
    ayer me pidió que fuera hoy a visitarla sin falta.
    —Ya lo sé, ya lo sé. Me han contado con todo detalle lo que pasó ayer en casa de
    Katerina Ivánovna… todas esas cosas horribles con esa… tarasca. C’est tragique; yo, si
    fuera ella… ¡yo no sé lo que haría! Y luego, ese hermano suyo, Dmitri Fiódorovich,
    menudo está hecho, ¡ay, Dios! Alekséi Fiódorovich, me estoy haciendo un lío, figúrese:
    está aquí ahora su hermano, o sea, no el que hizo ayer esas cosas horribles, sino el
    otro, Iván Fiódorovich; está hablando con ella: tienen una conversación muy seria… Ni
    se imagina usted lo que les pasa ahora: es algo espantoso, déjeme que le diga que es
    como un desgarro; parece más bien una historia de terror, y resulta increíble: se están
    arruinando la vida, a saber por qué; los dos son conscientes de eso, y disfrutan
    actuando así. ¡Estaba esperándole! ¡Estaba esperándole! ¡Yo, la verdad, soy incapaz de
    soportarlo! Ahora mismo se lo cuento todo, pero antes tengo que preguntarle una
    cosa, aún más importante… ¡Si hasta se me olvidaba que eso es lo más importante!
    Dígame: ¿a qué se debe el ataque de histeria de Lise? ¡En cuanto se ha enterado de
    que usted estaba a punto de llegar, se ha puesto histérica


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:56

    ***

    —Maman, la que está histérica es usted, no yo —se oyó la vocecita de Lise,
    gorjeando a través de la rendija de una puerta que daba a una habitación vecina. Era
    una rendija minúscula, y la voz llegaba entrecortada, igual que cuando uno tiene
    muchas ganas de reír y se esfuerza al máximo en sofocar la risa. Aliosha se fijó
    enseguida en la rendija: Lise, seguramente, estaría mirándolo desde su sillón, pero él
    no podía verla.
    —No sería raro, Lise, no sería raro… Con todos esos caprichos tuyos, me va a dar
    un ataque… Lo cierto, Alekséi Fiódorovich, es que está bastante mal; ha pasado la
    noche fatal, con fiebre, quejándose sin parar… ¡Qué ganas tenía de que amaneciese,
    para que viniese Herzenstube! Dice el doctor que no entiende nada y que hace falta
    esperar. Este Herzenstube, cada vez que viene, dice lo mismo: que no entiende nada.
    En cuanto ha llegado usted, Lise ha soltado un grito y ha sufrido un ataque, y ha
    mandado que la trajéramos aquí, a su antigua habitación…
    —Mamá, yo no tenía ni idea de que iba a venir, y no ha sido por él, ni mucho
    menos, por lo que quería venirme a este cuarto.
    —Eso no es verdad, Lise. Yulia ha ido corriendo a decirte que ya estaba llegando
    Alekséi Fiódorovich; tú la habías puesto a vigilar.
    —Ay, mami querida, eso no ha tenido ninguna gracia. Pero, si desea rectificar y
    decir ahora algo más ingenioso, puede decirle, mi querida mamá, al muy respetable
    señor Alekséi Fiódorovich, recién venido, que lo único que ha demostrado viniendo a
    vernos hoy, después de lo de ayer, y teniendo en cuenta que todo el mundo se ríe de
    él, es que no destaca por su agudeza.
    —Lise, te tomas demasiadas libertades, y te aseguro que al final voy a tener que
    recurrir a medidas más drásticas. ¿Quién se ríe de él? Yo estoy encantada de que haya
    venido, lo necesito, me hace mucha falta. ¡Ay, Alekséi Fiódorovich, soy tan
    desgraciada!
    —Pero ¿qué es lo que le pasa, mami?
    —Ay, estos caprichos tuyos, Lise, tu inconstancia, tu enfermedad, esta horrible
    noche de fiebre, ese horrible y eterno Herzenstube, ¡eterno, sobre todo, eterno,
    eterno! Y, en definitiva, todo, todo… En definitiva, ¡hasta ese milagro! ¡Cómo me ha
    impresionado ese milagro, mi buen Alekséi Fiódorovich, cómo me ha conmovido! Y
    ahora esa tragedia, ahí en la sala; no puedo soportarla, se lo digo de antemano: no
    puedo soportarla. Puede que sea una comedia, y no una tragedia. Dígame, ¿el stárets
    Zosima vivirá hasta mañana? ¿Vivirá? ¡Oh, Dios mío! ¿Qué es lo que me pasa? Cada
    dos por tres cierro los ojos y veo que todo eso es absurdo, es absurdo.
    —Quisiera pedirle —la interrumpió de pronto Aliosha— que me dejara un trapito
    limpio para vendarme el dedo. Me he hecho una herida, y ahora me duele mucho.
    Aliosha se destapó el dedo mordido. El pañuelo estaba empapado en sangre. La
    señora Jojlakova soltó un grito y entrecerró los ojos.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:56

