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por Pascual Lopez Sanchez Sáb 13 Nov 2021, 03:38MIGUEL DE UNAMUNO (1864 - 1936)
POESÍAS SUELTAS
DE 1907 A 1910
(DE POESÍAS AL ROSARIO DE SONETOS LÍRICOS)
XXVI
SALMO DE LA MAÑANA
Acabo de nacer, Señor, un nuevo mundo
has abierto a mis ojos, que del sueño
resurgen renovados;
el día es porvenir, es como un cielo
sin nubes, acerado en su lisura.
Es la hora del milagro;
me despertó la vida.
Sobre las aguas va el Espíritu Divino
incubando cual fuera allá en la aurora
de esta mi pobre tierra,
cuna y sepulcro;
sobre las aguas va sembrando a manos llenas
santos propósitos.
Es la hora en que el milagro permanente
nos unge el corazón con esperanzas;
corola perfumada, se abre el mundo,
de Ti, Señor, boca encarnada,
y en su cerrado cáliz
el licor que nos cura de la muerte.
Acaba de nacer el universo
y su vagido dulce
el corazón en la piedad nos funde.
Mira, Señor, que somos pequeñuelos,
no sabemos andar por tus caminos;
tiende, Señor, un dedo, un solo dedo
de esa tu mano
con que acabas de heñir el universo
y a ese dedo cogidos
la vida cruzaremos.
Dame, Señor, el beso regalado
que al despertar al hijo le da el padre,
el beso en que el misterio de la noche
se hace revelación del claro día;
dame el viático
con que a la noche llegue.
Sumergido en el aire todo en torno
nos devuelve la luz de la mañana,
luz fresca, al aire matinal batida,
luz que aún sabe a la noche
de que brotara.
Recién nacida mariposa blanca
que encima del capullo
desplegándose va las alas húmedas,
cual de rocío bajo el peso leve,
al aire natural que las oree,
antes de alzar el vuelo,
tal la mañana.
La mañana es la cuna
perfumada y mullida
de la hermosura;
todo a su luz nos abre las entrañas
y el esplendor divino percatamos.
El ambiguo murciélago sombrío
de vuelo roto,
heraldo del crepúsculo,
volvióse a su escondrijo,
y la alondra, de luz y de aire henchida,
«¡bendito seas!» desde el cielo dice
al nuevo día.
Es la reciente sombra pálida,
larga, indecisa,
que al pie nació del árbol solitario,
rastro de las tinieblas de la noche,
borroso y último,
y así en el alma matinal la sombra
de pasadas tinieblas,
de errores dolorosos,
sombra indecisa y larga
que tú, Sol de las almas soberano,
nos proyectas en tierra.
Vas Tú subiendo al cielo espiritual, tu reino,
y mi sombra —remordimiento— se me espesa,
se me ennegrece
a medida, Señor, que a mi alma abrasas
desde lo alto
con tu luz vengadora;
mas ahora, al romper de la mañana,
te veo a flor de tierra
y me puedo mirar en tu mirada
pálida y dulce,
Sol mañanero.
También Tú acabas de nacer, Dios mío;
ésta es tu aurora.
Las tiernas ñores abren sus corolas
del cielo a la corola refulgente,
florece el aire,
brisa de más allá viene y nos llama
a todos al trabajo.
Al borde aquí de la blancura espléndida
del nuevo día,
tus aguas siento en mí, divino océano,
sin orillas ni fondo;
se me abre el porvenir, único reino
de libertad y gloria;
me siento omnipotente.
¡Qué tesoro abismático de fuerzas
siento en mi seno!,
¡qué divino caudal de aguas eternas!
A su friega continua
se gastará el pecado,
y esas aguas son tuyas;
eres Tú, mi Señor, Tú que en mi seno
despiertas a la vida.
Si Tú, Señor, la mano retiraras,
nos tragaría al punto
de la nada la sima;
continua creación tu providencia;
soplaste el alma al primer hombre, barro
que así animaste,
y es tu resuello
sin alto, ancho, ni fondo,
el mar sobre que flota lo creado;
es tu respiración la íntima fuerza
que a los seres empuja;
es la sustancia
de que ellos son las pasajeras formas.
Esta es la hora, Señor, en que nos muestras
tus entrañas de Padre;
es tu revelación más escogida
ésta de la mañana;
que tus aguas divinas
constantes muelan hoy en mí mi parte;
¡dúrame todo el día!
