JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC
23. EL DÍA SIN SOL
Dies irce dies illa,
Solvet secluin in favilla.
INTRODUCCIÓN
Hizo al hombre, de Dios la propia mano,
Que tanto para hacerle fue preciso,
Hízole de la tierra soberano,
Y le dió por palacio el Paraíso.
Ágil de miembros, la cerviz erguida
Orlada de flotante cabellera,
Los claros ojos respirando vida,
Luenga la barba y con la voz severa.
Hechos para el deleite sus sentidos,
Vieron los ojos luz, gustó la boca,
Olió el olfato, oyeron los oídos,
Todo es placer cuanto pasando toca.
La hierba perfumada en la colina
Dióle un lecho do yace blandamente,
Y derramóse en torno cristalina,
Deshecha en perlas, la sonora fuente.
Y vertieron las aves en el viento
Regalada y dulcísima armonía
Desde el follaje vasto y opulento
Que fácil teje la alameda umbría.
Y al dormido murmullo de la brisa
Que vaga suave, inquieta y juguetona,
Dobló la frente, y con igual sonrisa
El sueño muellemente le corona.
Las fieras cuidadosas evitaron
Con su ruido turbar su manso sueño,
Y volando las aves arrullaron
El reposar de su tranquilo. dueño.
Dios, que su soledad miró enojosa,
De tornarla en placer buscó manera,
Y una mujer bellísima, amorosa,
Le ofreció liberal por compañera.
Era la hermosa de gentil talante,
Acabada de pechos y cintura,
De enhiesto cuello y lánguido semblante,
Rebosando de amor y de ternura.
Clara la frente, altiva y despejada,
Negras las cejas, blanca la mejilla,
Rasgada de ojos, blanda la mirada,
Do turbio el sol en competencia brilla.
Tendida por los hombros la melena,
La blanca espalda de la luz velando,
Hallóla Adán al despertar, serena
Sus varoniles formas contemplando.
Ciñóla, sorprendido en su embeleso,
Con brazo enamorado y reverente;
Mil veces la besó, y a cada beso
Trémula su cristal vibró la fuente.
El bosque susurró manso murmullo,
Los peces en las ovas asomaron,
Las tórtolas alzaron casto arrullo,
Y amorosos los céfiros soplaron.
«¡Alma mía, mi amor, paloma mía!....»,
El hombre sollozando murmuraba;
Ella, muerta de amor, le sonreía,
Y él, muriendo de amor, la enamoraba.
Posábale en su labio el labio amante
Aspirando con ámbares y aroma
El aire de su pecho vacilante,
La luz de sus pupilas de paloma.
Tú, rojo sol, entonces si los viste,
¿Por qué amantes y solos les dejaste,
Y la infernal serpiente no adormiste
Que envidiosa del bien cerca alumbraste?
¡Ay, cuánto ahorraras de miseria y llanto
Del hombre flaco a los mortales ojos,
Cuánto miedo a los ángeles, y cuánto
Al mismo Dios de cólera y enojos!
Era un árbol no más en los jardines
Vedado al paladar de los nacidos;
No anidaban en él los colorines,
Ni daba flor, ni sombra, ni sonidos.
Yacía Adán en brazos de su amada,
Y Eva miraba el prohibido fruto;
Al lado de la poma codiciada
Traidor velaba el enemigo astuto.
«¿No comerás, le dijo la serpiente,
»Criatura de origen soberano?
»Pudieras como Dios omnipotente
»Otro mundo crear de polvo vano.
»No comerás, y quedarás sujeta
»Al privilegio inútil de su hechura;
»Quedará el alma entre, su nada quieta,
»Y a ti te llamarán la criatura.»
Sintió el orgullo la mujer curiosa,
Que brotaba en carmín a la mejilla,
Y a la fruta tendió la mano ansiosa
Vertiendo de ella la mortal semilla.
Aplicóla a los labios, y callaron
Arboles, aves, céfiros y fuentes,
Y en su lugar fatídicos quedaron
Troncos, buitres, tormentas y torrentes.
Rugió el león crespando la melena,
Lanzó el tigre su ardiente resoplido,
Bufó en el bosque la traidora hiena,
El toro levantó ronco mugido.
Huyeron azotándose las alas
Las aves por el aura agonizante,
El fresco valle marchitó sus galas,
Tembló el mundo en los ejes de diamante.
Despertó el triste Adán absorto y mudo
Al desusado y bronco clamoreo,
Y avergonzado se miró desnudo,
La carne henchida de brutal deseo.
Tembló al mirar las fieras espantadas
Guarecerse en tropel en los peñascos,
Y buscar sus guaridas socavadas
De las montañas en los hondos cascos.
Hirióle el sol las débiles pupilas
Al recio impulso de fogosa lumbre,
Y halló en el cielo en aplomadas filas
De frías nubes torva. muchedumbre.
Y sintió que perdía de improviso
La gracia de su Dios con la inocencia,
Y trocóle en infierno el Paraíso
El nuevo torcedor de la conciencia.
Viéronse con rubor ambos nacidos,
Que con rubor entrambos no nacieron,
Y del crimen común arrepentidos,
Uno del otro con, vergüenza huyeron.
«¡Adán!» exclamó Dios llamando al hombre,
Y el eco en las montañas respondía;
«¡Adán!» repitió Dios, y el mismo nom
El eco mismo a repetir volvía.
¿Dó estaba Adán? Llorando prosternado,
Por vez primera de su Dios temblaba,
Y humillado en el polvo, «¡Yo he pecado!»,
Respondía a la voz que le llamaba.
«¡Adán! gritó el Señor, cuenta tus horas,
»Porque vendrá una hora en que te veas
»Dando cuentas al Dios ante quien lloras;
»Y hasta entonces, Adán, ¡maldito seas! »
CONT.
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