    ***


    —¡Dios mío, vaya herida! ¡Es horrible!
    Pero Lise, nada más ver por la rendija el dedo de Aliosha, abrió de par en par la
    puerta de un empujón.
    —Venga aquí, venga aquí —gritó con insistencia, en tono imperioso—. ¡Y déjese ya
    de tonterías! ¡Oh, Señor! ¿Cómo ha aguantado tanto tiempo sin decir nada? ¡Podía
    haberse desangrado, mamá! ¿Dónde se lo ha hecho, dónde? ¡Agua, eso es lo primero!
    ¡Agua! Hay que lavar bien la herida, y meter el dedo en agua fría, para que se le pase
    el dolor, y aguantar, aguantar un buen rato… Rápido, mamá, hay que llenar de agua el
    lavamanos. Venga, rápido —añadió nerviosa. Estaba muy asustada; la herida de
    Aliosha la había impresionado mucho.
    —¿No deberíamos llamar a Herzenstube? —propuso la señora Jojlakova.
    —Mamá, usted acaba conmigo. ¡Su Herzenstube vendrá y dirá que no entiende
    nada! ¡Agua, agua! Mamá, por el amor de Dios, vaya usted y métale prisa a Yulia: no sé
    qué andará haciendo por ahí; nunca tiene prisa. Deprisa, mamá, que me da algo…
    —¡Si no es nada! —exclamó Aliosha, a quien le estaban contagiando el pánico.
    Yulia llegó corriendo con el agua. Aliosha sumergió el dedo en el agua.
    —Mamá, por Dios, traiga unas hilas; unas hilas y esa agua turbia cáustica, para los
    cortes… ¿cómo se llamaba? Tenemos en casa, tenemos, tenemos… Mamá, usted sabe
    dónde está el frasco; en su dormitorio, en el armarito a mano derecha, allí hay un
    frasco grande y unas hilas…
    —Ahora mismo traigo todo, Lise, pero deja de gritar y no te pongas nerviosa. Ya
    ves con qué entereza aguanta Alekséi Fiódorovich su desgracia. Pero ¿dónde se ha
    lastimado usted de un modo tan espantoso, Alekséi Fiódorovich?
    La señora Jojlakova salió precipitadamente. Era lo que estaba esperando Lise.
    —Primero, respóndame a una pregunta —se dirigió sin demora a Aliosha—,
    ¿dónde se ha hecho usted eso? Después tengo que hablarle de otro asunto muy
    distinto. ¡Cuente!
    Aliosha, intuyendo que el tiempo disponible hasta la vuelta de la madre era
    precioso para ella, le contó a toda prisa, omitiendo y resumiendo muchas cosas,
    aunque con precisión y claridad, su enigmático encuentro con los escolares. Después
    de escucharle, Lise juntó las manos, en señal de sorpresa:
    —Pero ¡cómo es posible! ¡Cómo es posible! ¡Enredarse con esos chiquillos, y para
    colmo con esa vestidura! —exclamó enojada, como si tuviera algún derecho sobre él—
    . Ya se ve que es usted un chiquillo, ¡es usted más crío que cualquiera de ellos! Eso sí,
    tiene usted que enterarse sin falta de lo que pasa con ese demonio de niño y
    contármelo todo, porque aquí hay gato encerrado. Y ahora lo otro, pero antes dígame:
    ¿está usted en condiciones, Alekséi Fiódorovich, a pesar del dolor, de hablar de las
    mayores nimiedades, pero de hacerlo con toda seriedad?
    —Claro que sí; además, tampoco me duele tanto.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:57

