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John Donne (Londres, 22 de enero de 1572 - 31 de marzo de 1631) fue el más importante poeta metafísico inglés de las épocas de la reina Isabel I (Elizabeth I, en inglés; 1559-1603), el rey Jacobo I (James I, en inglés; 1603-1625) y su hijo Carlos I (Charles I, en inglés; 1625-1642). La poesía metafísica es más o menos el equivalente a la poesía conceptista del Siglo de Oro español de la que es contemporánea. Su obra incluye: poesía amorosa, religiosa, traducciones, epigramas, elegías según la tradición de imitación de los Amores de Ovidio (es decir, en realidad son poemas de amor), canciones y sermones en prosa.
Carrera
La obra del joven Donne es notable por su estilo realista y sensual, e incluye muchos poemas y canciones, así como versos satíricos; el lenguaje vibrante y lo complicado de sus metáforas lo distingue de sus predecesores y la mayoría de sus coetáneos. Izaak Walton, su primer biógrafo, lo describe como un joven libertino. Sin embargo, los eruditos creen que esta puede ser más bien la imagen dada por un Donne ya viejo y eclesiástico; una manera de separar lo mejor posible al mozo impúdico del sacerdote serio y maduro. Después de estudiar teología, se convirtió al anglicanismo en la década de 1590.
Obtuvo el puesto de secretario de Sir Thomas Egerton, un destacado miembro de la corte, pero se enamoró de Anne More, la sobrina de Egerton, casándose con ella en secreto en 1601. Tuvieron doce hijos, de los cuales sólo siete llegaron a la edad adulta. El matrimonio secreto sin contar con el consentimiento del padre de Anne More significó que Donne tuvo que olvidar cualquier esperanza de progreso en su carrera profesional: cuando su suegro se enteró de lo que había pasado, usó su influencia para meter en la cárcel a Donne y a dos de sus amigos, de los cuales uno había oficiado la ceremonia y el otro había servido de testigo. No permanecieron presos por mucho tiempo. Egerton despidió a Donne, quien se convirtió en diputado (miembro del parlamento) del distrito de Brackley ese mismo año. Durante esta época es que escribió sus dos “Aniversarios”: An Anatomy of the World (1611) y Of the Progress of the Soul (1612). Ambos poemas revelan su confianza en el orden de las cosas de tradición medieval y del primer Renacimiento, en contraste con la incertidumbre política, científica y filosófica que trajo la segunda mitad del Renacimiento y el comienzo del s. XVII.
Al salir de la cárcel Donne se reunió con su suegro y su esposa y se establecieron en un terreno del primo de esta en el condado de Surrey. La pareja pasó muchas dificultades económicas hasta que en 1609 Donne recibió la dote de su esposa al reconciliarse con su suegro. Su creciente familia lo obligó a buscar los favores del rey, por lo que, entre 1610 y 1611, escribió dos piezas en contra del catolicismo, Pseudo-Martyr e Ignatius his Conclave, a pesar de que muchos miembros de su familia, entre ellos su madre, aún eran católicos. (En el segundo título se hace referencia a Galileo y al parecer es la primera vez que su nombre aparece en un texto literario inglés.) Al rey James le complacieron ambos textos, pero se negó a ofrecerle otra cosa que no fueran cargos eclesiásticos. Donne se resistió a aceptarlos pero, después de un largo período de penurias económicas y de lucha consigo mismo, durante el cual fue dos veces miembro de parlamento (en 1601 y 1614), finalmente cedió a los deseos del rey y fue ordenado sacerdote anglicano en 1615. Su poesía adquirió un tono más profundo tras morir su esposa Anne el 15 de agosto de 1617; especialmente los que se consideran como sus "sonetos sagrados" (Holy Sonnets).
Después de asumir su cargo, Donne escribió un gran número de trabajos religiosos, como Devotions Upon Emergent Occasions (1624) y varios sermones, muchos de los cuales fueron publicados en vida y de los que se conservan 160. Se le consideraba un maestro de la elocuencia y su estilo único lo ayudó a convertirse en uno de los más grandes predicadores de sus tiempos. En 1621, Donne fue nombrado deán de la catedral de San Pablo (Saint Paul's Cathedral), la antigua catedral gótica de Londres destruida en el incendio de 1666, cargo que ocupó hasta su muerte. Contrajo una grave enfermedad en 1623, durante la cual escribió su obra Devotions Upon Emergent Occasions. El 25 de febrero de 1631 predicó su último sermón como deán de la catedral de San Pablo, el conocido como Death's Duell, que sus oyentes interpretaron como el sermón de su propio funeral.1 Posteriormente se retiró a su cámara y mandó se le hiciese un retrato para el que posó envuelto en la mortaja con la que lo enterraron tras su muerte, acaecida el 14 de marzo de 1631.
Fue sepultado en la catedral de San Pablo. El monumento original a John Donne, escoltado por Nicholas Stone, fue salvado y está hoy en la nueva catedral.
A John Donne se le considera un maestro del "concepto" (conceit), que combina un objeto (la imagen) y una idea (el significado) formando así una metáfora, generalmente estableciendo una relación sorprendente por lo extraña y a veces peregrina entre ambos elementos. En muchos de sus textos, los conceptos están encadenados unos con otros dando lugar así a lo que normalmente se denomina "concepto extendido" (extended conceit) Al contrario de las metáforas de otros poetas isabelinos, atados al estilo de Petrarca, que de forma monótona repiten las metáforas petrarquistas (como la rosa por el rubor de las mejillas, las perlas por los dientes, los lirios o la nieve por la blancura de la piel o los hilos de oro por los cabellos), las metáforas usadas por los poetas metafísicos logran una mayor profundidad al relacionar objetos completamente distintos con ideas también nuevas. Un ejemplo famoso puede sacarse de A Valediction: Forbidding Mourning, donde Donne expresa la separación de dos amantes con la imagen de las patas de un compás. Su poesía también muestra una gran predisposición por la experimentación métrica.
