MIGUEL DE UNAMUNO (1864 - 1936)
POESÍAS SUELTAS
DE 1907 A 1910
(DE POESÍAS AL ROSARIO DE SONETOS LÍRICOS)
LVIII
SALUTACIÓN A LOS RÍFENOS
El misterio tenaz de esta mi casta
que no se gasta,
la de Legazpi, Saint-Cyran, Loyola,
de Zumalacárregui,
la que camina sola,
la de férreas entrañas
¡el misterio del mar en las montañas!
¿Somos moros en brumas?,
¿rífenos desterrados?,
¿las hoy secas espumas
de una algara del mar en su reflujo?
Esta Europa verde, grasienta, muelle
de avaricia y de lujo;
esta tierra de celtas,
de arianos petulantes, presuntuosos,
con la ciencia y el oro siempre a vueltas
¿no es un destierro?
¡Sois mis hermanos, sí, sois mis hermanos!
Lucháis sin esperanza de rescate
contra cristianos
y no por la victoria,
por la victoria no, ni por la gloria,
¡lucháis por el combate!
¡Es nuestra guerra,
la que férreo rojo la verdura
abonó antaño en esta nuestra tierra!
Y lucháis como zorros
con cauteloso ardor, con terco brío,
es vuestra guerra caza,
juego viril de indómito albedrío,
de la ley horros,
¡oh nobles cazadores de cristianos!
¡ Oh, mi raza, mi raza,
la de noble cabeza
cerrada, de una pieza,
cabeza proyectil de catapulta
en la que se sepulta
toda idea, cual trigo en el desierto,
simple como la roca a que el océano
con su brumoso pecho bien abierto
golpea en vano!
¡Ay pobres moros!
Europa os domará con las patrañas
a que llama cultura,
con su grasa verdura
que cela riego de encubiertos lloros,
con sus pérfidas mañas,
con su arte insustancial que nada vale
contra la muerte,
¡ay, pobres moros!
¡ay, pobres, vuestra suerte!
Haréis de los aduares caseríos
y estos pueblos criados a la vera
de grandes ríos
en la gran carretera,
en campos grasos, entre muelles brumas,
os llenarán el alma de ideales,
de rosadas espumas,
de palabras sonoras,
y con ellas, de dudas y de males,
¡y no veréis al sol de los desiertos
con los ojos de vida
con que un día lo vieron vuestros muertos!
¡Ay mi raza selvática y hermética,
mi raza vergonzosa,
ni nacida aún a la estética,
la de Loyola y Saint-Cyran, santones,
morabitos cristianos,
Ciprianos, Agustines, Tertulianos,
los del Corán de Cristo;
tú no piensas ni quieres, acometes,
tú vives y revives, arremetes
fija en el más allá siempre la vista,
y en la vida sin fin que nunca acaba,
ya exista o ya no exista!
jOs vencen con cañones y artificios
estos nuevos fenicios,
os doman con mentiras;
de nada os servirán los sacrificios!
Luchad, luchad, pues que la lucha es vida,
pero ¡ay, mis pobres cábilas!,
os queda sólo Dios, el del combate,
el que ensalza y abate,
el Dios de las batallas,
Jaungoicoa, el señor de las alturas,
del cielo del desierto
os queda sólo Dios, ¡Dios que no ha muerto!
¡Os vencerán, os vencerán, cuitados!
¡Y luego domeñados
cantaréis libertad mirando al cielo...!
¡Para el ave en la jaula prisionera
el canto es vuelo!
Y acaso no tendréis como nosotros
allende el mar la pampa por refugio,
el aduar en la pampa,
la pampa inmensa
donde rodó de Iparraguirre el canto,
donde murió Leguizamón el gaucho.
* * * * *
Os lo dice un hermano
que lleva de hace siglos
de Cristo el yugo,
os lo dice un cristiano
a quien, nodriza, le cunó el océano
melancolías.
Os harán de la tierra cementerio
y con sus artes ornarán la muerte
reduciendo la vida a ser misterio.
Eso, su arte, es siempre funerario,
es el rico sudario
de una fe que se muere en un Dios muerto,
un Dios ateo,
un Dios de las ideas, Dios incierto.
Pero no, hermanos, no, para los vivos
son los cielos abiertos.
Y la cerrada tierra es de los muertos,
¡y Dios no es Dios de muertos, lo es de vivos!
¡Aireo, sol e higos chumbos!
y acostados en tierra, el cielo libre,
¿para qué nuevos rumbos?
¡No adornéis vuestra tumba,
para el que vive vida, sol y guerra,
y al que sucumba
paz en la tierra!
* * *
¿Qué quieren de vosotros esos hombres
cosmopolitas?,
¿los del becerro de oro,
que llevan prisionero
dentro el tesoro,
su corazón?
¿Qué es eso a que dan mil sonoros nombres
de civilización?
Avaricia, avaricia de dinero,
de placer, de esperanza,
avaricia de vida,
¡y hasta Dios!
¿Por qué van a robaros la pobreza?
¿Por qué civilizaros
contra naturaleza?
¡Luchad, luchad, hermanos, por el alma
sin esperar la palma
de la humana justicia!
¡Luchad contra la hipócrita avaricia
de esos que hacen de Cristo monopolio
y hasta alcahuetería,
y la cruz por bandera
—con la cruz se protege mercancía—
caminan al espolio
de lo que aún queda al hombre de divino,
esto es, de humano eterno,
de aquel hondón prístino
que hace lo más interno de lo interno!
Aún hay quienes diciéndose cristianos
—por gracia del destino—
enemigos os llaman
de nuestra fe, ¡oh, hermanos!
y que os aman.
¡Vosotros enemigos...!
El cielo es grande; en él todos cabemos;
el alma es inmortal; ¡no hay fe sino ésta
de que somos testigos!
Si todos y del todo perecemos
¿para qué Dios?
Y un mismo Dios tenemos,
el de Cristo y Mahoma,
el Dios del Sinaí, de Meca y Roma,
el único, el eterno, el santo, el fuerte,
¡el que vence a la muerte!
Unidos en la fe, sola victoria
por medio de estos pueblos europeos
esclavos de razones, soñadores ateos
de sueños nebulosos,
iremos a la gloria,
a la del otro mundo
de que es la muerte en el combate el alba,
a la que Dios reserva a los creyentes.
¡Todo el que cree en la salvación se salva!;
la fe es nuestro rescate,
la señal del Señor va en nuestras frentes.
El nos coge del campo del combate
y nos lleva a la vida duradera;
El premia a los que fieles le creyeron
y por creerle
en campos de la fe fieles murieron
despreciando la vida pasajera,
despreciando la muerte,
¡ungidos de la sangre con el crisma!
Es nuestra fe una misma,
fe en la vida inmortal de la conciencia,
esta fe que agoniza
bajo la pesadumbre de la ciencia
entre esos pueblos de avaricia y lujo;
ciencia menguada que es sólo ceniza
del eterno saber. Sobre el diluvio
custodiamos el arca,
el arca del tesoro primitivo
de la infancia del hombre,
y en apretada harca
los pueblos infantiles,
contra los otros viejos, los gentiles,
luchemos por la fe, la del Dios vivo
—Dios cree que el hombre es inmortal, eterno—
y unidos por la fe en estrecho abrazo,
de Dios en el regazo,
gozaremos la paz, que es la victoria,
pisoteando la escoria
del mundano saber. Alzado el pecho,
¡seamos del Señor brazo derecho!
Bilbao-Salamanca, agosto, 1909.
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