    ***


    —Eso es porque tiene el dedo en agua. Hay que cambiarla enseguida, porque se
    calienta en un abrir y cerrar de ojos. Yulia, trae corriendo un poco de hielo de la
    bodega y otro lavamanos con agua… Bueno, ahora que ya ha salido, iré al grano: haga
    el favor de devolverme de inmediato, mi querido Alekséi Fiódorovich, la carta que le
    mandé ayer; de inmediato, porque mamá puede volver en cualquier momento, y no
    quiero que…
    —No tengo aquí la carta.
    —No es verdad, sí que la tiene. Estaba segura de que iba a decirme eso. La lleva
    en ese bolsillo. Me he arrepentido tanto, toda la noche, de esa estúpida broma.
    Devuélvame esa carta ahora mismo, ¡devuélvamela!
    —Allí se ha quedado.
    —No quiero que me considere usted una niña pequeña, una auténtica cría, por
    culpa de esa carta mía con una broma tan estúpida. Le pido perdón por mi estupidez,
    pero tiene que traerme la carta, pase lo que pase, suponiendo que sea verdad que no
    la lleva encima; ¡tráigamela hoy mismo sin falta! ¡Sin falta!
    —Hoy me resulta imposible, porque me voy al monasterio y no volveré por aquí en
    dos o tres días, acaso cuatro, pues el stárets Zosima…
    —¡Cuatro días! ¡Qué disparate! Dígame: ¿se ha reído usted mucho de mí?
    —No me he reído ni pizca.
    —¿Por qué no?
    —Porque me lo he creído todo.
    —¡Me está ofendiendo!
    —De ningún modo. Nada más leerla, he pensado que todo va a ser así, porque, en
    cuanto muera el stárets Zosima, tengo que abandonar enseguida el monasterio.
    Después continuaré mis estudios, haré mis exámenes y, cuando se cumpla el plazo que
    fija la ley, nos casaremos. Y la amaré. Aunque no he tenido tiempo de pensarlo
    detenidamente, he llegado a la conclusión de que mejor mujer que usted no la voy a
    encontrar, y ya que el stárets me manda casarme…
    —Pero si soy un monstruo, ¡me tienen que llevar en silla de ruedas! —dijo Liza
    entre risas, con las mejillas encendidas por el rubor.
    —Yo personalmente la llevaré en la silla, pero estoy convencido de que para
    entonces ya se habrá curado.
    —Está usted mal de la cabeza —dijo Liza, nerviosa—. ¡A partir de una broma como
    ésa, llegar a un disparate semejante!… Ah, aquí está mamá, y muy oportunamente,
    creo yo. ¡Hay que ver lo que se retrasa siempre, mamá! ¡Cómo ha podido tardar tanto!
    ¡Y ahí llega Yulia con el hielo!
    —Ay, Lise, no grites, ¡sobre todo no grites! Estoy ya de estos gritos… ¿Qué querías
    que hiciera, si resulta que habías guardado las hilas en otro sitio?… He estado
    buscando, buscando… Sospecho que lo has hecho aposta.


