89. LEYENDAS.
89.E LAS DOS ROSAS.CONT.
A su amparo, y defendidas
de exterior ofensa, toman
la luz dos anchas ventanas
que rejas robustas orlan.
Corrió Ibáñez a una puerta
una barra ponderosa
que impide abrirla por dentro,
y la faz pálida y torva,
asiéndose de una reja,
por una ventana asoma.
Ya libres de las miradas
de la multitud curiosa,
que grosera e imprudente,
hasta cuando aplaude estorba,
en delicioso retiro
Rosa y don Bustos a solas,
de sus amores platican
en su cámara ostentosa.
Ella aparece cual nunca
halagüeña y seductora,
suelto el cabello y los lazos,
aliviada de las joyas.
Él en sus brazos la aduerme
en ilusión amorosa,
más que nunca embebecido
en las gracias que la adornan.
Ella en silencio le mira,
y las lágrimas le borra
que de amor y de esperanza
de los párpados le brotan.
Él los labios encendidos,
la mirada borrascosa,
que aun turba el licor ardiente
cuyos vapores le embotan.
Y ella, con ósculos tiernos
templando la abrasadora
sed de sus labios, lo besa
entre osada y ruborosa.
Una cortina de seda
que entera cubre la alcoba,
vela a los profanos ojos
la escena voluptuosa,
aunque la luz de una lámpara
cuanto olvidada traidora,
trémula dibuja en ella,
si no los gestos, las sombras.
Si los ojos de un celoso,
cuando las dudas le acosan,
pudieran salvar los muros
en las alas de su cólera,
bien pudieran los de Ibáñez
hacer jirones ahora
la impertinente cortina
en donde atento los posa.
Dos barras de la ancha reja
ase, que casi las dobla,
y los ojos de serpiente
se le saltan de las órbitas.
Sin perder línea ni pliegue
de la tela tembladora,
sigue el movimiento fácil
de las proyectadas sombras.
Y ajenos de aquel testigo,
Bustos Ramírez y Rosa,
sus amorosas caricias
en la soledad redoblan.
Crujían los blandos besos
en la morada recóndita,
y afuera, del triste Ibáñez
las aspiraciones roncas.
A cada amante palabra
que en el aposento brota,
responde en la oculta reja
una blasfemia espantosa;
y entretanto que uno sufre,
y libres los otros gozan,
doblar se oyó la campana,
que a fuego y rebato toca.
Interrúmpese el placer,
y el sufrimiento se corta,
y el que antes gozaba, sufre,
y el que antes sufría, goza.
Al ronco empuje del cierzo,
que con dobles alas sopla,
crece el incendio y revientan
la llamas devastadoras.
Caen las techumbres de cedro,
las almenas se desploman,
estremécense las torres,
y se derumban las bóvedas.
Cada sala es una hoguera,
cada ventana una boca
que humo y resplandor vomita
y brama en tormenta sorda.
Envano piden de dentro
que en su angustia les socorran;
en vano aterrados gritan,
gimen, blasfeman ú oran;
sordos están cielo y tierra;
denso el humo les ahoga,
y con el son del incendio
sus lamentos se sofocan.
CONT.
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