SALVADOR JACINTO POLO DE MEDINA
OBRAS COMPLETAS
EL BUEN HUMOR DE LAS MUSAS
SILVA
A UNA DAMA MUY FLACA QUE SIEMPRE JURABA: - «POR EL
ALMA QUE TENGO EN ESTAS CARNES))
Quien oye tu ordinario juramento,
viendo después; Dinarda, tu figura,
Riyendo, socarrón, audaz murmura ;
porque siendo tu cuerpo un puro hueso,
jurando dices en cualquier suceso
“Por el alma que tengo en estas carnean .
¿En qué carnes, Dinarda?
Tu siempre ebúrneo cuerpo el alma aguarda,
si son las carnes solas
cárceles de las almas y gaibolas,
pues si tú no las tienes;
a estar sin carnes y sin alma vienes ;
y así, en lo que procuras
acreditar jurando, te perjuras ;
mas, como estás sin alma y descarnada,
jurando por los dos, no juras nada.
Son tus brazos dos leznas,
tus dedos diez punzones; '
sensibles espetones ;
y en vez de carnes tiernas,
dos duras almaradas tus dos piernas,
de marfil pungitivo ;
y al fin, todo tu cuerpo un hueso vivo ;
de suerte que, desnuda,
pareces alabarda o pica aguda ;
Eva, con sólo el fuste, que al cubrilla,
faltó la carne y se quedó costilla .
Y si esto es verdad, ¿ dónde,
en qué peto se esconde,
qué carne comprehende
esa tu alma duende?
Sin duda en tus canillas
o en la concavidad de tus costillas
tienes el alma en cerro,
hecha un vivo badajo de un cencerro.
como la ninfa; convertida en ecos,
vive tu alma entre los huesos huecos.
Cuando con tu marido te casaste,
toda la dote en huesos le llevaste ;
recibiéndote pobre y sin dineros, '
no en carnes vivas, sino hueso en cueros ;
y a todos es notorio
que saliste en estatua al desposorio ;
que por tal te tenía
la gente que acudía
a ver desde Segovia
una mujer de hueso, estatua y novia
que con discreto aviso,
tu cuerdo y casta esposo así te quiso,
para hacer penitencia
sobre ciertos descargos de conciencia.
Quien a ti te pasea enamorado,
no puede ser de carne aficionado,
pues lo hace de honesto,
por no pecar contigo contra el sexto ;
.y con vicio distinto,
tú pecas contra el quinto,
pues siempre que lo tratas,
con tus huesos lo hieres y maltratas,
por ser tu cuerpo, para no cansarme,
quintal de huesos, y de carne adarme,
y para ser palacio
de un alma melindrosa corto espacio.
Tu nevada perrilla guedejuda,
juguetona y aguda,
que llamas Esmeralda,
no se llega a tu falda,
porque la vez que llega,
si descuidada de su vida encoges
esas tus piernas bojes,
ó las alargas, tiendes o relajas,
con tus cortantes filos la hacas rajas ;
y si llega a morderte,
en su misma venganza está su muerte,
y gimiendo se queja,
porque en tus piernas deja,
como más duras, fuertes y valientes,
la mitad de sus muelas y sus dientes.
Ya, Dinarda, tus huesos semibrujos
viven como cartujos,
pues sobre su dureza y gonces flojos
no han visto carne las humanos ojos.
y viendo que a sus tabas se Icé niega
(a quien sirve el pellejo de talega)
el más escrupuloso y buen cristiano
(no enfermo, sino sano),
dice el doctor Ledesma
que te puede comer en la Cuaresma.
Y pudiera Holofernes
comerte por espárrago los viernes ;
y si no fuera gula,
lo mismo hiciera un cura inglés sin bula.
Al fin, por esta causa, y miI que dejo,
Dinarda, te aconsejo
(porque de esta verdad en que me fundo,
para decir al mundo
de tu carne la mengua,
cada trebejo de tu cuerpo es lengua)
que siempre que enojada,
furiosa amenazares tu criada,
mudes el juramento en otro, y digas,
o siempre que maldigas
tus ojuelos traviesas :
“Por el alma que tengo en estos huesos”
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