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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:58

    ***


    —¿Cómo iba a saber yo que se iba a presentar con una mordedura en el dedo? Si
    hubiera sido así, todavía podía haberlo hecho aposta. Mamá, ángel mío, empieza
    usted a decir unas cosas de lo más ocurrentes.
    —Serán ocurrentes, pero ¡qué sentimientos los tuyos, Lise, a propósito del dedo de
    Alekséi Fiódorovich y de todo lo sucedido! ¡Oh, mi buen Alekséi Fiódorovich! Lo que
    me mata no son los pormenores, no es un caso como el de Herzenstube, sino el
    conjunto, la suma de tantas cosas; ¡eso es lo que no puedo soportar!
    —Ya basta, mamá, ya basta de hablar de Herzenstube. —Liza se rió alegremente—.
    Deme pronto esas hilas, mamá, y el agua. Esto no es más que una disolución de
    acetato de plomo, Alekséi Fiódorovich, ahora no recuerdo cómo se llama, pero es una
    disolución excelente. Figúrese, mamá, que al venir hacia aquí se ha peleado en la calle
    con unos niños, y uno de ellos le ha dado un mordisco; ¿no le parece que también él
    es un niño, un auténtico niño? Y, después de eso, ¿cómo se va a casar? Porque ahora
    resulta que se quiere casar. Imagíneselo casado, mamá. ¿No le entra la risa? ¿No le
    parece inconcebible?
    Y Lise no paraba de reírse con su fina risita nerviosa, mientras miraba pícaramente a
    Alekséi.
    —Vaya, cómo va a casarse, Lise, y a cuento de qué viene ahora eso, y además no
    es asunto tuyo… Y además ese niño puede que tenga la rabia.
    —¡Ay, mamá! Como si hubiera niños con rabia…
    —¿Por qué no iba a haberlos? No creo que haya dicho ninguna tontería, Lise. A ese
    chico puede haberlo mordido un perro rabioso, y él a su vez va y coge la rabia y
    muerde al primero que tenga a mano. Qué bien le ha vendado Lise, Alekséi
    Fiódorovich; yo no habría sabido en la vida. ¿Le duele ahora?
    —Ahora muy poco.
    —¿No tendrá usted miedo del agua? —preguntó Lise.
    —Bueno, ya está bien, Lise; a lo mejor me he precipitado al hablar del chico
    rabioso, pero tú ahora estás yendo demasiado lejos. Katerina Ivánovna acaba de
    enterarse de su llegada, Alekséi Fiódorovich, y ha venido corriendo a decirme que le
    espera, que le espera ansiosa.
    —¡Ay, mamá! Vaya usted sola, él no puede ir en este momento, le duele mucho.
    —No me duele nada, claro que puedo ir —dijo Aliosha.
    —¡Cómo! ¿Así que se va? ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?
    —¿Y qué? Cuando termine allí, puedo volver, y seguiremos hablando todo el
    tiempo que quiera. Pero desearía ver enseguida a Katerina Ivánovna, porque, en
    cualquier caso, hoy me gustaría regresar lo antes posible al monasterio.
    —Lléveselo, mamá; lléveselo cuanto antes. Alekséi Fiódorovich, no se moleste en
    venir a verme cuando termine con Katerina Ivánovna; váyase derecho al monasterio,
    ¡ése es su sitio! Yo quiero dormir, no he pegado ojo en toda la noche.




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    Mensaje por Maria Lua Vie 20 Sep - 14:59

    ***


    —Ay, Lise, tú siempre con tus bromas; ¡ojalá te durmieras de verdad! —exclamó la
    señora Jojlakova.
    —Yo no sé cómo… Me quedaré dos o tres minutos más; hasta cinco, si así lo desea
    —balbuceó Aliosha.
    —¡Hasta cinco! Pero lléveselo de una vez, mamá, ¡es un monstre!
    —Lise, has perdido el juicio. Vámonos, Alekséi Fiódorovich; hoy está demasiado
    caprichosa, tengo miedo de que se altere. ¡Nada peor que una mujer nerviosa, Alekséi
    Fiódorovich! Y hasta es posible que, en su presencia, le hayan venido ganas de dormir.
    ¡Ha conseguido usted que le entrara sueño muy pronto! ¡Qué suerte!
    —Oh, mamá, ahora le ha dado por decir unas cosas muy bonitas; le doy un beso,
    mami.
    —Igualmente, Lise. Escuche, Alekséi Fiódorovich —dijo gravemente, con aire
    misterioso, hablando en un rápido susurro, la señora Jojlakova, mientras salía con
    Aliosha—, no quiero condicionarle en ningún sentido, ni pretendo levantar el velo,
    pero, en cuanto entre, usted mismo verá lo que sucede; es algo espantoso, es una
    comedia fantástica: ella está enamorada de su hermano Iván Fiódorovich, pero intenta
    convencerse a toda costa de que a quien ama es a Dmitri Fiódorovich. ¡Es espantoso!
    Entraré con usted y, si nadie me echa, esperaré hasta el final.