La poesía de Donne se caracteriza por su notable ingenio, el responsable de los conceptos novedosos, las paradojas, juegos de palabras y sutiles y brillantes analogías. Sus poemas suelen ser irónicos y cínicos, sobre todo cuando trata los motivos del hombre y el amor en los poemas presuntamente escritos en sus años de juventud. Temas comunes en sus poemas son el amor verdadero que une a los amantes fieles, la muerte (especialmente en su juventud y tras morir su esposa) y la religión.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
***
Algunos poemas de John Donne, de su obra Canciones y poemas de amor, 1633, en traducción de Gustavo Falaquera (Hiperión, 2004):
(AMOR RESTRINGIDO)
Cierto hombre incapaz de ser poseedor
de amor antiguo o nuevo, siendo él endeble o falso,
pensó que su vergüenza y dolor menguarían
si sobre las mujeres descargaba su ira;
y así nació la ley de que cada una
solo a un hombre podría conocer;
¿pero los otros seres son así?
¿A sol, luna o estrellas les prohibe la ley
sonreír donde quieran, o derramar su luz?
¿Se divorcian los pájaros o se les recrimina
si a su pareja dejan o van a dormir fuera?
No pierden su pensión los animales
aunque elijan tener nuevos amantes;
se nos da peor trato a nosotros que a ellos.
¿Quién armó un bello barco para dejarlo en puerto
sin buscar nuevas tierras ni comerciar con él?
¿Quién alzó bellas casas, plantó árboles y arbustos,
solo para cerrarlas y dejarlas hundirse?
Lo bueno no es tan bueno
si mil no lo poseen,
porque se echa a perder con la avaricia.
(TRES VECES NECIO)
Soy doblemente necio, lo sé,
porque amo y por decirlo
en quejumbrosa poesía.
Pero ¿dónde está el sabio?, pues yo no lo sería
si ella no se negase.
Cual las estrechas venas internas, tortuosas de la tierra
purgan de su nociva sal el agua marina,
pensé que si podía drenar mis penas yo
por la molestia de la rima lograría aliviarlas.
El pesar puesto en metros no ha de ser tan feroz,
pues lo somete aquel que lo encadena en verso.
Pero una vez que lo hube realizado,
alguien, por exhibir su arte y su voz,
le ha puesto música y canta mi pena,
y, al deleitar a muchos, libera nuevamente
aquel pesar que el verso contenía.
Es propio del amor y del pesar el tributo del verso,
mas no el de aquel que agrada al ser leído;
con canciones así se incrementan los dos,
pues así se hacen públicos los triunfos de uno y otro,
y yo, dos veces necio, así lo soy tres veces;
quienes son algo sabios son los mejores necios.
(LA EXHALACIÓN)
Cuando haya muerto y no sepan por qué los médicos,
y la curiosidad de mis amigos
me haga diseccionar y estudiar cada parte,
cuando en mi corazón encuentren tu retrato,
piensa que una imprevista exhalación de amor
circulará por todos sus sentidos
y les afectará igual que a mí, y así va a merecer
tu asesinato el nombre de masacre.
¡Pobres victorias! Pero si a ser audaz te atreves
y a conseguir placer con tu conquista,
mata primero a ese gigante enorme, tu Desdén,
y a la Honra, la hechicera, debes dar muerte luego,
y lo mismo que un godo o un vándalo, sublévate,
destruye los vestigios, las historias
de tus propias astucias y triunfos sobre hombres,
y sin tales ventajas, entonces, mátame.
Porque yo, igual que tú, convocar puedo
también a mis gigantes y a mis brujas,
que son la amplia Constancia y la Cautela,
aunque estas ni las busco ni practico;
mátame como hembra, hazme expirar
como a simple varón; ejerce solo
tus valores pasivos, y entonces hallarás
que, desnuda, le llevas suficiente ventaja a cualquier hombre.
(EL TESTAMENTO)
Antes de exhalar mi último suspiro, oh gran Amor,
permite que formule unos legados: por esta cesión dejo
mis ojos para Argos, si es que aún pueden ver;
si están ciegos, Amor, te los regalo a ti;
a la fama mi lengua, mis oídos a los embajadores;
a las mujeres, o a la mar, mis lágrimas:
tú me enseñaste, Amor, en otro tiempo,
haciéndome servir a la que ya tenía a veinte más,
que a nadie debo dar sino a quien ya posee demasiado.
Mi constancia la dejo a los planetas;
mi verdad a los que viven en la corte;
mi ingenuidad y mi franqueza a los jesuitas;
a los bufones mi melancolía;
mi silencio a quienes hayan viajado al extranjero
y mi dinero a un capuchino:
tú, Amor, me has enseñado, al elegirme
para amar donde no reciben al amor,
a dar solo al que está incapacitado.
Mi fe la dejo a los católicos romanos;
todas mis buenas obras vayan a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores maneras
y cortesía, a una universidad;
mi modestia la dejo a los soldados rasos;
den a los jugadores mi paciencia:
tú me enseñaste, Amor, al obligarme
a amar a quien mi amor juzga dispar,
a dar solo a quien cree indignos mis regalos.
Mi reputación dejo a quienes fueron
amigos míos; a los enemigos dejo mis mañas;
mi escepticismo a los escolásticos;
mi enfermedad o mis excesos a los médicos;
a la naturaleza, cuanto en rima escribí
y mi ingenio, para mis compañeros:
tú, Amor, cuando me hiciste adorar a quien antes
engendró en mí este amor, tú me enseñaste
a hacer como quien daba cuando restituía.