Salamanca junio 1907-
POESÍAS SUELTAS
DE 1907 A 1910
(DE POESÍAS AL ROSARIO DE SONETOS LÍRICOS)
XXVI
SALMO DE LA MAÑANA
Acabo de nacer, Señor, un nuevo mundo
has abierto a mis ojos, que del sueño
resurgen renovados;
el día es porvenir, es como un cielo
sin nubes, acerado en su lisura.
Es la hora del milagro;
me despertó la vida.
Sobre las aguas va el Espíritu Divino
incubando cual fuera allá en la aurora
de esta mi pobre tierra,
cuna y sepulcro;
sobre las aguas va sembrando a manos llenas
santos propósitos.
Es la hora en que el milagro permanente
nos unge el corazón con esperanzas;
corola perfumada, se abre el mundo,
de Ti, Señor, boca encarnada,
y en su cerrado cáliz
el licor que nos cura de la muerte.
Acaba de nacer el universo
y su vagido dulce
el corazón en la piedad nos funde.
Mira, Señor, que somos pequeñuelos,
no sabemos andar por tus caminos;
tiende, Señor, un dedo, un solo dedo
de esa tu mano
con que acabas de heñir el universo
y a ese dedo cogidos
la vida cruzaremos.
Dame, Señor, el beso regalado
que al despertar al hijo le da el padre,
el beso en que el misterio de la noche
se hace revelación del claro día;
dame el viático
con que a la noche llegue.
Sumergido en el aire todo en torno
nos devuelve la luz de la mañana,
luz fresca, al aire matinal batida,
luz que aún sabe a la noche
de que brotara.
Recién nacida mariposa blanca
que encima del capullo
desplegándose va las alas húmedas,
cual de rocío bajo el peso leve,
al aire natural que las oree,
antes de alzar el vuelo,
tal la mañana.
La mañana es la cuna
perfumada y mullida
de la hermosura;
todo a su luz nos abre las entrañas
y el esplendor divino percatamos.
El ambiguo murciélago sombrío
de vuelo roto,
heraldo del crepúsculo,
volvióse a su escondrijo,
y la alondra, de luz y de aire henchida,
«¡bendito seas!» desde el cielo dice
al nuevo día.
Es la reciente sombra pálida,
larga, indecisa,
que al pie nació del árbol solitario,
rastro de las tinieblas de la noche,
borroso y último,
y así en el alma matinal la sombra
de pasadas tinieblas,
de errores dolorosos,
sombra indecisa y larga
que tú, Sol de las almas soberano,
nos proyectas en tierra.
Vas Tú subiendo al cielo espiritual, tu reino,
y mi sombra —remordimiento— se me espesa,
se me ennegrece
a medida, Señor, que a mi alma abrasas
desde lo alto
con tu luz vengadora;
mas ahora, al romper de la mañana,
te veo a flor de tierra
y me puedo mirar en tu mirada
pálida y dulce,
Sol mañanero.
También Tú acabas de nacer, Dios mío;
ésta es tu aurora.
Las tiernas ñores abren sus corolas
del cielo a la corola refulgente,
florece el aire,
brisa de más allá viene y nos llama
a todos al trabajo.
Al borde aquí de la blancura espléndida
del nuevo día,
tus aguas siento en mí, divino océano,
sin orillas ni fondo;
se me abre el porvenir, único reino
de libertad y gloria;
me siento omnipotente.
¡Qué tesoro abismático de fuerzas
siento en mi seno!,
¡qué divino caudal de aguas eternas!
A su friega continua
se gastará el pecado,
y esas aguas son tuyas;
eres Tú, mi Señor, Tú que en mi seno
despiertas a la vida.
Si Tú, Señor, la mano retiraras,
nos tragaría al punto
de la nada la sima;
continua creación tu providencia;
soplaste el alma al primer hombre, barro
que así animaste,
y es tu resuello
sin alto, ancho, ni fondo,
el mar sobre que flota lo creado;
es tu respiración la íntima fuerza
que a los seres empuja;
es la sustancia
de que ellos son las pasajeras formas.
Esta es la hora, Señor, en que nos muestras
tus entrañas de Padre;
es tu revelación más escogida
ésta de la mañana;
que tus aguas divinas
constantes muelan hoy en mí mi parte;
¡dúrame todo el día!
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