    V. Desgarro en la sala



    Pero en la sala la conversación ya estaba a punto de concluir; Katerina Ivánovna era
    presa de una gran excitación, aunque se la veía decidida. Justo cuando entraban
    Aliosha y la señora Jojlakova, Iván Fiódorovich se levantaba para irse. Tenía la cara
    algo pálida, y Aliosha lo miró con preocupación. En ese momento, a Aliosha se le
    aclaró una duda, un inquietante enigma que lo atormentaba desde hacía algún
    tiempo. Hacía cosa de un mes, distintas personas, en diversas ocasiones, le habían
    insinuado que su hermano Iván amaba a Katerina Ivánovna y, sobre todo, que tenía el
    firme propósito de «quitársela» a Mitia. A Aliosha, hasta hacía muy poco, semejante
    idea le había parecido aberrante, sin dejar de producirle un gran desasosiego. Él
    quería a sus dos hermanos y le aterraba que existiera entre ellos esa rivalidad. Sin
    embargo, el día anterior el propio Dmitri Fiódorovich le había manifestado claramente
    que hasta le alegraba que Iván fuera su rival y que para él, para Dmitri, eso
    representaba incluso una estimable ayuda. Una ayuda ¿en qué sentido? ¿Tal vez
    porque así podría casarse con Grúshenka? Pero, en opinión de Aliosha, ésa sería una
    solución desesperada y extrema. Aparte de eso, hasta la misma víspera había creído,
    sin sombra de duda, que Katerina Ivánovna amaba apasionada y obstinadamente a su
    hermano Dmitri; pero solo lo había creído hasta la víspera.


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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep - 14:48

    ***



    Para colmo, tenía la vaga
    sensación de que ella no podía amar a alguien como Iván y amaba, en cambio, a su
    hermano Dmitri, pero lo amaba tal y como era, pese a lo aberrante de semejante
    amor. El día anterior, sin embargo, durante la escena con Grúshenka, Aliosha había
    cambiado repentinamente de parecer. La palabra «desgarro», pronunciada hacía un
    rato por la señora Jojlakova, casi lo había hecho estremecerse, porque precisamente
    aquella noche, en el duermevela del alba, él también había exclamado
    repentinamente, acaso en respuesta a algo visto en sueños: «¡Desgarro, desgarro!». Y
    es que se había pasado toda la noche soñando con la escena vivida en casa de
    Katerina Ivánovna. Ahora, de pronto, la declaración, rotunda y firme, de la señora
    Jojlakova, según la cual Katerina Ivánovna amaba a Iván y se engañaba a sí misma
    deliberadamente, solo en virtud de alguna clase de juego, de un «desgarro», y se
    torturaba con su fingido amor a Dmitri, debido a una especie de presunta gratitud,
    había impresionado a Aliosha: «¡Sí, es muy posible que toda la verdad resida, en
    efecto, en esas palabras!». Pero, en tal caso, ¿en qué situación quedaba su hermano
    Iván? Aliosha sentía, de manera instintiva, que una mujer con el carácter de Katerina
    Ivánovna necesitaba a toda costa ejercer su autoridad, pero ella podía dominar
    únicamente a alguien como Dmitri, jamás a un hombre como Iván. Pues solo Dmitri
    (aunque a largo plazo, admitámoslo) podría someterse a ella finalmente, «por su propia
    dicha» (cosa que Aliosha hasta habría deseado), pero Iván no, Iván sería incapaz de
    someterse, aparte de que semejante sumisión a él nunca le daría la felicidad. Tal era la
    idea que Aliosha, sin saber ni cómo, se había hecho de Iván. Y todas esas dudas y
    conjeturas le vinieron a la cabeza en el momento preciso en que entró en la sala. Y otra
    idea cruzó su pensamiento, una idea súbita e irreprimible: «¿Y si ella no quiere a
    ninguno, ni al uno ni al otro?». Conviene destacar que Aliosha se sentía como
    avergonzado de tales ideas y que en el último mes se las había reprochado cada vez
    que se le habían pasado por la cabeza.