Dejo a aquel por quien doblen las campanas primero
mis libros terapéuticos; mis manuscritos
de consejos morales los dejo al manicomio;
mis medallas de bronce, para aquellos que viven
con escasez de pan; a los que andan viajando
entre extranjeros, doy mi lengua inglesa:
tú, Amor, al hacerme amar a una
que cree su amistad favor más digno
de jóvenes amantes, haces mis mandas desproporcionadas.
No legaré, por tanto, nada más; pero el mundo
destruiré al morir, pues mi amor morirá.
Tus bellezas entonces no tendrán más valor
que el oro en yacimientos donde nadie lo extrae;
y todos tus encantos no te serán más útiles
que un reloj de sol en una tumba:
Amor, tú me enseñaste, cuando me hiciste amar,
a aquella que a los dos, a ti y a mí desprecia,
a hallar y practicar esta única manera de acabar con los tres.
(LA PROHIBICIÓN)
Cuídate de quererme;
por lo menos, recuerda que te lo prohibí,
no vaya a compensar mi pródigo derroche
de aliento y sangre con tus suspiros y lágrimas,
siendo para ti entonces lo que para mí fuiste;
pues placer tan intenso consume nuestra vida de una vez.
Si tu amor, con mi muerte, no quieres que se frustre,
cuídate de quererme, si me quieres.
Y cuídate de odiarme
o de un triunfo excesivo en tu victoria,
no vaya a convertirme en mi propio verdugo
y me vengue del odio con más odio; además
perderías tu fama de ser conquistadora
si tu conquista, yo, muriera por tu odio;
así, para que en nada mi ser te perjudique,
tú cuídate de odiarme, si me odias.
Aunque, ámame y ódiame a la vez,
pues así ambos extremos se neutralizarán;
quiéreme, así podré morir del mejor modo;
ódiame, pues tu amor para mí es excesivo;
o permite que ambos entre ellos se destruyan y no a mí;
así, vivo, seré tu apoyo, no tu triunfo:
para que no destruyas ni tu amor ni tu odio, ni a mí,
oh, déjame que viva, pero quiéreme y ódiame a la vez.
(LA PRENDA)
Envíame una prenda que permita vivir a mi esperanza,
o que a mis complicados pensamientos les permita dormir o descansar;
mándame algo de miel para darle dulzor a mi colmena,
para que en mi pasión sea capaz de esperar lo mejor.
No te pido una cinta tejida por tus manos
para enlazar nuestros amores con la fantástica torsión
de la estrenada juventud; ni un anillo que muestre la medida
de nuestro afecto, que es como él, redondo y muy sencillo,
pues deben coincidir nuestros amores en su simplicidad;
ni los corales, no, que ciñen tu muñeca
entrelazados convenientemente
para mostrar que nuestros pensamientos deben seguir unidos;
ni tu retrato, no, aun siendo tan gracioso
y lo más deseable, pues gusta lo mejor de lo mejor;
ni versos ingeniosos, que son tan abundantes
entre cuanto has escrito y enviado.
No me envíes tal cosa ni tal otra, que aumenten cuanto tengo,
sino jura que crees que te amo, y nada más.
(LA RELIQUIA)
Cuando mi tumba vuelva a ser abierta
para acoger a algún segundo huésped
(porque de las mujeres aprendieron las tumbas
que un lecho sirve para más de uno),
y el que cave descubra en torno al hueso
un brazalete de brillante pelo,
no nos dejará en paz
pensando que allí yace una pareja amante
que cree que este ardid puede ser algún modo
de lograr que sus alma, en el último y agitado día,
se encuentren y descansen un rato en esta tumba.
Si esto ocurre en un sitio o una época
en los que impere la superstición,
nos llevará entonces el que cave
ante el rey y el obispo
para hacer de nosotros reliquias; de este modo
serás tú una María Magdalena, y yo
alguien por el estilo;
nos adorarán todas las mujeres, y algunos pocos hombres,
y como en esos casos se precisan milagros,
a esa época querría yo informar por medio de este escrito
qué milagros hicimos de sencillos amantes.
Primero, nos amamos con amor bueno y fiel,
pese a que no sabíamos ni por qué ni qué amábamos;
respecto a diferencias de sexo, no supimos
nunca más que los propios ángeles de la guardia;
al llegar y al partir, algunas veces
nos besamos quizá, pero no entre comidas;
y no tocaron nunca nuestras manos los sellos
que la naturaleza, dañada por tardía ley, libera:
esos son los milagros que hicimos, pero ahora,
habría de exceder toda medida y el lenguaje todo
si hubiera de contar el milagro que era ella.
(AL RAYAR EL DÍA)
Es verdad, ya es de día... ¿y qué más da?
¿O es que por eso vas a alejarte de mí?
¿Hemos de levantarnos solo porque ya hay luz?
¿Es que nos acostamos porque era de noche?
Pese a la oscuridad, amor nos trajo aquí
y, pese a la luz, debe mantenernos unidos.
La luz no tiene lengua, sino que es toda ojos;
si igual de bien que espía fuese capaz de hablar,
lo peor que podría decir sería esto:
que, por sentirme bien, quiero continuar,
y que mi corazón y mi honor amo tanto
que no quiero apartarme de aquel que los posee.
¿Te obligan tus asuntos a alejarte de aquí?
Oh, esa es la peor dolencia del amor;
al pobre, al necio, al falso, el amor es capaz
de aceptarlos, mas no al hombre atareado.
Quien tiene ocupaciones y hace el amor, comete
el mismo error que el hombre casado que tontea.
(EL CEBO)
Ven a vivir conmigo y sé mi amor,
y juntos probaremos ciertos placeres nuevos
de doradas arenas y arroyos cristalinos
con sedales de seda y plateados anzuelos.
Allí discurrirá el río susurrante
templado por tus ojos, más que por el del sol:
y los enamorados peces se detendrán
pidiéndose a sí mismos que sean descubiertos.
Y cuando en ese río de vida nades tú,
cada pez de los que hay en todos los canales
nadará con amor en dirección a ti,
más feliz de alcanzarte él a ti que tú a a él:
Si al verte de este guisa resultas censurada
por el sol o la luna, a ambos eclipsarás,
y si yo mismos tengo venia para mirar
me sobrarán sus luces, mientras te tenga a ti.
Deja a otros que se hielen con cañas de pescar
y que con broza y conchas se corten en las piernas,
o traidoramente cerquen al pobre pez
con nasas asfixiantes o redes de deriva;
que osadas manos rudas de entre el fangoso nido
arranquen en los bancos el cardumen de peces,
o que, raras traidoras, moscas de seda cruda
hechicen los errantes ojos de pobres peces.
Pues tú no necesitas tales supercherías
porque en ti misma tú eres tu propio cebo,
y el pez que no resulte atrapado por él
¡ay! mucho más sensato es que yo.
(CANCIÓN)
Mi dulce amor, no me voy
porque me canse de ti
ni porque espere del mundo
amor más digno de mí,
mas dado que
he de morir, mejor será
conmigo mismo bromear
y así en fingidas muertes fallecer.
Anoche el sol se marchó
pero hoy vuelve a estar aquí;
él ni desea ni siente,
ni es más breve su camino;
no temas, pues, por mí,
y creéme que haré
más rápidos mis viajes, pues poseo
más espuelas y más alas que él.
¡Oh qué débil es el poder del hombre!
Si la buena fortuna le sorprende,
no le puede añadir ni un hora más,
ni un hora perdida recobrar;
pero a la mala suerte,
si llega, le sumamos nuestras fuerzas
y le enseñamos arte y medios
para triunfar sobre nosotros.
Cuando suspiras tú, no espiras aire,
porque es mi alma lo que espiras;
cuando lloras, cruelmente gentil,
se corrompe la sangre de mi vida.
No puede ser
que me ames como dices
si en la tuya mi vida despilfarras,
tú, lo mejor de mí.
A tu corazón brujo no permitas
que me presagie algún dolor;
el destino podría hacerte caso
y tus temores realizar;
más bien pienso que solo
nos hemos dado vuelta por dormir;
quienes se dan la vida el uno al otro,
nunca se van a separar.
(UNA FIEBRE)
No mueras, no, pues voy a odiar
a las mujeres tanto, si te vas,
que ni siquiera a ti te elogiaré
cuando recuerde que eras una de ellas.
Aunque morir no puedes tú, lo sé;
muerte es dejar detrás de sí este mundo,
mas cuando de este mundo tú te marches
se evaporará el mundo entero con tu aliento.
O si cuando te marches, alma del mundo, él
permanece, será tu despojo tan solo,
la mujer más hermosa un fantasma de ti
y gusanos corruptos los hombres más valiosos.
Polémicas escuelas que investigan qué fuego
abrasará este mundo, ¿no hay ninguna
capaz de decidirse a comprender
que tal vez vaya a ser el de esta fiebre?
Aunque así consumirse ella no puede
ni soportar más tiempo esta tortura,
pues es precisa mucha corrupción
para nutrir tal fiebre mucho tiempo.
Estos accesos tórridos solo son meteoros
cuya sustancia pronto desaparece en ti;
tu belleza, y las partes todas de que estás hecha
forman un inmutable firmamento.
Pero coincidió conmigo, al secuestrarte,
aunque no pueda en ti perseverar,
pues yo preferiría poseerte una hora
que ser dueño de todo lo demás para siempre.
(LA CANONIZACIÓN)
Por Dios, calla esa lengua y déjame que ame,
o critica mi gota o perlesía,
búrlate de mis cinco canas o de mi ruina,
con riquezas tu estado o con artes tu mente
acrecienta, haz carrera, consíguete un empleo,
cumple con su excelencia o ilustrísima,
con el rey en persona o su rostro acuñado
cuenta; lo que prefieras, yo te lo aprobaré,
pero déjame amar.
¡Ay, ay! ¿a quién le molestó mi amor?
¿Qué cargueros hundieron mis suspiros?
¿Quién acusa a mis lágrimas de inundar sus terrenos?
¿Qué precoz primavera liquidaron mis fríos?
¿Y cuándo los ardores que corren por mis venas
añadieron un nombre al censo de apestados?
Los soldados encuentran guerras, los abogados
a gente litigante que plantea querellas,
aunque ella y yo amemos.
Llámanos lo que quieras, así nos hizo amor;
llámale a ella polilla, llámame a mí mosquito,
también somos candelas, y a nuestra costa ardemos,
y en nosotros hallamos la paloma y el águila.
El enigma del fénix se agudiza en nosotros:
al ser uno los dos, los dos lo somos.
Así, a un ser neutral se adaptan ambos sexos,
morimos y surgimos iguales, y nos hace
este amor misteriosos.
Si no vivir, podemos morir por el amor
y, si resulta impropia del féretro o la tumba,
será nuestra leyenda apta para los versos;
y si no resultamos episodio de crónica,
construiremos lindas estancias en sonetos:
una urna bien labrada recibe igual de bien
que tumbas de medio acre las más altas cenizas,
y estos himnos harán que todos nos confirmen
canonizados por amor.
Y así nos rezarán: Vosotros, a quienes el amor respetuoso
os hizo eremitorio uno del otro;
para quienes fue paz el amor, que ahora es furia;
que el alma concentrasteis del mundo y la metisteis
en el cristal de vuestros ojos
(así vueltos espejos tales y catalejos
que todo compendiaban en vosotros),
países, villas, cortes, ¡suplicad a lo alto
ejemplo en vuestro amor!
JOHN DONNE, Canciones y poemas de amor, Hiperión, 2004, en traducción de Gurstavo Falaquera.