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep - 14:48

    ***

    «Como si yo supiera algo del amor o de las
    mujeres para poder llegar a semejantes conclusiones», se recriminaba después de
    cada una de sus reflexiones o suposiciones. Sin embargo, no podía dejar de pensar. Su
    instinto le decía, por ejemplo, que para el destino de sus dos hermanos aquella
    rivalidad había adquirido una gran trascendencia, y muchas otras cosas dependían de
    ella. «Un reptil devorará a otro reptil», había sentenciado la víspera su hermano Iván,
    irritado, refiriéndose a su padre y a su hermano Dmitri. Así pues, ¿Dmitri era a sus ojos
    un reptil, y tal vez ya lo era hacía tiempo? ¿No lo sería desde que su hermano Iván
    había conocido a Katerina Ivánovna? Aquellas palabras, naturalmente, se le habían
    escapado sin querer a Iván el día anterior, pero por eso mismo resultaban aún más
    importantes. En tal caso, ¿qué paz podía haber entre ellos? ¿No eran aquéllos, por el
    contrario, nuevos motivos para el odio y la enemistad en su familia? Y, lo que es más
    importante, él, Aliosha, ¿de quién tenía que compadecerse? Los quería a los dos, pero
    ¿qué debería desearle a cada uno en medio de tan tremendas contradicciones? Entre
    tanta confusión era fácil perderse, pero el corazón de Aliosha no podía soportar la
    incertidumbre, porque su amor siempre había tenido un carácter activo. No podía
    amar pasivamente: en cuanto sentía amor, inmediatamente se mostraba dispuesto a
    ayudar. Pero para eso tenía que fijarse una meta, tenía que saber con certeza qué era
    lo que le convenía a cada uno, cuáles eran sus necesidades; de ese modo, como es
    natural, una vez establecido con precisión el objetivo, podría ayudar a los dos. Pero
    allí, en lugar de un objetivo preciso, lo único que había era enredo y confusión. ¡Se
    había hablado de «desgarro»! ¿Cómo podía aclararse siquiera en medio de tanto
    desgarro? ¡No entendía ni media palabra de todo aquel embrollo!
    Al ver a Aliosha, Katerina Ivánovna, muy animada, le dijo enseguida a Iván
    Fiódorovich, que ya se había levantado, dispuesto a marcharse:
    —¡Un momento! ¡Quédese un poco más! Me gustaría oír la opinión de esta
    persona, en quien confío ciegamente. Katerina Ósipovna, quédese usted también —
    añadió, dirigiéndose a la señora Jojlakova; le ofreció asiento a Aliosha al lado suyo,
    mientras Jojlakova se sentaba enfrente, cerca de Iván Fiódorovich—. Ustedes, queridos
    míos, son los únicos amigos que tengo en el mundo —empezó a decir
    vehementemente, con una voz en la que temblaban sinceras lágrimas de pesar, y de
    pronto el corazón de Aliosha se volvió nuevamente hacia ella—. Usted, Alekséi
    Fiódorovich, fue ayer testigo de aquel… horror y vio en qué estado me encontraba.
    Usted no lo vio, Iván Fiódorovich; él sí lo vio. No sé lo que pensaría ayer de mí… lo
    único que sé es que si hoy, si ahora se repitiera la situación, yo expresaría los mismos
    sentimientos que expresé ayer: los mismos sentimientos, las mismas palabras, los
    mismos gestos. Recuerde mis gestos, Alekséi Fiódorovich, usted mismo me contuvo en
    cierto momento… —Al decir esto, se ruborizó y le brillaron los ojos—. Le anuncio,
    Alekséi Fiódorovich, que no estoy dispuesta a conformarme con nada. Escuche,
    Alekséi Fiódorovich, ni siquiera sé si ahora mismo lo amo a él. Me da pena, y ésa es
    mala señal para el amor. Si lo amara, si todavía lo amara, seguramente no me daría
    pena; al contrario, en estos momentos debería odiarlo…