John Donne (Londres, 22 de enero de 1572 - 31 de marzo de 1631) fue el más importante poeta metafísico inglés de las épocas de la reina Isabel I (Elizabeth I, en inglés; 1559-1603), el rey Jacobo I (James I, en inglés; 1603-1625) y su hijo Carlos I (Charles I, en inglés; 1625-1642). La poesía metafísica es más o menos el equivalente a la poesía conceptista del Siglo de Oro español de la que es contemporánea. Su obra incluye: poesía amorosa, religiosa, traducciones, epigramas, elegías según la tradición de imitación de los Amores de Ovidio (es decir, en realidad son poemas de amor), canciones y sermones en prosa.
Carrera
La obra del joven Donne es notable por su estilo realista y sensual, e incluye muchos poemas y canciones, así como versos satíricos; el lenguaje vibrante y lo complicado de sus metáforas lo distingue de sus predecesores y la mayoría de sus coetáneos. Izaak Walton, su primer biógrafo, lo describe como un joven libertino. Sin embargo, los eruditos creen que esta puede ser más bien la imagen dada por un Donne ya viejo y eclesiástico; una manera de separar lo mejor posible al mozo impúdico del sacerdote serio y maduro. Después de estudiar teología, se convirtió al anglicanismo en la década de 1590.
Obtuvo el puesto de secretario de Sir Thomas Egerton, un destacado miembro de la corte, pero se enamoró de Anne More, la sobrina de Egerton, casándose con ella en secreto en 1601. Tuvieron doce hijos, de los cuales sólo siete llegaron a la edad adulta. El matrimonio secreto sin contar con el consentimiento del padre de Anne More significó que Donne tuvo que olvidar cualquier esperanza de progreso en su carrera profesional: cuando su suegro se enteró de lo que había pasado, usó su influencia para meter en la cárcel a Donne y a dos de sus amigos, de los cuales uno había oficiado la ceremonia y el otro había servido de testigo. No permanecieron presos por mucho tiempo. Egerton despidió a Donne, quien se convirtió en diputado (miembro del parlamento) del distrito de Brackley ese mismo año. Durante esta época es que escribió sus dos “Aniversarios”: An Anatomy of the World (1611) y Of the Progress of the Soul (1612). Ambos poemas revelan su confianza en el orden de las cosas de tradición medieval y del primer Renacimiento, en contraste con la incertidumbre política, científica y filosófica que trajo la segunda mitad del Renacimiento y el comienzo del s. XVII.
Al salir de la cárcel Donne se reunió con su suegro y su esposa y se establecieron en un terreno del primo de esta en el condado de Surrey. La pareja pasó muchas dificultades económicas hasta que en 1609 Donne recibió la dote de su esposa al reconciliarse con su suegro. Su creciente familia lo obligó a buscar los favores del rey, por lo que, entre 1610 y 1611, escribió dos piezas en contra del catolicismo, Pseudo-Martyr e Ignatius his Conclave, a pesar de que muchos miembros de su familia, entre ellos su madre, aún eran católicos. (En el segundo título se hace referencia a Galileo y al parecer es la primera vez que su nombre aparece en un texto literario inglés.) Al rey James le complacieron ambos textos, pero se negó a ofrecerle otra cosa que no fueran cargos eclesiásticos. Donne se resistió a aceptarlos pero, después de un largo período de penurias económicas y de lucha consigo mismo, durante el cual fue dos veces miembro de parlamento (en 1601 y 1614), finalmente cedió a los deseos del rey y fue ordenado sacerdote anglicano en 1615. Su poesía adquirió un tono más profundo tras morir su esposa Anne el 15 de agosto de 1617; especialmente los que se consideran como sus "sonetos sagrados" (Holy Sonnets).
Después de asumir su cargo, Donne escribió un gran número de trabajos religiosos, como Devotions Upon Emergent Occasions (1624) y varios sermones, muchos de los cuales fueron publicados en vida y de los que se conservan 160. Se le consideraba un maestro de la elocuencia y su estilo único lo ayudó a convertirse en uno de los más grandes predicadores de sus tiempos. En 1621, Donne fue nombrado deán de la catedral de San Pablo (Saint Paul's Cathedral), la antigua catedral gótica de Londres destruida en el incendio de 1666, cargo que ocupó hasta su muerte. Contrajo una grave enfermedad en 1623, durante la cual escribió su obra Devotions Upon Emergent Occasions. El 25 de febrero de 1631 predicó su último sermón como deán de la catedral de San Pablo, el conocido como Death's Duell, que sus oyentes interpretaron como el sermón de su propio funeral.1 Posteriormente se retiró a su cámara y mandó se le hiciese un retrato para el que posó envuelto en la mortaja con la que lo enterraron tras su muerte, acaecida el 14 de marzo de 1631.
Fue sepultado en la catedral de San Pablo. El monumento original a John Donne, escoltado por Nicholas Stone, fue salvado y está hoy en la nueva catedral.
A John Donne se le considera un maestro del "concepto" (conceit), que combina un objeto (la imagen) y una idea (el significado) formando así una metáfora, generalmente estableciendo una relación sorprendente por lo extraña y a veces peregrina entre ambos elementos. En muchos de sus textos, los conceptos están encadenados unos con otros dando lugar así a lo que normalmente se denomina "concepto extendido" (extended conceit) Al contrario de las metáforas de otros poetas isabelinos, atados al estilo de Petrarca, que de forma monótona repiten las metáforas petrarquistas (como la rosa por el rubor de las mejillas, las perlas por los dientes, los lirios o la nieve por la blancura de la piel o los hilos de oro por los cabellos), las metáforas usadas por los poetas metafísicos logran una mayor profundidad al relacionar objetos completamente distintos con ideas también nuevas. Un ejemplo famoso puede sacarse de A Valediction: Forbidding Mourning, donde Donne expresa la separación de dos amantes con la imagen de las patas de un compás. Su poesía también muestra una gran predisposición por la experimentación métrica.