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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep - 14:49

    ***
    La voz se le quebró y unas lagrimitas le brillaron en las pestañas. Aliosha se
    estremeció por dentro: «Esta muchacha es justa y es sincera —pensó—, y… ¡y ya no
    quiere a Dmitri!».
    —¡Es verdad! ¡Es verdad! —exclamó la señora Jojlakova.
    —Espere, mi querida Katerina Ósipovna, no he dicho lo más importante, no he
    dicho qué decisión final he tomado esta pasada noche. Tengo la impresión de que mi
    decisión puede ser terrible para mí, pero presiento que ya no voy a cambiarla bajo
    ningún concepto, y que voy a mantenerla toda la vida. Mi querido, mi buen consejero,
    siempre fiel y generoso, que conoce profundamente mi corazón, el único amigo
    verdadero que tengo en este mundo, Iván Fiódorovich, me da su aprobación en todo y
    aplaude mi decisión… Él ya la conoce.
    —Sí, la aplaudo —asintió Iván Fiódorovich, en voz baja, aunque firme.
    —Pero me gustaría que también Aliosha… Oh, Alekséi Fiódorovich, perdone que le
    haya llamado simplemente Aliosha… Me gustaría que también Alekséi Fiódorovich me
    dijera ahora, en presencia de estos dos amigos míos, si tengo o no tengo razón. Mi
    instinto me dice que usted, Aliosha, mi hermano querido, porque es usted un hermano
    querido —volvió a decir con arrebato, cogiendo en su mano ardiente la mano helada
    de Aliosha—, mi instinto me dice que su decisión, que su aprobación, a pesar de todos
    mis tormentos, me traerá el sosiego, pues después de oír sus palabras me calmaré y
    me conformaré… ¡lo presiento!
    —No sé lo que me va a preguntar —dijo Aliosha, ruborizándose—; lo único que sé
    es que la quiero y le deseo en este momento más felicidad que a mí mismo… Pero yo
    no entiendo de estos asuntos… —se apresuró a añadir, por la razón que fuera.
    —En estos asuntos, Alekséi Fiódorovich, en estos asuntos lo principal ahora es el
    honor y el deber, y algo que no sé lo que es, pero que puede ser más elevado, incluso,
    que el propio deber. El corazón me habla de ese sentimiento irresistible que me
    arrastra irresistiblemente. En todo caso, solo necesito dos palabras, yo ya estoy
    la que nunca, nunca podré perdonar, ¡yo a él no pienso abandonarlo en ningún caso!
    En lo sucesivo, ¡ya nunca, nunca lo voy a abandonar! —proclamó con cierto desgarro,
    reflejo de un pálido y forzado entusiasmo—. No estoy diciendo que vaya a arrastrarme
    detrás de él, que tenga intención de estar continuamente a su lado, de martirizarlo…
    ¡oh, no!, me iré a otra ciudad, a donde quieran, pero toda la vida, toda la vida voy a
    velar por él sin descanso. Cuando sea infeliz con esa otra, y eso es algo que va a
    ocurrir sin falta, y muy pronto además, que acuda a mí, y encontrará a una amiga, a
    una hermana… Nada más que a una hermana, desde luego, y así será para siempre,
    pero podrá convencerse, finalmente, de que esa hermana es una verdadera hermana,
    que lo ama y ha consagrado a él su vida entera. ¡Tengo que conseguir, y pondré en
    ello todo mi empeño, que llegue por fin a conocerme y me lo confiese todo sin
    avergonzarse! —exclamó, en un tono exaltado—. Seré su dios, un dios al que podrá
    rezar; eso es lo menos que me debe en pago por su traición y por todo lo que ayer me
    hizo pasar. Y que vea durante toda su vida que yo siempre voy a serle fiel, a él y a la
    palabra que una vez le di, a pesar de que él me haya sido infiel y me haya engañado.
    Yo voy a ser… Me convertiré solo en un medio para su felicidad o, cómo decirlo, en un
    mero instrumento, una máquina para su felicidad, y así toda la vida, toda la vida, ¡y que
    él lo tenga presente hasta el fin