La poesía de Donne se caracteriza por su notable ingenio, el responsable de los conceptos novedosos, las paradojas, juegos de palabras y sutiles y brillantes analogías. Sus poemas suelen ser irónicos y cínicos, sobre todo cuando trata los motivos del hombre y el amor en los poemas presuntamente escritos en sus años de juventud. Temas comunes en sus poemas son el amor verdadero que une a los amantes fieles, la muerte (especialmente en su juventud y tras morir su esposa) y la religión.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
***
Algunos poemas de John Donne, de su obra Canciones y poemas de amor, 1633, en traducción de Gustavo Falaquera (Hiperión, 2004):
(AMOR RESTRINGIDO)
Cierto hombre incapaz de ser poseedor
de amor antiguo o nuevo, siendo él endeble o falso,
pensó que su vergüenza y dolor menguarían
si sobre las mujeres descargaba su ira;
y así nació la ley de que cada una
solo a un hombre podría conocer;
¿pero los otros seres son así?
¿A sol, luna o estrellas les prohibe la ley
sonreír donde quieran, o derramar su luz?
¿Se divorcian los pájaros o se les recrimina
si a su pareja dejan o van a dormir fuera?
No pierden su pensión los animales
aunque elijan tener nuevos amantes;
se nos da peor trato a nosotros que a ellos.
¿Quién armó un bello barco para dejarlo en puerto
sin buscar nuevas tierras ni comerciar con él?
¿Quién alzó bellas casas, plantó árboles y arbustos,
solo para cerrarlas y dejarlas hundirse?
Lo bueno no es tan bueno
si mil no lo poseen,
porque se echa a perder con la avaricia.
(TRES VECES NECIO)
Soy doblemente necio, lo sé,
porque amo y por decirlo
en quejumbrosa poesía.
Pero ¿dónde está el sabio?, pues yo no lo sería
si ella no se negase.
Cual las estrechas venas internas, tortuosas de la tierra
purgan de su nociva sal el agua marina,
pensé que si podía drenar mis penas yo
por la molestia de la rima lograría aliviarlas.
El pesar puesto en metros no ha de ser tan feroz,
pues lo somete aquel que lo encadena en verso.
Pero una vez que lo hube realizado,
alguien, por exhibir su arte y su voz,
le ha puesto música y canta mi pena,
y, al deleitar a muchos, libera nuevamente
aquel pesar que el verso contenía.
Es propio del amor y del pesar el tributo del verso,
mas no el de aquel que agrada al ser leído;
con canciones así se incrementan los dos,
pues así se hacen públicos los triunfos de uno y otro,
y yo, dos veces necio, así lo soy tres veces;
quienes son algo sabios son los mejores necios.
(LA EXHALACIÓN)
Cuando haya muerto y no sepan por qué los médicos,
y la curiosidad de mis amigos
me haga diseccionar y estudiar cada parte,
cuando en mi corazón encuentren tu retrato,
piensa que una imprevista exhalación de amor
circulará por todos sus sentidos
y les afectará igual que a mí, y así va a merecer
tu asesinato el nombre de masacre.
¡Pobres victorias! Pero si a ser audaz te atreves
y a conseguir placer con tu conquista,
mata primero a ese gigante enorme, tu Desdén,
y a la Honra, la hechicera, debes dar muerte luego,
y lo mismo que un godo o un vándalo, sublévate,
destruye los vestigios, las historias
de tus propias astucias y triunfos sobre hombres,
y sin tales ventajas, entonces, mátame.
Porque yo, igual que tú, convocar puedo
también a mis gigantes y a mis brujas,
que son la amplia Constancia y la Cautela,
aunque estas ni las busco ni practico;
mátame como hembra, hazme expirar
como a simple varón; ejerce solo
tus valores pasivos, y entonces hallarás
que, desnuda, le llevas suficiente ventaja a cualquier hombre.
(EL TESTAMENTO)
Antes de exhalar mi último suspiro, oh gran Amor,
permite que formule unos legados: por esta cesión dejo
mis ojos para Argos, si es que aún pueden ver;
si están ciegos, Amor, te los regalo a ti;
a la fama mi lengua, mis oídos a los embajadores;
a las mujeres, o a la mar, mis lágrimas:
tú me enseñaste, Amor, en otro tiempo,
haciéndome servir a la que ya tenía a veinte más,
que a nadie debo dar sino a quien ya posee demasiado.
Mi constancia la dejo a los planetas;
mi verdad a los que viven en la corte;
mi ingenuidad y mi franqueza a los jesuitas;
a los bufones mi melancolía;
mi silencio a quienes hayan viajado al extranjero
y mi dinero a un capuchino:
tú, Amor, me has enseñado, al elegirme
para amar donde no reciben al amor,
a dar solo al que está incapacitado.
Mi fe la dejo a los católicos romanos;
todas mis buenas obras vayan a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores maneras
y cortesía, a una universidad;
mi modestia la dejo a los soldados rasos;
den a los jugadores mi paciencia:
tú me enseñaste, Amor, al obligarme
a amar a quien mi amor juzga dispar,
a dar solo a quien cree indignos mis regalos.
Mi reputación dejo a quienes fueron
amigos míos; a los enemigos dejo mis mañas;
mi escepticismo a los escolásticos;
mi enfermedad o mis excesos a los médicos;
a la naturaleza, cuanto en rima escribí
y mi ingenio, para mis compañeros:
tú, Amor, cuando me hiciste adorar a quien antes
engendró en mí este amor, tú me enseñaste
a hacer como quien daba cuando restituía.
Dejo a aquel por quien doblen las campanas primero
mis libros terapéuticos; mis manuscritos
de consejos morales los dejo al manicomio;
mis medallas de bronce, para aquellos que viven
con escasez de pan; a los que andan viajando
entre extranjeros, doy mi lengua inglesa:
tú, Amor, al hacerme amar a una
que cree su amistad favor más digno
de jóvenes amantes, haces mis mandas desproporcionadas.
No legaré, por tanto, nada más; pero el mundo
destruiré al morir, pues mi amor morirá.
Tus bellezas entonces no tendrán más valor
que el oro en yacimientos donde nadie lo extrae;
y todos tus encantos no te serán más útiles
que un reloj de sol en una tumba:
Amor, tú me enseñaste, cuando me hiciste amar,
a aquella que a los dos, a ti y a mí desprecia,
a hallar y practicar esta única manera de acabar con los tres.
(LA PROHIBICIÓN)
Cuídate de quererme;
por lo menos, recuerda que te lo prohibí,
no vaya a compensar mi pródigo derroche
de aliento y sangre con tus suspiros y lágrimas,
siendo para ti entonces lo que para mí fuiste;
pues placer tan intenso consume nuestra vida de una vez.
Si tu amor, con mi muerte, no quieres que se frustre,
cuídate de quererme, si me quieres.
Y cuídate de odiarme
o de un triunfo excesivo en tu victoria,
no vaya a convertirme en mi propio verdugo
y me vengue del odio con más odio; además
perderías tu fama de ser conquistadora
si tu conquista, yo, muriera por tu odio;
así, para que en nada mi ser te perjudique,
tú cuídate de odiarme, si me odias.
Aunque, ámame y ódiame a la vez,
pues así ambos extremos se neutralizarán;
quiéreme, así podré morir del mejor modo;
ódiame, pues tu amor para mí es excesivo;
o permite que ambos entre ellos se destruyan y no a mí;
así, vivo, seré tu apoyo, no tu triunfo:
para que no destruyas ni tu amor ni tu odio, ni a mí,
oh, déjame que viva, pero quiéreme y ódiame a la vez.
(LA PRENDA)
Envíame una prenda que permita vivir a mi esperanza,
o que a mis complicados pensamientos les permita dormir o descansar;
mándame algo de miel para darle dulzor a mi colmena,
para que en mi pasión sea capaz de esperar lo mejor.
No te pido una cinta tejida por tus manos
para enlazar nuestros amores con la fantástica torsión
de la estrenada juventud; ni un anillo que muestre la medida
de nuestro afecto, que es como él, redondo y muy sencillo,
pues deben coincidir nuestros amores en su simplicidad;
ni los corales, no, que ciñen tu muñeca
entrelazados convenientemente
para mostrar que nuestros pensamientos deben seguir unidos;
ni tu retrato, no, aun siendo tan gracioso
y lo más deseable, pues gusta lo mejor de lo mejor;
ni versos ingeniosos, que son tan abundantes
entre cuanto has escrito y enviado.
No me envíes tal cosa ni tal otra, que aumenten cuanto tengo,
sino jura que crees que te amo, y nada más.
(LA RELIQUIA)
Cuando mi tumba vuelva a ser abierta
para acoger a algún segundo huésped
(porque de las mujeres aprendieron las tumbas
que un lecho sirve para más de uno),
y el que cave descubra en torno al hueso
un brazalete de brillante pelo,
no nos dejará en paz
pensando que allí yace una pareja amante
que cree que este ardid puede ser algún modo
de lograr que sus alma, en el último y agitado día,
se encuentren y descansen un rato en esta tumba.
Si esto ocurre en un sitio o una época
en los que impere la superstición,
nos llevará entonces el que cave
ante el rey y el obispo
para hacer de nosotros reliquias; de este modo
serás tú una María Magdalena, y yo
alguien por el estilo;
nos adorarán todas las mujeres, y algunos pocos hombres,
y como en esos casos se precisan milagros,
a esa época querría yo informar por medio de este escrito
qué milagros hicimos de sencillos amantes.
Primero, nos amamos con amor bueno y fiel,
pese a que no sabíamos ni por qué ni qué amábamos;
respecto a diferencias de sexo, no supimos
nunca más que los propios ángeles de la guardia;
al llegar y al partir, algunas veces
nos besamos quizá, pero no entre comidas;
y no tocaron nunca nuestras manos los sellos
que la naturaleza, dañada por tardía ley, libera:
esos son los milagros que hicimos, pero ahora,
habría de exceder toda medida y el lenguaje todo
si hubiera de contar el milagro que era ella.
(AL RAYAR EL DÍA)
Es verdad, ya es de día... ¿y qué más da?
¿O es que por eso vas a alejarte de mí?
¿Hemos de levantarnos solo porque ya hay luz?
¿Es que nos acostamos porque era de noche?
Pese a la oscuridad, amor nos trajo aquí
y, pese a la luz, debe mantenernos unidos.
La luz no tiene lengua, sino que es toda ojos;
si igual de bien que espía fuese capaz de hablar,
lo peor que podría decir sería esto:
que, por sentirme bien, quiero continuar,
y que mi corazón y mi honor amo tanto
que no quiero apartarme de aquel que los posee.
¿Te obligan tus asuntos a alejarte de aquí?
Oh, esa es la peor dolencia del amor;
al pobre, al necio, al falso, el amor es capaz
de aceptarlos, mas no al hombre atareado.
Quien tiene ocupaciones y hace el amor, comete
el mismo error que el hombre casado que tontea.
(EL CEBO)
Ven a vivir conmigo y sé mi amor,
y juntos probaremos ciertos placeres nuevos
de doradas arenas y arroyos cristalinos
con sedales de seda y plateados anzuelos.
Allí discurrirá el río susurrante
templado por tus ojos, más que por el del sol:
y los enamorados peces se detendrán
pidiéndose a sí mismos que sean descubiertos.