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    Mensaje por Maria Lua Dom 22 Sep - 14:50

    ***

    Yo voy a ser… Me convertiré solo en un medio para su felicidad o, cómo decirlo, en un
    mero instrumento, una máquina para su felicidad, y así toda la vida, toda la vida, ¡y que
    él lo tenga presente hasta el fin de sus días! ¡Eso es lo que he decidido! Iván
    Fiódorovich me apoya sin reservas.
    Se sofocaba. Probablemente habría querido expresar sus ideas de un modo
    bastante más digno, más certero y natural, pero lo había hecho con excesiva
    precipitación y crudeza. En gran medida, aquello obedecía a su arrebato juvenil, pero
    en parte era un simple reflejo de la irritación de la víspera, de su necesidad de
    mostrarse orgullosa; ella misma era consciente. Su rostro, de pronto, se ensombreció,
    la expresión de sus ojos se volvió maligna. Aliosha lo advirtió enseguida y su corazón
    se llenó de compasión. En ese preciso momento intervino su hermano Iván.
    —Yo me he limitado a expresar mi parecer —dijo—. En cualquier otra mujer, todo
    esto habría resultado forzado, poco natural, pero no en usted. Otra no habría tenido
    razón, usted sí la tiene. No sé cómo explicarlo, pero veo que es usted completamente
    sincera, de ahí que tenga usted razón…
    —Pero eso solo es ahora… ¿Y a qué obedece? Únicamente a la ofensa de ayer, ¡a
    eso obedece lo de ahora! —soltó de buenas a primeras, sin poder contenerse, la
    señora Jojlakova; se notaba que no tenía intención de intervenir, pero no había sido
    capaz de reprimirse y había manifestado repentinamente aquella idea, tan justa.
    —Cierto, cierto —la cortó Iván, un tanto alterado y visiblemente irritado por la
    interrupción—, así es; pero, en otra, este momento de ahora no pasaría de ser la huella
    de lo ocurrido ayer, y solo sería un momento; en cambio, dado el carácter de Katerina
    Ivánovna, este momento durará toda su vida. Lo que para otras sería una mera
    promesa, para ella constituye un deber, un deber eterno, duro, tal vez sombrío, pero
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    inalterable. ¡Y el sentimiento del deber cumplido le servirá de sustento! Su vida,
    Katerina Ivánovna, transcurrirá a partir de ahora en la dolorosa contemplación de sus
    propios sentimientos, de su propio sacrificio y de su propia amargura, pero más
    adelante ese sufrimiento se mitigará, y su vida se transformará en la dulce
    contemplación del cumplimiento definitivo de un propósito tenaz y orgulloso,
    orgulloso como pocos en su género, desesperado en todo caso, pero alcanzado por
    usted; y esa conciencia le proporcionará al fin la más completa satisfacción y la
    reconciliará con todo lo demás…
    Dijo todo eso en un tono decidido y con algún rencor que parecía deliberado; tal
    vez no desease siquiera disimular sus intenciones, es decir, puede que hablara,
    deliberadamente, en son de burla.
    —¡Dios mío, cuánta falsedad! —exclamó otra vez la señora Jojlakova.
    —¡Alekséi Fiódorovich, hable usted! ¡Necesito oír sin dilación lo que tenga que
    decirme! —exclamó Katerina Ivánovna, y de repente se deshizo en llanto.
    Aliosha se levantó del diván.
    —¡No es nada, no es nada! —siguió diciendo, entre lágrimas, Katerina Ivánovna—.
    Estoy un tanto alterada, es por lo de anoche, pero al lado de dos buenos amigos como
    usted y su hermano aún me siento con fuerzas… porque sé… que ustedes dos nunca
    me van a abandonar…
    —Por desgracia, quizá mañana mismo deba partir para Moscú y renunciar a su
    compañía por una larga temporada…




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