Y cuando en ese río de vida nades tú,
cada pez de los que hay en todos los canales
nadará con amor en dirección a ti,
más feliz de alcanzarte él a ti que tú a a él:
Si al verte de este guisa resultas censurada
por el sol o la luna, a ambos eclipsarás,
y si yo mismos tengo venia para mirar
me sobrarán sus luces, mientras te tenga a ti.
Deja a otros que se hielen con cañas de pescar
y que con broza y conchas se corten en las piernas,
o traidoramente cerquen al pobre pez
con nasas asfixiantes o redes de deriva;
que osadas manos rudas de entre el fangoso nido
arranquen en los bancos el cardumen de peces,
o que, raras traidoras, moscas de seda cruda
hechicen los errantes ojos de pobres peces.
Pues tú no necesitas tales supercherías
porque en ti misma tú eres tu propio cebo,
y el pez que no resulte atrapado por él
¡ay! mucho más sensato es que yo.
(CANCIÓN)
Mi dulce amor, no me voy
porque me canse de ti
ni porque espere del mundo
amor más digno de mí,
mas dado que
he de morir, mejor será
conmigo mismo bromear
y así en fingidas muertes fallecer.
Anoche el sol se marchó
pero hoy vuelve a estar aquí;
él ni desea ni siente,
ni es más breve su camino;
no temas, pues, por mí,
y creéme que haré
más rápidos mis viajes, pues poseo
más espuelas y más alas que él.
¡Oh qué débil es el poder del hombre!
Si la buena fortuna le sorprende,
no le puede añadir ni un hora más,
ni un hora perdida recobrar;
pero a la mala suerte,
si llega, le sumamos nuestras fuerzas
y le enseñamos arte y medios
para triunfar sobre nosotros.
Cuando suspiras tú, no espiras aire,
porque es mi alma lo que espiras;
cuando lloras, cruelmente gentil,
se corrompe la sangre de mi vida.
No puede ser
que me ames como dices
si en la tuya mi vida despilfarras,
tú, lo mejor de mí.
A tu corazón brujo no permitas
que me presagie algún dolor;
el destino podría hacerte caso
y tus temores realizar;
más bien pienso que solo
nos hemos dado vuelta por dormir;
quienes se dan la vida el uno al otro,
nunca se van a separar.
(UNA FIEBRE)
No mueras, no, pues voy a odiar
a las mujeres tanto, si te vas,
que ni siquiera a ti te elogiaré
cuando recuerde que eras una de ellas.
Aunque morir no puedes tú, lo sé;
muerte es dejar detrás de sí este mundo,
mas cuando de este mundo tú te marches
se evaporará el mundo entero con tu aliento.
O si cuando te marches, alma del mundo, él
permanece, será tu despojo tan solo,
la mujer más hermosa un fantasma de ti
y gusanos corruptos los hombres más valiosos.
Polémicas escuelas que investigan qué fuego
abrasará este mundo, ¿no hay ninguna
capaz de decidirse a comprender
que tal vez vaya a ser el de esta fiebre?
Aunque así consumirse ella no puede
ni soportar más tiempo esta tortura,
pues es precisa mucha corrupción
para nutrir tal fiebre mucho tiempo.
Estos accesos tórridos solo son meteoros
cuya sustancia pronto desaparece en ti;
tu belleza, y las partes todas de que estás hecha
forman un inmutable firmamento.
Pero coincidió conmigo, al secuestrarte,
aunque no pueda en ti perseverar,
pues yo preferiría poseerte una hora
que ser dueño de todo lo demás para siempre.
(LA CANONIZACIÓN)
Por Dios, calla esa lengua y déjame que ame,
o critica mi gota o perlesía,
búrlate de mis cinco canas o de mi ruina,
con riquezas tu estado o con artes tu mente
acrecienta, haz carrera, consíguete un empleo,
cumple con su excelencia o ilustrísima,
con el rey en persona o su rostro acuñado
cuenta; lo que prefieras, yo te lo aprobaré,
pero déjame amar.
¡Ay, ay! ¿a quién le molestó mi amor?
¿Qué cargueros hundieron mis suspiros?
¿Quién acusa a mis lágrimas de inundar sus terrenos?
¿Qué precoz primavera liquidaron mis fríos?
¿Y cuándo los ardores que corren por mis venas
añadieron un nombre al censo de apestados?
Los soldados encuentran guerras, los abogados
a gente litigante que plantea querellas,
aunque ella y yo amemos.
Llámanos lo que quieras, así nos hizo amor;
llámale a ella polilla, llámame a mí mosquito,
también somos candelas, y a nuestra costa ardemos,
y en nosotros hallamos la paloma y el águila.
El enigma del fénix se agudiza en nosotros:
al ser uno los dos, los dos lo somos.
Así, a un ser neutral se adaptan ambos sexos,
morimos y surgimos iguales, y nos hace
este amor misteriosos.
Si no vivir, podemos morir por el amor
y, si resulta impropia del féretro o la tumba,
será nuestra leyenda apta para los versos;
y si no resultamos episodio de crónica,
construiremos lindas estancias en sonetos:
una urna bien labrada recibe igual de bien
que tumbas de medio acre las más altas cenizas,
y estos himnos harán que todos nos confirmen
canonizados por amor.
Y así nos rezarán: Vosotros, a quienes el amor respetuoso
os hizo eremitorio uno del otro;
para quienes fue paz el amor, que ahora es furia;
que el alma concentrasteis del mundo y la metisteis
en el cristal de vuestros ojos
(así vueltos espejos tales y catalejos
que todo compendiaban en vosotros),
países, villas, cortes, ¡suplicad a lo alto
ejemplo en vuestro amor!
JOHN DONNE, Canciones y poemas de amor, Hiperión, 2004, en traducción de Gurstavo Falaquera.
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